LA MUTACIÓN PSICOLÓGICA - J.K. - CAPÍTULO 5 -

 Capítulo Quinto 

Esta mañana me gustaría, si se me permite, hablar de algo que me parece muy importante. No es una idea ni un concepto, ni una formula que se haya de aplicar. Conceptos, formulas, ideas, realmente impiden la honda comprensión de los hechos tales como son. Al decir “comprender un hecho” me refiero a observar una actividad. Un movimiento del pensar o sentir, y a percibir su significado en el momento mismo de la acción. La percepción de un hecho tal como es tiene que realizarse en el momento mismo de la acción; y si uno no comprende en profundidad los hechos siempre estará acosado por el miedo. Creo que la mayoría de nosotros tenemos esta enorme carga del miedo, consciente o inconsciente, y esta mañana quisiera examinar este problema con vosotros y ver si podemos lograr una comprensión total y, por consiguiente, una completa resolución del miedo, para que cuando uno salga de esta cálida tienda esté literalmente y en verdad libre del temor. Permitidme pues, sugerir que escuchéis en silencio, más bien que disputando interiormente conmigo. Un poco más adelante discutiremos intercambiaremos palabras verbalizaremos nuestros pensamientos y sentimientos. Mas, por el momento, escuchemos en cierto sentido negativamente, es decir, sin ninguna aserción positiva del acto de escuchar. Simplemente escuchar, me estoy comunicando con vosotros. Vosotros no os estáis comunicando conmigo. Os estoy diciendo algo. Para comprender que es lo que quiero transmitir, tenéis que escuchar, y en el acto mismo de escuchar podréis entrar en comunicación con el que habla.

Desgraciadamente la mayoría de nosotros somos incapaces de esta escucha negativa, silenciosa, no sólo aquí, sino también en nuestra existencia cotidiana. Cuando salimos a dar un paseo, no escuchamos los pájaros, el susurro de los árboles, el murmullo del río, no escuchamos las montañas, ni los cielos que están más allá. Para estar directamente en comunión con la naturaleza y con las personas, tenéis que escuchar; y sólo podéis escuchar cuando estáis en silencio negativamente, es decir, cuando escucháis sin esfuerzo, sin que haya acción mental, sin verbalizar, disputar, discutir. No sé si habéis tratado alguna vez de escuchar de manera completa a vuestra esposa o vuestro marido, a los hijos, el automóvil que pasa al lado, los movimientos de vuestro propio pensar y sentir. En tal escucha no hay acción alguna, no hay intención ni interpretación; y ese acto mismo de escuchar produce una enorme revolución en la raíz misma de la mente.

 Pero la mayoría de nosotros estamos muy poco acostumbrados a escuchar. Si oímos cualquier cosa contraria a nuestro habitual pensamiento, o si alguien trata a puntapiés uno de nuestros ideales favoritos, nos agitamos terriblemente. Tenemos intereses creados en ciertas ideas y en ciertos ideales, lo mismo que los tenemos en propiedades y en nuestra experiencia y conocimiento, y, cuando se pone en tela de juicio cualquier cosa de estas, perdemos el equilibrio, resistimos a todo lo que se dice. Pues bien, si realmente queréis escuchar esta mañana lo que se está diciendo, escuchar con percepción alerta, sin elección, entonces hallaréis que seguís en forma no verbal al que habla, es decir, sin análisis lingüístico y, por tanto avanzáis con el sentido, con el significado que está tras la palabra. Ello no significa que os echéis a dormir o que os encontréis en algún estado beatífico de sentimentalismo autosatisfactorio. Al contrario, escuchar requiere mucha atención, no concentración, sino atención. Las dos cosas son enteramente distintas. Si escucháis con atención, tal vez vosotros y yo podamos llegar a esas grandes profundidades en las cuales puede realizarse la creación. Esto es esencial, porque una mente que sea superficial, ansiosa, incesantemente preocupada por muchos problemas, no es posible que comprenda el temor, una de las cosas más fundamentales de la vida. Si no comprendemos el miedo, no puede haber amor ni puede haber creación, que no es el acto de crear, sino es ese estado de creación intemporal que no puede expresarse en palabras, en cuadros, en libros.

Tiene uno, pues, que estar libre del miedo. El temor no es una abstracción, no es simplemente una palabra, aunque para la mayoría de nosotros la palabra ha llegado a ser mucho más importante que el hecho mismo. No sé si habéis pensado alguna vez en liberaros del miedo de modo total y absoluto. Puede hacerse tan completamente que nunca haya una sombra de temor, porque la mente irá siempre por delante del acontecimiento, es decir, en vez de perseguir al temor y tratar de vencerlo después que haya surgido, la mente irá delante de él y por tanto, estará libre del temor. Ahora bien, para comprender el miedo, tiene uno que entrar en la cuestión de la comparación. ¿Por qué comparamos? En las cosas técnicas la comparación revela progreso, lo cual es algo relativo. Hace cincuenta años no había bomba atómica, no existían los aviones supersónicos, pero ahora tenemos esas cosas; y pasados otros cincuenta años, tendremos alguna otra que ahora no tenemos. A esto se le llama progreso, que es siempre comparativo, relativo, y nuestra mente está presa de esa manera de pensar. No sólo por fuera de la piel como si dijéramos, sino también por dentro de ella, en la estructura psicológica de nuestro propio ser, pensamos comparativamente. Decimos: “Soy esto, he sido aquello y seré algo más en el porvenir”. A este pensar comparativo lo llamamos progreso, evolución, y toda nuestra conducta, en lo moral, ético, religioso, en nuestras relaciones profesionales y sociales, se basa en eso. Nos observamos a nosotros mismos comparativamente en relación con una sociedad que es ella misma resultado precisamente de esta pugna comparativa.

 La comparación engendra miedo. Observad este hecho en vosotros mismos. Quiero ser mejor escritor o una persona más bella e inteligente, quiero tener más conocimientos que otros; quiero tener éxito, llegar a ser alguien, tener más fama en el mundo. El éxito y la fama son psicológicamente la esencia misma de la comparación, por la cual constantemente engendramos el miedo. Y la comparación hace surgir también el conflicto, la lucha, lo cual se considera altamente respetable. Decís que tenéis que ser competidores para sobrevivir en este mundo, por lo cual comparáis y competís en los negocios, en la familia y en las llamadas cuestiones religiosas. Tenéis que llegar al cielo y sentaros junto a Jesús, o quien quiera que sea vuestro salvador. El espíritu comparativo se refleja en el sacerdote que se hace arzobispo, cardenal y, por fin papa. Cultivamos este mismo espíritu muy asiduamente durante nuestra vida, pugnando por ser mejores o por alcanzar una categoría mejor que algún otro. En eso se basa nuestra estructura social y moral. Hay, pues, en nuestra vida este constante estado de comparación, competencia y la perpetua pugna por ser alguien o por no ser nadie, que es lo mismo. Esto, creo, es la raíz de todo temor, porque crea envidia, celos, odio. Donde hay odio es evidente que no hay amor y que se engendra cada vez más miedo. Como dije, os ruego que escuchéis sencillamente. No preguntéis: ¿Cómo voy a no ser comparativo? ¿Qué voy a hacer para dejar de comparar? No podéis hacer nada. Si lo hicierais, vuestro motivo nacería también de la comparación. Lo único que podéis hacer es limitaros a ver el hecho de que esta cosa compleja que llamamos nuestra existencia es una lucha comparativa y que, si actuáis sobre ella, si tratáis de cambiarla, de nuevo quedáis preso del espíritu comparativo, competidor. Lo importante es escuchar sin ninguna distorsión; y habrá distorsión de lo que estéis escuchando desde el momento en que queráis hacer algo.

Ve uno, pues, las implicaciones y el significado de esta evaluación comparativa de la vida y la ilusión de creer que la comparación trae comprensión: comparar las obras de dos pintores o dos escritores, compararse uno mismo con otra persona que no es tan lista, que es menos eficiente, más bella, etc. Y ¿puede uno vivir en el mundo, tanto interior como exteriormente, sin comparar jamás? Ya sabéis, el darse cuenta del estado de la mente que está siempre comparando, simplemente el reconocerlo como un hecho y permanecer con ese hecho, requiere mucha atención. Esa atención trae su propia disciplina, que es extraordinariamente flexible; no tiene modelos, no es compulsiva, no es el acto de someter a control, subyugar, negar, con la esperanza de comprender más toda la cuestión del temor. Esta actitud frente a la vida, que se basa en la comparación, es un gran factor en el deterioro de la mente, ¿no? El deterioro de la mente implica embotamiento, insensibilidad, decadencia y por tanto, una completa falta de inteligencia. El cuerpo va deteriorándose lentamente, porque vamos envejeciendo; pero la mente también se deteriora, y la causa de ese deterioro es la comparación, el conflicto, el esfuerzo competidor. Es como un motor que funciona con gran fricción: no puede funcionar debidamente y se deteriora con rapidez durante todo el tiempo que esté en marcha. Como hemos visto, la comparación, el conflicto, la competencia, no sólo crean más conflicto, sino también miedo; y donde hay miedo hay oscuridad, no hay afecto, ni comprensión, ni amor.

Pero, ¿qué es el miedo? ¿Os habéis enfrentado alguna vez de verdad, cara a cara, con el temor, o sólo con la idea del temor? Hay diferencia entre los dos, ¿no? El hecho real del miedo y la idea del mismo son dos cosas enteramente distintas. La mayoría de nosotros estamos presos en la idea del miedo, de una opinión, de un juicio, o de una valoración del miedo, y nunca estamos en contacto con el hecho real del miedo mismo. Creo que esto es algo que tenemos que comprender más bien amplia y profundamente. Tengo miedo, por ejemplo, de las serpientes. Un día vi una y me causó mucho miedo. Aquella experiencia me ha quedado en la mente como recuerdo. Cuando salgo de paseo alguna tarde. Este recuerdo entra en acción y ya tengo miedo de encontrarme con una serpiente; la idea, pues, del miedo es mucho más vital, más potente que el hecho mismo, lo cual ¿qué significa? Que nunca estamos en contacto con el temor, sino sólo con la idea del temor. Observad simplemente este hecho en vosotros mismos. No podéis eliminar artificialmente la idea. Podéis decir: “Bueno, trataré de hacer frente al miedo sin la idea”, pero no podéis. Mientras que, si realmente veis que la memoria y la ideación os están impidiendo estar directamente en comunión con el hecho (con el hecho del miedo, con el hecho de los celos, con el hecho de la muerte), entonces observaréis que entre el hecho y vosotros hay una relación completamente distinta. Para la mayoría de nosotros, la idea es mucho más importante que la acción, nunca actuamos de manera completa, siempre estamos limitando la acción con una idea, ajustando o interpretando la acción con arreglo a una formula, un concepto y por tanto, no hay acción en absoluto, o, mejor dicho, la acción es tan incompleta que crea problemas; pero una vez que comprendéis este hecho extraordinario, entonces la acción llega a ser una cosa asombrosamente vital, porque ya nos está acercando a una idea.

El miedo no es una abstracción, siempre existe en relación con algo. Temo a la muerte, temo a la opinión pública, temo no ser popular, no ser conocido, no conseguir nada, etc. La palabra “miedo” no es el hecho real, es sólo un símbolo que representa el hecho y para la mayoría de nosotros el símbolo es mucho más importante que el hecho, en lo religioso y en todo lo demás. Pero ¿puede la mente librarse de la palabra, del símbolo, de la idea, y observar el hecho sin interpretación, sin decir: “Tengo que mirar el hecho”, sin ninguna idea sobre ese hecho? Si la mente mira el hecho con una opinión sobre el, entonces está tratando meramente con ideas, ¿no? Así pues, esto es algo cuya comprensión es muy importante: que cuando miro un hecho a través de una idea no hay ninguna comunión con el hecho. Si quiero estar en comunión con él, entonces la idea tiene que desaparecer por completo. Ahora, sigamos adelante desde aquí y veamos a donde conduce. Existe el hecho de que teméis la muerte, teméis lo que alguien diga y teméis unas cuantas cosas más. Cuando ya no miráis ese hecho a través de una idea, de una conclusión, de un concepto, o de un recuerdo, “que es lo que realmente sucede”. Ante todo, no hay división entre el observador y la cosa observada, no hay ningún “yo” separado de esa cosa, se ha eliminado la causa de la separación y, por tanto, estáis directamente en relación con la sensación que llamáis miedo. Entonces, el “yo”, con sus opiniones, ideas, juicios, valoraciones, conceptos, recuerdos, todo eso está ausente y sólo existe esa cosa.

Lo que estamos haciendo es arduo, no es simplemente la diversión de una mañana. Creo que cuando salgáis de esta tienda al final de la mañana podéis estar honda y completamente libres de temor, y entonces uno es un ser humano. Os encaráis, pues, con el hecho: la sensación o aprehensión que llamáis miedo y que ha sido producida por una idea. Teméis a la muerte. Tomo esto como ejemplo. De ordinario, la muerte es para vosotros simplemente una idea no un hecho. El hecho surge sólo cuando uno mismo está muriendo. Sabéis de otras personas moribundas, y la comprensión de que vosotros también vais a morir llega a ser una idea que engendra temor. Miráis el hecho a través de la idea, y esto os impide estar directamente en contacto con el hecho. Hay un intervalo entre el observador y la cosa observada. En este intervalo es donde surge el pensamiento, siendo este la ideación, la verbalización, el recuerdo, que ofrece resistencia al hecho. Mas, cuando no hay esta laguna, es decir, cuando no hay pensamiento, que es tiempo, entonces estáis plenamente enfrentados al hecho; y entonces este último actúa sobre vosotros, no vosotros sobre el hecho. Espero que estéis captando todo esto. ¿Es demasiado para esta calurosa mañana?

Como veis, me parece que vivir con temor de cualquier clase que sea, si se me permite hablar así, es algo horrible. Es horrible vivir con el miedo, porque este engendra odio, falsea vuestro pensar y pervierte toda vuestra vida. Es pues, absolutamente necesario que el hombre religioso esté por completo libre de temor, en lo exterior lo mismo que en lo interior. No me refiero a la espontánea reacción del cuerpo físico, en defensa propia que es natural. Es normal saltar a un lado cuando de repente veis una serpiente, eso no es más que el instinto físico autodefensivo, y sería anormal no tener tal reacción. Pero el deseo de estar seguros interiormente, en lo psicológico, en cualquier nivel de nuestro ser, crea miedo. Ve uno en torno suyo los efectos del miedo y se da cuenta de lo esencial que es que la mente no sea creadora de temor en ningún movimiento. Si habéis escuchado con atención lo que se ha dicho esta mañana, habréis visto que el miedo nunca está en el presente, sino siempre en el futuro; es evocado por el pensamiento, por pensar en lo que puede pasar mañana o en el próximo minuto. Así, el miedo, el pensamiento y el tiempo van juntos; y si uno ha de comprender y trascender el miedo, tiene que haber comprensión del pensamiento, así como del tiempo. Tiene que cesar todo pensamiento comparativo; todo sentido del esfuerzo, en el cual están implicados la competencia, la ambición, el culto al éxito y la pugna por ser alguien, tiene que terminar; y cuando todo este proceso esté comprendido no habrá conflicto alguno, ¿verdad? Así la mente ya no se encuentra en estado de deterioro, porque es capaz de hacer frente al temor y ya no es su campo de cultivo. Así que este estado de liberación del temor es absolutamente necesario si uno ha de comprender lo que es la creación.

Para la mayoría de nosotros, la vida es una rutina fastidiosa y no hay nada nuevo en ella. Cualquier cosa nueva que surja la convertimos inmediatamente en una rutina. Alguien pinta un cuadro y, durante un segundo, esto es una cosa nueva, pero luego todo ha pasado. Placer, dolor, esfuerzo, todo se vuelve una cosa rutinaria, un fastidio, una perpetua pugna de muy escaso sentido. Siempre estamos buscando algo nuevo: lo nuevo en los cuadros, lo nuevo en la pintura. Queremos sentir, expresar algo nuevo, algo que no se traduzca de modo inmediato en términos de lo viejo. Esperamos hallar alguna treta o ingeniosa técnica por medio de la cual podemos expresarnos y sentirnos satisfechos. Pero eso también llega a ser una terrible molestia, una cosa fea, algo para darle de puntapiés. Estamos pues, siempre en estado de reconocimiento, cualquier cosa nueva es inmediatamente reconocida y por ello, absorbida en lo viejo. El proceso de reconocimiento es, para la mayoría de nosotros, asombrosamente importante, porque el pensamiento está siempre funcionando desde dentro del campo de lo conocido.

En el momento en que reconocéis algo, deja de ser nuevo. ¿Comprendéis? Nuestra educación, nuestra experiencia, nuestro vivir diario, todo esto es un proceso de reconocimiento, de constante repetición y da continuidad a nuestra existencia. Cautivas nuestras mentes en este proceso, preguntamos si existe algo nuevo; queremos descubrir si hay Dios o no. Desde lo conocido tratamos de hallar lo desconocido. Es lo conocido lo que causa el miedo a lo desconocido, por lo cual decimos: “Tengo que encontrar lo desconocido, tengo que reconocerlo y traerlo a lo conocido.” Esto es lo que buscamos con la pintura, con la música, con todo: lo nuevo, que siempre se interpreta en términos de lo viejo. Mas este proceso de reconocimiento e interpretación, de acción y realización, no es creación; no es posible que podáis expresar lo desconocido, lo que podéis expresar es una interpretación o un reconocimiento de lo que llamáis lo desconocido. Tenéis, pues, que descubrir por nosotros mismos lo que es creación, porque si no, vuestra vida se volverá mera rutina, en la que no hay cambio ni mutación, y de la cual os aburrís muy rápidamente. Creación en el movimiento mismo de la propia creación no es la interpretación de ese movimiento en el lienzo, en la música, en los libros o en cualquier relación humana.

Después de todo, la mente tiene en su interior millones de años de recuerdos, de instintos y el impulso a trascender todo eso sigue formando parte de la mente. Desde este trasfondo de lo viejo surge el deseo de reconocer lo nuevo; pero lo nuevo es algo enteramente distinto, es amor, y no puede ser comprendido por una mente que este presa en el proceso de lo viejo que trata de reconocer lo nuevo. Ésta es una de cosas más difíciles de comunicar; mas yo desearía comunicarla, si puedo, porque, si la mente no se halla en ese estado de creación, siempre estará en el proceso de deterioro. Ese estado es intemporal, eterno. No es comparativo, no es utilitario, no tiene valor alguno en términos de acción; no podéis usarlo para pintar vuestros detestables cuadros ni para escribir vuestra maravillosa poesía de Shakespeare. Pero sin él no hay realmente amor en absoluto. El amor que conocemos es el de los celos, está aislado por el odio, la ansiedad, la desesperación, la desdicha, el conflicto; y nada de eso es amor. El amor es algo perpetuamente nuevo irreconocible; nunca es el mismo y por ello es el estado más elevado de incertidumbre. Y sólo en el estado de amor es en el que la mente puede comprender aquella cosa extraordinaria llamada creación, que es Dios, o cualquier otro nombre que os guste darle. Sólo la mente que ha comprendido las limitaciones de lo conocido y, que, por lo tanto, estará libre de él, pueda hallarse en ese estado de creación en que no hay factor de deterioro. ¿Queréis hacer alguna pregunta sobre lo que hemos estado hablando esta mañana?

Pregunta: ¿Es la causa del miedo la sensación de tener una voluntad individual? 

Krishnamurti: Probablemente lo es, pero ¿qué queréis decir con esa palabra, “individual”?. ¿Sois un individuo? Tenéis un cuerpo, un nombre, una cuenta bancaria; pero si estáis internamente atados, impedidos, limitados, ¿sois un individuo? Como todos los demás, estáis condicionados, ¿no? Y dentro del área limitada de vuestro condicionamiento, que llamáis un individuo, surgen todas las cosas: vuestras desdichas, desesperaciones, celos, miedos. De esa cosa estrecha, fragmentaria, con su alma individual, su voluntad individual, y toda esa pequeña sustancia confusa, estáis muy orgullosos y con eso queréis descubrir a Dios, la verdad y el amor. No podéis. Lo único que podéis hacer es daros cuenta de vuestro fragmento y sus pugnas y ver que el fragmento nunca puede llegar a ser el todo. Haga lo que haga, el radio nunca puede llegar a ser la rueda. Tiene uno pues, que inquirir y comprender esta existencia separada, estrecha, limitada, el llamado individuo.

Lo importante en todo esto no es vuestra opinión ni la mía, sino descubrir lo que es verdadero, y para descubrir lo verdadero la mente tiene que estar sin temor, tan por completo despojada de temor que sea del todo inocente. Sólo partiendo de esa inocencia hay creación. 

21 de julio de 1964.

Saanen

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