PREGUNTAS Y RESPUESTAS - 17 - LA MEMORIA -

 17. LA MEMORIA 

Pregunta: La memoria, dice usted, es experiencia incompleta. Yo tengo un recuerdo y una vívida impresión de sus precedentes pláticas. ¿En qué sentido es ello una experiencia incompleta? Tenga a bien explicar esta idea en todos sus detalles.

KRISHNAMURTI: ¿Qué entendemos por memoria? Vais a la escuela y os llenáis de datos, de conocimientos técnicos. 

Si sois ingenieros, utilizáis la memoria del conocimiento técnico para construir un puente. Esa es la memoria “factual”. 

Hay también una memoria psicológica. Me habéis dicho algo a mí, agradable o desagradable, y yo lo retengo; y cuando vuelvo a encontrarme con vosotros, lo hago con aquel recuerdo, con el recuerdo de lo que habéis o no dicho. 

Existen, pues, dos facetas de la memoria: la psicológica y la “factual”. Siempre están relacionadas entre sí, y por lo tanto no se distinguen claramente. Sabemos que la memoria “factual” es necesaria como medio de ganarnos la vida. 

¿Pero es esencial la memoria psicológica? ¿Y qué es el factor que retiene el recuerdo psicológico? a uno le hace recordar psicológicamente el insulto o la alabanza? ¿Por qué retiene uno ciertos recuerdos y rechaza otros? 

Es obvio que uno retiene los recuerdos que son agradables, y evita aquellos que son desagradables. 

Si observáis, veréis que los recuerdos penosos son apartados más pronto que los placenteros. 

Y la mente es memoria en cualquier nivel, sea cual fuere el nombre que le deis; la mente es el producto del pasado, se funda en el pasado, el cual es memoria, un estado condicionado. 

Ahora bien, con esa memoria hacemos frente a la vida, a un nuevo reto, estímulo. 

El reto es siempre nuevo, y nuestra respuesta es siempre vieja porque es el resultado del pasado. 

De suerte que el “vivenciar” sin la memoria es un estado, y el experimentar con la memoria es otro. Esto es, hay un reto, que siempre es nuevo. 

Yo le hago frente con la respuesta, con el condicionamiento de lo pasado. ¿Qué ocurre, pues? Absorbo lo nuevo, no lo comprendo; y la vivencia de lo nuevo resulta condicionada por el pasado. 

Hay, por lo tanto, comprensión parcial  de lo nuevo, jamás comprensión completa. 

Y sólo cuando hay completa comprensión de algo, ello no deja la cicatriz del recuerdo. 

Cuando hay un reto -que siempre es nuevo- le hacéis frente con la respuesta de lo viejo. La vieja respuesta condiciona lo nuevo y por lo mismo lo tuerce, le da un sesgo, por lo cual no hay completa comprensión de lo nuevo; de ahí que lo nuevo sea absorbido en lo pasado, lo viejo, y por consiguiente fortalezca lo viejo. 

Esto podrá parecer abstracto, pero no es difícil si lo investigáis con un poco de atención y cuidado. 

La situación actual en el mundo exige un nuevo enfoque, un nuevo modo de atacar el problema mundial, que es siempre nuevo. 

Somos incapaces de enfocarlo de un modo nuevo porque lo hacemos con nuestra mente condicionada, con prejuicios nacionales, locales, de familia y religiosos. 

Es decir, nuestras experiencias anteriores actúan como barrera para la comprensión del nuevo reto; así seguimos cultivando y fortaleciendo la memoria, y por lo tanto jamás comprendemos lo nuevo, jamás hacemos frente al reto plenamente, en forma completa. 

Sólo cuando uno es capaz de hacer frente al reto de un modo nuevo, sin el pasado, sólo entonces el reto rinde sus frutos, su riqueza.

El interlocutor dice “yo tengo un recuerdo y una vívida impresión de sus precedentes pláticas. 

¿En qué sentido es ello una experiencia incompleta?” 

Es evidente que se trata de una experiencia incompleta si ella es una mera impresión, un recuerdo. 

Si comprendéis lo que ha sido dicho, si veis su verdad, esa verdad no es un recuerdo. 

La verdad no es un recuerdo, porque la verdad siempre es nueva y constantemente se transforma. 

Tenéis un recuerdo de la plática anterior. ¿Por qué? Porque utilizáis la plática anterior como guía; no la habéis comprendido plenamente. 

Deseáis profundizarla, y ella es mantenida, consciente o inconscientemente. 

Pero si comprendéis algo completamente, es decir, si veis totalmente la verdad de algo, encontraréis que no hay ninguna especie de recuerdo. 

Nuestra educación es el cultivo da la memoria, el fortalecimiento de la memoria. Vuestras prácticas y ritos religiosos, vuestras lecturas y conocimientos, todo ello fortalece la memoria. 

¿Qué sentido tiene esto para nosotros? ¿Por qué nos aferramos a la memoria? No sé si habéis advertido que, a medida que envejecéis, volvéis vuestras miradas al pasado, a sus alegrías, a sus penas, a sus placeres; y si uno es joven mira hacia el futuro. ¿Por qué hacemos eso? ¿Por qué la memoria ha adquirido tanta importancia? 

Por la razón obvia y sencilla de que no sabemos vivir íntegramente, completamente, en el presente. Empleamos el presente como un medio para el futuro, y por lo tanto el presente carece de significación. No podemos vivir en el presente porque lo utilizamos como pasaje hacia el futuro. 

Es porque voy a llegar a ser algo, que nunca existe una completa comprensión de mí mismo; y el comprenderme a mí mismo, el comprender con exactitud lo que ahora soy, no requiere cultivo de la memoria. 

Por el contrario, la memoria es un estorbo para la comprensión de lo que es. 

No sé si habéis notado que un nuevo pensamiento, un nuevo sentimiento, sólo viene cuando la mente no se halla atrapada en la red de la memoria. 

Cuando hay un intervalo entre dos pensamientos, entre dos recuerdos, cuando ese intervalo puede ser mantenido, de ese intervalo surge un nuevo estado del ser que ya no es recuerdo. 

Tenemos recuerdos y cultivamos la memoria como medio de perpetuarnos. 

El y lo “mío” tornase muy importantes mientras existe el cultivo de la memoria; y como la mayoría de nosotros estamos formados del “yo” y de lo “mío”, la memoria desempeña un papel muy importante en nuestra vida. 

Si no tuvierais memoria, vuestros bienes, vuestra familia, vuestras ideas, no serían importantes como tales; de modo que, para dar vigor al “yo” y a lo “mío” cultiváis la memoria. 

Si observáis, veréis que hay un intervalo entre dos pensamientos, entre dos emociones. 

En ese intervalo, que no es producto de la memoria, hay una extraordinaria liberación del “yo” y de lo “mío”; y ese intervalo es atemporal. 

Consideremos el problema diferentemente. La memoria, ciertamente, es tiempo, ¿verdad? 

Es decir, la memoria crea el ayer, el hoy y el mañana. El recuerdo del ayer condiciona el hoy y por lo tanto plasma el mañana. 

Esto es, el pasado a través del presente crea el futuro. 

Hay un proceso de tiempo que se desarrolla, y él es la voluntad de llegar a ser algo. 

La memoria es tiempo, y, a través del tiempo, esperamos lograr un resultado. 

Hoy soy un simple empleado, y, dándoseme tiempo y oportunidad, llegaré a ser el gerente o el propietario.

Es preciso, pues, que disponga de tiempo; y con la misma mentalidad decimos: “lograré la realidad, me acercaré a Dios”. 

Por consiguiente debo disponer de tiempo para realizar mi fin, lo cual significa que debo cultivar la memoria, fortalecer la memoria con la práctica y la disciplina, para ser algo, para lograr, para ganar; y esto significa continuación en el tiempo. 

A través del tiempo, pues, esperamos alcanzar lo atemporal, a través del tiempo esperamos conquistar lo eterno. ¿Podéis acaso hacer eso? ¿Podéis atrapar lo eterno en la red del tiempo mediante la memoria que es el tiempo? 

Lo atemporal sólo puede ser cuando la memoria, que es el “yo” y lo “mío”, cesa. 

Si veis la verdad de esto -que a través del tiempo lo atemporal no puede ser comprendido o captado-, entonces podemos examinar el problema de la memoria. 

La memoria de cosas técnicas es esencial; pero la memoria psicológica que mantiene el ‘yo” y lo “mío”, que da identificación y autocontinuación, es totalmente perjudicial para la vida y la realidad.  

Cuando uno ve la verdad de ello, lo falso desaparece, y, por lo tanto, no hay retención psicológica de la experiencia de ayer. 

Cuando veis una deliciosa puesta de sol un hermoso árbol en el campo, y los miráis por vez primera, disfrutáis do ello completamente, enteramente; pero volvéis a ello con el deseo de disfrutarlo de nuevo.

 ¿Qué ocurre cuando volvéis con el deseo de disfrutarlo? 

No hay goce, porque es el recuerdo del espectáculo de ayer lo que ahora os hace retamar, os impele, os incita a disfrutar. 

Ayer no había recuerdo y sólo una apreciación espontánea, una respuesta inmediata; pero hoy estáis deseosos de captar una vez más la vivencia de ayer. 

Es decir, la memoria se interpone entre vosotros y la puesta de sol; y por lo tanto no hay gozo, no hay riqueza interna, no hay plenitud de belleza. O bien tenéis un amigo que dijo algo de vosotros ayer, un insulto o un elogio, y retenéis el recuerdo; y con ese recuerdo os encontráis hoy con vuestro amigo. 

No hay contacto realmente con vuestro amigo, porque lleváis en vosotros el recuerdo de ayer, que se interpone. 

Y así proseguimos, rodeándonos a nosotros mismos y a nuestros actos con recuerdos, y, por lo tanto, no hay cualidad de cosa nueva, no hay frescor. 

Por eso es que los recuerdos tornan la vida tediosa, insípida y vacía. 

Vivimos en estado de lucha unos con otros porque el “yo” y lo “mío” se vigorizan con los recuerdos. 

La memoria se vivifica con la acción en el presente; damos vida a la memoria por medio del presente, pero cuando no damos vida a la memoria, ella se marchita. 

La memoria de los hechos, de las cosas técnicas, es una necesidad obvia, pero la memoria como retención psicológica es perjudicial para la comprensión de la vida, para la comunión de unos con otros.

PREGUNTAS Y RESPUESTAS - 16 - LA CREENCIA EN DIOS -

16. LA CREENCIA EN DIOS 

Pregunta: La creencia en Dios ha sido un poderoso incentivo para un mejor vivir. ¿Por qué niega usted a Dios? ¿Por qué no trata de hacer revivir la fe del hombre en la idea de Dios? 

KRISHNAMURTI: Consideremos el problema en forma amplia e inteligente. Yo no niego a Dios; sería una necedad hacer tal cosa. Sólo el hombre que no conoce la realidad gusta de palabras sin sentido. El hombre que dice que sabe, no sabe; el hombre que está viviendo la realidad de instante en instante no tiene medios de comunicar esa realidad.

 La creencia es una negación de la verdad; la creencia obsta a la verdad; creer en Dios no es encontrar a Dios. 

Ni el creyente ni el incrédulo encontrarán a Dios; porque la realidad es lo desconocido, y vuestra creencia o no creencia en lo desconocido es una mera proyección de vosotros mismos y por lo tanto no es real. 

Yo sé que vosotros creéis, y que ello tiene muy poco significado en vuestra vida. Hay mucha gente que cree; millones de personas creen en Dios y hallan consuelo. 

En primer lugar, ¿por qué creéis? Creéis porque ello os brinda satisfacción, consuelo, esperanza, y decís que ello da sentido a la vida. 

Vuestra creencia, en realidad, tiene muy escasa significación, porque creéis y explotáis al prójimo, creéis y matáis, creéis en un Dios universal y os asesináis unos a otros. 

El hombre rico cree también en Dios; explota cruelmente a los demás, acumula dinero y luego edifica un templo o se hace filántropo.

 Los hombres que arrojaron la bomba atómica sobre Hiroshima decían que Dios estaba con ellos; los que volaron de Inglaterra para destruir a Alemania decían que Dios era su copiloto. 

Los dictadores, los primeros ministros, los generales, los presidentes, todos hablan de Dios, tienen inmensa fe en Dios.

 ¿Y prestan ellos servicios, hacen más feliz la vida del hombre? 

Los hombres que dicen que creen en Dios han destruido la mitad del mundo, y el mundo está en una miseria completa. 

Por causa de la intolerancia religiosa, existen las divisiones de la gente en creyentes y no creyentes, divisiones que conducen a las guerras de religión. Ello indica cuán inclinada a la política es vuestra mente.

¿Es la creencia en Dios “un poderoso incentivo para un mejor vivir”? ¿Por qué deseáis un incentivo para mejor vivir? 

Vuestro incentivo, por cierto, tiene que ser vuestro propio deseo de vivir de un modo puro y sencillo, ¿no es así? 

Si esperáis algo de un incentivo, no os interesa el hacer la vida posible para todos sino tan sólo vuestro incentivo, que es diferente del mío; y nos pelearemos por el incentivo. 

Mas si vivimos felices juntos, no porque creamos en Dios sino porque somos seres humanos, entonces compartiremos enteramente los medios de producción a fin de producir cosas para todos. 

Por falta de inteligencia aceptamos la idea de una superinteligencia a la que llamamos “Dios”; pero este “Dios”, esta superinteligencia, no habrá de brindarnos una vida mejor. 

Lo que conduce a una vida mejor es la inteligencia; y no puede haber inteligencia si hay creencia, si hay divisiones de clase, si los medios de producción están en manos de unos pocos, si hay nacionalidades aisladas y gobiernos soberanos. 

Todo eso, evidentemente, indica falta de inteligencia, y es la falta de inteligencia lo que impide un mejor vivir, no el no creer en Dios.

 Todos vosotros creéis de diferentes maneras, mas vuestra creencia carece de toda realidad. La realidad es lo que vosotros sois, lo que vosotros hacéis, lo que vosotros pensáis; y vuestra creencia en Dios es una simple evasión de vuestra vida monótona, estúpida y cruel. 

Más aun: la creencia invariablemente divide a los hombres: ahí están el hindú, el budista, el cristiano, el comunista, el socialista, el capitalista, y así sucesivamente. 

La creencia, la idea, divide; jamás reúne a la gente. 

Puede que reunáis a unos cuantos en un grupo, pero ese grupo se opone a otro grupo. 

Las ideas y las creencias nunca son unificadoras; por el contrario, son separativas, desintegradores y destructivas. 

Por lo tanto, vuestra creencia en Dios está de hecho extendiendo desdicha por el mundo; aunque os haya traído momentáneo consuelo, en realidad os ha traído más desdicha y destrucción bajo forma de guerras, hambre, divisiones de clase, y la acción despiadada de determinados individuos. 

De suerte que vuestra creencia carece totalmente de valor. 

Si realmente creyerais en Dios, si ello fuera para vosotros una experiencia real, entonces en vuestro rostro habría una sonrisa; no destruiríais a los seres humanos.

Ahora bien, ¿qué es la realidad, qué es Dios? 

Dios no es la palabra, la palabra no es la cosa. 

Para conocer aquello que es inconmensurable, que no pertenece al tiempo, la mente debe estar libre del tiempo, lo cual significa que la mente debe estar libre de todo pensamiento, de todas las ideas acerca de Dios. 

¿Qué sabéis acerca de Dios o de la verdad? 

Vosotros, de hecho, nada sabéis acerca de esa realidad. 

Todo lo que conocéis son palabras, las experiencias de otros o algunos momentos de experiencias propias más bien vagas. 

Eso, por cierto, no es Dios, no es la realidad; eso no está fuera del ámbito del tiempo. 

Para conocer aquello que está más allá del tiempo, el proceso del tiempo debe ser comprendido; y el tiempo es pensamiento, el proceso de llegar a ser algo, la acumulación de conocimientos. 

Eso es todo el trasfondo de la mente; la mente misma es el trasfondo, tanto la consciente como la inconsciente, la colectiva y la individual. 

La mente, pues, debe estar libre de lo conocido, lo cual significa que la mente debe estar en completo silencio, no forzada al silencio. 

La mente que logra el silencio como un resultado, como consecuencia de una acción determinada, de la práctica, de la disciplina, no es una mente silenciosa. 

La mente forzada, dominada, plasmada, encuadrada y mantenida quieta, no es una mente en silencio.

 Puede que durante un lapso consigáis forzar la mente a estar superficialmente en silencio, pero una mente así no es una mente serena. 

La serenidad sólo ocurre cuando comprendéis el proceso del pensamiento en su totalidad, porque comprender el proceso es darle fin, y al cesar el proceso del pensamiento empieza el silencio.

Sólo cuando la mente está en completo silencio, no únicamente en el nivel superior sino fundamentalmente, en su totalidad, tanto en el nivel superficial como en los más profundos de la conciencia, tan sólo entonces puede advenir lo desconocido. 

Lo desconocido no es algo que la mente haya de experimentar; el silencio solamente puede ser experimentado, nada más que el silencio. 

Si la mente experimenta algo que no sea el silencio, no hace más que proyectar sus propios deseos; y una mente así no está en silencio. 

Mientras la mente no esté en silencio, mientras el pensamiento en cualquier forma, consciente o inconsciente, esté en movimiento, no puede haber silencio. 

El silencio es liberación del pasado, de los conocimientos, del recuerdo tanto consciente como inconsciente; y cuando la mente está del todo silenciosa, inactiva, cuando en ella reina un silencio que no es producto del esfuerzo, sólo entonces lo atemporal, lo eterno, puede surgir. 

Ese estado no es un estado de recordación; no hay entidad alguna que recuerde, que “vivencia”. 

Por lo tanto Dios, o la verdad, o lo que os plazca, es algo que adviene de instante en instante; y ello ocurre únicamente en un estado de libertad y espontaneidad, no cuando la mente está disciplinada de acuerdo con una norma. 

Dios no es cosa de la mente, no surge mediante la proyección de uno mismo; sólo adviene cuando hay virtud, es decir, libertad. 

La virtud es enfrentarse con el hecho de lo que es, y el enfrentarse con el hecho es un estado de bienaventuranza. 

Sólo cuando la mente está dichosa, serena, sin ningún movimiento de ella misma, sin la proyección del pensamiento, consciente o inconsciente, sólo entonces adviene lo eterno.