PREGUNTAS Y RESPUESTAS - 36 - EL SENTIDO DE LA VIDA -

36. EL SENTIDO DE LA VIDA 

Pregunta: Vivimos, pero no sabemos por qué. Para muchísimos de nosotros, la vida parece no tener sentido alguno. ¿Puede usted decirnos cuál es el sentido y el objeto de nuestro vivir? 

KRISHNAMURTI: Bueno, ¿por qué hacéis esa pregunta? ¿Por qué me pedís que os diga cuál es el sentido de la vida, el objeto de la vida? ¿Qué entendemos por vida? ¿Tiene la vida un sentido, un objeto? ¿Acaso el vivir no es en sí su propio objeto, su propio sentido? ¿Por qué queremos más? 

Como estamos tan descontentos de nuestra vida, como ella es tan vacía, tan inarmónica, tan monótona -hacer la misma cosa una y otra vez-, deseamos algo más, algo que esté más allá de lo que hacemos.

 Puesto que nuestra vida diaria es tan hueca, tan insípida, tan sin sentido, tan aburrida, tan intolerablemente estúpida, decimos que la vida debe tener un sentido más amplio; y es por eso que formulais esa pregunta. 

No hay duda de que un hombre cuya vida es muy rica, un hombre que ve las cosas como son y está contento con lo que tiene, no está confuso; él tiene claridad, y por tanto, no pregunta cuál es el objeto de la vida. 

Para él, el hecho mismo de vivir es el comienzo y el fin. 

Nuestra dificultad, pues, es que siendo vacía nuestra vida, deseamos hallarle un objeto y luchar por él.

 Tal objeto de la vida puede ser tan sólo idea, sin realidad alguna; y cuando el objeto de la vida es buscado por una mente estúpida, torpe, por un corazón vacío, ese objeto será también vacío. 

Nuestro problema, por lo tanto, es como hacer nuestra vida rica, no de dinero y todo lo demás, sino interiormente rica, lo cual no es cosa secreta. 

Cuando decís que el objeto de la vida es ser feliz, es encontrar a Dios, ese deseo de encontrar a Dios es por cierto una evasión de la vida, y vuestro Dios es simplemente una cosa conocida. 

Sólo podéis abriros camino hacia un objeto que conocéis; y si construís una escalera hacia eso que llamáis Dios, eso por cierto no es Dios. 

La realidad sólo puede comprenderse en el vivir, no en la evasión. 

Cuando le buscáis un objeto a la vida, en realidad os escapáis y no comprendéis qué es la vida. 

La vida es relación, acción en la relación; y cuando no comprendo mis relaciones, o cuando la relación es confusa, busco un sentido más completo. 

¿Por qué es tan vacía nuestra vida? ¿Por qué somos tan solitarios, tan frustrados? 

Porque jamás hemos mirado dentro de nosotros mismos y no nos hemos comprendido a nosotros mismos. 

Nunca admitimos que esta vida es todo lo que conocemos, y que por lo tanto debiera ser comprendida plena y completamente. 

Preferimos huir de nosotros mismos, y es por eso que buscamos el objeto de la vida lejos de la vida de relación. 

Mas si empezamos a comprender la acción -que es nuestra relación con la gente, con la propiedad, con las creencias e ideas-, entonces hallaremos que la relación trae por sí su propia recompensa. 

No tenéis que buscar. 

Es como buscar el amor. 

¿Podéis encontrar el amor buscándolo? 

El amor no puede ser cultivado. 

Sólo encontraréis el amor en la vida de relación, no fuera de ella; y es porque no tenemos amor que deseamos que la vida tenga un objeto. 

Cuando hay amor -que es su propia eternidad-, entonces no hay busca de Dios, porque el amor es Dios.

 Es porque nuestra menté está llena de tecnicismos y supersticiosas musitaciones, que nuestra vida es tan vacía; y es por eso que buscamos un objeto más allá de nosotros mismos. 

Para encontrar el objeto de la vida, debemos pasar por la puerta de nosotros mismos; pero consciente o inconscientemente evitamos enfrentar las cosas como son en sí mismas, y de ese modo deseamos que Dios nos abra una puerta que esta más allá. 

Esta pregunta sobre el objeto de la vida, la formula tan sólo aquel que no ama; y el amor sólo puede hallarse en la acción, que es relación.


PREGUNTAS Y RESPUESTAS - 35 - LA SERENIDAD DE LA MENTE -

 35. LA SERENIDAD DE LA MENTE 

Pregunta: ¿Por qué habla usted de la serenidad de la mente, y qué es esa serenidad? 

KRISHNAMURTI: ¿No es necesario, si queremos comprender algo, que la mente esté serena? 

Si tenemos un problema, él nos preocupa, ¿no es así? 

Lo ahondamos, lo analizamos, lo desmenuzamos, en la esperanza de comprenderlo. 

¿Pero es posible comprender por medio del esfuerzo, del análisis, de la comparación, por medio de la lucha mental en cualquiera de sus formas? 

La comprensión, por cierto, sólo llega cuando la mente está muy quieta. 

Decimos que, cuanto más luchemos con el problema del hambre, de la guerra, o con cualquier otro problema humano, cuanto más entremos en conflicto con él, más lo comprenderemos. ¿Pero es eso verdad? 

Las guerras, el conflicto entre individuos y sociedades, han continuado a través de los siglos. 

La guerra interna o externa está siempre presente. ¿Hallamos solución a esa guerra, a ese conflicto, con más conflicto, con más lucha, con un sagaz esfuerzo? ¿O entendemos el problema tan sólo cuando nos hallamos directamente frente a él, cuando nos encaramos con el hecho? 

Y sólo podemos encararnos con el hecho cuando no se interpone agitación alguna entre la mente y el hecho. 

¿No es, pues, importante, si es que hemos de comprender, que la mente esté quieta? 

Pero invariablemente preguntaréis:

 “¿Cómo será posible aquietar la mente?” 

Esa es la reacción inmediata, ¿verdad? 

Decís: “Mi mente está agitada, ¿y cómo puedo mantenerla en calma?” 

Ahora bien, ¿puede algún sistema aquietar la mente? ¿Puede una fórmula, una disciplina, hacer que la mente esté serena? 

Si, lo puede; pero cuando la mente es aquietada, ¿es eso quietud, serenidad? ¿O la mente sólo se halla encerrada dentro de una idea, dentro de una fórmula, dentro de una frase? 

Y en tal caso la mente está muerta, ¿verdad? 

Es por eso que casi todas las personas que tratan de ser “espirituales” (o eso que así se denomina), están muertas, ya que ellas han adiestrado la mente para que esté quieta, y se han encerrado en una fórmula para estar serenas. 

Es evidente que una mente tal nunca está quieta; sólo está reprimida, mantenida en sujeción. 

Ahora bien: la mente está quieta cuando ve la verdad de que la comprensión sólo llega cuando ella está quieta; que si yo quiero comprenderos, tengo que estar sereno, no puedo tener reacciones contra vosotros, no debo alimentar prejuicios, debo hacer a un lado todas mis conclusiones, mis experiencias, y enfrentaros cara a cara. 

Sólo entonces, cuando mi mente está libre de “condicionamiento”, yo comprendo. 

Cuando capto esa verdad, la mente está quieta; y entonces no se plantea el problema de cómo aquietar la mente. 

Sólo la verdad puede libertar la mente de su propia ideación; y para ver la verdad, la mente debe comprender el hecho de que no puede tener comprensión mientras esté agitada. 

La quietud de la mente, la tranquilidad de la mente, no es cosa que haya de producirse por el poder de la voluntad, por ninguna acción del deseo. 

Si ello ocurre, entonces esa mente está encerrada, aislada, es una mente muerta; y por lo tanto resulta incapaz de adaptabilidad, de flexibilidad, de vivacidad. 

Una mente así no es creadora. Nuestro problema, entonces, no consiste en cómo serenar la mente sino en ver la verdad acerca de cada problema a medida que él se nos presenta. 

Es como el lago, que se calma cuando el viento cesa. 

Nuestra mente está agitada porque tenemos problemas; y para evitar los problemas, serenamos la mente.

 Pero es la mente la que ha proyectado esos problemas, y no hay problemas fuera de la mente; y mientras la mente proyecte alguna concepción de la sensibilidad, practique cualquier forma de serenidad, jamás podrá estar serena. 

Cuando la mente, empero, comprende que sólo estando serena existe la comprensión, entonces ella tórnase muy quieta. 

Esa quietud no es impuesta ni es resultado de la disciplina; es una quietud que una mente agitada no puede comprender. 

Muchos de los que buscan la quietud de la mente abandonan la vida activa y se retiran a alguna aldea, a un monasterio, a las montañas. 

O bien se engolfan en ideas, se encierran en creencias, o evitan a las personas que les causan perturbación. 

Pero ese aislamiento no es serenidad de la mente. 

El encierro de la mente en una idea, o el evitar las personas que complican la vida, no trae serenidad a la mente. 

La serenidad de la mente llega tan sólo cuando no hay proceso de aislamiento por medio de la acumulación, y sí completa comprensión de todo el proceso de la vida de relación. 

La acumulación envejece la mente; y sólo cuando la mente es nueva, cuando la mente es fresca, sin proceso de acumulación, existe una posibilidad de que haya quietud mental. 

Una mente así no está muerta; está sumamente activa. 

La mente serena es la mente más activa; y si queréis experimentar, ahondar en ello, veréis que en esa serenidad no hay proyección de pensamiento. 

El pensamiento, en todos los niveles, es evidentemente la reacción de la memoria; y el pensamiento jamás puede hallarse en estado de creación. 

Podrá expresar la facultad creadora, pero en sí el pensamiento jamás puede ser creador. 

Mas cuando hay silencio -esa tranquilidad de la mente que no es un resultado-, veremos que en esa quietud hay extraordinaria actividad, una acción extraordinaria que la mente agitada por el pensamiento jamás podrá conocer. 

En esa serenidad no hay formulación, no hay idea, no hay recuerdo; y esa serenidad es un estado de creación que sólo puede ser vivido cuando hay completa comprensión de todo el proceso del “yo”. 

No siendo así, la serenidad carece de sentido. 

Sólo en esa serenidad, que no es un resultado, descúbrese lo eterno, aquello que está más allá del tiempo.


PREGUNTAS Y RESPUESTAS -34 - LA TRIVIALIDAD -

 34. LA TRIVIALIDAD 

Pregunta: ¿Con qué debiera ocuparse la mente? 

KRISHNAMURTI: He aquí un muy buen ejemplo de cómo se hace surgir el conflicto: el conflicto entre lo que debiera ser y lo que es. 

Primero establecemos lo que debiera ser, el ideal y luego tratamos de vivir de acuerdo con ese ideal.

 Decimos que la mente debiera ocuparse con cosas nobles, con la abnegación, con la generosidad, con la bondad, con el amor. 

Eso es el ideal, la creencia, lo que “debiera ser”; lo que “tiene que ser”, y tratamos de vivir en conformidad con eso. 

Se pone, pues, en movimiento un conflicto entre la proyección de lo que debiera ser y la realidad, lo que es; y a través de ese conflicto esperamos transformarnos. 

Mientras estemos en lucha con el “debiera ser”, nos sentimos virtuosos, nos sentimos buenos. 

¿Pero qué es lo importante, el “debiera ser” o lo que es? ¿Con qué se ocupa nuestra mente en realidad, no de un modo ideológico? Con trivialidades, ¿no es así? 

Con nuestra apariencia personal, con la ambición, la codicia, la envidia, la murmuración, la crueldad. 

La mente vive en un mundo de trivialidades; y una mente trivial que crea un noble modelo sigue siendo trivial, ¿verdad? 

No se trata, pues, de saber con qué la mente debiera ocuparse, sino esto: ¿puede la mente libertarse de las trivialidades? 

Por poco que nos demos cuenta, por poco que nos exploremos, conocemos nuestras propias trivialidades: charla incesante, eterna locuacidad de la mente, preocupación, ansiedad por esto o por aquello, curiosidad acerca de lo que la gente hace o no hace, intento de lograr un resultado, busca a tientas del propio engrandecimiento, y así sucesivamente.

Con eso nos ocupamos, y lo sabemos muy bien. ¿Y eso puede ser transformado? 

Ese es el problema, ¿verdad? Preguntar con qué la mente debiera ocuparse, no es otra cosa que falta de madurez.

Ahora bien, dándome cuenta de que mi mente es trivial y que se ocupa con trivialidades, ¿puede ella libertarse de esta condición? ¿Acaso la mente no es trivial por su propia naturaleza? ¿Qué es la mente, sino el resultado de la memoria? ¿Memoria de qué? 

De cómo sobrevivir, no sólo física sino psicológicamente mediante el desarrollo de ciertas cualidades y virtudes, el acopio de experiencias, de reafirmación de sí misma en sus propias actividades. ¿No es trivial eso? 

Siendo el resultado de la memoria, del tiempo, la mente en sí es trivial; ¿y qué puede hacer para libertarse de su propia trivialidad? ¿Puede hacer algo? 

Ved, por favor, la importancia de esto. 

¿Puede la mente, que es actividad egocéntrica, libertarse de esa actividad? 

Es obvio que no lo puede; cualquier cosa que haga, sigue siendo trivial. 

Puede especular acerca de Dios, puede idear sistemas políticos, puede inventar creencias; pero sigue estando en el ámbito del tiempo, su cambio sigue siendo de recuerdo en recuerdo, continúa atada por su propia limitación. 

¿Y puede la mente terminar con esa limitación? ¿O esa limitación desaparece cuando la mente está serena, cuando no está activa, cuando reconoce sus propias trivialidades, por grandes que las haya imaginado? 

Cuando la mente, habiendo visto sus trivialidades, se da plena cuenta de ellas y por lo tanto se aquieta realmente, sólo entonces existe una posibilidad de que esas trivialidades desaparezcan. 

Pero mientras preguntéis con qué la mente debiera ocuparse, ella estará ocupada con trivialidades, sea que construya una iglesia, que se dedique a la oración o visite un santuario. 

La mente en sí es mezquina, pequeña, y con sólo decir que es mezquina no habéis disuelto su mezquindad, su pequeñez. 

Tenéis que comprenderla, la mente tiene que reconocer sus propias actividades; y en el proceso de ese reconocimiento, en la alerta percepción de las trivialidades que consciente o inconscientemente ella ha cimentado, la mente se aquieta. 

En esa quietud hay un estado creador, y éste es el factor que trae una transformación.


PREGUNTAS Y RESPUESTAS - 33 - LA SUPERFICIALIDAD -

 33. LA SUPERFICIALIDAD 

Pregunta: ¿Cómo habrá de volverse serio alguien que es superficial? 

KRISHNAMURTI: En primer lugar debemos darnos cuenta de que somos superficiales, ¿no es así? ¿Qué significa el ser superficial? 

Significa esencialmente depender de algo o alguien, ¿verdad? 

Depender del estímulo, depender del reto, depender de otro, depender psicológicamente de ciertos valores, de ciertas experiencias, de ciertos recuerdos. 

¿No contribuye todo eso a la superficialidad? 

Cuando dependo de la ida a la iglesia todas las mañanas, o todas las semanas, para levantarme el ánimo o recibir ayuda, ¿eso no me torna superficial? Si tengo que cumplir ciertos ritos para mantener mi sentido de integridad o para recobrar algún sentimiento que pude haber tenido alguna vez, ¿no me torna eso superficial? 

¿Y no me vuelve superficial el que yo me entregue a un país, a un plan, o a determinada agrupación política? 

Lo cierto es que todo este proceso de dependencia es una evasión de mí mismo; esta identificación con lo más grande es la negación de lo que yo soy. 

Pero no puedo negar lo que soy; debo comprender lo que soy y no tratar de identificarme con el universo, con Dios, con determinado partido político, o con lo que fuere. 

Todo esto conduce a pensar sin hondura, y de este pensamiento superficial surge una actividad que es permanentemente dañina, sea en escala mundial o en escala individual.

¿Reconocemos, pues, en primer lugar, que hacemos esas cosas? 

No lo reconocemos; las justificamos. Decimos “¿qué haré si no hago esas cosas? 

Estaré en peor situación; mi mente se desquiciará. Ahora, por lo menos, estoy luchando por algo mejor”.

 Y, cuanto más luchamos, más superficiales somos. 

Debo ver eso en primer término, ¿verdad? 

Y esa es una de las cosas más difíciles: ver lo que soy, reconocer que soy estúpido, que soy frívolo, que soy estrecho, que soy celoso. 

Si yo veo lo que soy, si lo reconozco, entonces de ahí puedo empezar. 

Lo cierto es que una mente superficial es la que huye de lo que ella es; y el no escaparse requiere ardua investigación, no ceder a la inercia. 

En el momento en que me sé superficial, ya hay un proceso de profundización, si nada hago respecto de esa superficialidad. 

Si la mente dice “soy pequeño, mezquino; voy a examinar eso, voy a comprender la totalidad de esta mezquindad, de esta influencia restrictiva”, entonces existe una posibilidad de transformación. 

Pero una mente pequeña, mezquina, que reconoce que lo es y trata de no serlo leyendo, reuniéndose con la gente, viajando, estando incesantemente activa como un mono, sigue siendo una mente mezquina.

 Observad una vez más que sólo hay verdadera revolución si enfocamos este problema como es debido.

 El enfoque verdadero del problema brinda una confianza extraordinaria que, os lo aseguro, mueve las montañas de los propios prejuicios y condicionamientos. 

Dándoos cuenta, pues, de que vuestra mente es superficial, no intentéis volveros profundos. 

Una mente superficial jamás podrá conocer grandes honduras. 

Puede tener abundancia de conocimientos, de información, puede repetir palabras; ya conocéis todas las galas de una mente superficial que es activa. 

Mas si sabéis que sois superficiales, poco profundos, si os dais cuenta de la superficialidad y observáis todas sus actividades sin juzgar, sin condenar, pronto veréis que esa cosa superficial desaparece por completo sin que actuéis sobre ella. 

Pero eso requiere paciencia, vigilancia, no el ansioso deseo de un resultado, de un logro. 

Sólo una mente superficial desea un logro, un resultado. 

Cuanto más percibáis todo este proceso, tanto más descubriréis las actividades de la mente; pero debéis observarlas sin tratar de darles término, porque no bien perseguís un fin, os veis de nuevo atrapados en la dualidad del “yo” y del “no yo”; con lo cual continúa el problema.

 

PREGUNTAS Y RESPUESTAS - 32 - LA SIMPLICIDAD -

 32. LA SIMPLICIDAD 

Pregunta: ¿Qué es simplicidad? ¿Significa ello ver muy claramente lo esencial y descartar todo lo demás?

 KRISHNAMURTI: Veamos lo que no es la simplicidad. 

No digáis: “Eso es la negación”; o “Díganos algo positivo. Esa es una reacción que acusa falta de madurez, de reflexión. 

La gente que eso dice son explotadores; porque ellos tienen algo para daros, que vosotros deseáis y por medio de lo cual os explotan. 

Nada de eso hacemos nosotros. Estamos tratando de descubrir la verdad acerca de la simplicidad. Por lo tanto debéis descartar, dejar las ideas de lado, y observar. 

El hombre que posee mucho, teme la revolución, interior y exteriormente. 

Averigüemos lo que la simplicidad no es. 

Una mente complicada no es simple, ¿verdad? 

Una mente sagaz no es sencilla; una mente que tiene un fin en vista, para el cual trabaja, una recompensa, un castigo, no es una mente simple. ¿Lo es, acaso? 

Una mente cargada de conocimientos no es una mente simple; una mente inhibida por creencias, no es una mente simple, ¿verdad? 

Una mente que se ha identificado con algo más grande, y se esfuerza por mantener esa identidad, no es una mente simple, ¿no es cierto? 

Pero nosotros creemos que es vida sencilla el tener un taparrabo o dos; deseamos la expresión externa de simplicidad, y eso nos engaña fácilmente. 

Por eso es que el hombre muy rico rinde culto al hombre que ha renunciado. 

¿Qué es la simplicidad? ¿Puede la simplicidad ser el abandono de lo no esencial y la búsqueda de lo esencial -lo cual significa un proceso de opción, de escoger? ¿No significa ello escoger, preferir -optar por lo esencial y descartar lo no esencial? ¿Qué es el proceso de optar? ¿Qué es la entidad que escoge?

 Es la mente, ¿verdad? No importa qué nombre le deis. 

Vosotros decís “escogeré esto, lo esencial”. 

¿Cómo sabéis qué es lo esencial? 

O tenéis una pauta de lo que otras personas han dicho, o vuestra propia experiencia dice que eso es lo esencial. ¿Podéis confiar en vuestra experiencia? 

Porque, cuando escogéis, cuando optáis, vuestra opción se basa en el deseo; lo que llamáis “esencial” es lo que os brinda satisfacción. 

Así, pues, habéis vuelto nuevamente al mismo proceso, ¿no es cierto? ¿Puede una mente confusa escoger, optar? Si lo hace, la opción habrá también de ser confusa.

La opción entre lo esencial y lo no esencial, por lo tanto, no es sencillez. 

Es un conflicto. Una mente en conflicto, en estado de confusión, nunca puede ser simple. 

De suerte que cuando descartéis, cuando veáis todas las cosas falsas y los ardides de la mente, cuando observéis eso, lo consideréis y lo percibáis, entonces sabréis qué es la simplicidad. 

Una mente atada por la creencia no es jamás una mente simple. 

Una mente mutilada por el conocimiento, no es simple. 

Una mente distraída por la idea de Dios, por las mujeres, por la música, no es una mente simple. 

Una mente atrapada en la rutina de la oficina, de los ritos, de las oraciones, una mente así no es simple; simplicidad es la acción que no es resultado de una idea. 

Pero eso es una cosa muy rara; eso significa creatividad. 

Mientras no haya creación, somos centros de maldad, daño, miserias y destrucción. 

La simplicidad no es cosa que se puede buscar y experimentar. 

La simplicidad llega como se abre una flor, en el momento justo en que cada cual comprende todo el proceso de la existencia y de la vida de relación. 

Es porque no hemos pensado acerca de ello ni lo hemos observado, que no nos damos cuenta de eso.

 Evaluamos de cierta manera todas las formas externas de la simplicidad, tales como pocas posesiones, pero eso no es simplicidad. 

La simplicidad no ha de hallarse. 

La simplicidad no es cosa a escoger entre lo esencial y lo no esencial. 

Ella surge tan sólo cuando no hay “yo”, cuando la mente no está atrapada en especulaciones, en conclusiones, en creencias, en ideaciones. 

Sólo una mente así, libre, puede hallar la verdad. 

Sólo una mente así puede recibir aquello que es inconmensurable, que no puede nombrarse; y eso es la simplicidad.



PREGUNTAS Y RESPUESTAS - 31 - COMPRENSIÓN INSTANTÁNEA -

 31. COMPRENSIÓN INSTANTÁNEA 

Pregunta: ¿Podemos comprender instantáneamente, sin preparación previa, la verdad de que usted habla?

 KRISHNAMURTI: ¿Qué entendéis por verdad? No usemos una palabra cuyo sentido no conocemos; podemos, empero, servimos de una palabra más sencilla, más directa. ¿Podéis entender, podéis comprender un problema directamente? Eso es lo que implica la pregunta, ¿verdad? ¿Podéis comprender al instante, ahora, lo que es? 

Porque comprendiendo lo que es comprenderéis la significación de la verdad; pero decir que uno debe comprender la verdad tiene muy poco sentido. 

¿Podéis, pues, comprender un problema directamente, plenamente, y veros libres de él? 

Eso es lo que la pregunta implica, ¿no es cierto? ¿Podéis comprender al instante una crisis, un reto, ver todo su significado y quedar libres? 

Porque lo que comprendéis no deja huella; la comprensión -o la verdad- es por lo tanto lo libertador. 

¿Y podéis libertaros ahora de un problema, de un reto? 

La vida -¿no es así?- es una serie de retos y respuestas; y si vuestra respuesta a un reto es condicionada, limitada, incompleta, entonces ese reto deja su huella, su residuo, que resulta más fortalecido por otro nuevo reto. 

Hay, pues, constante memoria de esos residuos, acumulaciones, cicatrices; y, con todas esas cicatrices, intentáis hacer frente a lo nuevo, por lo cual jamás le hacéis frente. 

Nunca comprendéis, por consiguiente, nunca os libráis de ningún reto. 

El problema, la cuestión, consiste en saber si yo puedo comprender un reto completamente, directamente, sentir toda su significación, su perfume, su profundidad, su belleza y su fealdad, y así librarme de él. 

El reto es siempre nuevo, -¿verdad? El problema siempre es nuevo, ¿no es así? Un problema que teníais ayer, por ejemplo, ha sufrido tal modificación que, cuando hoy lo enfrentáis, ya es nuevo. 

Mas lo enfrentáis con lo viejo, porque lo enfrentáis sin que os transforméis; lo hacéis simplemente modificando vuestros propios pensamientos.

Permitidme que lo exprese de un modo diferente. 

Os encontré ayer. En el ínterin habéis cambiado. 

Habéis sufrido una modificación, pero todavía tengo la imagen de vosotros que tenía ayer. 

Os encuentro hoy con mi imagen de vosotros, y por lo tanto no os comprendo; sólo comprendo la imagen de vosotros que ayer adquirí. 

Si os quiero comprender a vosotros que estáis transformados, cambiados, tengo que librarme de la imagen de ayer, apartarla de mí. 

Es decir, para comprender un reto -que siempre es nuevo- también debo hacerle frente de un modo nuevo, no debe haber residuo de ayer; tengo, pues, que decir adiós al ayer. 

¿Qué es la vida, después de todo? Es algo nuevo en cada instante, ¿verdad? 

Es algo que está siempre sufriendo un cambio, creando un nuevo sentir. 

El día de hoy nunca es igual al de ayer, y esa es la belleza de la vida. 

¿Puedo yo, podéis vosotros, hacer frente a cualquier problema de un modo nuevo? ¿Podéis, cuando vais a vuestro hogar, encontraros con vuestra esposa y vuestro hijo de un modo nuevo, hacer frente al reto de un modo nuevo? 

No lo podréis si estáis cargados de los recuerdos de ayer. 

Por lo tanto, para comprender la verdad acerca de un problema, de una relación, debéis abordarla de un modo nuevo, no con “mente abierta”, pues eso carece de sentido. 

Debéis abordarla sin las cicatrices de los recuerdos de ayer, lo cual significa que, al surgir cada reto, os dais cuenta de todas las reacciones de ayer; y captando el residuo, los recuerdos de ayer, encontraréis que ellos se os desprenden sin lucha, y por lo tanto vuestra mente está fresca.

 ¿Puede uno, pues, darse cuenta de la verdad instantáneamente, sin preparación? 

Yo digo que sí, y no por alguna fantasía de mi parte, por alguna ilusión; haced con ello un experimento psicológico, y lo veréis. 

Tomad cualquier reto, cualquier pequeño incidente -no esperéis alguna gran crisis- y ved cómo reaccionáis ante él. 

Daos cuenta de ello, de vuestras respuestas, de vuestras intenciones, de vuestras actitudes, y las comprenderéis, comprenderéis el contenido de vuestra mente. 

Os aseguro que podéis hacerlo instantáneamente si dedicáis a ello toda vuestra atención. 

Es decir, si buscáis el pleno sentido de vuestro trasfondo, él rinde su significación; y entonces descubrís de un solo golpe la verdad, la comprensión del problema. 

La comprensión, por cierto, surge del “ahora”, del presente, que siempre es atemporal. 

Aunque pueda ser mañana, sigue siendo el “ahora”; y el no hacer más que diferir, que prepararos para  recibir mañana lo que es, es impediros a vosotros mismos de comprender lo que es, ahora. 

Podéis, por cierto comprender al instante lo que es ahora, ¿verdad? 

Mas para comprender lo que es, tenéis que estar libres de perturbación, de distracción; tenéis que dedicar a ello vuestra mente y corazón. 

Ello tiene que ser vuestro único interés en ese momento, completamente. 

Entonces lo que es, os brinda su plena hondura, su pleno significado, y así os libráis del problema. 

Si queréis conocer la verdad acerca de la propiedad, su significación psicológica, si en realidad deseáis comprenderla directamente ahora, ¿cómo enfocáis el problema? 

Es preciso, por cierto, que sintáis afinidad con el problema, que no le tengáis miedo, que no tengáis credo alguno, ninguna respuesta entre vosotros y el problema. 

Sólo cuando estéis en relación directa con el problema, hallaréis la respuesta. 

Pero si introducís una respuesta, si juzgáis, si tenéis una aversión psicológica, la aplazaréis y os prepararéis para comprender mañana lo que sólo puede comprenderse en el “ahora”. 

Por lo tanto, jamás comprenderéis. 

El percibir la verdad no requiere preparación alguna. 

La preparación implica tiempo y el tiempo no es el medio de comprender la verdad. 

El tiempo es continuidad, y la verdad es atemporal, “no continuar”. 

La comprensión es no continua, es de instante en instante, es sin residuo.

Temo estar haciendo todo esto muy difícil. ¿No es así? 

Es fácil y sencillo comprender, si sólo queréis experimentar con ello; pero si os ponéis a soñar, a meditar al respecto, ello se vuelve muy difícil. 

Cuando no existe barrera entre vosotros y yo, os comprendo. 

Si estoy abierto a vosotros, os comprendo directamente; y el estar abierto no es cuestión de tiempo.

 ¿Hará el tiempo que yo sea abierto? ¿La preparación, el sistema, la disciplina, harán que me abra a vosotros? No. 

Lo que hará que me abra a vosotros es mi intención de comprender. 

Quiero ser abierto porque nada tengo que ocultar, porque no tengo miedo; por lo tanto soy receptivo, y hay comunión inmediata, hay verdad. 

Para recibir la verdad, para captar su belleza y su júbilo, tiene que haber instantánea captación, no anublada por teorías, temores y respuestas.

 

PREGUNTAS Y RESPUESTAS - 30 - DIOS -

 30. DIOS 

Pregunta: Usted ha comprendido la realidad. ¿Puede decirnos qué es Dios? 

KRISHNAMURTI: ¿Cómo sabe usted que yo he realizado? Para saberlo, usted también tiene que haber realizado. Esta no es una simple respuesta hábil. 

Para saber algo, usted tiene que ser parte de ese algo. 

Usted mismo debe haber tenido también la vivencia, y por lo tanto el que usted diga qué yo he realizado carece aparentemente de sentido. 

¿Qué importa que yo haya o no realizado? ¿No es acaso verdad lo que estoy diciendo? 

Aunque yo sea el ser humano más perfecto, si lo que yo digo no es la verdad, ¿por qué habríais siquiera de escucharme? 

Mi realización, ciertamente, nada tiene que ver con lo que estoy diciendo, y el hombre que rinde culto a otro porque ese otro ha realizado, en realidad rinde culto a la autoridad y por lo tanto jamás podrá encontrar la verdad. 

El comprender aquello que ha sido realizado, y el conocer a quien ha realizado, no tiene importancia alguna, ¿verdad? 

Bien sé que toda la tradición dice: “estad con el hombre que ha realizado”. ¿Cómo podéis saber que él ha realizado? 

Todo lo que podéis hacer es estar en su compañía, y aun eso es muy difícil en nuestros días. 

Hay muy poca buena gente, en el verdadero sentido de la palabra -gente que no ande en busca de algo, en pos de algo. 

Aquellos que andan en busca o en pos de algo son explotadores, y por consiguiente, resulta muy difícil encontrar un compañero a quien amar.

Idealizamos a los que han realizado, y esperamos que nos den algo, lo cual es una relación falsa. 

¿Cómo puede comunicarse el hombre que ha realizado, no habiendo amor? 

Esa es nuestra dificultad. En todas nuestras discusiones no nos amamos realmente unos a otros; somos suspicaces. 

Deseáis algo de mí: conocimiento, realización, o queréis estar en mi compañía, todo lo cual indica que no amáis. 

Deseáis algo, y por lo tanto os ponéis a explotar. 

Si realmente nos amamos unos a otros, habrá comunión instantánea. 

Entonces no importa que hayáis realizado y yo no, o que vosotros seáis lo superior o lo inferior. 

Como nuestro corazón se ha marchitado, Dios ha adquirido enorme importancia. 

Esto es, deseáis conocer a Dios porque vuestro corazón ya no canta; y perseguís al cantor y le preguntáis si os puede enseñar a cantar. 

Él puede enseñaros la técnica, pero la técnica no os llevará a crear. 

No podéis ser músicos por el simple hecho de saber cantar. 

Puede que conozcáis todos los pasos de una danza, pero si en vuestro corazón no hay fuerza creadora, sólo funcionáis como una máquina. 

No podéis amar si vuestro objeto es simplemente lograr un resultado. 

No hay cosa alguna que sea un ideal, porque ello es solamente un logro. 

La belleza no es un logro; es la realidad, ahora, no mañana. 

Habiendo amor, comprenderéis lo desconocido; sabréis qué es Dios, y nadie necesitará decíroslo -y esa es la belleza del amor. 

Es la eternidad en sí misma. 

Es porque no hay amor, que deseamos que otra persona o Dios, nos lo dé. 

Si realmente amarais, ¿sabéis cuán diferente sería este mundo? Seríamos gente realmente feliz. 

Por lo tanto no debiéramos dejar que nuestra felicidad dependa de las cosas, de la familia, de los ideales.

 Debiéramos ser felices, y por lo tanto las cosas, las personas y los ideales no dominarían nuestra vida.

 Son cosas secundarias todas ellas. 

Como no amamos y no somos felices, nos interesamos en las cosas, creyendo que nos darán felicidad; y una de las cosas en las cuales nos interesamos es Dios.

Deseáis que os diga qué es la realidad. 

¿Lo indescriptible puede ser acaso expresado en palabras? ¿Podéis acaso medir algo inconmensurable? ¿Podéis atrapar la brisa en vuestro puño? 

Si lo hacéis, ¿es eso acaso la brisa? Si medís aquello que es inconmensurable, ¿es eso acaso lo real? 

Si lo formuláis, ¿es ello lo real? 

Por cierto que no, pues en cuanto describís algo que es indescriptible, ello deja de ser lo real. 

En el momento en que traducís lo incognoscible en términos de lo conocido, ello deja de ser lo incognoscible. 

Sin embargo, eso es lo que anhelamos. 

Constantemente deseamos saber, porque entonces podremos continuar, entonces, según lo imaginamos, podremos alcanzar la felicidad fundamental, la permanencia. 

Deseamos saber por qué no somos felices, por qué luchamos miserablemente, por qué estamos gastados, por qué nos hemos envilecido. 

Sin embargo, en vez de comprender el simple hecho de que nos hemos envilecido, de que somos torpes, de que estamos hastiados, agitados, deseamos alejarnos de aquello que es conocido hacia lo desconocido que vuelve a ser lo conocido; y por consiguiente no podemos nunca encontrar lo real. 

Por lo tanto, en vez de preguntar quién ha comprendido, o qué es Dios, ¿por qué no consagrar toda la atención y percepción a lo que uno es? Entonces encontraréis lo desconocido, o más bien, lo desconocido vendrá a vosotros. 

Si comprendéis qué es lo conocido, “vivenciaréis” ese extraordinario silencio que no es inducido, que no es forzado; y sólo en ese vacío creador puede advenir la realidad. 

Ella no puede venir hacia aquello que está tratando de llegar a ser algo, que está esforzándose; sólo puede venir a lo que es; que comprende lo que es. 

Entonces veréis que la realidad no se halla lejos; lo desconocido no está alejado; está en lo que es. 

Así como la respuesta a un problema está en el problema mismo, la realidad está en lo que es. 

Si eso lo podemos comprender, conoceremos la verdad.

Es en extremo difícil darse cuenta de la torpeza, de la codicia, de la mala voluntad, de la ambición, etc.

 El hecho mismo de darse cuenta de lo que uno es, es la verdad. 

Es la verdad que liberta, no vuestro esfuerzo por ser libres. 

De suerte que la realidad no está lejos; pero nosotros la situamos lejos porque procuramos utilizarla como medio de autoprolongación. 

Está aquí ahora en lo inmediato. 

Lo eterno, lo atemporal, es ahora; y el “ahora” no puede ser comprendido por el hombre que se halla atrapado en la red del tiempo. 

Libertar al pensamiento del tiempo, exige acción; pero la mente es perezosa lerda y por lo tanto crea siempre otros impedimentos. 

Ello sólo es posible por la verdadera meditación, la cual significa acción completa no una acción continua; y la acción integral sólo puede ser comprendida cuando la mente comprende el- proceso de la continuidad, que es la memoria, no la memoria “factual” sino la memoria psicológica. 

Mientras funciona la memoria, la mente no puede comprender lo que es. 

Pero la propia mente, la totalidad del propio ser, llega a ser en extremo creadora, a estar pasivamente alerta, cuando uno comprende la significación del terminar, porque en el terminar hay renovación, mientras en la continuidad está la muerte, la desintegración.

 

PREGUNTAS Y RESPUESTAS - 29 - LA VERDAD Y LA MENTIRA -

 29. LA VERDAD Y LA MENTIRA 

Pregunta: ¿Cómo es que, según usted lo ha dicho, una verdad que se repite se convierte en mentira? ¿Qué es realmente la mentira? ¿Por qué es malo mentir? ¿No es este un problema sutil y profundo en todos los niveles de nuestra existencia? 

KRISHNAMURTI: Como en esto hay dos preguntas, examinemos la primera. 

Cuando una verdad se repite, ¿cómo es que se convierte en mentira? ¿Qué es lo que repetimos? ¿Podéis repetir una comprensión? 

Yo comprendo algo; ¿puedo repetirlo? 

Puedo hablar de ello, puedo comunicarlo; pero la vivencia, a buen seguro, no es lo que se repite. 

Mas nos quedamos presos en la palabra y perdemos el significado de la vivencia. 

Si habéis tenido una vivencia, ¿podéis repetirla? Podéis querer repetirla; podéis desear su repetición, su sensación; pero una vez que habéis tenido una vivencia, ésta ha terminado, no puede ser repetida. 

Lo que puede repetirse es la sensación, y la palabra correspondiente que da vida a esa sensación.

Y  como, desgraciadamente, la mayoría de nosotros somos propagandistas, caemos en la repetición de la palabra. 

Vivimos de palabras, y la verdad es negada. 

Tomemos como ejemplo el sentimiento del amor. ¿Podéis repetirlo? Cuando oís que os dicen “amad a vuestro prójimo”, ¿es eso una verdad para vosotros? 

Sólo es verdad cuando en realidad amáis al prójimo; y ese amor no puede ser repetido, sino tan sólo la palabra. 

Sin embargo, casi todos nos sentimos felices y contentos con la repetición: “amad al prójimo”, o “no seáis codiciosos”. 

De modo que la verdad de otro, o una vivencia real que hayáis tenido, no se convierte en una realidad por la simple repetición. 

Por el contrario, la repetición impide la realidad; El mero repetir determinadas ideas no es la realidad.

La dificultad de esto consiste en comprender el asunto sin pensar en términos de lo opuesto. 

Una mentira no es algo opuesto a la verdad. 

Es posible ver la verdad de lo que estoy diciendo, no en oposición o en contraste, como verdad o como mentira, sino ver, simplemente, que la mayoría de nosotros repetimos sin comprensión. 

Por ejemplo, hemos estado discutiendo el “nombrar” y el “no nombrar” un sentimiento y lo demás.

 Muchos de vosotros lo repetiréis, estoy seguro de ello, pensando que es “la verdad”.

Jamás repetiréis una vivencia si es una experiencia directa. 

Podéis comunicarla; pero cuando es una vivencia real, las sensaciones que la acompañaron han pasado, el contenido emocional que había detrás de las palabras se ha desvanecido por completo. 

Tomemos por ejemplo, la idea de que el pensador y el pensamiento son uno solo. 

Puede que sea una verdad para vosotros, porque lo habéis experimentado directamente. 

Pero si yo lo repitiera, eso no sería verdadero -¿no es así?-, verdadero, no como opuesto a lo falso, entendedlo bien. 

No sería real; sería una simple repetición, y, por lo tanto, carecería de significación. 

Pero ya veis, con la repetición crearnos un dogma, edificamos una iglesia, y en eso nos refugiamos. 

La palabra, no la verdad, se convierte en “la verdad”. 

La palabra no es la cosa. 

Pero para nosotros, la cosa es la palabra. 

Y es por eso que uno tiene que guardarse con sumo cuidado de repetir algo que no comprenda realmente. 

Si comprendéis algo, podéis comunicarlo; pero las palabras y el recuerdo han perdido su significación emocional. 

Es por eso que, en la conversación corriente, la propia perspectiva y el propio vocabulario sufren un cambio.

 Siendo, pues, que estamos buscando la verdad por medio del conocimiento propio, y no somos meros propagandistas, es importante que comprendamos esto. 

Mediante la repetición, en efecto, uno se hipnotiza con palabras, con sensaciones, queda atrapado en ilusiones. 

Y para libertarse de eso, es imperativo experimentar directamente y, para experimentar directamente, uno debe captarse a sí mismo en el proceso de la repetición, de los hábitos, de las palabras, de las sensaciones. 

Esa captación nos brinda extraordinaria libertad, y así puede haber renovación, una constante vivencia, un estado de cosa nueva. 

La otra pregunta es: “¿qué es realmente la mentira? ¿Por qué es malo mentir? ¿No es este un problema sutil y profundo en todos los niveles de nuestra existencia?” ¿Qué es una mentira? 

Es una contradicción -¿no es así?-, una autocontradicción. 

Uno puede contradecirse consciente o inconscientemente; puede hacerlo de un modo deliberado o inconsciente. 

La contradicción puede ser sumamente sutil o muy obvia. 

Y cuando la división en la contradicción es muy grande, uno se vuelve desequilibrado o se da cuenta del conflicto y se dispone a remediarlo.

Para comprender este problema: qué es una mentira y por qué mentimos, hay que ahondarlo sin pensar en términos de lo opuesto. 

¿Podemos observar este problema de la contradición en nosotros mismos sin tratar de no ser contradictorios? 

Nuestra dificultad al examinar esta cuestión -¿no es así?- está en que condenamos una mentira con gran facilidad; ¿mas para comprenderla podemos considerarla en términos de lo que es la contradicción y no en términos de verdad y falsedad? ¿Por que nos contradecimos? ¿Por qué hay contradicción en nosotros? ¿No hay un intento de vivir de acuerdo con una norma, con una pauta, un constante acercamiento nuestro a un modelo, un esfuerzo constante por ser algo, ya sea a los ojos de otra persona o ante nuestros propios ojos? 

Existe un deseo -¿no es así?- de ajustarse a una norma, y cuando uno no vive de acuerdo con ella hay contradicción.

 Ahora bien, ¿por qué tenemos un modelo, una norma, una tendencia a imitar, una idea en conformidad con la cual tratamos de vivir? ¿Por qué? 

Evidentemente, para estar en seguridad, para estar a salvo, para ser populares, para tener una buena opinión de nosotros mismos, etc. 

Ahí está la semilla de la contradicción. 

Mientras procuremos asemejarnos a algo, mientras tratemos de ser algo, tiene que haber contradicción; por lo tanto, tiene que existir esa división entre lo falso y lo verdadero. 

Creo que esto es importante, si es que queréis profundizarlo serenamente. 

No es que no exista lo falso y lo verdadero; ¿pero por qué hay contradicción en nosotros? ¿No es porque intentamos ser algo: nobles, buenos, virtuosos, creadores, felices, etc.? 

Y en el deseo mismo de ser algo existe una contradicción: la de no ser una cosa diferente. 

Y es esta contradicción la que resulta destructiva. 

Si uno es capaz de completa identificación con algo, con esto o con aquello, entonces la contradicción cesa; mas cuando uno se identifica de veras, en un todo, con algo, hay encierro dentro de uno mismo, una resistencia, lo cual causa desequilibrio. 

Ello es evidente. ¿Por qué, pues, hay contradicción en nosotros? 

He hecho algo, y no quiero ser descubierto; he pensado algo que no es lo debido, y ello me coloca en un estado de contradicción, cosa que no me agrada. 

Por tanto, donde hay imitación tiene que haber temor; y es este temor lo que causa contradicción.

 Mientras que si no hay devenir, si no hay intento alguno de ser algo, no hay sensación de temor.

 Entonces no hay contradicción; entonces en nosotros no existe la mentira en ningún nivel, consciente o inconsciente; nada hay que suprimir, nada que manifestar. 

Y como la vida de casi todos nosotros es cuestión de estados de ánimo y de actitudes, asumimos actitudes que dependen de nuestros estados de ánimo, lo cual es una contradicción. 

Cuando el estado de ánimo desaparece, somos lo que somos. 

Es esta contradicción lo realmente importante, y no que digáis o dejéis de decir una mentirilla inocente.

 Mientras haya esta contradicción, tiene que haber una existencia superficial, y por lo tanto temores superficiales que han de ser vigilados; y luego siguen las mentiras inocentes, y todo lo demás que sabéis. 

Podemos considerar esta cuestión y no preguntar qué es una mentira y qué es la verdad, sino investigar el problema de la contradicción en nosotros mismos sin recurrir a los opuestos, lo cual es sumamente difícil. 

Porque, como dependemos tanto de nuestras sensaciones, la vida de casi todos nosotros es contradictoria. 

Dependemos de los recuerdos, de las opiniones; tenemos innumerables temores que deseamos disimular; todo esto crea contradicción en nosotros mismos; y cuando esa contradicción se hace insoportable, perdemos la cabeza. 

Deseando la paz, todo lo que uno hace engendra la guerra, no sólo en la familia, sino fuera de ella. 

Y en lugar de comprender lo que crea el conflicto, sólo tratamos, cada vez más, de convertirnos en una cosa o en otra, en lo opuesto, agrandando de ese modo la división. 

¿Es posible comprender por qué existe contradicción en nosotros, no sólo en la superficie sino en un nivel psicológico mucho más profundo? 

En primer lugar, ¿se da uno cuenta de que vive una vida contradictoria? 

Deseamos la paz, y somos nacionalistas; queremos evitar la miseria social y, no obstante, cada uno de nosotros es individualista y limitado, encerrado en sí mismo. 

Vivimos, pues, en constante contradicción. 

¿Por qué? ¿No será que somos esclavos de la sensación? 

No se trata de negar o de aceptar esto, que exige comprender muy bien lo que implica la sensación, es decir, los deseos. 

Deseamos muchas cosas, todas en contradicción unas con otras. 

Somos un cúmulo de máscaras en conflicto; adoptamos una careta cuando nos conviene, y la repudiamos cuando alguna otra cosa es más provechosa, más agradable. 

Es ese estado de contradicción lo que crea la mentira. 

Y, en oposición a eso, creamos “la verdad”. 

Pero, ciertamente, la verdad no es lo contrario de la mentira. 

Aquello que tiene un opuesto no es la verdad. 

Lo opuesto contiene su propio opuesto, y por lo tanto no es la verdad. 

Y para comprender este problema bien a fondo, hemos de darnos cuenta de todas las contradicciones en que vivimos. 

Cuando yo digo “os amo”, con ello van los celos, la envidia, la ansiedad, el temor, lo cual es una contradicción. 

Y es esta contradicción la que debe ser comprendida; y sólo se la puede comprender cuando uno se da cuenta de ella sin condenarla ni justificarla; observándola, no más. 

Y, para observarla pasivamente, uno ha de comprender todos los procesos de la justificación y de la condenación. 

No es cosa fácil el observar algo pasivamente; pero al comprender eso, empieza uno a comprender el proceso íntegro de las modalidades de nuestro pensar y sentir. 

Y cuando uno percibe el significado total de la contradicción en uno mismo, ello produce un cambio extraordinario: sois entonces vosotros mismos, no algo que tratáis de ser. 

Ya no seguís un ideal, ya no buscáis felicidad. 

Sois lo que sois, y de ahí podéis proseguir. 

Entonces no hay posibilidad de contradicción.


PREGUNTAS Y RESPUESTAS - 28 - LO CONOCIDO Y LO DESCONOCIDO -

 28. LO CONOCIDO Y LO DESCONOCIDO 

Pregunta: Nuestra mente sólo conoce lo conocido. ¿Qué es lo que en nosotros nos impulsa a buscar lo desconocido, la realidad, Dios? 

KRISHNAMURTI: ¿Vuestra mente os impulsa hacia lo desconocido? ¿Existe en vosotros apremio por lo desconocido, por la realidad, por Dios? 

Por favor, pensad seriamente en ello. No se trata de una pregunta retórica; averigüémoslo, realmente.

 ¿Existe en cada uno de nosotros un apremio interior para encontrar lo desconocido? ¿Existe ese apremio? ¿Cómo podéis encontrar lo desconocido? 

Si no lo conocéis, ¿como podéis encontrarlo? ¿Existe en nosotros un anhelo de realidad? ¿O es simplemente un deseo de lo conocido, dilatado? ¿Comprendéis lo que quiero decir? 

He conocido muchas cosas; no me han dado felicidad, ni satisfacción, ni alegría. 

Por eso quiero ahora otra cosa que me dé mayor alegría, mayor felicidad, mayor vitalidad, lo que sea. ¿Y puede lo conocido, que es mi mente -porque mi mente es lo conocido, el resultado del pasado-, puede esa mente buscar lo desconocido? 

Si yo no conozco la realidad, lo desconocido, ¿cómo puedo buscarlo?

Debe, por cierto, venir a mí; yo no puedo ir en pos de lo desconocido. 

Si voy en su búsqueda, voy en pos de algo que es lo conocido, de algo proyectado por mí. 

Nuestro problema, pues, no es el de saber qué es lo que en nosotros nos impulsa a hallar lo desconocido. Eso es bastante claro. 

El problema es nuestro propio deseo de estar más seguros, de ser más permanentes, más estables, más felices, de escapar al tumulto, al dolor, a la confusión. 

Ese es, por cierto, nuestro evidente impulso. Y cuando existe ese impulso, ese apremio, hallaréis un escape maravilloso, un maravilloso refugio, en Buda, en Cristo, o en las banderías políticas y otras cosas más. 

Eso no es la realidad; eso no es lo incognoscible, lo desconocido. Por lo tanto, el apremio por lo desconocido ha de terminar, la búsqueda de lo desconocido ha de cesar; lo cual significa que tiene que haber comprensión de lo conocido cumulativo, que es la mente. 

La mente debe comprenderse a sí misma como lo conocido, porque eso es todo lo que ella conoce. No podéis pensar en alguna cosa que no conozcáis. Solamente podéis pensar en algo que conocéis.

Lo difícil para nosotros es que la mente no prosiga en lo conocido. Y eso puede ocurrir tan sólo cuando la mente se comprende a sí misma y entiende que todo su movimiento proviene del pasado y se proyecta a través del presente hacia el futuro. 

Es un movimiento continuo de lo conocido; ¿y ese movimiento puede cesar? Sólo puede cesar cuando él mecanismo de su propio proceso ha sido comprendido, sólo cuando la mente se comprende a sí misma y comprende su funcionamiento, sus modalidades, sus propósitos, sus empeños, sus exigencias -no sólo las exigencias superficiales sino los profundos impulsos y móviles del fuero íntimo. 

Esta es una tarea sumamente ardua; no es en una simple reunión, o en una conferencia, o leyendo un libro, donde vais a descubrir. Al contrario, ello necesita vigilancia continua, constante captación de todo movimiento del pensar, y no sólo en estado de vigilia, sino también durante el sueño. 

Tiene que ser un proceso total, no un proceso parcial y esporádico. 

Asimismo, la intención debe ser apropiada, adecuada. 

Esto es, debe cesar la superstición de que, interiormente, todos deseamos lo desconocido. 

Es una ilusión pensar que buscamos a Dios; no hay tal. 

Nosotros no tenemos que buscar la luz. 

Habrá luz cuando no haya oscuridad; y a través de la oscuridad no podemos encontrar la luz. 

Todo lo que podemos hacer es remover esas barreras que crean oscuridad; y el removerlas depende de la intención. 

Si la removéis con el propósito de ver la luz, entonces nada removéis; sólo substituís la oscuridad por la palabra luz. Y hasta el hecho de mirar más allá de la oscuridad es huir de la oscuridad.

 No tenemos, pues, que considerar qué es lo que nos impulsa sino por qué hay en nosotros tal confusión, tanta agitación, lucha y antagonismo, todas las cosas estúpidas de nuestra existencia. 

Cuando éstas no existen, entonces hay luz y no tenemos que buscarla. 

Cuando la estupidez desaparece, surge la inteligencia. 

Cuando el hombre que es estúpido trata de volverse inteligente, sigue siendo estúpido. 

La estupidez jamás podrá ser transformada en sabiduría; sólo cuando cesa la estupidez hay sabiduría inteligencia. 

Pero es obvio que el hombre que es estúpido y trata de volverse inteligente, sabio, nunca podrá serlo.

 Para saber lo que es la estupidez hay que penetrarla, no de un modo superficial sino pleno, completo, profundo. 

Hay que penetrar todas las distintas capas de la estupidez; y cuando se produce el cese de la estupidez, hay sabiduría.

De modo que resulta importante averiguar, no si existe algo más que lo conocido, algo más grande que nos impulsa hacia lo desconocido, sino ver qué es lo que en nosotros origina confusión, guerras, diferencias de clases, “snobismo”, búsqueda de renombre, acumulación de conocimientos, evasión por medio de la música, del arte y de tantas otras maneras. 

Es importante, por cierto, ver esas cosas como son, y volver a nosotros mismos tal cuales somos. 

Y desde ahí podemos proseguir. Entonces resulta relativamente fácil despojarse de lo conocido. 

Cuando la mente está en silencio, cuando ya no se proyecta hacia el futuro, deseando algo, cuando la mente está realmente serena, en una paz profunda, lo desconocido se manifiesta. 

No tenéis que buscarlo. No podéis atraerlo. Lo que podéis atraer es tan sólo aquello que conocéis. 

No podéis invitar a un huésped desconocido; sólo podéis invitar a alguien que conocéis. Pero no conocéis lo desconocido, Dios, la realidad, o lo que sea. 

Ello debe advenir. 

Sólo puede advenir cuando el campo está listo, cuando la tierra está labrada. Pero si preparáis el terreno a fin de que aquello advenga, entonces no lo tendréis.

 Así, nuestro problema no estriba en buscar lo incognoscible, sino en comprender los procesos acumulativos de la mente, la cual siempre es lo conocido. 

Y esa es una ardua tarea, requiere atención, requiere una percepción, una captación constantes en la que no haya sentido alguno de distracción, de identificación, de condenación; es estar con lo que es. 

Sólo entonces puede la mente estar serena, quieta. 

Ninguna clase de meditación o disciplina puede aquietar la mente, en el verdadero sentido de la palabra. Sólo cuando la brisa cesa, el lago entra en calma. 

No podéis aquietar el lago. 

Nuestra tarea no es, pues, la de buscar lo incognoscible, sino la de comprender la confusión, la agitación, la desdicha que hay en nosotros. 

Y entonces surge misteriosamente ese “algo” en el que hay júbilo, dicha.

PREGUNTAS Y RESPUESTAS - 27 - EL NOMBRAR -

 27. EL NOMBRAR 

Pregunta: ¿Cómo puede uno darse cuenta de una emoción sin darle nombre o sin clasificarla? Si percibo un sentimiento, parece que sé lo que ese sentimiento es, casi inmediatamente después que surge. ¿O quiere usted significar algo diferente cuando dice “no nombréis”? 

KRISHNAMURTI: ¿Por qué le ponemos nombre a alguna cosa? ¿Por qué le ponemos rotulo a una flor, a una persona, a un sentimiento? 

Uno hace eso para comunicar el propio sentimiento, para describir la flor, y así sucesivamente, o para identificarse con ese sentimiento. ¿No es así? 

Yo nombro algo, un sentimiento, para comunicarlo. “Estoy enojado”. O me identifico con ese sentimiento, para fortalecerlo, para disolverlo o para hacer algo a su respecto. 

Le damos nombre a algo, a una rosa, para comunicarlo a otros; o al darle un nombre creemos que la hemos comprendido. Decimos “eso es una rosa”, la miramos rápidamente y continuamos nuestro camino. 

Al darle un nombre creemos haberla comprendido; la hemos clasificado y creemos que por eso hemos comprendido el contenido total y la belleza de esa flor. 

Al darle un nombre a alguna cosa, la hemos puesto simplemente en una categoría, y creemos haberla comprendido; no la miramos más de cerca. 

Pero si no le damos un nombre, nos vemos obligados a mirarla. 

Es decir, nos acercamos a la flor, o a lo que fuere, en actitud nueva, con una nueva cualidad de examen; la miramos como si nunca la hubiésemos visto antes. 

El poner nombre es un medio muy cómodo de deshacerse de las cosas y de la gente, diciendo que se trata de alemanes, de japoneses, de americanos, de hindúes. 

Les ponéis un rótulo y destruís el rótulo. Pero si no le ponéis un rótulo a las personas, os veis obligados a observarlas, y entonces resulta mucho más difícil matar a alguien. 

Podéis destruir el rótulo, con una bomba, y sentir que obráis con rectitud. 

Pero si no le ponéis un rótulo, y, por lo tanto, tenéis que mirar la cosa individualmente -ya sea un hombre o una flor, un incidente o una emoción-, entonces os veis forzados a considerar vuestra relación con la cosa y la acción que de ahí resulte. 

De suerte que nombrar o poner un rótulo es un modo muy cómodo de deshacerse de tal o cual cosa, de negarla, condenarla o justificarla. Ese es un aspecto de la cuestión.

¿Cuál es el centro desde el cual nombráis? ¿Cuál es el centro que siempre está nombrando, escogiendo, clasificando? 

Todos sentimos que hay un centro, un núcleo, desde el cual actuamos, juzgamos y denominamos, ¿no es así? ¿Qué es ese centro, ese núcleo? 

A algunos les agradaría pensar que es una esencia espiritual, Dios o lo que os plazca. 

Por lo tanto, descubramos qué es ese núcleo, ese centro que nombra, define, juzga. 

Ese centro, por cierto, es la memoria, ¿no es así? 

Una serie de sensaciones identificadas y conservadas; el pasado, vivificado a través del presente. 

Ese núcleo, ese centro, se alimenta del presente al nombrar, al clasificar, al recordar. 

Pronto veremos, según vamos poniéndolo de manifiesto, que mientras exista ese núcleo, ese centro, no puede haber comprensión. 

Sólo con la disipación de ese núcleo surge la comprensión. Porque, al fin y al cabo, ese núcleo es memoria, recuerdo de diversas experiencias a las que se ha dado nombres, rótulos, identificaciones. 

Con esas experiencias nombradas y rotuladas, desde ese centro, se acepta y se rechaza, se toma la determinación de ser o de no ser, conforme a las sensaciones, placeres y penas del recuerdo de la experiencia. 

Ese centro es, pues, la palabra. Si no le dais nombre a ese centro, ¿hay acaso un centro? 

Esto es, si no pensáis con palabras, si no empleáis palabras, ¿podéis pensar? 

El pensar surge mediante la verbalización; o bien la verbalización empieza a responder al pensar. 

De suerte que el centro, el núcleo, es el recuerdo de innumerables experiencias de placer y dolor, expresado por medio de palabras. 

Observadlo en vosotros mismos, por favor, y veréis que las palabras, los nombres, se han vuelto mucho más importantes que la substancia; y vivimos de palabras.

Las palabras tales como verdad, Dios, o los sentimientos que esas palabras representan, han adquirido para nosotros gran importancia. 

Cuando decimos la palabra “americano”, “cristiano”, “hindú”, o la palabra “ira”, somos la palabra que representa el sentimiento. 

Pero no sabemos qué es ese sentimiento, porque lo que se ha vuelto importante es la palabra. 

Cuando decís que sois budistas, cristianos, ¿qué significa la palabra, qué sentido hay detrás de esa palabra que nunca habéis examinado? 

Nuestro centro, el núcleo, es la palabra, el rótulo. 

Si el nombre no hace al caso, si lo que importa es aquello que está detrás del nombre, entonces podéis inquirir; pero si estáis identificados con el nombre y confundidos con él, no podéis proseguir. 

Y nosotros estamos identificados con el nombre: la casa; la forma, el nombre, el mobiliario, la cuenta bancaria, nuestras opiniones, nuestros estimulantes, y así sucesivamente. 

Somos todas esas cosas; y esas cosas están representadas por un nombre. 

Las cosas han llegado a ser importantes, los nombres, los rótulos; y, por lo tanto, el centro, el núcleo, es la palabra.

Si no hay palabra ni rótulo, no hay centro, ¿no es así? 

Hay disolución, hay un vacío, no el vacío del miedo, lo cual es una cosa enteramente distinta. 

Hay una sensación de ser como la nada; y puesto que habéis eliminado todos los rótulos, o más bien, habiendo comprendido por qué les ponéis rótulo a los sentimientos y a las ideas, sois completamente nuevos, ¿verdad? 

No hay centro desde el cual actuéis. 

El centro, que es la palabra, ha sido disuelto. El rótulo ha sido eliminado, ¿y dónde estáis vosotros como centros? 

Estáis ahí, pero ha habido una transformación. 

Y esa transformación os asusta un poco; por eso no proseguir con lo que continúa implícito en ella; ya estáis empezando a juzgarla, a decidir si os gusta o no os gusta. 

No proseguís con la comprensión de lo que va a surgir, sino que ya estáis juzgando; lo cual significa que tenéis un centro desde el cual actuáis. 

Por lo tanto, os quedáis estancados tan pronto juzgáis; las palabras “me gusta” y “no me gusta” se vuelven importantes. 

¿Pero qué ocurre cuando nombréis? 

Captáis más directamente la emoción, la sensación, y, por lo tanto, os relacionáis con ella de manera muy distinta, igual que con una flor cuando no le dais nombre. 

Os veis forzados a mirarla de un modo nuevo. 

Cuando no dais nombre a un grupo de personas, os veis obligados a mirar cada rostro individual y no a tratarlos a todos ellos como “masa”. 

Estáis, por lo tanto, mucho más alertas, mucho más atentos, sois más comprensivos, tenéis un sentido de piedad, de amor, más profundo; mas si a todos los tratáis como “masa”, se acabó. 

Si no le ponéis nombre, tenéis que considerar cada sentimiento a medida que surge. 

Cuando nombráis, ¿es el sentimiento diferente del nombre? ¿O el nombre despierta el sentimiento? 

Por favor, pensadlo bien. Cuando le asignamos un nombre, casi todos nosotros intensificamos el sentimiento. 

El sentimiento, y el darle un nombre, son instantáneos. 

Si hubiera un intervalo entre el sentimiento y el nombrar, podríais descubrir si el sentimiento es diferente del nombre, y entonces podríais habéroslas con el sentimiento, sin ponerle nombre. 

El problema es éste: ¿como librarnos de un sentimiento que nombramos, tal como la ira? 

No se trata de subyugarlo, de sublimarlo, de reprimirlo, todo lo cual es idiota y falto de madurez; se trata de como librarse realmente de él. 

Y para estar realmente libres de él, tenemos que descubrir si la palabra es más importante que el sentimiento. 

La palabra “ira” tiene más significación que el sentimiento mismo. 

Y, para descubrir eso, en realidad, tiene que haber un intervalo entre el sentimiento y el nombrar. 

Esa es una parte.

Si no nombro un sentimiento, es decir, si el pensamiento no funciona solamente a causa de las palabras, o si no pienso en términos de palabras, imágenes o símbolos, lo que casi todos hacemos, ¿qué ocurre entonces? 

Entonces la mente, por cierto, no es simplemente el observador. 

Esto es, cuando la mente no piensa en términos de palabras, símbolos, imágenes, no hay pensador separado del pensamiento, el cual es la palabra. 

Entonces la mente está serena, quieta, ¿no es así? 

No está aquietada sino quieta. 

Y cuando la mente está realmente quieta, es posible habérnoslas instantáneamente con los sentimientos que surgen. 

Es tan sólo cuando les damos nombres a los sentimientos y con ello los fortalecemos, que los sentimientos tienen continuidad; se acumulan en el centro desde el cual seguimos poniéndoles nombres, ya sea para fortalecerlos o para comunicarlos. 

Cuando la mente ya no es, en calidad de pensador, el centro hecho de palabra, de experiencias pasadas -todas las cuales son recuerdos, nombres, acumulados y ordenados en categorías, en casillas-, cuando no hace ninguna de esas cosas, entonces es obvio que la mente está quieta. 

Ya no está atada, ya no hay un centro como el “yo” -“mi” casa, “mi” logro, “mi” trabajo-, que siguen siendo palabras, las cuales dan ímpetu al sentimiento y con ello fortalecen la memoria. 

Cuando ninguna de esas cosas ocurre, la mente está muy serena, quieta. 

Ese estado no es negación. 

Por el contrario, para llegar a ese punto tenéis que pasar por todo eso, lo cual es una empresa enorme.

 Ello no consiste simplemente en aprender unas cuantas series de palabras y repetirlas como lo haría un escolar: no nombrar, no nombrar.

 Seguir a fondo todo lo que ello implica, vivenciarlo, ver cómo la mente funciona y así llegar al punto en que ya no ponéis nombres -lo cual significa que ya no hay un centro distinto del pensamiento-; todo este proceso, sin duda, es verdadera meditación. 

Cuando la mente está de veras tranquila, entonces es posible que se manifieste aquello que es inconmensurable. 

Cualquier otro proceso, cualquiera otra búsqueda de la realidad, es mera autoproyección, cosa de nuestra propia hechura, y, por tanto, ilusoria. 

Pero este proceso es arduo, y él significa que la mente tiene en todo instante que darse cuenta do todo lo que internamente le ocurre. 

Para llegar a ese punto, no puede haber condenación ni justificación desde el principio hasta el fin, sin que esto sea un fin. 

No existe un fin, porque hay algo extraordinario que aún continúa. 

Esto no es una promesa. 

A vosotros os toca experimentar, penetrar de más en más profundamente en vosotros mismos, de suerte que todas la innumerables capas del centro sean disueltas; y eso lo podéis hacer rápida o perezosamente.

 Pero es en extremo interesante observar el proceso de la mente, cómo depende de las palabras, cómo las palabras estimulan la memoria, resucitan la experiencia muerta y le infunden vida. 

Y en ese proceso la mente vive en el futuro o en el pasado. 

Por tanto, las palabras tienen un enorme significado, tanto neurológico como psicológico. 

Os ruego que no aprendáis todo esto de mi o de un libro. 

No podéis aprenderlo de otra persona ni hallarlo en un libro. 

Lo que aprendáis o encontréis en un libro no será lo real. 

Pero podéis experimentarlo, podéis observaros en la acción, observaros al pensar, ver cómo pensáis, cuán rápidamente le dais nombre al sentimiento a medida que surge; y la observación de todo este proceso librará a la mente de su centro. 

Entonces la mente, estando quieta, puede recibir aquello que es eterno.



PREGUNTAS Y RESPUESTAS - 26 - LO VIEJO Y LO NUEVO -

 26. LO VIEJO Y LO NUEVO 

Pregunta: Cuando le escucho a usted, todo me parece claro y nuevo. En mi hogar, el viejo y sordo desasosiego se hace sentir. ¿Qué es lo que en mí anda mal? 

KRISHNAMURTI: ¿Qué es lo que efectivamente ocurre en nuestra vida? Hay constante reto y respuesta. Eso es la existencia, eso es la vida: constante provocación y respuesta. ¿No es así? 

El reto, siempre es nuevo, y la respuesta siempre es vieja. Lo encontré a usted ayer, y hoy viene usted a mí. Es diferente, ha cambiado, es un nuevo hombre. Pero yo tengo la imagen de usted tal cual era ayer.

Absorbo, por lo tanto, lo nuevo en lo viejo. 

No me encuentro con usted de un modo nuevo, sino que tengo su imagen de ayer; de suerte que mi respuesta al reto presente es siempre condicionada. 

Aquí, por el momento, usted deja de ser brahmán, o cristiano, deja de ser casta superior, o lo que sea; se olvida de todo. 

No hace más que escuchar, absorto, tratando de descubrir. Mas cuando reasume su vida cotidiana, vuelve a ser usted lo que era: está de nuevo en su casta, su sistema, su empleo, su familia. 

Es decir, lo nuevo se ve siempre absorbido en lo viejo, en los viejos hábitos, costumbres, ideas, tradiciones, recuerdos. 

Lo nuevo nunca está presente, puesto que siempre hacéis frente a lo nuevo con lo viejo; el reto es nuevo, pero le hacéis frente con lo viejo. 

De modo que el problema, en este asunto, es éste: ¿cómo liberar el pensamiento de lo viejo, para que sea nuevo en todo momento? 

Cuando veis una flor, cuando veis un rostro, cuando veis el cielo, un árbol, una sonrisa, ¿cómo vais a hacerle frente de un modo nuevo? ¿Por qué no le hacemos frente de un modo nuevo? ¿Por qué es que lo pasado absorbe lo nuevo y lo modifica? ¿Por qué lo nuevo cesa cuando volvéis al hogar?

 Ahora bien, la vieja respuesta surge del pensador. 

¿No es el pensador siempre lo viejo? Como vuestro pensamiento se basa en el pasado, cuando os encontráis con lo nuevo es el pensador quien le hace frente; es la experiencia de ayer que le hace frente.

 El pensador es siempre lo viejo. Volvemos, pues, al mismo problema de manera diferente: ¿cómo liberar la mente de sí mismo como pensador? ¿Cómo extirpar el recuerdo, no el recuerdo “factual” sino el recuerde psicológico, que es la acumulación de la experiencia? 

Porque, sin estar libre del residuo de la experiencia, no puede haber captación de lo nuevo. Ahora bien, el libertar el pensamiento, el estar libre del proceso de pensar y así hacer frente a lo nuevo, es arduo, ¿verdad? 

Porque todas nuestras creencias, todas nuestras tradiciones, todos nuestros métodos educativos, son un proceso de imitación, de copia, de “memorización”, de formar el receptáculo de la memoria. 

Esa memoria responde constantemente a lo nuevo; y a la respuesta de esa memoria llamamos “pensar”, y ese pensar hace frente a lo nuevo. ¿Cómo, pues, puede existir lo nuevo? 

Sólo cuando no hay residuo de la memoria puede haber lo nuevo, y hay residuo cuando la experiencia no está finalizada, concluida, terminada, es decir, cuando la comprensión de la experiencia es incompleta. 

Cuando la experiencia es completa, no hay residuo. Esa es la belleza de la vida. 

El amor no es residuo, el amor no es experiencia; es un estado de ser. 

El amor es enteramente nuevo. 

De suerte que nuestro problema es éste: ¿puede uno hacer frente a lo nuevo constantemente, aun en el hogar? 

Por cierto que sí. 

Para hacer eso hay que producir una revolución en el pensamiento, en el sentir, y sólo podéis ser libres cuando todo incidente es cabalmente pensado de instante en instante, cuando toda respuesta es plenamente comprendida, no mirada de un modo casual y luego desechada. 

Sólo se está libre de la acumulación de recuerdos cuando todo pensamiento, todo sentimiento, es completado, pensado cabalmente hasta el final. 

Es decir, cuando cada pensamiento y cada sentimiento es considerado acabadamente y concluye, hay un final; y entonces existe un intervalo entre ese final y el siguiente pensamiento. 

En ese intervalo de silencio hay renovación; la nueva “creatividad” se manifiesta. 

Ahora bien, esto no es teórico ni impracticable. 

Si tratáis de captar por completo todo pensamiento y sentimiento, descubriréis que eso es extraordinariamente práctico en vuestra vida diaria; pues entonces sois nuevos, y lo que es nuevo es eterno, perdurable. 

Lo nuevo es creador, y ser creador es ser feliz; y a un hombre feliz no le importa ser rico o pobre, ni a qué casta, clase social o país pertenece. 

No tiene dirigentes, ni dioses, ni templos, ni iglesias y por lo tanto tampoco tiene disputas ni enemistad.

 Ese, por cierto, es el modo más práctico de resolver nuestras dificultades en el presente caos mundial.

 Es porque no somos creadores en el sentido en que uso ese término, que somos tan antisociales en todos los diferentes niveles de vuestra conciencia. 

Para ser muy práctico y eficaz en nuestras relaciones sociales, en nuestras relaciones con todo, uno debe ser feliz; y no puede haber felicidad si no hay terminación, no puede haber felicidad si hay un constante proceso de llegar a ser algo. 

En el finalizar hay renovación, renacimiento, novedad, lozanía, júbilo. 

Pero lo nuevo es absorbido en lo viejo, y lo viejo destruye lo nuevo, mientras haya trasfondo, mientras el pensamiento condicione a la mente, al pensador. 

Para verse libre del trasfondo, de las influencias condicionantes, del recuerdo hay que estar libre de la continuidad; y hay continuidad mientras el pensamiento y el sentimiento no hayan terminado por completo. 

Usted completa un pensamiento cuando lo sigue hasta el final, poniendo con ello fin a todo pensamiento, a todo sentimiento. 

El amor, por cierto, no es hábito, memoria; el amor siempre es nuevo. 

Sólo puede haber captación de lo nuevo cuando la mente es nueva; y la mente no es nueva mientras haya el residuo de pasadas experiencias. 

La memoria es “factual” a la vez que psicológica. 

No me refiero a la memoria “factual” sino a la memoria psicológica. 

Mientras la experiencia no sea completamente comprendida; deja residuo, que es lo viejo, que es lo de ayer, la cosa del pasado; y el pasado está siempre absorbiendo lo nuevo, y por lo tanto destruyéndolo.

 Sólo cuando la mente está libre de lo viejo, hace frente a lo nuevo de un modo nuevo, y en eso hay júbilo.


PREGUNTAS Y RESPUESTAS - 25 - ACCIÓN SIN IDEA -

 25. ACCIÓN SIN IDEA 

Pregunta: Para que la verdad advenga, usted aboga por la acción sin idea. ¿Es posible actuar en todo momento sin idea, sin un propósito en vista? 

KRISHNAMURTI: ¿Qué es actualmente nuestra acción? ¿Qué entendemos por acción? Hacer algo, ser, hacer; nuestra acción se basa en la idea, ¿verdad? 

Eso es todo lo que sabemos; tenemos ideas, ideales, promesas, diversas fórmulas acerca de lo que somos y lo que no somos. Esta es la base de nuestra acción: recompensa en el futuro o temor al castigo. Eso lo sabemos, ¿no es cierto? 

Tal actividad es aisladora, nos encierra en nosotros mismos. Tenéis una idea de la virtud, y de acuerdo con esa idea vivís, es decir, actuáis en la relación. En otros términos, para vosotros la relación colectiva o individual es acción hacia un ideal, hacia la virtud, hacia el propio logro, colectivo o individual, y lo demás.

Cuando mi acción se basa en un ideal -que es idea- esa idea plasma mi acción, guía mi acción; ideas tales como “debo ser valiente”, “debo seguir el ejemplo”, “debo ser caritativo”, “debo tener conciencia social”, y lo demás. 

Todos decimos “hay un ejemplo de virtud que debo seguir”, lo cual una vez más significa “debo vivir de acuerdo con eso”. La acción, pues, se basa en esa idea. De suerte que entre acción e idea hay un intervalo, un proceso de tiempo, una separación. Eso es así, ¿verdad? 

Es decir, “no soy caritativo, no soy amoroso, no hay clemencia en mi corazón; pero, en mi sentir, debo ser caritativo”. 

Hay un intervalo entre lo que yo soy y lo que yo debiera ser, y todo el tiempo tratamos de tender un puente entre lo que yo soy y lo que debiera ser. Esa es nuestra actividad, ¿no es cierto? 

Ahora bien, ¿que acontecería si la idea no existiese? De golpe habríais suprimido el intervalo, la separación, ¿no es así? Serías lo que sois. Decís “soy feo, debo volverme bello”; ¿qué habré de hacer?, lo cual es acción basada en una idea. 

Decís “no soy compasivo, debo llegar a serlo”. Introducís, pues, la idea, separada de la acción. Por lo tanto nunca hay verdadera acción de lo que sois, y sí acción basada en el ideal de lo que seréis. 

El hombre estúpido dice siempre que habrá de volverse inteligente. Se sienta y trabaja, lucha por “llegar a ser”; nunca se detiene, nunca dice “soy estúpido”. Así, pues, su acción basada en una idea no es acción en absoluto.

 La acción significa hacer, moverse. Pero cuando tenéis ideas, sólo actúa la ideación, el proceso de pensamiento con relación a la acción. ¿Y qué sucedería si no hay idea? 

Vosotros sois lo que sois. Sois faltos de benevolencia, sois inclementes, sois crueles, estúpidos, irreflexivos, ¿podéis quedaros con eso? 

Si lo hacéis, ved entonces qué acontece. Cuando reconozco que no soy caritativo, que soy estúpido, ¿qué ocurre al darme cuenta de que ello es así? ¿Acaso no hay caridad, no hay inteligencia, cuando yo reconozco por completo la falta de caridad, no verbalmente, ni artificialmente, cuando me doy cuenta de que no soy caritativo y no soy afectuoso? ¿En ese mismo hecho, de ver “lo que soy”, no hay acaso amor? ¿No me vuelvo instantáneamente caritativo? 

Si yo veo la necesidad de estar limpio, es muy sencillo: voy y me lavo. 

Pero si es un ideal, eso de que yo debiera ser limpio, ¿qué ocurre entonces? 

Pues que entonces la limpieza es muy superficial, o se pospone. 

La acción basada en ideas es muy superficial. 

Ella no es en absoluto verdadera acción sino mera ideación, es tan sólo un proceso de pensamiento que prosigue. 

Mas la acción que transforma a los seres humanos, que trae regeneración, redención, transformación -llamadla como os plazca-, tal acción no se basa en ideas. 

Es acción con prescindencia de lo que le sigue, sea recompensa o castigo. 

Tal acción es atemporal, porque la mente no interviene en ella; y la mente es proceso de tiempo, proceso de cálculo, proceso de división, proceso de aislamiento.

Esta cuestión no se resuelve tan fácilmente. 

La mayoría de vosotros hace preguntas y espera por respuesta “sí” o “no”. 

Es fácil hacer preguntas como “¿qué quiere usted decir?”, y luego sentarse a oírme explicar. 

Pero mucho más arduo es descubrir la respuesta vosotros mismos, penetrar tan profunda y claramente en el problema, tan sin corrupción, que el problema cese. 

Y eso puede acontecer tan sólo cuando la mente está realmente silenciosa frente al problema. 

El problema es tan hermoso como una puesta de sol, si amáis el problema. 

Si sois antagonistas del problema, jamás comprenderéis.

La mayoría de nosotros somos antagonistas porque estamos asustados del resultado, de lo que puede ocurrir si proseguimos, de suerte que perdemos la significación y alcance del problema.

 

PREGUNTAS Y RESPUESTAS - 24 - EL TIEMPO -

 24. EL TIEMPO 

Pregunta: ¿El pasado puede disolverse de inmediato, o ello invariablemente requiere tiempo?

 KRISHNAMURTI: Somos un resultado del pasado. Nuestro pensamiento se basa en el ayer, y en muchos miles de “ayeres”. Somos un producto del tiempo, y nuestras reacciones, nuestras actitudes presentes, son efecto acumulado de muchos miles de instantes, incidentes y experiencias. De modo que el pasado, para la mayor parte de nosotros, es el presente. Ese es un hecho innegable. Vosotros, vuestros pensamientos, vuestros actos, vuestras respuestas, son resultado del pasado.

Ahora bien, el interlocutor quiere saber si ese pasado puede borrarse de inmediato; es decir, no con el andar del tiempo sino instantáneamente; o si, por el contrario, ese pasado acumulado requiere tiempo para que la mente se libre de él en el presente. 

Es importante comprender la pregunta: Siendo que cada uno de nosotros es resultado del pasado, con un fondo de innumerables influencias que varían y cambian constantemente, ¿es posible borrar todo ello, sin pasar por el proceso del tiempo? ¿Qué es el pasado? ¿Qué entendemos por “pasado”? 

No entendemos, ciertamente, el pasado cronológico. Entendemos, sin duda, las experiencias acumuladas, la acumulación de reacciones, recuerdos, tradiciones, conocimientos, el depósito subconsciente de innumerables pensamientos, sentimientos, influencias y respuestas. 

Con ese fondo mental no es posible comprender la realidad, porque la realidad no debe ser de tiempo alguno: ella es “atemporal”. 

No se puede comprender lo “atemporal” con una mente que es producto del tiempo. 

El interlocutor desea saber si la mente puede ser libertada, si esa mente -resultado del tiempo- puede instantáneamente dejar de ser; o si hay que pasar por una larga serie de exámenes y análisis y así librar la mente de su contenido.

La mente es el trasfondo; la mente es el resultado del tiempo; mente es el pasado, no el futuro. 

Ella puede proyectarse en el futuro, y utiliza el presente como tránsito hacia el futuro. 

De modo, pues, que haga lo que haga, sea cual sea su actividad -pasada, presente y futura-, la mente está siempre en la red del tiempo. 

¿Es posible que la mente cese por completo, es decir, que el proceso del pensamiento llegue a su término? 

Hay, evidentemente, muchas capas en la mente. Lo que llamamos “conciencia” tiene muchos niveles, cada uno relacionado con otro, dependiente de otro, obrando unos sobre otros; y nuestra conciencia, en su totalidad, no sólo vivencia sino que denomina, emplea palabras y acumula los recuerdos. 

En eso consiste todo el proceso de la conciencia, ¿no es así? 

Cuando nos referimos a la conciencia, ¿no queremos acaso expresar que ella experimenta algo a lo que da un nombre, almacenando así esa experiencia en la memoria? 

Todo esto, en diferentes niveles, es la conciencia. 

¿Y puede la mente, que es resultado del tiempo, ir paso a paso en un proceso de análisis para librarse del trasfondo? ¿O es posible estar enteramente libre del tiempo y mirar la realidad directamente?

 Muchos analistas dicen que, para estar libre del trasfondo, hay que examinar toda reacción, todo complejo, todo impedimento, toda obstrucción, lo cual representa, evidentemente, un proceso de tiempo. 

Ello significa que el analizador debe comprender lo que analiza y no interpretarlo erróneamente. 

Si interpreta mal lo que analiza, en efecto, llegará a conclusiones falsas, estableciendo con ello otro trasfondo. 

El analizador debe ser capaz de analizar sus pensamientos y sentimientos sin la más ligera desviación; y no debe equivocarse en ninguna etapa de su análisis, porque dar un paso en falso, llegar a una conclusión errada, significa establecer otro trasfondo siguiendo otra línea, en un nivel diferente. 

Y también surge este problema: ¿es el analizador diferente de lo que analiza? ¿No son el analizador y lo analizado un fenómeno conjunto?

El experimentador y la experiencia son ciertamente un fenómeno conjunto; no son dos procesos separados. 

Veamos, pues, en primer término, en qué consiste la dificultad del análisis. 

Es casi imposible analizar el contenido integro de nuestra conciencia para ser libres mediante dicho proceso. 

Porque, después de todo, ¿quién es el analizador? 

El analizador no es diferente, aunque crea serlo, de aquello que analiza. 

Podrá separarse de lo que analiza, pero el analizador forma parte de lo que analiza. 

Surge en mí un pensamiento, un sentimiento; digamos, por ejemplo, que estoy encolerizado. 

La persona que analiza la cólera, la ira, no deja por ello de formar parte de la ira; el analizador y lo analizado son un fenómeno conjunto, no dos fuerzas o procesos separados. 

De ahí que sea incalculablemente grande la dificultad de analizarnos a nosotros mismos, de abrirnos, de leernos página a página, observando toda respuesta, toda reacción. ¿No es cierto? 

Ese no es, por consiguiente, el modo de librarnos de nuestro “trasfondo”. 

Tiene, entonces, que haber un camino más simple y directo; y eso es lo que vosotros y yo vamos a indagar. 

Para ello, empero, no debemos seguir adheridos a lo que es falso sino descartarlo. 

El análisis, pues, no es el camino a seguir; debemos desechar el proceso de análisis.

 ¿Qué os queda, entonces? Estáis habituados tan sólo al análisis, ¿verdad? 

El hecho de que el observador observe -siendo el observador y lo observado un solo fenómeno- y de que el observador intente analizar lo que observa, no lo librará de su trasfondo. 

Si ello es así -y lo es- vosotros abandonaréis ese proceso, ¿no es cierto? 

Si veis que se trata de un enfoque falso, si os dais cuenta no sólo intelectualmente, sino realmente, de que ese es un proceso falso, ¿que ocurrirá con vuestro análisis? Dejaréis de analizar, ¿no es así? ¿Entonces qué os queda? 

Observad, seguid esto y veréis cuán rápida y prontamente uno puede verse libre de su trasfondo. 

Si aquel no es el camino, ¿qué otra cosa os queda? ¿Cuál es, entonces, el estado de la mente que está acostumbrada al análisis, a la indagación, a la disección y demás? 

Si ese proceso cesa, ¿cuál es el estado de vuestra mente? Diréis que la mente queda en blanco. 

Penetrad ahora un poco más en esa mente vacía. 

En otros términos: cuando descartáis lo que ya os es conocido por ser falso, ¿qué le ha ocurrido a vuestra mente? 

Después de todo, ¿qué habéis descartado? 

Habéis descartado el falso proceso que era una consecuencia de vuestro trasfondo. ¿No es así? 

De un soplo, por así decirlo, habéis descartado todo eso. 

Vuestra mente, por lo tanto -cuando dejáis a un lado el proceso de análisis con todo lo que él implica, cuando veis que es falso-, queda libre del ayer y se capacita para captar directamente, sin pasar por el proceso del tiempo. Y con ello descarta en seguida su trasfondo.

Expresemos todo esto de diferente manera: el pensamiento es resultado del tiempo, ¿no es cierto? 

El pensamiento es un producto del medio ambiente, de las influencias sociales y religiosas, lo cual forma parte del tiempo. 

Ahora bien: ¿puede el pensamiento estar libre del tiempo? 

Es decir, el pensamiento -que es resultado del tiempo- ¿puede cesar y quedar libre del proceso del tiempo? 

El pensamiento puede ser dominado, regulado; pero esa regulación sigue estando en la esfera del tiempo, de modo que nuestra dificultad es ésta: ¿cómo puede una mente que es resultado del tiempo, de muchos miles de “ayeres”, quedar instantáneamente libre de ese trasfondo complejo? 

Ello os es posible en el presente, no en el mañana; os es posible en el “ahora”. 

Lo podréis si os dais cuenta de lo que es falso; y lo falso es evidentemente el proceso analítico, que es lo único que tenemos. 

Cuando el proceso analítico haya cesado completamente -no por coacción sino comprendiendo la inevitable falsedad de ese proceso-, hallaréis que vuestra mente está completamente disociada del pasado. 

Ello no significa que no reconozcáis el pasado, sino que en vuestra mente ya no hay comunión directa con el pasado. 

La mente puede, pues, librarse del pasado instantáneamente, ahora; y esta disociación del pasado, esta completa emancipación del ayer -no en un sentido cronológico sino psicológico- no sólo es posible sino que es la única manera de comprender la realidad.

  Dicho de un modo más sencillo: ¿cuál es el estado de vuestra mente cuando queréis comprender algo?

 Cuando deseáis comprender a uno de vuestros niños, a cualquier persona, o comprender algo que alguien dice, ¿cuál es vuestro estado mental? 

No analizáis, ni criticáis, ni juzgáis lo que esa persona dice; escucháis, simplemente. 

¿No es así? 

Vuestra mente se halla en un estado en que el proceso de pensar no es activo, pero sí muy alerta. 

Y en ese estado de alerta el tiempo no existe, ¿verdad? 

Sólo estáis atentos, alertas, pasivamente receptivos, y sin embargo plenamente conscientes; y es sólo en ese estado que hay comprensión. 

Cuando la mente está agitada, preocupada, con ánimo de inquirir, de disecar, de analizar, no hay comprensión. 

Cuando con toda intensidad se quiere comprender, la mente, sin duda alguna, está tranquila. 

Esto, por supuesto, habréis de experimentarlo; no lo creáis tan sólo porque yo lo digo. 

Pero podéis ver que, cuanto más y más analicéis, menos y menos comprenderéis. 

Podréis entender determinados sucesos o experiencias; pero no podréis vaciar vuestra conciencia de todo su contenido mediante el proceso analítico. 

Sólo podrá ser vaciada cuando veáis cuán falso es enfocar el problema a través del análisis. 

Cuando veáis lo falso como tal, empezaréis a percibir lo que es verdadero; y es la verdad que os librará de vuestro trasfondo.


PREGUNTAS Y RESPUESTAS - 23 - LA MUERTE -

 23. LA MUERTE 

Pregunta: ¿Qué relación existe entre la muerte y la vida? 

KRISHNAMURTI: ¿Hay división entre vida y muerte? ¿Por qué consideramos la muerte como algo distinto de la vida? ¿Por qué tenemos miedo de la muerte? ¿Y por qué se han escrito tantos libros sobre la muerte? ¿Por qué existe esa línea de demarcación entre la vida y la muerte? ¿Y esa separación es real o meramente arbitraria, es decir, cosa de la mente? 

Cuando hablamos de la vida, entendemos el vivir como proceso de continuidad en el que hay identificación. “Yo” y “mi” casa, “yo” y “mi” esposa, “yo” y “mi” cuenta bancaria, “yo” y “mis” experiencias pasadas, eso es lo que entendemos por vida, ¿no es así? 

El vivir es un proceso de continuidad en la memoria, consciente tanto como inconsciente, con sus diversas luchas, reyertas, incidentes, experiencias, y lo demás. Todo eso es lo que llamamos vida; y en oposición a eso está la muerte, que pone fin a todo eso. 

Habiendo, pues, creado lo opuesto, que es la muerte, y temiéndole, procedemos a buscar qué relación existe entre la vida y la muerte; y si podemos llenar el vacío con alguna explicación, con una creencia en la continuidad, en el más allá, estamos satisfechos. 

Creemos en la reencarnación o en alguna otra forma de continuidad del pensamiento, y luego tratamos de establecer una relación entre lo conocido y lo desconocido. 

Procuramos tender un puente entre lo conocido y lo desconocido, y con ello tratamos de hallar la relación entre el pasado y el futuro. 

Eso es lo que hacemos -¿no es así?- cuando indagamos si existe relación entre la vida y la muerte.

 Deseamos saber cómo conectar el vivir y el terminar. Ese es nuestro pensamiento fundamental. Ahora bien: el final que es la muerte, ¿puede ser conocido mientras se vive? 

Es decir, si podemos conocer lo que es la muerte mientras estamos con vida, no habrá problema para nosotros. 

Es porque no podernos experimentar lo desconocido mientras vivimos, que tenemos miedo de lo desconocido. Nuestra lucha, pues, consiste en establecer una relación entre nosotros -que somos un resultado de lo conocido- y lo desconocido, que llamamos muerte. 

¿Y puede haber una relación entre el pasado y algo que la mente no puede concebir, eso que llamamos muerte? ¿Por qué separamos ambas cosas? ¿No es porque nuestra mente sólo puede funcionar en la esfera de lo conocido, de lo continuo? 

Uno se conoce a sí mismo tan sólo como pensador, como actor con ciertos recuerdos de desdicha, de placer, de amor, de afecto, de diversas clases de experiencia; uno se conoce a sí mismo tan sólo como ente continuo, pues de otro modo no tendría recuerdo de sí mismo, de ser algo. 

Ahora bien: cuando ese “algo” llega a su término -lo que denominamos muerte- surge el temor de lo desconocido. Queremos, pues, atraer lo desconocido hacia lo conocido, y todo nuestro esfuerzo consiste en dar continuidad a lo desconocido. 

Es decir, no queremos conocer la vida, que incluya a la muerte; queremos saber cómo continuar y no llegar al fin. 

No deseamos saber de la vida y de la muerte sino tan sólo cómo continuar, sin finalizar. Lo que continúa no conoce renovación. 

Nada nuevo, nada creador, puede haber en aquello que tiene continuación. Esto es bastante obvio. 

Tan sólo cuando termina la continuidad existe una posibilidad de aquello que es siempre nuevo. 

Pero es esa terminación lo que nos infunde pavor, y no vemos que sólo en el terminar puede estar la renovación, lo creador, lo desconocido, no en llevar de un día para el otro nuestras experiencias, nuestros recuerdos, e infortunios. 

Es únicamente cuando morimos cada día para lo viejo, lo pasado, que lo nuevo puede surgir. Lo nuevo no puede estar donde hay continuidad, pues lo nuevo es lo creador, lo desconocido, lo eterno, Dios, o lo que os plazca. 

La persona, la entidad continua que busca lo real, lo eterno, jamás lo encontrará porque sólo puede encontrar lo que él proyecta de sí mismo; y eso que él proyecta no es lo real. 

Sólo terminando, muriendo, lo nuevo puede ser conocido; y el hombre que procura hallar relación entre la vida y la muerte, tender un puente entre lo que continúa y lo que él cree que hay más allá, vive en un mundo ficticio, ilusorio, que es una proyección de sí mismo. 

Ahora bien: ¿es posible morir en vida, es decir, terminar, ser como la nada? ¿Es posible, mientras uno vive en este mundo donde todo se va haciendo más y más, o se va haciendo menos y menos, donde todo es un proceso de ascender, de lograr, de alcanzar éxito, es posible en semejante mundo conocer la muerte? ¿Es posible terminar con todos los recuerdos, no con el recuerdo de los hechos, del camino a vuestra casa, y demás, sino con el apego interno a la seguridad psicológica mediante la memoria, terminar con los recuerdos que uno ha acumulado, almacenado, y en los que busca seguridad, felicidad? ¿Es posible poner fin a todo eso, es decir, morir diariamente para que mañana haya renovación? 

Sólo entonces se conoce la muerte en vida. Sólo en ese morir, en ese terminar, en ese poner fin a la continuidad, está la renovación, esa creación que es eterna.


PREGUNTAS Y RESPUESTAS - 22 - EL AMOR -

 22. EL AMOR 

Pregunta: ¿Qué entiende usted por amor? 

KRISHNAMURTI: Vamos a descubrir comprendiendo lo que el amor no es; porque, como el amor es lo desconocido, a él tenernos que allegarnos descartando lo conocido. Lo desconocido no puede ser descubierto por una mente que está llena de lo conocido. Lo que vamos a hacer, pues, es descubrir los valores de lo conocido, considerar lo conocido; y cuando simplemente se lo considera sin condenación, la mente se libra de lo conocido. Entonces sabremos lo que es el amor. Tenemos, pues, que enfocar el amor negativamente, no positivamente.

¿Qué es el amor para la mayoría de nosotros? Cuando decimos que amamos a alguien, ¿qué queremos dar a entender? Queremos decir que poseemos esa persona. De esa posesión surgen los celos, porque si lo pierdo a él -o a ella- ¿qué sucede? 

Me siento vacío, perdido; por lo cual legalizo la posesión. Lo retengo a él -o a ella-. 

Del hecho de retener, de poseer a esa persona, provienen los celos, el temor y todos los innumerables conflictos que surgen de la posesión. Esa posesión, ciertamente, no es amor. ¿Acaso lo es? 

Es obvio que el amor no es sentimiento. Ser sentimental, ser emotivo, no es amor, porque el sentimentalismo y la emoción son meras sensaciones. 

Una persona religiosa que llora nombrando a Jesús o a Krishna, a su “guía espiritual” o a alguna otra persona, es simplemente sentimental, emotiva. Se entrega a la sensación, que es un proceso de pensamiento, y el pensamiento no es amor. 

El pensamiento es resultado de la sensación. Así, pues, la persona que es sentimental, emotiva, no tiene posibilidad de conocer el amor. Nuevamente, ¿no somos emotivos y sentimentales? 

El sentimentalismo, la emotividad, son una mera forma de la autoexpansión. 

Estar lleno de emoción no es amor, evidentemente, porque una persona sentimental puede ser cruel cuando sus sentimientos no se ven correspondidos, cuando no tienen salida. 

Una persona emotiva puede ser incitada a odiar, lanzada a la guerra, a la matanza. Y el hombre que es sentimental, lleno de lágrimas con motivo de su religión, carece ciertamente de amor.

 ¿El perdón es amor? ¿Qué está implícito en el perdón? 

Vosotros me insultáis y yo me resiento, lo recuerdo; luego, por compulsión o arrepentimiento, digo “os perdono”. Primero retengo y luego rechazo. ¿Eso qué significa? 

Que yo sigo siendo la figura central. Sigo siendo importante; soy yo que perdono a alguien. Mientras exista la actitud de perdonar, quien es importante soy yo, no la persona que, según se supone, me ha insultado. De suerte que, cuando yo acumulo resentimiento y luego niego ese resentimiento, lo cual vosotros llamáis “perdón”, ello no es amor. 

Es obvio que el hombre que ama no tiene enemistad alguna, y a todas estas cosas él es indiferente. La simpatía, el perdón, la relación que existe cuando se posee, los celos y el temor, nada de eso es amor. Todo eso pertenece a la mente, ¿no es así? 

Mientras la mente sea el árbitro no hay amor, pues la mente sólo arbitra poseyendo, y su arbitraje es mera posesividad en diferentes formas. 

La mente sólo puede corromper el amor, no puede dar  nacimiento al amor, no puede brindar belleza.

 Podéis escribir un poema sobre el amor, pero eso no es amor. Es obvio que no hay amor cuando no hay verdadero respeto, cuando no respetáis a los demás, ya se trate de criados o de amigos. 

¿No habéis advertido que no sois respetuosos, buenos, generosos, con vuestros servidores, con las personas que, según se dice, están “por debajo” de vosotros? 

Pero sentís respeto por los que están arriba, por vuestro jefe, por el millonario, por el hombre con título y una gran casa, por el que puede brindaros mejor posición, un empleo mejor, por la persona de quien podéis obtener algo. Pero maltratáis a los de condición más baja que vosotros, con quienes usáis un lenguaje especial. 

Donde no hay, pues, respeto, no hay amor. Donde no hay compasión, piedad, perdón, no hay amor. Y como la mayoría de nosotros nos hallamos en ese estado, carecemos de amor. No somos respetuosos, ni compasivos, ni generosos. Somos posesivos, llenos de sentimientos y emociones que pueden ser dirigidos en uno de estos sentidos: matar, asesinar, o hacer causa común con otros para algún fin disparatado, fruto de la ignorancia. 

¿Cómo, pues, puede haber amor? Sólo podéis conocer el amor cuando todas esas cosas han cesado, terminado; sólo cuando no poseéis, cuando no sois meramente emotivos en vuestra devoción por un objeto. Tal devoción es una súplica, es buscar algo en forma diferente. 

El hombre que ora no conoce el amor. Cormo sois posesivos, como buscáis una finalidad, un resultado, mediante la devoción y la plegaria -lo cual os torna sentimentales, emotivos- es natural que no haya amor; y es obvio que no hay amor cuando no hay respeto. 

Podréis decir que sí tenéis respeto, pero vuestro respeto es para el superior; ello es simplemente el respeto que proviene de desear algo, es el respeto del temor. Si realmente sintierais respeto, seríais respetuosos con los inferiores y no sólo con los llamados “superiores”; y como ese respeto no lo tenéis, en vosotros no hay amor. 

¡Cuán pocos entre nosotros somos generosos, magnánimos, compasivos! Sois generosos cuando os conviene, compasivos cuando esperáis algún provecho. 

Cuando esas cosas desaparezcan, cuando no ocupen vuestra mente, y cuando las cosas de la mente no llenen vuestro corazón, entonces habrá amor; y sólo el amor puede transformar la actual locura e insania del mundo, no los sistemas, ni las teorías de izquierda o de derecha. Sólo amáis realmente cuando no poseéis, cuando no sois envidiosos, codiciosos, cuando sois respetuosos, cuando tenéis misericordia y compasión, cuando tenéis consideración por vuestra esposa, vuestros hijos, vuestro vecino, vuestros infortunados servidores 

Acerca del amor no se puede pensar; el amor no puede ser cultivado ni practicado. 

La práctica del amor, la práctica de la fraternidad, sigue estando en el ámbito de la mente, y por lo tanto no es amor. 

Cuando todo eso ha cesado, entonces surge el amor, entonces conoceréis qué es amar. 

Por consiguiente el amor no es cuantitativo sino cualitativo. No decís “amo al mundo entero”; pero cuando sabéis amar a uno, sabéis amar a todos. Es porque no sabemos amar a uno, que nuestro amor a la humanidad es ficticio. 

Cuando amáis, no hay uno ni muchos: hay sólo amor. Sólo cuando hay amor pueden resolverse todos nuestros problemas; y entonces conoceremos su felicidad y su bienaventuranza.