LA MUTACIÓN PSICOLÓGICA - J.K. - CAPÍTULO 4 -

 Capítulo Cuarto 

Considero que hay una enorme diferencia entre cambio y mutación. El mero cambio no llevará a ninguna parte. Puede uno llegar a ser superficialmente adaptable, muy listo para ajustarse a los distintos ambientes y circunstancias de la sociedad y a diversas formas de presión interior y exterior; pero la mutación requiere un estado mental del todo distinto, y esta mañana desearía señalar la diferencia entre estas dos cosas. Cambio es alteración, reforma, la sustitución de una cosa por otra. El cambio implica un acto de voluntad, conciente o inconsciente. Y teniendo en cuenta la confusión, el hambre, la opresión, la completa desdicha que existe en los países asiáticos subdesarrollados, es evidente que tiene que haber un cambio radical, un cambio radical revolucionario. Tiene que haber un cambio físico o económico, sino también psicológico: cambio en todos los niveles de nuestro ser, exteriores lo mismo que interiores, para crear una mejor existencia humana. Creo que esto es bastante obvio y aún los más conservadores lo aceptan. Mas aunque aceptemos este hecho evidente, me temo que la mayoría de nosotros no hemos penetrado muy profundamente en la cuestión de que es lo que está implicado en el cambio. ¿Alcanzan alguna profundidad el ajuste, la sustitución, la reforma? ¿O se trata meramente de un pulimento superficial, una limpieza de la moralidad en la relación humana? Creo que deberíamos comprender lo mejor posible todo lo relacionado con este proceso de cambio, antes de que entremos en la cuestión de la mutación.

Aunque el cambio es necesario, para mi es siempre superficial. Al decir cambio, me refiero a un movimiento producido por el deseo o la voluntad, una iniciativa enfocada en una dirección particular, hacia una actitud o acción bien definida. Todo cambio tiene evidentemente un motivo tras de sí. El motivo puede ser personal o colectivo, puede ser manifiesto u oculto; puede ser un motivo bondadoso, generoso o bien de miedo, de desesperación; pero cualquiera que sea la naturaleza del motivo, a cualquier nivel, la iniciativa o el movimiento que surge de tal motivo producen efectivamente cierto cambio. Creo que esto está bastante claro. La mayoría de nosotros somos muy susceptibles, individual y colectivamente, a modificar nuestras actitudes bajo influencia, bajo presión y también cuando hay una nueva invención de alguna clase que afecta directa o indirectamente nuestras vidas. Se nos puede hacer cambiar los pensamientos, orientarlos en distinta dirección por un artículo de periódico o por la propaganda de una idea. La religión organizada insiste en educarnos desde la niñez en cierta forma de creencia, condicionando por tanto la mente, y cualquier cambio que hagamos durante el resto de nuestra vida está generalmente dentro de los modificados limites de esa creencia.

Así, muy pocos de nosotros cambiamos, si no es por un motivo. El motivo puede ser altruista o personal, limitado o amplio; puede ser el miedo de perder un premio o de no alcanzar algún prometido estado futuro. Uno se sacrifica por lo colectivo, por el estado, por una ideología o por una forma determinada de creencia en Dios. Todo esto implica cierto cambio producido conciente o inconscientemente. Pues bien, lo que llamamos cambio es una continuidad modificada de lo que ha existido, y en este llamado cambio hemos llegado a ser muy hábiles. Estamos haciendo constantemente nuevos descubrimientos en física, matemáticas, inventando nuevas cosa, preparando el viaje a la luna, etc. En ciertas áreas nos estamos volviendo extraordinariamente cultos, muy bien informados; y esta clase de cambio implica la capacidad para ajustarse al nuevo ambiente, a las nuevas presiones que este crea. Pero ¿es eso todo? Uno percibe las implicaciones de esta forma superficial de cambio, y, sin embargo, uno sabe interiormente, en lo profundo, que tiene que haber un cambio radical, un cambio no producido por ningún motivo o como resultado de alguna presión. Comprende uno que tiene que haber una mutación en la raíz misma de la mente, porque si no seremos sólo como los monos listos, con extraordinarias capacidades, pero no seremos realmente seres humanos en absoluto. Comprendiendo, pues, todo esto hondamente dentro de uno mismo, ¿qué va uno a hacer? Vemos que tiene que haber un cambio revolucionario, una completa mutación en la raíz misma de nuestro ser; sino, nuestros problemas, tanto económicos como sociales, inevitablemente aumentarán y se volverán cada vez más críticos. Uno necesita una mente nueva, fresca y para esto tiene que haber en la totalidad de la propia conciencia una mutación que no sea producida por un acto de voluntad y que, por tanto, no tenga motivo. No sé si me estoy explicando claramente.

Viendo la necesidad de un cambio, puede uno ejercer la voluntad para producirlo, entendiéndose por voluntad el deseo reforzado en una particular dirección por la determinación, e iniciado por el pensamiento, el miedo, la rebeldía. Pero ese cambio producido por la acción del deseo, de la voluntad, sigue siendo limitado, es una continuidad modificada de lo que ha existido, como puede uno ver por lo que está ocurriendo en el mundo comunista, y también en los países capitalistas. Tiene que haber, pues, una extraordinaria revolución, una revolución psicológica en el ser humano, en el hombre mismo; mas si tiene una mira, si su revolución es con arreglo a un plan, entonces sigue estando dentro de los limites de lo conocido y, por tanto, no será cambio en absoluto. Mirad, yo puedo cambiarme, puedo forzarme pensar de modo diferente o adoptar una serie distinta de creencias; puedo acabar con un habito determinado, librarme del nacionalismo, reforzar mi pensamiento, lavarme el cerebro, en vez de que lo haga un partido o una iglesia. Tales cambios en mi mismo son bastante fáciles de hacer; mas yo veo la completa futilidad  de todo eso, porque es superficial y no lleva a una gran profundidad de comprensión desde la cual pueda uno vivir, ser y actuar. ¿Qué va uno pues a hacer? ¿Comprendéis mi pregunta? Espero haberla expuesto claramente. Si hago un esfuerzo para cambiar, ese esfuerzo tiene un motivo, lo que significa que el deseo inicia un movimiento en determinada dirección. Existe la acción de la voluntad, y por tanto, cualquier cambio que sea producido es meramente una modificación, en realidad no tiene nada de cambio. Veo muy claramente que tengo que cambiar y que el cambio tiene que producirse sin esfuerzo. Todo esfuerzo para cambiar se derrota a sí mismo, porque implica la acción del deseo, de la voluntad, con arreglo a un modelo, una formula o concepto preestablecido. ¿Que va uno a hacer, pues? No sé si sentís del mismo modo que yo sobre todo esto, sobre cuan extraordinariamente es, no sólo en lo intelectual, sino como factor vital en la propia vida. Durante millones de años el hombre ha estado haciendo un incesante esfuerzo para cambiar y, sin embargo, aún está preso de la desdicha, de la desesperación, del miedo, y tiene sólo algún ocasional destello de gozo y de delicia. Y ¿cómo va a desprenderse de su carga, sin hacer esfuerzo, esta entidad que ha sido tan fuertemente condicionada durante tanto tiempo? Esta es la pregunta que nos estamos haciendo. Pero el desprenderse de la carga no debe convertirse en otro problema; porque, como señalé el otro día un problema es algo que no comprendemos, algo cuya terminación no tenemos capacidad de alcanzar.

Para producir esta mutación –no, no “producir”, no es esta la palabra... Tiene que haber mutación, y esta debe ocurrir ahora. Si introducís el tiempo como factor en la mutación, entonces el tiempo crea el problema. No hay mañana no hay tiempo en absoluto, para que yo cambie dentro de él, pues el tiempo es pensamiento. Es ahora o nunca. ¿Comprendéis? Veo la necesidad de este cambio radical en mí, como ser humano, como parte de toda la raza humana; y también veo que el tiempo –que es pensamiento- no tiene que ser uno de esos factores. El pensamiento no puede resolver este problema. He ejercitado el pensamiento durante miles y miles de años, pero no he cambiado, continúo con mis hábitos, con mi codicia, mi envida, mis temores, y aún estoy atrapado en el modelo competitivo de la vida. Es el pensamiento el que ha creado este modelo; y el pensamiento no puede, en ninguna circunstancia, cambiar este modelo sin crear otro, pues el pensamiento es tiempo. No puedo, pues, recurrir al pensamiento, al tiempo, para producir una mutación, un cambio radical. No puedo ejercer la voluntad ni dejar que el pensamiento guíe el cambio. ¿Qué me queda pues? Veo que el deseo, que es voluntad, no puede producir una mutación real en mí. El hombre ha jugado con ese durante siglos, y no se ha producido ningún cambio fundamental en él. Ha usado también el pensamiento para producir un cambio en sí mismo (el pensamiento en forma de tiempo, de “mañana”, con todas sus exigencias, invenciones, presiones, influencias) y tampoco ha habido transformación radical. ¿Qué va uno pues a hacer?

Pues bien, si uno ha comprendido toda la estructura y el movimiento de la voluntad, entonces esta no actúa en absoluto, y si uno ve que el uso del pensamiento o del tiempo como instrumento de cambio no es más que un aplazamiento, entonces el proceso del pensamiento termina. Pero ¿a que nos referimos cuando decimos que vemos o comprendemos algo? ¿Es la comprensión meramente intelectual, verbal, o significa ver algo como un hecho real? Yo puede decir que comprendo, pero la palabra no es la cosa. La comprensión intelectual de un problema no es su resolución. Cuando sólo verbalmente comprendemos algo que es lo que llamamos comprensión intelectual, la palabra llega a ser extraordinariamente importante; mas, cuando hay verdadera comprensión, la palabra no es nada importante, no es más que un medio de comunicación. Hay un contacto directo con la realidad, con el hecho. Si vemos como hecho real la futilidad de la voluntad, y también la del pensamiento o el tiempo para producir esta transformación radical, entonces la mente, habiendo rechazado toda la estructura de la voluntad, del pensamiento, carece de instrumento con que iniciar la acción. Ahora bien, hasta aquí, vosotros y yo hemos estado en comunicación uno con el otro verbalmente, y tal vez hayamos establecido también entre nosotros cierta comunión; mas antes de seguir adelante, creo importante comprender lo que entendemos por comunión. Si habéis caminado alguna vez solos, entre los árboles de un bosque o a lo largo de la orilla de un arroyo, y habéis sentido la quietud, el sentido de vivir plenamente con todo: con las peñas, con las flores, con el arroyo, con los árboles, con el cielo, entonces sabréis lo que es la comunión. El “yo”, con sus pensamientos, ansiedades, placeres, recuerdos, reminiscencias, desesperaciones, a cesado por completo. No hay un “yo” como observador aparte de la cosa observada; hay sólo el estado de completa comunión. Y eso, espero, es lo que hemos establecido aquí. No es un estado hipnótico. El que habla no está hipnotizado.

 Ha explicado con mucho cuidado, verbalmente, ciertas cosas, pero hay algo más que no puede explicarse verbalmente. Hasta cierto punto, podéis ser informados por las palabras que usa el que habla, pero, al mismo tiempo, tenéis que recordar que la palabra no es la cosa y que no debe dejarse que la palabra interfiera en vuestra propia percepción directa del hecho. Cuando estáis en comunión con un árbol –si alguna vez lo estáis-, no tenéis la mente ocupada con que clase de árbol es o si es útil o no. Estáis directamente en comunión con el árbol. Del mismo modo, debemos establecer este estado de comunión entre vosotros y el que habla, porque lo que viene ahora es una de las cosas más difíciles de que se puede hablar. Como dije, a terminado la acción de la voluntad, la acción del pensamiento como tiempo y el movimiento que se inicia por cualquier influencia o presión de cualquier cosa. Por lo tanto, la mente que ha observado y comprendido todo esto, no de modo verbal, está en completa quietud, no es iniciadora de ningún movimiento consciente o inconsciente. Todo esto es algo que hay que ver antes de que podamos avanzar algo más. Puede ser que conscientemente no queráis actuar en ninguna dirección determinada porque hayáis observado la futilidad de toda clase de cambio calculado, desde el de los comunistas hasta el de los más reaccionarios conservadores. Veis cuán tonto es todo esto, pero interiormente, en lo inconsciente, tenéis el enorme peso del pasado, que os empuja en cierta dirección. Estáis condicionados por ser europeos, cristianos, científicos, matemáticos, artistas, técnicos; y existe la tradición de mil años, muy cuidadosamente explotada por la iglesia, que ha instilado en el inconsciente ciertas creencias y dogmas. Puede ser que rechacéis todo esto concientemente, pero en lo inconsciente su peso aún está ahí, seguís siendo cristianos, ingleses, alemanes, italianos, franceses; aún estáis gobernados por intereses nacionales, económicos y familiares y por las tradiciones de la raza a la que pertenecéis; y cuando se trata de una raza muy antigua, su influencia es mucho más honda. Mas ¿cómo va uno a eliminar todo esto? ¿Cómo podemos librar al inconsciente de su pasado de un solo golpe? Los analistas creen que el inconsciente puede limpiarse de modo parcial o aún total, por medio del análisis: por la investigación, la exploración, la confesión, la interpretación de los sueños, etc., para que, por lo menos, os volváis seres humanos normales, capaces de ajustarse al medio ambiente actual; pero en el análisis están siempre el analizador y lo analizado, un observador que interpreta la cosa observada, lo cual es una dualidad, una fuente de conflicto. Veo, pues, que el mero análisis de lo inconsciente no nos llevará a ninguna parte; puede ayudarme a ser un poco menos neurótico, un poco más bueno con mi esposa, con mi prójimo, o algo así de superficial; pero no es de eso de lo que estamos hablando. Veo que el proceso analítico – que implica tiempo, interpretación, el movimiento de pensar en forma de observador que analiza la cosa observada- no puede liberar lo inconsciente; por lo tanto, rechazo por completo el proceso analítico. Desde el momento en que percibo el hecho de que el análisis no puede, en ninguna circunstancia, eliminar la carga del inconsciente, queda descartado el análisis, estoy fuera del análisis. ¿Qué ha pasado pues? Como ya no hay analizador separado de la cosa que analiza, él es esa cosa, no es una entidad aparte de ella. Entonces encuentra uno que lo inconsciente es de muy poca importancia. ¿Entendéis?

He señalado lo trivial que es lo consciente, con sus actividades superficiales, su parloteo incesante, etc., y lo inconsciente también es muy trivial. Lo inconsciente, como lo consciente, llega a ser importante sólo cuando el pensamiento le da continuidad. El pensamiento resulta adecuado, es útil en las cuestiones técnicas y todo eso; pero el pensamiento es por completo inútil para producir esta radical transformación. Cuando veo como da continuidad el pensamiento, termina la continuidad en forma del pensador. Espero que todo esto se comprenda; se necesita una gran atención. Lo consciente o lo inconsciente tiene muy poca importancia, sólo la tiene cuando el pensamiento le da continuidad. Cuando percibís la verdad de que todo el proceso del pensar es una reacción del pasado y que no es posible que haga frente a la enorme demanda que significa la mutación, entonces tanto lo consciente como lo inconsciente pierden su importancia, y la mente ya no está influida o dirigida por ninguno de los dos; por lo tanto, ya no está iniciando ningún movimiento; está en completa quietud, en calma, en silencio. Aunque la mente percibe que tiene que haber cambio, revolución, una completa transformación en la raíz de nuestro propio ser, no inicia sin embargo, ningún movimiento en ninguna dirección; y en esa percepción total, en ese completo silencio, ya se ha realizado la mutación. Así, pues, la mutación sólo puede realizarse en una forma no directa, cuando la mente ya no inicia ningún movimiento y por tanto, está en completa calma. En esa calma hay mutación, por que queda a la vista y se disipa la raíz de nuestro ser. Esa es la única revolución real, no la del tipo económico o social, y no puede ser producida par la voluntad, por el pensamiento. Sólo en ese estado de mutación es en el que podéis percibir algo que está más allá de la medida de las palabras, algo que es supremo, más allá de toda teología y de todo reconocimiento. Espero que no os halléis dormido. Tal vez tengáis la amabilidad de hacerme alguna pregunta. 

Pregunta: Por lo que he experimentado, el pensar me encadena al aislamiento, porque me impide entrar en comunión con las cosas que me rodean, y también me impide llegar a las raíces de mi mismo. Desearía, pues, preguntar: ¿por qué piensan los seres humanos? ¿Cuál es la función del pensar humano? Y ¿por qué exageramos tanto la importancia del pensar? 

Krishnamurti: Creí que ya habíamos dejado eso muy atrás. Muy bien, señor, voy a explicarlo. El limitarse a escuchar una explicación no es ver el hecho, y no podemos entrar en comunión uno con otro por medio de la explicación, a menos que usted y yo veamos el hecho y lo dejemos así, es decir, sin interferir en él. Entonces estamos también en comunión con el hecho. Mas, si vos interpretáis el hecho de una manera y yo de otra, entonces no estamos en comunión, ni con el hecho ni uno con otro.

 Veamos, ¿como surge el pensamiento, ese que aísla y que no da amor, el amor que es el único medio de comunicación?, y ¿como puede terminar ese pensamiento? El pensamiento y todo su mecanismo tiene que ser comprendido, y la misma comprensión de él es su terminación. Con su permiso, vamos a examinar esto. Surge el pensamiento como una reacción cuando hay un estímulo. Si no hubiera un estímulo no pensaríais. El estímulo puede adoptar la forma de una pregunta, sea o no importante, y con arreglo a esa pregunta, respondéis. En el intervalo entre la pregunta y la respuesta empieza el proceso del pensamiento, ¿no? Si me preguntáis por algo que conozco bien, mi respuesta es inmediata. Sí, por ejemplo, me preguntáis que donde vivo, no habrá intervalo, porque no tengo que pensarlo, y a vuestra pregunta respondo de manera inmediata. Pero si vuestra pregunta es un poco más compleja, hay un intervalo (durante el cual estoy consultando la memoria) entre vuestra pregunta y mi replica. Podéis preguntarme cual es la distancia entre la tierra y la luna, y yo digo: “¡Cielos! ¿Sé cual es?”. Si, lo sé y entonces respondo. Entre vuestra pregunta y mi respuesta hay un intervalo durante el cual la memoria ha funcionado y ha facilitado la respuesta, de modo que, cuando se me plantea una pregunta mi respuesta puede ser inmediata o puede llevar cierto tiempo. Si me hacéis una pregunta sobre algo de lo cual no sé nada en absoluto, el intervalo es mucho más largo. Yo digo: “No lo sé, pero lo averiguaré”; y al no encontrar la respuesta entre las cosas que recuerdo, recurro a alguien para que me lo diga, o lo busco en un libro. También durante este intervalo mucho más largo está en marcha el proceso del pensamiento. Con estas tres fases estamos muy familiarizados.

Ahora, hay una cuarta fase, que tal vez no conozcáis, o no la hayáis distinguido con claridad nunca antes, y es esta: me hacéis una pregunta, y en realidad no conozco la respuesta. Mi memoria no la recuerda, y no espero que nadie me la diga. No tengo respuesta ni expectativa. En realidad, no sé. No hay intervalo, ni por tanto, pensamiento, porque la mente no está mirando, no busca, no está a la espera. Ese estado es efectivamente una completa negación, es liberación de todo lo que la mente ha conocido, y sólo en ese estado es como puede comprender lo nuevo, lo supremo, o cualquier otra palabra con que queráis designarlo. En ese estado ha concluido todo el proceso del pensar; no hay el observador ni lo observado, el experimentador ni la cosa experimentada. Toda experiencia ha cesado y en ese silencio total hay mutación completa. 

19 de julio de 1964.

Saanen.

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