PREGUNTAS Y RESPUESTAS - 9 - LA VIDA DE RELACIÓN -

 9. LA VIDA DE RELACIÓN

 Pregunta: A menudo ha hablado usted de la vida de relación. ¿Qué significa para usted?

 KRISHNAMURTI: En primer término, no hay ser alguno que esté aislado. Ser es estar en relación, y sin relación no hay existencia. ¿Qué entendemos por relación? Es la conexión entre el reto y la respuesta en el trato de dos personas, de vosotros conmigo; es el reto que vosotros lanzáis y que yo acepto o al cual respondo; también el reto que yo os lanzo. La relación de dos personas crea la sociedad; la sociedad no es independiente de vosotros y de mí; la masa no es por sí misma una entidad separada, sino que vosotros y yo, en nuestra mutua relación, creamos la masa, el grupo, la sociedad. La relación es el darse cuenta de la conexión existente entre dos personas. ¿En qué se basa por lo general esa relación? ¿No se basa acaso en la llamada “interdependencia”, en la ayuda mutua? Decimos por lo menos que ella es ayuda mutua, auxilio mutuo, y así sucesivamente; pero en realidad, independientemente de las palabras, de la resistencia emocional que ofrecemos los unos a los otros, ¿en qué se basa la relación? En la mutua satisfacción, ¿no es así? Si yo no os agrado, prescindís de mí; si yo os agrado, me aceptáis como esposa, vecino o amigo. Ese es el hecho.

¿Qué es lo que llamáis “familia”? Evidentemente, es una relación de intimidad, de comunión. En vuestra familia, en la relación con vuestra esposa, con vuestro esposo, ¿existe comunión? Eso, por cierto, es lo que entendemos por relación, ¿verdad? La relación significa comunión en la que no hay temor, libertad para comprenderse el uno al otro, para comunicarse al instante. Es obvio que la relación significa eso, estar en comunión con otro. ¿Lo estáis vosotros? ¿Estáis en comunión con vuestra esposa? Tal vez lo estéis físicamente, pero eso no es relación. Vosotros y vuestra esposa vivís en lados opuestos de un muro de aislamiento, ¿no es así? Tenéis vuestros propios empeños, vuestras ambiciones, y ella tiene los suyos. Vivís detrás del muro y de vez en cuando miráis por encima de él, y a eso le llamáis “relación”. Eso es un hecho, ¿verdad? Podéis magnificarlo, suavizarlo, introducir un nuevo juego de palabras para describirlo, pero el hecho es ése: que vosotros y los que os rodean vivís aislados, y a esa vida en aislamiento le llamáis “relación”. Si hay verdadera relación entre dos personas, lo cual significa que entre ellas hay comunión, entonces las implicaciones son enormes. 

Entonces no hay  aislamiento; hay amor y no responsabilidad o deber. Las personas que se aíslan detrás de sus muros son las que hablan de deber y responsabilidad. El hombre que ama, no habla de responsabilidad, ama. Por lo tanto comparte con otro su júbilo, su pena, su dinero. ¿Son así vuestras familias? ¿Existe comunión directa con vuestra esposa, con vuestros hijos? Es obvio que no. Por consiguiente la familia es un mero pretexto para continuar con vuestro nombre y tradición, para que ella os dé lo que deseáis, en lo sexual o en lo psicológico, de suerte que la familia llega a ser un medio de autoperpetuación, de prolongar vuestro nombre. Esa es una clase de inmortalidad, de permanencia. La familia también se utiliza como medio de satisfacción. Yo exploto a los demás sin piedad, en el mundo de los negocios, en el mundo exterior político o social; y en el hogar procuro ser bueno y generoso. ¡Qué absurdo! O bien el mundo me agobia y quiero paz, y me voy a casa. En el mundo exterior yo sufro; me voy a casa y trato de hallar consuelo. Utilizo, pues, la relación como medio de satisfacción, lo cual significa que no me quiero ver perturbado por mis relaciones.

De suerte que la relación se busca donde hay mutua satisfacción, halago. Donde no halláis esa satisfacción, cambiáis de relaciones; o bien os divorciáis, o continuáis juntos pero buscáis satisfacción en otra parte, hasta hallar lo que buscáis, es decir, satisfacción, halago, y una sensación de estar protegidos y cómodos. Después de todo, esa es nuestra vida de relación en el mundo; y así es, en realidad. Se busca la relación donde pueda haber seguridad, donde vosotros como individuos podáis vivir en un estado de seguridad, en un estado de satisfacción, en un estado de ignorancia, todo lo cual causa siempre conflicto, ¿no es así? Si vosotros no me satisfacéis y yo busco satisfacción, es natural que haya conflicto, porque ambos buscamos seguridad el uno en el otro; y cuando esa seguridad se torna incierta, os ponéis celosos, os volvéis violentos, posesivos, y lo demás. La relación, pues, conduce a la posesión, a la condenación, a las exigencias autoafirmativas de seguridad, de comodidad y de satisfacción; y en eso, naturalmente, no hay amor.

 Hablamos de amor, hablamos de responsabilidad, de deber, pero en realidad no hay amor; la realización se basa en la satisfacción, de lo cual vemos el efecto en la civilización actual. El modo como tratamos a nuestras esposas, a nuestros hijos, a los vecinos y amigos, es un indicio de que en nuestra vida de relación no hay realmente nada de amor. Ella es mera búsqueda de satisfacción. Y siendo ello así, ¿qué objeto tiene entonces la relación? ¿Cuál es su significación esencial? Si os observáis a vosotros mismos en relación con los demás, ¿no encontráis que la relación es un proceso de autorrevelación? ¿Mi contacto con vosotros no revela acaso el estado de mi propio ser, si me doy cuenta, si estoy bastante alerta para tener conciencia de mi propia reacción en la vida de relación? La relación es realmente un proceso de revelación de uno mismo, es decir, un proceso de conocimiento propio; y en esa revelación hay muchas cosas desagradables, pensamientos y actividades inquietantes, molestos. 

Como no me gusta lo que descubro, huyo de una relación que no es agradable hacia una relación que sea grata. La relación, por lo tanto, tiene muy poco sentido cuando sólo buscamos satisfacción mutua; pero se vuelve en extremo significativa cuando es un medio de revelación y conocimiento de uno mismo. Después de todo, en el amor no hay relación, ¿verdad? Sólo cuando amáis algo y esperáis retribución de vuestro amor, hay una relación. Cuando amáis, es decir, cuando os entregáis a algo enteramente, plenamente, entonces no hay relación. Si realmente amáis, si existe un amor así surge entonces algo maravilloso. En semejante amor no hay razonamiento, no existe el uno y el otro, hay unidad completa. Es un estado de integración, un completo ser. Esos momentos tan raros, dichosos, jubilosos, existen, entonces hay completo amor, comunión total. Lo que generalmente ocurre es que lo importante no es el amor sino el otro, el objeto del amor; aquel a quien se da el amor se vuelve lo importante, no el amor en sí. Por diversas razones, ya sean biológicas o verbales, o por un deseo de satisfacción, de consuelo, y lo demás, el objeto del amor llega entonces a ser lo importante; y el amor se aleja. Entonces la posesión, los celos y las exigencias causan conflicto, y el amor se aleja cada vez más; y cuanto más se aleja, tanto más el problema de la relación pierde su significación, su valor y su sentido. Por eso el amor es una de las cosas más difíciles de comprender. No puede provenir de una urgencia intelectual, no puede ser fabricado por diversos métodos, medios y disciplinas. Es un estado de ser cuando las actividades del “yo” han cesado; pero ellas no cesarán si simplemente las reprimís, las rehuís o las disciplináis. Es preciso que comprendáis las actividades del “yo” en todas las diferentes capas de la conciencia. Hay momentos en que realmente amamos, en que no hay pensamiento ni móvil; pero esos momentos son muy raros. Y es porque son raros que nos aferramos a ellos en el recuerdo y así creamos una barrera entre la viviente realidad y la acción de nuestra existencia diaria. Para comprender la vida de relación es importante comprender primero lo que es, lo que realmente está ocurriendo en nuestra vida, en todas las diferentes formas sutiles; y también lo que la relación significa en realidad. La relación es autorrevelación. Es porque no queremos revelarnos a nosotros mismos que nos refugiamos en la comodidad, y entonces la relación pierde su extraordinaria hondura, significación y belleza. Sólo puede haber verdadera relación cuando hay amor, pero el amor no es la búsqueda de satisfacción. El amor existe tan sólo cuando hay olvido de uno mismo, cuando hay completa comunión, no entre uno o dos sino comunión con lo supremo; y eso sólo puede acontecer cuando se olvida el “yo”.



PREGUNTAS Y RESPUESTAS - 8 - LA COMPRENSIÓN -

 8. LA COMPRENSIÓN

 Pregunta: ¿Cuál es la diferencia entre introspección y comprensión? ¿Quién, en la comprensión, comprende? 

KRISHNAMURTI: Examinemos primero lo que entendemos por introspección. Por introspección entendemos el mirar dentro de uno mismo, el examinarse a sí mismo. ¿Por qué se examina uno a sí mismo? A fin de mejorar, de cambiar, de modificarse. Es decir, practicáis la introspección para llegar a ser “algo”, pues de otro modo no os entregaríais a la introspección. No os examinaríais si no existiese el deseo de modificaros, de cambiaros, de haceros diferentes de lo que sois.

 Esa, por cierto, es la razón evidente de la introspección. Soy iracundo, y para librarme de la ira, o hacer que ésta cambie o se modifique, me examino mediante la introspección. Donde hay introspección -que es el deseo de modificar o cambiar las respuestas, las reacciones del “yo”- hay siempre un fin en vista; y cuando ese fin no se logra, hay mal humor, depresión. La introspección, pues, siempre va acompañada de depresión. No sé si habéis advertido que cuando practicáis la introspección, cuando miráis dentro de vosotros mismos a fin de cambiaros, siempre hay una ola de depresión. Siempre hay una ola de mal humor contra la cual tenéis que batallar; necesitáis examinaros de nuevo para sobreponeros a ese estado de ánimo, y así sucesivamente. La introspección es un proceso en el que no hay liberación, porque es un proceso de transformar lo que uno es en algo que no es. Es evidente que esto, exactamente, es lo que ocurre cuando practicamos la introspección, cuando nos entregamos a ese acto en particular. En ese acto existe siempre un proceso acumulativo: el del “yo” que examina algo con el objeto de cambiarla. Hay siempre, pues, un conflicto de dualidad, y por lo tanto, un proceso de frustración. Jamás hay una liberación y, comprendiendo esa frustración, uno se siente deprimido.

La comprensión es enteramente diferente. La comprensión es observar sin condenar. La comprensión produce entendimiento porque no hay condenación ni identificación, sino observación silenciosa. Si quiero comprender algo, debo observarlo; no debo criticar, no debo condenar, no debo perseguirlo cuando es placer, ni evitarlo cuando no es placer. Lo único que debe haber es silenciosa observación de un hecho. No hay un fin en vista, sino comprensión de todo lo que va surgiendo. Esa observación, y la comprensión de esa observación, cesan cuando hay condenación, identificación o justificación. La introspección es mejoramiento de uno mismo, y, por lo tanto, la introspección es egocéntrica. La comprensión no es mejoramiento del “yo”. Por el contrario, es la terminación del “yo”, con toda su idiosincrasia y peculiares recuerdos, exigencias y empeños. En la introspección hay identificación y condenación. En la comprensión no hay condenación ni identificación; por consiguiente no hay mejoramiento del “yo”. Entre ambas hay una enorme diferencia.

 El hombre que desea mejorarse a sí mismo jamás puede comprender, porque el mejoramiento implica condenación de algo y logro de un resultado; mientras que en la comprensión hay observación sin condenación, sin negación ni aceptación. La comprensión empieza con las cosas externas, dándose uno cuenta de los objetos, de la naturaleza, y estando en comunión con ellos. Primero hay percepción de las cosas que a uno le rodean, el ser sensible a los objetos, a la naturaleza; después de la gente, lo cual significa relación, y luego está la comprensión de las ideas. Esa comprensión, el ser sensible a las cosas, a la naturaleza, a la gente, a las ideas, no está hecho de procesos separados, sino que es un proceso unitario. Es una constante observación de todo, de todo pensamiento, sentimiento y acción, a medida que surgen dentro de uno mismo. Como la comprensión no es condenatoria, no hay acumulación.

 Condenáis tan sólo cuando tenéis una norma, lo cual significa que hay acumulación, y por lo tanto mejoramiento del “yo”. Comprensión es el entendimiento de las actividades del “yo”, en su relación con las personas, con las ideas y con las cosas. Esa comprensión es de instante en instante, y, por lo tanto, no puede ser practicada. Cuando practicáis una cosa, se convierte en hábito; y la comprensión no es hábito. Una mente que actúa por hábito es insensible; una mente que funciona dentro del surco de determinada acción es torpe, rígida. El “darse cuenta”, antes bien, requiere constante flexibilidad, vigilancia. Esto no es difícil. Es lo que hacéis cuando estáis interesados en algo, cuando os interesa observar a vuestro hijo, a vuestra esposa, cuidar vuestras plantas, mirar los árboles, las aves. Observáis sin condenación, sin identificación. En esa observación, por lo tanto, hay completa comunión; el observador y lo observado están en comunión completa. Esto ocurre efectivamente cuando estáis hondamente profundamente interesados en algo.

Hay, pues, una enorme diferencia entre la comprensión y el mejoramiento expansivo del “yo” en la introspección. La introspección conduce a la frustración, a nuevos y mayores conflictos. La comprensión, en cambio, es un proceso de liberación dé la acción del “yo”, y consiste en daros cuenta de vuestros diarios movimientos, de vuestros pensamientos y sentimientos, de vuestros actos, y en daros cuenta de otra persona, en observarla. Eso podéis hacerlo tan sólo cuando amáis a alguien, cuando os halláis hondamente interesados en algo. Y cuando yo quiero conocerme a mí mismo, todo mi ser, todo el contenido de mí mismo y no una o dos capas tan sólo, es obvio que no debe haber condenación. Tengo entonces que estar abierto a todo pensamiento, a todo sentimiento, a todos los estados de ánimo, a todas las represiones; y a medida que hay más y más comprensión expansiva, más y más libre me hallo de todo el movimiento oculto de los pensamientos, móviles y empeños. De suerte que la comprensión es libertad, ella trae libertad, ella brinda libertad. La introspección, en cambio, fomenta el conflicto, el proceso de autoencierro; siempre hay en ella, por lo tanto, frustración y miedo.

 El interlocutor desea también saber quién es el que comprende. ¿Qué ocurre cuando tenéis una profunda vivencia de cualquier índole? Cuando tenéis tal vivencia, ¿os dais cuenta de que estáis experimentándola? Cuando os sacude la ira, en la fracción de segundo de ira, o de celos, o de júbilo, ¿os dais cuenta de que estáis gozosos o de que estáis encolerizados? Tan sólo cuando la vivencia ha terminado, surge el experimentador y lo experimentado. Entonces el experimentador observa lo experimentado, el objeto de la experiencia. En el momento de la vivencia, no hay observador ni cosa observada: sólo existe la vivencia. Pero la mayoría de nosotros no “vivenciamos”. Siempre nos hallamos fuera del estado de vivencia, y es por ello que formulamos la pregunta de quién es el observador, quién es el que percibe. Tal pregunta, por cierto, es equivocada, ¿verdad? En el momento en que hay vivencia, no existen la persona que percibe, que comprende, ni el objeto del que ella se da cuenta. No hay observador ni cosa observada, sino tan sólo un estado de vivencia. La mayoría de nosotros encontramos que es extremadamente difícil vivir en un estado de vivencia, porque ello exige extraordinaria flexibilidad, presteza, un alto grado de sensibilidad; y eso resulta imposible cuando deseamos triunfar, cuando tenemos un fin en vista, cuando calculamos, todo lo cual trae frustración. Pero el hombre que nada exige, que no persigue una finalidad, que no anda en busca de un resultado con todo lo que ello implica, un hombre así se halla en estado de constante vivencia. Todo tiene entonces un movimiento, un significado, y nada es viejo, nada se carboniza, nada resulta repetido, porque lo que es jamás es viejo. El reto es siempre nuevo. Sólo la respuesta al reto es lo pasado; y lo pasado crea más residuo, que es el recuerdo, el observador, que se separa de lo observado, del reto, de la experiencia.

Podéis experimentar con esto por vosotros mismos de un modo muy simple y muy fácil. La próxima vez que estéis encolerizados o celosos, o que sintáis codicia, o que seáis violentos o lo que sea, observaos a vosotros mismos. En ese estado “vosotros” no existís. Sólo hay ese estado del ser. Pero al momento, al segundo siguiente, dais nombre y definís el sentimiento, le llamáis celos, ira, codicia. Habéis, pues, creado de inmediato el observador y lo observado, el experimentador y lo experimentado. Cuando hay experimentador y cosa experimentada, el experimentador procura modificar la experiencia, cambiarla, recordar cosas con ella asociadas, y lo demás. Mantiene, por lo tanto, la división entre sí mismo y lo experimentado. Pero si no dais nombre a ese sentimiento -lo que significa que no buscáis un resultado, que no condenáis, que simplemente os dais cuenta del sentimiento, en silencio-, entonces veréis que en ese estado de sentir, en vivencia, no hay observador ni cosa observada. El observador y lo observado, en efecto, son un fenómeno concomitante -existen conjuntamente-, sólo hay vivencia.

 De suerte que la introspección y la comprensión son enteramente diferentes. La introspección lleva a la frustración, a mayor conflicto, puesto que en ella está implícito el deseo de cambio, y el cambio es mera continuidad modificada. La comprensión es un estado en el que no hay condenación, justificación ni identificación, y en el que, por lo tanto, hay entendimiento, y en ese estado de pasiva comprensión, no existe el experimentador ni lo experimentado. La introspección, que es una forma de mejoramiento, de expansión del “yo”, jamás podrá conducir a la verdad porque es siempre un proceso de encierro en uno mismo; mientras que la comprensión es un estado en el que la verdad puede manifestarse: la verdad de lo que se es, la simple verdad de la existencia diaria. Es sólo cuando comprendemos la verdad de la existencia diaria, cuando podemos ir lejos. Debéis empezar cerca para ir lejos; pero la mayoría de nosotros queremos saltar, empezar lejos sin comprender lo que está cerca. 

A medida que comprendemos lo cercano, encontraremos que no existe distancia entre lo cercano y lo lejano. No hay distancia alguna: el comienzo y el fin son uno solo.