LIBERESE DEL PASADO - J.K. - CAPÍTULO 4

 CAPÍTULO IV 

La Persecución del Placer - El Deseo - La Perversión por el Pensamiento - La Memoria - El Gozo

 Dijimos en el capitulo anterior que el gozo era algo enteramente distinto del placer; por tanto, descubramos lo que éste implica y si es del todo posible vivir en un mundo donde no haya placer, sino un tremendo sentido de gozo, de bienaventuranza. Todos estamos empeñados en la persecución del placer, en una u otra forma -intelectual, sensorial o cultural: el placer de reformar, de indicar a otros lo que deben hacer, de aminorar los males de la sociedad, de hacer el bien- el placer de obtener mayor conocimiento, mayor satisfacción física, mayor experiencia, mayor comprensión de la vida -todas las ingeniosas y sagaces cosas de la mente- y último placer que es, por supuesto, alcanzar a Dios. El placer es la estructura de la sociedad. Desde la niñez hasta la muerte estamos secretamente, astutamente y obviamente persiguiendo el placer. Así, cualquiera que sea nuestra forma de placer, creo que deberíamos tenerlo muy claro, porque es lo que está guiando y conformando nuestras vidas. Es, pues, importante para cada uno de nosotros investigar cuidadosamente, con sutileza y tanteos esta cuestión del placer, ya que el buscarlo, y luego nutrirlo y sostenerlo, es básica urgencia de la vida, y sin la cual la existencia se torna torpe, estúpida, solitaria y sin sentido. Usted puede preguntarse: “¿Por qué entonces no es el placer lo que debiera guiar la vida?” Por la sencilla razón de que el placer ha de causar dolor, frustración, pesar y temor, y como resultado del temor, violencia. Si usted quiere vivir de ese modo, viva de ese modo. De todas maneras, casi todo el mundo así lo hace, pero si usted quiere verse libre del dolor, tiene que comprender la estructura total del placer. Comprender el placer no es negarlo. No estamos condenándolo, ni diciendo que es bueno o malo. Pero si lo perseguimos, hagámoslo con los ojos abiertos, conscientes de que buscando siempre el placer, inevitablemente encontraremos su sombra: el dolor. No podremos separarnos, aunque al correr tras el placer, tratemos de evitar el dolor.

Ahora bien, ¿por qué está la mente exigiendo siempre placer? ¿Por qué hacemos cosas nobles e innobles guiados por la corriente oculta del placer? ¿Por qué nos sacrificamos y sufrimos en la delgada hebra del placer? ¿Qué es el placer y cómo surge? Desearía saber si algunos de ustedes se han hecho estas preguntas, y han seguido las respuestas hasta el mismo final. El placer se produce en cuatro etapas -percepción, sensación, contacto y deseo-. Yo veo, digamos, un hermoso automóvil: enseguida tengo una sensación, una reacción por haberlo mirado; luego lo toco o imagino que lo toco, entonces viene el deseo de poseerlo y de exhibirme en él. O bien veo una hermosa nube, una clara montaña contra el cielo, o una hoja que apenas a brotado en primavera, o un profundo valle, lleno de encanto y esplendor, o una gloriosa puesta de sol, o un rostro hermoso, vivo e inteligente, que es bello por no ser consciente de ello. Miro esas cosas con intenso deleite y mientras las observo no existe el observador sino pura belleza como el amor. Por un momento el yo está ausente con todos sus problemas, ansiedades y desdichas; sólo queda esa cosa maravillosa. La puedo mirar con gozo y al siguiente momento olvidarlo, o bien la mente se detiene ahí, y el problema empieza. Mi mente piensa en lo que ha visto, y cuán hermoso era: me digo a mí mismo que me gustaría verlo de nuevo muchas veces. El pensamiento empieza a comparar, a juzgar y dice: “Debo volver a disfrutarlo mañana”. De ese modo mantiene la continuidad de la experiencia que nos ha deleitado por un segundo.

Sucede lo mismo con el deseo sexual o con cualquiera otra forma de deseo. No hay nada malo en el deseo. Reaccionar a él es perfectamente normal. Si usted me pincha con un alfiler, yo reaccionaré, a menos que esté paralizado. Pero entonces interviene el pensamiento y comienza a rumiar el deleite convirtiéndolo en placer. El pensamiento quiere repetir la experiencia, y mientras la repite, más mecánica se vuelve; mientras más usted piense en ello, más pujanza le da el pensamiento al placer. Así el pensamiento crea y alimenta el placer por medio del deseo, y le da continuidad. De este modo, el pensamiento pervierte la reacción natural del deseo ante cualquier cosa bella. El pensamiento se convierte en memoria, y la memoria a su vez se nutre pensando lo mismo una y otra vez. Por supuesto, la memoria tiene su lugar a cierto nivel. En la vida diaria no podríamos actuar sin ella. En su propio campo debe ser eficiente, pero existe un estado mental donde tiene muy poco sitio. Una mente que no está deformada por la memoria tiene verdadera libertad. ¿Ha notado alguna vez que cuando responde a algo totalmente, con todo su corazón, usa muy poco la memoria? Sólo cuando no responde a un reto con todo su ser hay conflicto, lucha, lo que produce confusión y también dolor o placer. Y la lucha genera memoria. Ésta se suma continuamente a otras, y son esas memorias las que responden. Todo aquello que sea resultado de la memoria es viejo y, por lo tanto, nunca puede ser libre. No existe la libertad de pensamiento. Eso es pura tontería.

El pensamiento nunca es nuevo, porque es la respuesta de la memoria, de la experiencia, del conocimiento. El pensamiento, por ser del pasado, envejece esa cosa que usted ha mirado con deleite y ha sentido tremendamente por un instante. De lo viejo deriva usted el placer, nunca de lo nuevo. No existe el tiempo en lo nuevo. Por lo tanto, si usted puede mirar todas las cosas, sin permitir que el placer intervenga -un rostro, un pájaro, el color de un sari, la belleza de una superficie de agua titilando al sol, o cualquier cosa que produzca deleite- si usted lo mira sin desear repetir la experiencia, entonces no habrá dolor, ni temor, sino, en cambio, una tremenda alegría. La lucha por repetir y perpetuar el placer lo convierte en dolor. Obsérvelo en usted mismo. La misma urgencia por repetir el placer produce dolor porque ya no es lo que fue ayer. Usted se esfuerza por alcanzar ese goce nuevamente, no sólo para su sentido estético, sino para la misma cualidad interna de la mente, y usted se siente herido y decepcionado por que está impedido de hacerlo.

¿Ha observado usted lo que ocurre cuando se le niega un pequeño placer? Cuando no consigue lo que quiere, se torna ansioso, envidioso, odioso. ¿Ha visto usted cuando se le ha negado el placer de beber, de fumar, del sexo o de lo que sea, ha notado cuántas batallas tiene que sostener? Y todo esto es una forma del temor, ¿no es verdad? Usted teme no conseguir lo que quiere, o perder lo que tiene. Cuando alguna creencia o ideología particular que ha sostenido por años es sacudida o arrebatada por la lógica o la vida, ¿no teme usted quedarse solo? Esa creencia le ha dado satisfacción y placer durante años y cuando se la quitan usted se queda desamparado, vacío y el temor permanece hasta que encuentra otra forma de placer, otra creencia. Esto me parece muy sencillo, y por ser tan sencillo, rehusamos ver su simplicidad. Nos gusta complicarlo todo. Cuando su esposa lo abandona, ¿no está usted celoso? ¿No está usted enojado? ¿No odia al hombre que la ha atraído? ¿Y qué es todo esto, sino temor de perder algo que le ha dado mucho placer, compañía, cierta clase de seguridad y el gozo de la posesión? Si usted comprende, pues, que cuando se busca el placer tiene que haber dolor, viva de esa manera si así lo quiere, pero no caiga en ello por ignorancia. Sin embargo, si quiere dar fin al placer, acabando así con el dolor, debe estar totalmente atento a toda la estructura del placer, no extirparlo como hacen los monjes y sannyasis, que nunca miran una mujer porque piensan que es un pecado y, por lo tanto, destruyen la vitalidad de su comprensión, sino ver todo el sentido y significado del placer. Entonces disfrutará de gran alegría en la vida. Usted no puede pensar en la alegría. La alegría es una cosa inmediata y cuando piensa en ella, la convierte en placer. Vivir en el presente es la percepción instantánea de la belleza y de su gran deleite sin derivar placer de ella.


LIBERESE DEL PASADO -J.K. - CAPÍTULO 3

 CAPÍTULO III 

La Conciencia - La Totalidad de la Vida - El Estado de ser Consciente (Awareness) 


Cuando usted se dé cuenta de su condicionamiento, comprenderá la totalidad de su conciencia. La conciencia es el campo total donde funciona el pensamiento y existen las relaciones. Todos los motivos, intenciones, deseos, placeres, temores, inspiraciones, anhelos, esperanzas, penas y alegrías están en este campo. Pero nosotros hemos dividido esta conciencia en activa y latente, en el nivel superior y el nivel inferior -esto es, en la superficie, todos los pensamientos, sentimientos y actividades diarias, y debajo de ellos, la llamada subconsciencia donde están las cosas con las que no estamos familiarizados y que se manifiestan ocasionalmente por medio de ciertas insinuaciones, sueños y percepciones intuitivas-. Nos ocupamos de un pequeño rincón de la conciencia donde pasamos casi toda nuestra vida pero no sabemos cómo penetrar en la subconsciencia con todas sus motivaciones, sus temores, sus cualidades raciales y heredadas. Ahora, yo me pregunto: “¿Existe en absoluto el llamado subconsciente?” Usamos esa palabra con demasiada libertad. Hemos aceptado que tal cosa existe, y todas las frases y la jerga de los analistas y psicólogos se nos han colado en el lenguaje; pero, ¿existe tal cosa? ¿Y por qué le damos tan extraordinaria importancia? A mí me parece que es tan trivial y estúpida como la mente consciente; igual de estrecha, fanática, condicionada, impaciente y falsa como el oropel. Pues bien, ¿es posible que se dé uno cuenta totalmente de todo el campo de la conciencia y no sólo de una parte, de un fragmento? Si usted es capaz de ser consciente de la totalidad, estará actuando siempre con atención completa, no con atención parcial. Es importante que se comprenda esto porque cuando usted se da cuenta por completo de todo el campo de su conciencia, no hay fricción. La hay sólo cuando usted divide la conciencia en diferentes niveles, pues toda ella es pensamiento, sentimiento y acción.

Vivimos fragmentados. Usted es una cosa en la oficina y otra en la casa; habla de democracia, y en su corazón es autócrata; habla de amar a su vecino, pero lo mata con la competencia; existe una parte de usted trabajando, observando, independientemente de la otra. ¿Se da usted cuenta de esta existencia fragmentaria en usted mismo? ¿Y es posible para un cerebro que ha dividido en pedazos su propio funcionamiento, su propio pensar, es posible que tal cerebro se dé cuenta de la totalidad del campo donde opera? ¿Es posible mirar la totalidad de la conciencia de manera completa, absoluta, lo cual implicaría que somos seres humanos totalmente? Si para tratar de comprender la estructura compleja del “mí”, del “yo”, con toda su extraordinaria complejidad, usted va paso a paso, descubriendo capa por capa, examinando cada pensamiento, sentimiento e intención, se encontrará atrapado en el proceso analítico, que puede tomarle semanas, meses, años. Y cuando usted da entrada al tiempo en el proceso de comprenderse usted mismo, ha de tener en cuenta cada forma de distorsión, porque el yo es una entidad compleja, viva, en movimiento, que esta luchando, deseando, rechazando, bajo presiones, tensiones e influencias de toda clase, las cuales obran sobre él continuamente. Así descubrirá por usted mismo que éste no es el camino, comprenderá que sólo hay un modo de mirarse: mirarse inmediatamente, totalmente, sin contar con el tiempo. Y sólo puede ver la totalidad de usted mismo cuando la mente no está fragmentada. Lo que usted ve en la totalidad es la verdad. Y, bien, ¿puede usted hacer esto? La mayoría de nosotros no podemos porque nunca nos acercamos al problema seriamente, nunca nos miramos en realidad a nosotros mismos. Nunca. Culpamos a otros, explicamos de alguna manera las cosas, o nos asustamos de mirarlas. Pero cuando usted se observe totalmente, pondrá toda su atención, todo su ser, todo lo que es usted, sus ojos, sus oídos, sus nervios, prestará atención en completo olvido de sí mismo, y entonces no habrá lugar para el temor ni para la contradicción, ni, por lo tanto, para el conflicto.

Atención no es lo mismo que concentración. La concentración es exclusión; la atención, que implica estar consciente -to be aware-, no excluye nada. Me parece que la mayoría de nosotros no estamos totalmente conscientes de lo que hablamos, tampoco de lo que nos rodea: los colores, las personas, las formas de los árboles, las nubes, el movimiento del agua. Tal vez es porque estamos tan interesados en nosotros mismos, en nuestros minúsculos problemas, en nuestras propias ideas, nuestros propios placeres, pretensiones y ambiciones, que no somos objetivamente conscientes. Y, sin embargo, hablamos mucho del estar consciente –awareness-. Una vez en la India, viajaba yo en automóvil, sentado al lado del chófer. Había tres caballeros detrás discutiendo acaloradamente acerca del estar consciente y por desgracia en ese momento, el chófer se distrajo y atropelló una cabra. Y los tres caballeros seguían hablando del tema sin darse cuenta en absoluto de que habían atropellado una cabra. Cuando se señaló esta falta de atención a estos señores que trataban de estar alertas, recibieron una gran sorpresa. Y con la mayoría de nosotros pasa lo mismo. No nos damos cuenta de las cosas externas o internas. Si quiere usted comprender la belleza de un pájaro, de una mosca, o una hoja, o de una persona con todas sus complejidades, tiene que darles atención completa, que es estar consciente. Y usted sólo puede prestar atención cuando tiene interés, lo que significa que realmente quiere comprender -entonces pone usted todo su corazón y su mente en la búsqueda-. Este estado de ser consciente sería como vivir con una serpiente en una habitación, vigilaría cada movimiento y estaría muy, muy sensible al más ligero ruido que hiciera. Tal estado de atención es energía total; en ese estado de ser consciente la totalidad de su ser se revela en un instante.

 Cuando usted se ha mirado así tan hondamente, podrá penetrar a mayor profundidad. Cuando decimos “mayor profundidad” no estamos comparando. Siempre pensamos a base de comparaciones -profundo y superficial, feliz e infeliz-. Siempre estamos midiendo, comparando. Y bien, ¿hay tal estado que se llame profundo y lo superficial en uno mismo? Cuando digo “mi mente es superficial, vacía, pequeña, estrecha, limitada”, ¿cómo sé todas estas cosas? Porque he comparado mi mente con la de usted, que es más brillante, que tiene más capacidad, es más inteligente y alerta. ¿Conocería mi pequeñez sin la comparación? Cuando tengo hambre no comparo ésta con mi hambre de ayer. El hambre de ayer es una idea, un recuerdo. Si estoy siempre comparándome con usted, luchando por ser como usted, estoy negando lo que soy y, por tanto, creando una ilusión. Cuando he comprendido que la comparación en cualquier forma lleva sólo a mayor ilusión y mayor desdicha, igual que cuando me analizo, añadiendo algo poco a poco al conocimiento de mí mismo, o me identifico con algo exterior a mí, ya sea el Estado, un salvador o una ideología -cuando comprendo que todo este proceso conduce a mayor conformidad y en consecuencia, a mayor conflicto-, cuando veo todo esto, lo pongo a un lado por completo. Entonces mi mente ya no está buscando. Es muy importante comprender esto. Entonces mi mente ya no está tanteando, preguntando, buscando. Esto no significa que mi mente esté satisfecha con las cosas tal como son, pero sí que no tiene ilusiones. Una mente así puede moverse entonces en una dimensión totalmente distinta. La dimensión donde pasamos de ordinario la vida diaria, que es dolor, placer y temor, ha condicionado la mente, ha limitado su naturaleza, y cuando el dolor, el placer y el temor han desaparecido -lo cual no significa que ya nunca habrá gozo, que es algo del todo diferente del placer- entonces la mente actúa en una dimensión distinta donde no hay conflicto, ni sentido de separación de los otros.

Sólo hasta aquí podemos llegar verbalmente; lo que está más allá no se puede poner en palabras, porque la palabra no es la cosa. Hasta ahora, podemos describir, explicar, pero ni las palabras ni las explicaciones pueden abrir la puerta. Sólo abrirán la puerta el estar consciente y la atención diaria (darnos cuenta de cómo hablamos, qué decimos, cómo caminamos, qué pensamos. Es como limpiar una habitación y mantenerla en orden. Conservarla en orden es importante en un sentido, pero no tiene importancia alguna en otro. Ha de haber orden en la habitación, pero el orden no abrirá la puerta o la ventana. Lo que abrirá la puerta no es su voluntad ni su deseo. No hay posibilidad de que usted pueda invitar a “lo otro”. Todo lo que puede hacer es conservar la habitación en orden, lo que es una virtud por sí misma, no por lo que ello produzca. Será usted sano, racional, ordenado. Entonces, tal vez, si tiene suerte, la ventana se abrirá y la brisa entrará. O puede que no entre. Depende del estado de su mente. Y ese estado mental sólo puede ser comprendido por usted mismo observándolo sin tratar nunca de moldearlo, de tomar partido, de oponerse, de estar o no de acuerdo, de justificar, de condenar, de juzgar, esto es, observarlo sin ninguna elección. Y si se da cuenta sin elección alguna, quizá la puerta se abra y usted sabrá qué es esa dimensión en que no existe el conflicto ni el tiempo.