CAPÍTULO VIII
La Libertad - La Rebelión - La Sociedad Interna - La Inocencia - Vivir con Nosotros Mismos tal como Somos-
Ningunas de las agonías de la represión, ni la brutal disciplina para conformarse a una norma han conducido a la verdad. Para llegar a la verdad, la mente debe ser completamente libre, sin una mácula de distorsión. Pero primero preguntémonos si deseamos realmente ser libres. Cuando hablamos de libertad, ¿estamos hablando de libertad total o de libertarnos de algo enojoso, inconveniente o desagradable? Nos gustaría librarnos de penosos y desagradables recuerdos y de experiencias desdichadas, pero conservar las ideologías, fórmulas y relaciones que nos llenan de placer y satisfacción. Sin embargo conservar lo uno sin lo otro es imposible porque, como hemos visto el placer es inseparable del dolor. Así, toca a cada uno de nosotros decidir si queremos o no ser completamente libres. Sí decimos que sí, entonces tenemos que comprender la naturaleza y la estructura de la libertad. ¿Hay libertad cuando usted se libra de algo -se libra del dolor o de alguna clase de ansiedad?- ¿O es la libertad en sí misma, algo por completo diferente? Usted puede librarse de los celos, por ejemplo, pero ¿no es eso una reacción, no siendo, por lo tanto, libertad en absoluto? Usted puede librarse de un dogma fácilmente, analizándolo, rechazándolo, pero el motivo que tuvo para librarse de ese dogma tiene su propia reacción porque el deseo de estar libre del mismo se debe quizás a que ya no le conviene o no está de moda. O bien, usted puede librarse del nacionalismo porque cree en el internacionalismo, o por que siente que ya no es económicamente necesario adherirse a este tonto dogma nacionalista con su bandera y todas estas bagatelas. Usted puede fácilmente desechar eso. O puede usted reaccionar contra un líder espiritual o político que le ha prometido libertad como resultado de alguna disciplina o rebelión. Pero, ¿tiene tal racionalismo, tal conclusión lógica, algo que ver con la libertad? Si usted dice que está libre de algo, su actitud es una reacción, la cual se convertirá después en otra reacción, que a su vez producirá otra forma de conformidad o de dominio. En este caso, usted puede tener una cadena de reacciones y aceptar cada una de ellas como libertad. Pero no lo es; es la simple continuación de un pasado modificado, al que la mente se apega.
La juventud de hoy, como toda juventud, está en rebelión contra la sociedad, y eso es bueno en sí mismo, pero la rebelión no es libertad, porque cuando usted se revela, sólo está reaccionando. Y esa reacción establecerá su propio patrón en el cual se vera cogido otra vez. Usted piensa que es algo nuevo. Pero no lo es; es lo viejo en un molde distinto. Cualquier rebelión social o política, inevitablemente regresa a la antigua y buena mentalidad burguesa. La libertad sólo surge cuando usted ve y actúa, nunca a través de la rebelión. Ver es actuar, y tal acción es tan instantánea como cuando usted se enfrenta a un peligro. Entonces no funciona su cerebro; usted no discute o vacila; el peligro mismo lo compele a actuar. Por lo tanto, ver es actuar y ser libre. La libertad es un estado de la mente -no verse libre de algo sino tener sentido de libertad- libertad para dudar e investigarlo todo, y por ser así, tan intensa, activa y vigorosa que rechaza toda forma de dependencia, de esclavitud, de conformidad y aceptación. Tal libertad implica estar completamente solo. Pero, ¿podrá la mente educada en una cultura que depende tanto del ambiente y de sus propias tendencias, encontrar alguna vez esa libertad, o sea, una vida de completa soledad en la cual no hay liderazgo, ni tradiciones, ni autoridad?. Esta soledad es un estado interior de la mente que no depende de estímulo, de conocimiento alguno, y que no es resultado de ninguna experiencia o conclusión. Muchos de nosotros jamás estamos solos internamente. Existe una diferencia entre el aislamiento, la propia separación y el quedarse a solas consigo mismo, la soledad interna. Todos sabemos lo que es estar aislados construyendo un muro a nuestro alrededor, para nunca ser heridos, nunca ser vulnerables, y cultivando el desapego, que es otra forma de agonía, o viviendo en la soñadora torre de marfil de alguna ideología. La soledad interna es algo muy distinto. Usted nunca está solo, por está lleno de todos los recuerdos, de todo el acondicionamiento, de todos los murmullos del ayer; su mente jamás se halla libre de los residuos que ha acumulado. Para estar solo debe usted morir al pasado. Cuando está solo, totalmente solo, sin pertenecer a ninguna familia, a ninguna nación, a ninguna cultura, a ningún continente particular, usted experimenta la sensación de ser un extraño. El hombre que está completamente solo en esta forma, es inocente, y esa inocencia libera la mente del dolor.
Llevamos sobre nosotros la carga de lo que han dicho miles de personas y el recuerdo de nuestros infortunios. Abandonar todo eso en absoluto es estar solo, y la mente que está sola además de inocente es joven -no en términos de tiempo o años de vida, sino joven, inocente, vivaz en cualquier edad- y sólo una mente así puede ver aquello que es la verdad y aquello que no puede medirse en palabras. En esta soledad interna, usted empezará a comprender la necesidad de vivir con usted mismo tal como es, no como piensa que debería ser o como ha sido antes. Vea si puede mirarse usted mismo sin estremecimiento, sin falsa modestia, temor, justificación o condenación alguna -simplemente viva con usted mismo como es usted en realidad-. Sólo cuando usted vive con algo íntimamente, empieza a comprenderlo. Pero tan pronto se habitúa a ello -se acostumbra a su propia ansiedad, envidia o lo que sea- ya no está viviendo con ello. Si usted vive junto a un río, luego de pocos días no oye el sonido del agua, o si tiene un cuadro en su habitación que esta viendo todos los días, lo pierde de vista después de una semana. Y ocurre igual con las montañas, los valles, los árboles -lo mismo con su familia, su esposo, su esposa-. Pero cuando vive con algo como los celos, la envidia o la ansiedad, nunca debe acostumbrarse a ello ni aceptarlo. Usted debe cuidarlo, como cuidaría un árbol recién plantado, protegiéndolo contra el sol, contra las tormentas. Debe interesarse por ello sin condenación o justificación alguna. De esta manera empieza a amarlo. Cuando despierta su interés, comienza a amarlo. No es que usted ame al hecho de ser envidioso o impaciente, como sucede con muchas personas, sino más bien que usted se interesa en observar este hecho.
Así, ¿puede usted -podemos usted y yo- vivir con lo que realmente somos, sabiendo que somos torpes, envidiosos, miedosos, creyéndonos tremendamente afectivos sin serlo y sintiéndonos fácilmente humillados, adulados y aburridos? ¿Podemos vivir con todo eso, sin aceptarlo ni negarlo, simplemente observándolo sin ponernos morbosos, deprimidos o exaltados? Ahora bien, hagámonos otra pregunta más. ¿Ha de lograrse con el tiempo esta libertad, esta soledad interna, este ponerse en contacto con toda la estructura de lo que somos internamente? En otras palabras, ¿se logra la libertad por un proceso gradual? Es evidente que no, porque tan pronto le da paso al tiempo, usted está esclavizándose más y más. Usted no puede llegar a ser libre gradualmente, no es cuestión de tiempo. La próxima pregunta es: ¿Puede usted llegar a ser consciente de esa libertad? Si dice “Yo soy libre”, entonces no es libre. Es como el hombre que dice, “soy feliz”. Tan pronto dice “yo soy feliz”, está viviendo con el recuerdo de algo que se ha ido. La libertad sólo puede venir naturalmente, sin desearla, quererla, anhelarla. Tampoco la encontrará creando una imagen de lo que usted piensa que es. Para llegar a ella, la mente tiene que aprender a observar la vida, que es un vasto movimiento sin las ataduras del tiempo, porque la libertad radica más allá del campo de la conciencia.
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