9 de Octubre, 1973
Viajábamos en un tren de trocha angosta que se detenía en casi todas las estaciones, y en el que los vendedores de té y café caliente, de frazadas y frutas, golosinas y juguetes, voceaban sus mercancias.
Era prácticamente imposible dormir, y en la mañana todos los pasajeros subieron a un bote que cruzó las poco profundas aguas del mar en dirección a la isla.
Allí esperaba un tren para Ilevamos a la capital, a través de una verde región de selvas y palmeras, aldeas y plantaciones de té. Era una tierra grata y feliz.
Cerca del mar había calor y humedad, pero en los cerros estaban las plantaciones de té, donde hacía fresco y se percibía el simple y puro aroma de los antiguos días.
Pero en la ciudad, como en todas las ciudades, reinaba el ruido, la suciedad, la escualidez de la pobreza y la vulgaridad del dinero; en el puerto se veían barcos de todas partes del mundo.
La casa se encontraba en un lugar retirado y había un constante fluir de gente que acudía a saludarlo con guimaldas y frutas.
Cierto día, un hombre le preguntó si le agradaria ver un cachorro de elefante y, naturalmente, fuimos a verlo.
Tenía como unas dos semanas de edad, y se nos dijo que la enorme madre lo protegía mucho y estaba nerviosa.
El automóvil nos llevó fuera de la ciudad, más allá de la escualidez y la inmundicia, hasta un río de aguas parduscas que tenía una aldea instalada en sus márgenes, rodeada por árboles altos y corpulentos.
Allí estaban la gran elefanta oscura y su pequeño.
Permanecimos unas cuantas horas hasta que la madre se acostumbró a nuestra presencia; a él se le permitió que entrara y tocara su larga trompa, y que la alimentara con algunas frutas y caña dulce.
El sensible extremo de la trompa pedía más, y en su ancha boca penetraron manzanas y plátanos.
El cachorro recién nacido estaba parado entre las patas de la madre, moviendo su delgada trompa.
Era una réplica en pequeño de su madre.
Finalmente, ésta nos permitió que tocáramos á su bebé; la piel de éste no era demasiado rugosa, y su trompa se movia constantemente, mucho más activa que el resto dei cuerpo.
La madre vigilaba todo el tiempo y el guardián tenía que tranquilizaria de cuando en cuando.
Era un bebé muy juguetón.
La mujer entró, profundamente angustiada, en la pequeña habitación.
Su hijo había muerto en la guerra: «Yo lo amaba muchísimo, y era mi único hijo; había sido muy bien educado y era una promesa de gran bondad y talento.
Lo mataron... ¿Por qué tenía eso que ocurrirnos a él y a mi?
Había verdadero afecto y amor entre nosotros.
Y tuvo que suceder una cosa tan cruel».
Ella sollozaba y parecía no haber fin para sus lágrimas.
Tomó la mano de él y al cabo de un rato se tranquilizo lo suficiente como para escuchar.
¡Gastamos tanto dinero en educar a nuestros hijos!
Les damos tanto cariño, nos apegamos profundamente a ellos...
Ellos llenan nuestras vida solitarias, en ellos encontramos nuestra realización, nuestro sentimiento de continuidad.
¿Por qué se nos educa?
¿Para convertimos en máquinas tecnológicas?
¿Para qué consumimos nuestros días en el duro trabajo y nos muramos en algún accidente o por una penosa enfermedad?
Ésta es la vida que nuestra cultura, nuestra religión nos ha traído.
En todo el mundo, esposas o madres están llorando porque la guerra o la enfermedad han reclamado al hijo o al marido.
¿El amor es apego?
¿Es llanto y agonía por la pérdida?
¿Es soledad y dolor?
¿El amor es autocompasión y sufrimiento por la separación?
Si usted amaba a su hijo, vería entonces que ningún hijo muriera jamás en una guerra.
Han habido miles de guerras, y madres y esposas jamás han negado totalmente los comportamientos que conducen a la guerra.
Ustedes llorarán en la agonia y sostendrán, involuntariamente, los sistemas que engendran la guerra.
El amor no conoce la violencia
El hombre explicó por qué se separaba de su mujer:
«Nos casamos siendo muy jóvenes, y después de unos cuantos años empezamos a andar mal en muchos aspectos, sexualmente, mentalmente...
Parecíamos completamente incompatibles.
Nos amábamos, aunque desde un principio y poco a poco, eso se ha ido transformando en odio.
La separación se ha vuelto indispensable y los abogados se están encargando de ello».
El placer, ¿es amor? ¿Lo es la insistência del deseo? ¿Es amor la sensación física? ¿La atracción y sus realizaciones, ¿son el amor? ¿El amor es una mercancía del pensamiento? ¿Es una cosa producida por un accidente de las circunstancias? ¿Es una cuestión de compañerismo, de afabilidad, de amistad?
Si cualquiera de estas cosas adquiere prioridad, entonces eso no es amor.
El amor es tan final como la muerte.
Hay un sendero que penetra en las altas montañas pasando a través de bosques ; praderas y espacios abiertos.
Y hay un banco antes de que comience la subida, y en él está sentada una pareja de ancianos mirando hacia abajo el valle iluminado por el sol; vienen con mucha frecuencia.
Se sientan sin pronunciar una palabra y contemplan silenciosamente la belleza de la tierra.
Están esperando que llegue la muerte.
Y el sendero continúa, penetrando en las nieves.