OBRA COMPLETA - TOMO 5 -J.K.- CONTINUACIÓN -

 Poona, India , 1948

PRIMERA PLÁTICA EN POONA

Como durante las próximas semanas vamos a tener varias pláticas, creo que es importante comprender la relación entre quien les habla y ustedes. En primer lugar, no estamos tratando con ideas ni con opiniones. No intento convencerlos con respecto a ningún punto de vista en particular, ni trato de comunicar idea alguna, porque no creo que las ideas, las opiniones, puedan producir un cambio fundamental en la acción. Lo que da origen a un cambio radical es la comprensión acerca de lo que es. De modo que no tratamos con opiniones ni con ideas. Las ideas se topan siempre con una resistencia; una idea puede ser siempre combatida por otra idea, y las opiniones pueden generar contradicción. Por lo tanto, es completamente inútil buscar la solución de un problema por medio de una idea. Como digo, las ideas no producen una transformación radical, y hoy en día es esencial que haya una transformación radical, una revolución de valores, tanto en los asuntos del mundo como en nuestras vidas individuales. Un cambio de valores semejante no puede originarse en el mero cambio de ideas o en la sustitución de sistemas. No trato, pues, de persuadirlos ni de disuadirlos respecto de algún particular punto de vista. Ni actúo como gurú para nadie, porque no creo que un gurú sea necesario para el descubrimiento de la verdad. Por el contrario, el gurú es un obstáculo para el descubrimiento de lo real. Tampoco actúo como un líder, creando una opinión, una organización, porque el líder es un factor de deterioro en la sociedad.

Así, pues, tanto ustedes como yo debemos ser muy claros en cuanto a la naturaleza de nuestra relación; antes de que puedan rechazar o aceptar lo que dice quien Ies habla, deben saber cuál es su actitud. Si me permiten sugerirlo, antes de desechar alguna de las cosas que digo, examínenla muy cuidadosamente sin prejuicio alguno. Es muy difícil examinar una cosa sin prejuzgar; pero si hemos de comprender algo, no debe haber ningún prejuicio, y no podemos remitir simplemente a alguna autoridad antigua lo que aquí se está expresando. Eso no sería más que otra forma de escape. Lo que quiero intentar durante estas discusiones y pláticas, es señalar ciertas cosas; y, mientras las señalo, les ruego que no se conviertan en meros espectadores, observadores u oyentes. Porque ustedes y yo vamos a emprender un viaje para ver si podemos descubrir toda la secuencia histórica de la civilización moderna, su esplendor y su catástrofe, en lo cual están involucrados tanto el Oriente como el Occidente. Es un viaje de descubrimiento que vamos a emprender juntos, a fin de ver con gran claridad y de manera directa, lo que está sucediendo. Para eso, no necesitan un líder ni un gurú ni una organización ni opiniones de ninguna clase. Lo que necesitan es claridad de percepción para ver las cosas tal como son realmente, y cuando uno ve las cosas de ese modo, la verdad se manifiesta. Para ver claramente, deben ustedes conceder a todo, no mí atención esporádica, sino una atención directa sin distracción alguna; y ésa va a ser nuestra dificultad.

Tenemos muchísimos problemas, políticos, económicos, sociales y religiosos, todos exigiendo acción, pero antes de que podamos actuar, debemos saber en qué consiste el problema. Sería realmente absurdo limitarse a actuar sin conocer toda la secuencia de un problema; Pero a casi todos nosotros nos interesa la actividad; queremos hacer algo. Hay problemas comunales, nacionales, problemas de guerra, de hambre, de diferencias lingüísticas, e innumerables otros problemas, y cuando nos enfrentamos con ellos, queremos saber cómo actuar. Todo nuestro impulso, lo que nos mueve, no es estudiar la cuestión, el problema, sino “hacer” algo al respecto. Después de todo, un problema como el hambre requiere muchísimo estudio, muchísima comprensión. Cuando comprendemos hay acción. El mero actuar a base de alguna respuesta superficial es completamente inútil y nos conduce a una confusión mayor.

Ahora bien, lo que ustedes y yo vamos a hacer, si quieren, es examinar muy clara, sensata y racionalmente, el problema total de nuestra existencia. No voy a decirles qué deben pensar — eso lo hacen los propagandistas — , sino que, al examinar lo que es, vamos a aprender cómo pensar acerca de un problema, lo cual es mucho más importante que ser aleccionados acerca de qué debemos pensar. El problema del mundo es en la actualidad tan grave, la catástrofe tan inminente, el desastre se está extendiendo con tanta rapidez, que el pensar meramente conforme a una fórmula, de la derecha o de la izquierda, es totalmente inútil. Una fórmula no puede producir una respuesta; sólo puede producir una acción conforme a su propia y limitada norma. Lo esencial, pues, en estas discusiones y pláticas es, ante todo, darnos cuenta de que nos enfrentamos con problemas que requieren un estudio muy detenido, pero no de acuerdo con algún plan premeditado ni con alguna idea preconcebida. No les estoy ofreciendo un plan ni les digo qué deben hacer, sino que ustedes y yo juntos vamos a descubrir en qué consiste el problema. Al comprender el problema, comprenderemos la verdad en relación con el problema; ése es el único modo racional de abordarlo. Si están buscando una fórmula, un sistema, me temo que se sentirán decepcionados, porque no me propongo darles una fórmula. La vida no tiene fórmulas. Los intelectuales son los que tienen una fórmula que desean imponer sobre la vida. Debemos ser muy claros a este respecto. Si han llegado a esta reunión movidos por la curiosidad porque han leído algo acerca de mí supuesta posición, puede ser que salgan satisfechos o insatisfechos; pero, sin una intención seria, jamás comprenderán todo el problema de la existencia. El problema no es tan sólo indio, maharashtra o gujarat, todo lo cual es infantil; el problema es universal. El problema de ustedes es mi problema, es el problema de cada individuo, ya sea en Europa, América o Rusia.

De modo que voy a ayudarlos a pensar rectamente; ustedes y yo vamos a emprender un viaje en los problemas de la presente crisis mundial. Para hacer eso, debo solicitar su cooperación. En este caso, la cooperación consiste en un apropiado escuchar; o sea, a medida que avanzamos juntos, ustedes deben experimentar lo que se dice, y no limitarse a oír la disertación y luego marcharse de aquí con cierta serie de ideas de aceptación o rechazo. Ustedes y yo juntos emprenderemos un viaje y, a fin de emprender el viaje, deben estar preparados para experimentar, observar, vigilar y estar atentos a las implicaciones de ese viaje. Así, pues, si me permiten insistir en ello, para comprender deben no sólo escuchar objetivamente lo que se discute, sino experimentarlo internamente. No estoy siendo dogmático — es estúpido ser dogmático, y las personas dogmáticas son intolerables — . El hombre que dice que sabe, no sabe; es preciso que nos cuidemos de tales personas. Al emprender el viaje, debemos tener bien en claro qué es necesario. El primer requisito esencial es que no debemos estar atados a ninguna experiencia pasada, ya sea personal, nacional o religiosa. Si emprendemos un viaje de verdadera investigación, debemos desechar todas esas servidumbres que nos retienen. Eso es difícil, especialmente para las personas mayores, que están más firmemente arraigadas en la tradición, en la familia, y para las personas con una cuenta bancaria; y los jóvenes se presentarán si hay alguna recompensa, si se les garantiza un placer, una posición, una respuesta inmediata. Así que estamos rodeados de muchas dificultades.

Ahora bien, ¿cuál es nuestro problema? El problema común de la existencia cotidiana es, indudablemente, el del sufrimiento, ¿no es así? El sufrimiento en diferentes formas es lo que nos toca en suerte a todos nosotros, ya sea el sufrimiento causado por lo económico, por lo social, el sufrimiento que trae consigo la muerte, etc. Existe, naturalmente, un deseo de sentirnos seguros en medio de la inseguridad, de la incertidumbre que nos rodea. Queremos seguridad en relación con el alimento, la ropa y la vivienda, seguridad en nuestras relaciones, en nuestras ideas. ¿No es eso, acaso, lo que estamos buscando? queremos estar seguros en nuestras posesiones, ya sea posesiones de cosas, de personas o de ideas; y por nuestras posesiones estamos dispuestos a combatir, mutilar, destruir. A fin de sentirnos seguros en nuestras relaciones, posesiones e ideas, hemos creado fronteras nacionales, creencias, dioses, líderes y demás. Cuando cada uno de nosotros está, de ese modo, buscando la seguridad, es natural que haya oposición, y esta oposición genera conflicto en nuestra vida; la existencia es, entonces, una batalla constante, un conflicto constante. Estando en conflicto, siendo desdichados, anhelamos encontrar la verdad. Expresada así, sucintamente, ésa es nuestra situación, y la examinaremos en detalle a medida que vayamos avanzando. Lo importante en nuestra vida es cómo eliminar el conflicto, cómo no ejercer resistencia alguna; por cierto, ése es nuestro problema, ¿verdad?

En todo el mundo hay guerras, hambre, competencia despiadada, conflicto entre los pueblos, entre las familias, dentro y fuera de la familia; hay división entre brahmines y no brahmines, entre indios y europeos, entre japoneses y norteamericanos, etc. Nuestro problema inmediato es el del alimento, la ropa y la vivienda, y la posibilidad de proveer estas necesidades para todos, de manera tal que no haya hambre en el mundo. Cada partido político, cada sistema, ya sea de la izquierda o de la derecha, ofrece una solución opuesta a otra, y del mismo modo seguimos ustedes y yo con nuestras rivalidades en lo político, social y económico. Nuestra vida es una lucha constante por mantener nuestra posición, por acumular dinero y apegarnos a él; y estamos acosados por otros innumerables problemas: el problema de la muerte y qué ocurre después de la muerte, el problema de la existencia de Dios, de la naturaleza de la verdad, etc. ¿Cómo vamos a abordar, ustedes y yo, estos complejos problemas?

Todos los intelectuales del mundo que han investigado estos problemas tratando de mostrarnos el modo de solucionarlos, han fallado en su intento. Esa es la calamidad de la civilización moderna, ¿no es así? Los intelectuales han fracasado, sus fórmulas son impracticables, y nosotros nos enfrentamos directamente con el problema del hambre y de la correcta clase de relación humana. Nuestro interés está, entonces, en la acción, en la relación, en descubrir cómo puede uno abordar de un modo nuevo todos estos problemas. Hemos visto que, el abordarlos de la vieja y rutinaria manera, no ha producido cambios fundamentales, sino que sólo ha aumentado la confusión. Así, pues, ¿cómo podemos ustedes y yo, abordar estos problemas de un modo nuevo? Obviamente, no podemos esperar que algún otro, un gurú o un líder, resuelva nuestras dificultades. Eso es infantil, es un pensar inmaduro. La responsabilidad es de ustedes y mía; puesto que los líderes han fracasado, y no tienen sentido alguno los sistemas y las fórmulas, no podemos sentarnos como espectadores aguardando a que nos digan lo que debemos hacer. Entonces, ¿cómo vamos a actuar en relación con estos problemas?

Antes de que podamos actuar, debemos saber cómo pensar. No actuamos sin pensamiento. La mayoría de nosotros actúa irreflexivamente, y actuar así nos ha conducido a esta confusión. Debemos, pues, descubrir cómo pensar, antes de saber cómo actuar. Ustedes y yo tenemos que descubrir el recto modo de pensar, ¿no es cierto? Si nos limitamos a citar el Bhagavad Gita, la Biblia o el Corán, eso no tiene sentido; carece de valor citar lo que algún otro ha dicho. Repetir una verdad es repetir una mentira. Pensamos que, repitiendo, hemos resuelto el problema. ¡Qué absurdo! La autoridad, ya sea moderna o antigua, no tiene relación alguna con el recto pensar. Sólo cuando ustedes y yo descubramos cómo pensar rectamente, podremos resolver los colosales problemas con que nos enfrentamos. Si esperamos que otros hagan el trabajo, ellos se volverán los líderes, y los líderes nos conducen inevitablemente a la catástrofe.

Ahora bien, ¿cómo empiezan ustedes a pensar rectamente? Para ello, deben conocerse a sí mismos, ¿no es así? Si no se conocen a sí mismos, no tienen base para el recto pensar; por lo tanto, no tiene valor lo que piensan. Ustedes no son diferentes del mundo; el problema del mundo es el problema de ustedes, y el proceso de cada uno de ustedes es el proceso total del mundo. Es decir, ustedes han creado el problema, que es tanto individual como universal, y para originar la recta acción que lo resolverá, deben ser capaces de pensar rectamente; es obvio que, para pensar rectamente, deben conocerse a sí mismos.

Por lo tanto, nuestro principal interés no es la mera salvación personal, sino saber cómo pensar rectamente por obra del conocimiento propio. Los individuos, cada uno de ustedes y yo, damos origen al mundo; en consecuencia, el individuo es de máxima importancia. Ustedes y yo somos responsables por la brutal confusión que reina en el mundo: el patriotismo, los nacionalismos en disputa, las absurdas divisiones de los pueblos. Examinaremos todo esto más tarde. Pero es obvio que ustedes y yo — no alguna fuerza misteriosa— somos responsables por la desdicha mundial. Es nuestra responsabilidad directa, y para generar la recta acción, tiene que haber un recto pensar. Así, pues, ustedes y yo somos sumamente importantes. Como dije, en tanto no sepan ustedes lo que son, carecen de base pare el recto pensar, y por eso es esencial que se conozcan a sí mismos antes de que hagan algo. Las personas listas que están aquí quizá digan: “Nosotros lo conocemos todo acerca del problema del mundo”, Cuando dicen eso, es porque no quieren actuar. Ofrecer una solución para el problema del mundo sin conocernos a nosotros mismos, no es otra cosa que una postergación de lo inevitable, porque el problema del mundo es nuestro propio problema, y el individuo no está separado del mundo.

En la comprensión de sí mismo, uno no se está apartando del mundo. No hay tal cosa como la existencia en aislamiento. Nada vive en aislamiento, y yo no estoy proponiendo ni un escape ni una evitación ni un retiro respecto de la vida. Por el contrario, uno puede comprenderse a sí mismo únicamente en la relación con las cosas, las personas y las ideas, y esa relación está siempre presente en la existencia, jamás está ausente. La relación es un proceso autorrevelador. Uno no puede negar la relación, si la niega, uno mismo cesa de existir. Lo que estoy diciendo, pues, es práctico, no es algo vago. Pero, en primer lugar deben ustedes ver el problema, y después descubrir el modo de encararlo; al encararlo apropiadamente, serán capaces de resolverlo. Por eso son ustedes sumamente importantes.

Durante las próximas seis semanas voy a hablarles sobre la manera de comprendemos a nosotros mismos, a fin de que haya un recto pensar y, por lo tanto, recta acción con respecto a los problemas que debemos afrontar. Existe una diferencia entre recto pensar y recto pensamiento. El recto pensamiento es estático, mientras que el recto pensar es flexible y está en movimiento constante. El recto pensar conduce al descubrimiento, al conocimiento directo, y llega con la observación de uno mismo. El individuo varía constantemente y, por eso, ustedes necesitan una mente rápida en extremo. Ése es el único camino hacia el recto pensar y, en consecuencia, hacia la recta acción, que son el único modo de resolver esta confusión actual.

Me han entregado tres o cuatro preguntas y trataré de contestarlas.

Pregunta: En vísta de la guerra que nos amenaza y de la probable devastación atómica de la humanidad, ¿no es inútil concentrarse en la mera transformación individual?

KRISHNAMURTI: Es una pregunta muy complicada y requiere un estudio muy cuidadoso. Espero que tengan la paciencia de avanzar paso a paso conmigo y no se detengan a mitad de camino. Sabemos cuáles son las causas de la guerra; son bastante obvias, e incluso un escolar puede verlas: codicia, nacionalismo, búsqueda de poder, divisiones geográficas y nacionales, conflictos económicos, Estados soberanos, patriotismo, una ideología, de izquierda o de derecha, tratando de imponerse sobre otra, etc. Estas causas de la guerra se originan en cada uno de ustedes y en mí; la guerra es la expresión espectacular de nuestra existencia diaria, ¿no es así? Nos identificamos con un determinado grupo nacional, religioso o racial, porque nos confiere una sensación de poder, y el poder engendra, inevitablemente, catástrofes. Ustedes y yo somos responsables por la guerra, no Hitler, Stalin o algún otro superlíder. Es una expresión conveniente decir que los responsables de la guerra son los capitalistas o ciertos líderes desequilibrados. En el fondo, cada uno desea ser rico, desea el poder. Éstas son las causas de la guerra, de las cuales cada uno de nosotros es responsable. Creo que es bastante obvio que la guerra es el resultado de nuestra existencia cotidiana, sólo que de manera más espectacular, más sangrienta.

Puesto que todos tratamos de acumular posesiones, de amontonar dinero, es natural que engendremos una sociedad con fronteras, límites, barreras arancelarias; y cuando una nacionalidad aislada entra en conflicto con otra, el resultado inevitable es la guerra; esto es un hecho. No sé si ustedes han reflexionado alguna vez sobre este problema. Nos enfrentamos con la guerra; ¿no deberíamos descubrir quién es responsable por ella? Un hombre sensato verá, sin duda, que él es responsable y dirá: "Yo estoy engendrando esta guerra; por lo tanto, dejaré de ser nacional, me despojaré del patriotismo, de la nacionalidad, no seré hindú, cristiano o musulmán, sino un ser humano”. Eso requiere cierta claridad de pensamiento y de percepción, cosa que la mayoría de nosotros no está dispuesta a afrontar. Si usted personalmente se opone a la guerra — pero no por respeto a un ideal, porque los ideales son un obstáculo para la acción directa — , ¿qué es lo que va a hacer? ¿Qué puede hacer un hombre cuerdo que se opone a la guerra? Ante todo, debe depurar su propia mente, ¿verdad?, y liberarse de las causas de la guerra, causas tales como la codicia. Puesto que ustedes son responsables de que haya guerras, resulta indispensable que se liberen de las causas de la guerra. Eso significa, entre otras cosas, que deben dejar de ser nacionales. ¿Están dispuestos a hacer eso? Obviamente, no, porque les gusta que los llamen hindú, brahmín, o cualquiera que sea el rótulo que tengan. Eso quiere decir que veneran el rótulo y lo prefieren a vivir cuerda y racionalmente; por lo tanto, van a ser destruidos, les guste o no.

¿Qué ha de hacer una persona que desea liberarse de las causas de la guerra? ¿Cómo ha de detener la guerra? ¿Puede ser detenida la guerra que se avecina? El ímpetu de la codicia, el poder del nacionalismo, que cada ser humano ha puesto en movimiento, ¿pueden ser detenidos? Evidentemente, no. La guerra podrá detenerse únicamente cuando Rusia, Norteamérica y todos nosotros nos transformemos de inmediato y digamos que no tendremos más nacionalismo, que no seremos rusos, norteamericanos, hindúes, musulmanes, alemanes o ingleses, sino seres humanos; seremos seres humanos en relación, tratando de vivir dichosamente juntos. Si las causas de la guerra son erradicadas del corazón y de la mente, entonces no habrá guerra. Pero el ímpetu del poder sigue en marcha. Les daré un ejemplo: Si una casa se está incendiando, ¿qué hacemos? Tratamos de salvar de la casa tanto como sea posible, y estudiamos las causas del incendio; después, encontramos la clase apropiada de ladrillos, el material adecuado para resistir el fuego, mejoramos la construcción, etc., y edificamos de nuevo. De igual manera, cuando una civilización se está desmoronando, destruyéndose a sí misma, los hombres cuerdos que ven lo imposible que resulta hacer algo al respecto, construyen una nueva que no se desmorone. Ese es, sin duda, el único modo de actuar, el único método racional, y no el de reformar meramente lo viejo, arreglar con remiendos la casa que se quema.


Ahora bien, si yo reuniera, aquí y en otras partes, a todos los que sienten que están verdaderamente libres de las causas de la guerra, ¿qué ocurriría? Es decir, ¿puede organizarse la paz? Miren lo que esto implica, vean lo que involucra el hecho de organizar la paz. Una de las causas de la guerra es el deseo de poder, poder individual, grupal y nacional. ¿Qué ocurre si formamos una organización para la paz? Nos convertimos en un punto focal de poder, y la búsqueda de poder es una de las causas de la guerra. Hay guerras continuas; no obstante, cuando nos organizamos para la paz, invitamos inevitablemente al poder; y cuando tenemos poder, estamos engendrando nuevamente las causas de la guerra. Entonces, ¿qué he de hacer? Viendo que una de las causas de la guerra es el poder, ¿he de oponerme a la guerra, lo cual implica fomentar el poder? En el proceso mismo de la oposición, ¿no estoy creando poder?

Así, pues, mi problema es por completo diferente. No es un problema de organización. Yo no puedo hablar a un grupo, sino sólo a cada uno de ustedes como individuo, mostrando cuáles son las causas de la guerra. Ustedes y yo, como individuos, debemos meditar sobre ello y no dejar que lo haga algún otro. Ciertamente, al igual que en una familia, cuando hay afecto, compasión, no necesitamos ninguna organización para la paz; lo que necesitamos es comprensión mutua, cooperación mutua. Cuando no hay amor, es inevitable que haya guerra. Para comprender el complejo problema de la guerra, debemos abordarlo muy sencillamente. Abordarlo sencillamente es comprender nuestra propia relación con el mundo. Si en esa relación hay un sentido de poder, de dominación, esa relación crea, por fuera, una sociedad basada en el poder, en la dominación, sociedad que, a su vez, genera guerra. Puedo ver eso con mucha claridad, pero si hablo de ello a diez personas y las organizo, ¿qué he hecho? He creado poder, ¿no es así? Debido a que tengo el apoyo de diez personas que se oponen al atizador de guerras, yo también soy responsable de crear guerra. Ninguna organización es necesaria. La organización es el elemento de poder que da origen a la guerra. Tiene que haber individuos contrarios a la guerra, pero cuando usted los reúne en una organización, o representa con ellos un credo, en el momento mismo en que hace eso, está en la misma posición que el atizador de guerras.

Casi todos nos satisfacemos con palabras, vivimos a base de palabras sin sentido, pero si examinamos el problema a fondo, con gran claridad, el problema mismo entrega la respuesta, uno no tiene que buscarla. Así, cada uno de nosotros debe darse cuenta de cuáles son las causas de la guerra, y cada uno debe liberarse de ellas.

Pregunta: En vez de discutir sutilezas sobre la cuestión del ser y del devenir, ¿por qué no se dedica usted a algunos de los candentes problemas del país y nos muestra una salida? ¿Cuál es su posición, por ejemplo, en las cuestiones de la unidad hindú-musulmana, de la amistad india-paquistaní, de la rivalidad entre brahmines y no brahmines, y en la cuestión de si Bombay debe ser una ciudad libre o formar parte de Maharashtra? Nos haría un gran servicio si pudiera sugerir una solución efectiva a estos difíciles problemas.

KRISHNAMURTI: La cuestión de si Bombay debería ser o no una ciudad libre, o si debería haber unidad entre hindúes y musulmanes, son problemas iguales a los que los seres humanos afrontan en todo el mundo. ¿Son problemas difíciles, o son problemas infantiles, inmaduros? Por cierto, deberíamos haber dejado muy atrás esta infantil clase de cosas; ¿y usted las llama "problemas candentes de hoy”? Cuando ustedes se denominan a sí mismos hindúes y dicen que pertenecen a determinada religión, ¿no están disputando acerca de palabras? ¿Qué entiende usted por hinduismo? Un conjunto de creencias, dogmas, tradiciones y supersticiones. La religión, ¿es un asunto de creencias? La religión es, por cierto, la búsqueda de la verdad, y personas religiosas no son aquéllas que tienen estas estúpidas ideas. Hombre religioso es el que busca la verdad, y él no necesita rótulos tales como hindú, musulmán o cristiano. ¿Por qué nos titulamos así? Porque no somos, en absoluto, personas religiosas. Si tuviéramos amor, compasión en nuestros corazones, no nos importarían un pepino tales nombres; y eso es religión. Debido a que nuestros corazones están-vacíos, se llenan de cosas que son infantiles, ¡y usted las llama “problemas candentes”! No hay duda de que eso es muy inmaduro.

Si Bombay debería ser una ciudad libre, si debe haber brahmines y no brahmines... ¿son éstos los problemas candentes, o son una fachada detrás de la cual ustedes se esconden? Después de todo, ¿quién es un brahmín? Por cierto, no es aquél que trae puesto el hilo sagrado. Un brahmín es una persona que comprende, que no ejerce autoridad social alguna, que es independiente de la sociedad, que no es codiciosa ni busca el poder, que es por completo ajena a todo poder; una persona así es un brahmín. ¿Somos personas así? Obviamente, no. Entonces, ¿por qué nos rotulamos con nombres que no tienen sentido? Lo hacemos porque ese rótulo es provechoso, nos brinda una posición en la sociedad. Un hombre cuerdo no pertenece a ningún grupo, no busca ninguna posición en la sociedad, puesto que esas cosas tan sólo engendran guerra, Si ustedes fueran realmente cuerdos, no les importaría cómo los llaman; no rendirían culto a un rótulo. Pero los rótulos, las palabras se tornan importantes cuando el corazón está vacío. A causa de que el corazón de ustedes está vacío, tienen miedo y están dispuestos a matar a otros. Es realmente un problema absurdo esta cuestión de los hindúes y los musulmanes. Señores, no hay duda de que es infantil, impropio de personas adultas, ¿no es así? Cuando usted ve cómo las personas inmaduras hacen una confusión de las cosas, ¿cuál es su actitud? De nada sirve que las golpee en la cabeza. O bien trata de ayudarlas, o se aparta y las deja en plena libertad de seguir con su confusión. A ellas les gustan sus juguetes, de modo que uno se aparta y construye una nueva cultura, una nueva sociedad.

El nacionalismo es un veneno, el patriotismo es una droga, y los conflictos del mundo son una distracción respecto de la relación directa con la gente. Si usted lo sabe ¿puede seguir complaciéndose en tales cosas? Si ve eso con claridad, no habrá división entre el hindú y el musulmán. Nuestro problema es, entonces, mucho más vasto que la cuestión de si Bombay debería ser una ciudad libre; por lo tanto, no nos extraviaremos en asuntos que son estúpidos frente a los verdaderos problemas de la vida. Señores, los verdaderos, problemas de la vida están cerca, a la mano, en la batalla que tiene lugar entre el marido y la esposa, entre uno mismo y su prójimo, etc. A causa de nuestras vidas personales, hemos creado esta confusión, estas disputas entre el brahmín y el no brahmín, entre el hindú y el musulmán; ustedes y yo hemos contribuido a esta confusión, y somos nosotros, no ciertos líderes, los responsables de ella. Puesto que es nuestra responsabilidad, tenemos que actuar. Para actuar, debemos pensar rectamente, y para pensar rectamente debemos desechar las cosas infantiles, todo lo que consideramos absolutamente falso y carente de sentido. Para que seamos seres humanos maduros, debemos dejar de lado los juguetes absurdos del nacionalismo, de la religión organizada, del seguir a alguien política o religiosamente. Ése es nuestro problema. Si usted es realmente serio acerca de todo esto, se liberará naturalmente de los actos infantiles, de calificarse con determinados rótulos, ya sean nacionales, políticos o religiosos; sólo entonces tendremos un mundo pacífico. Pero si se limitan a escuchar, saldrán de aquí y harán exactamente lo mismo que han hecho antes. (Risas). Se ríen, y ahí es donde radica la tragedia. No están interesados en terminar con la guerra, no les interesa realmente tener paz en el mundo.

En Poona, tal vez, están ustedes viviendo en paz por el momento, y piensan que sobrevivirán de algún modo. No van a sobrevivir. Se está hablando de guerra entre Hyderabad y la Nueva India, de problemas comunales, etc. Nos hallamos todos al borde de un precipicio. Toda esta civilización en la que el hombre ha creído, puede ser destruida; las cosas que hemos producido y cultivado con esmero, todo eso está en juego. A fin de que el hombre pueda salvarse del precipicio, tiene que haber una verdadera revolución, no una revolución sangrienta, sino una regeneración interna. No puede haber regeneración sin conocimiento propio. Sin conocernos a nosotros mismos, no hay nada que podamos hacer. Tenemos que examinar cada problema de un modo nuevo; y para eso debemos liberarnos del pasado, lo cual implica que debe llegar a su fin el proceso del pensamiento. Nuestro problema es comprender el presente en toda su magnitud, con sus inevitables catástrofes e infortunios; debemos afrontarlo todo de una manera nueva. Esa calidad de lo nuevo es imposible si meramente continuamos con el pasado, si analizamos el presente mediante el proceso del pensamiento. Cuando la mente está silenciosa, quieta, serena, sólo entonces se resuelve el problema. Por consiguiente, es fundamental que nos comprendamos a nosotros mismos. Ustedes y yo tenemos que ser la sal de la Tierra, debemos profesar un nuevo pensamiento, una nueva clase de felicidad.


I de setiembre de 1948



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