CAPÍTULO V
El Interés por Uno Mismo - El Ansia de Posición - Los Temores y el Temor Total - La Fragmentación del Pensamiento - El Fin del Temor
Antes de proseguir, me gustaría preguntarle: ¿Cual es su interés fundamental y perdurable en la vida? Poniendo a un lado las contestaciones ambiguas, y enfrentándose a esa pregunta directa y honradamente, ¿Cuál seria su contestación? ¿La sabe usted? ¿No es acaso usted mismo? De todas maneras, esto es lo que la mayoría de nosotros diríamos si contestáramos con honradez. Estoy interesado en mi progreso, en mi trabajo, en mi familia, en el pequeño rincón donde vivo, en conseguir una mejor posición, más prestigio, más poder, más dominio sobre los otros, etc., etc. Pienso que sería lógico, ¿No es verdad?, admitir para nosotros mismos que ése es el principal interés de la mayoría -“yo” primero-. Algunos de nosotros diríamos que no es correcto interesarnos principalmente por nosotros mismos. Pero ¿qué es lo incorrecto en ello, excepto que rara vez lo admitimos con decoro y honradez? Si lo hacemos, nos sentimos más bien avergonzados. Así es, pues uno está fundamentalmente interesado en uno mismo, y por varias razones ideológicas o tradicionales piensa que es incorrecto. Pero lo que uno piensa no viene al caso. ¿Por qué introducir el factor de considerarlo equivocado? Eso es una idea, un concepto. El hecho es que uno está interesado en uno mismo de manera fundamental y perdurable.
Puede usted decir que es más satisfactorio ayudar a otro que pensar en usted mismo. ¿Cuál es la diferencia? Sigue siendo interés en sí mismo. Si a usted le da mayor satisfacción ayudar a otros, está interesado en lo que le produce mayor satisfacción. ¿Por qué introducir en ello un concepto ideológico? ¿Por qué ese doble modo de pensar? ¿Por qué no decir: “Lo que yo realmente quiero es satisfacción, sea en el sexo, sea en ayudar a otros, o en llegar a ser un gran santo, un científico o un político”? Es el mismo proceso, ¿no es cierto? satisfacción en todas las formas sutiles o evidentes, es lo que deseamos. Cuando decimos que queremos libertad, la queremos porque pensamos que debe satisfacernos extraordinariamente y, desde luego, la mayor satisfacción es esta idea peculiar de la autorealización. Lo que buscamos realmente es una satisfacción donde no haya ninguna insatisfacción. La mayoría de nosotros ansiamos la satisfacción de tener una posición en sociedad porque tememos ser un don nadie. La sociedad está estructurada de tal modo que un ciudadano que ocupa un lugar respetable es tratado con gran cortesía, mientras que un hombre sin posición es maltratado. Todos en el mundo quieren una posición, ya sea en sociedad, en la familia, o sentarse a la diestra de Dios, y esta posición, desde luego debe ser reconocida por los otros: de lo contrario, no es posición en absoluto. Hemos de ocupar siempre un sitio en el estrado. En nuestro interior somos remolinos de infortunios y maldades y, por tanto, nos complace que externamente nos juzguen como personajes importantes. Este anhelo de posición, de prestigio, de poder, para sobresalir de algún modo en la sociedad, es un deseo de dominar a otros, y este deseo de dominar es un forma de agresión. El santo que busca una posición con respecto a su santidad es tan agresivo como el pollo que picotea en el corral. Y, ¿cuál es la causa de esta agresividad? Es el temor, ¿no es cierto?
El Temor es uno de los mayores problemas en la vida. Una mente que está atrapada por el temor vive en confusión, en conflicto y, por lo tanto, tiene que estar violenta, distorsionada y agresiva. No se atreve a desviarse de sus propios patrones de pensamiento, lo que engendra hipocresía. Hasta que no nos libremos del temor, permaneceremos siempre en la oscuridad, aunque subamos a las más altas montañas e inventemos toda clase de dioses. Como vivimos en una sociedad tan corrompida y estúpida, donde recibimos una educación caracterizada por la competencia, que engendra el miedo, estamos todos agobiados por temores de alguna especie. Y el temor es algo espantoso, que deforma, tuerce y oscurece nuestros días. Existe el miedo físico, pero este es un instinto que hemos heredado de los animales. Son los temores psicológicos los que aquí nos interesan, porque cuando comprendamos las profundas raíces de los temores psicológicos, seremos capaces de enfrentarnos a los temores animales. Por el contrario, si nos ocupamos de los temores animales primero, esto nunca nos ayudará a comprender los psicológicos. Todos estamos temerosos de algo; no hay temores abstractos, existen siempre en relación con algo. ¿Conoce usted sus propios temores? Temor de perder el trabajo, de no tener suficientes alimentos o dinero, o de lo que los vecinos o el público piensen de usted, o de no tener éxito, de perder su posición en sociedad, de ser despreciado o ridiculizado; temor al dolor y a las enfermedades, a ser dominado, a no saber nunca qué es el amor, o a no ser amado, a perder la esposa o a los hijos; temor a la muerte, a vivir en un mundo que es como la muerte, de completo aburrimiento, de no vivir según la imagen que los otros han fabricado de usted, de perder su fe -todos estos y otros innumerables temores-. ¿Conoce usted sus propios temores particulares? Y ¿qué hace usted con ellos generalmente?
Usted huye de ellos, ¿no es verdad?, ¿o bien inventa ideas o imágenes para ocultarlos? Pero huir del temor es sólo acrecentarlo. Una de las causas mayores del temor es que no queremos enfrentarnos a nosotros tal como somos. Por lo tanto tenemos que examinar tanto los temores mismos como la red de escapes que hemos desarrollado para librarnos de ellos. Si la mente, en la cual está incluido el cerebro trata de vencer el temor, de reprimirlo, disciplinarlo, controlarlo, traducirlo en términos de algo más, habrá fricción, habrá conflicto, y el conflicto implica pérdida energía. Entonces, hemos de preguntarnos en primer lugar: ¿Qué es el temor y cómo surge? ¿Qué queremos decir con la misma palabra temor? Me estoy preguntando qué es el temor, no a qué cosa le tengo miedo. Me inclino a cierta clase de vida; pienso de acuerdo con determinado patrón; sigo ciertas creencias y dogmas, y no quiero que esos patrones de existencia sean perturbados porque en ellos tengo mis raíces. No quiero que sean perturbados porque la perturbación produce un estado de ignorancia, y eso me desagrada. Si se me arranca todo lo que conozco y aquello en que creo, quiero tener una certeza razonable del estado de cosas al cual me dirijo. Es que las células del cerebro han creado un patrón, y esas células rehusan crear otro patrón que puede ser incierto. El movimiento de la certeza a la incertidumbre es lo que yo llamo temor. En este momento, mientras estoy sentado aquí, no tengo miedo; no tengo miedo en el presente, nada me está ocurriendo, nadie me amenaza ni me está quitando nada. Pero más allá del momento actual, hay una capa más profunda en la mente que, consciente o inconscientemente, piensa en lo que pudiera ocurrir en el futuro, o se preocupa de que algo del pasado pudiera sorprenderme. Así, estoy temeroso del pasado y del futuro. He dividido el tiempo en pasado y futuro. El pensamiento interviene y dice: “Ten cuidado de que no te vuelva a ocurrir, o prepárate para el futuro. El futuro puede serte peligroso. Tienes algo ahora, pero puedes perderlo. Puedes morir mañana; tu esposa podría abandonarte, quizás pierdas tu trabajo. Puede que nunca seas famoso. Es posible que te quedes solo. Necesitas estar bien seguro del mañana”.
Ahora tome usted su forma particular de temor. Mírelo. Observe sus reacciones. ¿Puede mirarlo sin ninguna reacción para escapar de él, justificarlo, condenarlo o reprimirlo? ¿Puede usted mirar ese temor sin la palabra que lo causa? ¿Puede usted mirar a la muerte, por ejemplo, sin la palabra que hace surgir el temor de la muerte? ¿No es cierto que la palabra misma produce una vibración, así como la palabra amor tiene su propia vibración, su propia imagen? Y bien, ¿no es la imagen que su mente tiene de la muerte, el recuerdo de las muchas muertes que ha visto, y cómo asocia con usted mismo esos incidentes; no es esa imagen la que crea el temor? ¿O está usted realmente temeroso de morir, no de la imagen que ha creado del morir? ¿Es la palabra muerte la que causa su temor o el hecho real? Si es la palabra o el recuerdo de lo que causa su temor, entonces no hay temor en realidad. Digamos que usted estuvo enfermo hace dos años y el recuerdo del dolor, de la enfermedad persiste. Entonces la memoria actúa ahora y dice: “Ten cuidado, no te vuelvas a enfermar de nuevo”. De ese modo la memoria con sus asociaciones está creando temor, temor que no existe en absoluto porque en realidad ahora usted tiene buena salud. El pensamiento, que siempre es viejo porque es la respuesta de la memoria y ésta es siempre vieja (el pensamiento crea en el tiempo la sensación de que usted tiene miedo, lo cual no es un hecho real). El hecho real es que usted está bien. Pero la experiencia que ha perdurado en la mente como un recuerdo, despierta esta idea: “Ten cuidado, no te enfermes de nuevo”. Así pues, vemos que el pensamiento engendra una clase de temor. Pero fuera de ello ¿hay miedo en efecto? ¿Es el temor siempre resultado del pensamiento, y si lo es, hay alguna otra forma de temor? Tememos a la muerte -esto es, a algo que va a ocurrir mañana, pasado mañana, con el tiempo-. Hay una distancia entre lo que es y lo que será. Ahora el pensamiento ha tenido esta experiencia, ha observado la muerte y dice: “Voy a morir”. El pensamiento crea el temor a la muerte, y sino lo hace, ¿hay en realidad algún temor?
¿Es el temor resultado del Pensamiento? Si lo es, como el pensamiento es invariablemente viejo, también el temor es siempre viejo. Como hemos dicho, no hay pensamiento nuevo. Una vez se reconoce ya es viejo. Lo que tenemos, es la repetición de lo viejo -el pensamiento de lo que ha sido, proyectándose en el futuro-. Por lo tanto, el pensamiento es responsable de que haya miedo. Eso es así, usted puede verlo por usted mismo. Cuando usted se confronta con algo inmediatamente, no hay temor. Sólo cuando el pensamiento interviene, surge el temor. Por lo tanto, ésta es nuestra pregunta ahora: ¿Es posible vivir completamente, totalmente en el presente? Sólo así la mente no tendrá temor. Pero para comprender esto tiene usted que comprender la estructura del pensamiento, la memoria y el tiempo. Y al comprenderlo, no intelectualmente, verbalmente, sino de hecho, con su corazón, su mente, sus entrañas, estará libre del miedo. Entonces la mente puede pensar sin crear el temor. El pensamiento, como la memoria, es, por su puesto, necesario para el vivir cotidiano. Es el único instrumento que tenemos para la comunicación, para los trabajos que desempeñamos, etc. El pensamiento es la respuesta de la memoria, memoria que se ha acumulado a través de la experiencia, el conocimiento, la tradición, el tiempo. Y desde este trasfondo de la memoria, reaccionamos, siendo la reacción el pensamiento. Así, pues, el pensamiento es esencial en ciertos niveles, pero cuando se proyecta psicológicamente en el futuro y en el pasado, creando temor tanto como placer, la mente se embota y la inacción es inevitable. Luego, yo me pregunto: “¿Por qué, por qué, por qué pienso yo acerca del futuro y del pasado en términos de placer y dolor, sabiendo que tal pensamiento crea el miedo? ¿No es posible que el pensar se detenga psicológicamente, ya que de otro modo el temor nunca termina?”
Una de las funciones del pensamiento es estar ocupado siempre en algo. La mayoría de nosotros queremos tener nuestras mentes continuamente ocupadas para evitar el vernos tal como somos. Tenemos miedo de sentirnos vacíos. Tenemos miedo de observar nuestros temores. Conscientemente puede que usted se dé cuenta de sus temores, pero en los profundos niveles de su mente, ¿se da usted cuenta de ellos? Y, ¿cómo va usted a descubrir los temores secretos, los que están ocultos? ¿Puede el miedo ser dividido en consciente y subconsciente? Esta es una pregunta muy importante. El especialista, el psicólogo, el analista han deslindado el temor en capas profundas y superficiales, pero si usted sigue lo que dicen los psicólogos o lo que yo digo, estará entendiendo nuestras teorías, nuestros dogmas, nuestro saber; pero no estará comprendiéndose a sí mismo. Usted no puede conocerse siguiéndome a mí, a Freud, o a Jung. Las teorías de otras personas no tienen ninguna importancia. Es usted mismo quien debe hacerse la pregunta. ¿Se divide el temor en consciente y subconsciente? ¿O existe sólo el temor, que usted traduce en distintas formas? Hay solamente un deseo; únicamente hay deseo: su deseo. Usted desea. Los objetos del deseo cambian, pero el deseo es siempre el mismo. De igual modo, quizás sólo hay temor. Usted tiene miedo a todo género de cosas, pero hay un temor solamente. Cuando usted se dé cuenta de que el temor no puede ser dividido, pondrá del todo a un lado este problema del subconsciente, y así habrá burlado a los psicólogos y analistas. Cuando usted comprende que el temor es un simple movimiento que se manifiesta de diferentes modos, y cuando usted ve el movimiento y no el objeto al cual ese movimiento se dirige, entonces se está enfrentando a su inmenso problema: cómo poder verlo sin la fragmentación que la mente ha cultivado. Sólo hay un temor total, pero, ¿cómo puede la mente que piensa fragmentariamente observar este cuadro completo? ¿Es que puede hacerlo? Vivimos una vida fragmentada, y sólo podemos ver ese temor total a través del proceso fragmentario del pensamiento. El proceso completo de la maquinaria del pensar consiste en romper todas las cosas en fragmentos: Yo lo amo a usted o lo odio; usted es mi enemigo, usted es mi amigo; mis peculiares idiosincrasias e inclinaciones, mi trabajo, mi posición, mi prestigio, mi esposa, mi hijo, mi país y su país, mi Dios y su Dios -todo es fragmentación del pensar-. Así el pensamiento mira el estado total del temor o trata de verlo, y lo reduce a fragmentos. Por lo tanto, vemos que la mente puede mirar este temor como una totalidad, sólo cuando cesa la acción del pensamiento.
¿Puede usted observar el temor sin ninguna conclusión, sin ninguna interferencia del conocimiento que ha acumulado acerca de él? Si no puede, entonces lo que observa es el pasado, no el temor; y si puede, entonces estará observando el temor por primera vez sin la interferencia del pasado. Usted puede observar sólo cuando la mente está muy quieta, así como sólo puede escuchar lo que alguien está diciendo si su mente no esta dialogando consigo misma en torno a sus propios problemas y ansiedades. ¿Puede usted en la misma forma mirar su temor sin tratar de analizarlo, sin atraer su opuesto: el valor? ¿Realmente mirarlo y no intentar huir? Cuando usted dice: “debo controlarlo, debo deshacerme de él, debo comprenderlo”, usted está tratando de escapar. Usted puede observar una nube, un árbol, o el movimiento de un río con una mente bastante serena, porque eso no es muy importante para usted; pero observarse a sí mismo es mucho más difícil, porque ahí las exigencias son tan reales, las reacciones tan vivas. Por eso cuando usted está directamente en contacto con el temor o la desesperación, la soledad o los celos, o cualquier otro estado desagradable, ¿Puede usted mirarlo de manera tan completa, que su mente esté lo suficientemente serena para poder verlo? ¿Puede la mente percibir el temor y no las diferentes formas del temor -percibir el temor como una totalidad, y no el objeto al cual usted teme?- Si usted simplemente mira los detalles del temor o trata de bregar con sus temores uno por uno, nunca llegará al problema esencial, que es aprender a vivir con el temor. Vivir con algo vital como es el temor, requiere una mente y un corazón que sean extraordinariamente sutiles, que no lleguen a conclusiones, y que puedan, por lo tanto, seguir cada movimiento del temor. Entonces si usted lo observa y vive con él y esto no forma un día entero, quizá un minuto o un segundo para conocer la naturaleza total del miedo si usted vive con él completamente, es inevitable que se preguntará: “¿Quién es la entidad que vive con el temor? ¿Quién es el que está observando todos los movimientos de las distintas formas de temor y a la vez dándose cuenta del hecho esencial del temor? ¿Es el observador una entidad muerta, un ser estático, que ha acumulado cierta cantidad de conocimiento e información acerca de sí mismo, y es esa cosa muerta la que está observando el movimiento del temor y viviendo con él? ¿Es el observador el pasado, o es una cosa vital?” ¿Cuál es su respuesta? No me conteste, contéstese usted mismo. ¿Es usted, el observador, una entidad muerta que observa una cosa viva, o es usted una cosa viva que observa otra cosa viva? Porque en el observador existen los dos estados de observación.
El observador es el censor que no desea tener miedo; el observador es la totalidad de todas sus experiencias sobre el miedo. Por lo tanto, el observador está separado de esa cosa que él llama temor; hay un espacio entre ambos; él siempre está tratando de vencerlo o de escapar, y de ahí esta batalla constante con el temor -esa batalla que implica tanta pérdida de energía-. Mientras usted observa, usted aprende que el observador es meramente un manojo de ideas y recuerdos sin ninguna validez o sustancia, pero que el temor es una realidad, y que usted está tratando de comprender un hecho con una abstracción. Esto, por supuesto, no lo puede hacer. Pero en realidad, ¿es el observador que dice: “yo tengo miedo”, algo diferente de la cosa observada que es el miedo? El observador es el temor, y cuando llega a comprender esto, ya no disipa sus energías en el esfuerzo por desembarazarse del temor, y el intervalo de espacio-tiempo entre él y lo observado, desaparece. Cuando usted ve que forma parte del temor, que no está separado de él -que usted es el temor- entonces no puede hacer nada con él; entonces el temor desaparece totalmente.