LA MUTACIÓN PSICOLÓGICA - CAPÍTULO - 8 - J.K. -

 CAPÍTULO VIII 

Esta mañana tal vez podríamos dejar a un lado todos nuestros problemas: los económicos, los de relación personal, los de mala salud y también los muchos problemas mayores que nos rodean, nacionales e internacionales, los de la guerra, del hambre, los motines, etc. 

No es que estemos eludiéndolos, mas si podemos , al menos esta mañana, dejarlos a un lado, quizá entonces seamos capaces de acometerlos de modo distinto, con una mente más fresca, con una percepción más aguda, y por ello tratarlos de manera nueva, con mayor vigor y claridad. 

Me parece que sólo el amor puede producir la acertada revolución, y que toda otra clase de revolución, es decir, la basada en teorías económicas, en ideologías sociales, y así sucesivamente, sólo puede producir más desorden, más confusión y desdicha. 

No podemos esperar resolver el problema humano, fundamental, reformando y recomponiendo sus muchas piezas. 

Sólo cuando hay gran amor es cuando podemos tener una perspectiva total y, por tanto, una total acción, en vez de esta actividad parcial, fragmentaria, que ahora llamamos revolución y que no conduce a ninguna parte.

Esta mañana me gustaría hablar sobre algo que incluye la totalidad de la vida, algo que no es fragmentario, sino una actitud total ante la existencia entera del hombre; y para examinarlo con alguna profundidad me parece que tiene que dejar uno de estar preso en teorías, creencias, dogmas. 

La mayoría de nosotros aramos sin cesar en el suelo de la mente, mas parece que nunca sembramos; analizamos, discutimos, fragmentamos las cosas, mas no comprendemos el movimiento total de la vida.

 Pues bien, creo que hay tres cosas que tenemos que comprender de modo muy profundo si hemos de comprender todo el movimiento de la vida. 

Son el tiempo, el dolor y la muerte. 

Para comprender el tiempo, para abarcar el pleno significado del dolor y para convivir con la muerte, para todo eso hace falta la claridad del amor. 

El amor no es una teoría ni un ideal. 

O amáis o no amáis. 

El amor no puede enseñarse. 

No podéis tomar lecciones sobre cómo amar, ni existe un método por cuya práctica diaria podáis saber lo que es el amor. 

Mas yo creo que llega uno al amor de forma natural, fácil, espontánea, cuando realmente comprendo el sentido del tiempo, la extraordinaria profundidad del dolor y la pureza que viene con la muerte. 

Acaso podamos, pues, considerar –en la realidad, no en teoría o de manera abstracta- la naturaleza del tiempo, la calidad o estructura del dolor y eso tan extraordinario que llamamos muerte. 

Estas tres cosas no están separadas. 

Si comprendemos el tiempo, comprenderemos lo que es la muerte, y también comprenderemos lo que es el dolor. 

Mas si consideramos el tiempo como algo que está parte del dolor y la muerte, e intentamos tratarlo separadamente, entonces nuestro enfoque será fragmentario y, por tanto, nunca comprenderemos la extraordinaria belleza y vitalidad del amor.

 Vamos, pues, esta mañana a tratar del tiempo, no como una abstracción, sino como una cosa real, siendo el tiempo duración, la continuidad de la existencia. 

Está el tiempo cronológico, las horas y días que se extienden hasta millones de años; y es el tiempo cronológico el que ha producido la mente con que operamos; ésta es el resultado del tiempo como continuidad de la existencia, y se llama progreso el perfeccionamiento o pulimento de la mente por esa continuidad. 

El tiempo es también la duración psicológica creada por el pensamiento como medio para lograr algo.

 Utilizamos el tiempo para progresar, para conseguir, para llegar a ser, para producir cierto resultado. 

El tiempo, para la mayoría de nosotros, es un peldaño hacia algo que es mucho más grande: hacia el desarrollo de ciertas facultades, hacia el perfeccionamiento de determinada técnica, hacia el logro de un fin, una meta, sea loable o no; y así hemos llegado a pensar que el tiempo es necesario para comprender lo que es verdadero, lo que es Dios, lo que está más allá de todo el afán del hombre. 

La mayoría de nosotros consideramos el tiempo como el periodo de duración entre el momento presente y algún momento futuro, en que habremos conseguido algo, y utilizamos ese tiempo para cultivar el carácter, para librarnos de cierto hábito, para desarrollar un músculo o un punto de vista. 

Durante dos mil años, la mente cristiana ha sido condicionada para creer en un Salvador, en el infierno, en el cielo; en Oriente se ha producido un similar condicionamiento mental a lo largo de un periodo mucho más dilatado. 

Creemos que el tiempo es necesario para todo lo que tenemos que hacer o comprender y, por tanto, el tiempo se convierte en una carga, en una barrera contra la percepción afectiva; nos impide ver de manera inmediata la verdad de algo, porque creemos que hay que tomarse tiempo para ello. 

Decimos: “Mañana o dentro de un par de años comprenderé esto con extraordinaria claridad.” 

Desde el momento en que admitimos el tiempo, estamos cultivando la indolencia, esa peculiar pereza que nos impide ver inmediatamente la cosa como es en realidad. 

Creemos necesitar el tiempo para abrirnos paso a través del condicionamiento que sobre la mente ha impuesto la sociedad, con sus religiones organizadas, sus códigos de moral, sus dogmas, su arrogancia y su espíritu de competencia. 

Pensemos en términos de tiempo, porque el pensamiento es del tiempo; el pensamiento es la respuesta de la memoria, y esta es toda la experiencia que se ha ido acumulando, que hemos heredado y adquirido por la raza, la comunidad, el grupo, la familia y el individuo. 

Estos conocimientos son el resultado del proceso aditivo de la mente, y su acumulación ha requerido tiempo. 

Para la mayoría de nosotros, la mente es memoria, y siempre que hay un estimulo, una demanda, es la memoria la que responde. 

Es como la respuesta del cerebro electrónico, que funciona por asociación. 

Como el pensamiento es la reacción de la memoria, es, en su naturaleza misma, producto del tiempo y creador del mismo.

Por favor, lo que estoy diciendo no es una teoría, no es algo sobre lo cual tengáis que pensar. 

No tenéis que pensar sobre ello, sino más bien verlo porque es así. 

No voy a entrar en todos los intrincados detalles, pero he indicado los hechos esenciales, y o lo veis o no lo veis. 

Si estáis siguiendo lo que se dice, no sólo de modo verbal, lingüístico o analítico, sino viendo efectivamente que es así, comprenderéis como engaña el tiempo; y entonces la cuestión es si el tiempo puede cesar; si podemos ver todo el proceso de nuestra propia actividad, ver su profundidad, su superficialidad, su belleza, su fealdad, no mañana sino inmediatamente, entonces esa misma percepción es la acción que destruye el tiempo. 

Sin comprender el tiempo no podemos comprender el dolor. 

No son dos cosas diferentes, como tratamos de hacer creer. 

Ir a la oficina, estar con la familia, procrear hijos, no son incidentes separados, aislados; al contrario, están profunda e íntimamente relacionados unos con otros; y no podemos ver esta extraordinaria intimidad de relación si no existe la sensibilidad que el amor conlleva. 

Para comprender el dolor, tenemos en realidad que comprender la naturaleza del tiempo y la estructura del pensamiento. 

El tiempo tiene que detenerse pues de lo contrario sólo estaremos repitiendo la información que hemos acumulado como un cerebro electrónico. 

Si no termina el tiempo lo cual significa la terminación del pensamiento, habrá mera repetición, ajuste, una continua modificación; nunca habrá nada nuevo. 

Somos como cerebros electrónicos glorificados, tal vez un poco más independientes, pero, sin embargo, maquinales en la forma en que funcionamos. 

Así, para comprender la naturaleza del dolor y para acabar con él, tiene uno que comprender el tiempo; y comprender el tiempo es comprender el pensamiento. 

No están separados. 

Al comprender el tiempo nos encontramos con el pensamiento, y la comprensión de este es la terminación del tiempo y por tanto, la del dolor. 

Si eso está muy claro, entonces podemos mirar el dolor sin rendirle culto, como hacen los cristianos.

 Aquello que no comprendemos lo adoramos o lo destruimos, lo ponemos en una iglesia, en un templo o en un oscuro rincón de la mente, y le tenemos mucho miedo; o le damos de puntapiés, lo tiramos o lo eludimos más aquí no estamos haciendo ninguna de esas cosas. 

Vemos que durante miles de años el hombre ha luchado con este problema del dolor, y que no ha podido resolver; se ha habituado, pues, a él, lo ha aceptado, diciendo que es una parte inevitable de la vida. 

Más el limitarse a aceptar el dolor es no sólo estúpido sino que contribuye a embotar la mente la vuelve insensible, brutal, superficial, y así la mediocridad invade la vida, la deja reducida únicamente a trabajo y placer. 

Uno vive una existencia fragmentada, como hombre de negocios, científico, artista, como persona sentimental o de las llamadas religiosas, etc. 

Mas para comprender el dolor y librarse de él tenéis que comprender el tiempo y por consiguiente el pensamiento. 

No podéis negar el dolor ni huir, eludirlo por las diversiones, las iglesias, las creencias organizadas; ni podéis aceptarlo y rendirle culto; y para no hacer ninguna de estas cosas, hace falta mucha atención, que es energía.

El dolor hecha raíces en la autocompasión, y para comprenderlo tiene primero que haber una implacable actuación frente a toda autocompasión. 

No se si habréis observado como os compadecéis de vosotros mismos, por ejemplo cuando decís: “me siento sólo”. 

Desde el momento en que os tenéis lástima ya habéis proporcionado el terreno en que arraiga el dolor.

 Por mucho que justifiquéis la autocompasión y la racionalicéis, le deis lustre, la tapéis con ideas, ahí seguirá, enconándose hondamente en vuestro interior. 

Así pues, un hombre que quiere comprender el dolor tiene que empezar por librarse de esta trivialidad brutal, egocéntrica, egoísta, que es la lástima de si mismo. 

Podéis teneros lástima por tener una dolencia o porque hayáis perdido a alguien por la muerte, o porque no os hayáis realizado y en vista de ello os sintáis frustrados, embotados; pero, sea la que fuere la causa, la lástima de si mismo es la raíz del dolor. 

Una vez que estéis libre de esta lástima, podréis mirar el dolor sin rendirle culto ni escapar de él ni darle un significado espiritual, como cuando decís que tenéis que sufrir para encontrar a Dios, cosa que es una insensatez. 

Sólo la mente embotada, estúpida, es la que soporta el dolor. 

No tiene que haber, pues, aceptación ni negación de él. 

Cuando no os tengáis lastima, habréis privado al dolor de todo sentimentalismo, de todo el emocionalismo que surge de la autocompasión; y entonces podréis mirar el dolor con atención completa.

Espero que estéis haciendo esto efectivamente conmigo esta mañana, según avanzamos, y que no os limitaréis a aceptar verbalmente lo que se está diciendo. 

Daos cuenta de vuestra propia embotada aceptación del dolor y de vuestra racionalización, vuestras excusas, autocompasión, sentimentalismo, actitud emotiva frente al dolor, porque todo eso disipa la energía. 

Para comprender el dolor tenéis que prestarle toda vuestra atención, y en esa atención no caben excusas, el sentimentalismo ni la racionalización, y no hay lugar para ninguna clase de lástima de si mismo.

 Espero que me estaré expresando claramente cuando hablo de prestar toda nuestra atención al dolor. 

En esa atención no hay esfuerzo para resolverlo o para comprender el dolor. 

Está uno simplemente mirando, observando. 

Cualquier esfuerzo para comprender, para racionalizar o para eludir el dolor contradice ese estado negativo de completa atención, en el cual puede comprenderse esto que se llama dolor. 

No estamos analizando, no investigamos analíticamente el dolor para librarnos de él, porque eso no es más que una jugarreta de la mente. 

Ésta analiza el dolor y entonces imagina que ha comprendido y que está libre de ese dolor, lo cual es un disparate. 

Podéis libraros de una clase determinada de dolor, pero éste volverá a surgir en otra forma. 

Hablamos del dolor como una cosa total –del dolor en si-, sea vuestro, mío o de cualquier otro ser humano. 

Como he dicho, para comprender el dolor tiene que haber comprensión del tiempo y del pensamiento, tiene que haber una comprensión sin selección, de todos los modos de escapar, de toda lástima de si mismo, de todas las verbalizaciones para que la mente llegue a estar en completa quietud frente a algo que tiene que comprenderse. 

No hay entonces división alguna entre el observador y la cosa observada. 

No es que vosotros –el observador, el pensador- sintáis dolor y estéis observándolo, sino que existe sólo el estado de dolor. 

Ese estado de dolor no dividido es necesario, porque cuando miráis el dolor como observador creáis conflicto, que embota la mente y disipa la energía, y por consiguiente no hay atención. 

Cuando la mente comprende la naturaleza del tiempo y del pensamiento, cuando se ha despojado de la autocompasión, el sentimentalismo, el emocionalismo y todo eso, entonces el pensamiento –que ha creado toda esa complejidad termina, y no existe el tiempo; por tanto, estáis directa e íntimamente en contacto con eso que llamáis dolor. 

Éste se sostiene sólo cuando uno escapa de él, cuando desea eludirlo o resolverlo o adorarlo. 

Mas cuando no hay nada de todo eso, porque la mente está en contacto directo con el dolor y por tanto, en completo silencio con respecto a él, entonces descubriréis por vosotros mismos que en la mente no hay dolor en absoluto. 

Desde el momento en que la mente está en completo contacto con el hecho del dolor, ese mismo hecho resuelve todas las cualidades del tiempo y del pensamiento que producen el dolor. 

Éste por consiguiente, termina.

¿Cómo vamos a comprender eso que llamamos muerte y de lo que tanto nos asustamos? 

El hombre ha creado muchas enrevesadas maneras de hacer frente a la muerte: rindiéndole culto, negándola, aferrándose a innumerables creencias, etc. 

Mas, para comprender la muerte, tenéis ciertamente que llegar a ella con una mente fresca; porque, en realidad, no sabéis nada sobre la muerte, ¿verdad? 

Puede ser que hayáis visto morir a personas y hayáis observado en vosotros mismos o en otros la llegada de la vejez, con su deterioro. 

Sabéis que la vida física termina por el envejecimiento, por accidente, enfermedad, asesinato, o suicidio, mas no conocéis la muerte como conocéis el sexo, el hambre, la crueldad, la brutalidad. 

No sabéis realmente lo que es morir, y hasta que no lo sepáis no tendrá sentido alguno la muerte ni cuales son sus implicaciones, se asusta de ella, se asusta del pensamiento, no del hecho, que no conoce.

 Os ruego que examinéis esto un momento conmigo. 

Si murieseis instantáneamente, no habría tiempo para pensar sobre la muerte y asustarse de ella, pero hay un lapso entre ahora y el momento en que la muerte vendrá, y durante ese intervalo tenéis mucho tiempo para preocuparos, para racionalizar. 

Queréis llevar a la próxima vida –si es que hay una próxima vida –todas las preocupaciones, los deseos y el conocimiento que habéis acumulado, y así inventáis teorías o creéis en alguna clase de inmortalidad. 

Para vosotros, la muerte es algo que está separado de la vida; la muerte está allá, mientras que vosotros estáis acá, ocupados en vivir conduciendo el auto, dedicados al sexo, sintiendo hambre, inquietud, yendo a la oficina, acumulando conocimientos etc. 

No queréis morir, porque no habéis acabado de escribir vuestro libro o tocar perfectamente el violín.

 Separáis, pues, la muerte de la vida y decís: 

“Quiero comprender la vida ahora y luego ya comprenderé la muerte.” 

Mas no están separadas una de otra y eso es lo primero que hay que comprender. 

La vida y la muerte son una, están íntimamente relacionadas, y no podéis aislar una de ellas y tratar de comprenderla aparte de la otra. 

Pero la mayoría de nosotros hacemos esto, separamos la vida en compartimientos impenetrables, no relacionados. 

Si sois economistas, entonces la economía es lo único en que os interesáis, y no sabéis nada sobre lo demás. 

Si sois un médico cuya especialidad es la nariz y la garganta, o el corazón, vivís en ese limitado campo de conocimiento durante cuarenta años, y os sentís en el paraíso cuando morís. 

Como dije, tratar la vida de modo fragmentario es vivir en constante confusión, contradicción, desdicha.

 Tenéis que ver la totalidad de la vida; y sólo podéis ver esta totalidad cuando hay afecto, amor. 

El amor es la única revolución que producirá orden. 

De nada sirve adquirir cada vez más conocimientos sobre matemáticas, medicina, historia, economía y luego juntar los fragmentos. 

Eso no resolverá nada. 

Sin amor, la revolución sólo lleva al culto del estado o al de una imagen, o bien al de innumerables corrupciones tiránicas y a la destrucción del hombre. 

Del mismo modo, cuando la mente, por estar asustada, aleja la muerte y la separa del vivir cotidiano, esa separación sólo sirve para engendrar más miedo, más inquietud, y para multiplicar las teorías sobre la muerte. 

Para comprender la muerte tenéis que comprender la vida, la vida no es la continuidad del pensamiento.

 Esta continuidad misma es lo que ha engendrado toda nuestra desdicha. 

¿Puede, pues, la mente traer la muerte desde la distancia a que la proyectamos, al presente inmediato?

 ¿Comprendéis? 

La muerte no está en realidad lejos: está aquí y ahora, está aquí cuando estáis hablando, cuando disfrutáis, cuando escucháis, cuando vais a la oficina; está aquí en cada minuto de la vida, lo mismo que está el amor. 

Una vez que percibáis este hecho, encontraréis que no hay miedo alguno a la muerte. 

Teme uno no lo desconocido, sino perder lo conocido; teméis perder vuestra familia, quedaros solos, sin compañía; os da miedo la pena de la soledad, estar sin las experiencias, sin las posesiones que habéis acumulado. 

Es lo conocido lo que nos da miedo dejar. 

Lo conocido es memoria, y a esa memoria se aferra la mente. 

Pero la memoria es sólo algo mecánico, como lo demuestran muy bellamente los ordenadores. 

Para comprender la belleza y la extraordinaria naturaleza de la mente tiene que haber liberación de lo conocido. 

Al morir para lo conocido empieza la comprensión de la muerte, porque entonces la mente se vuelve fresca, nueva, y no hay miedo; por eso puede uno entrar en ese estado que se llama la muerte. 

Así que, desde el principio hasta el fin, vida y muerte son una sola cosa. 

El sabio comprende el tiempo, el pensamiento y el dolor, y sólo él puede comprender la muerte. 

La mente que está muriendo a cada minuto, sin acumular nunca, sin acopiar jamás experiencia, es inocente y por lo tanto, se halla en un constante estado de amor.

No se si querráis preguntar algo sobre todo esto, así podríamos profundizar con más detalle. 

Pregunta: Señor, ¿cuál es la diferencia entre vuestro pensamiento sobre el amor y el pensamiento cristiano acerca del mismo? 

Krishnamurti: Temo no poder decíroslo. 

No estoy pensando en el amor. 

No podéis pensar en él; si pensáis, no será amor. 

Ya sabéis, hay una enorme diferencia entre el sexo y el pensamiento sobre el sexo, que estimula la sensación. 

La mente que sólo se ocupa del disfrute del sexo, que sólo piensa en el sexo, que se excita con imágenes, ilustraciones o pensamientos, esa mente tiene un rasgo destructivo. 

Pero lo otro, el sentimiento, cuando no hay pensamiento sobre él, es por completo distinto. 

Del mismo modo, no podéis pensar sobre el amor. 

Podéis pensar en él con arreglo al modelo de vuestro recuerdo, o en términos de lo que se os ha dicho: que es bueno, profano, sagrado, etc. 

Mas ese pensar no es amor. 

El amor no es cristiano ni hindú, no es oriental ni occidental, no es vuestro ni mío. Sólo cuando os libráis de todas esas ideas de vuestra nacionalidad, raza, religión y todo lo demás, sólo entonces es cuando sabéis lo que es amar.

Como veis, he hablado esta mañana sobre la muerte, para que realmente comprendáis todo esto, no sólo mientras estéis aquí en esta tienda, sino durante el resto de vuestra vida, y así os liberéis del dolor, del miedo, y sepáis efectivamente lo que significa morir. 

Si ahora en los días venideros vuestra mente no está completamente alerta, inocente, profundamente atenta, entonces el escuchar palabras es del todo fútil. 

Mas si os dais cuenta, si estáis profundamente atentos, concientes, de vuestros propios pensamientos y sentimientos, si no estáis interpretando lo que dice el que habla, sino que en realidad os observáis mientras él describe y profundiza en el problema, entonces, cuando salgáis de esta tienda, viviréis, no sólo con gozo, sino con la muerte y el amor. 

28 de julio de 1964 

LA MUTACION PSICOLÓGICA - CAPÍTULO 7 - J.K. -

 CAPITULO SÉPTIMO 

Me gustaría continuar desde donde terminamos el otro día. 

Creo que es muy importante comprender toda la cuestión de la acción; y uso esa palabra no en ningún sentido abstracto ni meramente como una idea. 

Me refiero al hecho real de la acción, de hacer algo. 

Tanto si estáis cavando en un jardín como si vais a la oficina, si miráis un árbol, si seguís el movimiento de un río, o simplemente marcháis por un camino, sin pensamiento, observando calladamente las cosas, sea lo que fuere lo que hagáis, forma parte de la acción, y en la mayoría de nosotros la acción crea conflicto. 

Nuestra acción, por muy profunda que la llamemos o por muy superficial que sea, se vuelve repetitiva, cansada, fastidiosa, mera actividad sin apenas importancia. 

Creo, pues, que es muy importante comprender lo que es la acción. 

Para hacer cualquier cosa: caminar, hablar, mirar, pensar, sentir, hace falta energía; y la energía se disipa cuando hay conflicto inherente en la expresión de esa energía. 

Como podemos observar, todas nuestras actividades, a cualquier nivel que sea, engendran alguna clase de conflicto, crean dentro de nosotros un sentido de esfuerzo, cierta resistencia, negación. 

Y ¿es posible actuar sin conflicto, sin resistencia y aún sin esfuerzo? 

De esto es de lo que si se me permite, quisiera hablar esta mañana.

Uno ve lo que está pasando en el mundo: las máquinas calculadoras, los cerebros electrónicos y diversas formas de automatización, dan al hombre cada vez más ocio, y ese tiempo libre va a ser monopolizado por la religión organizada y por las diversiones organizadas. 

No se si hay mucha diferencia entre ambas. Más por el momento, dejémoslas separadas. 

Cuando el hombre tiene muchos ratos de ocio, tiene más energía –mucha más energía- y la sociedad reclama que utilice esa energía, no en forma antisocial; para dominar el sentimiento antisocial, se sumergirá en la religión organizada o en las diversiones de todas clases, o bien se zambullirá en la literatura, en el arte, en la música, lo cual es otra forma de diversión. 

Como resultado de ello, el hombre se volverá cada vez más superficial. 

Puede leer todos los libros del mundo y tratar de comprender las complejidades de la teología, de la filosofía, de la ciencia; puede familiarizarse con ciertos hechos y verdades en la literatura, pero seguirá siendo una cosa externa, lo mismo que lo son las varias formas de religión y diversión. 

Las religiones organizadas afirman que buscan las cosas internas de la vida, pero reclaman creencia, dogma, rito, conformidad, como todos sabemos. 

Ahora bien, si no estamos alerta de todas estas cosas inherentes en la civilización moderna, nuestras energías serán consumidas por estas condiciones, y nuestra acción seguirá, pues, siendo muy superficial; y, debido a esa superficialidad, seguiremos teniendo conflicto dentro de nosotros, lo mismo que con otras personas, con la sociedad; seguirá habiendo conflicto en toda forma de esfuerzo humano –artístico, científico, matemático, industrial- y en la relación de uno mismo con la esposa propia o el marido, con los hijos, con el prójimo; y el conflicto es un derroche de energía. 

Para que el conflicto deje de existir y con ello haya conservación de energía, tiene uno que comprender lo que es la acción; y sin esa comprensión nuestra vida se volverá cada vez más externa y seremos cada vez más vacuos internamente. 

Éste no es un punto que haya de discutirse o dudarse, no se trata de mi opinión frente a la vuestra. 

Ante todo, ¿qué es, pues, la acción tal como la conocemos ahora? 

Toda nuestra acción tiene un motivo, sutil o evidente, ¿no es así? 

O vamos tras una recompensa o actuamos por miedo, o tratamos de ganar algo. 

Nuestra acción siempre es un ajuste a un modelo, a una idea, o es una aproximación a algún ideal; la conformidad, el ajuste, la aproximación, la resistencia, la negación: eso es todo lo que conocemos de la acción, e implica una serie de conflictos. 

Como decía el otro día, entrar en comunión con algo con lo cual no tenemos honda relación es siempre bastante difícil. 

Quiero entrar en comunión con vosotros sobre un estado de mente que es la antítesis completa de este conflicto al que llamamos acción. 

Hay una acción total, acción sin conflicto, y quiero deciros algo sobre ella. 

No es que debáis aceptar ni rechazar lo que digo, ni dejaros hipnotizar. 

Como sabéis una de las cosas más difíciles de hacer es sentarse en una plataforma y hablar mientras otros escuchan –si es que en efecto escucháisy establecer la acertada relación entre el que escucha y el que habla. 

No estáis aquí para ser hipnotizados por una serie de palabras, ni quiero yo influir sobre vosotros en forma alguna. 

No estoy haciendo propaganda a favor de una idea ni es mi propósito instruiros. 

Como he señalado muchas veces, no hay ni enseñante ni enseñados. 

Sólo hay un estado de aprender; y no es posible que vosotros y yo podamos aprender si estáis esperando a que se os instruya o que se os diga lo que hay que hacer. 

No tratamos sobre opiniones, yo no las tengo. 

Lo que trato de hacer es sencillamente exponer ciertos hechos, y vosotros mismos podéis mirarlos examinarlos o no. 

Esto significa que vosotros y yo debemos de tener la acertada relación, para que haya comunión que no sea meramente intelectual, sino la percepción total de un hecho que ambos estamos contemplando. 

No estamos en comunión unos con otros, sino que más bien lo estamos con el hecho y, por tanto, este llega a ser mucho más importante que vosotros y yo. 

Es el hecho y nuestra mutua percepción de él lo único que puede crear el acertado ambiente o atmósfera, y esto tiene que afectarnos. 

Me parece, pues, que llega a ser extraordinariamente importante escuchar algo: ese riachuelo, o el murmullo de esos árboles, o los propios pensamientos y sentimientos, cuando consideramos el hecho mismo y no una idea u opinión sobre el mismo. 

Todos sabemos que nuestra acción crea conflicto; tiene que crearlo inevitablemente toda acción que se base en una idea, un concepto, una formula, o que se acerque a un ideal; tiene inevitablemente que crearlo. 

Eso es evidente. Si actúa con arreglo a una formula, un modelo, un concepto, entonces estoy siempre dividido entre el hecho de lo que soy y lo que creo que yo debería hacer sobre ese hecho; de modo que nunca hay una acción completa; siempre hay un acercamiento a una idea o a un ideal, y por eso el conflicto es inherente en toda acción tal como la conocemos, la cual es un desperdicio de energía y produce deterioro de la mente. 

Os ruego observéis el estado y la actividad de vuestra propia mente y veréis que esto es verdad. 

Mas yo me pregunto: ¿existe una acción si idea y por tanto, sin conflicto? 

O, para decirlo de un modo distinto: ¿es que la acción tiene siempre que engendrar esfuerzo, lucha, conflicto? 

Por ejemplo yo estoy hablando, lo cual es una forma de acción. Seguramente que en esta acción sólo hay conflicto si trato de afirmarme, de ser alguien, de convenceros. 

Es, pues, enormemente importante descubrir por uno mismo si hay una posibilidad de vivir y hacer las cosas sin el más leve conflicto, es decir, si puede haber una acción en que la mente quede intacta, sin deterioro, sin ninguna forma de distorsión; y tiene que haber distorsión si la mente es influida de alguna manera o si queda presa de conflicto, que es un derroche de energía. 

Es de verdadero interés para mi, y tiene que serlo también para vosotros, descubrir la verdad de esta cuestión, porque lo que tratamos de hacer aquí es ver si es posible vivir sin pena, sin desesperación, sin miedo, sin alguna forma de actividad que produzca deterioro de la mente. 

Si es posible ¿qué le pasa entonces a una mente así? ¿qué le ocurre a una mente a la que nunca toca la sociedad que no tiene miedo, ni codicia, que no sustente envidia ni ambición, que no busca poder?. 

Para descubrir, tenemos que empezar por darnos cuenta del estado actual de nuestra mente, con todos sus conflictos, desdichas, frustraciones, perversiones, deterioro, desesperación. 

Tenemos que ser conscientes de nosotros mismos y con ello hacer acopio de energía; y el acopio mismo de esa energía es la acción que limpiará la mente de toda la basura que el hombre ha acumulado a lo largo de los siglos.

No estamos, pues, interesados en la acción por si misma; queremos descubrir si hay una acción que no engendre contradicción en forma alguna. 

Como hemos visto, las ideas, los conceptos, las formulas, los modelos, métodos, dogmas, ideales, estas cosas son las que crean contradicción en la acción. 

Y ¿es posible vivir sin ideas, sin un modelo, sin un ideal, sin un concepto o creencia? 

Seguramente que es muy importante descubrir por uno mismo la verdad de este asunto; porque uno puede ver muy bien que el amor no es una idea, un patrón, un concepto. 

La mayoría de nosotros tenemos un concepto del amor, pero es evidente que ese concepto no es el amor. O amamos o no amamos. 

¿Es posible vivir en este mundo e ir a la oficina, guisar, lavar platos, conducir un automóvil y hacer todas las demás cosas de la vida que actualmente se han vuelto repetitivas y crean conflicto, es posible hacer todas estas cosas, vivir y actuar, sin ninguna ideación y así librar la acción de toda contradicción?.

 Me pregunto si habréis caminado alguna vez a lo largo de una calle concurrida o de un camino solitario, simplemente, mirando las cosas sin pensamiento. 

Existe un estado de observación sin la intromisión del pensamiento. 

Aunque os dais cuenta de todo lo que os rodea y podéis reconocer a la persona , la montaña, el árbol, o el vehículo que se acerca, sin embargo, la mente no está funcionando con el patrón usual de pensamiento. 

No se si esto os habrá ocurrido alguna vez. 

Probad hacerlo alguna vez, cuando vayáis conduciendo o andando. 

Observad sin el pensamiento; observad sin la reacción que produce el pensamiento. 

Aunque reconozcáis el color y la forma, aunque veáis el arroyo, el auto, la cabra, el autobús, no hay reacción, sino simplemente observación negativa; y ese estado mismo de la llamada observación negativa es acción. 

Una mente así puede utilizar el conocimiento para la realización de lo que tiene que hacer, pero está libre de pensamiento, en el sentido de que no funciona en términos de reacción. 

Con una mente así –una mente que está atenta sin reacción- podéis ir a la oficina y hacer cualquier cosa.

 La mayoría de nosotros estamos pensando en nosotros mismos de la mañana a la noche, y nos movemos dentro del patrón de esa actividad egocéntrica. 

Toda actividad así, que es reacción, tiene que llegar a varias formas de conflicto y deterioro. 

Y, ¿es posible no actuar dentro de ese patrón y sin embargo, vivir en este mundo? 

No me refiero a que viváis apartados y solos, en la cueva de una montaña o algo parecido; más ¿es posible vivir en este mundo y manifestarse como ser humano total, partiendo de ese estado de vacuidad, si es que no habéis malentendido el uso que hago de esta palabra? 

Tanto si pintáis como si escribís poemas o vais a una oficina o habláis ¿podéis tener siempre en el interior un espacio vacío, y actuar a través de él? 

Por que cuando existe tal espacio la acción no engendra contradicción. 

Creo que es cosa muy importante descubrir esto. 

Y tenéis que descubrirlo vosotros mismos, porque no puede enseñarse ni explicarse. 

Para descubrirlo tenéis antes que comprender de que modo engendra conflicto toda acción egocéntrica, y luego preguntaros si la mente puede estar satisfecha con este tipo de acción. 

Quizá lo esté momentáneamente, pero, cuando percibís que en toda acción así es inevitable el conflicto, ya estáis tratando de descubrir si existe otra clase de acción, una acción que no lleve al conflicto; y entonces tenéis que llegar al hecho de que efectivamente existe. 

Surge pues, la cuestión: ¿por qué estamos siempre buscando satisfacción? 

En todas nuestras relaciones y en cualquier cosa que hagamos con él siempre hay el deseo de quedar satisfechos, de quedar complacidos y de seguir en esa satisfacción. 

Lo que llamamos descontento sólo surge cuando las cosas no nos complacen, y tal descontento no hace sino engendrar otra serie de reacciones. 

Pues bien, a mi me parece que un hombre que sea muy serio y vea todo esto: la forma en que los seres humanos han vivido durante millares de años en completa confusión y desdicha, nunca en una acción completa, tiene que descubrir por si mismo si es capaz de manifestarse partiendo de una mente que no esté contaminada por la sociedad; y eso sólo lo puede averiguar cuando esté libre de la sociedad. 

Hablo de la liberación de la estructura psicológica de la sociedad, que es la codicia, la envidia, la ambición y el afán de engreimiento. 

Cuando se ha comprendido y desechado toda esa estructura psicológica, está uno libre de la sociedad; y se puede seguir yendo a la oficina, comprando pantalones, y todo lo demás; pero se está libre de la estructura psicológica que tanto distorsiona a la mente. 

Llega uno, pues, a un punto en que descubre por si mismo que la liberación completa de la estructura psicológica de la sociedad es completa inacción; y esa inacción completa es acción total, que no crea contradicción ni, por tanto, deterioro.

He dicho lo que quería decir esta mañana, y acaso podamos ahora discutirlo, o podéis hacer preguntas si queréis. 


Pregunta: ¿podemos ir a nuestros empleos y trabajar sin competencia?. 


Krishnamurti: Señor, acaso no puede uno? ¿ podéis ir a vuestra oficina y conservar vuestro empleo sin competir? 

No me toca a mi decir si podéis o no, o si tenéis que hacerlo, etc. 

Mas veis lo que hace la competencia, como engendra antagonismo, miedo, una busca implacable de satisfacer vuestras propias demandas, no sólo en vuestro interior, sino exteriormente en el mundo. 

Veis todo eso, y os preguntáis si es posible vivir en este mundo sin competir. 

Esto significa vivir sin comparar; significa hacer algo que realmente nos gusta hacer, que os interesa enormemente. 

O bien, si estáis presos en un empleo que no os gusta, porque tenéis responsabilidades, significa descubrir el modo de hacer esa tarea eficazmente, sin competir, y eso requiere mucha atención, ¿no?

 Tenéis que prestar una gran atención a todo pensamiento, a todo sentimiento en vuestro interior, pues de lo contrario, sólo estaréis imponiéndoos la idea de que no debéis competir y entonces eso se convierte en otro problema. 

Mas podéis percibir todas las implicaciones en la competencia; podéis ver la realidad de cómo trae conflicto, incesante pugna; podéis percibir que la competencia lleva al hombre inevitablemente (aunque pueda haber mucho del llamado progreso y eficiencia competitiva) al antagonismo, a la falta de afecto.

 Si veis todo esto, entonces, partiendo de esa percepción, actuaréis ya sea competitivamente o sin competencia alguna. 


Comentarios: No creo que la acción repetitiva sea necesariamente fastidiosa. 


Krishnamurti: Sabéis que se está descubriendo que un hombre que trabaja en una fabrica, haciendo una y otra vez la misma cosa, no es una entidad muy productiva, y me dicen que en Norteamérica están experimentando con dejar que los obreros de ciertas fábricas aprendan durante su trabajo. 

El resultado es que este último no es tan repetitivo, por lo tanto, los hombres producen mucho más. Aunque os complazca mucho hacer algo, si seguís incesantemente repitiendo esa acción, se vuelve muy rutinaria y bastante cansada. 


Pregunta: ¿Que decís sobre el artista? 


Krishnamurti: Si el artista se limita a repetir, seguramente que ha dejado de serlo. Creo que confundimos las dos palabras, “repetición” y “creación”. ¿No es cierto? ¿qué es creación?


Comentario: Un hombre que haga buenos zapatos es creador. 


Krishnamurti: ¿ Es creación hacer buenos zapatos, crear niños, escribir poemas, y todo lo demás? Por favor, no asintáis ni disintáis. Esperad un momento. 


Comentario: No veo como puede uno vivir en un espacio vacío. 


Krishnamurti: Señora, creo que no nos hemos entendido. Lo siento. 

Es posible que ello se deba a las palabras que escogí, que tal vez no sea lo bastante adecuadas, y probablemente, no comprendéis exactamente lo que quiero decir con la palabra “vacío” pero ahora estamos hablando sobre creación. 

Mirad, he oído que en cierta universidad enseñan lo que llamamos literatura y pintura creadoras. 

¿Puede enseñarse la calidad creadora? 

¿Producirá espíritu creador la práctica continua de algo? 

Podéis aprender de un maestro la técnica de tocar el violín, pero es evidente que por la técnica no podéis tener el genio, mientras que, si uno tiene ese espíritu creador, producirá la técnica, mas no al revés. 

La mayoría de nosotros creemos que adquiriendo la técnica encontraremos lo otro. 

Tomad un ejemplo muy sencillo (aunque todos los ejemplos son defectuosos): ¿Qué es la vida sencilla?

 Decimos que vida sencilla es tener muy pocas posesiones, comer muy poco y abstenernos de hacer esto o aquello. 

En Asia se considera que está haciendo una vida muy sencilla un hombre que viste un taparrabo, que vive sólo y no hace más que una comida al día. 

Pero interiormente, puede estar en un torbellino volcánico, ardiendo en sus deseos, pasiones, ambiciones. 

La vida simple de tal hombre no es un espectáculo exterior, que puede ser reconocido por otros y decir ellos: “¡Que hombre tan sencillo!” 

Ése es el estado efectivo de la mayoría de los santos: exteriormente, son muy sencillos, pero en lo interno son ambiciosos, disciplinan la mente, se esfuerzan por ajustarse a cierto modelo, y todo eso. 

Me parece, pues, que la sencillez primero empieza desde dentro, y no desde fuera. 

Del mismo modo, la creación no puede venir por la expresión. 

Tiene uno que estar en ese estado de creación y no buscar a través de la expresión. 

Estar en ese estado de creación es el descubrimiento de lo supremo. 

Y eso sólo puede ocurrir cuando no hay actividad del “yo” en ninguna dirección. 

Volvamos a lo que dijo esa señora sobre el vacío. 

La mayoría de nosotros, aunque estemos mutuamente relacionados en lo exterior, vivimos en el aislamiento, y no es de ese aislamiento de lo que estoy hablando. 

El vacío es algo por completo distinto del aislamiento. 

Tiene que haber vacío entre vosotros y yo para que no nos veamos; tiene que haber un espacio por el cual yo pueda oír lo que decís y podáis oír lo que yo digo. 

Del mismo modo, tiene que haber espacio en la mente, es decir, ésta no debe hallarse tan llena de cosas que no quede ningún espacio. 

Sólo cuando hay espacio dentro de la mente (]lo que significa que no está atiborrada de actividad egocéntrica), sólo entonces es posible saber lo que es vivir. 

Pero vivir en aislamiento, eso no es posible. 


Pregunta: ¿Querríais hablar más sobre la energía?.


Krishnamurti: Para hacer cualquier cosa, por pequeña que sea, hace falta energía, ¿no? 

Para levantarse y salir de esta tienda, para pensar, comer, conducir un automóvil, para la acción de cualquier clase que sea, se requiere energía. 

Y, en la mayoría de nosotros, cuando estamos haciendo algo, hay una forma de resistencia que disipa la energía, a menos que de la casualidad de que lo que estamos haciendo nos cause placer, y en tal caso no hay conflicto, no hay resistencia en la continuidad de la energía. 

Como iba diciendo antes, uno necesita de energía para estar por completo atentos, y en esa energía no hay resistencia mientras no haya distracción, es decir, desde el momento en que queráis concentraros en algo pero al mismo tiempo queráis mirar por la ventana, habrá resistencia, conflicto. 

Pues bien, el mirar por la ventana es exactamente tan importante como cualquier otro mirar. 

Y una vez que veis que esto es así, entonces no hay distracción ni conflicto. 

Para tener energía física, es evidente que debéis tomar la adecuada clase de alimento, etc. eso es algo con lo cual vosotros mismos podéis experimentar y no necesitamos discutirlo. 

Tenemos también la energía psicológica, que se disipa de varias maneras. 

Para tener esa energía psicológica, la mente busca estímulo. 

El ir a la iglesia, presenciar un partido de futbol, leer literatura, escuchar música, asistir a reuniones como ésta: todas estas cosas os estimulan; y si lo que queréis es que se os estimule, ello significa que psicológicamente sois dependientes. 

Todas las formas de buscar estímulo implican depender de algo, ya sea una bebida, una droga, un orador o la asistencia a la iglesia; y seguramente que el depender del estímulo, en cualquier forma que sea, no sólo embota la mente, sino que también contribuye a disipar la energía. 

Así que, para conservar la energía propia, tiene que desaparecer toda forma de dependencia, toda clase de estímulos; y para la desaparición de esa dependencia tiene uno que darse cuenta de ella. 

Tanto si depende uno del estímulo de la propia esposa o marido, como de un libro, del trabajo que hace en la oficina, de ir al cine, es decir de cualquier estímulo que uno busque, tiene ante todo que darse cuenta de este. 

El limitarse a aceptar estímulos y vivir con ellos disipa la energía y deteriora la mente. 

Mas, si uno percibe los estímulos y descubre todo su significado en la propia vida, podrá librarse de ellos. 

Por medio del conocimiento de si mismo que no es condenación de si mismo, ni todo eso, sino simplemente darse cuenta de si mismo, sin escoger aprende uno a cerca de todas las cosas de influencia, de dependencia, de estímulos; y ese movimiento mismo de aprender le da a uno la energía necesaria para liberarse de toda dependencia del estímulo. 

26 de julio de 1964