PREGUNTAS Y RESPUESTAS - 36 - EL SENTIDO DE LA VIDA -

36. EL SENTIDO DE LA VIDA 

Pregunta: Vivimos, pero no sabemos por qué. Para muchísimos de nosotros, la vida parece no tener sentido alguno. ¿Puede usted decirnos cuál es el sentido y el objeto de nuestro vivir? 

KRISHNAMURTI: Bueno, ¿por qué hacéis esa pregunta? ¿Por qué me pedís que os diga cuál es el sentido de la vida, el objeto de la vida? ¿Qué entendemos por vida? ¿Tiene la vida un sentido, un objeto? ¿Acaso el vivir no es en sí su propio objeto, su propio sentido? ¿Por qué queremos más? 

Como estamos tan descontentos de nuestra vida, como ella es tan vacía, tan inarmónica, tan monótona -hacer la misma cosa una y otra vez-, deseamos algo más, algo que esté más allá de lo que hacemos.

 Puesto que nuestra vida diaria es tan hueca, tan insípida, tan sin sentido, tan aburrida, tan intolerablemente estúpida, decimos que la vida debe tener un sentido más amplio; y es por eso que formulais esa pregunta. 

No hay duda de que un hombre cuya vida es muy rica, un hombre que ve las cosas como son y está contento con lo que tiene, no está confuso; él tiene claridad, y por tanto, no pregunta cuál es el objeto de la vida. 

Para él, el hecho mismo de vivir es el comienzo y el fin. 

Nuestra dificultad, pues, es que siendo vacía nuestra vida, deseamos hallarle un objeto y luchar por él.

 Tal objeto de la vida puede ser tan sólo idea, sin realidad alguna; y cuando el objeto de la vida es buscado por una mente estúpida, torpe, por un corazón vacío, ese objeto será también vacío. 

Nuestro problema, por lo tanto, es como hacer nuestra vida rica, no de dinero y todo lo demás, sino interiormente rica, lo cual no es cosa secreta. 

Cuando decís que el objeto de la vida es ser feliz, es encontrar a Dios, ese deseo de encontrar a Dios es por cierto una evasión de la vida, y vuestro Dios es simplemente una cosa conocida. 

Sólo podéis abriros camino hacia un objeto que conocéis; y si construís una escalera hacia eso que llamáis Dios, eso por cierto no es Dios. 

La realidad sólo puede comprenderse en el vivir, no en la evasión. 

Cuando le buscáis un objeto a la vida, en realidad os escapáis y no comprendéis qué es la vida. 

La vida es relación, acción en la relación; y cuando no comprendo mis relaciones, o cuando la relación es confusa, busco un sentido más completo. 

¿Por qué es tan vacía nuestra vida? ¿Por qué somos tan solitarios, tan frustrados? 

Porque jamás hemos mirado dentro de nosotros mismos y no nos hemos comprendido a nosotros mismos. 

Nunca admitimos que esta vida es todo lo que conocemos, y que por lo tanto debiera ser comprendida plena y completamente. 

Preferimos huir de nosotros mismos, y es por eso que buscamos el objeto de la vida lejos de la vida de relación. 

Mas si empezamos a comprender la acción -que es nuestra relación con la gente, con la propiedad, con las creencias e ideas-, entonces hallaremos que la relación trae por sí su propia recompensa. 

No tenéis que buscar. 

Es como buscar el amor. 

¿Podéis encontrar el amor buscándolo? 

El amor no puede ser cultivado. 

Sólo encontraréis el amor en la vida de relación, no fuera de ella; y es porque no tenemos amor que deseamos que la vida tenga un objeto. 

Cuando hay amor -que es su propia eternidad-, entonces no hay busca de Dios, porque el amor es Dios.

 Es porque nuestra menté está llena de tecnicismos y supersticiosas musitaciones, que nuestra vida es tan vacía; y es por eso que buscamos un objeto más allá de nosotros mismos. 

Para encontrar el objeto de la vida, debemos pasar por la puerta de nosotros mismos; pero consciente o inconscientemente evitamos enfrentar las cosas como son en sí mismas, y de ese modo deseamos que Dios nos abra una puerta que esta más allá. 

Esta pregunta sobre el objeto de la vida, la formula tan sólo aquel que no ama; y el amor sólo puede hallarse en la acción, que es relación.


PREGUNTAS Y RESPUESTAS - 35 - LA SERENIDAD DE LA MENTE -

 35. LA SERENIDAD DE LA MENTE 

Pregunta: ¿Por qué habla usted de la serenidad de la mente, y qué es esa serenidad? 

KRISHNAMURTI: ¿No es necesario, si queremos comprender algo, que la mente esté serena? 

Si tenemos un problema, él nos preocupa, ¿no es así? 

Lo ahondamos, lo analizamos, lo desmenuzamos, en la esperanza de comprenderlo. 

¿Pero es posible comprender por medio del esfuerzo, del análisis, de la comparación, por medio de la lucha mental en cualquiera de sus formas? 

La comprensión, por cierto, sólo llega cuando la mente está muy quieta. 

Decimos que, cuanto más luchemos con el problema del hambre, de la guerra, o con cualquier otro problema humano, cuanto más entremos en conflicto con él, más lo comprenderemos. ¿Pero es eso verdad? 

Las guerras, el conflicto entre individuos y sociedades, han continuado a través de los siglos. 

La guerra interna o externa está siempre presente. ¿Hallamos solución a esa guerra, a ese conflicto, con más conflicto, con más lucha, con un sagaz esfuerzo? ¿O entendemos el problema tan sólo cuando nos hallamos directamente frente a él, cuando nos encaramos con el hecho? 

Y sólo podemos encararnos con el hecho cuando no se interpone agitación alguna entre la mente y el hecho. 

¿No es, pues, importante, si es que hemos de comprender, que la mente esté quieta? 

Pero invariablemente preguntaréis:

 “¿Cómo será posible aquietar la mente?” 

Esa es la reacción inmediata, ¿verdad? 

Decís: “Mi mente está agitada, ¿y cómo puedo mantenerla en calma?” 

Ahora bien, ¿puede algún sistema aquietar la mente? ¿Puede una fórmula, una disciplina, hacer que la mente esté serena? 

Si, lo puede; pero cuando la mente es aquietada, ¿es eso quietud, serenidad? ¿O la mente sólo se halla encerrada dentro de una idea, dentro de una fórmula, dentro de una frase? 

Y en tal caso la mente está muerta, ¿verdad? 

Es por eso que casi todas las personas que tratan de ser “espirituales” (o eso que así se denomina), están muertas, ya que ellas han adiestrado la mente para que esté quieta, y se han encerrado en una fórmula para estar serenas. 

Es evidente que una mente tal nunca está quieta; sólo está reprimida, mantenida en sujeción. 

Ahora bien: la mente está quieta cuando ve la verdad de que la comprensión sólo llega cuando ella está quieta; que si yo quiero comprenderos, tengo que estar sereno, no puedo tener reacciones contra vosotros, no debo alimentar prejuicios, debo hacer a un lado todas mis conclusiones, mis experiencias, y enfrentaros cara a cara. 

Sólo entonces, cuando mi mente está libre de “condicionamiento”, yo comprendo. 

Cuando capto esa verdad, la mente está quieta; y entonces no se plantea el problema de cómo aquietar la mente. 

Sólo la verdad puede libertar la mente de su propia ideación; y para ver la verdad, la mente debe comprender el hecho de que no puede tener comprensión mientras esté agitada. 

La quietud de la mente, la tranquilidad de la mente, no es cosa que haya de producirse por el poder de la voluntad, por ninguna acción del deseo. 

Si ello ocurre, entonces esa mente está encerrada, aislada, es una mente muerta; y por lo tanto resulta incapaz de adaptabilidad, de flexibilidad, de vivacidad. 

Una mente así no es creadora. Nuestro problema, entonces, no consiste en cómo serenar la mente sino en ver la verdad acerca de cada problema a medida que él se nos presenta. 

Es como el lago, que se calma cuando el viento cesa. 

Nuestra mente está agitada porque tenemos problemas; y para evitar los problemas, serenamos la mente.

 Pero es la mente la que ha proyectado esos problemas, y no hay problemas fuera de la mente; y mientras la mente proyecte alguna concepción de la sensibilidad, practique cualquier forma de serenidad, jamás podrá estar serena. 

Cuando la mente, empero, comprende que sólo estando serena existe la comprensión, entonces ella tórnase muy quieta. 

Esa quietud no es impuesta ni es resultado de la disciplina; es una quietud que una mente agitada no puede comprender. 

Muchos de los que buscan la quietud de la mente abandonan la vida activa y se retiran a alguna aldea, a un monasterio, a las montañas. 

O bien se engolfan en ideas, se encierran en creencias, o evitan a las personas que les causan perturbación. 

Pero ese aislamiento no es serenidad de la mente. 

El encierro de la mente en una idea, o el evitar las personas que complican la vida, no trae serenidad a la mente. 

La serenidad de la mente llega tan sólo cuando no hay proceso de aislamiento por medio de la acumulación, y sí completa comprensión de todo el proceso de la vida de relación. 

La acumulación envejece la mente; y sólo cuando la mente es nueva, cuando la mente es fresca, sin proceso de acumulación, existe una posibilidad de que haya quietud mental. 

Una mente así no está muerta; está sumamente activa. 

La mente serena es la mente más activa; y si queréis experimentar, ahondar en ello, veréis que en esa serenidad no hay proyección de pensamiento. 

El pensamiento, en todos los niveles, es evidentemente la reacción de la memoria; y el pensamiento jamás puede hallarse en estado de creación. 

Podrá expresar la facultad creadora, pero en sí el pensamiento jamás puede ser creador. 

Mas cuando hay silencio -esa tranquilidad de la mente que no es un resultado-, veremos que en esa quietud hay extraordinaria actividad, una acción extraordinaria que la mente agitada por el pensamiento jamás podrá conocer. 

En esa serenidad no hay formulación, no hay idea, no hay recuerdo; y esa serenidad es un estado de creación que sólo puede ser vivido cuando hay completa comprensión de todo el proceso del “yo”. 

No siendo así, la serenidad carece de sentido. 

Sólo en esa serenidad, que no es un resultado, descúbrese lo eterno, aquello que está más allá del tiempo.


PREGUNTAS Y RESPUESTAS -34 - LA TRIVIALIDAD -

 34. LA TRIVIALIDAD 

Pregunta: ¿Con qué debiera ocuparse la mente? 

KRISHNAMURTI: He aquí un muy buen ejemplo de cómo se hace surgir el conflicto: el conflicto entre lo que debiera ser y lo que es. 

Primero establecemos lo que debiera ser, el ideal y luego tratamos de vivir de acuerdo con ese ideal.

 Decimos que la mente debiera ocuparse con cosas nobles, con la abnegación, con la generosidad, con la bondad, con el amor. 

Eso es el ideal, la creencia, lo que “debiera ser”; lo que “tiene que ser”, y tratamos de vivir en conformidad con eso. 

Se pone, pues, en movimiento un conflicto entre la proyección de lo que debiera ser y la realidad, lo que es; y a través de ese conflicto esperamos transformarnos. 

Mientras estemos en lucha con el “debiera ser”, nos sentimos virtuosos, nos sentimos buenos. 

¿Pero qué es lo importante, el “debiera ser” o lo que es? ¿Con qué se ocupa nuestra mente en realidad, no de un modo ideológico? Con trivialidades, ¿no es así? 

Con nuestra apariencia personal, con la ambición, la codicia, la envidia, la murmuración, la crueldad. 

La mente vive en un mundo de trivialidades; y una mente trivial que crea un noble modelo sigue siendo trivial, ¿verdad? 

No se trata, pues, de saber con qué la mente debiera ocuparse, sino esto: ¿puede la mente libertarse de las trivialidades? 

Por poco que nos demos cuenta, por poco que nos exploremos, conocemos nuestras propias trivialidades: charla incesante, eterna locuacidad de la mente, preocupación, ansiedad por esto o por aquello, curiosidad acerca de lo que la gente hace o no hace, intento de lograr un resultado, busca a tientas del propio engrandecimiento, y así sucesivamente.

Con eso nos ocupamos, y lo sabemos muy bien. ¿Y eso puede ser transformado? 

Ese es el problema, ¿verdad? Preguntar con qué la mente debiera ocuparse, no es otra cosa que falta de madurez.

Ahora bien, dándome cuenta de que mi mente es trivial y que se ocupa con trivialidades, ¿puede ella libertarse de esta condición? ¿Acaso la mente no es trivial por su propia naturaleza? ¿Qué es la mente, sino el resultado de la memoria? ¿Memoria de qué? 

De cómo sobrevivir, no sólo física sino psicológicamente mediante el desarrollo de ciertas cualidades y virtudes, el acopio de experiencias, de reafirmación de sí misma en sus propias actividades. ¿No es trivial eso? 

Siendo el resultado de la memoria, del tiempo, la mente en sí es trivial; ¿y qué puede hacer para libertarse de su propia trivialidad? ¿Puede hacer algo? 

Ved, por favor, la importancia de esto. 

¿Puede la mente, que es actividad egocéntrica, libertarse de esa actividad? 

Es obvio que no lo puede; cualquier cosa que haga, sigue siendo trivial. 

Puede especular acerca de Dios, puede idear sistemas políticos, puede inventar creencias; pero sigue estando en el ámbito del tiempo, su cambio sigue siendo de recuerdo en recuerdo, continúa atada por su propia limitación. 

¿Y puede la mente terminar con esa limitación? ¿O esa limitación desaparece cuando la mente está serena, cuando no está activa, cuando reconoce sus propias trivialidades, por grandes que las haya imaginado? 

Cuando la mente, habiendo visto sus trivialidades, se da plena cuenta de ellas y por lo tanto se aquieta realmente, sólo entonces existe una posibilidad de que esas trivialidades desaparezcan. 

Pero mientras preguntéis con qué la mente debiera ocuparse, ella estará ocupada con trivialidades, sea que construya una iglesia, que se dedique a la oración o visite un santuario. 

La mente en sí es mezquina, pequeña, y con sólo decir que es mezquina no habéis disuelto su mezquindad, su pequeñez. 

Tenéis que comprenderla, la mente tiene que reconocer sus propias actividades; y en el proceso de ese reconocimiento, en la alerta percepción de las trivialidades que consciente o inconscientemente ella ha cimentado, la mente se aquieta. 

En esa quietud hay un estado creador, y éste es el factor que trae una transformación.