LA MUTACIÓN PSICOLÓGICA - CAPÍTULO 3 - J.K -

Capítulo Tercero 

Hay, creo, mucha diferencia entre comunicación y comunión. 

En la comunicación se comparten las ideas por medio de palabras, agradables o desagradables, por medio de símbolos, por gestos, y las ideas pueden traducirse ideológicamente o interpretarse con arreglo a las peculiaridades, idiosincrasias y trasfondo de uno mismo. 

Mas en la comunión creo que se realiza algo muy distinto: en ella no se comparten ni interpretan ideas.

 Podéis o no estar comunicándoos por medio de palabras, pero estáis en relación directa con lo que estas observando y estáis en comunión con vuestra propia mente, con vuestro propio corazón. 

Puede uno estar en comunión con un árbol, por ejemplo, o con una montaña o con un río. 

No sé si alguna vez os habréis sentado bajo un árbol y habréis tratado realmente de estar en comunión con él. 

No es sentimentalismo, no es emotividad: estáis directamente en contacto con el árbol. 

Hay una extraordinaria intimidad de relación; en tal comunión tiene que haber silencio, tiene que haber un hondo sentido de quietud; vuestros nervios, vuestro cuerpo, están en calma; el corazón mismo casi se detiene. 

No hay interpretación, no hay comunicación o participación. 

No sois el árbol, ni estáis identificados con él; sólo existe un sentido de intimidad dentro de una gran profundidad silenciosa. 

No sé si lo habréis intentado alguna vez. 

Ensayadlo en alguna ocasión, cuando vuestra mente no esté parloteando, cuando no esté vagando por todas partes, cuando no estéis monologando, cuando no recordéis las cosas que se han hecho o que hay que hacer. 

Olvidando todo esto, tratad sencillamente de entrar en comunión con una montaña, con un arroyo, una persona, un árbol, con el movimiento mismo de la vida. 

Eso requiere un asombroso sentido de quietud y una peculiar atención, no concentración, sino una atención que venga con facilidad, con agrado.

 Pues bien, me gustaría entrar en comunión con vosotros esta mañana sobre lo que estuvimos discutiendo el otro día. 

Hablábamos sobre la libertad y su calidad. 

La libertad no es un ideal, algo que esté lejos; no es la formación de ideas de una mente retenida en prisión, lo que sería sólo una teoría. 

La libertad sólo puede existir cuando la mente ya no está impedida por ninguna clase de problemas. 

Una mente que tenga problemas nunca podrá estar en comunión con la libertad o darse cuenta de la extraordinaria calidad de ésta. 

La mayoría de las personas tienen problemas y se limitan a soportarlos; se acostumbran a los que tienen y los aceptan como parte de sus vidas, pero esos problemas no se resuelven aceptándolos ni acostumbrándose a ellos, y, si arañáis la superficie, ahí están todavía supurando; y la mayoría de las personas viven en ese estado: aceptando perpetuamente problema tras problema, un dolor tras otro. 

Hay un sentimiento de desilusión, de ansiedad, desesperación, y lo aceptan. 

Ahora bien, si nos limitamos a aceptar problemas y vivir con ellos, es evidente que no habremos resuelto sus problemas en absoluto. 

Podemos decir que están olvidados o que ya no importan; pero si importan infinitamente, porque  pervierten la mente, falsean la percepción y destruyen la claridad. 

Para la mayoría de nosotros, cuando tenemos un problema este ocupa todo el campo de nuestra vida.

 Puede ser un problema de dinero, de sexo, de ignorancia o el deseo de realizarse, de llegar ha ser famoso; sea lo que fuere, nos interesa tanto ese problema que consume nuestro ser, y creemos que resolviéndolo quedaremos libres de toda nuestra desdicha, pero mientras una mente pequeña, estrecha, está tratando de resolver su problema particular, sin relación con el movimiento entero de la vida, nunca podrá estar libre de problemas, cada uno de ellos está relacionado con otro, y si os limitáis a tomar uno y tratar de resolverlo de un modo fragmentario, lo que estáis haciendo será completamente inútil. 

Es como cultivar un rincón de un campo y creer que lo habéis cultivado todo. 

Tenéis que cultivar todo el campo, tenéis que mirar todos los problemas. 

Como decía el otro día, lo importante no es la resolución de un problema, sino su comprensión, por muy doloroso, por demandante, por inminente y apremiante que sea. 

No soy dogmático ni autoritario, pero me parece que el interesarse sólo en un problema determinado indica una mente muy mezquina, pequeña; y una mente así, que esté perpetuamente tratando de resolver su propio problema particular, nunca puede hallar la salida de los problemas. 

Puede escapar de varios modos, puede volverse amargada, cínica o entregarse a la desesperación; pero nunca podrá comprender todo el problema de la existencia.

Así es que, si hemos de tratar con problemas, tenemos que hacerlo con todo el campo del cual surgen los mismos, y no simplemente con un solo problema. 

Cualquiera de ellos, por muy intrincado, por demandante o apremiante, está relacionado con todos los demás; es pues, importante no pensar fragmentariamente en ese problema, una de las cosas más difíciles de hacer. 

Cuando tenemos un problema urgente, doloroso, insistente, la mayoría de nosotros creemos que debemos resolverlo aisladamente, sin tomar en consideración toda la red de problemas. 

Pensamos en él de un modo fragmentario, y una mente fragmentaria es realmente mezquina. 

Es, si se me permite la palabra, una mente burguesa. 

Escuchad, no estoy insultando, no uso esa palabra en forma despectiva, sino simplemente es indicación de lo que en realidad es la mente. 

Es mediocre la mente que quiere resolver aisladamente un problema determinado. 

Una persona que esté consumida por los celos quiere obrar en el acto, hacer algo, reprimir sus celos o vengarse. 

Pero ese problema particular está relacionado muy profundamente con otros; tenemos pues, que considerar todo el asunto, y no simplemente una parte de él. 

Cuando estamos discutiendo alrededor de los problemas, a de comprenderse que no tratamos de hallar respuesta para ninguno. 

Como he señalado, la indagación que trate meramente de hallar respuesta para un problema es una evasión de éste. 

Tal evasión puede ser cómoda o dolorosa, puede requerir cierta capacidad intelectual, etc., pero, sea lo que fuere, sigue siendo una evasión. 

Si hemos de resolver nuestros problemas, si hemos de quedar libres de ellos, liberados de todas las presiones que implican, de modo que la mente quede en completa calma y pueda percibir (porque sólo puede percibir en libertad), entonces vuestro primer interés tiene que estar no en saber como resolver cualquier problema, sino en comprenderlo. 

Comprender es mucho más importante que resolver un problema. 

La comprensión no es la capacidad ni la agudeza de una mente que ha adquirido diversas formas de conocimiento analítico y que es capaz de analizar un problema determinado; mas una mente que comprende está en comunión con el problema. 

Estar en comunión no es estar identificado con él. 

Como dije, para estar en comunión con un árbol, con un ser humano, con un río, con la extraordinaria belleza de la naturaleza, tiene que haber cierta calma, cierto sentido de apartamiento, de estar lejos de las cosas. 

Lo que tratamos de hacer aquí es, aprender el modo de estar en comunión con el problema. 

Pero ¿comprendéis la dificultad en esta afirmación? 

Cuando hay comunión con otro, el pensamiento del “yo” está ausente. 

Cuando estáis en comunión con una persona amada, con vuestra esposa, con vuestro hijo, cuando estrecháis la mano de un amigo, en ese momento (si no es meramente el falso sentimentalismo, la sensación y todo eso que se llama amor, sino algo muy distinto, algo vital, dinámico, real), hay una ausencia total de todo el mecanismo del “yo” con su proceso del pensamiento. 

Del mismo modo, el estar en comunión con un problema implica observación completa sin identificación. 

¿No es verdad? Vuestros nervios, cerebro, cuerpo, la entidad completa, están en calma. 

En ese estado podéis observar el problema sin identificación, y ese es el único estado en que puede haber comprensión del mismo.

Como sabéis, el que llaman artista puede pintar un árbol o escribir un poema sobre él, mas yo me pregunto si está realmente en comunión con el árbol. 

En el estado de comunión, no se busca un medio de expresión. 

Es de muy escasa importancia el que expreséis esa comunión en palabras, en el lienzo o en piedra; pero el sentido de importancia llega en el momento en que queréis expresarla, mostrarla, venderla legar a ser famoso, etc. 

Comprender un problema por completo es estar en comunión con él. 

Entonces hallaréis que el problema no es nada importante y que lo que si importa es el estado de la mente que se haya en comunión con el problema. 

Una mente así no crea problemas; mas la que no sea capaz de comunión con el problema, que sea egocéntrica, egoísta, que quiera expresarse y todas las demás cosas inmaduras, esa mente mezquina es la que crea los problemas. 

Así es que, como decía el otro día, para comprender el problema, cualquier problema; tenéis que comprender todo el proceso del deseo. 

Somos autocontradictorios psicológicamente y, por tanto en nuestra acción. 

Pensamos una cosa y hacemos otra, vivimos en un estado de contradicción con nosotros mismo, pues, si no, no habría problema; y la autocontradicción surge cuando no hay comprensión del deseo. 

Para vivir sin conflicto de ninguna clase en absoluto, tiene uno que comprender la estructura y la naturaleza del deseo, no reprimirlo, someterlo a control, tratar de destruirlo, ni meramente entregarse a él, como hace la mayoría. 

Esto no significa echarse a dormir, vegetar y limitarse a aceptar la vida con toda su degeneración. Lo que significa es ver por sí mismo que el conflicto, en cualquier forma –ya sea reñir con la esposa o el marido, con la comunidad, con la sociedad, con lo que sea-, deteriora la mente, la vuelve obtusa, insensible.

Como dije el otro día, el deseo por sí mismo no está en estado de contradicción; son los objetos del deseo y la relación de éste con tales objetos lo que crea la contradicción. 

El deseo sólo tiene continuidad cuando hay identificación del pensamiento con ese deseo. 

Para observar tiene que haber sensibilidad; nuestros nervios, ojos y oídos, todo nuestro ser tiene que estar vivo y, sin embargo, la mente ha de estar en calma. 

Entonces puede uno mirar un hermoso automóvil, una bella mujer, una espléndida casa, o una cara extraordinariamente viva e inteligente; puede uno observar estas cosas, verlas como son, y ahí termina el asunto. 

Pero ¿qué es lo que suele suceder? 

Hay deseo; y el pensamiento al identificarse con ese deseo le da continuidad. 

No sé si me explico claramente. 

Discutiremos este punto un poco más adelante. 

Lo importante es observar sin aportar pensamiento. 

Mas no convirtáis esta información en un problema. 

No digáis: “¿Cómo voy a observar, como voy a ver y sentir, sin dejar que intervenga el pensamiento?”.

 Si percibís por vosotros mismos todo el proceso del deseo y la contradicción producida por sus objetos, y la continuidad que el pensamiento da al deseo, si veis toda esta maquinaria en funcionamiento, entonces no haréis esa pregunta. 

Como sabéis, para aprender a conducir un auto no basta con que nos hablen sobre ello, tenéis que sentaros al volante, hacer arrancar el vehículo, aplicar los frenos, aprender todos los movimientos de la conducción. 

Del mismo modo tenéis que conocer el mecanismo extraordinariamente delicado del pensamiento y el deseo, y no limitaros a ser instruidos sobre el. 

Tenéis que mirarlo, aprender por vosotros mismo, y eso requiere una actitud sensible.

 Lo importante es, pues, no la resolución del problema, sino su comprensión. 

Un problema surge sólo cuando hay contradicción, conflicto; y este último implica esfuerzo. 

El esfuerzo para lograr, para llegar a ser, para cambiar esto en aquello, el esfuerzo para acercar una cosa y alejar alguna otra. 

Este esfuerzo tiene su origen en el deseo: el deseo al que el pensamiento ha dado continuidad. 

Tenéis, pues, que aprender a cerca de todo este proceso: aprender, y no limitaros a que os instruya el que habla, cosa que no tiene valor alguno. 

Lo que oís por el teléfono puede ser bonito o puede ser desagradable; puede ser real o bien tonto, falso por completo; mas lo importante es lo que oís y no el instrumento mismo. 

Los más de nosotros concedemos importancia al instrumento; creemos que éste nos va a enseñar algo, y yo he prevenido constantemente contra esta forma particular de estupidez. 

Estáis aquí para aprender; y escucháis, no simplemente al orador, sino a vosotros mismos. 

Estáis en comunión con vuestra propia mente. 

Estáis observando el funcionamiento del deseo y la forma en que surgen los problemas. 

Estáis entrando en intimidad con vosotros mismos, y esa intimidad sólo puede sentirse profundamente cuando abordáis el problema muy en calma, sin decir: “Tengo que resolver esta cosa brutal”, ni agitaros o excitaros sobre ello. 

Estáis descubriendo cómo surge un problema y cómo lo perpetúa el pensamiento, dando continuidad a un deseo determinado. 

Vamos, pues, a aprender sobre la aparición de un problema y su terminación, no tomándonos tiempo para pensar sobre él, sino acabar con él de manera inmediata.

Sea el que fuere el problema, el pensamiento le da continuidad. 

Si decís algo que me agrada, el pensamiento se identifica con ese placer y quiere seguir viviendo en él; por lo tanto, os considero mi amigo y os veo con frecuencia. 

Pero si decís algo que me ofende, ¿qué pasa? 

También le doy continuidad a ese particular sentimiento al pensar en él. 

Lo que habéis dicho puede ser verdad, pero no me gusta, y por lo tanto os eludo o quiero devolver el golpe. 

Éste es el mecanismo que crea problemas y que los mantiene en marcha. 

Creo que esto está ya bastante claro. 

Al pensar constantemente sobre algo, le da uno continuidad. 

Ya conocéis la confusión con que pensáis sobre vosotros mismos y vuestra familia, todos los recuerdos placenteros y las ilusiones que tenéis sobre vosotros mismos; pensáis constantemente en todo eso y, por tanto, tiene continuidad. 

Mas, si empezáis a comprender todo el proceso y a aprender por vosotros mismos los caminos de la continuidad, entonces, cuando surge un problema, podéis estar en completa comunión con él, porque no interviene el pensamiento; y por tanto, se da la inmediata terminación del problema. 

¿Entendéis? 

Mirad, señores, tomemos un problema muy común: el deseo de seguridad. 

La mayoría de nosotros queremos sentirnos seguros. 

Ésta es un de las exigencias de la parte animal de los seres humanos. 

Es evidente que debéis tener cierta seguridad en el sentido físico, debéis tener un lugar en que vivir y debéis saber dónde vais a comer la próxima vez, a no ser que viváis en Oriente, donde podéis andar jugando con la inseguridad física, vagando de pueblo en pueblo y todo eso. 

Afortunada o desgraciadamente, aquí no podéis hacer eso; si lo hicierais, os meterían en la cárcel por vagabundos.

En el animal, en el bebé, en el niño, es muy fuerte el impulso a sentirse físicamente seguros, y la mayoría de nosotros exigimos sentirnos psicológicamente seguros, queremos estar seguros, ciertos. 

Por eso somos competidores, por eso somos celosos, tenemos codicia, envidia, somos brutales; por eso nos preocupamos tanto de cosas que nada importan. 

Esta demanda insistente de seguridad psicológicamente ha existido durante millones de años, y nunca hemos investigado su verdad. 

Hemos dado por sentado que debemos tener seguridad psicológica en nuestra relación con nuestra familia, con nuestra esposa o nuestro marido, con los hijos, con la propiedad, con lo que llamamos Dios.

 A toda costa queremos sentirnos seguros. 

Ahora bien, yo quiero estar en comunión con esta demanda de seguridad psicológica, porque es un problema real, ¿comprendéis? 

El no sentirnos psicológicamente seguros significa, para la mayoría de nosotros, hundirnos, o bien volvernos neuróticos, raros. 

Podéis ver esa mirada peculiar en la cara de muchas personas. 

Quiero descubrir la verdad del asunto, quiero comprender toda esta exigencia de seguridad; pues es el deseo de estar seguro en la relación lo que engendra celos, ansiedad, lo que hace surgir el odio y la desdicha en que vivimos la mayoría de nosotros. 

Y habiendo exigido seguridad durante tantos millones de años, ¿cómo va la mente, estando tan condicionada, a descubrir la verdad de la seguridad? 

Para descubrir su verdad, ciertamente, tengo que estar en comunión con ella. 

No puede decírmelo otra persona. 

Eso sería demasiado tonto. 

Tengo que aprender yo mismo sobre ello, tengo que investigarlo, descubrirlo; tengo que estar en completa intimidad con esta exigencia de seguridad; si no, nunca sabré si existe o no eso de la seguridad. 

Éste es probablemente el gran problema para la mayoría de nosotros. 

Si  descubro que no existe la seguridad en absoluto, entonces no hay problema, ¿verdad? 

Entonces estoy fuera de esta batalla por la seguridad, y, por lo tanto, mi acción en la relación humana es enteramente distinta. 

Si mi esposa quiere escaparse, escapará, y yo no convierto esto en un problema, no odio a nadie, no me vuelvo celoso, envidioso, furioso, y todo lo demás. 

Veo que ahora estáis mucho más familiarizados que yo con esta clase de cosas. 

Personalmente, no quiero convertir la seguridad en un problema; no quiero crear en mi vida un problema de ninguna clase: económico, social, psicológico o el llamado religioso. 

Veo muy claramente que una mente que tenga problemas; se vuelve obtusa, insensible, y que sólo es inteligente una mente sensible en alto grado. 

Y como este anhelo de seguridad es tan hondo y perpetuo en cada uno de nosotros, quiero descubrir la verdad sobre la seguridad, mas ésta es una cuestión muy difícil de investigar, porque, no sólo desde la niñez, sino desde el principio mismo del tiempo, siempre hemos querido sentirnos seguros: seguros en nuestro trabajo, en nuestros pensamientos y sentimientos, creencias y dioses, en nuestra nación, familia y propiedad. 

Por eso la memoria, la tradición, todo el trasfondo del pasado desempeñan un papel tan extraordinariamente importante en nuestra vida. 

Mas toda esa experiencia hace aumentar mi sensación de seguridad. 

¿Comprendéis? 

Toda experiencia se registra en la memoria, se añade al almacén de cosas que han pasado. 

Esta experiencia acumulada llega a ser mi trasfondo permanente mientras yo viva, y con ese trasfondo sigo experimentando; por lo tanto, toda ulterior experiencia se añade a ese trasfondo de memoria en que me siento salvo y seguro, y lo refuerza. 

¿Entendéis? 

Tengo, pues, que darme cuenta de todo este extraordinario proceso de mi condicionamiento. 

No se trata de saber como librarme de mi condicionamiento, sino de estar en comunión con él en todo momento. 

Entonces puedo mirar el deseo de seguridad sin convertirlo en un problema. 

¿Está claro esto hasta aquí? 

¿Queréis hacer preguntas al llegar a este punto?

Pregunta: No hay comunión porque la mente está abrumada por el “yo”. 

Krishnamurti: Señor, os estoy preguntando algo. 

Os pregunto: ¿Qué es comunión? Pero ¿qué pasa cuando oís esa pregunta? Entra en funcionamiento todo el mecanismo de vuestra mente condicionada, y al contestáis; mas no habéis escuchado realmente la pregunta. 

Podéis haber pensado o no en ella antes, podéis haber pensado en ella casualmente; o tal vez habéis leído sobre esto en un libro u otro, y repetís lo que habéis leído. 

Pero no estáis escuchando. 

Cuando el que habla os dice: “Tratad de estar en comunión con un árbol”, necesariamente si estáis interesados, primero tenéis que descubrir lo que significa. 

Id a sentaros bajo un árbol, o a orillas del río, o a la sombra de un monte, o simplemente mirad a vuestra esposa, a vuestro hijo. 

¿Qué significa estar en comunión? 

Significa que no haya barrera de pensamiento entre el observador y lo que es observado. 

El observador no se identifica con el árbol, con la persona, con el río, con la montaña, con el cielo.

 Sencillamente, no hay barrera. 

Si hay un “yo”, con sus complejos pensamientos y ansiedades, que está observando el árbol, entonces no hay comunión con él. 

Estar en comunión con alguien o con algo requiere espacio, silencio; vuestro cuerpo, nervios, mente, corazón, todo vuestro ser ha de estar en calma, en completa quietud. 

No digáis: “¿Cómo voy a estar en quietud?” No convirtáis la quietud en otro problema. 

Sencillamente ved que no hay comunión si el mecanismo del pensamiento está actuando, lo que no quiere decir que os echéis a dormir. 

Probablemente nunca habréis echo esto; nunca habréis estado en comunión con vuestra esposa o vuestro marido, con quien dormís, respiráis, coméis, tenéis hijos, y todo lo demás. 

Probablemente nunca habréis estado en comunión ni aún con vosotros mismos. 

Si sois católicos, vais a la iglesia y recibís lo que se llama la comunión; pero no es eso. 

Tales cosas carecen de madurez. 

Cuando hablamos así sobre comunión con la naturaleza, con las montañas, o de unos con otros, la mayoría no sabemos lo que significa y tratamos de imaginarlo. 

¿Entendéis? 

Especulamos sobre eso y decimos que es el “yo” el que impide esta comunión. 

¡Por Dios, no convirtáis la comunión en otro problema más! 

Ya tenemos bastantes. 

De modo que limitaos a escuchar. 

Estáis en comunión conmigo y yo lo estoy con vosotros. 

Os estoy diciendo algo y, para comprenderlo, tenéis que escuchar, pero el escuchar significa atención sin esfuerzo, dar descanso a vuestros nervios; no significa decir: 

“Tengo que escuchar”, y, por tanto, poner en tensión lo nervios y todo el cuerpo. 

Significa que escuchéis con placidez, facilidad, en silencio, para descubrir qué es lo que quiere trasmitir el que habla. 

Aquello de que les hablo puede ser un completo disparate, o puede ser algo real, y tenéis que escuchar para descubrirlo. 

Pero ésa parece ser una de vuestras mayores dificultades. 

No estáis realmente escuchando; en vuestra mente estáis disputando conmigo, levantando una muralla de palabras.

Digo que lo importante en todo esto es aprender a estar en comunión con vosotros mismos de un modo agradable, feliz, para que podáis seguir todos los pequeños movimientos del propio pensar, del sentir, sin tratar de corregirlos, sin decir que son buenos o malos, sin todos esos juicios tontos, burgueses, de pequeñas mentes mezquinas. 

Sencillamente observar; y, al hacerlo, sin identificaros con ningún pensamiento o sentimiento agradable o desagradable, hallaréis que podéis tener comunión con vosotros mismos. 

La mayoría de nosotros queremos sentirnos psicológicamente seguros, insistimos en ello y, por eso, la familia se convierte en una pesadilla; llega a ser una cosa terrible, porque la usamos como medio de nuestra propia seguridad. 

Luego es la nación la que llega a ser nuestra seguridad, y pasamos por todo eso del nacionalismo. 

La familia está bien, pero cuando se utiliza como medio de seguridad se convierte en un veneno mortal.

 Para descubrir lo verdadero sobre la seguridad, tenéis que estar en comunión con el profundamente arraigado deseo de estar seguros, que se está repitiendo constantemente en diversas formas: buscáis la seguridad, no sólo en la familia, sino también en recuerdos y en el dominio o la influencia de otro.

 Volvéis al recuerdo de alguna experiencia o relación que os ha complacido, que os dio esperanza, seguridad, y en ese recuerdo os refugiáis. 

Existe la seguridad de la habilidad, del conocimiento; existe la del nombre y la posición, y existe la de la capacidad: podéis pintar o tocar el violín o hacer cualquier otra cosa que os dé una sensación de seguridad.

Sin embargo, una vez que estáis en comunión con el deseo que os impulsa a buscar seguridad, y percibís que es este deseo el que crea contradicción, porque nada en la Tierra está nunca seguro, incluso vosotros mismos; cuando habéis descubierto eso y no os habéis limitado a que os hablen de ello, y habéis resuelto el problema por completo, entonces habéis salido de todo este campo de contradicción y estáis, pues, libres de temor. 

¿Es esto suficiente por esta mañana? 

No sé si estáis alguna vez en silencio en vuestro interior. 

Cuando camináis por la calle, la mente está en completa calma, observando y escuchando sin pensamiento; cuando conducís, miráis el camino, los árboles, los automóviles que pasan al lado, os limitáis a observar sin reconocimiento, sin que se ponga a actuar todo el mecanismo del pensamiento.

 Cuanto más actúa el mecanismo del pensamiento, más desgasta la mente, no deja espacio para la inocencia, y sólo la mente inocente es la que puede ver la realidad.

16 de julio de 1964.

LA MUTACIÓN PSICOLÓGICA - CAPÍTULO 2 - J.K. -

 12 de julio de 1964. 

Capítulo Segundo 

El otro día, cuando nos reunimos aquí, estuve hablando sobre la necesidad de libertad; y con esa palabra, “libertad”, no me refiero a libertad superficial o fragmentaria, a ciertos niveles de la propia conciencia. 

Yo hablaba de ser enteramente libre: libre en la raíz misma de la propia mente, en todas las actividades físicas, psicológicas y parasicológicas de uno. 

La libertad implica la total ausencia de problemas, ¿no es así? 

Porque cuando la mente es libre puede observar y actuar con completa claridad; puede ser lo que es sin ningún sentido de contradicción. 

Para mi, una vida de problemas, económicos y sociales, privados o públicos, destruye y pervierte la claridad. 

Y uno necesita claridad, necesita una mente que vea claro todo problema, a medida que surge, una mente que puede pensar sin confusión, sin condicionamiento, una mente que tenga la calidad del afecto y del amor, que no tiene nada que ver con la emotividad ni con el sentimentalismo. 

Para encontrarse en ese estado de libertad –que es sumamente difícil de comprender y que requiere mucha exploración- debe uno tener una mente no perturbada, tranquila; una mente que este funcionando por entero, no sólo en la periferia sino también en el centro. 

Esta libertad no es una abstracción, no es un ideal. 

El movimiento de la mente en libertad es una realidad, y los ideales y abstracciones no tienen nada que ver con él en absoluto. 

Tal libertad sobreviene de modo natural, espontáneo, sin ninguna clase de coerción, disciplina, control ni persuasión, cuando comprendemos todo el proceso del seguir y terminar los problemas. 

Una mente que tenga un problema, que es realmente una perturbación y haya escapado de él, sigue estando lisiada, atada, no es libre. 

Para la mente que no resuelve todo problema según va surgiendo, en cualquier nivel que sea, (físico, psicológico, emocional), no puede haber libertad ni, por tanto, claridad de pensamiento, de actitud, de percepción. 

La mayoría de los seres humanos tienen problemas. 

Entiendo por “problema” la prolongada perturbación creada por la inadecuada respuesta a un reto, es decir, por la incapacidad para hacer frente a una cuestión de manera total, con nuestro ser entero; o por la indiferencia, que da por resultado la aceptación habitual de los problemas y el limitarse a soportarlos.

 Hay un problema cuando no se hace frente a cada cuestión ni se va hasta su fin mismo, no mañana ni en alguna fecha futura, sino cuando surge, cada minuto, cada hora, cada día. 

Cualquier problema, a cualquier nivel, consciente o inconsciente, es un factor que destruye la libertad.

 Es algo que no comprendemos por completo. 

Un problema puede ser el dolor moral, la molestia física, la muerte de alguien o la falta de dinero; o puede ser la incapacidad para descubrir por si mismo si dios es una realidad o simplemente una palabra sin sustancia. 

Y existen los problemas de la relación, tanto privados como públicos, individuales lo mismo que colectivos. 

El no comprender la totalidad de la relación humana engendra efectivamente problemas; y la mayoría de nosotros tenemos estos problemas –de los cuales surgen las enfermedades psicosomáticas- que paralizan nuestra mente y nuestro corazón. 

Estando agobiados por estos problemas, recurrimos a varias formas de evasión; rendimos culto al Estado, aceptamos la autoridad, esperamos que algún otro nos resuelva los problemas, nos unimos en una inútil repetición de plegarias y ritos, nos entregamos a la bebida, al sexo, al odio, a la lastima de nosotros mismos, etc.

Hemos cultivado, pues, cuidadosamente una red de evasiones –racionales o irracionales, neuróticas o intelectuales- que nos capacitan para aceptar y, por lo tanto, soportar todos los problemas humanos que surgen. 

Pero estos, inevitablemente, engendran confusión, y la mente no es libre. 

Ahora bien, no sé si veis como yo la necesidad, no una necesidad fragmentaria, no la necesidad de un día, porque os veáis forzados súbitamente a enfrentaros con una cuestión, sino la absoluta necesidad, desde el principio mismo del propio pensamiento, sobre estas cosas hasta el fin mismo de la propia vida, de no tener ningún problema. 

Es probable que no sintáis la urgencia de ello. 

Más. Si uno ve en forma muy clara y objetiva, no abstracta, que el estar libre de problemas es tan necesario como el alimento o el aire puro, entonces, partiendo de esa percepción, uno actúa, tanto psicológicamente como en la ocupación de la vida diaria; está presente en todo lo que uno hace, piensa y siente. 

Al menos durante esta mañana, el asunto principal es la liberación de los problemas. 

Mañana podemos abordarlo de modo distinto, pero no importa. 

Lo que importa es ver que una mente en conflicto es destructiva, porque está constantemente deteriorándose. 

El deterioro no es cuestión de vejez ni de juventud, sino que sobreviene cuando la mente está presa del conflicto y tiene muchos problemas sin resolver. 

El conflicto es el núcleo del deterioro y de la decadencia. 

No se si veis la verdad de eso. 

Si la veis, entonces la cuestión es como resolver el conflicto. 

Mas primero tiene uno que percibir por si mismo la verdad de que una mente que tenga un problema de cualquier clase, a cualquier nivel, de cualquier duración, es incapaz de pensar claro, de ver las cosas como son, de manera brutal, implacable, sin ningún sentimiento de lastima de sí mismo. 

Pero la mayoría de nosotros estamos acostumbrados a eludir de modo inmediato un problema que surja, y hayamos muy difícil estar con él. 

Simplemente observando sin interpretar, condenar ni comparar, sin tratar de modificarlo o de hacer algo con él. 

Esto requiere la completa atención de uno; mas, para la mayoría de nosotros, ningún problema es nunca tan serio que queramos prestarle toda nuestra atención, pues hacemos una vida muy superficial y fácilmente nos contentamos con respuestas plausibles, reacciones rápidas. 

Queremos olvidar el problema, relegarlo a un lado y seguir con alguna otra cosa. 

Sólo cuando el problema nos afecta íntimamente, como en el caso de la muerte o de una completa falta de dinero, o cuando el marido o la esposa nos ha abandonado, sólo entonces es cuando el problema puede llegar ha ser crítico. 

Mas nunca dejamos que un problema produzca una crisis real en nuestra vida, siempre lo relegamos con explicaciones, palabras, las diversas cosas que utilizamos como defensa. 

Sabemos, pues, lo que entendemos por la palabra problema. 

Es una cuestión hasta cuyo fondo mismo no hemos llegado y que no hemos comprendido por completo; no está pues terminada, se repite una y otra vez. 

Para comprender un problema tenemos que comprender las contradicciones –las extremas tanto como las cotidianas- de nuestro propio ser. 

Pensamos una cosa y hacemos otras. 

Decimos una cosa y sentimos de modo muy distinto. 

Existe el conflicto del respeto y la falta de respeto, la grosería y la cortesía; por un lado está el sentido de la arrogancia, el orgullo, y por el otro jugamos con la humildad. 

Ya sabéis las muchas contradicciones que todos tenemos, tanto conscientes como ocultas. Pero ¿cómo surgen estas contradicciones?

Por favor, como he dicho repetidamente, no os limitéis a escuchar al que habla, sino escuchad también vuestro propio pensamiento; observad como actúan vuestras propias reacciones, daos cuenta de vuestra propia respuesta cuando se formula la pregunta, de modo que os vayáis conociendo. 

La mayoría de nosotros, cuando tenemos un problema, queremos saber como resolverlo, que hacer con él, como trascenderlo, como librarnos de él o cual es la respuesta. 

No estoy interesado en todo eso, quiero saber porque surge el problema; porque si puedo hallar la raíz de un problema, comprenderlo, llegar a su mismo fin, entonces habré hallado la respuesta a todos los problemas. 

Si sé como hay que mirar de forma completa uno de ellos, entonces puedo comprender cualquier otro que surja en el provenir. 

¿Cómo surge un problema psicológico?

 Veamos esto primero, porque los problemas psicológicos falsean toda actividad de la vida. 

Cuando la mente, al aparecer un problema psicológico, lo comprende, lo resuelve y no arrastra su recuerdo hasta la hora siguiente o hasta el día siguiente, sólo entonces es capaz de hacer frente al nuevo reto, con frescura, con claridad. 

Nuestra vida es una serie de retos y respuestas y debemos ser capaces de encararlos por completo con cada reto, porque de lo contrario todos los momentos nos traerán más problemas. 

¿Comprendéis?

 Todo mi interés está en ser libre en no tener problemas: con Dios, con el sexo, con cualquier cosa. 

Si Dios se convierte en mi problema, entonces no vale la pena buscar a Dios; porque para descubrir si existe eso que se llama Dios, un algo supremo que rebasa la medida de la mente, mi propia mente ha de ser muy clara, inocente, libre, no impedida por un problema. 

Por eso he dicho desde el principio mismo que la libertad es necesaria. 

Se me dice que aún Carl Marx, el dios de los comunistas, escribió diciendo que los seres humanos han de tener libertad. 

Para mi, la libertad es absolutamente necesaria: 

Libertad al principio, al medio y al fin. 

Y esa libertad se niega cuando yo arrastro un problema hasta el día siguiente. 

Esto significa que no sólo tengo que descubrir como surge el problema, sino también como terminar con él por completo, quirúrgicamente, para que no haya repetición, para no ir cargando con él, para no sentir que pensando en él voy a encontrar la respuesta mañana. 

Si arrastro el problema hasta el día siguiente, propicio el terreno en el cual el problema se arraiga entonces la necesidad de podar el problema se convierte en otro problema. 

Por consiguiente, tengo que actuar de modo tan drástico e inmediato que el problema termine por completo. 

Así pues, ahí están las dos cuestiones: descubrir como surge el problema y también como acabar con él instantáneamente; tanto si el problema es la esposa, los hijos, la falta de dinero, Dios, o lo que sea. 

Lo que estoy diciendo no es ilógico. 

Os he mostrado en forma lógica, razonable, la necesidad de acabar con el problema y o arrastrarlo hasta el día siguiente. 

¿Os gustaría hacer algunas preguntas sobre esto? 

Pregunta: no comprendo porque decís que el dinero no es un problema.

Krishnamurti: Es un problema para muchos. 

Nunca he dicho que no lo sea. 

Mirad, dije que un problema es algo que no comprendéis por completo, ya sea con respecto al dinero, el sexo, Dios, a vuestra relación con la esposa, con alguien que os odia, no importa lo que sea. 

Si tengo una dolencia o muy poco dinero, esto se convierte en un problema psicológico. 

O puede ser que el sexo llegue a ser un problema. 

Estamos investigando como surgen los problemas psicológicos, no como hacer frente a uno determinado. 

¿Comprendéis? ¡Dios mío! Esto es muy sencillo. 

Como sabéis, hay personas en oriente que abandonan el mundo y vagan de pueblo en pueblo, con un cuenco de mendicante. Los brahmanes de la India han establecido, al correr de los siglos, la costumbre de que se respete al hombre que abandona el mundo, y que la gente lo debe alimentar y vestir. 

Para un hombre así, el dinero no es problema, evidentemente; pero conste que yo no estoy aconsejando aquí esa costumbre. 

Me limito a señalar que la mayoría de nosotros tenemos problemas psicológicos. 

¿No tenéis problemas, no sólo con respecto al dinero, sino también con el sexo, Dios, las relaciones humanas? ¿No os interesáis sobre si se os ama o no? 

Si tengo muy poco dinero y quiero más entonces eso se convierte en mi problema, me preocupo por ello, hay un sentimiento de ansiedad; o me vuelvo envidioso, porque tenéis más dinero que yo. 

Todo esto falsea la percepción, y estos son los problemas de que hablamos. 

Tratamos de descubrir como surge un problema de esta clase. 

Creo que he dejado esto bastante claro. 

¿O queréis que ahonde más en ello?

Seguramente que un problema surge cuando hay en mí una contradicción. 

Si no la hay, a ningún nivel, no habrá problema; si no tengo dinero trabajaré, mendigaré, pediré prestado, haré algo, y no será problema.

Pregunta: Pero ¿qué pasa cuando no se puede hacer nada? 

Krishnamurti: ¿Qué queréis decir con eso de que “no se puede hacer nada”? 

Si tenéis una técnica o algún conocimiento especializado, ejerceréis alguna profesión. 

Si no, os pondréis a cavar. 

Comentario: Después de cierta edad, un hombre ya no puede trabajar en nada. 

Krishnamurti: Pero tiene la previsión social del Estado. 

Comentario: No, no la tiene. 

Krishnamurti: Entonces se muere y ya no hay problema. 

Pero este no es vuestro problema, señora, ¿verdad? 

Pregunta: No es mi propio problema personal. 

Krishnamurti: Entonces estáis hablando de otra persona y no nos ocupamos de eso. 

Aquí hablamos de nosotros como seres humanos con problemas, y no de algún pariente o amigo.

 Comentario: Aparte de mi no tiene nadie que lo cuide; sólo yo. 

¿Cómo voy a venir a escucharos y dejarlo sin ayuda?

Krishnamurti: No vengáis. 

Comentario: Pero es que yo quiero venir. 

Krishnamurti: Entonces, no lo convirtáis en problema. 

Pregunta: ¿Estáis diciendo que cuando existe una situación embarazosa o inconveniente, como la falta de dinero, puede la mente elevarse por encima de ella? 

Krishnamurti: No. Como veis ya os habéis adelantado a mí, tratando de resolver el problema. 

Queréis saber como hacerle frente, 

Y yo no he llegado a eso todavía. 

Me he limitado a exponer el problema; y no he dicho lo que hay que hacer con él. 

Cuando decís que la mente tiene que elevarse por encima del problema, o cuando preguntáis lo que tiene que hacer un pariente o amigo que es viejo y no tiene dinero, ¿veis lo que estáis haciendo? 

Estáis escapando del hecho real. 

Un minuto, escuchad lo que estoy diciendo, no aceptéis ni rechacéis lo que diga, sino simplemente escuchadlo. 

No queréis encararos con el hecho de que sois vosotros los que tenéis el problema y no otra persona. 

Si podéis resolver el vuestro propio como seres humanos, podéis ayudar a otro o no, según sea el caso a resolver el suyo; pero en cuanto paséis a los problemas de otros y preguntéis: “¿qué tengo que hacer yo?”, os habréis colocado en una posición en la cual no podéis tener respuesta, y por lo tanto eso llega a hacer una contradicción. 

No se si ha quedado claro todo esto. 

Pregunta: Soy analfabeto, debido a una incapacidad de la infancia, y este ha sido un gran problema para mi durante toda mi vida. ¿Cómo puedo resolverlo? 

Krishnamurti: Todos os preocupáis terriblemente por la resolución de un problema, ¿no? Yo no. 

Lo siento. 

Os dije al principio mismo de estas charlas que no estoy interesado en resolver problemas, vuestros o míos. 

No Soy vuestro auxiliar o guía. 

Vosotros sois vuestro propio maestro, vuestro propio discípulo. 

Estáis aquí para aprender, y no para preguntar a otro lo que hay que hacer y lo que no hay que hacer. 

No es cuestión de lo que debáis hacer con la persona impedida o con la que no tiene bastante dinero o con el analfabetismo, etc. 

Estáis aquí para aprender vosotros mismos sobre los problemas que tenéis, y no para que yo os instruya.

 No me pongáis, pues, en esa falsa posición, porque no os instruiré si lo hiciera, me convertiría en un guía, en un gurú, aumentando así la propia explotación que existe en el mundo. 

Estamos pues aquí, ustedes y yo, para aprender, y no para ser instruidos. 

Estamos aprendiendo, no por estudio, no por experiencia, sino para estar alerta, despiertos, totalmente concientes de nosotros mismos; de modo que nuestra relación es enteramente distinta de la del instructor y el enseñado. 

El que habla no os está instruyendo ni diciendo lo que hay que hacer. 

Esto carecería por completo de madurez. 

Pregunta: Cuando somos incapaces de ver todo lo que está implicado en un problema, ¿cómo podemos llegar a su raíz y resolverlo?

Krishnamurti: Tanto anheláis descubrir lo que hay que hacer, que no me habéis dado oportunidad de tratarlo. 

Os ruego que escuchéis durante dos minutos, si queréis. 

Yo no os estoy diciendo lo que hacer con vuestros problemas. 

Señalo cómo hay que aprender y lo que es aprender; y descubriréis que al aprender sobre vuestro problema éste termina; mas, si esperáis que alguien os diga lo que hay que hacer con un problema, entonces os volveréis como un niño irresponsable, que está siendo dirigido por otra persona, y tendréis aún más problemas. 

Esto es así de fácil y sencillo. 

De modo que os ruego, de una vez y para siempre, que quede claro en vuestro corazón y vuestra mente.

 Estamos aquí para aprender, no para que se nos instruya. Ser instruido es confiar a la memoria lo que se oye; pero la mera repetición de memoria no produce la resolución de los problemas. 

Sólo hay madurez en el proceso de aprender. 

De la falta de madurez nace el uso del conocimiento, de lo que simplemente ha sido memorizado como medio de resolver los problemas humanos, y sólo sirve para crear ulteriores modelos, más problemas. 

El simple deseo de resolver un problema es eludirlo, ¿no? 

No he penetrado en él, no lo he estudiado, explorado, comprendido. 

No conozco su belleza, ni su fealdad, ni su hondura; mi único interés está en resolverlo, dejarlo de lado.

 Este impulso para resolver un problema sin haberlo comprendido es una evasión del mismo, y por lo tanto, se convierte en otro problema. Toda evasión engendra ulteriores problemas.

Ahora bien, tengo un problema y quiero comprenderlo por completo, no quiero escapar de él, no quiero verbalizar sobre él, ni contárselo a nadie, simplemente quiero comprenderlo. 

No estoy esperando a que alguien me diga lo que hay que hacer. 

Veo que nadie puede decirme lo que debo hacer; y si alguien me lo dijera y yo aceptase sus palabras, eso sería sumamente tonto y absurdo. 

Tengo pues, que aprender sin que me instruyan y sin hacer intervenir el recuerdo de lo que he aprendido sobre anteriores problemas al encararme con el actual. 

¡Que pena que no veis la belleza de esto! 

¿Sabéis lo que significa vivir en el presente? 

No, me temo que no. 

Vivir en el presente es no tener continuidad en absoluto. 

Pero éste es un tema que discutiremos en alguna otra ocasión. 

Tengo un problema y quiero comprender, quiero aprender sobre él. 

Para esto no puedo traer los recuerdos del pasado a fin de enfrentarme con él, porque el nuevo problema reclama un nuevo enfoque, y yo no puedo venir a él con mis recuerdos muertos, estúpidos. 

El problema es activo de modo que tengo que tratar con él en el presente activo y por lo tanto el elemento tiempo hay que relegarlo por completo.

 Quiero descubrir como surgen los problemas psicológicos. 

Como dije, si puedo comprender toda la estructura de la causalidad de los problemas y por lo tanto, estoy libre de creármelos, entonces sabré como actuar en relación con el dinero, con el sexo, con el odio, con respecto a todo en la vida; y en el proceso de tratar con estas cosas, no crearé otro problema.

 Tengo pues, que descubrir como surge un problema psicológico y no como resolverlo. 

¿Me entendéis?. 

Nadie puede decirme como surge; tengo que comprenderlo por mi mismo.

Así como yo exploro en mi mismo, tenéis que explorar también en vosotros mismos y no limitaros a escuchar mis palabras. 

Si no vais más allá de las palabras y si no os miráis a vosotros mismos, las palabras no os ayudarán nada. 

Llegarán a ser mera abstracción, no una realidad. 

La realidad es el movimiento efectivo de vuestra propia indagación, que descubre, y no la indicación verbal de ese movimiento. 

Está claro todo esto hasta aquí. 

Para mi, como dije, la libertad es de la más alta importancia. 

Mas la libertad no puede comprenderse en modo alguno sin inteligencia; y la inteligencia sólo puede venir cuando uno ha comprendido completamente, por si mismo, la causa de los problemas. 

La mente ha de estar alerta, atenta; ha de hallarse en estado de supersensibilidad, para que cada problema se resuelva a medida que surja. 

De lo contrario, no hay verdadera libertad, sólo hay libertad fragmentada y superficial, que no tiene valor alguno. 

Es como el hombre rico que dice ser libre. 

¡Dios mío!, es esclavo de la bebida, del sexo, de la comodidad, de una docena de cosas. 

O como el hombre pobre que dice: “Soy libre porque no tengo dinero”, pero tiene otros problemas. 

Así, la libertad y la conservación de esta libertad no pueden ser una mera abstracción; tienen que ser la absoluta demanda, por vuestra parte, como seres humanos, porque sólo cuando hay libertad es cuando podéis amar. 

¿Cómo podéis amar si sois ambiciosos, codicioso, competitivos?. 

No asintáis señores. Me estáis dejando que haga yo todo el trabajo.

No estoy nada interesado en resolver el problema, ni en buscar a alguien que me diga el modo de resolverlo. 

No me lo puede decir ningún libro, ningún guía, ninguna iglesia, sacerdote, salvador. 

Hemos jugado con eso miles de años y todavía seguimos cargados de problemas, que lo único que hacen es seguir multiplicándose, como ocurre ahora. 

Así que, ¿cómo surge un problema?. 

Como dije, cuando no hay contradicción en nuestro interior, no hay problema. 

La auto-contradicción implica un conflicto del deseo, pero el deseo mismo nunca es contradictorio.

 Desde luego que lo que crea contradicción son los objetos del deseo; como pinto cuadros, o escribo libros, o hago alguna cosa tonta, quiero ser famoso, reconocido. 

Cuando nadie me reconoce, hay una contradicción y me siento desgraciado, tengo miedo de la muerte, que no he comprendido; y en lo que llamo amor hay una contradicción. 

Veo pues, que el deseo es el principio de la contradicción; no el deseo mismo, sino los objetos del deseo son los contradictorios. 

Si trato de cambiar o negar los objetos del deseo, diciendo que me voy a aferrar a una sola cosa y a nada más, entonces eso también se vuelve un problema, porque tengo que resistir, tengo que levantar barreras contra todo lo demás. 

Así es que lo que tengo que hacer no es meramente cambiar o reducir los objetos del deseo, sino comprender el deseo mismo. 

Podéis decir: ¿Qué tiene que ver todo esto con el problema? Creemos que es el deseo el que crea conflicto, contradicción; y yo indico que no es el deseo, sino los objetos o fines en conflicto con el deseo los que crean la contradicción. 

Y no es bueno tratar de no tener más que un deseo.

Eso es como el sacerdote que dice: “Sólo tengo un deseo, el de alcanzar a Dios”, y que tiene innumerables deseos, de los cuales no es consciente siquiera. 

Tiene uno, pues, que comprender la naturaleza del deseo, y no limitarse a someterlo a control o a negarlo. 

Toda la literatura religiosa dice que tenéis que destruir el deseo, estar sin él, cosa que nada vale. 

Tiene uno que comprender como surge el deseo y que es lo que le da continuidad. 

¿Entendéis el problema? 

Podéis ver como surge el deseo; es bastante sencillo. 

Hay percepción, contacto, sensación, incluso sensación sin contacto; y de la sensación viene el principio del deseo. 

Veo un automóvil; sus líneas, su forma, su belleza, me atraen, y lo quiero. 

Pero destruir el deseo es no ser sensible para nada. 

Desde el momento en que soy sensible, ya estoy en el proceso del deseo. 

Veo un objeto bello, o una bella mujer, lo que sea, y surge el deseo; o veo un hombre de enorme inteligencia e integridad y quiero ser así. 

De la percepción viene la sensación, y de esta el principio del deseo. 

Esto es lo que realmente sucede. 

No hay en ello nada complicado. 

La complejidad empieza cuando interviene el pensamiento y da continuidad al deseo. 

Pienso en el auto o en la mujer o en el hombre inteligente, y por ese pensamiento se le da continuidad al deseo. 

De lo contrario, este no tiene continuidad. 

Puedo mirar el vehículo, y con eso se acabó. 

¿Comprendéis esto? 

Pero en el momento en que le concedo un momento de mi pensamiento a ese vehículo, entonces el deseo tiene continuidad, y la contradicción empieza. 

Pregunta: ¿Puede haber deseo sin objeto?

Krishnamurti: No existe tal cosa. No hay deseo abstracto. 

Pregunta: Entonces el deseo está siempre conectado con un objeto, pero dijisteis antes que tenemos que comprender el mecanismo del propio deseo y no preocuparnos de su objeto. 

Krishnamurti: Señor, he señalado como surge el deseo y como, por el pensamiento, le damos continuidad al deseo. 

Lo siento, pero tenemos que detenernos ahora y continuar el jueves próximo. 

14 de julio de 1964.




LA MUTACIÓN PSICOLÓGICA - J.K -

  La Mutación Psicológica 

Conversaciones en Saanen 1964 

Capítulo Primero 

Como sabéis, van a darse aquí diez charlas y habrá algunas discusiones después de que terminen, por lo cual tendremos mucho tiempo para hablar de estas cosas. 

Me gustaría empezar esta mañana señalando la extraordinaria importancia de la libertad. La mayoría de nosotros no queremos ser libres. Tenemos nuestra familia, responsabilidades, deberes, y a esas cosas nos atenemos. Estamos limitados por leyes sociales, por cierto código de moral, y estamos agobiados por diarias perturbaciones y problemas; si podemos encontrar alguna clase de consuelo, algún medio de escape de todo este conflicto y desdicha, muy fácilmente quedamos satisfechos. La mayoría de nosotros no queremos ser libres en modo alguno, en ninguna dirección, a ninguna profundidad; y, sin embargo, me parece que una de las cosas más esenciales de la vida, es el descubrir por si mismo como ser libre de manera completa y total. ¿Es posible que la mente humana estando tan fuertemente condicionada, tan estrechamente aprisionada en sus afanes cotidianos tan llena de miedos y ansiedades, tan insegura del futuro y en constante demanda de seguridad, es posible que una mente así produzca en si misma una radical mutación, que sólo puede realizarse en la libertad completa?.

Creo que cada uno de nosotros debería interesarse realmente por este problema, al menos durante las tres semanas que estaremos aquí. Deberíamos interesarnos, no sólo verbalmente, sino ahondar mucho más en nosotros mismos, a través del análisis verbal o lingüístico para descubrir si es posible ser libres. Sin libertad no puede uno descubrir lo que es verdadero y lo que es falso; sin libertad no hay profundidad en la vida; sin libertad somos esclavos de toda clase de influencias, de todas las presiones sociales, de las innumerables exigencias con las que constantemente nos encontramos. ¿Se puede, pues, como individuo, penetrar realmente en uno mismo, investigando mucho, implacablemente, y descubrir si es posible que cada uno de nosotros sea completamente libre? Desde luego que sólo en la libertad puede haber cambio. Y, en efecto tenemos que cambiar, no superficialmente, no en el sentido de recortar meramente, un poquito acá y allá, sino que tenemos que producir una mutación radical en la estructura misma de la propia mente. Por eso me parece que es tan importante hablar sobre el cambio, discutirlo y ver hasta donde puede llegar cada uno de nosotros en este problema. ¿Sabéis lo que entiendo por “cambio”?. Cambiar es pensar de una manera totalmente distinta. Es producir un estado mental en que no haya nunca ninguna ansiedad, ninguna sensación de conflicto, de pugna por lograr, por ser o llegar a ser algo. Es liberarse por completo del miedo. Para descubrir lo que significa estar libre de temor, creo que tiene uno que comprender esta cuestión del que enseña y el enseñado, y con ello descubrir lo que es el aprender. Aquí no hay maestro ni persona a la que se enseñe. Todos estamos aprendiendo. Tenéis pues, que libraros por completo de la idea de que alguien os va a instruir o deciros lo que hay que hacer, lo cual significa que la relación con el que habla es por completo distinta. Estamos aprendiendo, no se os está enseñando. Si realmente comprendéis que no estáis aquí para que alguien os enseñe, que no hay instructor que os instruya, ni salvador que os salve, ni gurú que os diga lo que hay que hacer, si en realidad comprendéis este hecho, entonces tenéis que hacerlo todo vosotros mismos; y eso requiere una enorme cantidad de energía. La energía se disipa, se degrada, se pierde del todo cuando existe la relación del que enseña y el enseñado; así que, durante estas charlas aquí y en las discusiones que van a seguir, espero que no haya una relación semejante. Sería en realidad maravilloso que pudiéramos eliminarla por completo, de modo que solo quedase el movimiento de aprender. Generalmente aprendemos por el estudio, por los libros, por la experiencia o por instrucción ajena. Estas son las formas usuales de aprender: Confiamos a la memoria lo que hay y lo que no hay que hacer, lo que hay y no hay que pensar, como sentir, como reaccionar. Por la experiencia, el estudio, el análisis, por la exploración, por el examen introspectivo, almacenamos conocimientos en forma de memoria, y esta entonces responde a ulteriores retos y exigencia, de lo cual surge más y más aprendizaje. Estamos bien familiarizados con este proceso, es nuestra única manera de aprender. Como no sé dirigir un avión, aprendo, se me instruye, adquiero experiencia, cuyo recuerdo retengo, y entonces vuelo. Este es el único proceso de aprender que conocemos la mayoría de nosotros. Aprendemos por el estudio, la experiencia, la instrucción. Lo que se aprende se confía a la memoria como conocimiento, y ese conocimiento funciona siempre que hay un reto o siempre que tenemos que hacer algo.

  Pues bien, yo creo que hay una manera de aprender enteramente distinta y voy a hablar un poquito sobre ello; mas, para comprenderlo y para aprender esta forma distinta, tenéis que estar por completo libres de autoridad, pues si no simplemente se os instruirá y repetiréis lo que hayáis oído. Por eso es muy importante comprender la naturaleza de la autoridad. La autoridad impide aprender, un aprender que no es la acumulación de conocimientos como memoria. La memoria siempre responde en modelos; no hay libertad. Un hombre que este cargado de conocimiento, de instrucciones, que este agobiado por las cosas que ha aprendido, nunca será libre. Puede ser sumamente erudito, de modo extraordinario, pero su acumulación de conocimientos le impide ser libre, y por lo tanto es incapaz de aprender. Acumulamos diversas formas de conocimiento: El científico, psicológico, el técnico etc., y este conocimiento es necesario para el bienestar físico del hombre. Pero también acumulamos conocimientos para estar seguros, para funcionar sin trastornos, para actuar siempre dentro de los límites de nuestra propia información, y por ello nos sentimos seguros. Siempre queremos estar seguros, nos da miedo la incertidumbre y por tanto, acumulamos conocimientos. De esta acumulación sicológica es de lo que estoy hablando, y esto es lo que obstaculiza por completo la libertad. Así es que, desde el momento en que empieza uno a inquirir sobre lo que es la libertad, tiene que poner en tela de juicio no sólo la autoridad sino el conocimiento. Si simplemente se os instruye, si os limitáis a escuchar lo que oís, lo que leéis, lo que experimentáis, entonces hallaréis que nunca podéis ser libres, porque siempre estáis funcionando dentro del patrón de lo conocido. Esto es lo que nos pasa efectivamente a la mayoría; ¿qué va uno pues a hacer? Uno ve como funciona la mente y el cerebro. El cerebro es una cosa del mundo animal, progresiva, evolutiva, que vive y funciona dentro de los muros de su propia experiencia, su propio conocimiento, sus esperanzas y temores. Está perpetuamente activo en salvaguardarse y protegerse y, en cierta medida, tiene que estarlo, porque de lo contrario pronto se destruiría. Tiene que tener cierto grado de seguridad, de modo que habitualmente se beneficia acumulando toda clase de información, obedeciendo toda clase de instrucción, creando un patrón al que se ajuste la vida propia, no siendo así nunca libre. Si uno ha observado su propio cerebro, todo el funcionamiento de si mismo, se da cuenta de este modo de existencia ajustando a un patrón, en el cual no hay espontaneidad alguna. ¿Qué es, pues, aprender? ¿Hay un aprender de distinta clase, un aprender que no sea acumulativo, que no llegue a ser sólo un trasfondo de memoria o conocimiento que crea modelos y obstaculiza la libertad? ¿Existe una manera de aprender que no llegue a ser una carga, que no paralice la mente, sino que, por el contrario le de libertad? Si os habéis formulado alguna vez esta pregunta no de modo superficial, sino profundamente, sabréis que uno tiene que descubrir porque se aferra la mente a la autoridad. Ya sea la autoridad del instructor, del salvador, del libro, o la del conocimiento y la experiencia propia, ¿por qué se aferra la mente a esa autoridad?

Como sabéis, la autoridad adopta muchas formas. Tenemos la autoridad de los libros, la de la iglesia, la del ideal, la de vuestra propia experiencia y la del conocimiento que habéis acumulado. ¿Por qué os aferráis a esas autoridades? Técnicamente hay necesidad de ellas. Esto es sencillo y evidente. Más nosotros hablamos del estado psicológico de la mente; y, prescindiendo del todo de la autoridad técnica, ¿por qué se aferra la mente a la autoridad en el sentido psicológico? Es evidente que la mente se aferra a la autoridad porque le da miedo la incertidumbre, la inseguridad; le da miedo lo desconocido, lo que puede pasar mañana. Y ¿podemos nosotros vivir sin ninguna autoridad en absoluto, autoridad en el sentido de dominación, aserción, dogmatismo, agresividad, querer tener éxito, querer ser famoso, querer llegar a ser alguien? ¿Podemos vivir en este mundo: ir a la oficina y todo lo demás, en un estado de completa humildad? Esa es una cosa muy difícil de descubrir, ¿no? Más yo creo que es sólo en ese estado de completa humildad (que es el estado de una mente que esta siempre dispuesta a no saber) en el que puede uno aprender. De lo contrario siempre estará uno acumulando y, por tanto, dejando de aprender. ¿Puede uno, pues, vivir de un día para otro, en ese estado? ¿Comprendéis mi pregunta? Seguramente una mente que en realidad esté aprendiendo no tendrá autoridad ni tampoco la buscará; porque se encuentra en un estado de constante aprender, no sólo las cosas exteriores, sino también las internas y no pertenece a ningún grupo, a ninguna sociedad, a ninguna raza o cultura. Si estas constantemente aprendiendo de todo sin acumulación, ¿cómo puede haber una autoridad, un instructor? ¿Cómo es posible que sigáis a alguien? Y esa es la única manera de vivir: no aprendiendo de los libros. Yo no me refiero a eso. Sino  aprendiendo de vuestras propias demandas, de los movimientos de vuestro propio pensar, de vuestro propio ser. Entonces vuestra mente siempre estará fresca, lo mirará todo como nuevo y no con la cansada mirada del conocimiento, de la experiencia, de lo que ha aprendido. Si uno comprende esto, real y profundamente, entonces cesa toda autoridad; entonces el que habla carece en absoluto de importancia. El extraordinario que la verdad revela, lo inmenso de la realidad, no os lo puede dar otro. No hay autoridad, no hay guía. Tenéis que descubrirlo por vosotros mismos y, con ello, traer algún sentido a este caos que llamamos vida. Es un viaje que hay que emprender completamente sólo, sin marido, sin esposa, sin libros. Sólo podéis partir para este viaje cuando realmente veis la verdad de que tenéis que caminar completamente solos. Entonces estáis solos; no por amargura, no por cinismo, ni por desesperación, sino porque veis el hecho de que la soledad es absolutamente necesaria. Este hecho y la percepción del mismo es lo que le libera a uno para caminar solo. Uno es el libro, el salvador, el maestro. Tenéis pues, que investigar, tenéis que aprender sobre vosotros mismos, lo cual no significa acumular conocimientos de un mismo y mirar los movimientos de vuestro propio pensar con ese conocimiento. ¿Comprendéis? Para aprender sobre uno mismo, para conoceros, debéis observaros con frescura, con libertad. No podéis aprender sobre vosotros mismos si os limitáis a aplicar conocimiento, es decir, a miraros en términos de lo que habéis aprendido de algún instructor, de algún libro o de vuestra propia experiencia. El “yo” es una extraordinaria entidad, es una cosa compleja, vital, enormemente viva en constante cambio, sufriendo toda clase de experiencias; es un torbellino de enorme energía, y no hay nadie que pueda enseñaros sobre él: ¿nadie? Esto es lo primero que hay que ver. Una vez que comprendéis esto, que realmente veis su verdad, ya estáis liberados de una pesada carga, habéis dejado de esperar que algún otro os diga lo que hay que hacer. Ya existe el principio de este extraordinario aire de libertad. Tengo, pues, que conocerme, porque sin conocerme a mi mismo el conflicto no puede terminar, no pueden acabar el miedo ni la desesperación, no puede haber comprensión de la muerte. Cuando me comprendo, comprendo también a todos los seres humanos, la totalidad de las relaciones humanas. Comprenderse a si mismo es aprender sobre el cuerpo físico y las varias respuestas de los nervios, es darse cuenta de todo el movimiento del pensar, es comprender los celos, la brutalidad, y descubrir lo que es el afecto, lo que es el amor; es comprender todo eso que es el “yo”, el “tu”. Aprender no es un proceso de sentar las bases del conocimiento. Aprender es de instante en instante, es un movimiento que os observáis infinitamente, sin condenar, interpretar ni evaluar nunca, sino meramente observando. En el momento en que condenáis, interpretáis o evaluáis, tendréis un patrón de conocimiento, de experiencia, y ese modelo os impide aprender. Sólo es posible una mutación en la raíz misma de la mente cuando os comprendéis, y tiene que haber tal mutación, tiene que haber un cambio. No uso la palabra “cambio” en el sentido de ser influido por la sociedad, por el clima, la experiencia o la presión en alguna otra forma. Presiones e influencias meramente os impulsaran en cierta dirección. Me refiero al cambio que se produce sin esfuerzo, porque os comprendéis. Desde luego que hay una que hay que hacer. Ya existe el principio de este extraordinario aire de libertad. Tengo, pues, que conocerme, porque sin conocerme a mi mismo el conflicto no puede terminar, no pueden acabar el miedo ni la desesperación, no puede haber comprensión de la muerte. Cuando me comprendo, comprendo también a todos los seres humanos, la totalidad de las relaciones humanas. Comprenderse a si mismo es aprender sobre el cuerpo físico y las varias respuestas de los nervios, es darse cuenta de todo el movimiento del pensar, es comprender los celos, la brutalidad, y descubrir lo que es el afecto, lo que es el amor; es comprender todo eso que es el “yo”, el “tu”. Aprender no es un proceso de sentar las bases del conocimiento. Aprender es de instante en instante, es un movimiento que os observáis infinitamente, sin condenar, interpretar ni evaluar nunca, sino meramente observando. En el momento en que condenáis, interpretáis o evaluáis, tendréis un patrón de conocimiento, de experiencia, y ese modelo os impide aprender. Sólo es posible una mutación en la raíz misma de la mente cuando os comprendéis, y tiene que haber tal mutación, tiene que haber un cambio. No uso la palabra “cambio” en el sentido de ser influido por la sociedad, por el clima, la experiencia o la presión en alguna otra forma. Presiones e influencias meramente os impulsaran en cierta dirección. Me refiero al cambio que se produce sin esfuerzo, porque os comprendéis. Desde luego que hay una basta diferencia entre los dos: entre el cambio producido por compulsión y el que viene de modo espontáneo, natural, libre. Pues bien, si sois serios (y creo que sería un poco absurdo haber recorrido todo el camino para asistir a estas charlas con este calor y aguantar una serie de incomodidades si no fuerais serios), entonces estas tres semanas aquí ofrecerán una buena oportunidad para aprender, para la observación real, para la indagación profunda. Porque, mirad, me parece que nuestra vida es tan superficial, sabemos y hemos experimentado mucho, podemos hablar muy inteligentemente, y en realidad no tenemos profundidad. Vivimos en la superficie y, al hacerlo, tratamos de conseguir que ese vivir superficial sea muy serio. Mas yo hablo de una seriedad que no está meramente al nivel superficial, una seriedad que penetra hasta las profundidades mismas del propio ser. La mayoría de nosotros no somos realmente libres; y creo que, a menos que seamos libres: libres de las preocupaciones, de los hábitos, de las incapacidades psicosomáticas, del miedo nuestra vida seguirá siendo terriblemente superficial y vacía, y en ese estado envejecemos y morimos.

Así que, durante estas tres semanas, descubramos si podemos abrirnos paso por esta superficial existencia que hemos cultivado tan cuidadosamente y sumergirnos en algo que está mucho más hondo. Y el proceso de ahondar no es por medio de la autoridad; no es cuestión de que nos diga otro como hay que hacerlo, porque no hay nadie que os lo pueda decir. Lo que vamos a hacer aquí es aprender juntos lo que hay de verdad en todo esto; y un vez que realmente comprendáis lo que es verdadero, entonces habrán terminado todas las esperanzas puestas en la autoridad; entonces no necesitáis ningún libro, no necesitáis ir a ninguna iglesia o templo, habéis dejado de ser seguidores. Hay gran belleza, gran profundidad, gran amor en la libertad, cosas de las cuales ahora no sabemos nada en absoluto, porque no somos libres. De modo que nuestro primer interés, me parece, es inquirir sobre esta libertad, no sólo a través del análisis verbal o lingüístico, sino también por el hecho de vernos libres de la palabra. Hace mucho calor, pero me parece que hemos hecho todo lo que podíamos para lograr que el interior de la tienda esté bastante fresco. No podemos celebrar estas reuniones más temprano, porque hay muchos que vienen desde lejos. Tendremos, pues, que soportar este calor como parte de las molestias. Como sabéis, uno tiene que ser disciplinado, no por imposición ni control rígido, sino por la comprensión de toda la cuestión de la disciplina, aprendiendo sobre ella. Tomad por ejemplo algo inmediato: el calor. Puede uno darse cuenta de este calor y no estar molesto por el, porque nuestro interés, nuestra indagación, que es el movimiento mismo del aprender, es mucho más importante que el calor y la incomodidad del cuerpo. El aprender requiere, pues, disciplina, y el acto mismo de aprender es disciplina; y, por tanto, no tiene que haber disciplina impuesta ni control artificial. Es decir, quiero escuchar, no sólo lo que se está diciendo, sino también todas las reacciones que despiertan en mi esas palabras.

 Quiero percibir todo movimiento del pensar, de todo sentimiento, de todo gesto. Esto, en si, es disciplina, y tal disciplina siempre es extraordinariamente flexible. Creo, pues, que lo primero que tenéis que descubrir es si, como seres humanos que viven en una cultura o comunidad determinada, reclamáis realmente libertad como reclamáis alimento, sexo, comodidad; y hasta que punto y que tan profundamente estáis dispuestos a llegar para ser libres. Creo que eso es lo único que podemos hacer en la primera charla o, más bien, lo único que podemos hacer durante estas tres semanas, porque es lo único que podemos compartir. Eso y ninguna otra cosa. Porque todo lo demás llega a ser mero sentimentalismo, devoción, emotividad, cosas que carecen grandemente de madurez. Mas si ustedes y yo estamos realmente buscando inquiriendo, aprendiendo lo que significa ser libres o estar libres, entonces esa abundancia la podemos compartir todos.

Como dije al principio, aquí no hay instructor, aquí no hay instruidos, cada uno de nosotros está aprendiendo, pero no sobre algún otro. No estáis aprendiendo sobre el que habla ni sobre vuestro prójimo; estáis aprendiendo sobre vosotros mismos, y si aprendéis así, entonces sois el que habla sois vuestro vecino. Si aprendemos sobre nosotros mismos, podéis amar a vuestro prójimo. De lo contrario, no podéis, y todo esto seguirán siendo meras palabras. No podéis amar a vuestro prójimo si sois competidores. Toda nuestra estructura social, económica, política, moral, religiosa, se basa en la competencia. Y al mismo tiempo, decimos que tenemos que amar al prójimo. Tal cosa es imposible, porque donde haya competencia no puede haber amor. Así es que, para comprender lo que es el amor, lo que es la verdad tiene que haber libertad. Y nadie puede daros eso, tenéis que descubrirla por vosotros mismos trabajando de firme. 

12 de julio de 1964.

PALABRAS DE ALDOUS HUXLEY

 ...¿Qué es precisamente lo que nos ofrece Krishnamurti? 

¿Qué es lo que podemos aceptar, si nos parece bien, pero con toda probabilidad preferiremos rechazar?

 No se trata, como hemos visto, de un sistema de creencias, de un catálogo de dogmas, ni de un repertorio de ideas o ideales. 

No se trata de ningún caudillaje, ni mediación, ni dirección espiritual, ni siquiera se trata de un ejemplo; ni de un ritual, ni de una iglesia, ni de un código, ni de una elevación o alguna forma de parloteo estimulador... 

El proceso liberador ha de comenzar con la comprensión sin opción de lo que queréis, y de vuestras reacciones ante cualquier sistema de símbolos que os diga que debéis o no debéis querer eso. 

Mediante esta comprensión sin opción, a medida que penetra en los estratos profundos del ‘ego’ y del subconsciente con él asociado, surgirán el amor y la mutua comprensión; pero éstos serán de naturaleza muy distinta al amor y la mutua comprensión que nosotros conocemos. 

Esta comprensión sin opción -en todo instante y en todas las circunstancias de la vida- es la única meditación eficaz. 

La autocomprensión sin opción nos lleva a la Realidad creadora, que está debajo de todas nuestras ilusiones destructivas, nos lleva a la serena sabiduría que siempre está allí a pesar de la ignorancia, a pesar del conocimiento, que es meramente otra forma de la ignorancia. 

El conocimiento es cuestión de símbolos, y es, con demasiada frecuencia, un estorbo a la sabiduría, al descubrimiento de uno mismo de instante en instante. 

La mente que ha llegado a la quietud de la sabiduría “comprenderá el ser, comprenderá lo que es amar.

 El amor no es personal ni impersonal. 

El amor es amor y la mente no puede definirlo ni describirlo como algo exclusivo ni inclusivo. 

El amor es su propia eternidad; es lo real, lo supremo, lo inconmensurable”. 


Aldous Huxley

PREGUNTAS Y RESPUESTAS - 38 - LA TRANSFORMACIÓN -

 38. LA TRANSFORMACIÓN 

Pregunta: ¿Qué entiende usted por transformación? 

KRISHNAMURTI: Es evidente que tiene que haber una revolución radical. 

La crisis mundial la exige. 

Nuestras vidas la exigen. 

Nuestros incidentes, empeños y ansiedades de todos los días la exigen. 

Nuestros problemas la exigen. 

Tiene que haber una revolución radical, fundamentad porque todo en torno nuestro se ha derrumbado.

 Aunque en apariencia haya orden, en realidad hay lenta descomposición y destrucción: la ola de destrucción está constantemente alcanzando a la ola de vida. 

Tiene, pues, que haber una revolución; pero no una revolución basada en una idea. 

Semejante revolución es tan sólo la continuación de la idea, no una transformación. 

Y una revolución basada en una idea trae derramamiento de sangre, destrucción. 

Del caos no se puede establecer el orden; no es posible que produzcáis deliberadamente el caos con la esperanza de que el orden surja de ese caos. 

No sois los elegidos de Dios para implantar un orden nacido de la confusión. 

Esa es la manera errónea de pensar de los que desean producir creciente confusión para luego establecer el orden. 

Por estar momentáneamente en posesión del poder, se figuran que conocen todos los medios de crear orden. 

Observando toda la catástrofe -la repetición constante de las guerras, los incesantes conflictos entre las clases sociales y entre los pueblos, la tremenda desigualdad económica y social, la diferencia de capacidades y dones naturales, el abismo entre los que disfrutan de extraordinaria dicha y tranquilidad, y los que viven prisioneros del odio, del conflicto y de la miseria-, observando todo eso, se ve que es necesaria una transformación completa, ¿no es cierto? 

Esta transformación, esta revolución radical ¿es una finalidad o es de momento a momento? Bien sé que nos agradaría que fuese la finalidad a alcanzar, ya que es tanto más fácil pensar en términos de lejanía, de futuro. 

Al final nos habremos transformado, al final seremos felices, al final hallaremos la verdad; pero, mientras tanto, continuemos como hasta ahora. 

Una mente que así piensa en términos de futuro, es incapaz de actuar en el presente; y por lo tanto una mente así no busca la transformación, simplemente la rehuye. ¿Qué entendemos por transformación?

La transformación no es en el futuro; jamás puede serlo. 

Sólo puede ser ahora, de momento en momento. 

¿Qué entendemos, pues, por transformación? 

Es, sin duda, algo muy sencillo: ver lo falso como falso y lo verdadero como verdadero. 

Ver también la verdad en lo falso, y ver lo falso en aquello que ha sido aceptado como la verdad; ver lo falso como falso y lo verdadero como verdadero es transformación. 

Porque cuando veis muy claramente que algo es la verdad, esa verdad es libertadora. 

Cuando veis que algo es falso, esa cosa falsa se desprende. 

Cuando veis que las ceremonias son simples y vanas repeticiones; cuando veis la verdad acerca de ellas y no las justificáis, prodúcese la transformación, porque otra atadura ha desaparecido.

Cuando veis que la división de la sociedad en clases es falsa, que ella engendra conflictos, miseria y desunión entre las personas; cuando veis la verdad al respecto, esa verdad resulta libertadora. 

La percepción misma de esa verdad es transformación. 

Y como estamos rodeados de tantas cosas falsas, el percibir de instante en instante esa falsedad, es transformación. 

La verdad no se acumula; ella es de momento en momento. 

Lo que se acumula, lo acumulado es la memoria; y mediante la memoria jamás podréis hallar la verdad.

 La memoria, en efecto, pertenece al tiempo; el tiempo es el pasado, el presente y el futuro. 

El tiempo, que es continuidad, jamás puede descubrir aquello que es eterno. 

La eternidad no es continuidad. 

Lo que perdura no es eterno. 

La eternidad está en el instante. 

La eternidad está en el “ahora”. 

El “ahora” no es reflejo del pasado, ni continuación del pasado hacia el futuro a través del presente.

 Una mente que está deseosa de una transformación futura, o que encara la transformación como objetivo final jamás podrá hallar la verdad. 

La verdad, en efecto, es algo que tiene que surgir de momento a momento, que debe ser descubierto cada vez de nuevo; y, por cierto, no puede haber descubrimiento alguno por medio de la acumulación. ¿Cómo podréis descubrir lo nuevo si estáis agobiados por lo viejo? 

Es tan sólo cuando desaparece esa carga que descubres lo nuevo. 

Para descubrir lo nuevo, lo eterno, en el presente y de momento a momento, se requiere una mente extraordinariamente alerta, una mente que no busque resultados, una mente que no trate de llegar a ser algo. 

Una mente que se esfuerce por llegar a ser algo no puede nunca conocer la plena beatitud del contentamiento; no del contento de la fácil satisfacción, ni del contento que trae el logro de un resultado, sino del contento que se produce cuando la mente ve la verdad en lo que es y lo falso en lo que es. 

La percepción de esa verdad es de instante en instante, y esa percepción se detiene al hablar de ese instante. 

La transformación no es una finalidad, un resultado. 

La transformación no es un resultado. El resultado implica residuo, una causa y un efecto. 

Donde hay causalidad, tiene forzosamente que haber efecto; el efecto es simplemente el resultado de vuestro deseo de transformación. 

Cuando deseáis veros transformados, seguís pensando en términos de devenir; y aquello que es devenir no puede nunca conocer aquello que es ser. 

La verdad es ser de momento en momento; y la felicidad que continúa no es felicidad. 

La dicha es el estado atemporal del ser. 

Ese estado atemporal puede producirse tan sólo cuando hay tremendo descontento; no el descontento que ha hallado una vía de escape, sino el descontento que no tiene salida ni escapatoria y que ya no busca realización. 

Sólo entonces, en ese estado de supremo descontento, puede surgir la realidad. 

Esa realidad no se compra, ni se vende, ni se repite; no puede ser captada en libros. 

Tiene que ser captada de momento a momento, en la sonrisa, en la lágrima, bajo la hoja muerta, en los pensamientos errabundos, en la plenitud del amor. 

El amor no es diferente de la verdad. 

El amor es ese estado en el cual el proceso del pensamiento en función del tiempo ha cesado completamente. 

Y donde hay amor hay transformación. 

Sin amor, la revolución carece de sentido pues en tal caso ella es mera destrucción, decadencia, una miseria, desgracia creciente y cada vez mayor. 

Donde hay amor hay revolución, porque el amor es transformación de instante en instante.


PREGUNTAS Y RESPUESTAS - 37 - LA CONFUSIÓN DE LA MENTE -

 37. LA CONFUSIÓN DE LA MENTE 

Pregunta: He escuchado todas las pláticas de usted y he leído todos sus libros. Con toda seriedad le pregunto: ¿Cuál puede ser el objeto de mi vida si como usted dice, todo pensamiento ha de cesar, todo conocimiento ha de ser suprimido, y todo recuerdo ha de perderse? ¿Cómo relaciona usted ese estado de ser -sea lo que él fuere según usted- con el mundo en que vivimos? ¿Qué relación tiene ese ser con nuestra triste y dolorosa existencia? 

KRISHNAMURTI: Queremos saber qué es ese estado que sólo puede surgir cuando todo conocimiento, cuando el reconocedor, no existe; queremos saber qué relación tiene ese estado con nuestro mundo de diarias actividades, diarios empeños. 

Sabemos qué es ahora nuestra vida: triste, penosa, constantemente temerosa, nada permanente. 

Eso lo sabemos muy bien. Y queremos saber qué relación hay entre este estado y aquél; y, si dejamos de lado el conocimiento, si nos liberamos de nuestros recuerdos y demás, cuál es el objeto de la existencia.

¿Qué objeto tiene la existencia tal como ahora la conocemos, no en teoría sino realmente? ¿Cuál es el propósito de nuestra existencia diaria? 

Nada más que el sobrevivir -¿no es así?-, con todas sus miserias, con todos sus pesares y confusión, sus guerras, destrucciones, y demás. 

Podemos inventar teorías, podemos decir: “Esto no debiera ser, sino alguna otra cosa”. Pero todas esas son teorías, no son hechos. 

Lo que conocemos es la confusión, el dolor, el sufrimiento, los antagonismos interminables. 

Y también, por poco que nos demos cuenta, sabemos cómo ocurre todo eso. 

Porque el objeto de la vida día tras días, de instante en instante, es destruirnos unos a otros, explotarnos unos a otros, ya sea como individuos o como seres humanos colectivos. 

En nuestra soledad, en nuestra miseria, tratamos de utilizar a otros, intentamos huir de nosotros mismos, por medio de la diversión, de dioses, del conocimiento, de toda forma de creencia, de la identificación.

 Tal es nuestro objeto, consciente o inconsciente, tal como ahora vivimos.

¿Y existe un propósito mas profundo, más amplio y trascendente, un fin que no sea de confusión, de adquisición? ¿Y ese estado espontáneo tiene alguna relación con nuestra vida diaria? 

Eso, por cierto, no tiene absolutamente ninguna relación con nuestra vida. 

¿Cómo puede tenerla? Si mi mente es confusa, angustiada, solitaria, ¿como puede ella estar en relación con algo que no pertenezca a la misma? ¿Cómo puede la verdad estar en relación con la falsedad, con la ilusión? 

Pero eso no lo queremos admitir. 

Porque nuestra esperanza, nuestra confusión, nos hace creer en algo más grande, más noble, que, según decimos, tiene relación con nosotros. 

En nuestra desesperación buscamos la verdad, esperando que en el descubrimiento de la misma nuestra desesperación habrá de desaparecer. 

Podemos ver, pues, que una mente confusa, una mente transida de dolor, una mente que capta su propio vacío, su soledad, jamás podrá encontrar aquello que está más allá de sí misma. 

Aquello que está más allá de la mente sólo puede surgir cuando las causas de confusión, de desdicha, han sido disipadas o comprendidas. 

Todo lo que he estado diciendo, de lo que he estado hablando, es cómo comprendernos a nosotros mismos. 

Porque, sin conocimiento propio, lo otro no adviene, lo otro es sólo una ilusión. 

Mas si comprendemos el proceso total de nosotros mismos, de instante en instante, entonces veremos que, al despejarse nuestra propia confusión, lo otro adviene. 

Entonces vivenciando aquello tendrá una relación con esto. 

Pero esto jamás tendrá relación con aquello. 

Estando de este lado de la cortina, estando en la oscuridad, ¿cómo puede uno tener la vivencia de la luz, de la libertad? 

Mas una vez que haya vivencia de la verdad, entonces podréis vosotros relacionarla con este mundo en que vivís. 

Si jamás hemos conocido lo que es el amor, sino tan sólo constantes reyertas, desdichas, angustias, conflictos, ¿cómo podemos vivenciar ese amor que nada tiene que ver con todo esto? 

Pero una vez que tengamos la vivencia de eso, entonces no necesitamos molestarnos en hallar la relación. 

Entonces el amor, la inteligencia, funcionan. 

Mas para vivenciar ese estado, todo conocimiento, recuerdos acumulados, actividades identificadas con uno mismo, tienen que cesar para que la mente sea incapaz de proyectar sensación alguna. 

Entonces, vivenciando eso, habrá acción en este mundo.

Ese es por cierto el objeto de la existencia: ir más allá de la actividad egocéntrica de la mente. 

Y, habiendo vivenciado ese estado -que la mente no puede medir-, entonces la vivencia misma de eso trae consigo una revolución íntima. 

Entonces, habiendo amor, no hay problema social; no hay problema de ninguna especie cuando hay amor. 

Es porque no sabemos amar que tenemos problemas sociales, y sistemas de filosofía sobre el modo de habérnoslas con nuestros problemas. 

Y yo digo que estos problemas jamás podrán resolverse por sistema alguno, ya sea de la izquierda, de la derecha o del centro. 

Ellos podrán ser resueltos -nuestra confusión, nuestras miserias, nuestra autodestrucción- tan sólo cuando podamos vivenciar aquel estado que no es autoproyectado.


PREGUNTAS Y RESPUESTAS - 36 - EL SENTIDO DE LA VIDA -

36. EL SENTIDO DE LA VIDA 

Pregunta: Vivimos, pero no sabemos por qué. Para muchísimos de nosotros, la vida parece no tener sentido alguno. ¿Puede usted decirnos cuál es el sentido y el objeto de nuestro vivir? 

KRISHNAMURTI: Bueno, ¿por qué hacéis esa pregunta? ¿Por qué me pedís que os diga cuál es el sentido de la vida, el objeto de la vida? ¿Qué entendemos por vida? ¿Tiene la vida un sentido, un objeto? ¿Acaso el vivir no es en sí su propio objeto, su propio sentido? ¿Por qué queremos más? 

Como estamos tan descontentos de nuestra vida, como ella es tan vacía, tan inarmónica, tan monótona -hacer la misma cosa una y otra vez-, deseamos algo más, algo que esté más allá de lo que hacemos.

 Puesto que nuestra vida diaria es tan hueca, tan insípida, tan sin sentido, tan aburrida, tan intolerablemente estúpida, decimos que la vida debe tener un sentido más amplio; y es por eso que formulais esa pregunta. 

No hay duda de que un hombre cuya vida es muy rica, un hombre que ve las cosas como son y está contento con lo que tiene, no está confuso; él tiene claridad, y por tanto, no pregunta cuál es el objeto de la vida. 

Para él, el hecho mismo de vivir es el comienzo y el fin. 

Nuestra dificultad, pues, es que siendo vacía nuestra vida, deseamos hallarle un objeto y luchar por él.

 Tal objeto de la vida puede ser tan sólo idea, sin realidad alguna; y cuando el objeto de la vida es buscado por una mente estúpida, torpe, por un corazón vacío, ese objeto será también vacío. 

Nuestro problema, por lo tanto, es como hacer nuestra vida rica, no de dinero y todo lo demás, sino interiormente rica, lo cual no es cosa secreta. 

Cuando decís que el objeto de la vida es ser feliz, es encontrar a Dios, ese deseo de encontrar a Dios es por cierto una evasión de la vida, y vuestro Dios es simplemente una cosa conocida. 

Sólo podéis abriros camino hacia un objeto que conocéis; y si construís una escalera hacia eso que llamáis Dios, eso por cierto no es Dios. 

La realidad sólo puede comprenderse en el vivir, no en la evasión. 

Cuando le buscáis un objeto a la vida, en realidad os escapáis y no comprendéis qué es la vida. 

La vida es relación, acción en la relación; y cuando no comprendo mis relaciones, o cuando la relación es confusa, busco un sentido más completo. 

¿Por qué es tan vacía nuestra vida? ¿Por qué somos tan solitarios, tan frustrados? 

Porque jamás hemos mirado dentro de nosotros mismos y no nos hemos comprendido a nosotros mismos. 

Nunca admitimos que esta vida es todo lo que conocemos, y que por lo tanto debiera ser comprendida plena y completamente. 

Preferimos huir de nosotros mismos, y es por eso que buscamos el objeto de la vida lejos de la vida de relación. 

Mas si empezamos a comprender la acción -que es nuestra relación con la gente, con la propiedad, con las creencias e ideas-, entonces hallaremos que la relación trae por sí su propia recompensa. 

No tenéis que buscar. 

Es como buscar el amor. 

¿Podéis encontrar el amor buscándolo? 

El amor no puede ser cultivado. 

Sólo encontraréis el amor en la vida de relación, no fuera de ella; y es porque no tenemos amor que deseamos que la vida tenga un objeto. 

Cuando hay amor -que es su propia eternidad-, entonces no hay busca de Dios, porque el amor es Dios.

 Es porque nuestra menté está llena de tecnicismos y supersticiosas musitaciones, que nuestra vida es tan vacía; y es por eso que buscamos un objeto más allá de nosotros mismos. 

Para encontrar el objeto de la vida, debemos pasar por la puerta de nosotros mismos; pero consciente o inconscientemente evitamos enfrentar las cosas como son en sí mismas, y de ese modo deseamos que Dios nos abra una puerta que esta más allá. 

Esta pregunta sobre el objeto de la vida, la formula tan sólo aquel que no ama; y el amor sólo puede hallarse en la acción, que es relación.


PREGUNTAS Y RESPUESTAS - 35 - LA SERENIDAD DE LA MENTE -

 35. LA SERENIDAD DE LA MENTE 

Pregunta: ¿Por qué habla usted de la serenidad de la mente, y qué es esa serenidad? 

KRISHNAMURTI: ¿No es necesario, si queremos comprender algo, que la mente esté serena? 

Si tenemos un problema, él nos preocupa, ¿no es así? 

Lo ahondamos, lo analizamos, lo desmenuzamos, en la esperanza de comprenderlo. 

¿Pero es posible comprender por medio del esfuerzo, del análisis, de la comparación, por medio de la lucha mental en cualquiera de sus formas? 

La comprensión, por cierto, sólo llega cuando la mente está muy quieta. 

Decimos que, cuanto más luchemos con el problema del hambre, de la guerra, o con cualquier otro problema humano, cuanto más entremos en conflicto con él, más lo comprenderemos. ¿Pero es eso verdad? 

Las guerras, el conflicto entre individuos y sociedades, han continuado a través de los siglos. 

La guerra interna o externa está siempre presente. ¿Hallamos solución a esa guerra, a ese conflicto, con más conflicto, con más lucha, con un sagaz esfuerzo? ¿O entendemos el problema tan sólo cuando nos hallamos directamente frente a él, cuando nos encaramos con el hecho? 

Y sólo podemos encararnos con el hecho cuando no se interpone agitación alguna entre la mente y el hecho. 

¿No es, pues, importante, si es que hemos de comprender, que la mente esté quieta? 

Pero invariablemente preguntaréis:

 “¿Cómo será posible aquietar la mente?” 

Esa es la reacción inmediata, ¿verdad? 

Decís: “Mi mente está agitada, ¿y cómo puedo mantenerla en calma?” 

Ahora bien, ¿puede algún sistema aquietar la mente? ¿Puede una fórmula, una disciplina, hacer que la mente esté serena? 

Si, lo puede; pero cuando la mente es aquietada, ¿es eso quietud, serenidad? ¿O la mente sólo se halla encerrada dentro de una idea, dentro de una fórmula, dentro de una frase? 

Y en tal caso la mente está muerta, ¿verdad? 

Es por eso que casi todas las personas que tratan de ser “espirituales” (o eso que así se denomina), están muertas, ya que ellas han adiestrado la mente para que esté quieta, y se han encerrado en una fórmula para estar serenas. 

Es evidente que una mente tal nunca está quieta; sólo está reprimida, mantenida en sujeción. 

Ahora bien: la mente está quieta cuando ve la verdad de que la comprensión sólo llega cuando ella está quieta; que si yo quiero comprenderos, tengo que estar sereno, no puedo tener reacciones contra vosotros, no debo alimentar prejuicios, debo hacer a un lado todas mis conclusiones, mis experiencias, y enfrentaros cara a cara. 

Sólo entonces, cuando mi mente está libre de “condicionamiento”, yo comprendo. 

Cuando capto esa verdad, la mente está quieta; y entonces no se plantea el problema de cómo aquietar la mente. 

Sólo la verdad puede libertar la mente de su propia ideación; y para ver la verdad, la mente debe comprender el hecho de que no puede tener comprensión mientras esté agitada. 

La quietud de la mente, la tranquilidad de la mente, no es cosa que haya de producirse por el poder de la voluntad, por ninguna acción del deseo. 

Si ello ocurre, entonces esa mente está encerrada, aislada, es una mente muerta; y por lo tanto resulta incapaz de adaptabilidad, de flexibilidad, de vivacidad. 

Una mente así no es creadora. Nuestro problema, entonces, no consiste en cómo serenar la mente sino en ver la verdad acerca de cada problema a medida que él se nos presenta. 

Es como el lago, que se calma cuando el viento cesa. 

Nuestra mente está agitada porque tenemos problemas; y para evitar los problemas, serenamos la mente.

 Pero es la mente la que ha proyectado esos problemas, y no hay problemas fuera de la mente; y mientras la mente proyecte alguna concepción de la sensibilidad, practique cualquier forma de serenidad, jamás podrá estar serena. 

Cuando la mente, empero, comprende que sólo estando serena existe la comprensión, entonces ella tórnase muy quieta. 

Esa quietud no es impuesta ni es resultado de la disciplina; es una quietud que una mente agitada no puede comprender. 

Muchos de los que buscan la quietud de la mente abandonan la vida activa y se retiran a alguna aldea, a un monasterio, a las montañas. 

O bien se engolfan en ideas, se encierran en creencias, o evitan a las personas que les causan perturbación. 

Pero ese aislamiento no es serenidad de la mente. 

El encierro de la mente en una idea, o el evitar las personas que complican la vida, no trae serenidad a la mente. 

La serenidad de la mente llega tan sólo cuando no hay proceso de aislamiento por medio de la acumulación, y sí completa comprensión de todo el proceso de la vida de relación. 

La acumulación envejece la mente; y sólo cuando la mente es nueva, cuando la mente es fresca, sin proceso de acumulación, existe una posibilidad de que haya quietud mental. 

Una mente así no está muerta; está sumamente activa. 

La mente serena es la mente más activa; y si queréis experimentar, ahondar en ello, veréis que en esa serenidad no hay proyección de pensamiento. 

El pensamiento, en todos los niveles, es evidentemente la reacción de la memoria; y el pensamiento jamás puede hallarse en estado de creación. 

Podrá expresar la facultad creadora, pero en sí el pensamiento jamás puede ser creador. 

Mas cuando hay silencio -esa tranquilidad de la mente que no es un resultado-, veremos que en esa quietud hay extraordinaria actividad, una acción extraordinaria que la mente agitada por el pensamiento jamás podrá conocer. 

En esa serenidad no hay formulación, no hay idea, no hay recuerdo; y esa serenidad es un estado de creación que sólo puede ser vivido cuando hay completa comprensión de todo el proceso del “yo”. 

No siendo así, la serenidad carece de sentido. 

Sólo en esa serenidad, que no es un resultado, descúbrese lo eterno, aquello que está más allá del tiempo.


PREGUNTAS Y RESPUESTAS -34 - LA TRIVIALIDAD -

 34. LA TRIVIALIDAD 

Pregunta: ¿Con qué debiera ocuparse la mente? 

KRISHNAMURTI: He aquí un muy buen ejemplo de cómo se hace surgir el conflicto: el conflicto entre lo que debiera ser y lo que es. 

Primero establecemos lo que debiera ser, el ideal y luego tratamos de vivir de acuerdo con ese ideal.

 Decimos que la mente debiera ocuparse con cosas nobles, con la abnegación, con la generosidad, con la bondad, con el amor. 

Eso es el ideal, la creencia, lo que “debiera ser”; lo que “tiene que ser”, y tratamos de vivir en conformidad con eso. 

Se pone, pues, en movimiento un conflicto entre la proyección de lo que debiera ser y la realidad, lo que es; y a través de ese conflicto esperamos transformarnos. 

Mientras estemos en lucha con el “debiera ser”, nos sentimos virtuosos, nos sentimos buenos. 

¿Pero qué es lo importante, el “debiera ser” o lo que es? ¿Con qué se ocupa nuestra mente en realidad, no de un modo ideológico? Con trivialidades, ¿no es así? 

Con nuestra apariencia personal, con la ambición, la codicia, la envidia, la murmuración, la crueldad. 

La mente vive en un mundo de trivialidades; y una mente trivial que crea un noble modelo sigue siendo trivial, ¿verdad? 

No se trata, pues, de saber con qué la mente debiera ocuparse, sino esto: ¿puede la mente libertarse de las trivialidades? 

Por poco que nos demos cuenta, por poco que nos exploremos, conocemos nuestras propias trivialidades: charla incesante, eterna locuacidad de la mente, preocupación, ansiedad por esto o por aquello, curiosidad acerca de lo que la gente hace o no hace, intento de lograr un resultado, busca a tientas del propio engrandecimiento, y así sucesivamente.

Con eso nos ocupamos, y lo sabemos muy bien. ¿Y eso puede ser transformado? 

Ese es el problema, ¿verdad? Preguntar con qué la mente debiera ocuparse, no es otra cosa que falta de madurez.

Ahora bien, dándome cuenta de que mi mente es trivial y que se ocupa con trivialidades, ¿puede ella libertarse de esta condición? ¿Acaso la mente no es trivial por su propia naturaleza? ¿Qué es la mente, sino el resultado de la memoria? ¿Memoria de qué? 

De cómo sobrevivir, no sólo física sino psicológicamente mediante el desarrollo de ciertas cualidades y virtudes, el acopio de experiencias, de reafirmación de sí misma en sus propias actividades. ¿No es trivial eso? 

Siendo el resultado de la memoria, del tiempo, la mente en sí es trivial; ¿y qué puede hacer para libertarse de su propia trivialidad? ¿Puede hacer algo? 

Ved, por favor, la importancia de esto. 

¿Puede la mente, que es actividad egocéntrica, libertarse de esa actividad? 

Es obvio que no lo puede; cualquier cosa que haga, sigue siendo trivial. 

Puede especular acerca de Dios, puede idear sistemas políticos, puede inventar creencias; pero sigue estando en el ámbito del tiempo, su cambio sigue siendo de recuerdo en recuerdo, continúa atada por su propia limitación. 

¿Y puede la mente terminar con esa limitación? ¿O esa limitación desaparece cuando la mente está serena, cuando no está activa, cuando reconoce sus propias trivialidades, por grandes que las haya imaginado? 

Cuando la mente, habiendo visto sus trivialidades, se da plena cuenta de ellas y por lo tanto se aquieta realmente, sólo entonces existe una posibilidad de que esas trivialidades desaparezcan. 

Pero mientras preguntéis con qué la mente debiera ocuparse, ella estará ocupada con trivialidades, sea que construya una iglesia, que se dedique a la oración o visite un santuario. 

La mente en sí es mezquina, pequeña, y con sólo decir que es mezquina no habéis disuelto su mezquindad, su pequeñez. 

Tenéis que comprenderla, la mente tiene que reconocer sus propias actividades; y en el proceso de ese reconocimiento, en la alerta percepción de las trivialidades que consciente o inconscientemente ella ha cimentado, la mente se aquieta. 

En esa quietud hay un estado creador, y éste es el factor que trae una transformación.