ÚLTIMAS PLÁTICAS EN SAANEN - Miercoles, 17 de julio -

 Cuarta plática 

Miércoles, 17 de julio

 Ustedes escucharon todos los anuncios. ¿Puedo a mi vez anunciar que voy a hablar? Y también que ustedes van a compartir la plática. Ésta no es un solo, sino que estamos juntos, y quien les habla quiere decir juntos, no que él los está guiando o ayudando o tratando de persuadirles, sino que mas bien estamos juntos; y esa palabra es importante -juntos emprendemos un viaje muy, muy largo. Es un camino bastante difícil -no, no usaré esa palabra, es una palabra peligrosa- una senda, un camino que resultará más bien complejo porque vamos a considerar el interés propio, la austeridad, la conducta, y también veremos si es posible terminar con todo el dolor en nuestra vida cotidiana. Ésta es una pregunta muy importante: ¿Por qué los seres humanos, después de tantos miles y miles de años, jamás han estado libres del dolor? No sólo el dolor de cada uno -la pena la ansiedad, la soledad envueltas en ese dolor- sino también el dolor de la humanidad. Vamos a hablar acerca de eso. Y, si tenemos tiempo, vamos a hablar del placer, y también de la muerte. Es una mañana tan hermosa, tan bella -el claro cielo azul, las silenciosas colinas, las sombras profundas, las aguas que fluyen, la pradera y la arboleda y el verde césped- que uno se pregunta si en una mañana tan hermosa no deberíamos considerar juntos qué es la belleza, porque ésa es también una cuestión muy importante. No la belleza de lo natural, o la extraordinaria vitalidad, la energía dinámica de un tigre. Ustedes probablemente sólo han visto tigres en un zoológico, donde a los pobres animales los mantienen encerrados para nuestra diversión. En algunas partes del mundo que ha visitado quien les habla, él estuvo cerca de un tigre salvaje, tan cerca como a dos pies de distancia. Debemos investigar esta cuestión, porque sin belleza y amor la verdad no existe. Es necesario que examinemos muy detenidamente la palabra belleza. ¿Qué es la belleza? Ustedes se están formulando esa pregunta y así lo hace quien les habla; estamos considerando juntos no sólo la palabra, sino las implicaciones de esa palabra, la inmensidad, la incalculable profundidad de la belleza. Podemos conversar al respecto, pero el conversar, las palabras, las explicaciones y descripciones no son la belleza. La palabra belleza no es la belleza. La belleza es algo por completo diferente. Por eso, si a uno se le permite señalarlo, tenemos que estar muy alertas a las palabras, porque nuestro cerebro trabaja, está activo en un movimiento de palabras. Las palabras comunican lo que uno siente, lo que uno piensa, y el cerebro acepta explicaciones y descripciones porque la mayor parte de la estructura de nuestro cerebro es verbal. Por lo tanto, uno tiene que investigar esto muy, muy cuidadosamente, no sólo en relación con la belleza, sino también en relación con la austeridad y el interés propio. Si quieren, esta mañana examinaremos todas estas cuestiones. Nos preguntamos, pues: ¿Qué es la belleza? ¿Está la belleza en una persona, en un rostro? ¿Está en los museos, en la pintura -pinturas clásicas, pinturas modernas? ¿Está la belleza en la música -en Beethoven, Mozart, Bach, o en todo el ruido que hoy tiene lugar en el mundo y al que llaman música? ¿Está la belleza en un poema? ¿En la literatura? ¿En la danza? ¿Es la belleza todo eso? ¿O la belleza es algo por completo diferente? Vamos a investigarlo juntos. Por favor, si uno puede señalarlo respetuosamente, no acepten las palabras, no se satisfagan meramente con la descripción y las explicaciones; desterremos, si es posible, de nuestro cerebro todo acuerdo o desacuerdo y consideremos esto muy cuidadosamente, permanezcamos con ello, profundicemos en la palabra. Como dijimos, sin la calidad de la belleza, que es sensibilidad, la verdad no existe. Esa calidad implica no sólo la belleza de lo natural -los desiertos, los bosques, los ríos y las vastas montañas con su inmensa dignidad, con su majestad- sino también el sentimiento de ello, no las imaginaciones románticas y los estados sentimentales -esas son meras sensaciones. Preguntamos, pues: ¿Es la belleza una sensación? Porque vivimos a base de sensaciones -sensación sexual, a la cual acompaña el placer y también la pena que implica el sentirse insatisfecho, etc. Podríamos, pues, eliminar en esta mañana de nuestro cerebro todas esas palabras e investigar esta enorme, muy complicada y sutil pregunta: ¿Cuál es la esencia de la belleza? No estamos escribiendo un poema. Cuando miramos esas montañas, esas rocas inmensas proyectándose en el cielo -si las miramos quietamente, sentimos su inmensidad, su grandiosa majestad y, por un instante, por un segundo, la tremenda dignidad, la solidez de ello aparta todos nuestros pensamientos, todos nuestros problemas -¿verdad? Y decimos: «¡Qué maravilloso es!» ¿Qué ha ocurrido ahí? La majestad de esas montañas, la inmensidad misma del cielo azul y de las montañas cubiertas de nieve, echan a un lado por un segundo todos nuestros problemas; hacen que uno se olvide completamente de sí mismo por un segundo. Uno está subyugado, impresionado por ello, como un niño que ha estado haciendo travesuras todo el día o por un rato -lo cual es bueno que sea así- y a quien le damos un juguete complicado. El niño queda absorto por el juguete hasta que lo rompe. El juguete se ha apoderado del niño y éste se queda tranquilo, lo está disfrutando. Se ha olvidado de su familia, del «Haz esto, no hagas aquello»; el juguete se convierte para él en la cosa más excitante. Del mismo modo, las montañas, el río, los prados y las arboledas lo absorben a uno, y uno se olvida de sí mismo. ¿Es eso la belleza? Quedar absorto por las montañas, por el río o por los campos verdes, significa que uno es como un niño absorto ante un juguete; y por el momento uno está quieto, sometiéndose, rindiéndose a algo. ¿Es eso la belleza? ¿Someterse a algo? ¿Comprenden? Nos rendimos ante algo grande, y esa cosa nos obliga durante un segundo a olvidarnos de nosotros mismos. Entonces dependemos de eso, como el niño depende de un juguete, o como dependemos del cine o la televisión cuando por un momento nos identificamos con el actor o la actriz. ¿Considerarían ustedes que ese estado -estar rendido, sometido, absorto ante algo, considerarían que ese segundo de quietud es belleza? Cuando ustedes acuden a una iglesia o a un templo o a una mezquita, los cánticos, los rituales, la entonación de las voces, están minuciosamente organizados para crear cierta sensación, y a esa sensación ustedes la llaman culto, la llaman sentimiento de religiosidad. ¿Es belleza eso? ¿O la belleza es algo por completo diferente? ¿Estamos comprendiendo juntos esta cuestión? Donde hay un esfuerzo autoconsciente, ¿hay belleza? ¿O la belleza existe sólo cuando está ausente el yo -cuando está ausente el centro, el observador? ¿Es entonces posible, sin estar absorto, sin someterse, sin rendirse a algo, encontrarse en ese estado donde no hay un ego, un yo que esté siempre pensando en sí mismo? ¿Es eso posible de algún modo, viviendo en este mundo moderno con sus especializaciones, su vulgaridad, su inmenso ruido -no el ruido de un arroyo, o el canto de un pájaro? ¿Es posible vivir en este mundo sin el yo, sin el mí, el ego, la persona, la afirmación de lo individual? Sólo en ese estado, cuando hay realmente libertad con respecto a todo esto, sólo entonces existe la belleza. Tal vez digan ustedes: «Eso es demasiado difícil, es imposible». Pero yo pregunto: ¿Es posible vivir en este mundo sin el interés propio? ¿Qué significa interés propio? ¿Cuáles son las implicaciones de esas palabras? ¿Hasta dónde podemos vivir aquí, en el bullicio, el ruido, la vulgaridad, la competencia, las ambiciones personales, etc., etc., etc., sin el interés propio? Vamos a investigar esto juntos. El interés propio se oculta de muchas maneras, bajo cada piedra y cada acto -se esconde en la plegaria, en el culto, en tener una profesión exitosa, un gran conocimiento, una reputación especial, como la de quien les habla. Cuando hay un gurú que afirma: «Lo conozco todo al respecto, les diré todo sobre ello» ¿no hay interés propio ahí? Esta semilla del interés propio nos ha acompañado por un millón de años. Nuestro cerebro está condicionado para el interés propio. Si nos damos cuenta de eso, si sólo nos damos cuenta y no decimos: «Yo no estoy interesado en mí mismos o «¿Cómo puede uno vivir sin el interés propio?», si simplemente nos damos cuenta de ello, ¿hasta dónde podemos llegar, hasta dónde podemos investigar en nosotros mismos y descubrir, cada uno de nosotros, cómo y a qué profundidad puede uno vivir en la acción, en la actividad diaria, en su conducta, sin un sentido de interés propio? De modo que, si lo desean, examinaremos todo eso. El interés propio divide, el interés propio es la mayor corrupción (la palabra corrupción significa ‘desunir’ las cosas) y donde hay interés propio hay fragmentación -su interés como opuesto a mi interés, mi deseo opuesto a su deseo, mi urgencia por trepar la escala del éxito opuesta a su urgencia. Solamente observen esto; ustedes no pueden hacer nada al respecto -¿comprenden?- sino sólo observarlo, permanecer con ello y ver lo que ocurre. Si alguna vez han desarmado un automóvil, como lo ha hecho quien les habla, ustedes llegan a conocer todas las partes, lo aprenden todo al respecto, saben cómo trabaja. (Estoy hablando de los automóviles de 1925; en ese período eran muy simples, muy directos, muy honestos, fuertes, bellos automóviles). Y cuando uno los conoce mecánicamente, puede sentirse tranquilo; sabe cuán rápidos o lentos pueden ir, etc. De igual manera, si nos damos cuenta de nuestro interés propio, comenzamos a aprender al respecto -¿de acuerdo? Uno no dice: «Tengo que estar contra ello, o a favor de ello, o cómo puedo vivir sin ello, o quién es usted para decirme cosas acerca de mí mismo». Cuando uno comienza a darse cuenta, sin opción alguna, de su interés propio, cuando comienza a permanecer con él, a aprender sobre él, a observar todas sus intrincaciones, entonces puede descubrir por sí mismo dónde es necesario y dónde es completamente innecesario. Es necesario para el vivir cotidiano -tener alimento, ropa y albergue y todas las cosas físicas- pero psicológicamente, internamente, ¿es necesaria cualquier clase de interés propio? Para averiguarlo investiguemos la relación. En nuestra relación de unos con otros existe un mutuo interés propio. Usted me satisface y yo lo satisfago; usted me usa y yo lo uso. Donde hay interés propio, tiene que haber fragmentación, división, ¿verdad? Yo soy diferente de usted -interés propio. ¿Qué es la relación? Relación con la tierra, con toda la belleza del mundo, con la naturaleza y con otros seres humanos -con la mujer de uno, con el marido, la novia, el novio, etcétera. ¿Qué es ese vínculo, qué es esa cosa acerca de la cual decimos: «Estoy relacionado»? Por favor, investiguemos esto juntos. Tengan la bondad de no confiar en la explicación a que se entrega quien les habla. Consideremos esto detenidamente. ¿Qué es la relación? Cuando no hay relación nos sentimos muy solitarios, deprimidos, ansiosos -ya conocen ustedes toda la serie de movimientos ocultos en la estructura del interés propio. ¿Qué es la relación? Cuando decimos, «mi esposa», «mi marido», ¿qué significa eso? Cuando ustedes se relacionan con Dios, si hay un dios, ¿qué significa eso? Es muy importante que se comprenda esa palabra ‘relación’. Yo estoy relacionado con mi esposa, con mis hijos, con mi familia. Empecemos por ahí. Ése es el núcleo de toda sociedad -la familia. En el mundo asiático especialmente, la familia significa muchísimo; para ellos es tremendamente importante -el hijo, el sobrino, la abuela, el abuelo. Es el núcleo en que se basa toda sociedad. De modo que cuando uno dice, «Mi esposa», «mi novia», «mi amigo», ¿qué significa eso? Casi todos ustedes probablemente están casados, o tienen una novia o un novio. ¿Qué significa estar relacionados con ellos? ¿Con qué están ustedes relacionados? Alejémonos por un momento de la esposa y el marido. Cuando ustedes siguen a alguien, a un gurú, a un profeta, a un político, cuando siguen a quien les habla o a alguna otra persona, ¿qué es lo que están siguiendo, a qué están sometiéndose, entregándose? ¿A la imagen que han creado con respecto a quien les habla, o al gurú? ¿A la imagen que tienen en el cerebro de que eso es lo correcto que deben hacer y, por tanto, seguirán a esa persona? ¿Es la imagen, la representación, el símbolo que han construido lo que están siguiendo, no la persona, no lo que esa persona dice? Quien les habla ha estado haciéndolo por los últimos setenta años. ¡Lo siento por él! Y, desafortunadamente, él ha ganado cierta reputación con los libros y todo eso, así que ustedes han creado naturalmente una imagen de él y están siguiendo esa imagen -no lo que dice la enseñanza. La enseñanza dice: «No sigas a nadie». Pero ustedes han construido una imagen, y están siguiendo lo que desean, lo que les satisface, lo que representa un tremendo interés propio -¿correcto? Volvamos ahora a la esposa y el marido. Cuando ustedes dicen «mi esposa, ¿qué quieren decir con esa palabra, cuál es el contenido de esa palabra, qué hay detrás de esa palabra? Considérenlo. ¿Son todos los recuerdos, las sensaciones, el placer, la pena, la ansiedad, los celos -está todo eso englobado en las palabras esposa o marido? El marido es ambicioso, anhela lograr una posición mejor, ganar más dinero, y la esposa no sólo se queda en la casa sino que tiene sus propias ambiciones, sus propios deseos. Así que están en eso. Pueden acostarse juntos, pero ambos están separados todo el tiempo. Seamos sencillos y honestos con estos hechos. Siempre hay conflicto. Uno puede no ser consciente de ello y decir: «¡Oh, no, no hay conflicto entre nosotros!», pero raspen un poco eso con una pesada pala, o con un escalpelo, y descubrirán que la raíz de todo esto es el interés propio. Y puede haber interés propio en los profesionales. Por supuesto que lo hay -médicos, científicos, filósofos, sacerdotes, toda la cosa es un deseo de realización personal. No estamos exagerando, simplemente expresamos ‘lo que es’, no tratamos de disimularlo, no tratamos de superarlo: está ahí. Esa es la semilla en que nacemos, y esa semilla continúa floreciendo, creciendo hasta que morimos. Y cuando tratamos de controlar el interés propio, ese control mismo es otra forma de interés propio. ¡Qué hábilmente opera el interés propio! Se oculta incluso detrás de la austeridad. Tenemos, pues, que examinar ahora qué entendemos por austeridad. ¿Qué es la austeridad? Todo el mundo, especialmente el mundo religioso, ha usado esa palabra, ha establecido ciertas leyes al respecto, especialmente para los monjes en diversos monasterios. (En la India no hay monasterios, excepto para los budistas. No hay monasterios organizados, afortunadamente). ¿Qué entendemos, pues, por esa palabra ‘austero’ a la que acompaña una gran dignidad? Buscamos esa palabra en el diccionario. Se deriva del griego: tener la boca seca; o sea, que quiere decir seco, áspero -no sólo la boca. Áspero. ¿Es eso austero? Áspero: negarse a sí mismo el lujo de un baño caliente, tener pocas ropas o vestir una forma particular de túnica, tomar votos de celibato, ser pobre, ayunar, sentarse derecho interminablemente, controlar todos los deseos... Por cierto que todo eso no es austeridad. Es todo una exhibición exterior. ¿Existe, pues, una austeridad que no sea una sensación, que no sea el resultado de una maquinación, o de una búsqueda de lisonjas, una austeridad que no diga: «Seré austero a fin de...»? ¿Existe una austeridad que no sea en absoluto visible para otros? ¿Comprenden ustedes todo esto? ¿Hay una austeridad que no contenga disciplina alguna -que posea internamente un sentido de totalidad sin anhelos, sin divisiones ni fragmentaciones? En esa austeridad hay dignidad, quietud. Uno tiene que comprender también la naturaleza del deseo. Ésa puede ser la raíz de toda la estructura del interés propio: el deseo. ¿Estamos juntos en esto? El deseo es una gran sensación, ¿no es así? El deseo son los sentidos que entran en actividad. Como dijimos antes, la sensación tiene para nosotros una gran importancia -la sensación del sexo, la sensación de una experiencia nueva, la sensación de encontrarse con alguien que es muy conocido. (Tengo que contarles esta encantadora historia. Una amiga nuestra se encontró con la Reina de Inglaterra y le estrechó la mano. Después de eso, una persona se acercó a ella y le dijo: ¡«¿Puedo estrechar su mano, puesto que usted ha estrechado la mano de la Reina?»!) Vivimos siempre a base de sensaciones -por favor, obsérvenlo- sensación de estar seguros, sensación de habernos realizado, sensación de gran placer, gratificación, etcétera. ¿Qué relación tiene la sensación con el deseo? ¿Es el deseo algo separado de la sensación? Investiguen esto, por favor; es importante comprenderlo. Yo no estoy explicándolo; lo estamos considerando juntos. ¿Qué relación hay entre el deseo y la sensación? ¿Cuándo se convierte en deseo la sensación? ¿O son inseparables? ¿Entienden? ¿Marchan siempre juntos? ¿Correcto? ¿Están ustedes trabajando tan intensamente como lo hace quien les habla? ¿O simplemente dicen: «Sí, prosiga con eso»? ¿O es que han escuchado esto antes y piensan: «¡Oh, Dios, ha vuelto a eso otra vez!»? Ustedes saben que cuanto más comprenden la actividad del pensamiento, tanto más profundamente llegan hasta la raíz del pensamiento; entonces comienzan a comprender muchísimas cosas. Entonces ven todo el fenómeno del mundo, la verdad de la naturaleza; y se preguntan: «¿Qué es la verdad?» No examinaré todo eso por el momento. Nuestra vida se basa en la sensación y el deseo, y nos estamos preguntando: ¿Cuál es la verdadera relación entre ambos? ¿Cuándo se convierte en deseo la sensación? ¿Están siguiendo esto? ¿En qué segundo se vuelve dominante el deseo? Veo una bella cámara fotográfica con todos los últimos perfeccionamientos. La tomo y la miro, y hay una sensación de observación -al ver la muy compleja y valiosa cámara, tan bellamente construida- como un placer de posesión, un placer de tomar fotos. ¿Qué tiene, pues, que ver esa sensación con el deseo? ¿Cuándo comienza ese deseo a florecer en acción y a decir: «Tengo que poseerla»? ¿Han observado ustedes el movimiento de la sensación, ya sea la sensación sexual, o la sensación de pasear por los valles o escalar las colinas dominando todo el mundo desde una gran altura, o la de ver un hermoso jardín mientras que ustedes sólo tienen un poco de césped alrededor del lugar que habitan? Uno ve esto; ¿qué ocurre entonces, qué es lo que convierte la sensación en deseo? ¿Están siguiendo todo esto? Tengan la bondad de no dormirse. Es una mañana demasiado hermosa. Permanezcan con esta pregunta: ¿Qué relación hay entre la sensación y el deseo? Permanezcan con ella, no traten de encontrarle una respuesta; mírenla, obsérvenla, vean sus implicaciones. Entonces descubrirán que la sensación, que es algo natural, se transforma en deseo cuando el pensamiento crea de esa sensación una imagen. Es decir: existe la sensación de ver esa muy costosa y bella cámara fotográfica; después surge el pensamiento y dice: «Deseo tener esa cámara». De modo que el pensamiento crea de esa sensación una imagen, y en ese instante nace el deseo. Vean esto por sí mismos, investíguenlo. No necesitan ningún libro, ningún filósofo, no necesitan a nadie -sólo mírenlo, pacientemente, tanteándolo, y entonces darán muy rápidamente con ello. O sea, que la sensación es una esclava del pensamiento, y el pensamiento crea una imagen; y en ese instante nace el deseo. Y nosotros vivimos a base de deseo: «Yo tengo que tener esto». «Yo no lo quiero». «Yo tengo que llegar a ser...» ¿Entienden todo este movimiento del deseo? ¿Cómo se relaciona, pues, el deseo con el interés propio? Estamos siguiendo el mismo hilo de la investigación. Mientras haya deseo -que mediante el pensamiento está creando una imagen a partir de la sensación- tiene que haber interés propio. Es lo mismo que yo anhele alcanzar el cielo, o que quiera llegar a ser director de un banco, o una persona rica. Es exactamente la misma cosa que deseen llegar al cielo o que deseen volverse ricos. Si alguien desea ser un santo y otro desea una gran destreza en algo, se trata exactamente de la misma cosa. Uno se llama religioso, y el otro mundano. ¡Cómo nos mutilan las palabras! Tenemos, pues, que llegar a esta pregunta: ¿Qué es el dolor? ¿Es que el dolor existe en tanto haya interés propio? Por favor, investíguenlo. Si comprenden todo esto, no necesitan leer ni un solo libro. Si viven verdaderamente con esto, están abiertas las puertas del cielo -no del cielo, ustedes entienden, es sólo una forma de hablar. Estoy formulando, pues, una pregunta muy seria que ha obsesionado al hombre desde el principio de su existencia: ¿Qué es el dolor, qué son las lágrimas, la risa, la pena, la ansiedad, la soledad, la desesperación? ¿Y puede ello terminar alguna vez? ¿O el hombre está condenado a vivir para siempre con el dolor? Todos en la tierra, todos, ya sea que tengan una alta posición o que no sean nadie en absoluto, todos pasan por esta confusión del dolor, por la conmoción, la pena, la incertidumbre, la completa soledad que el dolor implica. El dolor de un hombre pobre que no sabe leer ni escribir, que no tiene más que una comida al día y duerme sobre el pavimento, es igual al dolor de cualquiera de ustedes; él tiene su propio dolor. Está el dolor de millones de personas sacrificadas por los poderosos, por los intolerantes, torturadas por las religiones -el creyente y el ateo- ¿comprenden todo esto? El cristianismo especialmente ha asesinado a más personas que ninguna otra religión -¡lo siento! Existe, pues, el dolor. ¿Qué significa esa palabra? ¿Es una mera rememoración de algo que uno ha perdido? Uno tuvo un hermano, un hijo o una esposa que murieron, y uno conserva el retrato, la fotografía de ellos sobre el piano, o sobre la repisa de la chimenea, o junto a la cama, y tiene en la mente los recuerdos de todos aquellos días en que ellos estaban vivos. ¿Es eso el dolor? El dolor, ¿es engendrado, cultivado por la memoria? ¿Comprenden mi pregunta? Cuando alguien es abatido por la muerte, por un accidente, por la vejez o lo que fuere, y el recuerdo continúa, ¿es eso el dolor? ¿Está el dolor relacionado con la memoria? ¡Vamos, señores! Yo tenía un hijo, o un hermano, o una madre a quienes quería -usaré por el momento la palabra ‘querer’. Llamo a ese ‘querer’, amor. Quería muchísimo a esas personas. Vivía con ellas. He charlado con ellas, jugábamos juntos. Todos esos recuerdos están almacenados. Y mi hijo, mi hermano, mi esposa u otra persona, muere, es arrebatada, se ha ido para siempre, y yo experimento un choque, me siento terriblemente solo y derramo lágrimas. Y me largo a una iglesia, a un templo, o tomo un libro, hago esto o aquello para escapar; o digo: «Rezaré y lo superaré. Jesús me salvará». Ya conocen todo ese asunto. Lo siento, no estoy menospreciando la palabra Jesús. Usen otras palabras -Buda o Krishna- es la misma cosa con un nombre diferente, o es el mismo símbolo, el mismo contenido del símbolo. Los símbolos varían, pero su contenido es el mismo. Entonces, ¿es el dolor meramente el final de la realidad de ciertos recuerdos? La realidad que creó, que acumuló esos recuerdos, ha terminado y, por lo tanto, yo me siento perdido. He perdido a mi hijo. ¿Es eso el dolor? ¿O eso es autocompasión (no somos crueles al decirlo) más preocupada con mis propios recuerdos, mi pena, mi ansiedad, que con la muerte de alguien? Ese dolor, ¿es interés en uno mismo? Por favor, investíguenlo. Yo cultivo ese recuerdo; soy fiel a mi hijo; soy fiel a mi anterior esposa aunque me haya casado nuevamente con otra mujer. Soy muy fiel al recuerdo de aquellas cosas que han ocurrido en el pasado. ¿Es eso el dolor? Luego está el dolor del fracaso -ya conocen ustedes todo el movimiento del interés propio que se identifica con esa palabra y llora. Y estas lágrimas han sido vertidas por el hombre y la mujer durante un millón de años. Y aún seguimos llorando. Lloran los que están en guerra, destrozados a causa de una idea, la idea de que deben dominar, de que deben ser diferentes. La idea. El pensamiento nos está destruyendo a cada uno de nosotros. Y piensen en todos los que han llorado antes de nosotros. ¿Existe, pues, un final para el dolor? La palabra dolor también implica pasión. Mientras haya interés propio identificándose con aquellos recuerdos que siguen estando ahí pero cuya realidad ha terminado, ese interés propio es un fragmento, una parte del movimiento del dolor. ¿Puede todo eso terminar? Donde hay dolor no puede haber amor. ¿Qué es, entonces, el amor? ¿Saben?, hemos penetrado en temas muy, muy serios. Esto no es sólo algo para que ustedes jueguen con ello durante la mañana de un miércoles o domingo. Todo esto es algo profundamente serio. No es un galopar por el camino. Es caminar por la senda lentamente, observando las cosas, observando, observando, observando, permaneciendo con las cosas que a uno lo perturban, con las cosas que a uno le agradan, con las cosas abstractas -todas las imaginaciones, todas las cosas que ha elaborado el cerebro (incluyendo a Dios, que es una actividad del pensamiento). Dios no nos ha creado. Nosotros hemos creado a Dios a nuestra propia imagen, que es... No examinaré esto, ¡es tan claro y sencillo! Hablar del amor también implica hablar de la muerte. Amor, muerte y creación. ¿Comprenden? Pueden emplear una hora en esto, porque es algo muy, muy serio. Preguntamos: ¿Qué es la creación? No la invención -por favor, diferencien entre creación e invención. La invención es un conjunto nuevo de ideas, tecnológicas, psicológicas, científicas, etc. No hablamos de ideas. Estamos considerando cosas muy serias: el amor, la muerte y la creación. Esto no puede contestarse en cinco minutos. Perdónenme. Trataremos esto el próximo domingo. No es que los esté invitando. Lo investigaremos, y también investigaremos qué es la religión, qué es la meditación y si existe algo más allá de todas las palabras, de toda medida y pensamiento -algo no producido por el pensar, algo inexpresable, infinito, intemporal. Investigaremos todo eso. Pero uno no puede llegar a ello si hay temor o falta de relaciones verdaderas, ¿entienden? A menos que el cerebro de ustedes esté libre de todo eso, no podrán comprender lo otro.