Quinta plática
Domingo, 21 de julio
Ésta será la última plática en Saanen. ¿Podemos proseguir con lo que estuvimos hablando la última vez que nos reunimos aquí? Dijimos, entre otras cosas, que ésta no es una conferencia; una conferencia se propone informar, instruir sobre un tema en particular. Tampoco es un entretenimiento. El entretenimiento implica divertirse, ir a un cine o asistir a un ritual en una iglesia, un templo o una mezquita. Ni es ésta una mera cuestión de búsqueda intelectual, teórica -¿qué palabra usaremos?- psicológica. Es más bien una búsqueda filosófica, porque filosofía significa amor por la verdad, no hablar acerca de lo que ya se ha dicho; y nosotros no estamos discutiendo ni nos interesa lo que otros hayan dicho. Estamos juntos ustedes y quien les habla, como dos seres humanos -no este gran auditorio, sino que ustedes como una sola persona, y quien les está hablando, conversan uno con el otro acerca de su vida, de sus problemas, de todo el afán del diario vivir. Hablan de su confusión, de sus temores, de sus aspiraciones, de sus deseos de lograr el éxito, ya sea en el mundo de los negocios o en el llamado mundo religioso, espiritual -el éxito en alcanzar el nirvana, el cielo o la iluminación, es igual al éxito en el mundo de los negocios. Espero que nos estemos entendiendo el uno al otro. Un hombre que tiene éxito en la vida, que gana montones de dinero, crece, se expande, cambia y continúa en la línea del éxito. No hay mucha diferencia entre esa persona y el hombre que anda en busca de la verdad. Ambos están buscando el éxito. A uno lo llamamos mundano, al otro no mundano, sino espiritual, religioso. No estamos tratando acerca de ninguno de ellos. Nos interesa cada uno de nosotros como ser humano. Ustedes y quien les habla sostienen juntos una conversación. Y él quiere decir juntos, aunque ustedes estén sentados ahí y él, desafortunadamente, esté sentado aquí arriba. Hemos estado hablando acerca de la relación -entre el hombre y la mujer, entre el muchacho y la muchacha, etc. También hemos hablado del temor, si es de algún modo posible, viviendo en este mundo moderno, estar psicológicamente libres por completo del temor. Eso lo investigamos muy, muy detenidamente. Y también hemos hablado acerca del tiempo, el tiempo a base del cual vivimos, el ciclo del tiempo, o sea, el pasado que se procesa en el presente y continúa en el futuro, el pasado que es todo nuestro trasfondo racial, comunal, religioso, todas nuestras experiencias y recuerdos. Éste es el trasfondo de todos nosotros, ya sea que hayamos nacido en el Lejano Oriente, en Europa o en América. Ese trasfondo experimenta cambios, se procesa en el presente y continúa en el futuro. Los seres humanos, ustedes y otros, están atrapados en este ciclo. Ello ha estado ocurriendo por millones y millones de años. De modo que el pasado, atravesando el presente y modificándose, es el futuro. Y ésa ha sido nuestra evolución. Aunque biológicamente hayamos cambiado de un millón de años a esta parte, psicológicamente, internamente, subjetivamente somos más o menos lo que fuimos hace un millón de años: bárbaros, crueles, violentos, competidores, egocéntricos. Ése es un hecho. Así que el futuro es el presente. ¿Está claro esto para ustedes y quien les habla? El pasado, al modificarse, se convierte en el futuro; de manera que el futuro es ahora a menos que haya un cambio psicológico fundamental. Y eso es lo que nos interesa: averiguar si es posible para nosotros, seres humanos, producir una mutación psicológica, una revolución psicológica total en nosotros mismos -sabiendo que si estamos lastimados, psicológicamente heridos ahora, como lo está la mayoría de la gente, la herida futura es ahora. ¿Está claro eso? ¿Es posible, entonces, para los seres humanos, para ustedes, producir una mutación completa? Esa mutación cambia las células cerebrales mismas. Es decir, que uno ha estado yendo hacia el norte durante toda su vida, y viene alguien y dice: «Ir hacia el norte no tiene en absoluto ninguna importancia, no tiene valor, allá no hay nada. Dirígete al este, al oeste o al sur». Y debido a que uno escucha, porque se interesa, porque es reflexivo, uno va hacia el este. En ese mismo instante, cuando uno se vuelve y va hacia el este, hay una mutación en las células cerebrales, porque ir hacia el norte se ha convertido en el patrón, en la costumbre, y cuando uno se dirige al este rompe el patrón -¿de acuerdo? Es tan sencillo como eso. Pero requiere que uno escuche, no meramente las palabras, no meramente con el escuchar de los oídos, sino que escuche sin ninguna interpretación ni comparación, sin introducir en ello todas sus tradiciones, todo su trasfondo. Entonces, ese escuchar mismo termina con nuestro condicionamiento. Y también hemos hablado del ver -ver muy, muy claramente lo que ocurre en el mundo actual: las guerras y las cosas más terribles que están sucediendo en todas partes. Un millón o dos millones de años atrás, el hombre mataba con una maza, después inventó la flecha. Pensaba que eso acabaría con todas las guerras. Ahora pueden ustedes vaporizar a millones y millones de personas con una sola bomba. En lo externo, en lo tecnológico hemos progresado tremendamente. Es probable que la computadora se haga cargo de todo nuestro pensar. En un segundo lo hará mejor de lo que nosotros podemos hacerlo. No sé si ustedes han investigado esta cuestión, pero deberían hacerlo. ¿Qué va a sucederle al cerebro humano cuando la computadora pueda hacer casi todo lo que ustedes pueden hacer -excepto, desde luego, el sexo? Tampoco puede contemplar las estrellas y decir: «¡Qué noche maravillosa!»; no puede apreciar qué es la belleza. ¿Qué le va a suceder, entonces, al cerebro humano? ¿Se marchitará cuando la computadora láser pueda encargarse de todo nuestro pensar? Nos evitará una cantidad enorme de tareas. Entonces, o nos volveremos a los entretenimientos, o lo haremos en una dirección por completo distinta, porque en lo interno, en lo psicológico, podemos avanzar infinitamente. El cerebro, el cerebro de cada uno de nosotros, tiene una capacidad extraordinaria. Vean lo que ha hecho la tecnología. Pero psicológicamente, subjetivamente seguimos siendo lo que somos, año tras año, siglo tras siglo. Seguimos en el conflicto, en la lucha, sufriendo pena, ansiedad y todo lo demás. Es de eso que hemos hablado en las cuatro pláticas anteriores. Y también hablamos sobre el pensamiento, preguntándonos cuál es la naturaleza del pensar, qué es el pensar. Investigamos eso muy cuidadosamente. Todo pensamiento es memoria, la cual se basa en el conocimiento; y el conocimiento es siempre limitado, ya sea ahora, en el pasado o en el futuro. El conocimiento es perpetuamente, eternamente limitado porque se basa en la experiencia, que también es siempre limitada. Esta mañana debemos considerar juntos, ustedes y quien les habla, no el auditorio en general (no existe el auditorio en general, sólo existen ustedes, cada uno de ustedes, y quien les habla), debemos considerar juntos el amor, la muerte, qué es la religión, qué es la meditación, y si existe algo más allá de todo el empeño humano -¿o es el hombre la única medida? ¿Hay algo más allá de la estructura del pensamiento, algo que sea intemporal? De eso tenemos que ocuparnos, ustedes y quien les habla, durante esta mañana. ¿De acuerdo? Vivimos a base de sensaciones. Ya hablamos de eso. Toda nuestra estructura se basa en la sensación -sensación sexual, imaginativa, romántica, fantasiosa, etcétera. Y también, como dijimos, está el interés propio como la mayor corrupción. La sensación, o sea, la estimulación de los sentidos, ¿es amor? Esto lo estamos investigando juntos ustedes y quien les habla. Es un largo sendero que recorremos juntos -no que uno va adelante y los demás lo siguen, sino que marchamos juntos, al mismo paso, quizá tomados de la mano, amigablemente, ninguno dominando al otro, ninguno tratando de impresionar al otro. De ese modo, ustedes y quien les habla caminan tranquilamente, explorando, investigando, vigilando, escuchando, observando. Nos preguntamos, pues, el uno al otro: ¿Qué es el amor? Hemos estropeado esa palabra, la hemos despreciado, degradado; por lo tanto, debemos estar muy alertas en cuanto al abuso de esa palabra. ¿Qué es el amor? ¿Es mera sensación? Yo le amo y dependo de usted, usted depende de mí; tal vez yo le traicionaré y usted me traicionará; yo lo utilizo y usted me utiliza. Si quien les habla dice: «Yo les amo», porque ustedes constituyen un gran auditorio y alimentan su vanidad y hacen que se sienta feliz, satisfecho, gratificado -¿es eso amor? El amor, ¿es gratificación, realización, apego? ¿El amor es producto del pensamiento? Ustedes y quien les habla están investigando juntos, de modo que no se duerman en esta mañana tan hermosa. ¿Es sensación el amor? ¿Es gratificación, realización? ¿Es dependencia? ¿Es deseo el amor? Por favor, no concuerden ni discrepen con lo que se dice. Hemos investigado eso -cómo abordamos siempre las cosas, ya sea concordando o discrepando con ellas. ¿Podemos desterrar por completo de nuestro vocabulario, de nuestro cerebro, el ‘estoy de acuerdo’ o el ‘no estoy de acuerdo’, y simplemente enfrentarnos a los hechos tal como son, no sólo en el mundo sino también dentro de nosotros mismos? Eso exige una gran honestidad, una urgencia de honestidad. ¿Podemos hacer eso esta mañana -afrontar las cosas como son? Entonces podemos comenzar a inquirir, a investigar qué es el amor. El amor, ¿es deseo? Anteriormente, en estas pláticas investigamos muy profundamente toda la estructura del deseo. No tenemos tiempo para investigar eso otra vez. Muy brevemente, el deseo es el resultado de la sensación, y el pensamiento da una forma, una imagen a esa sensación; y en ese segundo, cuando el pensamiento moldea la sensación, ha nacido el deseo. Nos preguntamos, pues: ¿Es deseo el amor? ¿Es pensamiento el amor? Por favor, investíguenlo. Es de la vida de ustedes que nos ocupamos -de nuestras vidas, de nuestras vidas cotidianas, no de alguna vida espiritual, no de seguir a algún gurú con sus insensateces, o de vestir túnicas especiales (ya sean las túnicas de la edad media o las de las iglesias o las que se ponen los gurús de moda). El amor, ¿es meramente la estructura del pensamiento? En nuestras relaciones mutuas -hombre, mujer, muchacho, muchacha, etc.- cuando uno dice: «Yo te amo», ¿es eso dependencia? Uno se está realizando en el otro y, por consiguiente, en esa relación interviene el pensamiento, y entonces el pensamiento crea la imagen; y a esa imagen la llamamos amor. De modo que nos preguntamos: El amor -es desafortunado tener que usar esa palabra- el amor, ¿es producto del pensamiento? ¿Puede haber amor cuando hay ambición, cuando estamos compitiendo unos con otros? ¿Hay amor cuando hay interés propio? Tengan la bondad de no escuchar meramente a quien les habla. Escúchense a sí mismos. Descubran por sí mismos. Cuando descubren algo a través de lo que realmente es, pueden ir muy lejos, pero si meramente dependen de otro, de sus palabras, de sus libros, de su reputación, ello no tiene ningún sentido. Desechen todo eso y mírense a sí mismos. Uno ha de tener pasión. Como dijimos el otro día, la pasión sólo puede existir cuando termina el sufrimiento. La pasión sin fanatismo, porque si uno es fanático, la pasión se convierte en terrorismo. Todos los movimientos fanáticos del mundo contienen una pasión tremenda. El fanatismo engendra pasión. Esa pasión no es la pasión que nace con la terminación del dolor. Ya hemos investigado eso. Nos preguntamos, pues: ¿Es amor todo esto? ¿Son amor los celos -que implican odio, ira, deseo, placer, etc.? ¿Nos atrevemos a afrontar todo esto? ¿Somos, ustedes y quien les habla, lo bastante honestos como para descubrir por nosotros mismos el perfume de esa palabra? Por eso debemos considerar qué lugar ocupa la muerte en nuestra vida. No es morboso hablar de la muerte. Ella forma parte de nuestra vida. Desde la infancia y tal vez hasta que realmente morimos, está siempre este terrible miedo a morir. ¿Acaso no temen ustedes a la muerte? La hemos puesto lo más lejos posible. Investiguemos, pues, qué es esta cosa extraordinaria que llamamos muerte. Tiene que ser extraordinaria. Investiguemos, sin ninguna clase de creencia romántica o consoladora en la reencarnación o en la vida después de la muerte. La reencarnación es una idea maravillosamente consoladora. Si uno cree en ella sinceramente profundamente, entonces importa lo que uno hace ahora, lo que uno es ahora, lo que es su conducta, su vida cotidiana ahora. Pero lo que millones creen es que si existe una continuidad, entonces en la próxima vida uno tendrá un castillo mejor, un refrigerador mejor, un automóvil mejor, una esposa o un esposo mejores. ¿Podríamos, pues, descartar esa consoladora idea? ¿Qué es, entonces, la muerte? Primero debemos investigar qué es el vivir -qué entendemos por vivir. ¿Qué es para nosotros una vida buena? ¿Es una vida buena tener muchísimo dinero, automóviles, cambiar de esposas o amigas, o ir de un gurú a otro y estar presos en sus campos de concentración? No se rían, por favor, esto es lo que realmente sucede. ¿Es una vida buena tener diversiones, placeres tremendos, mucha excitación, una serie de sensaciones, ir a la oficina de la mañana a la noche durante cuarenta años? ¡Por Dios, enfréntense con todo esto! Trabajar, trabajar y después morir. ¿Es eso lo que llamamos vivir -conflicto constante, problemas constantes uno tras otro? En esta vida a la que nos aferramos, hemos adquirido cantidades enormes de información y conocimiento prácticamente acerca de todas las cosas, y nos apegamos a ese conocimiento. Estamos profundamente apegados a esos recuerdos que poseemos. A todo esto lo llamamos vivir -pena, ansiedad, incertidumbre e interminable dolor y conflicto. Y llega la muerte por accidente, vejez, senilidad. Ésa es una buena palabra. ¿Qué es la senilidad? ¿Por qué la atribuimos a la vejez? ¿Por qué decimos: «es un viejo senil»? Puede que yo lo sea. ¿Son ustedes seniles? La senilidad es falta de memoria, repetición, volverse a los viejos recuerdos, estar vivo a medias -¿correcto? Eso es lo que generalmente se llama senilidad. Muy a menudo, quien les habla se ha formulado esta pregunta: ¿Es la senilidad un problema de vejez? ¿O la senilidad empieza cuando uno está repitiendo y repitiendo? ¿Entienden? Cuando uno es tradicionalista continúa yendo a las iglesias, templos o mezquitas, y repite, repite, repite. Los cristianos se arrodillan, otros tocan el suelo con la frente, y los hindúes se prosternan... De modo que la senilidad puede existir a cualquier edad, ¿no es así? Formúlense esta pregunta a sí mismos. La muerte puede ocurrir por vejez, por un accidente, por un padecimiento terrible, por enfermedad; y cuando llega, hay un final para toda nuestra continuidad, para todos nuestros recuerdos, nuestros apegos, nuestra cuenta bancaria, nuestra fama. Tenemos que considerar, pues, qué es la continuidad y qué es el final. ¿Podemos investigar eso? ¿Qué es lo que continúa y qué es lo que termina? ¿Por qué tenemos tanto miedo de terminar con algo, ya sea la tradición, un hábito, un recuerdo o una experiencia? No un terminar calculado, no el terminar con algo para obtener alguna otra cosa. Uno no puede argumentar con la muerte. Hay un relato maravilloso de la India antigua. No sé si disponemos de tiempo para ello, porque tenemos que hablar de la religión, de la meditación, y ver si existe algo más allá de todo este empeño humano. Muy bien, repetiré esta historia muy brevemente. Un brahmán -un brahmán, ustedes entienden, un brahmán de la antigua India- ha acumulado muchísimas cosas, vacas y todo lo demás, y un día decide regalarlas una por una. Y viene su hijo y le pregunta: «¿Por qué estás regalando todo esto?» Él le explica que cuando uno acumula muchas cosas debe desprenderse de ellas y empezar de nuevo. ¿Comprenden ustedes el sentido de eso, su significación? Uno acumula y después se desprende de todo lo que ha acumulado. (Yo no les estoy pidiendo a ustedes que hagan esto). El muchacho continúa, pues, preguntando acerca de eso al padre. Y éste se enoja con él y le dice: «Te enviaré a la Muerte si me formulas más preguntas». Y el muchacho responde: «¿Por qué me envías a la Muerte?» Cuando un brahmán dice que hará algo, debe atenerse a ello, y entonces envía al muchacho a la Muerte. Después de hablar con todos los maestros, filósofos, gurús, etc., el muchacho llega a la casa de la Muerte (lo estoy resumiendo muchísimo). Y allí espera durante tres días. Entiendan el significado, la sutileza de todo esto. Él espera allí durante tres días. Entonces viene la Muerte y se disculpa por haberlo tenido esperando, porque después de todo él es un brahmán. Así que se disculpa y le dice: «Te daré cualquier cosa que desees, riquezas, mujeres, vacas, propiedades; todo lo que desees». Y el muchacho responde: «Pero al final de ello estarás tú. Tú siempre estarás al final de todo». Y la Muerte habla entonces de diversas cosas que el muchacho no puede comprender. Es realmente una historia maravillosa. Volvamos entonces a las realidades. ¿Qué es la muerte? ¿Está el tiempo involucrado en ella? El tiempo ¿es muerte? Se lo estoy preguntando a ustedes, tengan la bondad de considerarlo. El tiempo -no sólo el del reloj, el de la salida y puesta del sol, sino también el tiempo psicológico, interno. Mientras exista el interés propio, que es la rueda del tiempo, tiene que existir la muerte. ¿Está, pues, el tiempo relacionado con la muerte? ¡Oh, vamos, señores! Si no existe el tiempo, ¿hay muerte? Por favor, esto es verdadera meditación, no toda esa falsa fruslería que llaman meditación. El tiempo es muy importante para nosotros -tiempo para lograr el éxito en la vida, tiempo para prosperar en ese éxito y producir un cambio en ese éxito. El tiempo implica continuidad. He sido, soy, seré. Existe entre nosotros esta constante continuidad, que es tiempo. Si no hubiera un mañana, ¿le tendrían miedo a la muerte? Si la muerte es ahora, en el instante, no hay temor, ¿verdad? No hay tiempo. ¿Captan lo que estoy diciendo? Así, mientras el pensamiento funciona en el campo del tiempo -cosa que hace todo el día- existe inevitablemente la sensación de que la vida podría terminarse y, por lo tanto, tengo miedo. De modo que el tiempo puede ser el enemigo de la muerte. O el tiempo es muerte. Por ejemplo, si quien les habla está apegado a su auditorio porque de ese apego él obtiene muchísima excitación sensaciones, importancia, interés propio, o si envidia a alguna persona que tiene un auditorio mayor -si quien les habla experimenta apego, sea a un auditorio, sea a un libro, a una experiencia, a un título, a una fama, etc., entonces él le tiene miedo a la muerte. El apego implica tiempo. Por lo tanto, ¿puedo yo, pueden ustedes estar completamente libres del apego ahora? ¿No esperar a la muerte, sino estar completamente libres de ese apego ahora? Sí, señor. Enfréntese a ese hecho. De modo que vivir es morir y, por consiguiente, el vivir es muerte. ¿Comprenden lo que digo? ¡Oh, vamos, señores! Es por eso que uno tiene que echar los cimientos de la comprensión propia, no conforme a filósofos, psiquiatras, libros, etc., sino que uno tiene que comprenderse a sí mismo, observar el propio comportamiento, la propia conducta, los propios hábitos -la acumulación racial, comunal, tradicional y personal que hemos reunido a través de milenios y milenios- conocer todo lo que hay dentro de uno mismo. El conocimiento, la percepción inteligente de eso no pertenece al tiempo; puede ser instantánea. Y el espejo donde vemos esto es la relación entre uno mismo y el otro -ver en esa relación todo el pasado, los hábitos presentes, el futuro; todo está ahí. Saber cómo mirar, cómo observar, cómo escuchar cada palabra, cada movimiento del pensar, requiere gran atención, gran vigilancia. La muerte, pues, no se encuentra en el futuro. La muerte es ahora cuando no existe el tiempo, cuando el yo no está deviniendo, cuando no hay interés propio, ni actividad egotista -todo lo cual es el proceso del tiempo Así que el vivir y el morir marchan siempre Juntos. Ustedes no conocen la belleza de ello. Hay en ello una gran energía. Nosotros vivimos a base de energía. Uno se alimenta lo suficiente, tiene una dieta apropiada, etc., y eso proporciona una cierta calidad de energía. Esa energía se pervierte cuando uno fuma, bebe y todas esas cosas. El cerebro posee una energía extraordinaria. Y se requiere esa energía extraordinaria para averiguar, para descubrir algo por uno mismo y no ser dirigido por otros. De modo que ahora vamos a investigar qué es la religión. Hemos hablado del miedo, hemos hablado de las heridas psicológicas, de no cargar con ellas por el resto de nuestra vida. Hemos hablado acerca del significado que tiene la relación. Nada puede existir en la tierra sin la relación, y esa relación se destruye cuando cada uno de nosotros persigue su propia ambición, su propia codicia, su propia realización, etcétera. Hemos investigado juntos la cuestión del pensamiento, del tiempo, del dolor y de la terminación del dolor. Y esta mañana hemos hablado acerca de la muerte. Ahora, nos animamos a descubrir qué es la religión, puesto que tenemos la energía necesaria y por eso somos capaces de hacerlo. ¿Comprenden? Podemos hacerlo porque hemos desechado todo el conflicto humano y todo interés propio. Si lo hemos hecho, ello nos da una inmensa pasión y energía, una energía incalculable. ¿Qué es, entonces, la religión? ¿Son religión todas las cosas que ha producido el pensamiento? Los rituales, las vestiduras, los gurús, la perpetua repetición, las plegarias -¿es religión eso? ¿O es un gran negocio? En el sur de la India hay un templo que reúne un millón de dólares cada tres días. ¿Entienden lo que estoy diciendo? Cada tres días el templo recoge un millón de dólares. Y a eso lo llaman religión. ¿Es religión eso? ¿Es ritual? ¿O la religión no tiene nada que ver con todo ese negocio? Ustedes sólo pueden formularse esa pregunta cuando están libres de todo eso, no presos en la maraña de la realización personal, del poder, de la posición, de la jerarquía que todo eso implica. Sólo entonces pueden formularse la pregunta: ¿Qué es la religión? Dios, ¿es creado por el pensamiento, por el miedo? ¿Es el hombre la imagen de Dios? ¿O es Dios la imagen del hombre? ¿Puede uno descartar todo eso a fin de descubrir aquello que no es producto del pensamiento, ni de la sensación, ni de la repetición, ni de los rituales? Porque todo eso no es religión -al menos no para quien les habla. Todo eso nada tiene que ver con aquello que es sagrado. ¿Qué es, entonces, la verdad? ¿Existe algo como la verdad? ¿Existe tal cosa -una verdad absoluta, irrevocable que no dependa del tiempo, del ambiente, de la tradición, del conocimiento o de lo que el Buda o algún otro hayan dicho? La palabra no es la verdad. Por lo tanto, no hay un culto de la persona -K no es importante en absoluto. Estamos investigando qué es la verdad. Si es que existe alguna. Y si hay algo que esté más allá del tiempo. La terminación de todo tiempo. Se ha dicho que para dar con esto son necesarias la meditación y una mente rápida. Vamos a investigarlo, si ustedes me lo permiten. ¿Qué es la meditación? La palabra significa, según el diccionario, pensar, reflexionar sobre algo. También tiene un significado diferente en sánscrito y en latín, donde significa ‘medir’. Y medir significa, desde luego, comparar. No hay medida sin comparación. ¿Puede, pues, el cerebro librarse de la medida? No la medida en yardas, en kilómetros, en millas, sino la medida del devenir y no devenir, del comparar y no comparar. ¿Comprenden? ¿Puede el cerebro estar libre de este sistema de medida? Necesito medir para confeccionar un traje. Necesito medir para ir de aquí a otro lugar. El tiempo es medida, la distancia es medida. ¡Oh, vamos, señores! ¿Puede el cerebro librarse de la medida? Es decir, de la comparación -no tener ninguna clase de comparación, de modo que el cerebro esté totalmente libre. Esto es verdadera meditación. ¿Es eso posible, viviendo en el mundo moderno, ganando dinero, engendrando hijos -con el sexo, con todo el ruido, la vulgaridad, el circo que tiene lugar en nombre de la religión? ¿Puede uno estar libre de todo eso? No con el fin de obtener algo. Estar libre. De modo que la meditación no es meditación consciente. ¿Comprenden esto? No puede haber meditación consciente siguiendo un sistema, siguiendo a un gurú -meditación colectiva, meditación de grupo, meditación individual de acuerdo con el Zen o con algún otro sistema. No puede haber un sistema, porque entonces ustedes practican, practican y practican, y el cerebro se embota cada vez más, se vuelve más y más mecánico. ¿Existe, pues, una meditación que no tenga dirección alguna, que no sea consciente, deliberada? Averígüenlo. Eso requiere una gran energía, atención, pasión. Entonces esa pasión misma, esa energía, la intensidad de ello, es silencio. No un silencio ideado. Es el inmenso silencio en que el tiempo y el espacio no existen. Entonces existe aquello que es innominable, que es sagrado, eterno.
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