CAPÍTULO I
INTRODUCCIÓN
Comunicarnos unos con otros, aun conociéndonos bien, es en extremo difícil.
Podré usar palabras que para vosotros tengan diferente sentido que para mí.
La comprensión sólo llega cuando nosotros -vosotros y yo- nos encontramos en el mismo nivel al mismo tiempo.
Ello ocurre tan sólo cuando existe verdadero afecto entre las personas; entre marido y mujer, entre amigos íntimos.
Esa es la verdadera comunión.
El entendimiento instantáneo adviene cuando nos encontramos en el mismo nivel al mismo tiempo.
Resulta muy arduo establecer contacto unos con otros en forma fácil, eficaz y con efectos definitivos.
Yo empleo palabras que son muy sencillas, que no son técnicas, porque no creo que ningún tipo técnico de expresión vaya a ayudarnos a resolver nuestros difíciles problemas.
No emplearé, pues, términos técnicos, ya sean de psicología o de ciencia.
No he leído, por suerte, ningún libro sobre psicología ni libros religiosos.
Desearía transmitir, con las palabras muy sencillas de que nos valemos en nuestra vida diaria, algo de significación más profunda; pero ello resulta muy difícil si no sabéis escuchar.
Existe un arte de escuchar.
Para escuchar de veras, habría que abandonar o hacer a un lado todos los prejuicios, formulaciones previas y diarias actividades.
Cuando os halláis en un estado mental receptivo, las cosas pueden comprenderse con facilidad; cuando vuestra verdadera atención está puesta en algo, escucháis.
Desgraciadamente, empero, la mayoría de nosotros escucha a través de un tamiz de resistencia.
Nos escudamos en prejuicios religiosos o espirituales, psicológicos o científicos; o en nuestros diarios deseos, preocupaciones y temores.
Escuchamos con todo eso por tamiz.
De ahí que en realidad escuchemos nuestro propio ruido, nuestro propio sonido, no lo que se dice.
Es en extremo difícil hacer a un lado nuestra educación, nuestros prejuicios, nuestras inclinaciones, nuestra resistencia, y, llegando más allá de la expresión verbal, escuchar de modo tal que comprendamos al instante.
Esa va a ser una de nuestras dificultades.
Si, durante esta disertación, algo de lo que se dice resulta opuesto a vuestro modo de pensar y a vuestra creencia, escuchad; nada más; no resistáis.
Podréis tener razón, y yo podré estar equivocado; pero escuchando y considerando esto juntos, vamos a descubrir qué es la verdad.
La verdad no puede dárosla nadie.
Tenéis que descubrirla; y, para descubrir, es preciso que haya un estado mental en el que exista la percepción directa.
No hay percepción directa cuando hay una resistencia, un resguardo, una protección.
La comprensión llega dándose uno cuenta de lo que es.
Saber exactamente lo que es, lo real, lo efectivo, sin interpretarlo, sin condenarlo ni justificarlo, es, por cierto, el comienzo de la sabiduría.
Sólo cuando empezamos a interpretar, a traducir de acuerdo con nuestro “condicionamiento”, con nuestro prejuicio, pasamos por alto la verdad.
Ello, al fin y al cabo, es como la investigación.
Saber lo que una cosa es, lo que ella es exactamente, requiere investigación; no podéis traducirla conforme con vuestros estados de ánimo.
De un modo análogo, si podemos mirar, observar, escuchar, darnos cuenta de lo que es, exactamente, entonces el problema está resuelto.
Y eso es lo que procuramos hacer en todas estas disertaciones.
Voy a señalararos lo que es, y no a traducirlo caprichosamente; y tampoco vosotros deberíais traducirlo o interpretarlo conforme con vuestro trasfondo o educación.
¿No es posible, entonces, darse cuenta de toda cosa tal como ella es?
Partiendo de ahí, ciertamente, puede haber comprensión.
Reconocer, darse cuenta, descubrir lo que es, pone fin a la lucha.
Si yo sé que soy mentiroso, ese es un hecho que reconozco, la lucha ha terminado.
Reconocer, darse cuenta de lo que uno es, representa ya el comienzo de la sabiduría, el comienzo de la comprensión que os libra del tiempo.
Introducir el factor tiempo -no el tiempo en un sentido cronológico sino como medio, como proceso psicológico, proceso de la mente- es destructivo y crea confusión.
Podemos, pues, tener comprensión de lo que es, cuando lo reconocemos sin condenación, sin justificación, sin identificación.
Saber que uno se halla en cierta condición, en cierto estado, es de por sí un proceso de liberación; pero un hombre que no se da cuenta de su condición, de su lucha, trata de ser otra cosa que lo que él es, lo cual produce hábito.
Tengamos presente, entonces, que deseamos examinar lo que es, observar y captar exactamente qué es lo existente, sin tendencia alguna, sin darle una interpretación.
Se necesita una mente en extremo astuta, un corazón extraordinariamente flexible, para darse cuenta de lo que es y seguirlo; porque lo que es está en movimiento constante, sufre incesante transformación; y si la mente está amarrada a la creencia, al saber, deja de seguir el veloz movimiento de lo que es.
Lo que es no es estático, por cierto; se mueve constantemente, como veréis si lo observáis bien de cerca.
Y para seguirlo necesitáis una mente activa y un corazón flexible, cosa imposible cuando la mente es estática, cuando ella está fija en una creencia, en un prejuicio, en una identificación; y una mente y corazón secos no pueden seguir fácilmente, velozmente, aquello que es.
Creo que uno se da cuenta sin demasiada discusión, sin excesiva expresión verbal, de que hay caos, confusión y miseria, tanto en lo individual como en lo colectivo.
No sólo en la India sino en el mundo entero.
En China, en América, en Inglaterra, en Alemania, en todo el mundo, hay confusión, creciente infortunio.
Ello no es sólo nacional, cosa de aquí particularmente; ocurre en el mundo entero.
Hay un sufrimiento extraordinariamente agudo; y él no es solo individual sino colectivo.
Se trata, pues, de una catástrofe mundial, y resulta absurdo confinarla a una simple área geográfica, a una sección de un mapa en colores; porque entonces no entenderemos la plena significación de este sufrimiento, mundial a la vez que individual.
Y dándonos cuenta de esta confusión, ¿cuál es hoy nuestra respuesta? ¿Cómo reaccionamos?
Hay sufrimiento: político, social, religioso.
Todo nuestro ser psicológico está confuso, y todos los dirigentes, políticos y religiosos, nos han fallado.
Todos los libros han perdido su significación.
Podéis consultar la Bhagavad Gita o la Biblia, o el último tratado sobre política o psicología, y encontraréis que ellos han perdido ese timbre, esa cualidad de la verdad; se han vuelto meras palabras.
Vosotros mismos, que sois los repetidores de esas palabras, estáis confusos e inciertos, y la simple repetición de palabras nada sugiere.
Las palabras y los libros, por consiguiente, han perdido su valor.
Es decir, si citáis la Biblia, o a Marx, o la Bhagavad Gita, vuestra repetición se convierte en una mentira porque vosotros mismos estáis inciertos, confusos.
Lo que allí está escrito, en efecto, se vuelve mera propaganda; y la propaganda no es la verdad.
De modo que, cuando repetís, habéis dejado de comprender el estado de vuestro propio ser; sólo cubrís con palabras de autoridad vuestra propia confusión.
Lo que nosotros tratamos de hacer, empero, es comprender esta confusión y no encubrirla con citas.
¿Cuál es, pues, vuestra respuesta a la confusión? ¿Cómo respondéis a este extraordinario caos, a esta confusión, a esta incertidumbre de la existencia?
Daos cuenta de ella mientras yo la dilucido; seguid no mis palabras sino el pensamiento que está activo en vosotros.
Casi todos estamos acostumbrados a ser espectadores y a no tomar parte en el juego.
Leemos libros pero nunca escribimos libros.
Ha llegado a ser nuestra tradición nuestro hábito nacional y universal, el de ser espectadores, el de ver jugar al fútbol, el de observar a los políticos y oradores públicos.
Somos simples extraños que miran, y hemos perdido la capacidad creadora.
Queremos, por lo tanto, absorber y participar.
Si no hacéis más que observar, si sois meros espectadores, perderéis enteramente el significado de la disertación; porque esto no es una conferencia que hayáis de escuchar por la fuerza del hábito.
No voy a brindaros información que podáis recoger en una enciclopedia.
Lo que procuramos hacer es seguirnos mutuamente los pensamientos, seguir tanto y tan profundamente como podamos las insinuaciones, las respuestas, de nuestros propios sentimientos.
Os ruego, pues que averigüéis cuál es vuestra respuesta a este proceso, a este sufrimiento; no cuáles son las palabras de alguna otra persona, sino cómo respondéis vosotros mismos.
Vuestra respuesta es de indiferencia si os beneficiáis con el sufrimiento con el caos, si obtenéis provecho del mismo, ya sea económico, social, político o psicológico.
No os importa, por lo tanto, que este caos continúe.
No hay duda de que, cuanto más perturbación y caos hay en el mundo, más busca uno seguridad.
¿No lo habéis notado? Cuando hay confusión en el mundo -en lo psicológico y en todo lo demás- os encerráis en alguna clase de seguridad, ya sea la de una cuenta bancaria o la de una ideología; o bien recurrís a la oración, vais al templo, lo cual es en realidad escapar a lo que sucede en el mundo.
Más y más sectas se van formando; más y más “ismos” surgen a través del mundo.
Porque, cuanto mayor es la confusión, más necesitáis de un líder, de alguien que os guíe para salir de este revoltijo.
Por eso apeláis a los libros de religión o a uno de los instructores más en boga; o bien actuáis y respondéis de acuerdo con un sistema que parezca resolver el problema, un sistema de izquierda o de derecha.
Eso, exactamente, es lo que está ocurriendo.
No bien os dais cuenta de la confusión, de lo que es exactamente, procuráis esquivarlo.
Y las sectas que os ofrecen un sistema para hallar solución al sufrimiento económico, social o religioso, son lo peor; porque entonces lo importante se vuelve el sistema, no el hombre, ya se trate de un sistema religioso o de un sistema de izquierda o de derecha.
El sistema, la filosofía, la idea, llegan a ser lo importante, no el hombre; y en aras de la idea, de la ideología, estáis dispuestos a sacrificar a todo el género humano.
Eso, exactamente, es lo que está sucediendo en el mundo.
Esta no es mera interpretación mía; si lo observáis, veréis que eso, exactamente, es lo que ocurre.
El sistema se ha vuelto lo importante.
Por consiguiente, como el sistema es lo que importa, el hombre -vosotros y yo- perdemos significación; y los que controlan el sistema, religioso o social, de izquierda o de derecha, asumen autoridad, asumen el poder y a causa de ello os sacrifican a vosotros, al individuo.
Eso, exactamente, es lo que está ocurriendo.
Ahora bien: ¿cuál es la causa de esta confusión, de esta miseria? ¿Cómo se ha producido esta desgracia, este sufrimiento que no sólo es íntimo sino externo, este temor y expectativa de la guerra, de la tercera guerra mundial que ya se está desencadenando? ¿Cuál es la causa de ello?
Ella indica, por cierto, el derrumbe de todos los valores morales, espirituales, y la glorificación de todos los valores sensuales, del valor de las cosas hechas por la mano o por la mente.
¿Qué ocurre cuando no tenemos otros valores que el valor de las cosas de los sentidos, el valor de lo producido por la mente, la mano o la máquina?
Cuanto mayor es la significación que atribuimos al valor sensual de las cosas mayor es la confusión. ¿No es así?
Nuevamente: esta no es una teoría mía.
No necesitáis citar libros para descubrir que vuestros valores, vuestra riqueza, vuestra existencia social y económica, se basan en cosas hechas por la mano o por la mente.
De modo, pues, que vivimos y funcionamos con nuestro ser impregnado de valores sensuales, lo cual significa que las cosas -las de la mente, la mano y la máquina- han llegado a ser lo importante; y cuando las cosas adquieren importancia, la creencia cobra predominante significación.
Eso, exactamente, es lo que ocurre en el mundo, ¿verdad?
Trae, pues, confusión, el atribuir significación cada vez mayor a los valores de los sentidos; y estando en la confusión, tratamos de escapar de ella de diversas maneras, ya sea religiosas, económicas o sociales, o mediante la ambición, el poder, la busca de la realidad.
Pero lo real está cerca: no necesitáis buscarlo; y el hombre que busca la verdad nunca la encontrará.
La verdad está en lo que es; y en eso consiste su belleza.
Pero no bien la concebís, no bien la buscáis, empezáis a luchar; y el que lucha no puede comprender.
Por eso es que debemos estar en silencio, en observación, pasivamente perceptivos.
Vemos que nuestro vivir, nuestra acción, está siempre dentro del campo de la destrucción, dentro del campo del dolor; como una ola, la confusión y el caos siempre nos alcanzan.
No hay intervalo en la confusión de la existencia
Todo lo que actualmente hacemos parece conducir al caos, parece llevarnos al dolor y a la infelicidad.
Mirad vuestra propia existencia y veréis que nuestro vivir está siempre al borde del dolor.
Nuestro trabajo, nuestra actividad social, nuestra política, las diversas asambleas de naciones para poner coto a la guerra, todo ello produce más guerra.
La destrucción es la secuela del vivir; todo lo que hacemos lleva a la muerte.
Eso es lo que en realidad acontece.
¿Podemos poner fin de una vez a esta desgracia, y no seguir siendo atrapados de continuo por la ola de confusión y dolor? Es decir, grandes instructores, ya sea Buda o Cristo, han aparecido; ellos aceptaron la fe y se libertaron, tal vez, de la confusión y del dolor.
Pero ellos nunca impidieron el dolor, jamás pusieron coto a la confusión.
La confusión continúa, el dolor prosigue.
Y si vosotros, al ver esta confusión social y económica, este caos, esta miseria, os retiráis a lo que se llama vida religiosa” y abandonáis el mundo, podréis tener la sensación de que os unís a esos grandes instructores; pero el mundo continúa con su caos, su miseria y su destrucción, con el sempiterno sufrir de sus ricos y de sus pobres.
De modo, pues, que nuestro problema -el vuestro y el mío- consiste en saber si podemos salir de esta miseria instantáneamente.
Si, viviendo en el mundo, rehusáis formar parte de él, ayudaréis a otros a salir de este caos, no en el futuro, ni mañana sino ahora.
Ese, por cierto, es nuestro problema.
La guerra, probablemente, se viene, más destructiva y aterradora en sus formas.
Es indudable que nosotros no podemos impedirla, porque los puntos en litigio son demasiado marcados, demasiado próximos.
Pero vosotros y yo podemos percibir la confusión y la miseria de inmediato, ¿verdad?
Tenemos que percibirlas; y entonces estaremos en condiciones de despertar la misma comprensión de la verdad en los demás.
En otras palabras: ¿podéis ser libres al instante? Esa, en efecto, es la única salida de esta miseria.
La percepción sólo puede ocurrir en el presente.
Mas si decís “lo haré mañana”, la ola de confusión os alcanza, y entonces os veis siempre envueltos en la confusión.
¿Es, pues, posible llegar a ese estado en que percibís la verdad instantáneamente, y por lo tanto ponéis fin a la confusión en vosotros mismos? Yo digo que lo es; y ese es el único camino posible.
Digo que puede y debe hacerse, sin basarse en la suposición ni en la creencia.
Producir esa extraordinaria revolución, que no es la revolución para deshacerse de los capitalistas e instalar otro grupo; traer esa maravillosa transformación que es la única revolución verdadera, tal es el problema.
Lo que generalmente se llama “revolución” es tan sólo la modificación o la continuación de la derecha de acuerdo con las ideas de la izquierda. La izquierda, después de todo, es la continuación de la derecha en forma modificada.
Si la derecha se basa en valores sensuales, la izquierda es mera continuación de los mismos valores sensuales, diferentes tan sólo en el grado o en la expresión.
La verdadera revolución, pues, sólo puede llevarse a efecto cuando vosotros, individuos, os volvéis perceptivos en vuestra relación con los demás.
Indudablemente, lo que vosotros sois en vuestra relación con los demás -con vuestra esposa, vuestro hijo, vuestro patrón, vuestro vecino-, eso es la sociedad.
La sociedad no existe por sí misma.
La sociedad es lo que vosotros y yo hemos creado con nuestras relaciones; es la proyección hacia fuera de todos nuestros estados psicológicos íntimos.
De modo, pues, que si vosotros y yo no nos comprendemos a nosotros mismos, la mera transformación de lo externo -que es la proyección de lo interno- no tiene significación alguna. Es decir, no puede haber alteración ni modificación significativa de la sociedad mientras no me comprenda a mí mismo en relación con vosotros. Estando confuso en mi vida de relación, doy origen a una sociedad que es la reproducción, la expresión externa de lo que yo soy.
Este es un hecho obvio que podemos discutir.
Podemos dilucidar si la sociedad, la expresión externa, me ha producido a mí, o si yo he producido la sociedad.
¿No es, pues, un hecho evidente que lo que yo soy en mi relación con el prójimo crea la sociedad; y que, sin transformarme radicalmente, no podrá haber transformación de la función esencial de la sociedad?
Cuando esperamos de un sistema la transformación de la sociedad, no hacemos sino eludir la cuestión, porque un sistema no puede transformar al hombre; siempre es el hombre quien transforma el sistema, como lo muestra la historia.
Hasta que yo, en mi relación con vosotros, me comprenda a mí mismo, seguiré siendo la causa del caos, de la miseria, de la destrucción del miedo y de la brutalidad.
Comprenderme a mí mismo no es cuestión de tiempo. Yo puedo comprenderme en este mismo instante.
Si yo digo “me comprenderé a mí mismo mañana”, introduzco el caos y la miseria, mi acción es destructiva.
En cuanto digo que “habré” de comprender, introduzco el elemento tiempo, por lo cual ya me ha alcanzado la ola de confusión y destrucción.
La comprensión es ahora no mañana.
“Mañana” es para la mente perezosa, la mente inactiva, la mente que no está interesada.
Cuando estáis interesados en algo, lo hacéis instantáneamente; hay comprensión inmediata, transformación inmediata.
Si no cambiáis ahora, jamás cambiaréis; porque el cambio que se efectúa mañana es mera modificación, no transformación.
La transformación sólo puede producirse de inmediato; la revolución es ahora, no mañana.
Cuando eso acontece, os halláis completamente sin problemas, pues en tal caso el “yo” no se preocupa por sí mismo; y entonces estáis más allá de la ola de destrucción.
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