CAPÍTULO 18 - J.K. - EL AUTOENGAÑO -

 CAPÍTULO XVIII 

EL AUTOENGAÑO 

Desearía discutir o considerar la cuestión del autoengaño, las ilusiones a que la mente se entrega y se impone a sí misma y a los demás. Este es un asunto muy serio, sobre todo en una crisis del género de la que el mundo hoy enfrenta. Mas para comprender todo este problema del autoengaño, debemos seguirlo no sólo en el nivel verbal, sino intrínsecamente, fundamental y hondamente. Se nos satisface demasiado fácilmente con palabras y contrapalabras; somos sabihondos, y siéndolo, todo lo que podemos hacer es esperar que algo ocurra. Vemos que la explicación de la guerra no detiene la guerra; hay innumerables historiadores, teólogos y gente religiosa que explican la guerra y cómo ella se origina; pero las guerras han de continuar, tal vez más destructivas que nunca. Aquellos de nosotros que somos realmente serios debemos ir más allá de la palabra, debemos buscar esta revolución fundamental dentro de nosotros mismos; ese es el único remedio que puede producir una duradera y fundamental redención del género humano.

Análogamente, cuando discutimos esta clase de autoengaño, creo que deberíamos estar en guardia contra cualesquiera explicaciones y réplicas superficiales. Deberíamos, si puedo sugerirlo, no sólo escuchar a un orador, sino prestar atención al problema tal como lo conocemos en nuestra vida diaria; esto es, deberíamos observarnos a nosotros mismos en el pensar y en la acción, observarnos para ver cómo afectamos a los demás y cómo procedemos a actuar por impulso propio. ¿Cual es la razón, la base del autoengaño? ¿Cuántos de nosotros se dan realmente cuenta de que nos engañamos a nosotros mismos? Antes de que contestar la pregunta “¿qué es el autoengaño y como surge?”, debemos darnos cuenta de que nos engañamos a nosotros mismos. ¿No es así? ¿Sabemos que nos engañamos a nosotros mismos? ¿Qué entendemos por este engaño? Creo que ello es muy importante; porque, cuanto más nos engañamos a nosotros mismos, mayor es la fuerza del engaño que nos brinda cierta vitalidad, cierta energía, cierta capacidad, lo cual hace que impongamos nuestro engaño a los demás. Gradualmente, pues, no sólo imponemos el engaño a nosotros mismos sino a otras personas. Es un proceso recíproco de autoengaño, ¿Nos damos cuenta de este proceso porque nos creemos muy capaces de pensar claramente, con un propósito directamente? ¿Nos damos cuenta de que en este proceso de pensar hay autoengaño?

 ¿No es el pensamiento en sí un proceso de busca, una búsqueda de justificación, de seguridad, de autoprotección, un deseo de que se piense bien de uno, un deseo de tener posición, prestigio y poder? ¿No es este deseo de ser, en lo político o en lo religioso y social, la causa misma del autoengaño? En el momento en que deseo otra cosa que las necesidades puramente materiales, ¿no produzco, no provoco un estado en el que fácilmente se acepta? Tomemos como ejemplo esto: quiero saber qué ocurre después de la muerte, cosa en la que muchos de nosotros estamos interesados, y cuanto más viejos somos, más interesados estamos. Queremos saber la verdad al respecto. ¿Cómo la encontraremos? Por cierto que no mediante la lectura ni las diferentes explicaciones.

¿Cómo, entonces, descubriréis? Primero debéis purgar vuestra mente, en forma completa, de todo factor que se interponga, de toda esperanza, de todo deseo de continuar, de todo deseo de descubrir qué hay del otro lado. Como la mente busca en todo instante seguridad, tiene el deseo de continuar y espera que haya un medio de realización, una existencia futura. Una mente así, aunque busque la verdad sobre la vida después de la muerte, sobre la reencarnación o lo que sea, es incapaz de descubrir esa verdad. ¿No es cierto? Lo importante no es que la reencarnación sea o no verdad, sino como la mente busca justificación mediante el autoengaño, de un hecho que puede o no ser. Lo importante, pues, es el enfoque del problema, saber con qué móviles, con qué impulso, con qué deseo lo abordáis. El buscador se impone siempre a sí mismo este engaño. Nadie se lo puede imponer; él mismo lo hace. Creamos el engaño y luego nos convertimos en sus esclavos. De suerte que el factor fundamental del autoengaño es este constante deseo de ser algo en este mundo y en el otro. Conocemos el resultado de querer ser algo en este mundo: total confusión, en la que cada cual compite con el otro, en el que cada cual destruye al otro en nombre de la paz. Ya conocéis todo el juego de unos con otros, que es una forma extraordinaria de autoengaño. Similarmente, deseamos en el otro mundo seguridad, una posición.

 Empezamos, pues, a engañarnos a nosotros mismos en el momento en que surge este impulso de ser, de llegar a ser algo, o de lograr. Es muy difícil para la mente librarse de eso. Ese es uno de los problemas básicos de nuestra vida. ¿Es posible vivir en el mundo y no ser nada? Porque sólo entonces se está libre de todo engaño, porque sólo entonces la mente no busca un resultado, ni una respuesta satisfactoria, ni forma alguna de justificación, ni seguridad en ninguna forma ni en ninguna relación. Eso ocurre tan sólo cuando la mente comprende las posibilidades y sutilezas del engaño, y por lo tanto, con comprensión, la mente abandona toda forma de justificación, de seguridad, lo cual significa que la mente es entonces capaz de ser completamente “nada”. ¿Es ello posible? Mientras nos engañamos a nosotros mismos en cualquier forma, no puede haber amor. Mientras la mente sea capaz de crear e imponerse a sí misma una ilusión, es evidente que se aparta de la comprensión colectiva o integrada. Esa es una de nuestras dificultades. No sabemos cómo cooperar; todo lo que sabemos es que tratamos de trabajar juntos hacia un fin que ambos establecemos. Sólo puede haber cooperación cuando vosotros y yo no tenemos un objetivo común creado por el pensamiento. Lo importante de comprender es que la cooperación sólo es posible cuando nada deseamos ser, vosotros ni yo. Cuando vosotros y yo deseamos ser algo, tórnase necesaria la creencia y todo lo demás. Así como una utopía autoproyectada. Mas si vosotros y yo creamos anónimamente sin engañarnos a nosotros mismos, sin barreras de creencias y conocimiento, sin deseo de estar en seguridad, entonces hay verdadera cooperación. ¿Será posible que nosotros cooperemos, que estemos juntos sin un fin, sin un propósito, que ni vosotros ni yo buscamos? ¿Podemos vosotros y yo trabajar juntos sin buscar un resultado? Eso, por cierto, es verdadera cooperación. ¿No es así? Si vosotros y yo pensamos acabadamente en un resultado, lo planeamos, lo ponemos en ejecución, y juntos trabajamos para lograr ese resultado, ¿cuál es entonces el proceso que ello involucra? Nuestras mentes coinciden, nuestros pensamientos, nuestros intelectos, por supuesto, se entienden; pero emocionalmente, tal vez, todo el ser se resiste a ello, lo cual produce engaño, y éste trae conflicto entre vosotros y yo. Se trata de un hecho evidente, observable en nuestra vida diaria. Vosotros y yo acordamos intelectualmente hacer determinado trabajo; pero inconscientemente, en lo profundo, estamos en lucha unos contra otros. Yo deseo un resultado a mi satisfacción, deseo dominar, quiero que mi nombre esté antes del vuestro, si bien se dice que colaboro con vosotros. De suerte que vosotros y yo, que somos los autores de ese plan, en realidad nos oponemos unos a otros, aun cuando exteriormente vosotros y yo estemos de acuerdo acerca del plan.

¿No es importante, pues, averiguar si vosotros y yo podemos cooperar, estar en comunión, vivir juntos en un mundo en que vosotros y yo somos como la nada; si nosotros somos real y verdaderamente capaces de colaborar, no en el nivel superficial sino fundamentalmente? Ese es uno de nuestros problemas, quizá el mayor. Yo me identifico con un objeto o propósito, y vosotros os identificáis con el mismo objeto; por ambas partes estamos interesados en él y tenemos la intención de realizarlo. Este proceso de pensar es ciertamente muy superficial, porque mediante la identificación producimos separación, cosa evidente en nuestra vida diaria. Vosotros sois hindúes y yo católico; por ambas partes predicamos la fraternidad y nos vamos a las manos. ¿Por qué? Ese es uno de nuestros problemas, ¿verdad? Inconscientemente y en lo profundo, vosotros tenéis vuestras creencias y yo las mías. Con hablar de fraternidad no hemos resuelto para nada el problema de la creencia, pero teórica e intelectualmente, nada más, hemos acordado que debe resolverse; en lo íntimo y en lo profundo estamos unos contra otros. Hasta que disolvamos esas barreras que son un autoengaño, que nos brindan cierta vitalidad, no puede haber cooperación entre vosotros y yo. Identificándonos con un grupo, con una idea en particular, con determinado país, jamás podremos establecer cooperación. La creencia no trae cooperación; por el ¿No es importante, pues, averiguar si vosotros y yo podemos cooperar, estar en comunión, vivir juntos en un mundo en que vosotros y yo somos como la nada; si nosotros somos real y verdaderamente capaces de colaborar, no en el nivel superficial sino fundamentalmente? Ese es uno de nuestros problemas, quizá el mayor. Yo me identifico con un objeto o propósito, y vosotros os identificáis con el mismo objeto; por ambas partes estamos interesados en él y tenemos la intención de realizarlo. Este proceso de pensar es ciertamente muy superficial, porque mediante la identificación producimos separación, cosa evidente en nuestra vida diaria. Vosotros sois hindúes y yo católico; por ambas partes predicamos la fraternidad y nos vamos a las manos. ¿Por qué? Ese es uno de nuestros problemas, ¿verdad? Inconscientemente y en lo profundo, vosotros tenéis vuestras creencias y yo las mías. Con hablar de fraternidad no hemos resuelto para nada el problema de la creencia, pero teórica e intelectualmente, nada más, hemos acordado que debe resolverse; en lo íntimo y en lo profundo estamos unos contra otros. Hasta que disolvamos esas barreras que son un autoengaño, que nos brindan cierta vitalidad, no puede haber cooperación entre vosotros y yo. Identificándonos con un grupo, con una idea en particular, con determinado país, jamás podremos establecer cooperación. La creencia no trae cooperación; por el  contrario, ella divide. Vemos cómo un partido político está contra otro, cada cual con su creencia en determinada manera de entender los problemas económicos, lo que hace que estén todos ellos en guerra unos con otros. No están dispuestos a resolver el problema del hambre, por ejemplo. Le interesan las teorías que habrán de resolver ese problema. No están realmente preocupados con el problema en sí sino con el método por el cual el problema habrá de ser resuelto. Tiene, pues, que haber disputas entre ellos, puesto que les interesa la idea y no el problema. De un modo análogo, las personas religiosas están las unas contra las otras aunque verbalmente digan que todos tienen una vida, un Dios; todo eso lo sabéis. Pero en su fuero interno, sus creencias, sus opiniones, sus experiencias, los destruyen y los mantienen separados.

La experiencia llega a ser un factor de división en nuestras relaciones humanas; la experiencia es una senda de engaño. Si he experimentado algo, a ello me apego; no examino el problema total del proceso de “vivenciar”; pero, como he experimentado, eso resulta suficiente y a ello me aferro, con lo cual me impongo el engaño a través de esa experiencia. Nuestra dificultad es, pues, que cada uno de nosotros está tan identificado con una creencia en particular, con determinada forma o método de lograr felicidad, ajuste económico, que nuestra mente es cautiva de eso y resultamos incapaces de ahondar más en el problema; por lo tanto deseamos mantenernos individualmente apartados en nuestras particulares modalidades, creencias y experiencias. Hasta que las comprendamos y disolvamos, no sólo en el nivel superficial sino también en el nivel más profundo, no puede haber paz en el mundo. Por eso es importante que los que son realmente serios comprendan todo este problema: el deseo de llegar a ser algo, de lograr, de ganar, no sólo en el nivel superficial sino fundamental y hondamente. De otro modo no puede haber paz en el mundo.

La Verdad no es algo que haya de ser logrado. El amor no puede llegar a aquellos que tienen un deseo de aferrarse a él o que gustan de identificarse con él. Tales cosas, por cierto, llegan cuando la mente no busca, cuando la mente está del todo quieta, cuando la mente ya no engendra movimientos y creencias de los que puede depender, o de los que deriva cierta fuerza, lo cual es indicio de autoengaño. Sólo cuando la mente comprende todo este proceso del deseo, puede ella estar en silencio. Sólo entonces la mente no está activa para ser o para no ser, sólo entonces existe la posibilidad de un estado en el cual no hay ningún género de engaño.