PREGUNTAS V RESPUESTAS - J.K. - 19. ORACIÓN Y MEDITACIÓN -

 19. ORACIÓN Y MEDITACIÓN 

Pregunta: ¿El anhelo que se expresa en la oración no es un camino hacia Dios? 

KRISHNAMURTI: Vamos a examinar en primer término los problemas contenidos en esta pregunta. Ella comprende la oración, la concentración y la meditación. Ahora bien, ¿qué entendemos por oración? Ante todo, en la oración hay súplica, ruego a lo que llamáis Dios, la Realidad. Vosotros, como individuos, pedís, suplicáis, rogáis y buscáis ser guiados por algo que llamáis Dios; vuestro enfoque, por lo tanto, consiste en buscar recompensa, satisfacción. Os halláis en dificultades, nacionales o individuales, e imploráis que se os guíe. O estáis confusos, y rogáis que se os permita ver claro; esperáis ayuda de lo que llamáis Dios. Esto implica que Dios, sea lo que Dios fuere -esto no lo discutiremos por ahora- habrá de disipar la confusión que vosotros y yo hemos creado. Porque, al fin y al cabo, somos nosotros quienes hemos producido la confusión, la miseria, el esos, la espantosa tiranía, la falta de amor; y queremos que lo que llamamos Dios despeje todo eso. En otras palabras; deseamos que nuestra confusión, nuestra miseria, nuestro dolor, nuestro conflicto, sean disipados por otro; suplicamos a otro ser que nos traiga luz y felicidad.

Ahora bien, cuando oráis, cuando rogáis, cuando suplicáis pidiendo algo, generalmente se lo obtiene. Cuando pedís, recibís; pero lo que recibís no creará orden porque lo que recibís no trae claridad, comprensión. Sólo satisface, brinda placer, pero no produce comprensión; porque, cuando pedís, recibís aquello que vosotros mismos proyectáis. ¿Cómo puede la realidad, Dios, responder a vuestra petición particular? ¿Puede lo inconmensurable, lo innominable, tener algo que ver con nuestras pequeñas y mezquinas zozobras, miserias, confusiones, que nosotros mismos hemos creado? ¿Qué es, por consiguiente, lo que responde? Es obvio que lo inconmensurable no puede responder a lo mensurable, a lo insignificante, a lo pequeño. ¿Pero qué es lo que responde? En ese momento, cuando rogamos, nos hallamos bastante aquietados, en un estado de receptividad; y nuestro propio subconsciente nos trae una claridad momentánea. Es decir, deseáis algo, lo anheláis, y en ese momento de anhelo, de sumisa súplica, estáis bastante  receptivos; vuestra mente consciente, activa, está comparativamente serena, en calma, de modo que lo inconsciente se proyecta en eso y recibís una respuesta. Pero no es, ciertamente, una respuesta de la realidad, de lo inconmensurable; es vuestro propio inconsciente que responde. No nos confundamos, pues, y no pensemos que cuando vuestra plegaria es atendida estáis en relación con la realidad. La realidad debe venir a vosotros; no podéis ir a ella. En este problema de la oración hay luego otro factor envuelto: la respuesta de aquello que denominamos “voz interior”. Como ya lo he dicho, cuando la mente suplica, ruega, está comparativamente serena; y cuando oís la “voz interior”, es vuestra propia voz, que se proyecta en esa mente relativamente serena. Una vez más, ¿cómo puede ser eso la voz de la realidad? Una mente confusa, ignorante, codiciosa, exigente, suplicante, ¿cómo puede comprender la realidad? La mente puede recibir la realidad tan sólo cuando está absolutamente en calma, sin pedir, sin codiciar, sin anhelar, sin rogar, ya sea para vosotros mismos, para la nación o para el prójimo. Cuando la mente está serena en absoluto, cuando el deseo cesa, sólo entonces adviene la realidad. Una persona que pide, que ruega, que suplica, que anhela ser dirigida, hallará lo que busca, pero ello no será la verdad. Lo que reciba será la respuesta de las capas inconscientes de su propia mente, que se proyectan en lo consciente; y esa vocecita silenciosa que os dirige no es lo real sino tan sólo la respuesta de lo inconsciente.

En este problema de la oración está lo relativo a la concentración. Para la mayoría de nosotros, la concentración es un proceso de exclusión. La concentración se produce por el esfuerzo, la coacción, la dirección, la imitación, por lo cual la concentración es un proceso de exclusión. Me intereso en la así llamada “meditación”, pero mis pensamientos se distraen, divagan. Fijo, pues, mi mente en un cuadro, una imagen, o en una idea, y excluyo todos los otros pensamientos; y a este proceso de concentración, que es exclusión, se lo considera como un medio de meditar. Es eso lo que hacéis, ¿verdad? Cuando os sentáis a meditar, fijáis vuestra mente en una palabra, en una imagen o en un cuadro; pero la mente vaga por todas partes. Hay constante interrupción de otras ideas, otros pensamientos, otras emociones, y tratáis de alejarlos; empleáis vuestro tiempo batallando con vuestros pensamientos. A este proceso vosotros lo llamáis Meditación”. Esto es, procuráis concentraros en algo que no os interesa, y vuestros pensamientos continúan multiplicándose, aumentando, interrumpiendo. De suerte que gastáis vuestra energía en excluir, en desviar, en rechazar; y si podéis concentraros en un pensamiento escogido, en un objeto determinado, creéis que por fin habéis logrado éxito en la meditación. Eso, por cierto, no es meditación, ¿verdad? La meditación no es un proceso de excluir, excluir en el sentido de evitar las ideas intrusas, de erigir contra ellas una resistencia. La plegaria, pues, no es meditación, y la concentración excluyente no es meditación.

 ¿Qué es, pues, la meditación? La concentración no es meditación, porque, cuando hay interés, es relativamente fácil concentrarse en algo. Un general que hace planes para la guerra, para la matanza, está muy concentrado. Un hombre de negocios ocupado en ganar dinero está muy concentrado; hasta puede ser cruel al prescindir de todo otro sentimiento y concentrarse completamente en lo que él desea. Un hombre que está interesado en cualquier cosa se concentra de un modo natural, espontáneo. Pero esa concentración, por cierto, no es meditación, es una mera exclusión.

¿Qué es, entonces, la meditación? La meditación es por cierto comprensión, la meditación del corazón es comprensión. ¿Cómo puede haber comprensión habiendo exclusión? ¿Cómo puede haber comprensión cuando hay ruego, súplica? En la comprensión está la paz, la libertad; quedáis libres de aquello que comprendéis. Pero el mero hecho de concentrarse o de orar no trae comprensión. La comprensión es la base misma, el proceso fundamental de la meditación. No tenéis que aceptar mi palabra al respecto; pero si examináis la oración y la concentración con mucho cuidado, a fondo, hallaréis que ninguna de ellas trae comprensión. Sólo conducen a la obstinación, a la fijación, a la ilusión. Mientras que la meditación, en la cual hay comprensión, trae libertad, claridad e integración. Ahora bien, ¿qué entendemos por comprensión? La comprensión significa atribuir significado verdadero, dar su verdadero valor a todas las cosas. Ser ignorante es dar falsos valores. Está en la naturaleza misma de la estupidez la falta de comprensión de los verdaderos valores. La comprensión, pues, surge cuando existen verdaderos valores, cuando los verdaderos valores son establecidos. ¿Y cómo habrá uno de establecer verdaderos valores: el verdadero valor de la propiedad, el verdadero valor de las relaciones, el verdadero valor de las ideas? Para que surjan los verdaderos valores, es preciso que comprendáis al pensador, ¿no es así? Si no comprendo al pensador, que soy yo mismo, lo que yo escojo carece de sentido. Es decir, si no me conozco a mí mismo, mi acción, mi pensamiento, no tienen fundamento alguno. De suerte que el conocimiento propio es el comienzo de la meditación; no el conocimiento que uno obtiene de los libros, de las autoridades, de los “gurús”, sino el conocimiento que surge de la explotación de uno mismo, que  es autopercepción. La meditación es el principio del conocimiento propio, y sin conocimiento propio no hay meditación. Porque, si no comprendo las modalidades de mis pensamientos, de mis sentimientos, si no comprendo mis móviles, mis deseos, mis exigencias, mi busca de normas de acción, que son ideas; si no me conozco a mí mismo, no existe base para pensar. Y el pensador que sólo pide, niega o excluye, sin comprenderse a sí mismo, tiene inevitablemente que terminar en la confusión, en la ilusión. El principio de la meditación es, pues, el conocimiento propio, y éste significa darse cuenta de todo movimiento del pensar y del sentir, conocer todas las capas de mi conciencia, no sólo las superficiales sino las ocultas, las actividades profundamente encubiertas. Mas para conocer las actividades profundamente encubiertas, los móviles, respuestas, pensamientos y sentimientos ocultos, tiene que haber tranquilidad en la mente consciente; es decir, la mente consciente debe estar en calma, serena, a fin de recibir la proyección de lo inconsciente. La mente superficial, consciente, está ocupada con sus diarias actividades: ganar el sustento, engañar y explotar a los demás, huir de los problemas, todas las diarias actividades de nuestra existencia. Esa mente superficial tiene que comprender el verdadero significado de sus propios actividades, y con ello lograr tranquilidad para sí misma. No puede lograr tranquilidad, calma, por la mera regulación, por la coacción, por la disciplina. Sólo puede lograr tranquilidad, paz, serenidad, comprendiendo sus propias actividades, observándolas, dándose cuenta de ellas, viendo su propia crueldad, cómo habla al sirviente, a la esposa, a la hija, a tu madre, y lo demás. Cuando la mente superficial, consciente, se da así plena cuenta de todas sus actividades, mediante esa comprensión llega ella a estar espontáneamente tranquila, no narcotizada por la coacción ni regulada por el deseo; entonces está capacitada para recibir las intimaciones, las insinuaciones de lo inconsciente, de las muchísimas capas ocultas de la mente: los instintos raciales, los recuerdos enterrados, los secretos deseos, las profundas heridas que aún no han sido sanadas. Tan sólo cuando todo eso se ha proyectado y ha sido comprendido, cuando la totalidad de la conciencia se ha descargado y ya no está trabada por ninguna herida, por ninguna clase de recuerdo, está ella en condiciones de recibir lo eterno.

La meditación es, pues, conocimiento propio, y sin conocimiento propio no hay meditación. Si no os dais cuenta en todo momento de todas vuestras reacciones, si no sois plenamente conscientes, si no os dais plena cuenta de vuestras diarias actividades, el mero hecho de encerraros en una habitación y sentaros frente a un cuadro de vuestro “guía espiritual”, de vuestro Maestro, de meditar, es una escapatoria. Sin conocimiento propio, en efecto, no hay verdadero pensar, y sin verdadero pensar lo que vosotros hacéis carece de sentido, por nobles que sean vuestras intenciones. La oración no tiene, pues, significado alguno sin conocimiento propio; mas cuando hay conocimiento propio hay verdadero pensar, y por lo mismo verdadera acción. Cuando hay verdadera acción no hay confusión, y por lo tanto no suplicáis a nadie que os saque de ella. Un hombre que es plenamente sensible, perceptivo, está meditando; él no ora, porque nada desea. Mediante la oración, la disciplina, la repetición, y todo lo demás, podéis producir cierta serenidad; pero eso es simple embotamiento, y reduce la mente y el corazón a un estado de hastío, de cansancio. Con ello se narcotiza la mente; y la exclusión, que llamáis concentración, no conduce a la realidad; jamás lo podrá exclusión alguna. Lo que trae comprensión es el conocimiento propio, y no es muy difícil ser consciente, perceptivo, habiendo verdadera intención. Si os interesa descubrir todo el proceso de vosotros mismos -no sólo la parte superficial sino el proceso integro de todo vuestro ser-, entonces ello resulta relativamente fácil. Si realmente deseáis conoceros a vosotros mismos, escudriñaréis vuestro corazón y vuestra mente para conocer su pleno contenido; y cuando exista la intención de conocer,  conoceréis. Entonces podréis seguir, sin condenación ni justificación, todo movimiento del pensar y del sentir; y siguiendo todo pensamiento y todo sentimiento a medida que surge, realizaréis una paz que no será producto de la voluntad ni de la disciplina sino el resultado de no tener ningún problema, ninguna contradicción. Es como el lago que se vuelve apacible, sereno, cuando al caer la tarde ya no sopla el viento; y cuando la mente está serena, aquello que es inconmensurable se manifiesta.


PREGUNTAS V RESPUESTAS - J.K. - 18.RENDIRSE A " LO QUE ES" -

 18. RENDIRSE A “LO QUE ES” 

Pregunta: ¿Cuál es la diferencia entre someterse a la voluntad de Dios y lo que usted dice acerca de la aceptación de “lo que es”? 

 KRISHNAMURTI: Hay, por cierto, una gran diferencia, ¿no es así? Someterse a la voluntad de Dios implica que ya conocéis la voluntad de Dios. No os sometéis a algo que no conocéis. Si conocéis la realidad, no podéis rendiros a ella; dejáis de existir, no hay sometimiento a una voluntad superior. Si os sometéis a una voluntad superior, entonces esa voluntad superior es la proyección de vosotros mismos, pues lo real no puede ser conocido a través de lo conocido. Adviene tan sólo cuando lo conocido termina. Lo conocido es una creación de la mente, porque el pensamiento es el resultado de lo conocido, del pasado, y el pensamiento sólo puede crear lo que conoce; por lo tanto, lo que él conoce no es lo eterno. Por eso es que cuando os sometéis a la voluntad de Dios, os sometéis a vuestras propias proyecciones; podrá brindar satisfacción, consuelo, pero no es lo real. El comprender lo que es exige un proceso diferente, tal vez la palabra “proceso” no sea exacta, pero lo que yo quiero significar es esto: comprender lo que es resulta mucho más difícil, requiere mayor inteligencia, mayor captación, quo aceptar simplemente una idea y entregaros a ella. Comprender lo que es no exige esfuerzo; el esfuerzo es una distracción. Para comprender algo, para comprender lo que es, no podéis estar distraídos, ¿verdad? Si yo deseo comprender lo que vosotros decís, no puedo escuchar música; o el ruido de la gente afuera; debo dedicarle toda mi atención. De tal suerte, es extraordinariamente difícil y arduo captar lo que es, porque nuestro mismísimo pensar ha llegado a ser una distracción. No queremos comprender lo que es. Miramos lo que es a través de los lentes del prejuicio, de la condenación o de la identificación; y resulta muy arduo quitarse esos lentes y mirar lo que es. Lo que es, por cierto, es un hecho, es la verdad, y todo lo demás es una evasión, no es la verdad. Para comprender lo que es, el conflicto de la dualidad debe cesar, porque la respuesta negativa de convertirse uno en algo diferente de lo que es, es negarse a comprender lo que es. Si deseo comprender la arrogancia, no debo caer en lo opuesto, no debo dejarme distraer por el esfuerzo de llegar a ser algo, ni siquiera por el esfuerzo de procurar comprender lo que es. Si soy arrogante, ¿qué ocurre? Si no le doy nombre a la arrogancia, ella cesa; lo cual significa que la respuesta está en el problema mismo y no fuera de él. No se trata de aceptar lo que es; lo que es no necesita ser aceptado. No aceptáis que sois morenos o blancos, puesto que ello es un hecho; sólo cuando tratáis de llegar a ser otra cosa, tenéis que aceptar. No bien reconocéis un hecho, éste deja de tener alguna significación; pero una mente adiestrada a pensar en el pasado o en el futuro, adiestrada a huir en múltiples direcciones, una mente así es incapaz de comprender lo que es. Sin la comprensión de lo que es, no podéis encontrar lo que es real; y sin esa comprensión, la vida carece de sentido, es una constante batalla en la que el dolor y el sufrimiento continúan. Lo real sólo puede ser comprendido comprendiendo lo que es. No puede ser comprendido si hay condenación o identificación. La mente que siempre está condenando o identificándose no puede comprender; sólo puede comprender aquello en lo que está atrapada. El entendimiento de lo que es, la comprensión de lo que es, revela extraordinarias honduras en las que está la realidad, el júbilo y la felicidad.

PREGUNTAS Y RESPUESTAS - J.K. - 17. LA MEMORIA -

 17. LA MEMORIA 

Pregunta: La memoria, dice usted, es experiencia incompleta. Yo tengo un recuerdo y una vívida impresión de sus precedentes pláticas. ¿En qué sentido es ello una experiencia incompleta? Tenga a bien explicar esta idea en todos sus detalles.

KRISHNAMURTI: ¿Qué entendemos por memoria? Vais a la escuela y os llenáis de datos, de conocimientos técnicos. Si sois ingenieros, utilizáis la memoria del conocimiento técnico para construir un puente. Esa es la memoria “factual”. Hay también una memoria psicológica. Me habéis dicho algo a mí, agradable o desagradable, y yo lo retengo; y cuando vuelvo a encontrarme con vosotros, lo hago con aquel recuerdo, con el recuerdo de lo que habéis o no dicho. Existen, pues, dos facetas de la memoria: la psicológica y la “factual”. Siempre están relacionadas entre sí, y por lo tanto no se distinguen claramente. Sabemos que la memoria “factual” es necesaria como medio de ganarnos la vida. ¿Pero es esencial la memoria psicológica? ¿Y qué es el factor que retiene el recuerdo psicológico? a uno le hace recordar psicológicamente el insulto o la alabanza? ¿Por qué retiene uno ciertos recuerdos y rechaza otros? Es obvio que uno retiene los recuerdos que son agradables, y evita aquellos que son desagradables. Si observáis, veréis que los recuerdos penosos son apartados más pronto que los placenteros. Y la mente es memoria en cualquier nivel, sea cual fuere el nombre que le deis; la mente es el producto del pasado, se funda en el pasado, el cual es memoria, un estado condicionado. Ahora bien, con esa memoria hacemos frente a la vida, a un nuevo reto, estímulo. El reto es siempre nuevo, y nuestra respuesta es siempre vieja porque es el resultado del pasado. De suerte que el “vivenciar” sin la memoria es un estado, y el experimentar con la memoria es otro. Esto es, hay un retó, que siempre es nuevo. Yo le hago frente con la respuesta, con el condicionamiento de lo pasado. ¿Qué ocurre, pues? Absorbo lo nuevo, no lo comprendo; y la vivencia de lo  nuevo resulta condicionada por el pasado. Hay, por lo tanto, comprensión parcial de lo nuevo, jamás comprensión completa. Y sólo cuando hay completa comprensión de algo, ello no deja la cicatriz del recuerdo. Cuando hay un reto -que siempre es nuevo- le hacéis frente con la respuesta de lo viejo. La vieja respuesta condiciona lo nuevo y por lo mismo lo tuerce, le da un sesgo, por lo cual no hay completa comprensión de lo nuevo; de ahí que lo nuevo sea absorbido en lo pasado, lo viejo, y por consiguiente fortalezca lo viejo. Esto podrá parecer abstracto, pero no es difícil si lo investigáis con un poco de atención y cuidado. La situación actual en el mundo exige un nuevo enfoque, un nuevo modo de atacar el problema mundial, que es siempre nuevo. Somos incapaces de enfocarlo de un modo nuevo porque lo hacemos con nuestra mente condicionada, con prejuicios nacionales, locales, de familia y religiosos. Es decir, nuestras experiencias anteriores actúan como barrera para la comprensión del nuevo reto; así seguimos cultivando y fortaleciendo la memoria, y por lo tanto jamás comprendemos lo nuevo, jamás hacemos frente al reto plenamente, en forma completa. Sólo cuando uno es capaz de hacer frente al reto de un modo nuevo, sin el pasado, sólo entonces el reto rinde sus frutos, su riqueza.

El interlocutor dice “yo tengo un recuerdo y una vívida impresión de sus precedentes pláticas. ¿En qué sentido es ello una experiencia incompleta?” Es evidente que se trata de una experiencia incompleta si ella es una mera impresión, un recuerdo. Si comprendéis lo que ha sido dicho, si veis su verdad, esa verdad no es un recuerdo. La verdad no es un recuerdo, porque la verdad siempre es nueva y constantemente se transforma. Tenéis un recuerdo de la plática anterior. ¿Por qué? Porque utilizáis la plática anterior como guía; no la habéis comprendido plenamente. Deseáis profundizarla, y ella es mantenida, consciente o inconscientemente. Pero si comprendéis algo completamente, es decir, si veis totalmente la verdad de algo, encontraréis que no hay ninguna especie de recuerdo. Nuestra educación es el cultivo de la memoria, el fortalecimiento de la memoria. Vuestras prácticas y ritos religiosos, vuestras lecturas y conocimientos, todo ello fortalece la memoria. ¿Qué sentido tiene esto para nosotros? ¿Por qué nos aferramos a la memoria? No sé si habéis advertido que, a medida que envejecéis, volvéis vuestras miradas al pasado, a sus alegrías, a sus penas, a sus placeres; y si uno es joven mira hacia el futuro. ¿Por qué hacemos eso? ¿Por qué la memoria ha adquirido tanta importancia? Por la razón obvia y sencilla de que no sabemos vivir íntegramente, completamente, en el presente. Empleamos el presente como un medio para el futuro, y por lo tanto el presente carece de significación. No podemos vivir en el presente porque lo utilizamos como pasaje hacia el futuro. Es porque voy a llegar a ser algo, que nunca existe una completa comprensión de mí mismo; y el comprenderme a mí mismo, el comprender con exactitud lo que ahora  soy, no requiere cultivo de la memoria. Por el contrario, la memoria es un estorbo para la comprensión de lo que es. No sé si habéis notado que un nuevo pensamiento, un nuevo sentimiento, sólo viene cuando la mente no se halla atrapada en la red de la memoria. Cuando hay un intervalo entre dos pensamientos, entre dos recuerdos, cuando ese intervalo puede ser mantenido, de ese intervalo surge un nuevo estado del ser que ya no es recuerdo. Tenemos recuerdos y cultivamos la memoria como medio de perpetuarnos. El y lo “mío” tornase muy importantes mientras existe el cultivo de la memoria; y como la mayoría de nosotros estamos formados del “yo” y de lo “mío”, la memoria desempeña un papel muy importante en nuestra vida. Si no tuvierais memoria, vuestros bienes, vuestra familia, vuestras ideas, no serían importantes como tales; de modo que, para dar vigor al “yo” y a lo “mío” cultiváis la memoria. Si observáis, veréis que hay un intervalo entre dos pensamientos, entre dos emociones. En ese intervalo, que no es producto de la memoria, hay una extraordinaria liberación del “yo” y de lo “mío”; y ese intervalo es atemporal.

Consideremos el problema diferentemente. La memoria, ciertamente, es tiempo, ¿verdad? Es decir, la memoria crea el ayer, el hoy y el mañana. El recuerdo del ayer condiciona el hoy y por lo tanto plasma el mañana. Esto es, el pasado a través del presente crea el futuro. Hay un proceso de tiempo que se desarrolla, y él es la voluntad de llegar a ser algo. La memoria es tiempo, y, a través del tiempo, esperamos lograr un resultado. Hoy soy un simple empleado, y, dándoseme tiempo y oportunidad, llegaré a ser el gerente o el propietario. Es preciso, pues, que disponga de tiempo; y con la misma mentalidad decimos: “lograré la realidad, me acercaré a Dios”. Por consiguiente debo disponer de tiempo para realizar mi fin, lo cual significa que debo cultivar la memoria, fortalecer la memoria con la práctica y la disciplina, para ser algo, para lograr, para ganar; y esto significa continuación en el tiempo. A través del tiempo, pues, esperamos alcanzar lo atemporal, a través del tiempo esperamos conquistar lo eterno. ¿Podéis acaso hacer eso? ¿Podéis atrapar lo eterno en la red del tiempo mediante la memoria que es el tiempo? Lo atemporal sólo puede ser cuando la memoria, que es el “yo” y lo “mío”, cesa. Si veis la verdad de esto -que a través del tiempo lo atemporal no puede ser comprendido o captado-, entonces podemos examinar el problema de la memoria. La memoria de cosas técnicas es esencial; pero la memoria psicológica que mantiene el ‘yo” y lo “mío”, que da identificación y autocontinuación, es totalmente perjudicial para la vida y la realidad. Cuando uno ve la verdad de ello, lo falso desaparece, y, por lo tanto, no hay retención psicológica de la experiencia de ayer. Cuando veis una deliciosa puesta de sol un hermoso árbol en el campo, y los miráis por vez primera, disfrutáis do ello completamente, enteramente; pero volvéis a ello con el deseo de disfrutarlo de nuevo. ¿Qué ocurre cuando volvéis con el deseo de disfrutarlo? No hay goce, porque es el recuerdo del espectáculo de ayer lo que ahora os hace reclamar, os impele, os incita a disfrutar. Ayer no había recuerdo y sólo una apreciación espontánea, una respuesta inmediata; pero hoy estáis deseosos de captar una vez más la vivencia de ayer. Es decir, la memoria se interpone entre vosotros y la puesta de sol; y por lo tanto no hay gozo, no hay riqueza interna, no hay plenitud de belleza. O bien tenéis un amigo que dijo algo de vosotros ayer, un insulto o un elogio, y retenéis el recuerdo; y con ese recuerdo os encontráis hoy con vuestro amigo. No hay contacto realmente con vuestro amigo, porque lleváis en vosotros el recuerdo de ayer, que se interpone. Y así proseguimos, rodeándonos a nosotros mismos y a nuestros actos con recuerdos, y, por lo tanto, no hay cualidad de cosa nueva, no hay frescor. Por eso es que los recuerdos tornan la vida tediosa, insípida y vacía. Vivimos en estado de lucha unos con otros porque el “yo” y lo “mío” se vigorizan con los recuerdos. La memoria se vivifica con la acción en el presente; damos vida a la memoria por medio del presente, pero cuando no damos vida a la memoria, ella se marchita. La memoria de los hechos, de las cosas técnicas, es una necesidad obvia, pero la memoria como retención psicológica es perjudicial para la comprensión de la vida, para la comunión de unos con otros.


PREGUNTAS Y RESPUESTAS - J.K. - 16. LA CREENCIA EN DIOS -

 16. LA CREENCIA EN DIOS 

Pregunta: La creencia en Dios ha sido un poderoso incentivo para un mejor vivir. ¿Por qué niega usted a Dios? ¿Por qué no trata de hacer revivir la fe del hombre en la idea de Dios? 

KRISHNAMURTI: Consideremos el problema en forma amplia e inteligente. Yo no niego a Dios; sería una necedad hacer tal cosa. Sólo el hombre que no conoce la realidad gusta de palabras sin sentido. El hombre que dice que sabe, no sabe; el hombre que está viviendo la realidad de instante en instante no tiene medios de comunicar esa realidad. La creencia es una negación de la verdad; la creencia obsta a la verdad; creer en Dios no es encontrar a Dios. Ni el creyente ni el incrédulo encontrarán a Dios; porque la realidad es lo desconocido, y vuestra creencia o no creencia en lo desconocido es una mera proyección de vosotros mismos y por lo tanto no es real. Yo sé que vosotros creéis, y que ello tiene muy poco significado en vuestra vida. Hay mucha gente que cree; millones de personas creen en Dios y hallan consuelo. En primer lugar, ¿por qué creéis? Creéis porque ello os brinda satisfacción, consuelo, esperanza, y decís que ello da sentido a la vida. Vuestra creencia, en realidad, tiene muy escasa significación, porque creéis y explotáis al prójimo, creéis y matáis, creéis en un Dios universal y os asesináis unos a otros. El hombre rico cree también en Dios; explota cruelmente a los demás, acumula dinero y luego edifica un templo o se hace filántropo. Los hombres que arrojaron la bomba atómica sobre Hiroshima decían que Dios estaba con ellos; los que volaron de Inglaterra para destruir a Alemania decían que Dios era su copiloto. Los dictadores, los primeros ministros, los generales, los presidentes, todos hablan de Dios, tienen inmensa fe en Dios. ¿Y prestan ellos servicios, hacen más feliz la vida del hombre? Los hombres que dicen que creen en Dios han destruido la mitad del mundo, y el mundo está en una miseria completa. Por causa de la intolerancia religiosa, existen las divisiones de la gente en creyentes y no creyentes, divisiones que conducen a las guerras de religión. Ello indica cuán inclinada a la política es vuestra mente.

¿Es la creencia en Dios “un poderoso incentivo para un mejor vivir”? ¿Por qué deseáis un incentivo para mejor vivir? Vuestro incentivo, por cierto, tiene que ser vuestro propio deseo de vivir de un modo puro y sencillo, ¿no es así? Si esperáis algo de un incentivo, no os interesa el hacer la vida posible para todos sino tan sólo vuestro incentivo, que es diferente del mío; y nos pelearemos por el incentivo. Mas si vivimos felices juntos, no porque creamos en Dios sino porque somos seres humanos, entonces compartiremos enteramente los medios de producción a fin de producir cosas para todos. Por falta de inteligencia aceptamos la idea de una superinteligencia a la que llamamos “Dios”; pero este “Dios”, esta superinteligencia, no habrá de brindarnos una vida mejor. Lo que conduce a una vida mejor es la inteligencia; y no puede haber inteligencia si hay creencia, si hay divisiones de clase, si los medios de producción están en manos de unos pocos, si hay nacionalidades aisladas y gobiernos soberanos. Todo eso, evidentemente, indica falta de inteligencia, y es la falta de inteligencia lo que impide un mejor vivir, no el no creer en Dios. Todos vosotros creéis de diferentes maneras, mas vuestra creencia carece de toda realidad. La realidad es lo que vosotros sois, lo que vosotros hacéis, lo que vosotros pensáis; y vuestra creencia en Dios es una simple evasión de vuestra vida monótona, estúpida y cruel. Más aun: la creencia invariablemente divide a los hombres: ahí están el hindú, el budista, el cristiano, el comunista, el socialista, el capitalista, y así sucesivamente. La creencia, la idea, divide; jamás reúne a la gente. Puede que reunáis a unos cuantos en un grupo, pero ese grupo se opone a otro grupo. Las ideas y las creencias nunca son unificadoras; por el contrario, son separativas, desintegradores y destructivas. Por lo tanto, vuestra creencia en Dios está de hecho extendiendo desdicha por el mundo; aunque os haya traído momentáneo consuelo, en realidad os ha traído más desdicha y destrucción bajo forma de guerras, hambre, divisiones de clase, y la acción despiadada de determinados individuos. De suerte que vuestra creencia carece totalmente de valor. Si realmente creyerais en Dios, si ello fuera para vosotros una experiencia real, entonces en vuestro rostro habría una sonrisa; no destruiríais a los seres humanos. Ahora bien, ¿qué es la realidad, qué es Dios? Dios no es la palabra, la palabra no es la cosa. Para conocer aquello que es inconmensurable, que no pertenece al tiempo, la mente debe estar libre del tiempo, lo cual significa que la mente debe estar libre de todo pensamiento, de todas las ideas acerca de Dios. ¿Qué sabéis acerca de Dios o de la verdad? Vosotros, de hecho, nada sabéis acerca de esa realidad. Todo lo que conocéis son palabras, las experiencias de otros o algunos momentos de experiencias propias más bien vagas. Eso, por cierto, no es Dios, no es la realidad; eso no está fuera del ámbito del tiempo. Para conocer aquello que está más allá del tiempo, el proceso del tiempo debe ser comprendido; y el tiempo es pensamiento, el proceso de llegar a ser algo, la acumulación de conocimientos. Eso es todo el trasfondo de la mente; la mente misma es el trasfondo, tanto la consciente como la inconsciente, la colectiva y la individual. La mente, pues, debe estar libre de lo conocido, lo cual significa que la mente debe estar en completo silencio, no forzada al silencio. La mente que logra el silencio como un resultado, como consecuencia de una acción determinada, de la práctica, de la disciplina, no es una mente silenciosa. La mente forzada, dominada, plasmada, encuadrada y mantenida quieta, no es una mente en silencio. Puede que durante un lapso consigáis forzar la mente a estar superficialmente en silencio, pero una mente así no es una mente serena. La serenidad sólo ocurre cuando comprendéis el proceso del pensamiento en su totalidad, porque comprender el proceso es darle fin, y al cesar el proceso del pensamiento empieza el silencio. Sólo cuando la mente está en completo silencio, no únicamente en el nivel superior sino fundamentalmente, en su totalidad, tanto en el nivel superficial como en los más profundos de la conciencia, tan sólo entonces puede advenir lo desconocido. Lo desconocido no es algo que la mente haya de experimentar; el silencio solamente puede ser experimentado, nada más que el silencio. Si la mente experimenta algo que no sea el silencio, no hace más que proyectar sus propios deseos; y una mente así no está en silencio. Mientras la mente no esté en silencio, mientras el pensamiento en cualquier forma, consciente o inconsciente, esté en movimiento, no puede haber silencio. El silencio es liberación del pasado, de los conocimientos, del recuerdo tanto consciente como inconsciente; y cuando la mente está del todo silenciosa, inactiva, cuando en ella reina un silencio que no es producto del esfuerzo, sólo entonces lo atemporal, lo eterno, puede surgir. Ese estado no es un estado de recordación; no hay entidad alguna que recuerde, que “vivencia”. Por lo tanto Dios, o la verdad, o lo que os plazca, es algo que adviene de instante en instante; y ello ocurre únicamente en un estado de libertad y espontaneidad, no cuando la mente está disciplinada de acuerdo con una norma. Dios no es cosa de la mente, no surge mediante la proyección de uno mismo; sólo adviene cuando hay virtud, es decir, libertad. La virtud es enfrentarse con el hecho de lo que es, y el enfrentarse con el hecho es un estado de bienaventuranza. Sólo cuando la mente está dichosa, serena, sin ningún movimiento de ella misma, sin la proyección del pensamiento, consciente o inconsciente, sólo entonces adviene lo eterno.

PREGUNTAS Y RESPUESTAS - J.K. - 15. LA CRÍTICA -

 15. LA CRÍTICA 

Pregunta: ¿Qué lugar ocupa la crítica en la vida de relación? ¿Cuál es la diferencia entre crítica constructiva y destructiva? 

KRISHNAMURTI: En primer lugar, ¿por qué criticamos? ¿Es con el fin de comprender? ¿O es simplemente un proceso de irritante censura? Si yo os critico, ¿acaso os comprendo? ¿Viene la comprensión a través del juicio critico? Si yo deseo comprender, si yo deseo captar, no de un modo superficial sino profundo, todo el significado de mi relación con vosotros, ¿empiezo por criticaros? ¿O me doy cuenta de esa relación entre vosotros y yo observándola en silencio, no proyectando mis opiniones, críticas, juicios, identificaciones o condenaciones, sino observando en silencio lo que ocurre? ¿Y qué sucede si no critico? Uno puede dormirse, ¿no es así? Lo cual no significa que no nos durmamos cuando regañamos o criticamos con insistencia. Tal vez eso se convierta en un hábito, y por hábito nos quedamos dormidos. ¿Lógrase una comprensión más amplia y más profunda de la convivencia por medio de la crítica? No importa que la crítica sea constructiva o destructiva; eso, por cierto, no viene al caso. Por lo tanto, la pregunta es ésta: ¿qué estado de la mente y del corazón se necesita para comprender nuestras relaciones con los demás? ¿Cuál es el proceso de la comprensión? ¿Cómo comprendemos algo? ¿Cómo comprendéis a vuestro hijo, si él os interesa? Lo observáis, ¿no es cierto? Lo observáis cuando juega; lo estudiáis en sus diferentes estados de ánimo; no proyectáis vuestras opiniones sobre él. No decís que él debe ser esto o aquello. Estáis activamente vigilantes, activamente perceptivos, ¿no es así? Entonces, tal vez, empezaréis a comprender al niño. Pero si criticáis constantemente, si inyectáis en todo instante vuestra propia personalidad, vuestra idiosincrasia, vuestras opiniones, decidiendo cómo debe ser o no debe ser el niño, y todo lo demás, es obvio que erigís una barrera en vuestra relación con él. Pero, por desgracia, casi todos criticamos para dirigir, para intervenir; y nos produce cierto placer, cierta satisfacción, el dar forma a algo, a vuestra relación con vuestro esposo, con vuestro hijo, o con quien sea. Con ello experimentáis una sensación de poder, sois el que manda; y en eso hay una tremenda satisfacción. Evidentemente, no es a través de todo ese proceso que se comprende la relación con otro. Lo único que hay es imposición, deseo de formar a otro en el molde de vuestra idiosincrasia, de vuestro deseo, de vuestro anhelo. Todo eso impide que se comprenda la relación, ¿no es así? Además, existe la autocrítica. El asumir una actitud crítica hacia uno mismo, el criticarse, condenarse o justificarse, ¿trae acaso comprensión de uno mismo? Cuando empiezo a criticarme, ¿no limito el proceso de comprender, de explorar? ¿Es que la introspección, que es una forma de autocrítica, revela el “yo”? ¿Qué es lo que hace posible la revelación del “yo”? Ser constantemente analítico, temeroso, crítico, eso, ciertamente, no ayuda a poner nada en claro. Lo que pone de manifiesto al “yo” de modo tal que empezáis a comprenderlo, es la constante captación del mismo sin condenación, sin identificación alguna. Ha de haber cierta espontaneidad; no podéis estar analizándolo constantemente, disciplinándolo, regulándolo. Esta espontaneidad es esencial para la comprensión. Si lo único que hago es limitar, dominar, condenar, detengo el movimiento del pensar y del sentir, ¿no es así? Es en el movimiento del pensar y del sentir donde descubro, no en el simple dominio o restricción. Y cuando uno descubre, resulta importante saber cómo hemos de actuar al respecto. Si yo actúo de acuerdo con una idea, con una norma, con un ideal, encajo al “yo” en un molde determinado. En eso no hay comprensión, no hay trascendencia. Pero si puedo observar el “mí mismo”, el “yo” sin condenación alguna, sin ninguna identificación, entonces es posible ir más allá.

Por eso es que todo este proceso de aproximarse a un ideal es tan enteramente erróneo. Los ideales son dioses de nuestra propia creación; y ajustarse a una imagen proyectada por uno mismo no es, por cierto, una liberación. De modo que sólo puede haber comprensión cuando la mente capta en silencio, cuando observa; y ello es arduo, porque nos complace el estar activos, inquietos, el criticar, condenar, justificar. Esa es toda la estructura de nuestro ser; y a través de la pantalla de las ideas, prejuicios, puntos de vista, experiencias, recuerdos, tratamos de comprender. ¿Será posible libertarnos de todos esos tamices, y comprender al instante? Hacemos eso, sin duda, cuando el problema es muy intenso. No pasamos por todos esos métodos: enfocamos el problema directamente. La comprensión de nuestras relaciones se logra tan sólo cuando ese proceso de autocrítica se comprende y la mente está serena. Si me escucháis, y si tratáis de seguir sin gran esfuerzo lo que deseo transmitir, existe una posibilidad de que nos comprendamos. Pero si no hacéis más que criticar, si exponéis con énfasis vuestras opiniones, lo que habéis aprendido en los libros, lo que alguien os ha dicho, y así sucesivamente, entonces vosotros y yo no estamos en comunión porque entre nosotros se alza esa pantalla. Pero si vosotros y yo tratamos de descubrir las causas del problema, que se hallan en el problema mismo, si todos estamos ansiosos de ir hasta el fondo del problema, de saber la verdad a su respecto, de descubrir lo que es, entonces hay comunión entre nosotros. Entonces vuestra mente está a la vez alerta y pasiva observando para ver lo que hay de verdadero en esto. Vuestra mente, pues, tiene que ser en extremo ágil, no debe estar anclada en ninguna idea ni ideal, en ningún criterio, en ninguna opinión que hayáis consolidado a través de vuestras propias experiencias. La comprensión llega, sin duda, cuando existe la ágil ductilidad de una mente que está pasivamente alerta. Entonces es capaz de recibir, entonces es sensible. Una mente no es sensible cuando está atestada de ideas, prejuicios, opiniones, a favor o en contra de algo. Para comprender la vida de relación, debe haber captación alerta y pasiva, la cual no destruye la comunión. Por el contrario, ella hace que la relación sea mucho más vital, mucho más significativa. Entonces, en esa relación, existe una posibilidad de verdadero afecto; hay una cordialidad, una impresión de acercamiento, que no es simple sentimiento o sensación. Y si podemos enfocarlo todo de ese modo, estar en esa clase de comunión con todo, nuestros problemas serán fácilmente resueltos: los problemas de la propiedad, de la posesión. Porque nosotros somos aquello que poseemos. El hombre que posee dinero es dinero. El hombre que se identifica con la propiedad, es la propiedad, o la casa, o los muebles. De igual modo con las ideas o con las personas; y cuando hay espíritu posesivo no hay relación. Pero la mayoría de nosotros poseemos porque, de otro modo, nos sentimos vacíos. Somos cascarones vacíos si nada poseemos, si no llenamos nuestra vida con muebles, con música, con conocimientos, con esto o con aquello. Y ese cascarón hace mucho ruido, y a ese ruido le llamamos vivir; y con eso nos satisfacemos. Y cuando eso se nos despoja, cuando nos desprendemos de eso, sentimos dolor; porque entonces os descubrís tal cual sois: un cascarón vacío sin mayor significación. Así, pues, el darse cuenta del contenido total de nuestras relaciones, es acción; y de ésta surge una posibilidad de verdadera comunión, una posibilidad de descubrir su gran hondura, su gran significación, y de saber lo que es el amor.

PREGUNTAS Y RESPUESTAS - J.K. 14. LA MURMURACIÓN -

 14. LA MURMURACIÓN 

Pregunta: La murmuración tiene importancia en el descubrimiento de uno mismo, especialmente para que los demás se nos revelen. En serio: ¿por qué no emplear la murmuración como un medio para descubrir lo que es? Yo no tiemblo ante la palabra “murmuración” simplemente porque haya sido condenada durante siglos. 

KRISHNAMURTI: Desearía saber por qué murmuramos. No porque ello nos revele lo que son los demás. ¿Y por qué los demás habrían de sernos revelados? ¿Por qué deseáis conocer a los demás? ¿Por qué ese interés extraordinario en los demás? En primer lugar, ¿por qué murmuramos? Es una forma de inquietud, ¿no es cierto? Al igual que la preocupación, indica una mente intranquila. ¿Y por qué ese deseo de meterse con los demás, de saber qué hacen o dicen? Es una mente muy superficial la que murmura, ¿no es así? Es una mente inquisitiva que está mal encaminada. El interlocutor parece creer que los demás le son revelados porque él se interesa en ellos: en lo que hacen, en lo que piensan, en lo que opinan. ¿Pero conocemos acaso a los demás si no nos conocemos a nosotros mismos? ¿Podemos juzgar a los demás si no conocemos nuestra propia manera de pensar, el modo como actuamos, nuestra manera de comportarnos? ¿Y por qué ese extraordinario interés en los 

demás? ¿No es en realidad un escape, ese deseo de averiguar lo que el prójimo piensa y siente, y acerca de qué murmura? ¿Eso no ofrece una evasión de nosotros mismos? ¿Y no está también en eso el deseo de inmiscuirnos en la vida de los demás? ¿No es acaso nuestra propia vida bastante difícil, bastante compleja, bastante dolorosa, aun sin ocuparnos de los demás, sin meternos con ellos? ¿Hay acaso tiempo para pensar acerca de los demás de esa manera chismosa, fea, cruel? ¿Por qué hacemos eso? Bien sabéis que todo el mundo lo hace. Toda persona, prácticamente, murmura acerca de alguien. ¿Por qué? Creo, en primer lugar, que murmuramos de los demás porque no estamos bastante interesados en el proceso de nuestro propio pensar y de nuestros propios actos. Deseamos ver lo que otros hacen, y, para decirlo con suavidad, imitarlos. En general, cuando murmuramos es para condenar a los demás. Pero, haciendo una concesión caritativa, tal vez sea para imitarlos. ¿Y por qué queremos imitar a los demás? ¿No indica todo eso una extraordinaria superficialidad de parte nuestra?

Es una mente en extremo torpe la que desea excitación y la busca fuera de sí misma. En otras palabras, la murmuración es una forma de sensación en la que nos complacemos, ¿no es así? Puede que sea una clase diferente de sensación, pero siempre existe ese deseo de excitarse, de distraerse. Y así, ahondando realmente en esta cuestión, uno vuelve a sí mismo, lo cual demuestra cuán superficial uno es, en realidad, ya que, al hablar de los demás, lo que busca es excitación fuera de sí mismo. Sorprendeos a vosotros mismos la próxima vez que murmuréis de alguien, y si os dais cuenta de ello, muchísimo os será revelado acerca de vosotros mismos. No lo disimuléis diciendo que sois simplemente inquisitivos acerca del prójimo. Eso indica inquietud, cierta tendencia a ta excitación, superficialidad, falta de interés real y profundo en las personas, que nada tiene que ver con la murmuración. Ahora el siguiente problema es éste: ¿cómo poner fin a la murmuración? Esa es la segunda cuestión, ¿no es así? Cuando os dais cuenta de que murmuráis, ¿cómo pondréis coto a la murmuración? ¿Si ésta se ha convertido en un hábito, en una cosa repugnante que continúa día tras día, ¿cómo acabaréis con ella? ¿Pero surge acaso ese interrogante? Cuando sabéis que murmuráis, cuando os dais cuenta de que murmuráis y de todo lo que ello implica, dos decís a vosotros mismos “¿cómo he de terminar con esto?” ¿No termina acaso espontáneamente, tan pronto os dais cuenta de que murmuráis? El “cómo” no surge en absoluto. El “cómo” sólo surge cuando no os dais cuenta; y, sin duda, la murmuración indica falta de captación, de percepción. Experimentad con esto por vosotros mismos la próxima vez que murmuréis, y observad que la murmuración termina sin tardanza, de inmediato, cuando os dais cuenta de lo que estáis diciendo, cuando percibís que vuestra lengua os arrastra. No hace falta acción alguna de la voluntad para poner fin a la murmuración. Lo único que se requiere es que os deis cuenta, que seáis conscientes de lo que decís y que veáis lo que ello implica. No tenéis que condenar ni justificar la murmuración. Daos cuenta de ella, y veréis cuán rápidamente dejáis de murmurar, porque la murmuración le revela a uno las modalidades de la propia acción, la propia conducta, el propio tipo de pensamiento. Y en esa revelación uno se descubre a sí mismo, lo cual es mucho más importante que murmurar de los demás, de lo que hacen, de lo que piensan, de cómo se comportan. La mayoría de nosotros, que leemos la prensa diaria, nos llenamos de murmuración, de murmuración global. Todo ello es una evasión de nosotros mismos, de nuestra propia pequeñez, de nuestra propia fealdad. Creemos que interesándonos de un modo superficial en los acontecimientos mundiales, nos hacemos cada vez más sabios, más capaces de enfrentarnos a nuestra propia vida. Todas esas cosas, sin duda, son medios de huir de nosotros mismos, ¿no es cierto? Porque en nuestro fuero íntimo somos sumamente vacíos, superficiales; nos asustamos de nosotros mismos. Somos interiormente tan pobres, que la murmuración actúa como una forma de variado entretenimiento, como un escape de nosotros mismos. Tratamos de llenar ese vacío interior con conocimientos, con ritos, con murmuración, con reuniones de grupos, con innumerables medios de evasión. De suerte que los escapes llegan a ser lo más importante, no la comprensión de lo que somos. La comprensión de lo que somos exige atención. Para saber que uno es vacío, que uno está acongojado, se necesita enorme atención, no escapatorias. Pero a la mayoría de nosotros nos gustan estas evasiones, porque son mucho más agradables, más placenteras. Asimismo, cuando nos conocemos tal cuales somos, es muy difícil habérnoslas con nosotros mismos; y ese es uno de los problemas con los cuales nos enfrentamos. No sabemos qué hacer. Cuando sé que soy vacío, que sufro, que estoy acongojado, no sé qué hacer, no sé cómo habérmelas con ello. Recurrimos, pues, a toda clase de escapatorias. La pregunta es, pues: ¿qué hacer? Es obvio, por supuesto, que uno no puede escapar, ya que eso es lo más absurdo y pueril. Mas cuando os enfrentáis con vosotros mismos, tal cuales sois, ¿qué debéis hacer? Ante todo, ¿es posible no negarlo ni justificarlo, sino quedaros simplemente con lo que sois? Ello es sumamente arduo, porque la mente busca explicaciones, condenación, identificación. Si no hace ninguna de esas cosas sino que se queda con lo que sois, entonces es como admitir algo. Si yo admito que soy moreno, todo termina ahí; pero si estoy deseoso de cambiar a un color más claro, entonces surge el problema. Aceptar, pues, lo que es, resulta sumamente difícil; y uno puede hacer eso tan sólo cuando no hay escapatoria; y la condenación o la justificación son modos de evadirse. De ahí que, cuando uno comprende por qué murmura, el proceso total de ese hecho, y percibe lo absurdo que es, la crueldad y todas las cosas que encierra, entonces queda uno reducido a lo que uno es; y eso lo enfocamos siempre para destruirlo o para transformarlo. Mas si no hacemos ninguna de esas dos cosas, y enfocamos el hecho con la intención de comprenderlo, de estar en un todo con él, entonces encontraremos que ya no es la cosa que temíamos. Entonces existe una posibilidad de transformar aquello que es.

PREGUNTAS Y RESPUESTAS - J.K.- 13. EL ODIO -

 13. EL ODIO 

Pregunta: Si he de ser perfectamente honrado, debo admitir que casi todo el mundo me provoca resentimiento y a veces odio. Eso hace que mi vida sea muy desdichada y penosa. Entiendo intelectualmente que soy ese resentimiento, ese odio, pero no puedo hacerle frente. ¿Puede usted mostrarme el camino?

KRISHNAMURTI: ¿Qué entendemos por “intelectualmente”? Al afirmar que comprendemos algo intelectualmente, ¿qué queremos decir con eso? ¿Existe algo que pueda llamarse comprensión intelectual? ¿O es que la mente sólo comprende las palabras, porque ese es nuestro único medio de comunicarnos unos con otros? ¿Podemos comprender algo mentalmente, por medio de palabras? Eso es lo primero en que tenemos que ser bien claros: si la llamada “comprensión intelectual” no es un impedimento a la comprensión. La comprensión, por cierto, es integral, no dividida ni parcial. O comprendo algo, o no lo comprendo. El decirse a uno mismo: “yo comprendo algo intelectualmente”, es sin duda una barrera para la comprensión. Es un proceso parcial, y, por lo tanto, no es en modo alguno comprensión. Pues, bien, la pregunta es ésta: Yo, que estoy resentido, que estoy lleno de odio, ¿como he de librarme de ese problema, o como he de hacerle frente? ¿Qué es un problema? Sin duda, un problema es algo que perturba. Yo estoy lleno de resentimiento, lleno de odio; detesto a la gente, y eso me causa dolor. Y me doy cuenta de ello. ¿Qué he de hacer? Este es un factor que perturba mucho mi vida. ¿Qué tendré que hacer? ¿Cómo estaré realmente libre de ello? No se trata tan sólo de desprenderme de ello por el momento, sino de librarme fundamentalmente de ello. ¿Cómo habré de proceder?

Esto para mí es un problema porque me perturba. Si no fuera una cosa perturbadora, no sería problema para mí, ¿verdad? Porque causa dolor, perturbación, ansiedad, porque creo que es feo, quiero librarme de él. Por consiguiente, es a la perturbación que yo me opongo, ¿no es así? Le doy diferentes nombres en distintos momentos, en diferentes estados de ánimo; un día lo llamo esto, y otro día otra cosa. Pero el deseo, en el fondo, es no verme perturbado. ¿No es eso? Como el placer no perturba, lo acepto. No deseo librarme del placer porque en él no hay perturbación, al menos por el momento. Pero el odio, el resentimiento, son factores muy perturbadores en mi vida, y yo deseo librarme de ellos. Mi interés es no ser perturbado, y estoy buscando una manera de no ser nunca perturbado. ¿Y por qué no he de serlo? Yo tengo que ser perturbado para descubrir algo, ¿no es cierto? Yo tengo que pasar por tremendos trastornos, disturbios, ansiedades, para poder descubrir, ¿no es así? Porque si no me veo perturbado, me quedaré dormido. Y tal vez sea eso lo que la mayoría de nosotros desea en realidad: que se nos apacigüe, que se nos haga dormir, alejarnos de toda perturbación, hallar aislamiento, un retiro, seguridad. Si a mí no me importa, pues, ser perturbado (en realidad, no superficialmente); si no me importa ser perturbado porque deseo descubrir la verdad al respecto, entonces mi actitud hacia el odio, hacia el resentimiento, sufre un cambio, ¿verdad? Si no me preocupa ser perturbado, entonces el nombre no tiene importancia, ¿no es así? La palabra “odio” no es importante; ¿lo es acaso?  O “resentimiento” contra la gente carece de importancia, ¿no es así? Porque entonces vivo instantáneamente el estado que llamo “resentimiento”, sin hablar de la vivencia. La ira es una cualidad muy perturbadora, como lo son el odio y el resentimiento; y muy pocos de nosotros experimentamos la ira inmediatamente sin nombrarla. Si no la nombramos, si no la llamamos “ira”, la vivencia es, por cierto, distinta, ¿verdad? Como la denominamos, con ello reducimos la vivencia nueva a lo viejo o la fijamos en términos de lo viejo. Mientras que si no la nombramos, hay entonces una vivencia que se comprende inmediatamente, y esta comprensión trae una transformación en el momento de esa vivencia.

Tomemos, por ejemplo, la mezquindad. La mayoría de nosotros no nos damos cuenta si somos mezquinos: mezquinos en cuestiones de dinero, mezquinos para perdonar a la gente; mezquinos, simplemente, bien lo sabéis. Estoy seguro que esto nos resulta familiar. Ahora bien, dándonos cuenta de ello, ¿cómo vamos a librarnos de esa condición? No se trata de llegar a ser generosos, que no es lo importante. El estar libre de mezquindad implica generosidad; no necesitáis volveros generosos. Evidentemente, hay que darse cuenta de ello. Puede que seáis muy generosos al hacer un gran donativo a vuestra sociedad, a vuestros amigos, pero terriblemente mezquinos en cuanto a dar mayor propina; bien sabéis lo que entiendo por “mezquino”. Uno no es consciente de ello. Cuando uno llega a darse cuenta de ello, ¿qué ocurre? Nos esforzamos por ser generosos, tratamos de vencer nuestra mezquindad, nos disciplinamos con el fin de ser generosos, y así sucesivamente. Pero, después de todo, el ejercitar la voluntad para ser algo sigue siendo parte de la mezquindad, dentro de un circulo mayor) Así, pues, si no hacemos ninguna de esas cosas y simplemente nos damos cuenta de lo que implica la mezquindad, sin aplicarle un término, veremos que ocurre una transformación radical.

 Tened a bien experimentar con esto. Primero, uno tiene que ser perturbado; y es obvio que a casi ninguno de nosotros le gusta ser perturbado. Creemos haber hallado una norma de vida -el Maestro, la creencia, lo que sea- y allí nos establecemos. Es lo mismo que tener un buen puesto burocrático y establecerse en él para el resto de la vida. Con esa misma mentalidad enfocamos diversas cualidades de las cuales queremos librarnos. No vemos la importancia de ser perturbados, de estar interiormente inseguros, de librarnos de toda dependencia. Es sólo en la inseguridad, sin duda, que descubrís, que podéis ver, que comprendéis. Queremos tener, como el hombre de mucho dinero, una vida fácil. Él no será perturbado; él no quiere ser perturbado. La perturbación es esencial para la comprensión y cualquier intento de hallar seguridad es un obstáculo a la comprensión; y cuando queremos libramos de algo que nos perturba, ello es por cierto un obstáculo. Mas si podemos experimentar un sentimiento inmediatamente, sin nombrarlo, creo que es mucho lo que en ello encontraremos. Entonces ya no hay pugna con el sentimiento, porque el experimentar y lo experimentado son una misma cosa; y eso es esencial. Mientras el experimentador nombre el sentimiento, la vivencia, él se separará de ella y actuará sobre ella; y tal acción es artificial, ilusoria. Pero si no se nombra, el experimentador y lo experimentado son una sola cosa. Esa integración es necesaria, y hay que enfrentarla radicalmente.

PREGUNTAS Y RESPUESTAS - J.K. - 12. EL TEDIO Y EL INTERÉS -

 12. EL TEDIO Y EL INTERÉS 

Pregunta: Yo no estoy interesado en nada, pero la mayoría de la gente anda ocupada con muchos intereses. No tengo necesidad de trabajar, y por lo tanto no lo hago. ¿Debo emprender algún trabajo útil?

KRISHNAMURTI: ¿Debo dedicarme al servicio social, a la acción política, o a la vida religiosa? ¿Es eso, no? ¿Como usted no tiene otra cosa que hacer, se hace reformador? Señor, si nada tiene usted que hacer, si está aburrido, ¿por qué no estarlo? ¿Por qué no ser eso? Si estáis sumidos en la aflicción, estad afligidos. No tratéis de hallarle una salida. Porque el que estéis fastidiados, aburridos, tiene un significado inmenso, si es que podéis comprenderlo, vivirlo. Pero si decís “estoy aburrido, y por lo tanto voy a hacer otra cosa”, lo único que hacéis es tratar de escapar al aburrimiento. Y como casi todas nuestras actividades son evasiones; hacéis mucho daño en el terreno social y en todos los otros. El daño es mucho mayor cuando escapáis que cuando sois lo que sois y os quedáis con el tedio. La dificultad estriba en quedarse con el tedio y no en huir; y como la mayoría de nuestras actividades son un proceso de evasión, os resulta inmensamente difícil dejar de escapar y hacer frente al tedio. Así, pues, me alegro de que usted esté realmente aburrido, y le digo: punto final, quedémonos ahí y examinemos el asunto. ¿Por qué habría usted de hacer algo? Si estáis aburridos, ¿por qué lo estáis? ¿Qué es eso que llamáis aburrimiento? ¿Por qué es que nada os interesa? Tiene que haber causas y razones por las cuales estáis sin ánimo los sufrimientos, las escapatorias, las creencias, la actividad incesante, os han oscurecido la mente y endurecido el corazón. Pero si pudierais descubrir por qué estáis aburridos, qué carecéis de interés, entonces, seguramente, podríais resolver el problema. ¿No es así? Entonces, despierto, funcionará el interés. Pero si no os interesa el porqué de vuestro aburrimiento, no podéis interesaros a la fuerza en una actividad, simplemente para hacer algo, como una ardilla que da vueltas en una jaula. Yo sé que esta es la clase de actividad a que se entrega la mayoría de nosotros. Sin embargo, podemos descubrir en nuestro fuero interior, psicológicamente, por qué nos hallamos en ese estado de total aburrimiento; podemos ver por qué se halla en ese estado la mayoría de nosotros: nos hemos agotado emocional y mentalmente, hemos probado tantas cosas, tantas sensaciones, tantas diversiones, tantos experimentos, que nos hemos entorpecido y hastiado. Ingresamos a una agrupación, hacemos todo lo que se nos pide, y luego la abandonamos; entonces pasamos a otra cosa y la probamos. Si fracasamos con un psicólogo, recurrimos a otra persona o a un sacerdote; si allí fracasamos, recurrimos a otro instructor, y así sucesivamente; siempre seguimos en movimiento. Este constante proceso de esforzarse y aflojar es agotador, ¿verdad? Como todas las sensaciones, no tarda en oscurecer la mente. Esto es lo que hemos hecho: hemos ido de sensación en sensación, de una excitación a otra, hasta llegar a un punto en que estamos realmente agotados.

Ahora bien, dándoos cuenta de ello, no prosigáis: tomad un descanso. Aquietaos. Dejad que la mente se fortalezca a sí misma. No la forcéis. Así como la tierra se renueva durante el invierno, así también se renueva la mente cuando se le permite aquietarse. Pero es muy difícil permitir que la mente se aquiete, que permanezca en barbecho después de todo esto, ya que la mente desea en todo momento hacer algo. Y cuando lleguéis al punto en que realmente aceptáis ser lo que sois -aburridos, feos, horribles, lo que fuere-, entonces hay una posibilidad de habérosla con todo ello. ¿Qué ocurre cuando aceptáis algo, cuando aceptáis lo que sois? Cuando aceptáis ser lo que sois, ¿dónde está el problema? El problema existe únicamente cuando no aceptamos una cosa tal cual es, y deseamos transformarla, lo cual no significa que yo abogue por la resignación; al contrario. Si aceptamos lo que somos, entonces vemos que la cosa que nos aterraba, la cosa que llamábamos aburrimiento, desesperación, miedo, ha sufrido un cambio completo. Hay una transformación completa de la cosa que nos infundió temor.

 Por eso es importante, como ya lo dije, que se comprenda el proceso, las modalidades de nuestro propio pensar. El conocimiento propio no puede adquirirse por intermedio de nadie, ni de ningún libro, ni de ninguna confesión, psicología o psicoanalista. Tiene que ser descubierto por vosotros mismos, porque es nuestra vida; y sin ampliar y ahondar ese conocimiento del “yo”, hagáis lo que hagáis, así alteréis cualesquiera de las circunstancias e influencias externas o internas, ello será siempre una fuente de desesperación, de pena y de dolor. Para ir más allá de las actividades en que la mente se encierra a sí misma, tenéis que comprenderlas; y el comprenderlas significa darse cuenta de la acción en la vida de relación: relación con las cosas, con las personas y con las ideas. En esa vida de relación, que es el espejo, empezamos a vernos a nosotros mismos sin condenación ni justificación; y partiendo de ese conocimiento más amplio y profundo de las modalidades de nuestra mente, es posible proseguir adelante. Entonces es posible que la mente esté quieta y reciba aquello que es lo real.

PREGUNTAS Y RESPUESTAS - J.K. - 11. EL TEMOR -

 Pregunta: ¿Cómo puedo librarme del miedo, que influye en todas mis actividades? 

KRISHNAMURTI: ¿Qué entendemos por miedo? ¿Miedo de qué? Hay diversos tipos de miedo, y no necesitamos analizar cada uno. Pero podemos ver que el miedo surge cuando nuestra comprensión de la vida de relación no es completa. Relaciones existen no sólo entre personas sino entre nosotros y la naturaleza, entre nosotros y los bienes, entre nosotros y las ideas; y mientras esas relaciones no sean plenamente comprendidas, tiene que haber miedo. La vida es convivencia. Ser es estar relacionado, y sin relaciones no hay vida. Nada puede existir en el aislamiento; y mientras la mente busque aislamiento tiene que haber miedo. El miedo, pues, no es una abstracción; sólo existe con relación a algo.

La pregunta es: “¿Cómo librarse del miedo?” En primer término, cualquier cosa que sea vencida tiene que ser subyugada una y otra vez. No es posible vencer, sobreponerse a un problema; el problema puede ser comprendido, no vencido. Esos son dos procesos completamente diferentes; y el proceso de vencer conduce a mayor confusión, a mayor miedo. Resistir, dominar, batallar con un problema, o erigir contra él una defensa, es sólo crear mayor conflicto. Si en lugar de ello podemos comprender el miedo, penetrarlo plenamente paso a paso, explorar todo su contenido, el miedo jamás volverá en forma alguna. Como ya lo dije, el miedo no es una abstracción; sólo existe en relación a algo. ¿Y qué entendemos por miedo? Al final de cuentas, tenemos miedo de no ser, de no llegar a ser algo. ¿No es así? Ahora bien, cuando existe el miedo de no ser, de no progresar, o el miedo a lo desconocido, a la muerte, ¿puede ese miedo ser vencido por una determinación, por una conclusión, por alguna opción? Es evidente que no. La mera supresión, sublimación o substitución crea mayor resistencia, ¿verdad? El miedo no puede, pues, ser vencido mediante forma alguna de disciplina, de resistencia. Este hecho tiene que ser claramente percibido, sentido y experimentado; el miedo no puede ser vencido por ninguna forma de defensa o de resistencia. Tampoco puede uno librarse del miedo buscando una respuesta, o por medio de una simple explicación intelectual o verbal.

 Ahora bien: ¿de qué tenemos miedo? ¿Tenemos miedo de un hecho o de una idea acerca del hecho? ¿Tenemos miedo de la cosa, tal como es, o tenemos miedo de lo que creemos que es? Tomemos la muerte como ejemplo. ¿Tenemos miedo del hecho de la muerte o de la idea de la muerte? El hecho es una cosa, y la idea acerca del hecho es otra. ¿Tengo miedo de la palabra “muerte” o del hecho en sí? Como tengo miedo del vocablo, de la idea, nunca encaro, nunca comprendo el hecho, no estoy jamás en relación directa con el hecho. Es tan sólo cuando estoy en completa comunión con el hecho, que el miedo no existe. Mas si no estoy en comunión con el hecho, entonces tengo miedo; y no hay comunión alguna con el hecho mientras yo tenga una idea, una opinión, una teoría, acerca del hecho. Tengo que ver con toda claridad. Si tengo miedo de la palabra, de la idea o del hecho. Si estoy cara a cara con el hecho, nada hay que comprender al respecto: el hecho está ahí, y puedo habérmelas con él. Mas si me da miedo la palabra, tengo que entenderla, penetrar todo el proceso de lo que implica la palabra, el término. Por ejemplo: uno tiene miedo de la soledad, miedo del dolor y de la angustia de estar solo. Ese miedo, por cierto, existe porque uno nunca ha considerado realmente la soledad, nunca ha estado en completa comunión con ella. En cuanto uno se abre completamente al hecho de la soledad, puede comprender lo que ella es; pero uno tiene una idea, una opinión acerca de ella, basada en un conocimiento previo; y es esa idea, esa opinión, ese conocimiento previo acerca del hecho, que crea el miedo. El miedo, pues, es evidentemente el resultado de poner nombre, de aplicar un término, de proyectar un símbolo que representa el hecho; es decir, el miedo no es independiente de la palabra, del término. Tengo una reacción, supongamos, ante la soledad: digo que me da miedo no ser nada. ¿Tengo miedo del hecho en sí, o ese miedo se despierta porque tengo un conocimiento previo del hecho? Ese conocimiento es la palabra, el símbolo, la imagen. ¿Cómo puede haber miedo de un hecho? Cuando estoy frente a frente a un hecho, en directa comunión con él, puedo mirarlo, observarlo; no hay, por lo tanto, miedo del hecho. Lo que causa miedo es mi aprensión acerca del hecho, de lo que el hecho pudiera ser o hacer. Es, pues, mi opinión, mi idea, mi conocimiento respecto del hecho, lo que origina el miedo. Mientras demos más importancia a la palabra que al hecho, mientras al hecho se le dé un nombre y con ello se lo identifique o condene, mientras el pensamiento juzgue el hecho como observador, tiene que haber miedo. El pensamiento es producto del pasado y sólo puede existir gracias a las palabras, nombres, a los símbolos, a las imágenes, y mientras el pensamiento considere o traduzca el hecho, tiene que existir el miedo.

Es, pues, la mente la que crea el miedo, siendo la mente el proceso de pensar. El pensar es “verbalización”. No podéis pensar sin palabras, sin símbolos, sin imágenes. Esas imágenes, que son los prejuicios, el conocimiento previo, las aprensiones de la mente, se proyectan sobre el hecho, y de ahí surge el miedo. Sólo se está libre del miedo cuando la mente es capaz de considerar el hecho sin interpretarlo, sin ponerle un nombre, un rótulo. Esto es sumamente difícil, porque los sentimientos, las reacciones, las ansiedades que tenemos, son prontamente identificados por la mente y reciben un nombre. El sentimiento de los celos es identificado por esa palabra. Ahora bien: ¿es posible no identificar un sentimiento, captar ese sentimiento sin ponerle nombre? Es el poner nombre al sentimiento lo que le da continuidad, lo que le infunde vigor. No bien dais un nombre a eso que llamáis miedo, lo fortalecéis; mas si podéis captar ese sentimiento sin denominarlo, veréis que él se debilita. Por consiguiente, si uno quiere estar completamente libre del miedo, es esencial que entienda todo el proceso de denominar, de proyectar símbolos, de dar nombres a los hechos. Es decir, el estar libre del miedo sólo es posible habiendo conocimiento propio. El conocimiento propio es el comienzo de la sabiduría, y ésta es el fin del miedo.  

PREGUNTAS Y RESPUESTAS -J.K. - 10. LA GUERRA -

 10. LA GUERRA 

Pregunta: ¿Cómo podemos resolver, nuestro caos político actual y la crisis del mundo? ¿Hay algo que un individuo pueda hacer para atajar la guerra que se avecina?

KRISHNAMURTI: La guerra es la proyección espectacular y sangrienta de nuestra vida diaria, ¿no es así? La guerra es una mera expresión externa de nuestro estado interno, una amplificación de nuestra actividad diaria. Es más espectacular, más sangrienta, más destructiva, pero es el resultado colectivo de nuestras actividades individuales. De suerte que vosotros y yo somos responsables de la guerra, ¿y qué podemos hacer para detenerla? Es obvio que la guerra que nos amenaza constantemente no puede ser detenida por vosotros ni por mi porque ya está en movimiento; ya está desencadenándose, aunque todavía en el nivel psicológico principalmente. Como ya está en movimiento, no puede ser detenida; los puntos en litigio son demasiados, excesivamente graves, y la suerte ya está echada. 

Pero vosotros y yo, viendo que la casa está ardiendo, podemos comprender las causas de ese incendio, alejamos de él y edificar en un nuevo lugar con materiales diferentes que no sean combustibles, que no produzcan otras guerras. Eso es todo lo que podemos hacer. Vosotros y yo podemos ver qué es lo que engendra las guerras, y si nos interesa detenerlas, podemos empezar a transformamos a nosotros mismos, que somos las causas de la guerra.

 Una señora americana vino a verme hace un par de años, durante la guerra. Me dijo que había perdido a su hijo en Italia y que tenía otro hijo de dieciséis años al que quería salvar; de suerte que charlamos del asunto. Yo le sugerí que para salvar a su hijo debía dejar de ser americana; debía dejar de ser codiciosa, de acumular riquezas, de buscar el poder y la dominación, y ser moralmente sencilla, no sólo sencilla en cuanto a vestidos, a las cosas externas, sino sencilla en sus pensamientos y sentimientos, en su vida de relación. Ella dijo: “Eso es demasiado. Me pide usted demasiado. Yo no puedo hacer eso, porque las circunstancias son demasiado poderosas para que yo las altere”. Por lo tanto, resultaba responsable de la destrucción de su hijo. Las circunstancias pueden ser dominadas por nosotros, porque nosotros hemos creado las circunstancias. La sociedad es el producto de la relación; de vuestras relaciones y las mías, de todas ellas juntas. Si cambiamos en nuestra vida de relación, la sociedad cambia. El confiar únicamente en la legislación, en la compulsión, para la transformación externa de la sociedad mientras interiormente seguimos siendo corrompidos, mientras en nuestro fuero íntimo continuamos en busca del poder, de las posiciones, de la dominación, es destruir lo externo, por muy cuidadosa y científicamente que se lo haya construido. Lo que es del fuero íntimo se sobrepone siempre a lo externo.

¿Qué es lo que causa la guerra religiosa, política o económica? Es evidente que la creencia, ya sea en el nacionalismo, en una ideología o en un dogma determinado. Si en vez de creencias tuviéramos buena voluntad, amor y consideración entre nosotros, no habría guerras. Pero se nos alimenta con creencias, ideas y dogmas, y por lo tanto, engendramos descontento. La presente crisis, por cierto, es de naturaleza excepcional, y nosotros, como seres humanos, o tenemos que seguir el sendero de los conflictos constantes y continuas guerras, que son el resultado de nuestra acción cotidiana, o de lo contrario ver las causas de la guerra y volverles la espalda.

  Lo que causa la guerra, evidentemente, es el deseo de poder, de posición, de prestigio, de dinero, como asimismo la enfermedad llamada nacionalismo -el culto de una bandera- y la enfermedad de la religión organizada, el culto de un dogma. Todo eso es causa de guerra; y si vosotros como individuos pertenecéis a cualquiera de las religiones organizadas, si sois codiciosos de poder, si sois envidiosos, forzosamente produciréis una sociedad que acabará en la destrucción. Nuevamente: ello depende de vosotros y no de los dirigentes, no de los llamados hombres de Estado, ni de ninguno de los otros. Depende de vosotros y de mí, pero no parecemos darnos cuenta de ello. Si por una vez sintiéramos realmente la responsabilidad de nuestros propios actos, ¡cuán pronto podríamos poner fin a todas estas guerras, a toda esta miseria aterradora! Pero, como veis, somos indiferentes. Comemos tres veces al día, tenemos nuestros empleos, nuestra cuenta bancaria, grande o pequeña, y decimos: “por el amor de Dios, no nos moleste, déjenos tranquilos”. Cuanto más alta es nuestra posición, más deseamos seguridad, permanencia, tranquilidad, menos injerencia admitimos, y más deseamos mantener las cosas fijas, como están; pero ellas no pueden mantenerse como están, porque no hay nada que mantener. Todo se desintegra. No queremos hacer frente a estas cosas, no queremos encarar el hecho de que vosotros y yo somos responsables de las guerras. Vosotros y yo charlamos de paz, nos reunimos en conferencias, nos sentamos en torno a una mesa y discutimos; pero en nuestro fuero íntimo, en lo psicológico, deseamos poder y posición, y nos mueve la codicia. Intrigamos, somos nacionalistas; nos atan las creencias, los dogmas, por los cuales estamos dispuestos a morir y a destruirnos unos a otros. ¿Creéis que semejantes hombres -vosotros y yo- podemos tener paz en el mundo? Para que haya paz, debemos ser pacíficos; vivir en paz significa no crear antagonismos. La paz no es un ideal. Para mí un ideal es simple evasión, un modo de eludir lo que es, una contradicción con lo que es. Un ideal impide la acción directa sobre lo que es. Mas para que haya paz tendremos que amar, tendremos que empezar, no a vivir una vida ideal sino a ver las cosas como son y obrar sobre ellas, a transformarlas. Mientras cada uno de nosotros busque seguridad psicológica, la seguridad fisiológica que necesitamos -alimento, vestido y albergue- se ve destruida. Andamos en busca de seguridad psicológica, que no existe; y, si podemos, la buscamos por medio del poder, de la posición, de los títulos, de los nombres, todo lo cual destruye la seguridad física. Esto, cuando se lo considera, resulta un hecho evidente.

Para traer paz al mundo, por lo tanto, para detener todas las guerras, tiene que haber una revolución en el individuo, en vosotros y en mí. La revolución económica sin esta revolución interna carece de sentido, pues el hambre es el resultado del defectuoso ajuste de las condiciones económicas producido por nuestros estados psicológicos: codicia, envidia, mala voluntad y espíritu de posesión. Para poner fin al dolor, al hambre, a la guerra, es preciso que haya una revolución psicológica, y pocos de nosotros están dispuestos a enfrentar tal cosa. Discutiremos sobre la paz, proyectaremos leyes, crearemos nuevas ligas, las Naciones Unidas, y lo demás. Pero no lograremos la paz porque no queremos renunciar a nuestra posición, a nuestra autoridad, a nuestros dineros, a nuestras propiedades, a nuestra estúpida vida. Confiar en los demás es absolutamente vano; los demás no nos traerán la paz. Ningún dirigente, ni gobierno, ni ejército, ni patria, va a darnos la paz. Lo que traerá la paz es la transformación interna que conducir a la acción externa. La transformación interna no es aislamiento; no consiste en retirarse de la acción externa. Por el contrario, sólo puede haber acción verdadera cuando hay verdadero pensar; y no hay pensar verdadero cuando no hay el conocimiento propio. Si no os conocéis a vosotros mismos, no hay paz.

 Para traer paz al mundo, por lo tanto, para detener todas las guerras, tiene que haber una revolución en el individuo, en vosotros y en mí. La revolución económica sin esta revolución interna carece de sentido, pues el hambre es el resultado del defectuoso ajuste de las condiciones económicas producido por nuestros estados psicológicos: codicia, envidia, mala voluntad y espíritu de posesión. Para poner fin al dolor, al hambre, a la guerra, es preciso que haya una revolución psicológica, y pocos de nosotros están dispuestos a enfrentar tal cosa. Discutiremos sobre la paz, proyectaremos leyes, crearemos nuevas ligas, las Naciones Unidas, y lo demás. Pero no lograremos la paz porque no queremos renunciar a nuestra posición, a nuestra autoridad, a nuestros dineros, a nuestras propiedades, a nuestra estúpida vida. Confiar en los demás es absolutamente vano; los demás no nos traerán la paz. Ningún dirigente, ni gobierno, ni ejército, ni patria, va a darnos la paz. Lo que traerá la paz es la transformación interna que conducir a la acción externa. La transformación interna no es aislamiento; no consiste en retirarse de la acción externa. Por el contrario, sólo puede haber acción verdadera cuando hay verdadero pensar; y no hay pensar verdadero cuando no hay el conocimiento propio. Si no os conocéis a vosotros mismos, no hay paz.

Para poner fin a la guerra externa, debéis empezar por poner fin a la guerra en vosotros mismos. Algunos de vosotros moverán la cabeza y dirán “estoy de acuerdo”, y saldrán y harán exactamente lo mismo que han estado haciendo durante los últimos diez o veinte años. Vuestra conformidad es puramente verbal y carece de significación, pues las miserias y las guerras del mundo no van a ser detenidas por vuestro fortuito asentimiento. Sólo serán detenidas cuando os deis cuenta del peligro, cuando percibáis vuestra responsabilidad, cuando no dejéis eso en manos de otros. Si os dais cuenta del sufrimiento, si veis la urgencia de la acción inmediata y no la aplazáis, entonces os transformaréis; y la paz vendrá tan sólo cuando vosotros mismos seáis pacíficos, cuando vosotros mismos estéis en paz con vuestro prójimo.  

PREGUNTAS Y RESPUESTAS - J.K. - 9. LA VIDA DE RELACIÓN -

 9. LA VIDA DE RELACIÓN 

Pregunta: A menudo ha hablado usted de la vida de relación. ¿Qué significa para usted?

 KRISHNAMURTI: En primer término, no hay ser alguno que esté aislado. Ser es estar en relación, y sin relación no hay existencia. ¿Qué entendemos por relación? Es la conexión entre el reto y la respuesta en el trato de dos personas, de vosotros conmigo; es el reto que vosotros lanzáis y que yo acepto o al cual respondo; también el reto que yo os lanzo. La relación de dos personas crea la sociedad; la sociedad no es independiente de vosotros y de mí; la masa no es por sí misma una entidad separada, sino que vosotros y yo, en nuestra mutua relación, creamos la masa, el grupo, la sociedad. La relación es el darse cuenta de la conexión existente entre dos personas. ¿En qué se basa por lo general esa relación? ¿No se basa acaso en la llamada “interdependencia”, en la ayuda mutua? Decimos por lo menos que ella es ayuda mutua, auxilio mutuo, y así sucesivamente; pero en realidad, independientemente de las palabras, de la resistencia emocional que ofrecemos los unos a los otros, ¿en qué se basa la relación? En la mutua satisfacción, ¿no es así? Si yo no os agrado, prescindís de mí; si yo os agrado, me aceptáis como esposa, vecino o amigo. Ese es el hecho.

¿Qué es lo que llamáis “familia”? Evidentemente, es una relación de intimidad, de comunión. En vuestra familia, en la relación con vuestra esposa, con vuestro esposo, ¿existe comunión? Eso, por cierto, es lo que entendemos por relación, ¿verdad? La relación significa comunión en la que no hay temor, libertad para comprenderse el uno al otro, para comunicarse al instante. Es obvio que la relación significa eso, estar en comunión con otro. ¿Lo estáis vosotros? ¿Estáis en comunión con vuestra esposa? Tal vez lo estéis físicamente, pero eso no es relación. Vosotros y vuestra esposa vivís en lados opuestos de un muro de aislamiento, ¿no es así? Tenéis vuestros propios empeños, vuestras ambiciones, y ella tiene los suyos. Vivís detrás del muro y de vez en cuando miráis por encima de él, y a eso le llamáis “relación”. Eso es un hecho, ¿verdad? Podéis magnificarlo, suavizarlo, introducir un nuevo juego de palabras para describirlo, pero el hecho es ése: que vosotros y los que os rodean vivís aislados, y a esa vida en aislamiento le llamáis “relación”.

 Si hay verdadera relación entre dos personas, lo cual significa que entre ellas hay comunión, entonces las implicaciones son enormes. Entonces no hay aislamiento; hay amor y no responsabilidad o deber. Las personas que se aíslan detrás de sus muros son las que hablan de deber y responsabilidad. El hombre que ama, no habla de responsabilidad, ama. Por lo tanto comparte con otro su júbilo, su pena, su dinero. ¿Son así vuestras familias? ¿Existe comunión directa con vuestra esposa, con vuestros hijos? Es obvio que no. Por consiguiente la familia es un mero pretexto para continuar con vuestro nombre y tradición, para que ella os dé lo que deseáis, en lo sexual o en lo psicológico, de suerte que la familia llega a ser un medio de autoperpetuación, de prolongar vuestro nombre. Esa es una clase de inmortalidad, de permanencia. Si hay verdadera relación entre dos personas, lo cual significa que entre ellas hay comunión, entonces las implicaciones son enormes. Entonces no hay aislamiento; hay amor y no responsabilidad o deber. Las personas que se aíslan detrás de sus muros son las que hablan de deber y responsabilidad. El hombre que ama, no habla de responsabilidad, ama. Por lo tanto comparte con otro su júbilo, su pena, su dinero. ¿Son así vuestras familias? ¿Existe comunión directa con vuestra esposa, con vuestros hijos? Es obvio que no. Por consiguiente la familia es un mero pretexto para continuar con vuestro nombre y tradición, para que ella os dé lo que deseáis, en lo sexual o en lo psicológico, de suerte que la familia llega a ser un medio de autoperpetuación, de prolongar vuestro nombre. Esa es una clase de inmortalidad, de permanencia.  La familia también se utiliza como medio de satisfacción. Yo exploto a los demás sin piedad, en el mundo de los negocios, en el mundo exterior político o social; y en el hogar procuro ser bueno y generoso. ¡Qué absurdo! O bien el mundo me agobia y quiero paz, y me voy a casa. En el mundo exterior yo sufro; me voy a casa y trato de hallar consuelo. Utilizo, pues, la relación como medio de satisfacción, lo cual significa que no me quiero ver perturbado por mis relaciones. De suerte que la relación se busca donde hay mutua satisfacción, halago. Donde no halláis esa satisfacción, cambiáis de relaciones; o bien os divorciáis, o continuáis juntos pero buscáis satisfacción en otra parte, hasta hallar lo que buscáis, es decir, satisfacción, halago, y una sensación de estar protegidos y cómodos. Después de todo, esa es nuestra vida de relación en el mundo; y así es, en realidad. Se busca la relación donde pueda haber seguridad, donde vosotros como individuos podáis vivir en un estado de seguridad, en un estado de satisfacción, en un estado de ignorancia, todo lo cual causa siempre conflicto, ¿no es así? Si vosotros no me satisfacéis y yo busco satisfacción, es natural que haya conflicto, porque ambos buscamos seguridad el uno en el otro; y cuando esa seguridad se torna incierta, os ponéis celosos, os volvéis violentos, posesivos, y lo demás. La relación, pues, conduce a la posesión, a la condenación, a las exigencias autoafirmativas de seguridad, de comodidad y de satisfacción; y en eso, naturalmente, no hay amor.

Hablamos de amor, hablamos de responsabilidad, de deber, pero en realidad no hay amor; la realización se basa en la satisfacción, de lo cual vemos el efecto en la civilización actual. El modo como tratamos a nuestras esposas, a nuestros hijos, a los vecinos y amigos, es un indicio de que en nuestra vida de relación no hay realmente nada de amor. Ella es mera búsqueda de satisfacción. Y siendo ello así, ¿qué objeto tiene entonces la relación? ¿Cuál es su significación esencial? Si os observáis a vosotros mismos en relación con los demás, ¿no encontráis que la relación es un proceso de autorrevelación? ¿Mi contacto con vosotros no revela acaso el estado de mi propio ser, si me doy cuenta, si estoy bastante alerta para tener conciencia de mi propia reacción en la vida de relación? La relación es realmente un proceso de revelación de uno mismo, es decir, un proceso de conocimiento propio; y en esa revelación hay muchas cosas desagradables, pensamientos y actividades inquietantes, molestos. Como no me gusta lo que  descubro, huyo de una relación que no es agradable hacia una relación que sea grata. La relación, por lo tanto, tiene muy poco sentido cuando sólo buscamos satisfacción mutua; pero se vuelve en extremo significativa cuando es un medio de revelación y conocimiento de uno mismo. Después de todo, en el amor no hay relación, ¿verdad? Sólo cuando amáis algo y esperáis retribución de vuestro amor, hay una relación. Cuando amáis, es decir, cuando os entregáis a algo enteramente, plenamente, entonces no hay relación. Si realmente amáis, si existe un amor así surge entonces algo maravilloso. En semejante amor no hay razonamiento, no existe el uno y el otro, hay unidad completa. Es un estado de integración, un completo ser. Esos momentos tan raros, dichosos, jubilosos, existen, entonces hay completo amor, comunión total. Lo que generalmente ocurre es que lo importante no es el amor sino el otro, el objeto del amor; aquel a quien se da el amor se vuelve lo importante, no el amor en sí. Por diversas razones, ya sean biológicas o verbales, o por un deseo de satisfacción, de consuelo, y lo demás, el objeto del amor llega entonces a ser lo importante; y el amor se aleja. Entonces la posesión, los celos y las exigencias causan conflicto, y el amor se aleja cada vez más; y cuanto más se aleja, tanto más el problema de la relación pierde su significación, su valor y su sentido. Por eso el amor es una de las cosas más difíciles de comprender. No puede provenir de una urgencia intelectual, no puede ser fabricado por diversos métodos, medios y disciplinas. Es un estado de ser cuando las actividades del “yo” han cesado; pero ellas no cesarán si simplemente las reprimís, las rehuís o las disciplináis. Es preciso que comprendáis las actividades del “yo” en todas las diferentes capas de la conciencia. Hay momentos en que realmente amamos, en que no hay pensamiento ni móvil; pero esos momentos son muy raros. Y es porque son raros que nos aferramos a ellos en el recuerdo y así creamos una barrera entre la viviente realidad y la acción de nuestra existencia diaria. Para comprender la vida de relación es importante comprender primero lo que es, lo que realmente está ocurriendo en nuestra vida, en todas las diferentes formas sutiles; y también lo que la relación significa en realidad. La relación es autorrevelación. Es porque no queremos revelarnos a nosotros mismos que nos refugiamos en la comodidad, y entonces la relación pierde su extraordinaria hondura, significación y belleza. Sólo puede haber verdadera relación cuando hay amor, pero el amor no es la búsqueda de satisfacción. El amor existe tan sólo cuando hay olvido de uno mismo, cuando hay completa comunión, no entre uno o dos sino comunión con lo supremo; y eso sólo puede acontecer cuando se olvida el “yo”. 


PREGUNTAS Y RESPUESTAS - J.K. - 8. LA COMPRENSIÓN -

 8. LA COMPRENSIÓN 

Pregunta: ¿Cuál es la diferencia entre introspección y comprensión? ¿Quién, en la comprensión, comprende? 

KRISHNAMURTI: Examinemos primero lo que entendemos por introspección. Por introspección entendemos el mirar dentro de uno mismo, el examinarse a sí mismo. ¿Por qué se examina uno a sí mismo? A fin de mejorar, de cambiar, de modificarse. Es decir, practicáis la introspección para llegar a ser “algo”, pues de otro modo no os entregaríais a la introspección. No os examinaríais si no existiese el deseo de modificaros, de cambiaros, de haceros diferentes de lo que sois. Esa, por cierto, es la razón evidente de la introspección. Soy iracundo, y para librarme de la ira, o hacer que ésta cambie o se modifique, me examino mediante la introspección. Donde hay introspección -que es el deseo de modificar o cambiar las respuestas, las reacciones del “yo”- hay siempre un fin en vista; y cuando ese fin no se logra, hay mal humor, depresión. La introspección, pues, siempre va acompañada de depresión. No sé si habéis advertido que cuando practicáis la introspección, cuando miráis dentro de vosotros mismos a fin de cambiaros, siempre hay una ola de depresión. Siempre hay una ola de mal humor contra la cual tenéis que batallar; necesitáis examinaros de nuevo para sobreponeros a ese estado de ánimo, y así sucesivamente. La introspección es un proceso en el que no hay liberación, porque es un proceso de transformar lo que uno es en algo que no es. Es evidente que esto, exactamente, es lo que ocurre cuando practicamos la introspección, cuando nos entregamos a ese acto en particular. En ese acto existe siempre un proceso acumulativo: el del “yo” que examina algo con el objeto de cambiarla. Hay siempre, pues, un conflicto de dualidad, y por lo tanto, un proceso de frustración. Jamás hay una liberación y, comprendiendo esa frustración, uno se siente deprimido.

La comprensión es enteramente diferente. La comprensión es observar sin condenar. La comprensión produce entendimiento porque no hay condenación ni identificación, sino observación silenciosa. Si quiero comprender algo, debo observarlo; no debo criticar, no debo condenar, no debo perseguirlo cuando es placer, ni evitarlo cuando no es placer. Lo único que debe haber es silenciosa observación de un hecho. No hay un fin en vista, sino comprensión de todo lo que va surgiendo. Esa observación, y la comprensión de esa observación, cesan cuando hay condenación, identificación o justificación. La introspección es mejoramiento de uno mismo, y, por lo tanto, la introspección es egocéntrica. La comprensión no es mejoramiento del “yo”. Por el contrario, es la terminación del “yo”, con toda su idiosincrasia y peculiares recuerdos, exigencias y empeños. En la introspección hay identificación y condenación. En la comprensión no hay condenación ni identificación; por consiguiente no hay mejoramiento del “yo”. Entre ambas hay una enorme diferencia.

 El hombre que desea mejorarse a sí mismo jamás puede comprender, porque el mejoramiento implica condenación de algo y logro de un resultado; mientras que en la comprensión hay observación sin condenación, sin negación ni aceptación. La comprensión empieza con las cosas externas, dándose uno cuenta de los objetos, de la naturaleza, y estando en comunión con ellos. Primero hay percepción de las cosas que a uno le rodean, el ser sensible a los objetos, a la naturaleza; después de la gente, lo cual significa relación, y luego está la comprensión de las ideas. Esa comprensión, el ser sensible a las cosas, a la naturaleza, a la gente, a las ideas, no está hecho de procesos separados, sino que es un proceso unitario. Es una constante observación de todo, de todo pensamiento, sentimiento y acción, a medida que surgen dentro de uno mismo. Como la comprensión no es condenatoria, no hay acumulación. Condenáis tan sólo cuando tenéis una norma, lo cual significa que hay acumulación, y por lo tanto mejoramiento del “yo”. Comprensión es el entendimiento de las actividades del “yo”, en su relación con las personas, con las ideas y con las cosas. Esa comprensión es de instante en instante, y, por lo tanto, no puede ser practicada. Cuando practicáis una cosa, se convierte en hábito; y la comprensión no es hábito. Una mente que actúa por hábito es insensible; una mente que funciona dentro del surco de determinada acción es torpe, rígida. El “darse cuenta”, antes bien, requiere constante flexibilidad, vigilancia. Esto no es difícil. Es lo que hacéis cuando estáis interesados en algo, cuando os interesa observar a vuestro hijo, a vuestra esposa, cuidar vuestras plantas, mirar los árboles, las aves. Observáis sin condenación, sin identificación. En esa observación, por lo tanto, hay completa comunión; el observador y lo observado están en comunión completa. Esto ocurre efectivamente cuando estáis hondamente profundamente interesados en algo.

Hay, pues, una enorme diferencia entre la comprensión y el mejoramiento expansivo del “yo” en la introspección. La introspección conduce a la frustración, a nuevos y mayores conflictos. La comprensión, en cambio, es un proceso de liberación dé la acción del “yo”, y consiste en daros cuenta de vuestros diarios movimientos, de vuestros pensamientos y sentimientos, de vuestros actos, y en daros cuenta de otra persona, en observarla. Eso podéis hacerlo tan sólo cuando amáis a alguien, cuando os halláis hondamente interesados en algo. Y cuando yo quiero conocerme a mí mismo, todo mi ser, todo el contenido de mí mismo y no una o dos capas tan sólo, es obvio que no debe haber condenación. Tengo entonces que estar abierto a todo pensamiento, a todo sentimiento, a todos los estados de ánimo, a todas las represiones; y a medida que hay más y más comprensión expansiva, más y más libre me hallo de todo el movimiento oculto de los pensamientos, móviles y empeños. De suerte que la comprensión es libertad, ella trae libertad, ella brinda libertad. La introspección, en cambio, fomenta el conflicto, el proceso de autoencierro; siempre hay en ella, por lo tanto, frustración y miedo.

 El interlocutor desea también saber quién es el que comprende. ¿Qué ocurre cuando tenéis una profunda vivencia de cualquier índole? Cuando tenéis tal vivencia, ¿os dais cuenta de que estáis experimentándola? Cuando os sacude la ira, en la fracción de segundo de ira, o de celos, o de júbilo, ¿os dais cuenta de que estáis gozosos o de que estáis encolerizados? Tan sólo cuando la vivencia ha terminado, surge el experimentador y lo experimentado. Entonces el experimentador observa lo experimentado, el objeto de la experiencia. En el momento de la vivencia, no hay observador ni cosa observada: sólo existe la vivencia. Pero la mayoría de nosotros no “vivenciamos”. Siempre nos hallamos fuera del estado de vivencia, y es por ello que formulamos la pregunta de quién es el observador, quién es el que percibe. Tal pregunta, por cierto, es equivocada, ¿verdad? En el momento en que hay vivencia, no existen la persona que percibe, que comprende, ni el objeto del que ella se da cuenta. No hay observador ni cosa observada, sino tan sólo un estado de vivencia. La mayoría de nosotros encontramos que es extremadamente difícil vivir en un estado de vivencia, porque ello exige extraordinaria flexibilidad, presteza, un alto grado de sensibilidad; y eso resulta imposible cuando deseamos triunfar, cuando tenemos un fin en vista, cuando calculamos, todo lo cual trae frustración. Pero el hombre que nada exige, que no persigue una finalidad, que no anda en busca de un resultado con todo lo que ello implica, un hombre así se halla en estado de constante vivencia. Todo tiene entonces un movimiento, un significado, y nada es viejo, nada se carboniza, nada resulta repetido, porque lo que es jamás es viejo. El reto es siempre nuevo. Sólo la respuesta al reto es lo pasado; y lo pasado crea más residuo, que es el recuerdo, el observador, que se separa de lo observado, del reto, de la experiencia.

Podéis experimentar con esto por vosotros mismos de un modo muy simple y muy fácil. La próxima vez que estéis encolerizados o celosos, o que sintáis codicia, o que seáis violentos o lo que sea, observaos a vosotros mismos. En ese estado “vosotros” no existís. Sólo hay ese estado del ser. Pero al momento, al segundo siguiente, dais nombre y definís el sentimiento, le llamáis celos, ira, codicia. Habéis, pues, creado de inmediato el observador y lo observado, el experimentador y lo experimentado. Cuando hay experimentador y cosa experimentada, el experimentador procura modificar la experiencia, cambiarla, recordar cosas con ella asociadas, y lo demás. Mantiene, por lo tanto, la división entre sí mismo y lo experimentado. Pero si no dais nombre a ese sentimiento -lo que significa que no buscáis un resultado, que no condenáis, que simplemente os dais cuenta del sentimiento, en silencio-, entonces veréis que en ese estado de sentir, en vivencia, no hay observador ni cosa observada. El observador y lo observado, en efecto, son un fenómeno concomitante -existen conjuntamente-, sólo hay vivencia. De suerte que la introspección y la comprensión son enteramente diferentes. La introspección lleva a la frustración, a mayor conflicto, puesto que en ella está implícito el deseo de cambio, y el cambio es mera continuidad modificada. La comprensión es un estado en el que no hay condenación, justificación ni identificación, y en el que, por lo tanto, hay entendimiento, y en ese estado de pasiva comprensión, no existe el experimentador ni lo experimentado.

 La introspección, que es una forma de mejoramiento, de expansión del “yo”, jamás podrá conducir a la verdad porque es siempre un proceso de encierro en uno mismo; mientras que la comprensión es un estado en el que la verdad puede manifestarse: la verdad de lo que se es, la simple verdad de la existencia diaria. Es sólo cuando comprendemos la verdad de la existencia diaria, cuando podemos ir lejos. Debéis empezar cerca para ir lejos; pero la mayoría de nosotros queremos saltar, empezar lejos sin comprender lo que está cerca. A medida que comprendemos lo cercano, encontraremos que no existe distancia entre lo cercano y lo lejano. No hay distancia alguna: el comienzo y el fin son uno solo.


PREGUNTAS Y RESPUESTA -J.K. - 7. EL SUFRIMIENTO -

7. EL SUFRIMIENTO 

Pregunta: ¿Cuál es el significado del dolor y del sufrimiento? 

KRISHNAMURTI: Cuando sufrís, cuando sentís dolor, ¿qué es lo que ello significa? El dolor físico tiene un significado, pero probablemente nos referimos al dolor y al sufrimiento psicológicos, que tienen un significado muy distinto en diferentes niveles. ¿Cuál es la significación del sufrimiento? ¿Por que queréis averiguar la significación del sufrimiento? No es que él carezca de significado; eso lo vamos a averiguar. ¿Pero por qué deseáis descubrirlo? ¿Por qué queréis averiguar la razón por la cual sufrís? Cuando os hacéis la pregunta “¿por qué sufro?”, y buscáis la causa del sufrimiento, ¿no huís del sufrimiento? Cuando busco el significado del sufrimiento, ¿no lo evito, no lo eludo, no huyo de él? El hecho es que sufro; pero no bien la mente se ocupa del sufrimiento y digo “y bien, ¿por qué?”, ya he diluido la intensidad del sufrimiento. En otras palabras: queremos que el sufrimiento se diluya, se alivie, se aleje, se elimine mediante una explicación. Eso, por cierto, no brinda comprensión del sufrimiento. Si me libro, pues, de ese deseo de huir del sufrimiento, empiezo a comprender cuál es su contenido. 

¿Qué es el sufrimiento? Una perturbación en diferentes niveles: en el físico y en los distintos niveles del subconsciente. ¿No es así? Es una forma aguda de perturbación, que me disgusta. Mi hijo ha muerto. He erigido en torno de él todas mis esperanzas; o en torno de mi hija, de mi esposo, de lo que sea. Lo tenía en un altar, junto con todas las cosas que deseaba que él fuera. Y lo he tenido por compañero -ya conocéis todo eso- y de pronto se ha ido. Hay por lo tanto una perturbación, ¿no es así? A esa perturbación le llamo sufrimiento.

 Si no me gusta ese sufrimiento, entonces digo: “¿por qué sufro?”, lo “amaba tanto”, “él era esto” y “yo tenía aquello”. Y trato de hallar solaz en las palabras, en los títulos, en las creencias; como casi todos lo hacemos. Todo ello obra a modo de narcótico. Pero si no hago eso, ¿qué sucede? Simplemente, capto el sufrimiento. No lo condeno ni lo justifico; sufro. Entonces puedo seguir su movimiento, ¿no es así? Entonces puedo captar todo el contenido de lo que él significa; “sigo”, en el sentido de tratar de comprender alguna cosa. ¿Qué significa, pues? ¿Qué es lo que sufre? No se trata de saber por qué hay sufrimiento, ni cuál es la causa del sufrimiento, sino qué es lo que realmente ocurre. No sé si veis la diferencia. Simplemente capto el sufrimiento no como cosa distinta de mí, no como un observador que observa el sufrimiento, sino que éste forma parte de “mí mismo”, es decir, la totalidad de mí mismo sufre. Entonces puedo seguir su movimiento, ver adónde conduce. Si hago esto, es seguro que el dolor me revela su sentido, ¿no es así? Entonces veo que he puesto énfasis en “mí mismo”, no en la persona a quien amo. Esa persona servía para ocultarme de mi propia miseria, mi vacío, mi soledad, mi infortunio. Como yo no soy “algo”, esperaba que él lo fuese. Eso ya terminó; estoy abandonado, perdido, vacío, solo. Sin él o ella, nada soy. Por eso lloro. No es que se haya ido; es que estoy abandonado, que estoy vacío, solo. Es muy difícil llegar a ese punto, ¿verdad? Es difícil darse cuenta realmente, y no decir, simplemente, “estoy solo, vacío, ¿y cómo he de librarme de esa soledad?”, lo cual es otra forma de huida. Es difícil ser consciente de ese vacío, mantenerse en él, ver su movimiento. Esto lo tomo tan sólo como un ejemplo. Así gradualmente, si dejo que el sufrimiento se manifieste, y revele su significación, veo que sufro porque estoy perdido; se me fuerza a prestar atención a algo que no quiero mirar. Se me impone algo que me resisto a ver y a comprender. Y hay un sinnúmero de personas para ayudarme a huir, a evadir, miles de personas llamadas “religiosas”, con sus creencias y dogmas, esperanzas y fantasías. “Es el karma, es la voluntad de Dios”; todos me brindan una salida, bien lo sabéis. Pero si puedo permanecer con el dolor y no apartarlo de mí, ni tratar de circunscribirlo o negado, ¿qué ocurre? ¿Cuál es el estado de mi mente cuando sigue de ese modo el movimiento del sufrir? ¿El sufrimiento es tan sólo una palabra, o es una realidad? Si es una realidad y no una mera palabra, entonces la palabra ya no tiene sentido. Lo único que existe, pues, es el sentimiento de intenso dolor. ¿Con respecto a qué? Con respecto a una imagen, a una experiencia, a algo que poseéis o no poseéis. Si lo poseéis, le llamáis placer; si no lo poseéis es dolor. De modo que el dolor, el sufrimiento, está en relación con algo. ¿Ese “algo” es mera verbalización o una realidad? Es decir, cuando hay sufrimiento, él existe tan sólo en relación con algo. No puede existir por si sólo, así como el temor no puede existir por sí sólo, sino en relación con algo: un individuo, un incidente, un sentimiento. Ahora os dais plena cuenta del sufrimiento. ¿Es ese sufrimiento distinto de vosotros, y por lo tanto sois simplemente el observador que capta el sufrimiento, o es ese sufrimiento vosotros mismos?

Cuando no hay observador que sufre, ¿es el sufrimiento diferente de vosotros? Sois el sufrimiento, ¿no es así? No estáis separados del dolor; sois el dolor. ¿Y ahora, qué ocurre? No se lo evalúa, no se le da nombre, y, por lo tanto, no se lo echa a un lado; sois ese dolor, simplemente; sois ese sentimiento, esa sensación de agonía. Entonces, cuando sois eso, ¿qué sucede? Cuando no le dais nombre, cuando no hay temor a su respecto, ¿hay relación entre el centro, el yo, y el sufrimiento? Si el centro está en relación con él, entonces le teme. Entonces tiene que actuar y hacer algo a su respecto. Pero si el centro es dolor, ¿qué hacéis? No hay nada que hacer, ¿verdad? Si sois dolor y no lo aceptáis, ni lo evaluáis, ni lo hacéis a un lado; si sois esa cosa, ¿qué ocurre? ¿Decís entonces que sufrís? Ha ocurrido, por cierto, una transformación fundamental. Entonces ya no existe el “yo sufro”, porque no hay centro que sufra; y el centro sufre porque nunca hemos examinado lo que es el centro. Sólo vivimos de palabra en palabra, de reacción en reacción. Jamás decimos: “veamos qué cosa es esa que sufre”. Y no lo podéis ver por coacción, por disciplina. Habéis de mirar con interés, con espontánea comprensión. Entonces veréis que lo que llamamos sufrimiento, dolor, eso que evitamos, así como la disciplina, todo se ha desvanecido. Si en mi relación con el sentimiento no lo considero como “algo” separado de mí, no hay problema. Si lo considero como “algo” aparte de mí, sí hay problema.  Mientras trato el sufrimiento como algo fuera de mí -sufro porque he perdido mi hermano, porque no tengo dinero, por esto, por aquello- establezco una relación con ese “algo”, y esa relación es ficticia. Pero si soy esa cosa, si veo el hecho, entonces todo ello se transforma, todo ello tiene un significado diferente. Entonces hay completa atención, atención integrada; y aquello que se considera en su totalidad se comprende, y se disuelve, y así no hay temor; y, por lo tanto, la palabra “sufrimiento” resulta inexistente.