CAPÍTULO XII
LA COMPRENSIÓN
Conocernos a nosotros mismos, sin duda significa conocer nuestra relación con el mundo, no sólo con el mundo de las ideas y de las personas, sino también con la naturaleza, con las cosas que poseemos. Eso es nuestra vida; la vida es la relación con todo. ¿Y exige especialización el comprender esa relación? Evidentemente no. Lo que se requiere es una clara conciencia para hacer frente a la vida en su totalidad. ¿Cómo se puede ser consciente? Ese es nuestro problema. ¿Cómo va uno a tener esa clara conciencia, si es que puedo usar ese término sin que él signifique especialización? ¿Cómo va uno a ser capaz de enfrentarse a la vida como un todo? Ello implica no sólo relaciones personales con el prójimo sino también con la naturaleza, con las cosas que poseéis, con las ideas, y con las cosas que la mente elabora, tales como ilusiones, deseos, y lo demás. ¿Cómo puede uno tener conciencia de todo ese proceso de relaciones? Eso sin duda es nuestra vida, ¿no es así? No hay vida sin relación; y comprender esa relación no significa aislamiento. Ello requiere, por el contrario, un pleno reconocimiento o comprensión del proceso total de la vida de relación. ¿Cómo va uno a tener esa clara conciencia? ¿Cómo nos damos cuenta de alguna cosa? ¿Cómo os dais cuenta de nuestra relación con una persona? ¿Cómo percibís los árboles, el canto de un pájaro? ¿Cómo os dais cuenta de vuestras reacciones cuando leéis un periódico? ¿Y acaso nos damos cuenta de las respuestas superficiales de la mente, así como de las respuestas intimas? ¿Cómo nos damos cuenta de cualquier cosa? Primero, sin duda, nos damos cuenta de una respuesta a un estímulo, lo cual es un hecho evidente. ¿No es así? Yo veo los árboles, y hay una persona? ¿Cómo percibís los árboles, el canto de un pájaro? ¿Cómo os dais cuenta de vuestras reacciones cuando leéis un periódico? ¿Y acaso nos damos cuenta de las respuestas superficiales de la mente, así como de las respuestas intimas? ¿Cómo nos damos cuenta de cualquier cosa? Primero, sin duda, nos darnos cuenta de una respuesta a un estímulo, lo cual es un hecho evidente. ¿No es así? Yo veo los árboles, y hay una respuesta; luego viene la sensación, el contacto, la identificación y el deseo. Ese es el proceso corriente, ¿verdad? Podemos observar lo que de hecho ocurre, sin estudiar libro alguno. De suerte que, por la identificación, sentís placer y dolor. Y nuestra “capacidad” es ese interés por el placer y por evitar el dolor, ¿no es así? Si algo os interesa, si os brinda placer, inmediatamente surge la “capacidad”; hay inmediata comprensión de ese hecho; y si él es doloroso, desarróllase la “capacidad” para evitarlo. De modo que, mientras dependamos de la “capacidad” para comprendernos a nosotros mismos, creo que fracasaremos, porque la comprensión de nosotros mismos no depende de capacidad alguna. No es una técnica que, a fuerza de pulirla constantemente, desarrolláis, cultiváis y acrecentáis a través del tiempo. Esta comprensión de uno mismo puede ponerse a prueba, seguramente, en la vida de relación. Puede ponerse a prueba en nuestra manera de hablar, en nuestro modo de conducirnos. Observaos simplemente, sin condenar, sin ninguna identificación, sin comparación alguna. Observad simplemente, y veréis que ocurre una cosa extraordinaria. No sólo ponéis término a una actividad que es inconsciente -porque la mayoría de nuestras actividades son inconscientes-, no solamente ponéis término a eso, sino que, además, captáis los móviles de lo que habéis hecho, sin adquirir, sin ahondar en ello. Cuando tenéis una clara conciencia veis el proceso total de vuestro pensar y de vuestra acción; pero esto puede ocurrir tan sólo cuando no hay condenación alguna. Cuando yo condeno algo, no lo comprendo; y este es un modo de evitar toda comprensión. Creo que la mayoría de nosotros lo hace adrede; condenamos inmediatamente y creemos haber comprendido. Si en vez de condenar algo, lo consideramos, nos damos cuenta de lo que es, entonces el contenido de esa acción, su significado, empieza a revelarse. Experimentad con esto y lo veréis por vosotros mismos. Daos cuenta simplemente, sin sentido alguno de justificación; lo cual podría aparecer más bien negativo, pero no lo es. Por el contrario, tiene la cualidad de la pasividad, que es acción directa. Esto lo descubriréis si lo ponéis a prueba. Después de todo, si queréis comprender algo debéis hablaros en estado de ánimo pasivo, ¿no es así? No podéis continuar pensando en ello, especulando al respecto, poniéndolo en tela de juicio. Tenéis que ser lo bastante sensibles para captar su contenido. Es como si fuerais una placa fotográfica sensible. Si yo deseo comprenderos, tengo que ser pasivamente perceptivo; entonces empezáis a revelarme lo que sois. Eso, por cierto, no es cuestión de capacidad ni de especialización. En ese proceso empezamos a comprendernos a nosotros mismos; no sólo las capas superficiales de nuestra conciencia, sino las más profundas, lo cual es mucho más importante; porque es allí donde están nuestros móviles o intenciones, nuestros ocultos y confusos deseos, ansiedades, temores, apetitos. Puede que exteriormente tengamos dominio sobre todo eso, pero en nuestro interior todo eso está en ebullición. Mientras no lo hayamos comprendido por completo, mediante una clara conciencia, es evidente que no puede haber libertad, no puede haber felicidad, ni hay inteligencia. ¿Es la inteligencia cuestión de especialización? Entendemos por inteligencia la comprensión total de nuestro proceso. ¿Y ha de cultivarse esa inteligencia mediante alguna forma de especialización? Porque eso es lo que ocurre, ¿verdad? El sacerdote, el médico, el ingeniero, el industrial, el hombre de negocios, el profesor: nosotros tenemos la mentalidad de todas esas especialidades. Creemos que para realizar la más alta forma de inteligencia -que es la verdad, que es Dios, que no puede ser descrita- tenemos que hacernos especialistas. Estudiamos, buscamos a tientas, investigamos, y, con mentalidad de especialistas o ateniéndonos al especialista, nos estudiamos a nosotros mismos para desarrollar una capacidad que ayude a aclarar nuestros conflictos, nuestras miserias. Nuestro problema -si es que de alguna manera nos damos cuenta de ello consiste en saber si los conflictos, las miserias y las penas de nuestra existencia diaria pueden ser resueltos por otra persona; y si no pueden serlo, ¿cómo nos será posible atacarlos? Es obvio que, para comprender un problema, se requiere cierta inteligencia; y esa inteligencia no puede derivarse de la especialización ni cultivarse mediante la especialización. Ella surge tan sólo cuando captamos pasivamente el proceso total de nuestra conciencia, lo cual consiste en darnos cuenta de nosotros mismos sin opción, sin escoger entre lo bueno y lo malo. Cuando estéis pasivamente alertas, en efecto, veréis que como consecuencia de esa pasividad -que no es pereza, que no es somnolencia sino extrema vigilancia- el problema tiene un sentido completamente distinto; y ello significa que no hay ya identificación con el problema, y, por lo tanto, no hay juicio alguno; y así el problema empieza a revelar su contenido. Si podéis hacer eso constantemente, en forma continua, todo problema puede ser resuelto de manera fundamental, no superficialmente. Y esa es la dificultad, porque la mayoría de nosotros somos incapaces de estar pasivamente conscientes, dejando que el problema revele su significación sin que lo interpretemos. No sabemos cómo considerar un problema desapasionadamente. Por desgracia, no somos capaces de hacer eso, porque queremos que el problema nos brinde un resultado, deseamos una respuesta, buscamos un fin; o tratamos de interpretar el problema de acuerdo con nuestro placer o dolor; o ya tenemos la respuesta de cómo habérnoslas con el problema. Por lo tanto abordamos un problema, que siempre es nuevo, con una vieja pauta. El reto, el estimulo es siempre lo nuevo, pero nuestra respuesta es siempre lo pasado;y nuestra dificultad consiste en enfrentarnos al reto adecuadamente, esto es, plenamente. El problema es siempre un problema de relación -con las cosas, con las personas, con las ideas. No existe otro problema. Y para hacer frente a este problema de relación, con sus exigencias siempre variables, para encararlo como es debido, adecuadamente, uno tiene que captar de un modo pasivo; y esa pasividad no es cuestión de voluntad, de determinación, de disciplina. El darnos cuenta de que no estamos en actitud pasiva es el comienzo. En la comprensión de que deseamos una respuesta determinada a un problema dado, está, sin duda, el comienzo; es decir, en conocernos a nosotros mismos en relación con el problema, viendo cómo lo encaramos. Entonces, según vamos conociéndonos a nosotros mismos en relación con el problema -cómo respondemos, cuáles son nuestros diversos prejuicios y exigencias, qué perseguimos, al hacer frente al problema-, esta comprensión revelará el proceso de nuestro propio pensar, de nuestra propia naturaleza interior; y en ello hay liberación. Lo importante, por cierto, es darse cuenta sin optar, porque la opción trae conflicto. El que escoge está en confusión, y por eso escoge; si no está confuso, no hay opción. Sólo la persona que está confusa escoge lo que hará o no hará. El hombre en quien hay claridad y sencillez no escoge; lo que es, es. La acción basada en una idea es evidentemente resultado de la opción, y dicha acción no es libertadora; por el contrario, sólo crea más resistencia, más conflicto, de acuerdo con ese pensar condicionado.
Lo importante; en consecuencia, es comprender de instante en instante sin acumular la experiencia proveniente de esa comprensión; porque, en cuanto acumuláis, sólo os dais cuenta de acuerdo con esa acumulación, con esa pauta, con esa experiencia. Esto es, vuestra comprensión está condicionada por vuestra acumulación, y, por lo tanto, ya no hay observación sino simplemente interpretación. Donde hay interpretación, hay opción, y la opción trae conflicto; y en el conflicto no puede haber comprensión. La vida es cuestión de relación; y para entender esa relación, es estática, tiene que existir una comprensión que sea flexible, alerta y pasiva, no agresivamente activa. Y, como ya lo he dicho, esa comprensión pasiva no adviene por medio de disciplina o práctica alguna. Consiste simplemente en darse cuenta, de instante en instante, de nuestro pensar y sentir, y no sólo cuando estamos despiertos; porque veremos, a medida que penetremos en ello más a fondo, que empezamos a soñar, que empezamos a proyectar a lo consciente toda clase de símbolos, que interpretamos como sueños. Abrimos, pues, la puerta hacia lo inconsciente, que entonces se convierte en lo conocido; mas para encontrar lo desconocido tenemos que continuar más allá de la puerta. Esa, por cierto, es nuestra dificultad. La Realidad no es algo que pueda ser conocido por la mente, porque la mente es el resultado, la acumulación de lo conocido, de lo pasado. La mente, por lo tanto, tiene que comprenderse a sí misma y su funcionamiento, tiene que comprender su verdad; y sólo entonces es posible que lo desconocido sea.