DIARIO 2 - J.K. - 24 DE OCTUBRE DE 1973

 24, Octubre, 1973 

Hacia abajo, en el valle, se veían las débiles luces de un pequeño pueblo; había oscuridad, y el sendero era pedregoso y accidentado. 

Las onduladas líneas de los cerros contra el cielo iluminado por las estrellas, estaban profundamente incrustadas en las sombras; un coyote aullaba en alguna parte cerca de allí. 

El sendero había perdido su familiaridad, y una brisa suavemente perfumada subía desde el valle. 

Estar sólo en esa quietud extraordinária era escuchar la voz de intenso silencio y su inmensa belleza.

 Algún animal estaba haciendo ruido entre los arbustos, asustado o tratando de atraer la atención. ´

Ahora ya había oscuridad completa y el mundo de ese valle se volvió profundo en su silencio. 

El aire nocturno traía olores especiales , una mezcla de todos los arbustos que crecían en los áridos cerros, ese aroma fuerte propio de los arbustos que conocen el sol ardiente. 

Las lluvias habían cesado muchos meses antes; no llovería otra vez por un largo tiempo y el çamino se encontraba reseco, polvoriento y áspero. 

El gran silencio con su vasto espacio contenía la noche, y todo movimiento del pensar se aquietaba. 

La mente misma era el espacio inmensurable, y en esa profunda quietud no había cosa alguna que el pensamiento hubiera fabricado. 

Ser absolutamente nada, es estar más allá de toda medida. 

El sendero descendía en pendiente, y un pequeño arroyo decía muchas cosas, encantado con su propia voz. 

Ese arroyo cruzaba el sendero varias veces, y era un juego en el que ambos se divertían juntos. 

Las estrellas estaban muy cercanas y algunas miraban hacia abajo desde las cumbres. 

Las luces del pueblo estaban lejos todavia, y las estrellas iban desapareciendo al otro lado de los altos cerros. 

Uno estaba allí, solo, sin palabra alguna, sin ningún pensamiento, únicamente observando y escuchando. 

El inmenso silencio revelaba que, sin él, la existência pierde su profundo significado y su belleza. 

El ser luz para uno mismo, niega toda experiencia. 

El «uno» que experimenta como el experimentador, necesita de la experiencia para existir y, por profunda o superficial que ésta sea, la necesidad de experiencias se vuelve cada vez mayor. 

La experiencia es conocimiento, tradición; el experimentador se divide a si mismo para distinguir entre lo placentero y lo doloroso, entre lo tranquilizador y lo inquietante. 

El creyente experimenta conforme a su creencia, conforme a su condicionamiento. 

Estas experiencias proceden de lo conocido, porque el reconocimiento es esencial -sin él la experiencia no existe-. 

Toda experiencia deja una huella a menos que, tal como surge, se termine. 

Toda respuesta a un reto es una experiencia, pero cuando la respuesta proviene de lo conocido, el reto pierde su frescura y vitalidad; entonces hay conflicto, desorden y actividad neurótica. 

La esencia misma del reto es cuestionar, perturbar, despertar, comprender. 

Pero cuando ese reto se traslada al pasado, uno está eludiendo el presente. 

La convicción de la experiencia implica negar la investigación. 

Inteligencia es libertad para inquirir, para investigar el«yo» y el «no yo», lo interno y lo externo. 

La creencia, las ideologias y la autoridad impiden el discemimiento directo que sólo adviene con la libertad. 

El deseo de experiencias, de cualquier clase que sean, tiene que ser superficial o sensorio, consolador o  placentero, porque el deseo, por intenso que sea, es el heraldo del pensamiento, y el pensamiento es lo externo.

El pensamiento puede fabricar lo interno, pero ello sigue siendo lo externo. 

El pensamiento jamás descubrirá lo nuevo, porque él es viejo y nunca es libre, la libertad está más allá dei pensamiento. 

Toda la actividad del pensamiento es la negación del amor. 

Cuando uno es luz para sí mismo, esa luz es la luz de todos los demás. 

Ser luz para uno mismo implica que la mente se halla libre dei reto y la respuesta, porque entonces la mente está por completo despierta, está totalmente activa. 

Esta atención no tiene un centro -el «uno» que está atento- y, por tanto, no tiene un límite. 

Mientras existe un centro, el «yo», tienen que existir el reto y la respuesta adecuada o inadecuada, placentera o dolorosa. 

El centro jamás puede ser luz para sí mismo; su luz es la luz artificial del pensamiento, y éste tiene muchas sombras. 

La compasión no es la sombra del pensamiento sino que es luz, luz que no es ni de uno mismo ni de algún otro. 

El sendero penetraba poco a poco en el valle y el río pasaba por el pueblo para unirse al mar. 

Pero los cerros permanecían inmutables, y el ulular de un búho fue la réplica de otro. 

Y había espacio para el silencio.