PREGUNTAS Y RESPUESTAS - 20 - LA MENTE CONSCIENTE E INCONSCIENTE -

 20. LA MENTE CONSCIENTE E INCONSCIENTE

Pregunta: La mente consciente es ignorante y temerosa de la mente inconsciente. Usted se dirige de un modo principal a la mente consciente, ¿y eso es bastante? ¿Su método traerá liberación de lo inconsciente? Tenga a bien explicar en detalle cómo se puede enfocar en forma plena la mente inconsciente.

 KRISHNAMURTI: Nos damos cuenta de que existe la mente consciente y la inconsciente, pero la mayoría funcionamos sólo en el nivel consciente, en la capa superficial de la mente, y toda nuestra vida está prácticamente limitada a eso. 

Vivimos en la llamada mente consciente y nunca prestamos atención a la mente inconsciente, más profunda, de la cual viene ocasionalmente una información, una insinuación; pero no prestamos atención a esa insinuación, la falseamos o la interpretamos de acuerdo con nuestros particulares deseos conscientes del momento. 

Ahora bien, el interlocutor pregunta si es bastante que yo me dirija de un modo principal a la mente consciente. 

Veamos qué entendemos por mente consciente. ¿Es ella diferente de la mente inconsciente? Hemos dividido lo consciente de lo inconsciente; ¿y está justificado? ¿Es ello verdadero? ¿Hay tal división entre lo consciente y lo inconsciente? ¿Existe una barrera definida, una línea donde lo consciente termina y lo inconsciente empieza? 

Nos damos cuenta de que la capa superior, la mente consciente, está activa; ¿pero es ese el único instrumento que está activo durante todo el día? 

De suerte que si yo me dirigiera tan sólo a la capa superficial de la mente, entonces, sin duda, lo que digo sería sin valor, carecería de sentido. 

Y sin embargo la mayoría de nosotros se aferra a lo que la mente consciente ha aceptado, porque la mente consciente encuentra cómodo adaptarse a ciertos hechos evidentes; pero lo inconsciente puede rebelarse, y a menudo lo hace, de suerte que hay conflicto entre lo llamado consciente y lo inconsciente.

 Este es, pues, nuestro problema, ¿verdad? 

De hecho, hay sólo un estado, no dos estados tales como lo consciente y lo inconsciente; hay sólo un estado del ser, que es la conciencia aunque lo dividáis en lo consciente y lo inconsciente. 

Pero esa conciencia es siempre del pasado, nunca del presente; sólo sois conscientes de cosas ya pasadas. 

Sois conscientes de lo que trato de comunicaros al segundo de haber hablado, ¿verdad? 

Lo comprendéis un instante después. Nunca sois conscientes u os dais cuenta del “ahora”. 

Observad vuestra propia mente y corazón, y veréis que la conciencia funciona entre el pasado y el futuro, y que el presente es el simple tránsito del pasado al futuro. 

La conciencia, pues, es un movimiento del pasado al futuro. 

Si observáis vuestra propia mente en funcionamiento, veréis que el movimiento hacia el pasado y hacia el porvenir es un proceso en el que el presente no existe. 

O bien el pasado es un medio de huir del presente, que puede ser desagradable, o el futuro es una esperanza alejada del presente. 

De suerte que la mente está ocupada con el pasado o con el futuro, y se desembaraza del presente. 

Esto es, la mente está condicionada por el pasado, condicionada como hindú, como brahmán o no brahmán, como cristiano o como budista, y lo demás. 

Y esa mente condicionada se proyecta hacia el futuro; nunca, por lo tanto, es capaz de mirar directa e imparcialmente ningún hecho. O condena y rechaza el hecho, o lo acepta y se identifica con él. 

Resulta evidente que una mente así no es capaz de ver ningún hecho como hecho. Ese es nuestro estado de conciencia, que se halla condicionado por el pasado, y nuestro pensamiento es la respuesta, condicionada, al reto de un hecho, de un suceso; y cuanto más respondéis según el condicionamiento de una creencia, del pasado, tanto más se fortalece ese pasado. 

Ese fortalecimiento del pasado, evidentemente, es la continuidad de sí mismo que se llama futuro. 

Ese es, pues, el estado de nuestra mente, de nuestra conciencia: un péndulo que oscila hacia atrás y hacia adelante entre el pasado y el futuro. 

Eso es nuestra conciencia que está compuesta no sólo de las capas superficiales de la mente, sino asimismo de las más profundas. 

Tal conciencia, evidentemente, no puede funcionar en un nivel diferente, porque sólo conoce aquellos dos movimientos, hacia atrás y hacia adelante. 

Si observáis con mucho cuidado, veréis que no es un movimiento constante sino que hay un intervalo entre dos pensamientos; aunque sea una fracción infinitesimal de un segundo, hay un intervalo -que tiene significación- en la oscilación del péndulo hacia atrás y hacia adelante. 

Vemos, pues, el hecho de que nuestro pensar es condicionado por el pasado, que se proyecta hacia el futuro. Y en el momento en que admitís el pasado, debéis también admitir el futuro: porque no hay dos estados -pasado y futuro- sino un estado que incluye lo consciente tanto como lo inconsciente, el pasado colectivo y el pasado individual. 

El pasado colectivo y el pasado individual en respuesta al presente, emite ciertas respuestas que crean la conciencia individual; por lo tanto la conciencia es del pasado, y ese es todo el trasfondo de nuestra existencia. 

Y no bien tenéis el pasado, inevitablemente tenéis el futuro, porque el futuro es la mera continuidad del pasado modificado; pero sigue siendo el pasado. 

Nuestro problema, pues, es el de cómo producir una transformación en este proceso del pasado sin crear otro condicionamiento, otro pasado. 

Para expresarlo de diferente manera, el problema es éste: la mayoría de nosotros rechaza determinada forma de condicionamiento y encuentra otra forma, un condicionamiento más amplio, más significativo o más agradable. 

Abandonáis una religión y abrazáis otra, rechazáis una forma de creencia y aceptáis otra. 

Tal substitución, evidentemente, no es comprender la vida, que es interrelación. 

Nuestro problema, pues, es el de cómo estar libres de todo condicionamiento. 

O decís que ello es imposible, que ninguna mente humana puede jamás estar libre de condicionamiento; o bien empezáis a experimentar, a inquirir, a descubrir. 

Si afirmáis que es imposible, es obvio que dejasteis de inquirir. 

Vuestra afirmación podrá basarse en una experiencia limitada o amplia, o en la simple aceptación de una creencia; pero tal aserto es la negación de la busca, de la investigación, de la indagación, del descubrimiento. 

Para descubrir si es posible que la mente se libre por completo de todo condicionamiento, debéis estar en libertad para indagar y para descubrir. 

Yo digo ahora que es ciertamente posible para la mente el estar libre de todo condicionamiento; y no es que debáis aceptar mi autoridad. 

Si esto lo aceptáis basándoos en la autoridad, jamás descubriréis; será otra substitución, y no tendrá significación alguna. 

Cuando digo que es posible, lo digo porque para mí es un hecho, y os lo expondré verbalmente; mas si habéis de descubrir la verdad de ello por vosotros mismos, debéis experimentar con ello y seguirlo velozmente.

La comprensión de todo el proceso de, condicionamiento no os llega por el análisis o la introspección; en el momento en que tenéis el analizador, ese mismísimo analizador forma parte del trasfondo, y por lo tanto su análisis carece de toda significación. 

Eso es un hecho, y debéis dejar de lado el análisis. 

El analizador que examina, que analiza la cosa que observa, forma él mismo parte del estado condicionado, y por lo tanto, sea cual fuere su interpretación, su comprensión, sus análisis, él sigue siendo parte del trasfondo. 

Por ese camino, pues, no hay escape; y el disolver el trasfondo es esencial, porque, para enfrentarse con el reto de lo nuevo, la mente debe ser nueva. 

Para descubrir a Dios, la verdad o lo que os plazca, la mente tiene que ser pura, no contaminada por el pasado. 

Analizar el pasado, llegar a conclusiones a través de una serie de experimentos, formular afirmaciones y negaciones, y todo lo demás, implica, por su misma esencia, la continuación del trasfondo en diferentes formas; y cuando veáis la verdad de ese hecho, descubriréis que el analizador ha terminado. 

Entonces no hay una entidad aparte del trasfondo; sólo hay pensamiento como trasfondo, siendo el pensamiento la respuesta de la memoria, tanto consciente como inconsciente, individual como colectiva.

 La mente es el resultado del pasado, es decir, el proceso del condicionamiento; ¿y cómo es posible que la mente sea libre? Para ser libre, no sólo debe la mente ver y comprender su oscilación a modo de péndulo entre el pasado y el futuro, sino también darse cuenta del intervalo entre pensamientos. 

Ese intervalo es espontáneo, no es producido por ninguna causa, por ningún deseo, por ninguna compulsión. Si observáis ahora cuidadosamente, veréis que si bien la respuesta, el movimiento del pensar, parece tan veloz, hay resquicios, hay intervalos entre los pensamientos. 

Entre dos pensamientos hay un periodo de silencio que no está relacionado con el proceso de pensar. 

Si lo observáis, veréis que ese periodo de silencio, ese intervalo, no pertenece al tiempo; y el descubrimiento de ese intervalo, la plena vivencia de ese intervalo, os libera del condicionamiento, o, más bien, no os libera a “vosotros” sino que hay liberación del condicionamiento. 

De suerte que la comprensión del proceso de pensar es meditación. 

Ahora estamos no sólo discutiendo la estructura y el proceso del pensamiento -que es el trasfondo de la memoria, de la experiencia, del conocimiento- sino asimismo tratando de descubrir si la mente puede librarse del trasfondo. 

Sólo cuando la mente no da continuidad al pensamiento, cuando está en silencio, en un silencio no inducido, y sin causalidad alguna, es sólo entonces cuando puede haber liberación del trasfondo.


PREGUNTAS Y RESPUESTAS - 19 - ORACIÓN Y MEDITACIÓN -

 19. ORACIÓN Y MEDITACIÓN 

Pregunta: ¿El anhelo que se expresa en la oración no es un camino hacia Dios? 

KRISHNAMURTI: Vamos a examinar en primer término los problemas contenidos en esta pregunta. Ella comprende la oración, la concentración y la meditación. Ahora bien, ¿qué entendemos por oración? Ante todo, en la oración hay súplica, ruego a lo que llamáis Dios, la Realidad. 

Vosotros, como individuos, pedís, suplicáis, rogáis y buscáis ser guiados por algo que llamáis Dios; vuestro enfoque, por lo tanto, consiste en buscar recompensa, satisfacción. 

Os halláis en dificultades, nacionales o individuales, e imploráis que se os guíe. O estáis confusos, y rogáis que se os permita ver claro; esperáis ayuda de lo que llamáis Dios. 

Esto implica que Dios, sea lo que Dios fuere -esto no lo discutiremos por ahora- habrá de disipar la confusión que vosotros y yo hemos creado. 

Porque, al fin y al cabo, somos nosotros quienes hemos producido la confusión, la miseria, el esos, la espantosa tiranía, la falta de amor; y queremos que lo que llamamos Dios despeje todo eso. En otras palabras; deseamos que nuestra confusión, nuestra miseria, nuestro dolor, nuestro conflicto, sean disipados por otro; suplicamos a otro ser que nos traiga luz y felicidad.

Ahora bien, cuando oráis, cuando rogáis, cuando suplicáis pidiendo algo, generalmente se lo obtiene. Cuando pedís, recibís; pero lo que recibís no creará orden porque lo que recibís no trae claridad, comprensión. 

Sólo satisface, brinda placer, pero no produce comprensión; porque, cuando pedís, recibís aquello que vosotros mismos proyectáis. 

¿Cómo puede la realidad, Dios, responder a vuestra petición particular? ¿Puede lo inconmensurable, lo innominable, tener algo que ver con nuestras pequeñas y mezquinas zozobras, miserias, confusiones, que nosotros mismos hemos creado? ¿Qué es, por consiguiente, lo que responde? 

Es obvio que lo inconmensurable no puede responder a lo mensurable, a lo insignificante, a lo pequeño. ¿Pero qué es lo que responde? En ese momento, cuando rogamos, nos hallamos bastante aquietados, en un estado de receptividad; y nuestro propio subconsciente nos trae una claridad momentánea. 

Es decir, deseáis algo, lo anheláis, y en ese momento de anhelo, de sumisa súplica, estáis bastante receptivos; vuestra mente consciente, activa, está comparativamente serena, en calma, de modo que lo inconsciente se proyecta en eso y recibís una respuesta. 

Pero no es, ciertamente, una respuesta de la realidad, de lo inconmensurable; es vuestro propio inconsciente que responde. 

No nos confundamos, pues, y no pensemos que cuando vuestra plegaria es atendida estáis en relación con la realidad. 

La realidad debe venir a vosotros; no podéis ir a ella. 

En este problema de la oración hay luego otro factor envuelto: la respuesta de aquello que denominamos “voz interior”. 

Como ya lo he dicho, cuando la mente suplica, ruega, está comparativamente serena; y cuando oís la “voz interior”, es vuestra propia voz, que se proyecta en esa mente relativamente serena. 

Una vez más, ¿cómo puede ser eso la voz de la realidad? Una mente confusa, ignorante, codiciosa, exigente, suplicante, ¿cómo puede comprender la realidad? 

La mente puede recibir la realidad tan sólo cuando está absolutamente en calma, sin pedir, sin codiciar, sin anhelar, sin rogar, ya sea para vosotros mismos, para la nación o para el prójimo. 

Cuando la mente está serena en absoluto, cuando el deseo cesa, sólo entonces adviene la realidad. 

Una persona que pide, que ruega, que suplica, que anhela ser dirigida, hallará lo que busca, pero ello no será la verdad. 

Lo que reciba será la respuesta de las capas inconscientes de su propia mente, que se proyectan en lo consciente; y esa vocecita silenciosa que os dirige no es lo real sino tan sólo la respuesta de lo inconsciente.

En este problema de la oración está lo relativo a la concentración. 

Para la mayoría de nosotros, la concentración es un proceso de exclusión. 

La concentración se produce por el esfuerzo, la coacción, la dirección, la imitación, por lo cual la concentración es un proceso de exclusión. 

Me intereso en la así llamada “meditación”, pero mis pensamientos se distraen, divagan. 

Fijo, pues, mi mente en un cuadro, una imagen, o en una idea, y excluyo todos los otros pensamientos; y a este proceso de concentración, que es exclusión, se lo considera como un medio de meditar. 

Es eso lo que hacéis, ¿verdad? Cuando os sentáis a meditar, fijáis vuestra mente en una palabra, en una imagen o en un cuadro; pero la mente vaga por todas partes. 

Hay constante interrupción de otras ideas, otros pensamientos, otras emociones, y tratáis de alejarlos; empleáis vuestro tiempo batallando con vuestros pensamientos. 

A este proceso vosotros lo llamáis Meditación”. 

Esto es, procuráis concentraros en algo que no os interesa, y vuestros pensamientos continúan multiplicándose, aumentando, interrumpiendo. De suerte que gastáis vuestra energía en excluir, en desviar, en rechazar; y si podéis concentraros en un pensamiento escogido, en un objeto determinado, creéis que por fin habéis logrado éxito en la meditación. 

Eso, por cierto, no es meditación, ¿verdad? La meditación no es un proceso de excluir, excluir en el sentido de evitar las ideas intrusas, de erigir contra ellas una resistencia. La plegaria, pues, no es meditación, y la concentración excluyente no es meditación.

 ¿Qué es, pues, la meditación? La concentración no es meditación, porque, cuando hay interés, es relativamente fácil concentrarse en algo. 

Un general que hace planes para la guerra, para la matanza, está muy concentrado. Un hombre de negocios ocupado en ganar dinero está muy concentrado; hasta puede ser cruel al prescindir de todo otro sentimiento y concentrarse completamente en lo que él desea. 

Un hombre que está interesado en cualquier cosa se concentra de un modo natural, espontáneo. Pero esa concentración, por cierto, no es meditación, es una mera exclusión.

¿Qué es, entonces, la meditación? 

La meditación es por cierto comprensión, la meditación del corazón es comprensión. 

¿Cómo puede haber comprensión habiendo exclusión? ¿Cómo puede haber comprensión cuando hay ruego, súplica? 

En la comprensión está la paz, la libertad; quedáis libres de aquello que comprendéis. 

Pero el mero hecho de concentrarse o de orar no trae comprensión. La comprensión es la base misma, el proceso fundamental de la meditación. 

No tenéis que aceptar mi palabra al respecto; pero si examináis la oración y la concentración con mucho cuidado, a fondo, hallaréis que ninguna de ellas trae comprensión. 

Sólo conducen a la obstinación, a la fijación, a la ilusión. 

Mientras que la meditación, en la cual hay comprensión, trae libertad, claridad e integración. 

Ahora bien, ¿qué entendemos por comprensión? La comprensión significa atribuir significado verdadero, dar su verdadero valor a todas las cosas. 

Ser ignorante es dar falsos valores. 

Está en la naturaleza misma de la estupidez la falta de comprensión de los verdaderos valores. 

La comprensión, pues, surge cuando existen verdaderos valores, cuando los verdaderos valores son establecidos. 

¿Y cómo habrá uno de establecer verdaderos valores: el verdadero valor de la propiedad, el verdadero valor de las relaciones, el verdadero valor de las ideas? 

Para que surjan los verdaderos valores, es preciso que comprendáis al pensador, ¿no es así? Si no comprendo al pensador, que soy yo mismo, lo que yo escojo carece de sentido. 

Es decir, si no me conozco a mí mismo, mi acción, mi pensamiento, no tienen fundamento alguno. De suerte que el conocimiento propio es el comienzo de la meditación; no el conocimiento que uno obtiene de los libros, de las autoridades, de los “gurús”, sino el conocimiento que surge de la exploración de uno mismo, que es autopercepción. La meditación es el principio del conocimiento propio, y sin conocimiento propio no hay meditación. 

Porque, si no comprendo las modalidades de mis pensamientos, de mis sentimientos, si no comprendo mis móviles, mis deseos, mis exigencias, mi busca de normas de acción, que son ideas; si no me conozco a mí mismo, no existe base para pensar. 

Y el pensador que sólo pide, niega o excluye, sin comprenderse a sí mismo, tiene inevitablemente que terminar en la confusión, en la ilusión. 

El principio de la meditación es, pues, el conocimiento propio, y éste significa darse cuenta de todo movimiento del pensar y del sentir, conocer todas las capas de mi conciencia, no sólo las superficiales sino las ocultas, las actividades profundamente encubiertas. 

Mas para conocer las actividades profundamente encubiertas, los móviles, respuestas, pensamientos y sentimientos ocultos, tiene que haber tranquilidad en la mente consciente; es decir, la mente consciente debe estar en calma, serena, a fin de recibir la proyección de lo inconsciente. 

La mente superficial, consciente, está ocupada con sus diarias actividades: ganar el sustento, engañar y explotar a los demás, huir de los problemas, todas las diarias actividades de nuestra existencia. 

Esa mente superficial tiene que comprender el verdadero significado de sus propios actividades, y con ello lograr tranquilidad para sí misma. 

No puede lograr tranquilidad, calma, por la mera regulación, por la coacción, por la disciplina. 

Sólo puede lograr tranquilidad, paz, serenidad, comprendiendo sus propias actividades, observándolas, dándose cuenta de ellas, viendo su propia crueldad, cómo habla al sirviente, a la esposa, a la hija, a tu madre, y lo demás. 

Cuando la mente superficial, consciente, se da así plena cuenta de todas sus actividades, mediante esa comprensión llega ella a estar espontáneamente tranquila, no narcotizada por la coacción ni regulada por el deseo; entonces está capacitada para recibir las intimaciones, las insinuaciones de lo inconsciente, de las muchísimas capas ocultas de la mente: los instintos raciales, los recuerdos enterrados, los secretos deseos, las profundas heridas que aún no han sido sanadas. 

Tan sólo cuando todo eso se ha proyectado y ha sido comprendido, cuando la totalidad de la conciencia se ha descargado y ya no está trabada por ninguna herida, por ninguna clase de recuerdo, está ella en condiciones de recibir lo eterno.

La meditación es, pues, conocimiento propio, y sin conocimiento propio no hay meditación. Si no os dais cuenta en todo momento de todas vuestras reacciones, si no sois plenamente conscientes, si no os dais plena cuenta de vuestras diarias actividades, el mero hecho de encerraros en una habitación y sentaros frente a un cuadro de vuestro “guía espiritual”, de vuestro Maestro, de meditar, es una escapatoria. 

Sin conocimiento propio, en efecto, no hay verdadero pensar, y sin verdadero pensar lo que vosotros hacéis carece de sentido, por nobles que sean vuestras intenciones. 

La oración no tiene, pues, significado alguno sin conocimiento propio; mas cuando hay conocimiento propio hay verdadero pensar, y por lo mismo verdadera acción. 

Cuando hay verdadera acción no hay confusión, y por lo tanto no suplicáis a nadie que os saque de ella. Un hombre que es plenamente sensible, perceptivo, está meditando; él no ora, porque nada desea.

 Mediante la oración, la disciplina, la repetición, y todo lo demás, podéis producir cierta serenidad; pero eso es simple embotamiento, y reduce la mente y el corazón a un estado de hastío, de cansancio. 

Con ello se narcotiza la mente; y la exclusión, que llamáis concentración, no conduce a la realidad; jamás lo podrá exclusión alguna. 

Lo que trae comprensión es el conocimiento propio, y no es muy difícil ser consciente, perceptivo, habiendo verdadera intención. 

Si os interesa descubrir todo el proceso de vosotros mismos -no sólo la parte superficial sino el proceso integro de todo vuestro ser-, entonces ello resulta relativamente fácil. 

Si realmente deseáis conoceros a vosotros mismos, escudriñaréis vuestro corazón y vuestra mente para conocer su pleno contenido; y cuando exista la intención de conocer, conoceréis. 

Entonces podréis seguir, sin condenación ni justificación, todo movimiento del pensar y del sentir; y siguiendo todo pensamiento y todo sentimiento a medida que surge, realizaréis una paz que no será producto de la voluntad ni de la disciplina sino el resultado de no tener ningún problema, ninguna contradicción. 

Es como el lago que se vuelve apacible, sereno, cuando al caer la tarde ya no sopla el viento; y cuando la mente está serena, aquello que es inconmensurable se manifiesta.