ME GUSTA CUANDO CALLAS...

Hoy amanecimos con un poema de Pablo Neruda entre los labios, tuvo un enorme significado y a la vez cuesta ponerlo en palabras que brotan de la Nada misma mejor dejemos que el poeta lo exprese a su manera...


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ME gustas cuando callas porque estás como ausente,
y me oyes desde lejos, y mi voz no te toca.
Parece que los ojos se te hubieran volado
y parece que un beso te cerrara la boca.

Como todas las cosas están llenas de mi alma
emerges de las cosas, llena del alma mía.
Mariposa de sueño, te pareces a mi alma,
y te pareces a la palabra melancolía.

Me gustas cuando callas y estás como distante.
Y estás como quejándote, mariposa en arrullo.
Y me oyes desde lejos, y mi voz no te alcanza:
déjame que me calle con el silencio tuyo.

Déjame que te hable también con tu silencio
claro como una lámpara, simple como un anillo.
Eres como la noche, callada y constelada.
Tu silencio es de estrella, tan lejano y sencillo.

Me gustas cuando callas porque estás como ausente.
Distante y dolorosa como si hubieras muerto.
Una palabra entonces, una sonrisa bastan.
Y estoy alegre, alegre de que no sea cierto.

 

EL LAGO...

 EL LAGO

El lago era muy profundo, con peñascos que se elevaban a ambos lados. Uno podía divisar la otra orilla, boscosa, con nuevas hojas primaverales; y aquella margen del lago era más escarpada, con más árboles y un follaje tal vez más espeso. Esa mañana el agua se hallaba en calma y su color era verde azulado. Es un bello lago. Había cisnes, patos y, ocasionalmente, un barco con pasajeros.
Como uno estaba de pie a la orilla, en un parque bien cuidado, se encontraba muy cerca del agua, un agua absolutamente incontaminada cuya estructura y belleza parecían penetrar dentro de uno. Se podía percibir el aroma del aire suavemente fragante y del verde césped, y había una sensación de unidad con ello mientras uno se movía con la lenta corriente, con los reflejos y la quietud profunda del agua.
Era una cosa extraña experimentar una sensación tan grande de afecto, afecto no por alguna cosa o por alguien, sino la plenitud de lo que puede llamarse amor. Lo único que importa es sondear en la profundidad misma de ello, no con la pequeña mente tonta y sus incesantes murmullos del pensamiento, sino con el silencio. El silencio es el único medio o instrumento que puede penetrar en algo que elude a una mente contaminada.
Nosotros no sabemos lo que es el amor. Conocemos sus síntomas, el placer, la ansiedad, la pena, etcétera. Tratamos de resolver los síntomas, lo cual se vuelve un vagar en medio de la oscuridad. Gastamos en esto los días y las noches, y pronto ello termina en la muerte.
Mientras uno estaba allí, a la orilla del lago, contemplando la belleza del agua, todos los problemas humanos, los problemas de las instituciones, la relación del hombre con el hombre (que es la sociedad), todo ello encontraría su lugar exacto si uno pudiera penetrar silenciosamente en esta cosa que llamamos amor.
Hemos hablado muchísimo sobre ello. Todo joven dice que ama a alguna mujer, el sacerdote a su dios, la madre a sus hijos, y por supuesto, el político juega con ello. En realidad, hemos estropeado la palabra cargándola de sustancia sin sentido, la sustancia de nuestros propios yoes estrechos y mezquinos. En este contexto pequeño, limitado, tratamos de encontrar lo otro y, dolorosamente, retornamos a nuestra confusión y desdicha de todos los días.
Pero eso estaba allí, en el agua, en todo lo que había alrededor, en la hoja, en el pato que trataba de deglutir un gran trozo de pan, en la mujer inválida que pasaba... No era una identificación romántica ni una aguda verbalización racionalizada, sino que estaba allí, tan real como ese automóvil o ese barco.
Es lo único que dará respuesta a todos nuestros problemas. No, no una respuesta, porque entonces no habría más problemas. Tenemos problemas de todas clases y tratamos de resolverlos sin ese amor, y así se multiplican y crecen. No hay manera de aproximarse al amor o de retenerlo, pero a veces, si permanecemos al borde del camino o junto al lago, observando una flor o un árbol o al granjero labrando la tierra, si permanecemos en silencio, no soñando ni fantaseando ni sintiéndonos cansados, sino en un intenso silencio entonces tal vez el amor llegue a nosotros.
Cuando llegue, no tratemos de retenerlo, no lo atesoremos como una experiencia. Una vez que nos toque ya no volveremos a ser los mismos. Dejemos que sea eso lo que actúe y no nuestra codicia, nuestra ira o nuestra justa indignación social. El amor es realmente muy bravío, indómito, y su belleza nada tiene de “respetable”.
Pero nunca lo queremos, porque sentimos que podría ser demasiado peligroso. Somos animales domesticados, dando vueltas en una jaula que hemos construido para nosotros mismos, una jaula con sus contiendas, sus disputas, sus imposibles líderes políticos, sus gurús que explotan nuestra vanidad y la de ellos mismos con gran refinamiento o con bastante crudeza. En la jaula podemos tener anarquía u orden, el que a su vez cede su puesto al desorden. Y esto ha continuado por muchos siglos, avanzando explosivamente y retrocediendo, modificando los patrones de la estructura social, terminando tal vez con la pobreza aquí o allá. Pero si establecemos que todo esto es lo más esencial, entonces perderemos lo otro.
Permanezcamos solos de vez en cuando y, si somos afortunados, el amor podría llegar a nosotros en una hoja que cae o desde aquel distante árbol solitario en medio de un campo vacío.
JK
La imagen puede contener: montaña, cielo, exterior, naturaleza y agua
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