LIBERESE DEL PASADO - J.K. - CAPÍTULO 7

 CAPÍTULO VII 

La Relación - El Conflicto - La Soledad - La Pobreza - Las Drogas - La Dependencia - La Comparación - El Deseo - Los Ideales - La Hipocresía

La cesación de la violencia, problema que hemos venido examinando, no es necesariamente un estado mental de paz con uno mismo y, por lo tanto, de paz en toda clase de relaciones. La relación entre los seres humanos tiene su base en el mecanismo defensivo creador de imágenes. En todas nuestras relaciones, cada uno de nosotros creamos una imagen del otro, y estas dos imágenes sostienen las relaciones, no los seres humanos mismos. La mujer tiene una imagen del marido -quizás inconsciente, pero ahí está, sin embargo- y el marido, de la esposa. Tenemos una imagen de nuestro país y de nosotros mismos, y estamos siempre fortaleciéndolas, acrecentándolas más y más. Y son estas imágenes las que sostienen relaciones entre sí. La verdadera relación entre dos seres humanos o entre muchos seres humanos cesa por completo cuando existe esta formación de imágenes. Es evidente que la relación entre las imágenes nunca puede traer paz en la convivencia, porque tales imágenes son ficticias, y no podemos vivir en una abstracción. Sin embargo, esto es lo que todos hacemos: vivir de ideas, de teorías, de símbolos, de imágenes que hemos creado de nosotros mismos y de los demás, que no son realidades de manera alguna. Todas nuestras relaciones, ya sean con la propiedad, con las ideas o con las personas, se basan esencialmente en esta formación de imágenes, y de ahí que siempre haya conflicto. ¿Cómo es posible, entonces, estar por completo en paz internamente y en toda relación con los demás? Después de todo, la vida es un movimiento de relaciones, de otro modo no hay vida en absoluto, y si ésta se basa en una abstracción, una idea o una suposición especulativa, tal vivir abstracto debe inevitablemente producir una relación que se convierte en campo de batalla. ¿Será, pues, de alguna manera posible vivir una vida interior completamente ordenada, sin ninguna forma de apremio, imitación, represión o sublimación? ¿Puede el hombre producir un orden así dentro de sí mismo, o sea, una cualidad viva que no se apoya en un marco de ideas -una tranquilidad interior jamás perturbada- no en algún mítico mundo abstracto de fantasías, sino en la vida diaria de la casa y la oficina?

Pienso que tenemos que examinar esta cuestión muy cuidadosamente, porque no hay un sitio en nuestra conciencia que no esté tocado por el conflicto. En todas nuestras relaciones, ya sea con la persona más allegada, con un vecino o con la sociedad, el conflicto existe -conflicto que es contradicción, división, separación, una dualidad-. Cuando nos observamos a nosotros mismos y nuestras relaciones con la sociedad, vemos que en todos los niveles de nuestro ser hay conflicto mayor o menor, el cual conduce a respuestas muy superficiales o a resultados devastadores. El hombre ha aceptado el conflicto como parte inherente a su existencia diaria, porque entiende que la competencia, los celos, la codicia, el deseo adquisitivo y la agresión son una forma natural de vivir. Cuando creemos en ese modo de vida, aceptamos la estructura de la sociedad tal como es, y vivimos dentro del patrón de la respetabilidad. Y en eso estamos atrapados la mayoría de nosotros, pues queremos ser imponentemente respetables. Al examinar nuestra propia mente y corazón, nuestro modo de pensar, nuestro modo de sentir y de actuar diariamente, observamos que mientras nos conformemos al patrón de la sociedad, la vida tiene que ser un campo de batalla. Si no aceptamos ese patrón -y ninguna persona realmente religiosa lo acepta- entonces estaremos completamente libres de la estructura psicológica de la sociedad. Muchos de nosotros tenemos bienes sociales en abundancia. Lo que la sociedad ha creado en nosotros y lo que hemos creado en nosotros mismos son la codicia, la envidia, la ira, el odio, los celos, la ansiedad, y con todo esto somos muy ricos. Las diversas religiones en el mundo han predicado la pobreza. El monje toma para sí un manto, cambia su nombre, rapa su cabeza, vive en una celda y hace voto de pobreza y castidad; en Oriente, tiene un taparrabo, un hábito, una comida diaria, y todos respetamos tal pobreza. Pero esos hombres que han tomado el hábito en pobreza, son todavía interna y psicológicamente ricos en bienes sociales, porque aun busca posición y prestigio; pertenecen a esta o aquella orden, a esta o aquella religión; aun viven en divisiones de cultura, de tradición. Eso no es pobreza. La pobreza consiste en estar por completo libre de la sociedad, aunque se tengan unos cuantos trajes, un poco más de comida -¡Dios mío! ¿A quién le importa eso? Pero por desgracia, en la mayor parte de la gente existe esta urgencia de exhibicionismo. Cuando la mente está libre de la sociedad, la pobreza se convierte en algo maravillosamente hermoso. Uno tiene que llegar a ser pobre internamente porque así cesa la búsqueda, no hay interrogantes, ni deseos, ¡nada! Es sólo esta pobreza interna la que puede ver la verdad de la vida en que no hay conflicto en absoluto. Una vida así es la bendición que no ha de encontrarse en iglesias o en templo alguno.


¿Cómo es posible entonces, librarnos de la estructura psicológica de la sociedad, que significa estar libre de la esencia del conflicto? No es difícil poder acondicionar bien ciertas ramas del conflicto, pero nos preguntamos si sería posible vivir en completa tranquilidad interior y, por tanto, exterior. Esto no quiere decir que vegetaremos o nos estancaremos. Al contrario, nos convertiremos en seres dinámicos, llenos de vitalidad y energía. Para comprender y estar libre de cualquier problema, necesitamos una gran cantidad de energía apasionada y sostenida, no sólo física e intelectual, sino una energía independiente de todo motivo de estímulo psicológico o de droga alguna. Si dependemos de cualquier estímulo, ese mismo estímulo entorpece la mente y la vuelve insensible. Cuando tomamos alguna droga quizás encontramos temporalmente suficiente energía para ver las cosas con mucha claridad, pero retrocedemos a nuestro estado anterior y, por lo tanto dependemos de la droga, cada vez más. Así, pues, todo estímulo, ya sea de la iglesia, del alcohol, de las drogas o de la palabra hablada o escrita, producirá dependencia inevitablemente, y esa dependencia impide que veamos con claridad por nosotros mismos y, en consecuencia, que tengamos una energía vital. Por desgracia todos dependemos psicológicamente de algo. ¿Por qué dependemos? ¿Por qué esta urgencia por depender de algo? Estamos haciendo este viaje juntos; no tiene usted que esperar a que yo le diga las causas de su dependencia. Si investigamos juntos, ambos lo descubriremos y, por tanto, este descubrimiento será propio de usted, y siendo así, le dará vitalidad.

Yo descubro por mí mismo que dependo de algo -digamos, un auditorio que me estimula-. Derivo de ese auditorio, del acto de dirigirme a un grupo de gente, cierta clase de energía. Por lo tanto, dependo de ese auditorio, de esas gentes, ya sea que ellos estén de acuerdo o en desacuerdo conmigo. Mientras más en desacuerdo están, más vitalidad recibo. Si están de acuerdo, ello se vuelve una cosa trivial, vacía. Así, descubro que necesito un auditorio porque es una cosa muy estimulante dirigirse a la gente. Bien, ¿y por qué? ¿Por qué dependo de ellos? Porque estoy vacío. Nada en mí mismo tengo, no tengo dentro de mí una fuente abundante, rica, vital, que esté siempre en movimiento, viviendo. Por eso dependo de algo. He descubierto la causa. Pero el descubrimiento de la causa, ¿me librará de la dependencia? El descubrimiento de la causa es meramente intelectual; es obvio, por tanto, que no me libro de su dependencia. La simple aceptación intelectual de una idea, o la conformidad emocional con una ideología, no puede librar la mente de algo que habrá de estimularla. Lo que libera a la mente es ver toda la estructura y naturaleza del estímulo y de la dependencia, y como esa dependencia la entorpece, la vuelve estúpida e inactiva. Sólo cuando ve esa totalidad, se libera la mente. Así, pues, debo investigar qué significa ver totalmente. Mientras esté mirando la vida desde un particular punto de vista, o desde una experiencia particular que he acariciado, o desde algún conocimiento especial que he almacenado, lo cual constituye mi transfondo, mi “yo”, no podré ver la totalidad. He descubierto intelectualmente, verbalmente, por el análisis, la causa de mi dependencia, pero cualquier cosa que el pensamiento investigue tiene que ser fragmentario inevitablemente, de ahí que sólo puedo ver la totalidad de algo, cuando el pensamiento no interfiere. Entonces veo el hecho de mi dependencia; veo realmente lo que es. Lo veo sin agrado o desagrado; no quiero deshacerme de esa dependencia, ni librarme de la causa de ella. La observo, y cuando hay una observación de esta clase, veo todo el cuadro, no un fragmento de él, y cuando la mente ve el cuadro en su conjunto, hay libertad. Ahora he descubierto que la energía se disipa cuando hay fragmentación. He descubierto la misma fuente de la disipación de energía.

Usted puede pensar que no hay pérdida de energía si usted imita, si acepta la autoridad, si depende de sacerdotes, del ritual, del dogma, del partido o de alguna ideología. Pero el seguir y aceptar una ideología, ya sea buena o mala, ya sea sagrada o profana, es una actividad fragmentaria y, por tanto, una causa de conflicto. El conflicto surge inevitablemente mientras haya división entre lo “que es” y lo “que debería ser”. Y cualquier conflicto es un desperdicio de energía. Si se pregunta asimismo “¿cómo voy a librarme del conflicto?”, usted está creando otro problema, y, por lo tanto, acrecentando el conflicto. Por el contrario, si simplemente lo ve como un hecho -como vería cualquier objeto concreto en forma clara y directa- entonces comprenderá esencialmente la verdad de una vida en la cual no hay conflicto en absoluto. Pongámoslo de otro modo. Siempre estamos comparando lo que somos con lo que deberíamos ser. Él “debería ser” es una proyección de lo que pensamos que nos convendría ser. Hay contradicción cuando usted se compara, no sólo con algo o con alguien, sino también con lo que fue ayer, y de ahí surge el conflicto entre lo que ha sido y lo que es. Existe lo que es solamente cuando no hay comparación alguna. Y vivir con lo que es, significa ser pacífico. En tal caso usted puede poner toda su atención, sin ninguna distracción, en lo que está dentro de usted mismo -ya sea desesperación, fealdad, brutalidad, temor, ansiedad, soledad- y vivir con ello completamente. Entonces no hay contradicción, ni conflicto, por supuesto. No obstante, siempre estamos comparándonos -con aquellos que son más ricos, o más brillantes, más intelectuales, más afectuosos, más famosos, más esto o más aquello-. El “más” juega una parte extraordinariamente importante en nuestras vidas; este medirnos todo el tiempo con algo o con alguien, es una de las causas principales del conflicto.

Y bien, ¿por qué tiene que haber comparación? ¿Por qué se compara usted con otro? Se le ha enseñado a comparar desde la niñez. En toda escuela, A es comparado con B, y A se destruye a sí mismo para ser como B. Cuando usted no compara en absoluto, cuando no hay ideal, ni opuesto, ni factor de dualidad, cuando usted ya no lucha por ser diferente de lo que es, ¿qué le ha ocurrido a su mente? Su mente ha cesado de crear lo opuesto y se ha vuelto sumamente inteligente, sumamente sensible, capaz de inmensa pasión, ya que el esfuerzo es un desperdicio de pasión -pasión que es energía vital- y usted no puede hacer nada sin pasión. Si no se compara con otro, será lo que usted es. Por medio de la comparación, usted espera evolucionar, crecer, volverse más inteligente, más hermoso. ¿Pero lo será usted? El hecho es lo que usted es y al compararse, está fragmentando el hecho, lo cual es una pérdida de energía. Ver lo que es usted realmente, sin ninguna comparación, le da tremenda energía para mirar. Cuando puede verse sin compararse con nadie, se coloca más allá de la comparación, lo cual no significa que el contentamiento haya estancado la mente. Así vemos en esencia cómo la mente gasta la energía que es tan necesaria para comprender la totalidad de la vida. No quiero saber con quién estoy en conflicto; no quiero conocer los conflictos periféricos de mi ser. Lo que quiero saber es por qué el conflicto tiene que existir de todas maneras. Cuando me planteo esta cuestión, veo un problema fundamental que nada tiene que ver con los conflictos periféricos y sus soluciones. Estoy interesado en el problema esencial, y veo -tal vez ustedes también lo ven- que la misma naturaleza del deseo, si no se comprende en forma adecuada, tiene que conducir inevitablemente al conflicto.

El deseo está siempre en contradicción. Quiero cosas contradictorias -lo cual no implica que deba destruir el deseo, reprimirlo, controlarlo o sublimarlo. Simplemente veo que en sí mismo es contradictorio. No son los objetos que deseamos sino la naturaleza misma del deseo lo que es contradictorio. Y tengo que comprender la naturaleza del deseo, antes de que pueda comprender el conflicto. Internamente nos hallamos en contradicción, y ese estado de contradicción es producto del deseo, que va dirigido a perseguir el placer y evitar el dolor. Ya hemos examinado este asunto anteriormente. Así, vemos el deseo como la raíz de toda contradicción -querer algo y no quererlo- una actividad dual. El hacer algo placentero no implica ningún esfuerzo, ¿no es cierto? Pero el placer produce dolor, y entonces hay una lucha por evitar el dolor, que es, por otra parte, una disipación de energía. ¿Por qué tiene que haber dualidad? Existe, por supuesto, la dualidad en la Naturaleza -hombre y mujer, luz y sombra, noche y día- pero internamente, psicológicamente, ¿por qué hay dualidad? Por favor, piense esto conmigo, no espere que yo lo explique. Tiene que ejercitar su propia mente para descubrirlo. Mis palabras son sólo un espejo en el que usted se observa. ¿Por qué tenemos esta dualidad psicológica? ¿Es acaso que se nos ha educado para comparar siempre lo “que es” con lo que “debería ser”? Hemos sido condicionados en lo que es correcto y lo que es equivocado, lo que es bueno y lo que es malo, lo que es moral y lo que es inmoral. ¿Ha surgido esta dualidad porque creemos que pensar en lo opuesto de la violencia, de los celos, de la envidia, de la ruindad, nos ayudará a desembarazarnos de esas cosas? ¿Usamos lo opuesto como un trampolín para liberarnos de lo que es? ¿O es un escape de lo real? ¿Usa usted lo opuesto como un medio de evadir la realidad, con la cual no sabe usted bregar? ¿O acaso es porque se le ha dicho durante siglos de propaganda que usted debe tener un ideal, lo opuesto de “lo que es” a fin de lidiar con el presente? Cuando usted tiene un ideal, piensa que le ayudará a librarse de lo “que es” pero nunca es así. Usted puede predicar la no-violencia por el resto de su vida y estar siempre sembrando las semillas de la violencia. Usted tiene un concepto de lo que debería ser, y de cómo debería actuar, pero continuamente está de hecho actuando de manera muy diferente; así usted ve que esos principios, creencias, e ideales, tienen que llevar inevitablemente a la hipocresía y a una vida falsa. El ideal es el que crea lo opuesto de lo “que es”; por lo tanto, si sabe cómo estar con lo “que es”, entonces lo opuesto no es necesario.

El deseo está siempre en contradicción. Quiero cosas contradictorias -lo cual no implica que deba destruir el deseo, reprimirlo, controlarlo o sublimarlo. Simplemente veo que en sí mismo es contradictorio. No son los objetos que deseamos sino la naturaleza misma del deseo lo que es contradictorio. Y tengo que comprender la naturaleza del deseo, antes de que pueda comprender el conflicto. Internamente nos hallamos en contradicción, y ese estado de contradicción es producto del deseo, que va dirigido a perseguir el placer y evitar el dolor. Ya hemos examinado este asunto anteriormente. Así, vemos el deseo como la raíz de toda contradicción -querer algo y no quererlo- una actividad dual. El hacer algo placentero no implica ningún esfuerzo, ¿no es cierto? Pero el placer produce dolor, y entonces hay una lucha por evitar el dolor, que es, por otra parte, una disipación de energía. ¿Por qué tiene que haber dualidad? Existe, por supuesto, la dualidad en la Naturaleza -hombre y mujer, luz y sombra, noche y día- pero internamente, psicológicamente, ¿por qué hay dualidad? Por favor, piense esto conmigo, no espere que yo lo explique. Tiene que ejercitar su propia mente para descubrirlo. Mis palabras son sólo un espejo en el que usted se observa. ¿Por qué tenemos esta dualidad psicológica? ¿Es acaso que se nos ha educado para comparar siempre lo “que es” con lo que “debería ser”? Hemos sido condicionados en lo que es correcto y lo que es equivocado, lo que es bueno y lo que es malo, lo que es moral y lo que es inmoral. ¿Ha surgido esta dualidad porque creemos que pensar en lo opuesto de la violencia, de los celos, de la envidia, de la ruindad, nos ayudará a desembarazarnos de esas cosas? ¿Usamos lo opuesto como un trampolín para liberarnos de lo que es? ¿O es un escape de lo real? ¿Usa usted lo opuesto como un medio de evadir la realidad, con la cual no sabe usted bregar? ¿O acaso es porque se le ha dicho durante siglos de propaganda que usted debe tener un ideal, lo opuesto de “lo que es” a fin de lidiar con el presente? Cuando usted tiene un ideal, piensa que le ayudará a librarse de lo “que es” pero nunca es así. Usted puede predicar la no-violencia por el resto de su vida y estar siempre sembrando las semillas de la violencia. Usted tiene un concepto de lo que debería ser, y de cómo debería actuar, pero continuamente está de hecho actuando de manera muy diferente; así usted ve que esos principios, creencias, e ideales, tienen que llevar inevitablemente a la hipocresía y a una vida falsa. El ideal es el que crea lo opuesto de lo “que es”; por lo tanto, si sabe cómo estar con lo “que es”, entonces lo opuesto no es necesario.