LIBERESE DEL PASADO - J.K. - CAPÍTULO 9

 CAPÍTULO IX 

El Tiempo El Dolor La Muerte 

Me siento tentado a repetir el relato acerca de un gran discípulo que le rogó a Dios le enseñara la verdad. Este pobre Dios dijo: “Amigo mío, ¡hace un día tan caluroso! Por favor, dame un vaso de agua”. Se va, pues, el discípulo y toca a la puerta de la primera casa que encuentra, donde le recibe una hermosa mujer. El discípulo se enamora de ella, se casan y tienen varios hijos. Sucede que un día empieza a llover y sigue lloviendo, lloviendo, crecen los torrentes, las calles se inundan, las casas son barridas por el agua. El discípulo se apoya en su mujer y carga a los hijos sobre los hombros, y cuando lo está arrastrando la corriente, clama: “Señor, por favor, sálvame”. Y el Señor dice: “¿Dónde está el vaso de agua que te pedí?”. Este es un relato bastante bueno, porque la mayoría de nosotros pensamos en términos de tiempo. El hombre vive cara al tiempo. Inventar el futuro ha sido su juego de escape favorito. Pensamos que el cambio en nosotros puede realizarse con el tiempo, que el orden interior puede establecerse poco a poco, añadiendo algo día a día. Pero el tiempo no trae orden ni paz; por lo tanto, debemos dejar de pensar el términos de grados. Esto significa que no hay un mañana en el que llegaremos a ser pacíficos. Tenemos que poner orden inmediatamente. Cuando hay un verdadero peligro, el tiempo desaparece, ¿no es así? Hay acción inmediata. Sin embargo, no vemos el peligro de muchos de nuestros problemas y por eso inventamos el tiempo como medio de superarlos. El Tiempo es un impostor que en nada nos ayuda a producir un cambio en nosotros mismos. El tiempo es un movimiento que el hombre ha dividido en pasado, presente y futuro, y mientras lo siga dividiendo, estará siempre en conflicto.

¿Es aprender cuestión de tiempo? No hemos aprendido en estos miles de años, que hay una vida mejor que no sea odiarnos y matarnos unos a otros. Es muy importante que comprendamos el problema del tiempo, si queremos cambiar esta vida que se ha hecho tan monstruosa y tan vacía por culpa nuestra. Debemos primero comprender que sólo se puede mirar el tiempo con esa frescura e inocencia de mente de que ya hemos hablado. Estamos confusos respecto de nuestros múltiples problemas y nos sentimos perdidos en esa confusión. Ahora bien, cuando uno está perdido en un bosque, ¿qué es lo primero que hace? Detenerse, ¿no es así? Uno se detiene y mira a su alrededor. Pero mientras más perdidos y confusos nos sentimos en la vida, más corremos dando vueltas, buscando, preguntando, exigiendo, rogando. Así, pues, si me permite sugerirle, primero deténgase por completo para mirar en su interior, porque cuando usted de hecho se detiene internamente, psicológicamente, su mente se pone muy clara, muy serena. Entonces puede realmente mirar esta cuestión del tiempo. Los problemas existe sólo en el tiempo, esto es, cuando hacemos frente a una situación en forma incompleta. Este acercamiento a medias crea el problema. Cuando afrontamos un reto parcialmente, fragmentariamente o intentamos escapar de él, es decir, cuando lo enfocamos sin darle toda nuestra atención, creamos un problema. Y el problema continúa mientras persistimos en darle atención incompleta, mientras esperamos resolverlo un día de estos. ¿Sabe usted qué es el tiempo? No según el reloj, no el tiempo cronológico, sino el psicológico. Es el intervalo entre la idea y la acción. Una idea evidentemente nos viene para la propia protección, para estar seguro. La acción siempre es inmediata; no pertenece al pasado ni al futuro. Se debe actuar siempre en el presente, pero la acción es tan peligrosa, tan incierta, que nos ajustamos a una idea porque confiamos nos dé cierta seguridad. Vea esto en usted mismo. Usted tiene una idea de lo que es correcto o equivocado, o un concepto ideológico a cerca de usted y de la sociedad, y de acuerdo con esta idea se dispone a actuar. Por lo tanto, la acción está en conformidad con esa idea, aproximándose a esa idea, y de aquí que siempre haya conflicto. Existe la idea, el intervalo y la acción. Y en ese intervalo está todo el campo del tiempo. Ese intervalo es esencialmente pensamiento. Cuando usted piensa que será feliz mañana, tiene una imagen de usted mismo logrando cierto resultado en el tiempo. El pensamiento, por medio de la observación, por medio del deseo y la continuidad de ese deseo, sustentado por ulteriores pensamientos, dice: “Mañana seré feliz, mañana tendré éxito, mañana el mundo será un lugar hermoso”. Así el pensamiento crea este intervalo que es el tiempo.

Ahora preguntamos: ¿Podemos detener el tiempo? ¿Podemos vivir tan completamente, de modo que el pensamiento no tenga un mañana en qué pensar? Porque el tiempo es dolor. Esto es, ayer, o hace un millar de ayeres usted amaba, o tenía un compañero que se ha ido, y ese recuerdo perdura, y usted piensa en ese placer y en ese dolor; usted está mirando hacia atrás, deseando, esperando, lamentándose, y así el pensamiento una y otra vez engendrando esta cosa que llamamos dolor y le da continuidad al tiempo. Mientras haya este intervalo de tiempo que ha sido engendrado por el pensamiento, tiene que haber dolor, tiene que existir la continuidad del temor. Por ese motivo uno se pregunta: ¿puede este intervalo terminar? Si usted dice: “¿terminará alguna vez?”, ya está formulando una idea, algo que quiere lograr, y así usted crea un intervalo y de nuevo se ve atrapado en él.

Ahora tomemos la cuestión de la muerte, que es un inmenso problema para la mayoría. Usted conoce la muerte, ahí está caminando a su lado, día tras día. ¿Será posible conocerla tan completamente que no sea para usted un problema en absoluto? Para lograrlo, toda creencia, toda esperanza, todo temor debe terminar; de otro modo, usted está conociendo esta cosa extraordinaria a través de una conclusión, de una imagen, con una ansiedad premeditada y, por lo tanto, se está enfrentando a ella en el tiempo. El tiempo es el intervalo entre el observador y lo observado. Es decir, el observador, usted, tiene miedo de encontrarse con esta cosa llamada muerte. Usted no sabe lo que significa; usted tiene toda clase de esperanzas y teorías acerca de ella; usted cree en la reencarnación o en la resurrección, o en algo llamado alma, el âtmân, una entidad espiritual fuera del tiempo que se designa con diferentes nombres. Ahora bien, ¿ha experimentado por usted mismo si hay un alma? ¿O es que hay algo permanente, continuo, que está más allá del pensamiento? Si el pensamiento puede pensar en ello, está dentro de su radio de acción y, por lo tanto, no puede ser permanente, porque no existe nada permanente dentro del campo del pensamiento. Descubrir que no hay nada permanente es de importancia tremenda pues sólo entonces la mente está libre. Luego, usted puede observar, y en esa observación hay gran gozo. Usted no puede tener miedo a lo desconocido pues no sabe qué es lo desconocido, por lo tanto, no hay nada que temer. La muerte es una palabra, y es la palabra, la imagen, la que crea el temor. Así, ¿podría usted mirar la muerte sin la imagen de la muerte? Mientras exista la imagen de la cual surge el pensamiento, éste siempre tiene que crear temor. Entonces usted, o bien racionaliza su temor a la muerte y levanta resistencia contra lo inevitable, o inventa innumerables creencias para protegerse del temor a la muerte. De aquí que haya una distancia entre usted y la cosa a la cual teme. En este intervalo de espacio-tiempo tiene que haber conflicto, o sea, temor, ansiedad y lástima propia. El pensamiento, que engendra el temor a la muerte, dice: “Vamos a posponerla, a evitarla, a mantenerla tan lejos como sea posible; no pensemos en ella”, pero usted sigue pensando en ella. Cuando dice: “No quiero pensar en ella”, ya ha pensado cómo evadirla. Usted teme a la muerte porque la ha postergado.

Hemos separado el vivir del morir, y el intervalo entre el vivir y el morir es el temor. Éste intervalo, ese tiempo es creado por el temor. Vivir es para nosotros tortura diaria, insultos diarios, dolor y confusión; sólo ocasionalmente se nos habré una ventana hacia mares encantados. Esto es lo que llamamos vivir, y tenemos que morir, lo cual terminaría con tal infortunio. Más que enfrentarnos a lo desconocido nos apegamos a lo conocido: nuestra casa, nuestros muebles, nuestra familia, nuestro carácter, nuestro trabajo, nuestros conocimientos, nuestra fama, nuestra soledad, nuestros dioses -esa pequeña cosa que se mueve incesantemente dentro de sí misma con su propio patrón estrecho de una existencia amargada-. Pensamos que el vivir está siempre en el presente y que el morir es algo que nos espera en el tiempo distante. Pero nunca hemos cuestionado si esta batalla del vivir diario es vida en modo alguno. Queremos saber la verdad acerca de la reencarnación; queremos pruebas de la supervivencia del alma, escuchamos las afirmaciones de los clarividentes y las conclusiones de la investigación psíquica, pero nunca preguntamos, NUNCA, cómo debemos vivir -vivir cada día con deleite, con fascinación, con belleza-. Hemos aceptado la vida tal como es, con toda su agonía y desesperación, y nos hemos acostumbrado a ella. Y pensamos en la muerte como algo que debe evitarse cuidadosamente. Pero la muerte es tan extraordinaria como la vida cuando sabemos vivir. Usted no puede vivir sin morir. No puede vivir si no muere psicológicamente cada minuto. Esta no es una paradoja intelectual. Para vivir cada día de manera plena, total, como si todo tuviera un nuevo encanto, debe morir a todas las cosas del ayer; de otro modo usted vive mecánicamente, y una mente mecánica nunca podrá saber qué es el amor, ni qué es la libertad. Muchos de nosotros tememos morir porque no sabemos lo que significa vivir. No sabemos vivir, y, por lo tanto, no sabemos morir. Mientras estemos temerosos de la vida, estaremos temerosos de la muerte. El hombre que no le tiene miedo a la vida, no teme sentirse completamente inseguro, pues comprende que internamente, psicológicamente no hay seguridad. Cuando no hay seguridad, hay un movimiento que nunca termina y entonces la vida y la muerte son iguales. El hombre que vive sin conflicto, que vive con belleza y amor, no teme a la muerte, porque amar es morir. Si usted muere a todas las cosas que conoce, incluyendo su familia, sus recuerdos, todo lo que ha sentido, entonces la muerte es una purificación, un proceso rejuvenecedor; entonces de la muerte nace la inocencia. Y sólo el inocente es apasionado; no así la persona que cree, o que quiere descubrir lo que ocurre después de la muerte. Para descubrir realmente lo que sucede cuando se muere, usted debe morir. Esto no es chiste. Usted debe morir-no físicamente, sino psicológicamente, internamente, morir a las cosas que ha acariciado y a las cosas que le producen amargura-. Si usted ha muerto a alguno de sus placeres, al más pequeño o al más grande de un modo natural, sin esfuerzo ni argumentación, entonces usted sabrá lo que significa morir. Morir es tener una mente vacía de sí mismo, vacía de sus diarios placeres, anhelos y agonías. La muerte es una renovación, una mutación en la que el pensamiento no actúa en absoluto, porque todo pensamiento es viejo. Cuando se muere, surge algo totalmente nuevo. Liberarse de lo conocido es morir, y entonces usted está viviendo.




LIBERESE DEL PASADO -J.K. - CAPÍTULO 8

 CAPÍTULO VIII 

La Libertad - La Rebelión - La Sociedad Interna - La Inocencia - Vivir con Nosotros Mismos tal como Somos-

Ningunas de las agonías de la represión, ni la brutal disciplina para conformarse a una norma han conducido a la verdad. Para llegar a la verdad, la mente debe ser completamente libre, sin una mácula de distorsión. Pero primero preguntémonos si deseamos realmente ser libres. Cuando hablamos de libertad, ¿estamos hablando de libertad total o de libertarnos de algo enojoso, inconveniente o desagradable? Nos gustaría librarnos de penosos y desagradables recuerdos y de experiencias desdichadas, pero conservar las ideologías, fórmulas y relaciones que nos llenan de placer y satisfacción. Sin embargo conservar lo uno sin lo otro es imposible porque, como hemos visto el placer es inseparable del dolor. Así, toca a cada uno de nosotros decidir si queremos o no ser completamente libres. Sí decimos que sí, entonces tenemos que comprender la naturaleza y la estructura de la libertad. ¿Hay libertad cuando usted se libra de algo -se libra del dolor o de alguna clase de ansiedad?- ¿O es la libertad en sí misma, algo por completo diferente? Usted puede librarse de los celos, por ejemplo, pero ¿no es eso una reacción, no siendo, por lo tanto, libertad en absoluto? Usted puede librarse de un dogma fácilmente, analizándolo, rechazándolo, pero el motivo que tuvo para librarse de ese dogma tiene su propia reacción porque el deseo de estar libre del mismo se debe quizás a que ya no le conviene o no está de moda. O bien, usted puede librarse del nacionalismo porque cree en el internacionalismo, o por que siente que ya no es económicamente necesario adherirse a este tonto dogma nacionalista con su bandera y todas estas bagatelas. Usted puede fácilmente desechar eso. O puede usted reaccionar contra un líder espiritual o político que le ha prometido libertad como resultado de alguna disciplina o rebelión. Pero, ¿tiene tal racionalismo, tal conclusión lógica, algo que ver con la libertad? Si usted dice que está libre de algo, su actitud es una reacción, la cual se convertirá después en otra reacción, que a su vez producirá otra forma de conformidad o de dominio. En este caso, usted puede tener una cadena de reacciones y aceptar cada una de ellas como libertad. Pero no lo es; es la simple continuación de un pasado modificado, al que la mente se apega.

La juventud de hoy, como toda juventud, está en rebelión contra la sociedad, y eso es bueno en sí mismo, pero la rebelión no es libertad, porque cuando usted se revela, sólo está reaccionando. Y esa reacción establecerá su propio patrón en el cual se vera cogido otra vez. Usted piensa que es algo nuevo. Pero no lo es; es lo viejo en un molde distinto. Cualquier rebelión social o política, inevitablemente regresa a la antigua y buena mentalidad burguesa. La libertad sólo surge cuando usted ve y actúa, nunca a través de la rebelión. Ver es actuar, y tal acción es tan instantánea como cuando usted se enfrenta a un peligro. Entonces no funciona su cerebro; usted no discute o vacila; el peligro mismo lo compele a actuar. Por lo tanto, ver es actuar y ser libre. La libertad es un estado de la mente -no verse libre de algo sino tener sentido de libertad- libertad para dudar e investigarlo todo, y por ser así, tan intensa, activa y vigorosa que rechaza toda forma de dependencia, de esclavitud, de conformidad y aceptación. Tal libertad implica estar completamente solo. Pero, ¿podrá la mente educada en una cultura que depende tanto del ambiente y de sus propias tendencias, encontrar alguna vez esa libertad, o sea, una vida de completa soledad en la cual no hay liderazgo, ni tradiciones, ni autoridad?. Esta soledad es un estado interior de la mente que no depende de estímulo, de conocimiento alguno, y que no es resultado de ninguna experiencia o conclusión. Muchos de nosotros jamás estamos solos internamente. Existe una diferencia entre el aislamiento, la propia separación y el quedarse a solas consigo mismo, la soledad interna. Todos sabemos lo que es estar aislados construyendo un muro a nuestro alrededor, para nunca ser heridos, nunca ser vulnerables, y cultivando el desapego, que es otra forma de agonía, o viviendo en la soñadora torre de marfil de alguna ideología. La soledad interna es algo muy distinto. Usted nunca está solo, por está lleno de todos los recuerdos, de todo el acondicionamiento, de todos los murmullos del ayer; su mente jamás se halla libre de los residuos que ha acumulado. Para estar solo debe usted morir al pasado. Cuando está solo, totalmente solo, sin pertenecer a ninguna familia, a ninguna nación, a ninguna cultura, a ningún continente particular, usted experimenta la sensación de ser un extraño. El hombre que está completamente solo en esta forma, es inocente, y esa inocencia libera la mente del dolor.

Llevamos sobre nosotros la carga de lo que han dicho miles de personas y el recuerdo de nuestros infortunios. Abandonar todo eso en absoluto es estar solo, y la mente que está sola además de inocente es joven -no en términos de tiempo o años de vida, sino joven, inocente, vivaz en cualquier edad- y sólo una mente así puede ver aquello que es la verdad y aquello que no puede medirse en palabras. En esta soledad interna, usted empezará a comprender la necesidad de vivir con usted mismo tal como es, no como piensa que debería ser o como ha sido antes. Vea si puede mirarse usted mismo sin estremecimiento, sin falsa modestia, temor, justificación o condenación alguna -simplemente viva con usted mismo como es usted en realidad-. Sólo cuando usted vive con algo íntimamente, empieza a comprenderlo. Pero tan pronto se habitúa a ello -se acostumbra a su propia ansiedad, envidia o lo que sea- ya no está viviendo con ello. Si usted vive junto a un río, luego de pocos días no oye el sonido del agua, o si tiene un cuadro en su habitación que esta viendo todos los días, lo pierde de vista después de una semana. Y ocurre igual con las montañas, los valles, los árboles -lo mismo con su familia, su esposo, su esposa-. Pero cuando vive con algo como los celos, la envidia o la ansiedad, nunca debe acostumbrarse a ello ni aceptarlo. Usted debe cuidarlo, como cuidaría un árbol recién plantado, protegiéndolo contra el sol, contra las tormentas. Debe interesarse por ello sin condenación o justificación alguna. De esta manera empieza a amarlo. Cuando despierta su interés, comienza a amarlo. No es que usted ame al hecho de ser envidioso o impaciente, como sucede con muchas personas, sino más bien que usted se interesa en observar este hecho.

Así, ¿puede usted -podemos usted y yo- vivir con lo que realmente somos, sabiendo que somos torpes, envidiosos, miedosos, creyéndonos tremendamente afectivos sin serlo y sintiéndonos fácilmente humillados, adulados y aburridos? ¿Podemos vivir con todo eso, sin aceptarlo ni negarlo, simplemente observándolo sin ponernos morbosos, deprimidos o exaltados? Ahora bien, hagámonos otra pregunta más. ¿Ha de lograrse con el tiempo esta libertad, esta soledad interna, este ponerse en contacto con toda la estructura de lo que somos internamente? En otras palabras, ¿se logra la libertad por un proceso gradual? Es evidente que no, porque tan pronto le da paso al tiempo, usted está esclavizándose más y más. Usted no puede llegar a ser libre gradualmente, no es cuestión de tiempo. La próxima pregunta es: ¿Puede usted llegar a ser consciente de esa libertad? Si dice “Yo soy libre”, entonces no es libre. Es como el hombre que dice, “soy feliz”. Tan pronto dice “yo soy feliz”, está viviendo con el recuerdo de algo que se ha ido. La libertad sólo puede venir naturalmente, sin desearla, quererla, anhelarla. Tampoco la encontrará creando una imagen de lo que usted piensa que es. Para llegar a ella, la mente tiene que aprender a observar la vida, que es un vasto movimiento sin las ataduras del tiempo, porque la libertad radica más allá del campo de la conciencia.