QUINTA PLÁTICA EN EL ROBLEDAL
Esta mañana quiero hablar acerca del temor, el cual necesita y crea la compulsión, la influencia.
Ahora bien, hemos dividido a la mente en pensamiento, razón, intelecto; pero, como he explicado en mi última plática, para mí la mente es inteligencia, creativa en sí misma pero empañada por la memoria; la mente, que es inteligencia, se halla nublada por la memoria y es confundida con esa conciencia del “yo”, la cual es el resultado del medio.
De este modo, la mente se vuelve una esclava del medio que ella misma ha creado a causa del anhelo; por lo tanto, continuamente hay temor. La mente ha creado el medio y, mientras no comprendamos ese medio, tiene que haber temor. No concedemos nuestra atención completa al medio y no estamos plenamente conscientes de él, y así la mente se vuelve esclava de ese medio y, debido a eso, hay temor; y la compulsión es el instrumento del temor. Por lo tanto, es obvio que la falta de comprensión del medio es producida por la falta de inteligencia; y, a causa de que no comprendemos el medio, surge el temor, y el temor necesita de la influencia, ya sea externa o interna.
¿Y cómo se origina esta continua compulsión, la cual se ha vuelto el instrumento, este penetrante instrumento del temor? La memoria oscurece la mente, y esto, como lo he dicho una y otra vez, es el resultado de la falta de comprensión respecto del medio que da origen al conflicto; la memoria se convierte, entonces, en la conciencia personal. Esta mente oscurecida, limitada y confinada por la memoria, busca perpetuar el resultado del medio, o sea, el “yo”; así, al perpetuar el “yo”, la mente busca el ajuste, el cambio, la modificación del medio, su crecimiento y expansión. Vean, la mente procura todo el tiempo adaptarse al medio en el que vive; pero la adaptación al medio no trae consigo la comprensión, ni podemos ver el significado de ese medio modificando tan sólo el estado de la mente o tratando de cambiar o expandir ese medio. Porque la mente, que busca todo el tiempo su propia protección, queda empañada por la memoria que se ha vuelto confusa al identificarse con la conciencia del “yo” -esa conciencia que desea perpetuarse a sí misma-. Por lo tanto, trata de cambiar, ajustar, modificar el medio; en otras palabras, la mente busca hacer que el “yo”, tal como lo imagina, sea inmortal, universal y cósmico. ¿No es así?
De este modo, la mente que busca la inmortalidad, lo que en realidad desea es la continuación de esta conciencia del “yo”, la perpetuación del medio; es decir, en tanto la mente se aferre a esta idea de la conciencia del “yo”, que no es sino la falta de comprensión respecto del medio y, por ende, la causa del conflicto, estará buscando en esa condición limitada su propia perpetuación, y a esta perpetuación la llamamos inmortalidad, o conciencia cósmica, esa conciencia cósmica en la cual sigue existiendo lo particular. Así, mientras la mente -que es inteligencia- se halla cautiva de la memoria -que es la conciencia del “yo”-, existe la búsqueda de lo falso por parte de lo falso. Este “yo”, como lo he explicado, es la falsa reacción al medio; hay una causa falsa y ésta busca siempre una solución falsa, un efecto, un resultado falso. Por lo tanto, cuando la mente, empañada por la memoria, busca perpetuarse como conciencia del “yo”, está buscando una falsa inmortalidad, una falsa expansión cósmica o como gusten llamar a eso.
En este proceso de peipetuación del “yo” -esa memoria autoprotectora-, en la perpetuación de ese “yo” nace el temor, no un temor superficial, sino el temor fundamental que abordaré dentro de poco. Eliminemos ese temor, el cual tiene como su expresión externa la nacionalidad, la expansión, el logro, el éxito, eliminemos ese temor fundamental, la ansiedad por la perpetuación del “yo”, y cesarán todos los temores. Por consiguiente, el temor existe mientras existe este deseo de peipetuar esa cosa falsa; este “yo” es falso y, por ende, debemos tener una reacción falsa, la cual es el temor mismo. Y donde hay temor tiene que haber disciplina, compulsión, influencia, dominación, la búsqueda de poder que la mente glorifica como virtud, como algo divino. Si realmente reflexionan sobre ello, verán que donde hay inteligencia no puede existir la persecución del poder.
Ahora toda la vida está moldeada por el temor y el conflicto y, en consecuencia, por la compulsión, por la imposición de mandatos e impedimentos que algunos consideran virtuosos y meritorios, y otros funestos y malignos, ¿No es así? Éstas son las restricciones, que hemos establecido en nuestra búsqueda de perpetuación; en esa búsqueda hemos creado disciplinas, códigos y autoridades, y nuestra vida es moldeada, controlada y planeada por la compulsión en su diversidad de formas y grados. Algunos llaman a esa compulsión, virtud, y otros la consideran un mal.
En primer lugar, tenemos la compulsión externa, que es la restricción que el medio ejerce sobre el individuo. La persona común que consideramos no evolucionada, no espiritual, está controlada por el medio, por el medio externo, o sea, por la religión, los códigos de conducta, las normas morales, la autoridad política y social; es una esclava de todas estas cosas, porque todo esto se halla arraigado en las necesidades económicas del individuo. ¿Correcto? Eliminen enteramente las necesidades económicas de las que depende el individuo, y desaparecerán los códigos de conducta, las normas morales, los valores políticos, económicos y sociales. Así, en estas restricciones del medio exterior que crean conflicto entre el individuo y su medio, conflicto en el que el individuo es aplastado, retorcido, deformado, éste se vuelve cada vez más falto de inteligencia. El individuo meramente condicionado todo el tiempo por el medio exterior, moldeado por ciertas reglas, leyes, reacciones, edictos, normas morales, cuanto más se lo oprime, tanto menos inteligente se vuelve. Pero la inteligencia es la comprensión del medio que nos rodea; es ver, libres de toda compulsión, su sutil significado.
Estas restricciones impuestas sobre el individuo, a las que él llama el medio exterior, tienen como sus exponentes a los charlatanes y explotadores en la religión, en la moralidad popular y en la vida política y económica del hombre. El explotador es el individuo que, consciente o inconscientemente, los explota. Y ustedes, consciente o inconscientemente, se someten a él porque no comprenden; se convierten en los explotados desde el punto de vista económico, social, político y religioso, y él se convierte en el explotador. De este modo, la vida se vuelve una escuela, una armazón, una armazón de acero en la cual el individuo es moldeado a la fuerza y se vuelve meramente una máquina, tan sólo una pieza en un mecanismo, irreflexivo y rígidamente limitado. La vida llega a ser una lucha continua, una batalla y, por eso, él ha establecido esta idea falsa de que la vida es una serie de lecciones que debe aprender, adquirir, a fin de que pueda estar prevenido, de que mañana pueda encarar la existencia de un modo nuevo pero con sus ideas preconcebidas. La vida se vuelve meramente una escuela, no una cosa para ser disfrutada, vivida extáticamente, plenamente, sin temor.
El medio exterior ejerce presión sobre el individuo, lo comprime dentro de esta armazón de acero de las normas, de la moralidad, de las ideas religiosas, de los mandatos morales, y como el individuo se siente comprimido desde el exterior, busca escapar hacia un mundo que él llama lo intemo. Desde luego, cuando la mente es deformada, moldeada, falseada por el medio exterior y hay un constante conflicto extemo, una batalla constante y constantes ajustes falsos, la mente espera hallar la tranquilidad, la felicidad, un mundo diferente; así, el individuo crea un romántico cielo de escape en el que busca compensar la pérdida y el sufrimiento que experimenta en el mundo exterior.
Por favor, como dije, ustedes están aquí para descubrir, para ejercitar el juicio crítico, no la oposición. Pueden oponerse después de haber reflexionado muy detenidamente sobre lo que he estado diciendo. Pueden erigir barreras si desean hacerlo, pero primero descubran plenamente lo que quiero comunicar; y para hacerlo, tienen que ser supercríticos, atentos, inteligentes.
Como he dicho, estando comprimido por las circunstancias exteriores que crean el sufrimiento, y en un esfuerzo por escapar de esas circunstancias exteriores, el individuo crea un mundo intemo, comienza a desarrollar una ley interna y establece sus propias restricciones individuales a las que llama autodisciplina, o cooperación con aquello que ha aprendido a llamar su yo superior.
Las personas así llamadas espirituales, han rechazado en su mayoría la fuerza extema del medio y su influencia, pero han desarrollado una ley intema, una norma, una disciplina intema a la que denominan “hacer que el yo superior descienda hasta el yo inferior”; o sea que, en otras palabras, se trata tan sólo de una sustitución. Está, pues, la autodisciplina. Luego está eso que llaman la voz interior, cuyo poder y control son mayores aún que los del medio exterior. ¿Pero cuál es, al fin y al cabo, la diferencia entre una cosa y otra, la interior y la exterior? Ambas controlan, falsean la mente -la cual es inteligencia- mediante este deseo de la propia perpetuación. Y también tienen ustedes lo que llaman intuición, que es meramente la destrabada satisfacción de las propias esperanzas y deseos secretos. Así han llenado el mundo interior, lo que ustedes llaman el mundo interior, con todas estas cosas: autodisciplina, voz interior, intuición. Todo lo cual, si lo piensan bien, son formas sutiles del mismo conflicto llevado a un mundo diferente en el cual no hay comprensión, sino meramente amoldamiento, ajuste a un medio más sutil o, como dicen ustedes, más espiritual.
Vean, en el mundo exterior algunos han buscado y encontrado distinciones sociales; de igual modo, las personas así llamadas espirituales buscan meramente en su mundo interior, y por lo general lo encuentran, sus pares y superiores espirituales; y otra vez, tal como hay un conflicto entre individuos en el mundo exterior, así se ha originado en este mundo interior un conflicto espiritual entre ideales, logros y los anhelos propios de cada individuo. Ya ven, pues, lo que han creado.
En el mundo exterior no hay expresión para la mente oscurecida por la memoria, para esa conciencia del “yo”, porque el medio es demasiado fuerte, poderoso, opresivo; entonces ustedes encajan en el molde o, si no lo hacen, el medio los tritura. Por lo tanto, desarrollan un tipo de medio intemo o más sutil, en el cual tiene lugar exactamente el mismo proceso. Ese medio lo han creado para escapar de lo extemo, y así tienen nuevamente normas, leyes morales, intuiciones, el yo superior, la voz interior, a todo lo cual se están ajustando constantemente. Esto es un hecho.
En esencia, estas restricciones que llamamos lo extemo y lo intemo, han nacido del anhelo; por lo tanto, hay temor. Y de ese temor provienen la restricción, la compulsión, la influencia y el deseo de poder, que no son sino las expresiones exteriores del temor. Donde hay temor no puede haber inteligencia, y mientras no hayamos comprendido eso, tiene que existir en la vida esta división de lo extemo y lo intemo; por lo tanto, nuestras acciones tienen que estar siempre influidas, ya sea forzadas por lo extemo, en cuyo caso son falsas, o forzadas por lo intemo, lo cual es igualmente falso, porque en lo intemo también estamos tratando meramente de adaptamos a algunas normas.
El temor surge cuando lo falso busca perpetuarse a sí mismo dentro del falso medio en el que actúa. ¿Qué ocurre, entonces, con nuestra acción, que es nuestra conducta cotidiana, con nuestro pensamiento y nuestra emoción? ¿Qué ocurre con estas cosas?
La mente y el corazón se están amoldando al medio, al medio extemo, pero cuando encuentran que no pueden hacerlo porque la compulsión se vuelve demasiado fuerte, recurren a una condición intema en la que el corazón y la mente buscan tranquilidad y satisfacción perfectas. O se han satisfecho completamente gracias a logros económicos, sociales, religiosos o políticos, y entonces se vuelven a lo intemo para triunfar también allí, para tener éxito, para lograr cosas; y a fin de lograrlas, deben tener siempre una culminación, una meta, la cual se vuelve la condición a la que la mente y el corazón se están ajustando continuamente.
Mientras tanto, ¿qué sucede con nuestros sentimientos, nuestras emociones, nuestros pensamientos, nuestro amor, nuestra razón? ¿Qué sucede cuando tan sólo nos ajustamos, cuando tan sólo modificamos, alteramos? ¿Qué le sucede a cualquier cosa, qué sucede con una casa cuyos muros tan sólo decoramos aunque los cimientos estén podridos? De igual modo, nuestros pensamientos y nuestras emociones están meramente tomando forma, cambiando, modificándose conforme a un patrón, ya sea externo o interno; o según una compulsión externa o una dirección interna. Tan grandemente limitadas están nuestras acciones a causa de la influencia, que todo raciocinio se vuelve la mera imitación de una norma, un ajuste a una condición, y el amor llega a ser nada más que otra forma del temor. Toda nuestra vida -después de todo, nuestra vida son nuestros pensamientos y nuestras emociones, nuestras alegrías y nuestros pesares-, toda nuestra vida permanece estando incompleta, todo nuestro proceso de pensamiento o la expresión de esa vida, es tan sólo un ajuste, una modificación, jamás una plenitud, una integridad. De aquí surgen problema tras problema, así como la adaptación al medio, la cual debe cambiar constantemente, y el amoldamiento a los patrones, el cual también tiene que variar. Así prosiguen ustedes con esta batalla, y a esta batalla la llaman evolución, crecimiento del ser, expansión de esa conciencia que no es sino memoria. Han inventado palabras para apaciguar la mente, pero continúan con esta lucha.
Ahora bien, si reflexionan realmente sobre esto -y pienso que aquéllos que permanecen tranquilamente aquí durante estos días tienen una oportunidad-, si reconocen esto y, sin el deseo de cambiarlo, de modificarlo, toman plena conciencia de este medio exterior, de estas circunstancias, condiciones, y del mundo interior donde imperan las mismas condiciones, las mismas circunstancias -ese mundo que han llamado meramente con nombres más sutiles, más hermosos-, si de verdad se dan cuenta de todo esto, entonces comenzarán a comprender el verdadero significado de lo externo y lo intemo; hay una percepción inmediata, una liberación de la vida. Entonces la mente se vuelve inteligencia y puede funcionar con naturalidad, creativamente, sin esta constante batalla. Entonces la mente -la inteligencia- reconoce los obstáculos y, a causa de su comprensión de estos obstáculos, los atraviesa; no hay ajuste, no hay modificación alguna, sólo hay comprensión. Por esto, la inteligencia no depende de lo extemo o lo interno, y en ese estado de atención pura no hay deseo ni anhelo, sino percepción de lo verdadero. Para percibir lo verdadero, no puede haber anhelo alguno.
Vean, cuando hay un anhelo, la mente ya está empañada, falseada, porque se identifica con lo uno y rechaza lo otro; donde hay anhelo, no hay comprensión. Pero cuando la mente no se identifica con el “yo”, sino que se vuelve alerta tanto a lo extemo como a lo intemo, a las sutiles divisiones, a las múltiples emociones, a los delicados matices de la mente que se divide como memoria e inteligencia, entonces en esa percepción alerta verán el pleno significado del medio que hemos creado en el curso de los siglos, ese medio que llamamos lo extemo, y también el que llamamos lo intemo; ambos medios están cambiando continuamente, ajustándose el uno al otro.
Todo lo que ahora les interesa es la modificación, la alteración, el ajuste; por lo tanto, tiene que haber temor. El temor posee sus instrumentos en la compulsión, y la compulsión existe sólo cuando no hay comprensión, cuando la inteligencia no está funcionando normalmente.
22 de junio de 1934