PREGUNTAS Y RESPUESTAS - 14 - LA MURMURACIÓN -

 14. LA MURMURACIÓN 

Pregunta: La murmuración tiene importancia en el descubrimiento de uno mismo, especialmente para que los demás se nos revelen. En serio: ¿por qué no emplear la murmuración como un medio para descubrir lo que es? Yo no tiemblo ante la palabra “murmuración” simplemente porque haya sido condenada durante siglos. 

KRISHNAMURTI: Desearía saber por qué murmuramos. No porque ello nos revele lo que son los demás. ¿Y por qué los demás habrían de sernos revelados? ¿Por qué deseáis conocer a los demás? ¿Por qué ese interés extraordinario en los demás? 

En primer lugar, ¿por qué murmuramos? Es una forma de inquietud, ¿no es cierto? 

Al igual que la preocupación, indica una mente intranquila. 

¿Y por qué ese deseo de meterse con los demás, de saber qué hacen o dicen? 

Es una mente muy superficial la que murmura, ¿no es así? 

Es una mente inquisitiva que está mal encaminada. 

El interlocutor parece creer que los demás le son revelados porque él se interesa en ellos: en lo que hacen, en lo que piensan, en lo que opinan. 

¿Pero conocemos acaso a los demás si no nos conocemos a nosotros mismos? ¿Podemos juzgar a los demás si no conocemos nuestra propia manera de pensar, el modo como actuamos, nuestra manera de comportarnos? ¿Y por qué ese extraordinario interés en los demás? ¿No es en realidad un escape, ese deseo de averiguar lo que el prójimo piensa y siente, y acerca de qué murmura? ¿Eso no ofrece una evasión de nosotros mismos? ¿Y no está también en eso el deseo de inmiscuirnos en la vida de los demás? ¿No es acaso nuestra propia vida bastante difícil, bastante compleja, bastante dolorosa, aun sin ocuparnos de los demás, sin meternos con ellos? ¿Hay acaso tiempo para pensar acerca de los demás de esa manera chismosa, fea, cruel? ¿Por qué hacemos eso? Bien sabéis que todo el mundo lo hace. 

Toda persona, prácticamente, murmura acerca de alguien. ¿Por qué? 

Creo, en primer lugar, que murmuramos de los demás porque no estamos bastante interesados en el proceso de nuestro propio pensar y de nuestros propios actos. 

Deseamos ver lo que otros hacen, y, para decirlo con suavidad, imitarlos. 

En general, cuando murmuramos es para condenar a los demás. 

ero, haciendo una concesión caritativa, tal vez sea para imitarlos. ¿Y por qué queremos imitar a los demás? ¿No indica todo eso una extraordinaria superficialidad de parte nuestra?

Es una mente en extremo torpe la que desea excitación y la busca fuera de sí misma. 

En otras palabras, la murmuración es una forma de sensación en la que nos complacemos, ¿no es así?

 Puede que sea una clase diferente de sensación, pero siempre existe ese deseo de excitarse, de distraerse. 

Y así, ahondando realmente en esta cuestión, uno vuelve a sí mismo, lo cual demuestra cuán superficial uno es, en realidad, ya que, al hablar de los demás, lo que busca es excitación fuera de sí mismo.

 Sorprendeos a vosotros mismos la próxima vez que murmuréis de alguien, y si os dais cuenta de ello, muchísimo os será revelado acerca de vosotros mismos. 

No lo disimuléis diciendo que sois simplemente inquisitivos acerca del prójimo. Eso indica inquietud, cierta tendencia a ta excitación, superficialidad, falta de interés real y profundo en las personas, que nada tiene que ver con la murmuración. 

Ahora el siguiente problema es éste: ¿cómo poner fin a la murmuración? Esa es la segunda cuestión, ¿no es así? 

Cuando os dais cuenta de que murmuráis, ¿cómo pondréis coto a la murmuración? ¿Si ésta se ha convertido en un hábito, en una cosa repugnante que continúa día tras día, ¿cómo acabaréis con ella? ¿Pero surge acaso ese interrogante? 

Cuando sabéis que murmuráis, cuando os dais cuenta de que murmuráis y de todo lo que ello implica, dos decís a vosotros mismos “¿cómo he de terminar con esto?” ¿No termina acaso espontáneamente, tan pronto os dais cuenta de que murmuráis? 

El “cómo” no surge en absoluto. El “cómo” sólo surge cuando no os dais cuenta; y, sin duda, la murmuración indica falta de captación, de percepción. 

Experimentad con esto por vosotros mismos la próxima vez que murmuréis, y observad que la murmuración termina sin tardanza, de inmediato, cuando os dais cuenta de lo que estáis diciendo, cuando percibís que vuestra lengua os arrastra. 

No hace falta acción alguna de la voluntad para poner fin a la murmuración. Lo único que se requiere es que os deis cuenta, que seáis conscientes de lo que decís y que veáis lo que ello implica. No tenéis que condenar ni justificar la murmuración. Daos cuenta de ella, y veréis cuán rápidamente dejáis de murmurar, porque la murmuración le revela a uno las modalidades de la propia acción, la propia conducta, el propio tipo de pensamiento. 

Y en esa revelación uno se descubre a sí mismo, lo cual es mucho más importante que murmurar de los demás, de lo que hacen, de lo que piensan, de cómo se comportan. 

La mayoría de nosotros, que leemos la prensa diaria, nos llenamos de murmuración, de murmuración global. Todo ello es una evasión de nosotros mismos, de nuestra propia pequeñez, de nuestra propia fealdad. 

Creemos que interesándonos de un modo superficial en los acontecimientos mundiales, nos hacemos cada vez más sabios, más capaces de enfrentarnos a nuestra propia vida. 

Todas esas cosas, sin duda, son medios de huir de nosotros mismos, ¿no es cierto? 

Porque en nuestro fuero íntimo somos sumamente vacíos, superficiales; nos asustamos de nosotros mismos. 

Somos interiormente tan pobres, que la murmuración actúa como una forma de variado entretenimiento, como un escape de nosotros mismos. Tratamos de llenar ese vacío interior con conocimientos, con ritos, con murmuración, con reuniones de grupos, con innumerables medios de evasión. 

De suerte que los escapes llegan a ser lo más importante, no la comprensión de lo que somos. La comprensión de lo que somos exige atención. 

Para saber que uno es vacío, que uno está acongojado, se necesita enorme atención, no escapatorias. Pero a la mayoría de nosotros nos gustan estas evasiones, porque son mucho más agradables, más placenteras. 

Asimismo, cuando nos conocemos tal cuales somos, es muy difícil habérnoslas con nosotros mismos; y ese es uno de los problemas con los cuales nos enfrentamos. 

No sabemos qué hacer. Cuando sé que soy vacío, que sufro, que estoy acongojado, no sé qué hacer, no sé cómo habérmelas con ello. 

Recurrimos, pues, a toda clase de escapatorias. La pregunta es, pues: ¿qué hacer? Es obvio, por supuesto, que uno no puede escapar, ya que eso es lo más absurdo y pueril. 

Mas cuando os enfrentáis con vosotros mismos, tal cuales sois, ¿qué debéis hacer? Ante todo, ¿es posible no negarlo ni justificarlo, sino quedaros simplemente con lo que sois? 

Ello es sumamente arduo, porque la mente busca explicaciones, condenación, identificación. Si no hace ninguna de esas cosas sino que se queda con lo que sois, entonces es como admitir algo. 

Si yo admito que soy moreno, todo termina ahí; pero si estoy deseoso de cambiar a un color más claro, entonces surge el problema. 

Aceptar, pues, lo que es, resulta sumamente difícil; y uno puede hacer eso tan sólo cuando no hay escapatoria; y la condenación o la justificación son modos de evadirse. 

De ahí que, cuando uno comprende por qué murmura, el proceso total de ese hecho, y percibe lo absurdo que es, la crueldad y todas las cosas que encierra, entonces queda uno reducido a lo que uno es; y eso lo enfocamos siempre para destruirlo o para transformarlo. 

Mas si no hacemos ninguna de esas dos cosas, y enfocamos el hecho con la intención de comprenderlo, de estar en un todo con él, entonces encontraremos que ya no es la cosa que temíamos. Entonces existe una posibilidad de transformar aquello que es.


PREGUNTAS Y RESPUESTAS - 13 - EL ODIO -

 13. EL ODIO 

Pregunta: Si he de ser perfectamente honrado, debo admitir que casi todo el mundo me provoca resentimiento y a veces odio. Eso hace que mi vida sea muy desdichada y penosa. Entiendo intelectualmente que soy ese resentimiento, ese odio, pero no puedo hacerle frente. ¿Puede usted mostrarme el camino?

KRISHNAMURTI: ¿Qué entendemos por “intelectualmente”? 

Al afirmar que comprendemos algo intelectualmente, ¿qué queremos decir con eso? ¿Existe algo que pueda llamarse comprensión intelectual? ¿O es que la mente sólo comprende las palabras, porque ese es nuestro único medio de comunicarnos unos con otros? ¿Podemos comprender algo mentalmente, por medio de palabras? 

Eso es lo primero en que tenemos que ser bien claros: si la llamada “comprensión intelectual” no es un impedimento a la comprensión. La comprensión, por cierto, es integral, no dividida ni parcial. O comprendo algo, o no lo comprendo. 

El decirse a uno mismo: “yo comprendo algo intelectualmente”, es sin duda una barrera para la comprensión. Es un proceso parcial, y, por lo tanto, no es en modo alguno comprensión. 

Pues, bien, la pregunta es ésta: Yo, que estoy resentido, que estoy lleno de odio, ¿como he de librarme de ese problema, o como he de hacerle frente? ¿Qué es un problema? Sin duda, un problema es algo que perturba.

Yo estoy lleno de resentimiento, lleno de odio; detesto a la gente, y eso me causa dolor. Y me doy cuenta de ello. ¿Qué he de hacer? Este es un factor que perturba mucho mi vida. ¿Qué tendré que hacer? ¿Cómo estaré realmente libre de ello? 

No se trata tan sólo de desprenderme de ello por el momento, sino de librarme fundamentalmente de ello. ¿Cómo habré de proceder? Esto para mí es un problema porque me perturba. Si no fuera una cosa perturbadora, no sería problema para mí, ¿verdad? 

Porque causa dolor, perturbación, ansiedad, porque creo que es feo, quiero librarme de él. Por consiguiente, es a la perturbación que yo me opongo, ¿no es así? 

Le doy diferentes nombres en distintos momentos, en diferentes estados de ánimo; un día lo llamo esto, y otro día otra cosa. Pero el deseo, en el fondo, es no verme perturbado. ¿No es eso? 

Como el placer no perturba, lo acepto. No deseo librarme del placer porque en él no hay perturbación, al menos por el momento. Pero el odio, el resentimiento, son factores muy perturbadores en mi vida, y yo deseo librarme de ellos.

Mi interés es no ser perturbado, y estoy buscando una manera de no ser nunca perturbado. ¿Y por qué no he de serlo? 

Yo tengo que ser perturbado para descubrir algo, ¿no es cierto? Yo tengo que pasar por tremendos trastornos, disturbios, ansiedades, para poder descubrir, ¿no es así? 

Porque si no me veo perturbado, me quedaré dormido. Y tal vez sea eso lo que la mayoría de nosotros desea en realidad: que se nos apacigüe, que se nos haga dormir, alejarnos de toda perturbación, hallar aislamiento, un retiro, seguridad.

Si a mí no me importa, pues, ser perturbado (en realidad, no superficialmente); si no me importa ser perturbado porque deseo descubrir la verdad al respecto, entonces mi actitud hacia el odio, hacia el resentimiento, sufre un cambio, ¿verdad? 

Si no me preocupa ser perturbado, entonces el nombre no tiene importancia, ¿no es así? La palabra “odio” no es importante; ¿lo es acaso? 

O “resentimiento” contra la gente carece de importancia, ¿no es así? 

Porque entonces vivo instantáneamente el estado que llamo “resentimiento”, sin hablar de la vivencia.

 La ira es una cualidad muy perturbadora, como lo son el odio y el resentimiento; y muy pocos de nosotros experimentamos la ira inmediatamente sin nombrarla. 

Si no la nombramos, si no la llamamos “ira”, la vivencia es, por cierto, distinta, ¿verdad? 

Como la denominamos, con ello reducimos la vivencia nueva a lo viejo o la fijamos en términos de lo viejo. 

Mientras que si no la nombramos, hay entonces una vivencia que se comprende inmediatamente, y esta comprensión trae una transformación en el momento de esa vivencia.

Tomemos, por ejemplo, la mezquindad. La mayoría de nosotros no nos damos cuenta si somos mezquinos: mezquinos en cuestiones de dinero, mezquinos para perdonar a la gente; mezquinos, simplemente, bien lo sabéis. Estoy seguro que esto nos resulta familiar. 

Ahora bien, dándonos cuenta de ello, ¿cómo vamos a librarnos de esa condición? 

No se trata de llegar a ser generosos, que no es lo importante. 

El estar libre de mezquindad implica generosidad; no necesitáis volveros generosos. 

Evidentemente, hay que darse cuenta de ello. Puede que seáis muy generosos al hacer un gran donativo a vuestra sociedad, a vuestros amigos, pero terriblemente mezquinos en cuanto a dar mayor propina; bien sabéis lo que entiendo por “mezquino”. 

Uno no es consciente de ello. Cuando uno llega a darse cuenta de ello, ¿qué ocurre? Nos esforzamos por ser generosos, tratamos de vencer nuestra mezquindad, nos disciplinamos con el fin de ser generosos, y así sucesivamente.

Pero, después de todo, el ejercitar la voluntad para ser algo sigue siendo parte de la mezquindad, dentro de un circulo mayor) Así, pues, si no hacemos ninguna de esas cosas y simplemente nos damos cuenta de lo que implica la mezquindad, sin aplicarle un término, veremos que ocurre una transformación radical.

 Tened a bien experimentar con esto. Primero, uno tiene que ser perturbado; y es obvio que a casi ninguno de nosotros le gusta ser perturbado. Creemos haber hallado una norma de vida -el Maestro, la creencia, lo que sea- y allí nos establecemos. 

Es lo mismo que tener un buen puesto burocrático y establecerse en él para el resto de la vida. Con esa misma mentalidad enfocamos diversas cualidades de las cuales queremos librarnos. 

No vemos la importancia de ser perturbados, de estar interiormente inseguros, de librarnos de toda dependencia. 

Es sólo en la inseguridad, sin duda, que descubrís, que podéis ver, que comprendéis. 

Queremos tener, como el hombre de mucho dinero, una vida fácil. Él no será perturbado; él no quiere ser perturbado. 

La perturbación es esencial para la comprensión y cualquier intento de hallar seguridad es un obstáculo a la comprensión; y cuando queremos libramos de algo que nos perturba, ello es por cierto un obstáculo.

 Mas si podemos experimentar un sentimiento inmediatamente, sin nombrarlo, creo que es mucho lo que en ello encontraremos. Entonces ya no hay pugna con el sentimiento, porque el experimentar y lo experimentado son una misma cosa; y eso es esencial. 

Mientras el experimentador nombre el sentimiento, la vivencia, él se separará de ella y actuará sobre ella; y tal acción es artificial, ilusoria. Pero si no se nombra, el experimentador y lo experimentado son una sola cosa. Esa integración es necesaria, y hay que enfrentarla radicalmente.