LA MUTACIÓN PSICOLÓGICA - CAPÍTULO 5 - J.K -

 CAPÍTULO QUINTO 

Esta mañana me gustaría, si se me permite, hablar de algo que me parece muy importante. 

No es una idea ni un concepto, ni una formula que se haya de aplicar. 

Conceptos, formulas, ideas, realmente impiden la honda comprensión de los hechos tales como son. 

Al decir “comprender un hecho” me refiero a observar una actividad. 

Un movimiento del pensar o sentir, y apercibir su significado en el momento mismo de la acción. 

La percepción de un hecho tal como es tiene que realizarse en el momento mismo de la acción; y si uno no comprende en profundidad los hechos siempre estará acosado por el miedo. 

Creo que la mayoría de nosotros tenemos esta enorme carga del miedo, consciente o inconsciente, y esta mañana quisiera examinar este problema con vosotros y ver si podemos lograr una comprensión total y, por consiguiente, una completa resolución del miedo, para que cuando uno salga de esta cálida tienda esté literalmente y en verdad libre del temor. 

Permitidme pues, sugerir que escuchéis en silencio, más bien que disputando interiormente conmigo.

 Un poco más adelante discutiremos intercambiaremos palabras verbalizaremos nuestros pensamientos y sentimientos. 

Mas, por el momento, escuchemos en cierto sentido negativamente, es decir, sin ninguna aserción positiva del acto de escuchar. 

Simplemente escuchar, me estoy comunicando con vosotros. 

Vosotros no os estáis comunicando conmigo. 

Os estoy diciendo algo. 

Para comprender que es lo que quiero transmitir, tenéis que escuchar, y en el acto mismo de escuchar podréis entrar en comunicación con el que habla.

Desgraciadamente la mayoría de nosotros somos incapaces de esta escucha negativa, silenciosa, no sólo aquí, sino también en nuestra existencia cotidiana. 

Cuando salimos a dar un paseo, no escuchamos los pájaros, el susurro de los árboles, el murmullo del río, no escuchamos las montañas, ni los cielos que están más allá. 

Para estar directamente en comunión con la naturaleza y con las personas, tenéis que escuchar; y sólo podéis escuchar cuando estáis en silencio negativamente, es decir, cuando escucháis sin esfuerzo, sin que haya acción mental, sin verbalizar, disputar, discutir. 

No sé si habéis tratado alguna vez de escuchar de manera completa a vuestra esposa o vuestro marido, a los hijos, el automóvil que pasa al lado, los movimientos de vuestro propio pensar y sentir. 

En tal escucha no hay acción alguna, no hay intención ni interpretación; y ese acto mismo de escuchar produce una enorme revolución en la raíz misma de la mente. 

Pero la mayoría de nosotros estamos muy poco acostumbrados a escuchar. 

Si oímos cualquier cosa contraria a nuestro habitual pensamiento, o si alguien trata a puntapiés uno de nuestros ideales favoritos, nos agitamos terriblemente. 

Tenemos intereses creados en ciertas ideas y en ciertos ideales, lo mismo que los tenemos en propiedades y en nuestra experiencia y conocimiento, y, cuando se pone en tela de juicio cualquier cosa de estas, perdemos el equilibrio, resistimos a todo lo que se dice. 

Pues bien, si realmente queréis escuchar esta mañana lo que se está diciendo, escuchar con percepción alerta, sin elección, entonces hallaréis que seguís en forma no verbal al que habla, es decir, sin análisis lingüístico y, por tanto avanzáis con el sentido, con el significado que está tras la palabra. 

Ello no significa que os echéis a dormir o que os encontréis en algún estado beatífico de  sentimentalismo autosatisfactorio. 

Al contrario, escuchar requiere mucha atención , no concentración, sino atención. 

Las dos cosas son enteramente distintas. 

Si escucháis con atención, tal vez vosotros y yo podamos llegar a esas grandes profundidades en las cuales puede realizarse la creación. 

Esto es esencial, porque una mente que sea superficial, ansiosa, incesantemente preocupada por muchos problemas, no es posible que comprenda el temor, una de las cosas más fundamentales de la vida. 

Si no comprendemos el miedo, no puede haber amor ni puede haber creación, que no es el acto de crear, sino es ese estado de creación intemporal que no puede expresarse en palabras, en cuadros, en libros.

 Tiene uno, pues, que estar libre del miedo. 

El temor no es una abstracción, no es simplemente una palabra, aunque para la mayoría de nosotros la palabra ha llegado a ser mucho más importante que el hecho mismo. 

No sé si habéis pensado alguna vez en liberaros del miedo de modo total y absoluto. 

Puede hacerse tan completamente que nunca haya una sombra de temor, porque la mente irá siempre por delante del acontecimiento, es decir, en vez de perseguir al temor y tratar de vencerlo después que haya surgido, la mente irá delante de él y por tanto, estará libre del temor. 

Ahora bien, para comprender el miedo, tiene uno que entrar en la cuestión de la comparación. 

¿Por qué comparamos?. 

En las cosas técnicas la comparación revela progreso, lo cual es algo relativo. 

Hace cincuenta años no había bomba atómica, no existían los aviones supersónicos, pero ahora tenemos esas cosas; y pasados otros cincuenta años, tendremos alguna otra que ahora no tenemos. 

A esto se le llama progreso, que es siempre comparativo, relativo, y nuestra mente está presa de esa manera de pensar. 

No sólo por fuera de la piel como si dijéramos, sino también por dentro de ella, en la estructura psicológica de nuestro propio ser, pensamos comparativamente. 

Decimos: “Soy esto, he sido aquello y seré algo más en el porvenir”. 

A este pensar comparativo lo llamamos progreso, evolución, y toda nuestra conducta, en lo moral, ético, religioso, en nuestras relaciones profesionales y sociales, se basa en eso.

Nos observamos a nosotros mismos comparativamente en relación con una sociedad que es ella misma resultado precisamente de esta pugna comparativa. 

La comparación engendra miedo. 

Observad este hecho en vosotros mismos. 

Quiero ser mejor escritor o una persona más bella e inteligente, quiero tener más conocimientos que otros; quiero tener éxito, llegar a ser alguien, tener más fama en el mundo. 

El éxito y la fama son psicológicamente la esencia misma de la comparación, por la cual constantemente engendramos el miedo. 

Y la comparación hace surgir también el conflicto, la lucha, lo cual se considera altamente respetable.

 Decís que tenéis que ser competidores para sobrevivir en este mundo, por lo cual comparáis y competís en los negocios, en la familia y en las llamadas cuestiones religiosas. 

Tenéis que llegar al cielo y sentaros junto a Jesús, o quien quiera que sea vuestro salvador. 

El espíritu comparativo se refleja en el sacerdote que se hace arzobispo, cardenal y, por fin papa.

 Cultivamos este mismo espíritu muy asiduamente durante nuestra vida, pugnando por ser mejores o por alcanzar una categoría mejor que algún otro. 

En eso se basa nuestra estructura social y moral. 

Hay, pues, en nuestra vida este constante estado de comparación, competencia y la perpetua pugna por ser alguien o por no ser nadie, que es lo mismo. 

Esto, creo, es la raíz de todo temor, porque crea envidia, celos, odio. 

Donde hay odio es evidente que no hay amor y que se engendra cada vez más miedo. 

Como dije, os ruego que escuchéis sencillamente. 

No preguntéis: ¿Cómo voy a no ser comparativo? ¿Qué voy a hacer para dejar de comparar?. 

No podéis hacer nada. 

Si lo hicierais, vuestro motivo nacería también de la comparación. 

Lo único que podéis hacer es limitaros a ver el hecho de que esta cosa compleja que llamamos nuestra existencia es una lucha comparativa y que, si actuáis sobre ella, si tratáis de cambiarla, de nuevo quedáis preso del espíritu comparativo, competidor. 

Lo importante es escuchar sin ninguna distorsión; y habrá distorsión de lo que estéis escuchando desde el momento en que queráis hacer algo. 

Ve uno, pues, las implicaciones y el significado de esta evaluación comparativa de la vida y la ilusión de creer que la comparación trae comprensión: comparar las obras de dos pintores o dos escritores, compararse uno mismo con otra persona que no es tan lista, que es menos eficiente, más bella, etc. 

Y ¿puede uno vivir en el mundo, tanto interior como exteriormente, sin comparar jamás?. 

Ya sabéis, el darse cuenta del estado de la mente que está siempre comparando, simplemente el reconocerlo como un hecho y permanecer con ese hecho, requiere mucha atención. 

Esa atención trae su propia disciplina, que es extraordinariamente flexible; no tiene modelos, no es compulsiva, no es el acto de someter a control, subyugar, negar, con la esperanza de comprender más toda la cuestión del temor. 

Esta actitud frente a la vida, que se basa en la comparación, es un gran factor en el deterioro de la mente, ¿no?.

El deterioro de la mente implica embotamiento, insensibilidad, decadencia y por tanto, una completa falta de inteligencia. 

El cuerpo va deteriorándose lentamente, porque vamos envejeciendo; pero la mente también se deteriora, y la causa de ese deterioro es la comparación, el conflicto, el esfuerzo competidor. 

Es como un motor que funciona con gran fricción: no puede funcionar debidamente y se deteriora con rapidez durante todo el tiempo que esté en marcha. 

Como hemos visto, la comparación, el conflicto, la competencia, no sólo crean más conflicto, sino también miedo; y donde hay miedo hay oscuridad, no hay afecto, ni comprensión, ni amor. 

Pero, ¿qué es el miedo? ¿Os habéis enfrentado alguna vez de verdad, cara a cara, con el temor, o sólo con la idea del temor?. 

Hay diferencia entre los dos, ¿no?. 

El hecho real del miedo y la idea del mismo son dos cosas enteramente distintas. 

La mayoría de nosotros estamos presos en la idea del miedo, de una opinión, de un juicio, o de una valoración del miedo, y nunca estamos en contacto con el hecho real del miedo mismo. 

Creo que esto es algo que tenemos que comprender más bien amplia y profundamente. 

Tengo miedo, por ejemplo, de las serpientes. 

Un día vi una y me causó mucho miedo. 

Aquella experiencia me ha quedado en la mente como recuerdo. 

Cuando salgo de paseo alguna tarde este recuerdo entra en acción y ya tengo miedo de encontrarme con una serpiente; la idea, pues, del miedo es mucho más vital, más potente que el hecho mismo, lo cual ¿qué significa? 

Que nunca estamos en contacto con el temor, sino sólo con la idea del temor. 

Observad simplemente este hecho en vosotros mismos. 

No podéis eliminar artificialmente la idea. 

Podéis decir : “Bueno, trataré de hacer frente al miedo sin la idea”, pero no podéis. 

Mientras que, si realmente veis que la memoria y la ideación os están impidiendo estar directamente en comunión con el hecho (con el hecho del miedo, con el hecho de los celos, con el hecho de la muerte), entonces observaréis que entre el hecho y vosotros hay una relación completamente distinta.

Para la mayoría de nosotros, la idea es mucho más importante que la acción, nunca actuamos de manera completa, siempre estamos limitando la acción con una idea, ajustando o interpretando la acción con arreglo a una fórmula, un concepto y por tanto, no hay acción en absoluto, o, mejor dicho, la acción es tan incompleta que crea problemas; pero una vez que comprendéis este hecho extraordinario, entonces la acción llega a ser una cosa asombrosamente vital, porque ya nos está acercando a una idea. 

El miedo no es una abstracción, siempre existe en relación con algo. 

Temo a la muerte, temo a la opinión pública, temo no ser popular, no ser conocido, no conseguir nada, etc. 

La palabra “miedo” no es el hecho real, es sólo un símbolo que representa el hecho y para la mayoría de nosotros el símbolo es mucho más importante que el hecho, en lo religioso y en todo lo demás. 

Pero ¿puede la mente librarse de la palabra, del símbolo, de la idea, y observar el hecho sin interpretación, sin decir: “Tengo que mirar el hecho”, sin ninguna idea sobre ese hecho?. 

Si la mente mira el hecho con una opinión sobre él, entonces está tratando meramente con ideas, ¿no?

Así pues, esto es algo cuya comprensión es muy importante: que cuando miro un hecho a través de una idea no hay ninguna comunión con el hecho. 

Si quiero estar en comunión con él, entonces la idea tiene que desaparecer por completo. 

Ahora, sigamos adelante desde aquí y veamos a donde conduce. 

Existe el hecho de que teméis la muerte, teméis lo que alguien diga y teméis unas cuantas cosas más.

 Cuando ya no miráis ese hecho a través de una idea, de una conclusión, de un concepto, o de un recuerdo, “que es lo que realmente sucede”. 

Ante todo, no hay división entre el observador y la cosa observada, no hay ningún “yo” separado de esa cosa, se ha eliminado la causa de la separación y, por tanto, estáis directamente en relación con la sensación que llamáis miedo. 

Entonces, el “yo”, con sus opiniones, ideas, juicios, valoraciones, conceptos, recuerdos, todo eso está ausente y sólo existe esa cosa. 

Lo que estamos haciendo es arduo, no es simplemente la diversión de una mañana. 

Creo que cuando salgáis de esta tienda al final de la mañana podéis estar honda y completamente libres de temor, y entonces uno es un ser humano. 

Os encaráis, pues, con el hecho: la sensación o aprehensión que llamáis miedo y que ha sido producida por una idea. 

Teméis a la muerte. 

Tomo esto como ejemplo. 

De ordinario, la muerte es para vosotros simplemente una idea no un hecho. 

El hecho surge sólo cuando uno mismo está muriendo. 

Sabéis de otras personas moribundas, y la comprensión de que vosotros también vais a morir llega a ser una idea que engendra temor. 

Miráis el hecho a través de la idea, y esto os impide estar directamente en contacto con el hecho. Hay un intervalo entre el observador y la cosa observada. 

En este intervalo es donde surge el pensamiento, siendo este la ideación, la verbalización, el recuerdo, que ofrece resistencia al hecho. 

Mas, cuando no hay esta laguna, es decir, cuando no hay pensamiento, que es tiempo, entonces estáis plenamente enfrentados al hecho; y entonces este último actúa sobre vosotros, no vosotros sobre el hecho. 

Espero que estéis captando todo esto. 

¿Es demasiado para esta calurosa mañana?. 

Como veis, me parece que vivir con temor de cualquier clase que sea, si se me permite hablar así, es algo horrible. 

Es horrible vivir con el miedo, porque este engendra odio, falsea vuestro pensar y pervierte toda vuestra vida.

Es pues, absolutamente necesario que el hombre religioso esté por completo libre de temor, en lo exterior lo mismo que en lo interior. No me refiero a la espontánea reacción del cuerpo físico, en defensa propia que es natural. 

Es normal saltar a un lado cuando de repente veis una serpiente, eso no es más que el instinto físico autodefensivo, y sería anormal no tener tal reacción. 

Pero el deseo de estar seguros interiormente, en lo psicológico, en cualquier nivel e nuestro ser, crea miedo. 

Ve uno en torno suyo los efectos del miedo y se da cuenta de lo esencial que es que la mente no sea creadora de temor en ningún movimiento. 

Si habéis escuchado con atención lo que se ha dicho esta mañana, habréis visto que el miedo nunca está en el presente, sino siempre en el futuro; es evocado por el pensamiento, por pensar en lo que puede pasar mañana o en el próximo minuto. Así, el miedo, el pensamiento y el tiempo van juntos; y si uno ha de comprender y trascender el miedo, tiene que haber comprensión del pensamiento, así como del tiempo. 

Tiene que cesar todo pensamiento comparativo; todo sentido del esfuerzo, en el cual están implicados la competencia, la ambición, el culto al éxito y la pugna por ser alguien, tiene que terminar; y cuando todo este proceso esté comprendido no habrá conflicto alguno, ¿verdad?. 

Así la mente ya no se encuentra en estado de deterioro, porque es capaz de hacer frente al temor y ya no es su campo de cultivo. 

Así que este estado de liberación del temor es absolutamente necesario si uno ha de comprender lo que es la creación. 

Para la mayoría de nosotros, la vida es una rutina fastidiosa y no hay nada nuevo en ella. 

Cualquier cosa nueva que surja la convertimos inmediatamente en una rutina. 

Alguien pinta un cuadro y, durante un segundo, esto es una cosa nueva, pero luego todo ha pasado.

 Placer, dolor, esfuerzo, todo se vuelve una cosa rutinaria, un fastidio, una perpetua pugna de muy escaso sentido. 

Siempre estamos buscando algo nuevo: lo nuevo en los cuadros, lo nuevo en la pintura. 

Queremos sentir, expresar algo nuevo, algo que no se traduzca de modo inmediato en términos de lo viejo. 

Esperamos hallar alguna treta o ingeniosa técnica por medio de la cual podemos expresarnos y sentirnos satisfechos. 

Pero eso también llega a ser una terrible molestia, una cosa fea, algo para darle de puntapiés. 

Estamos pues, siempre en estado de reconocimiento, cualquier cosa nueva es inmediatamente reconocida y por ello, absorbida en lo viejo. 

El proceso de reconocimiento es, para la mayoría de nosotros, asombrosamente importante, porque el pensamiento está siempre funcionando desde dentro del campo de lo conocido.

En el momento en que reconocéis algo, deja de ser nuevo. 

¿Comprendéis?. 

Nuestra educación, nuestra experiencia, nuestro vivir diario, todo esto es un proceso de reconocimiento, de constante repetición y da continuidad a nuestra existencia. 

Cautivas nuestras mentes en este proceso, preguntamos si existe algo nuevo; queremos descubrir si hay Dios o no. 

Desde lo conocido tratamos de hallar lo desconocido. 

Es lo conocido lo que causa el miedo a lo desconocido, por lo cual decimos: “Tengo que encontrar lo desconocido, tengo que reconocerlo y traerlo a lo conocido.” 

Esto es lo que buscamos con la pintura, con la música, con todo: lo nuevo, que siempre se interpreta en términos de lo viejo. 

Mas este proceso de reconocimiento e interpretación, de acción y realización, no es creación; no es posible que podáis expresar lo desconocido, lo que podéis expresar es una interpretación o un reconocimiento de lo que llamáis lo desconocido. 

Tenéis, pues, que descubrir por vosotros mismos lo que es creación, porque si no, vuestra vida se volverá mera rutina, en la que no hay cambio ni mutación, y de la cual os aburrís muy rápidamente.

 Creación en el movimiento mismo de la propia creación no es la interpretación de ese movimiento en el lienzo, en la música, en los libros o en cualquier relación humana.

Después de todo, la mente tiene en su interior millones de años de recuerdos, de instintos y el impulso a trascender todo eso sigue formando parte de la mente. 

Desde este trasfondo de lo viejo surge el deseo de reconocer lo nuevo; pero lo nuevo es algo enteramente distinto, es amor, y no puede ser comprendido por una mente que este presa en el proceso de lo viejo que trata de reconocer lo nuevo. 

Ésta es una de cosas más difíciles de comunicar; mas yo desearía comunicarla, si puedo, porque, si la mente no se halla en ese estado de creación, siempre estará en el proceso de deterioro. 

Ese estado es intemporal, eterno. 

No es comparativo, no es utilitario, no tiene valor alguno en términos de acción; no podéis usarlo para pintar vuestros detestables cuadros ni para escribir vuestra maravillosa poesía de Shakespeare. 

Pero sin él no hay realmente amor en absoluto.

El amor que conocemos es el de los celos, está aislado por el odio, la ansiedad, la desesperación, la desdicha, el conflicto; y nada de eso es amor. 

El amor es algo perpetuamente nuevo irreconocible; nunca es el mismo y por ello es el estado más elevado de incertidumbre. 

Y sólo en el estado de amor es en el que la mente puede comprender aquella cosa extraordinaria llamada creación, que es Dios, o cualquier otro nombre que os guste darle. 

Sólo la mente que ha comprendido las limitaciones de lo conocido y, que, por lo tanto, estará libre de él, pueda hallarse en ese estado de creación en que no hay factor de deterioro. ¿queréis hacer alguna pregunta sobre lo que hemos estado hablando esta mañana?.

Pregunta: Es la causa del miedo la sensación de tener una voluntad individual?

 Krishnamurti: Probablemente lo es, pero ¿qué queréis decir con esa palabra, “individual”?.

 ¿Sois un individuo?. 

Tenéis un cuerpo, un nombre, una cuenta bancaria; pero si estáis internamente atado, impedido, limitado, ¿sois un individuo?. 

Como todos los demás, estáis condicionado, ¿no?

 Y dentro del área limitada de vuestro condicionamiento, que llamáis un individuo, surgen todas las cosas: vuestras desdichas, desesperaciones, celos, miedos. 

De esa cosa estrecha, fragmentaria, con su alma individual, su voluntad individual, y toda esa pequeña sustancia confusa, estáis muy orgullosos y con eso queréis descubrir a Dios, la verdad y el amor. 

No podéis. Lo único que podéis hacer es daros cuenta de vuestro fragmento y sus pugnas y ver que el fragmento nunca puede llegar a ser el todo. 

Haga lo que haga, el radio nunca puede llegar a ser la rueda. 

Tiene uno pues, que inquirir y comprender esta existencia separada, estrecha, limitada, el llamado individuo.

Lo importante en todo esto no es vuestra opinión ni la mía, sino descubrir lo que es verdadero, y para descubrir lo verdadero la mente tiene que estar sin temor, tan por completo despojada de temor que sea del todo inocente. 

Sólo partiendo de esa inocencia hay creación. 

21 de julio de 1964.


LA SUERTE Y EL ORDEN INVISIBLE - TEXTO ADAPTADO CON LA COLABORACIÓN DE Chat GPT (Open AI) -

 

🌌 La suerte y el orden invisible

Desde pequeño tuve la impresión de que ciertas cosas no ocurrían por casualidad. No era superstición, ni fe ciega en el destino; era más bien una intuición silenciosa: la sensación de que algunos hechos —encuentros, decisiones, coincidencias— aparecían en el momento justo, como si una trama invisible los hubiera dispuesto con una precisión que el azar no suele tener.

Con el tiempo, la ciencia me enseñó que el universo, en sus cimientos más profundos, es un lugar donde el azar no es absoluto. En la física cuántica, las partículas no se comportan como objetos erráticos, sino como manifestaciones de probabilidades. No actúan “porque sí”, sino dentro de un orden que no siempre comprendemos. Quizás ahí, en ese lenguaje de ondas y posibilidades, resida una metáfora más amplia sobre nuestras propias vidas.

No propongo que exista una fuerza mágica que acomode los sucesos a nuestro favor. Pero sí me pregunto si la realidad, en su complejidad, permite formas de resonancia entre la conciencia y los acontecimientos. Tal vez la “suerte” sea, en parte, la capacidad de estar atento a los momentos en que las probabilidades se abren. Tal vez lo que llamamos casualidad sea simplemente la geometría secreta de un universo que aún no terminamos de descifrar.

Hay decisiones que tomamos sin saber por qué, intuiciones que parecen guiarnos hacia lugares donde la razón llega después. Y cuando miramos hacia atrás, comprendemos que había un hilo —delgado pero firme— que unía esos episodios dispersos. No es que todo esté escrito, sino que todo está entrelazado.

Quizás la suerte no sea un regalo del destino ni una ilusión del ego, sino una conversación silenciosa entre nuestra atención y el orden invisible de las cosas. Y tal vez aprender a escuchar esa conversación sea una forma más profunda de comprender la realidad: no como un caos de sucesos, sino como una red de significados que se despliega justo cuando estamos listos para verla.

LA MUTACIÓN PSICOLÓGICA - CAPÍTULO 4 - J.K. -

 Capítulo Cuarto 

Considero que hay una enorme diferencia entre cambio y mutación. 

El mero cambio no llevará a ninguna parte. Puede uno llegar a ser superficialmente adaptable, muy listo para ajustarse a los distintos ambientes y circunstancias de la sociedad y a diversas formas de presión interior y exterior; pero la mutación requiere un estado mental del todo distinto, y esta mañana desearía señalar la diferencia entre estas dos cosas. 

Cambio es alteración, reforma, la sustitución de una cosa por otra. 

El cambio implica un acto de voluntad, conciente o inconsciente. 

Y teniendo en cuenta la confusión, el hambre, la opresión, la completa desdicha que existe en los países asiáticos subdesarrollados, es evidente que tiene que haber un cambio radical, un cambio radical revolucionario. 

Tiene que haber un cambio físico o económico, sino también psicológico: cambio en todos los niveles de nuestro ser, exteriores lo mismo que interiores, para crear una mejor existencia humana. 

Creo que esto es bastante obvio y aún los más conservadores lo aceptan. 

Mas aunque aceptemos este hecho evidente, me temo que la mayoría de nosotros no hemos penetrado muy profundamente en la cuestión de que es lo que está implicado en el cambio. 

¿Alcanzan alguna profundidad el ajuste, la sustitución, la reforma? 

¿O se trata meramente de un pulimento superficial, una limpieza de la moralidad en la relación humana?

 Creo que deberíamos comprender lo mejor posible todo lo relacionado con este proceso de cambio, antes de que entremos en la cuestión de la mutación.

Aunque el cambio es necesario, para mi es siempre superficial. 

Al decir cambio, me refiero a un movimiento producido por el deseo o la voluntad, una iniciativa enfocada en una dirección particular, hacia una actitud o acción bien definida. 

Todo cambio tiene evidentemente un motivo tras de sí. 

El motivo puede ser personal o colectivo, puede ser manifiesto u oculto; puede ser un motivo bondadoso, generoso o bien de miedo, de desesperación; pero cualquiera que sea la naturaleza del motivo, a cualquier nivel, la iniciativa o el movimiento que surge de tal motivo producen efectivamente cierto cambio. 

Creo que esto está bastante claro. 

La mayoría de nosotros somos muy susceptibles, individual y colectivamente, a modificar nuestras actitudes bajo influencia, bajo presión y también cuando hay una nueva invención de alguna clase que afecta directa o indirectamente nuestras vidas. 

Se nos puede hacer cambiar los pensamientos, orientarlos en distinta dirección por un artículo de periódico o por la propaganda de una idea. 

La religión organizada insiste en educarnos desde la niñez en cierta forma de creencia, condicionando por tanto la mente, y cualquier cambio que hagamos durante el resto de nuestra vida está generalmente dentro de los modificados limites de esa creencia.

 Así, muy pocos de nosotros cambiamos, si no es por un motivo. 

El motivo puede ser altruista o personal, limitado o amplio; puede ser el miedo de perder un premio o de no alcanzar algún prometido estado futuro. 

Uno se sacrifica por lo colectivo, por el estado, por una ideología o por una forma determinada de creencia en Dios. 

Todo esto implica cierto cambio producido conciente o inconscientemente. 

Pues bien, lo que llamamos cambio es una continuidad modificada de lo que ha existido, y en este llamado cambio hemos llegado a ser muy hábiles. 

Estamos haciendo constantemente nuevos descubrimientos en física, matemáticas, inventando nuevas cosa, preparando el viaje a la luna, etc. En ciertas áreas nos estamos volviendo extraordinariamente cultos, muy bien informados; y esta clase de cambio implica la capacidad para ajustarse al nuevo ambiente, a las nuevas presiones que este crea. 

Pero ¿es eso todo? Uno percibe las implicaciones de esta forma superficial de cambio, y, sin embargo, uno sabe interiormente, en lo profundo, que tiene que haber un cambio radical, un cambio no producido por ningún motivo o como resultado de alguna presión. 

Comprende uno que tiene que haber una mutación en la raíz misma de la mente, porque si no seremos sólo como los monos listos, con extraordinarias capacidades, pero no seremos realmente seres humanos en absoluto. 

Comprendiendo, pues, todo esto hondamente dentro de uno mismo, ¿qué va uno a hacer? 

Vemos que tiene que haber un cambio revolucionario, una completa mutación en la raíz misma de nuestro ser; sino, nuestros problemas, tanto económicos como sociales, inevitablemente aumentarán y se volverán cada vez más críticos. 

Uno necesita una mente nueva, fresca y para esto tiene que haber en la totalidad de la propia conciencia una mutación que no sea producida por un acto de voluntad y que, por tanto, no tenga motivo.

No sé si me estoy explicando claramente. 

Viendo la necesidad de un cambio, puede uno ejercer la voluntad para producirlo, entendiéndose por voluntad el deseo reforzado en una particular dirección por la determinación, e iniciado por el pensamiento, el miedo, la rebeldía. 

Pero ese cambio producido por la acción del deseo, de la voluntad, sigue siendo limitado, es una continuidad modificada de lo que ha existido, como puede uno ver por lo que está ocurriendo en el mundo comunista, y también en los países capitalistas. 

Tiene que haber, pues, una extraordinaria revolución, una revolución psicológica en el ser humano, en el hombre mismo; mas si tiene una mira, si su revolución es con arreglo a un plan, entonces sigue estando dentro de los limites de lo conocido y, por tanto, no será cambio en absoluto. 

Mirad, yo puedo cambiarme, puedo forzarme pensar de modo diferente o adoptar una serie distinta de creencias; puedo acabar con un habito determinado, librarme del nacionalismo, reforzar mi pensamiento, lavarme el cerebro, en vez de que lo haga un partido o una iglesia. 

Tales cambios en mi mismo son bastante fáciles de hacer; mas yo veo la completa futilidad  de todo eso, porque es superficial y no lleva a una gran profundidad de comprensión desde la cual pueda uno vivir, ser y actuar. 

¿Qué va uno pues a hacer? 

¿Comprendéis mi pregunta? 

Espero haberla expuesto claramente. 

Si hago un esfuerzo para cambiar, ese esfuerzo tiene un motivo, lo que significa que el deseo inicia un movimiento en determinada dirección. 

Existe la acción de la voluntad, y por tanto, cualquier cambio que sea producido es meramente una modificación, en realidad no tiene nada de cambio. 

Veo muy claramente que tengo que cambiar y que el cambio tiene que producirse sin esfuerzo. 

Todo esfuerzo para cambiar se derrota a sí mismo, porque implica la acción del deseo, de la voluntad, con arreglo a un modelo, una formula o concepto preestablecido. 

¿Que va uno a hacer, pues? 

No sé si sentís del mismo modo que yo sobre todo esto, sobre cuan extraordinariamente es, no sólo en lo intelectual, sino como factor vital en la propia vida. 

Durante millones de años el hombre ha estado haciendo un incesante esfuerzo para cambiar y, sin embargo, aún está preso de la desdicha, de la desesperación, del miedo, y tiene sólo algún ocasional destello de gozo y de delicia. 

Y ¿cómo va a desprenderse de su carga, sin hacer esfuerzo, esta entidad que ha sido tan fuertemente condicionada durante tanto tiempo? 

Esta es la pregunta que nos estamos haciendo. 

Pero el desprenderse de la carga no debe convertirse en otro problema; porque, como señalé el otro día un problema es algo que no comprendemos, algo cuya terminación no tenemos capacidad de alcanzar.

Para producir esta mutación –no, no “producir”, no es esta la palabra... 

Tiene que haber mutación, y esta debe ocurrir ahora. 

Si introducís el tiempo como factor en la mutación, entonces el tiempo crea el problema. 

No hay mañana no hay tiempo en absoluto, para que yo cambie dentro de él, pues el tiempo es pensamiento. 

Es ahora o nunca. 

¿Comprendéis? 

Veo la necesidad de este cambio radical en mí, como ser humano, como parte de toda la raza humana; y también veo que el tiempo –que es pensamiento- no tiene que ser uno de esos factores. 

El pensamiento no puede resolver este problema. 

He ejercitado el pensamiento durante miles y miles de años, pero no he cambiado, continúo con mis hábitos, con mi codicia, mi envida, mis temores, y aún estoy atrapado en el modelo competitivo de la vida. 

Es el pensamiento el que ha creado este modelo; y el pensamiento no puede, en ninguna circunstancia, cambiar este modelo sin crear otro, pues el pensamiento es tiempo. 

No puedo, pues, recurrir al pensamiento, al tiempo, para producir una mutación, un cambio radical. 

No puedo ejercer la voluntad ni dejar que el pensamiento guíe el cambio. 

¿Qué me queda pues? 

Veo que el deseo, que es voluntad, no puede producir una mutación real en mí. 

El hombre ha jugado con ese durante siglos, y no se ha producido ningún cambio fundamental en él. 

Ha usado también el pensamiento para producir un cambio en sí mismo (el pensamiento en forma de tiempo, de “mañana”, con todas sus exigencias, invenciones, presiones, influencias) y tampoco ha habido transformación radical. 

¿Qué va uno pues a hacer?

Pues bien, si uno ha comprendido toda la estructura y el movimiento de la voluntad, entonces esta no actúa en absoluto, y si uno ve que el uso del pensamiento o del tiempo como instrumento de cambio no es más que un aplazamiento, entonces el proceso del pensamiento termina. 

Pero ¿a que nos referimos cuando decimos que vemos o comprendemos algo? 

¿Es la comprensión meramente intelectual, verbal, o significa ver algo como un hecho real? 

Yo puede decir que comprendo, pero la palabra no es la cosa. 

La comprensión intelectual de un problema no es su resolución. 

Cuando sólo verbalmente comprendemos algo que es lo que llamamos comprensión intelectual, la palabra llega a ser extraordinariamente importante; mas, cuando hay verdadera comprensión, la palabra no es nada importante, no es más que un medio de comunicación. 

Hay un contacto directo con la realidad, con el hecho. 

Si vemos como hecho real la futilidad de la voluntad, y también la del pensamiento o el tiempo para producir esta transformación radical, entonces la mente, habiendo rechazado toda la estructura de la voluntad, del pensamiento, carece de instrumento con que iniciar la acción. 

Ahora bien, hasta aquí, vosotros y yo hemos estado en comunicación uno con el otro verbalmente, y tal vez hayamos establecido también entre nosotros cierta comunión; mas antes de seguir adelante, creo importante comprender lo que entendemos por comunión. 

Si habéis caminado alguna vez solos, entre los árboles de un bosque o a lo largo de la orilla de un arroyo, y habéis sentido la quietud, el sentido de vivir plenamente con todo: con las peñas, con las flores, con el arroyo, con los árboles, con el cielo, entonces sabréis lo que es la comunión. 

El “yo”, con sus pensamientos, ansiedades, placeres, recuerdos, reminiscencias, desesperaciones, a cesado por completo. 

No hay un “yo” como observador aparte de la cosa observada; hay sólo el estado de completa comunión. 

Y eso, espero, es lo que hemos establecido aquí. 

No es un estado hipnótico. 

El que habla no está hipnotizado. 

Ha explicado con mucho cuidado, verbalmente, ciertas cosas, pero hay algo más que no puede explicarse verbalmente. 

Hasta cierto punto, podéis ser informados por las palabras que usa el que habla, pero, al mismo tiempo, tenéis que recordar que la palabra no es la cosa y que no debe dejarse que la palabra interfiera en vuestra propia percepción directa del hecho. 

Cuando estáis en comunión con un árbol –si alguna vez lo estáis-, no tenéis la mente ocupada con que clase de árbol es o si es útil o no. 

Estáis directamente en comunión con el árbol. 

Del mismo modo, debemos establecer este estado de comunión entre vosotros y el que habla, porque lo que viene ahora es una de las cosas más difíciles de que se puede hablar. 

Como dije, a terminado la acción de la voluntad, la acción del pensamiento como tiempo y el movimiento que se inicia por cualquier influencia o presión de cualquier cosa. 

Por lo tanto, la mente que ha observado y comprendido todo esto, no de modo verbal, está en completa quietud, no es iniciadora de ningún movimiento consciente o inconsciente. 

Todo esto es algo que hay que ver antes de que podamos avanzar algo más. 

Puede ser que conscientemente no queráis actuar en ninguna dirección determinada porque hayáis observado la futilidad de toda clase de cambio calculado, desde el de los comunistas hasta el de los más reaccionarios conservadores. 

Veis cuán tonto es todo esto, pero interiormente, en lo inconsciente, tenéis el enorme peso del pasado, que os empuja en cierta dirección. 

Estáis condicionados por ser europeos, cristianos, científicos, matemáticos, artistas, técnicos; y existe la tradición de mil años, muy cuidadosamente explotada por la iglesia, que ha instalado en el inconsciente ciertas creencias y dogmas. 

Puede ser que rechacéis todo esto concientemente, pero en lo inconsciente su peso aún está ahí, seguís siendo cristianos, ingleses, alemanes, italianos, franceses; aún estáis gobernados por intereses nacionales, económicos y familiares y por las tradiciones de la raza a la que pertenecéis; y cuando se trata de una raza muy antigua, su influencia es mucho más honda. 

Mas ¿cómo va uno a eliminar todo esto? 

¿Cómo podemos librar al inconsciente de su pasado de un solo golpe? 

Los analistas creen que el inconsciente puede limpiarse de modo parcial o aún total, por medio del análisis: por la investigación, la exploración, la confesión, la interpretación de los sueños, etc., para que, por lo menos, os volváis seres humanos normales, capaces de ajustarse al medio ambiente actual; pero en el análisis están siempre el analizador y lo analizado, un observador que interpreta la cosa observada, lo cual es una dualidad, una fuente de conflicto. 

Veo, pues, que el mero análisis de lo inconsciente no nos llevará a ninguna parte; puede ayudarme a ser un poco menos neurótico, un poco más bueno con mi esposa, con mi prójimo, o algo así de superficial; pero no es de eso de lo que estamos hablando. 

Veo que el proceso analítico – que implica tiempo, interpretación, el movimiento de pensar en forma de observador que analiza la cosa observada- no puede liberar lo inconsciente; por lo tanto, rechazo por completo el proceso analítico. 

Desde el momento en que percibo el hecho de que el análisis no puede, en ninguna circunstancia, eliminar la carga del inconsciente, queda descartado el análisis, estoy fuera del análisis. 

¿Qué ha pasado pues? 

Como ya no hay analizador separado de la cosa que analiza, él es esa cosa, no es una entidad aparte de ella. 

Entonces encuentra uno que lo inconsciente es de muy poca importancia. 

¿Entendéis?

He señalado lo trivial que es lo consciente, con sus actividades superficiales, su parloteo incesante, etc., y lo inconsciente también es muy trivial. 

Lo inconsciente, como lo consciente, llega a ser importante sólo cuando el pensamiento le da continuidad. 

El pensamiento resulta adecuado, es útil en las cuestiones técnicas y todo eso; pero el pensamiento es por completo inútil para producir esta radical transformación. 

Cuando veo como da continuidad el pensamiento, termina la continuidad en forma del pensador. Espero que todo esto se comprenda; se necesita una gran atención. 

Lo consciente o lo inconsciente tiene muy poca importancia, sólo la tiene cuando el pensamiento le da continuidad. 

Cuando percibís la verdad de que todo el proceso del pensar es una reacción del pasado y que no es posible que haga frente a la enorme demanda que significa la mutación, entonces tanto lo consciente como lo inconsciente pierden su importancia, y la mente ya no está influida o dirigida por ninguno de los dos; por lo tanto, ya no está iniciando ningún movimiento; está en completa quietud, en calma, en silencio. 

Aunque la mente percibe que tiene que haber cambio, revolución, una completa transformación en la raíz de nuestro propio ser, no inicia sin embargo, ningún movimiento en ninguna dirección; y en esa percepción total, en ese completo silencio, ya se ha realizado la mutación. 

Así, pues, la mutación sólo puede realizarse en una forma no directa, cuando la mente ya no inicia ningún movimiento y por tanto, está en completa calma. 

En esa calma hay mutación, por que queda a la vista y se disipa la raíz de nuestro ser. 

Esa es la única revolución real, no la del tipo económico o social, y no puede ser producida por la voluntad, por el pensamiento. 

Sólo en ese estado de mutación es en el que podéis percibir algo que está más allá de la medida de las palabras, algo que es supremo, más allá de toda teología y de todo reconocimiento. 

Espero que no os halléis dormido. 

Tal vez tengáis la amabilidad de hacerme alguna pregunta. 

Pregunta: Por lo que he experimentado, el pensar me encadena al aislamiento, porque me impide entrar en comunión con las cosas que me rodean, y también me impide llegar a las raíces de mi mismo. Desearía, pues, preguntar: ¿por qué piensan los seres humanos? ¿Cuál es la función del pensar humano? Y ¿por qué exageramos tanto la importancia del pensar? 

Krishnamurti: Creí que ya habíamos dejado eso muy atrás. 

Muy bien, señor, voy a explicarlo. 

El limitarse a escuchar una explicación no es ver el hecho, y no podemos entrar en comunión uno con otro por medio de la explicación, a menos que usted y yo veamos el hecho y lo dejemos así, es decir, sin interferir en él. 

Entonces estamos también en comunión con el hecho. 

Mas, si vos interpretáis el hecho de una manera y yo de otra, entonces no estamos en comunión, ni con el hecho ni uno con otro. 

Veamos, ¿como surge el pensamiento, ese que aísla y que no da amor, el amor que es el único medio de comunicación?, y ¿como puede terminar ese pensamiento?

El pensamiento y todo su mecanismo tiene que ser comprendido, y la misma comprensión de él es su terminación. 

Con su permiso, vamos a examinar esto. 

Surge el pensamiento como una reacción cuando hay un estímulo. 

Si no hubiera un estímulo no pensaríais. 

El estímulo puede adoptar la forma de una pregunta, sea o no importante, y con arreglo a esa pregunta, respondéis. 

En el intervalo entre la pregunta y la respuesta empieza el proceso del pensamiento, ¿no? 

Si me preguntáis por algo que conozco bien, mi respuesta es inmediata. 

Sí, por ejemplo, me preguntáis que donde vivo, no habrá intervalo, porque no tengo que pensarlo, y a vuestra pregunta respondo de manera inmediata. 

Pero si vuestra pregunta es un poco más compleja, hay un intervalo (durante el cual estoy consultando la memoria) entre vuestra pregunta y mi replica. 

Podéis preguntarme cual es la distancia entre la tierra y la luna, y yo digo: “¡Cielos! ¿Sé cual es?”.

 Si, lo sé y entonces respondo. 

Entre vuestra pregunta y mi respuesta hay un intervalo durante el cual la memoria ha funcionado y ha facilitado la respuesta, de modo que, cuando se me plantea una pregunta mi respuesta puede ser inmediata o puede llevar cierto tiempo. 

Si me hacéis una pregunta sobre algo de lo cual no sé nada en absoluto, el intervalo es mucho más largo. 

Yo digo: “No lo sé, pero lo averiguaré”; y al no encontrar la respuesta entre las cosas que recuerdo, recurro a alguien para que me lo diga, o lo busco en un libro. 

También durante este intervalo mucho más largo está en marcha el proceso del pensamiento. 

Con estas tres fases estamos muy familiarizados. 

Ahora, hay una cuarta fase, que tal vez no conozcáis, o no la hayáis distinguido con claridad nunca antes, y es esta: me hacéis una pregunta, y en realidad no conozco la respuesta. 

Mi memoria no la recuerda, y no espero que nadie me la diga. 

No tengo respuesta ni expectativa. 

En realidad, no sé. 

No hay intervalo, ni por tanto, pensamiento, porque la mente no está mirando, no busca, no está a la espera. 

Ese estado es efectivamente una completa negación, es liberación de todo lo que la mente ha conocido, y sólo en ese estado es como puede comprender lo nuevo, lo supremo, o cualquier otra palabra con que queráis designarlo. 

En ese estado ha concluido todo el proceso del pensar; no hay el observador ni lo observado, el experimentador ni la cosa experimentada. 

Toda experiencia ha cesado y en ese silencio total hay mutación completa. 

19 de julio de 1964.