¿Se puede conocer lo desconocido?
por Consuelo MartínExtracto del libro: vivir en espíritu y en verdad
Habitualmente vivimos en lo conocido y creemos que no podemos salir de ahí, también nos enquistamos en esa creencia porque tenemos miedo a lo desconocido, así lo conocido nos parece la realidad o le damos ese titulo para tranquilizarnos. Hacemos esa demarcación, instalamos la valla bien clara de hasta dónde abarca lo conocido y ésa es la realidad para nosotros. Pero cuando un ser humano busca la Realidad al ir haciendo la mente contemplativa, le sucede algo inesperado: se da cuenta de que la Realidad está precisamente en lo desconocido. Y se queda perplejo al mirar alrededor y ver cómo todo el mundo vive en lo conocido, intercambia cosas manidas, se instala en lo consabido, presume de tener muchos conocimientos dentro de la valla bien marcada y pelea, disfruta, sufre a partir de lo conocido.
Para que la mente se haga contemplativa tiene que haber riesgo de pérdida de lo conocido. Cuando le hemos dado realidad absoluta a ese territorio, nos asusta su abandono. Pero cuando por sabiduría, por comprensión, se va deshaciendo esa pequeña realidad que habíamos delimitado ―lo cual quiere decir que ya no nos la creemos―, no vivimos pendientes de ella, no le otorgamos plena autoridad.
Lo conocido reside en la mente pensante, concreta, sensorial, incluso en la mente que calcula y mide, la mente que se ocupa de la cantidad. Hay muchas ciencias a partir de lo cuantificable, hoy en día ésas son las ciencias que más autoridad poseen y las más valoradas. Por ejemplo, la cantidad es muy importante en el ámbito de las esferas empresariales, el intercambio de monedas, tantas unidades por tantas manzanas; o en las estadísticas, saber cuántas personas actúan de tal manera para deducir lo que conviene hacer para manejar las tendencias. Se trata a los seres humanos como si fueran cifras.
Aunque la cantidad constituye una abstracción a partir de los datos sensoriales, no sale de ese nivel. Para trascender de verdad lo sensorial hace falta una abstracción mayor que la numérica. Y entonces ya empieza a perder importancia la cantidad en aras de la calidad. Actualmente se habla mucho de la calidad de vida, pero no se entiende lo que es calidad, se cree erróneamente que deriva de la cantidad de dinero, la cantidad de vacaciones, el número de países que conozco, el número de gente con la que trato, la suma de influencias o poderes que puedo manejar.
Ese ámbito es perfectamente conocido. Quizá intuimos en algún momento: he de ir más allá de lo conocido, salir de las apariencias, de lo que todo el mundo sabe, del lugar donde sin darme cuenta resbalo como en un tobogán, de la inercia inconsciente de los hábitos de la humanidad, de las costumbres imperantes. Cuando vislumbro que puede haber algo más, siento que he de descubrirlo por los medios habituales; creyendo que lo desconocido es asimismo algo concreto. De la misma manera que antes usaba las cosas conocidas, me valía de ellas, las manipulaba y controlaba a mi antojo, de esa misma manera ahora pretendo acceder a lo desconocido.
¿Será posible conocer lo desconocido? Obviamente, no. Porque lo desconocido no es un conocimiento que todavía no he adquirido; tal y como indica la partícula "des", se trata de lo que no es conocimiento. Estoy equivocándome entonces cuando, en el camino espiritual o en la contemplación, creo que voy a acumular algún conocimiento insólito, misterioso, que voy a lograr determinada experiencia novedosa para añadir al cúmulo de cosas que he hecho bien, a mis experiencias, a mis costumbres.
Lo desconocido afecta a todo, incluso a aquel que conoce. Aquel que quiere llegar a lo insondable como si fuera un conocimiento más, pertenece también al ámbito de lo conocido y de lo pensado. Es un mero pensamiento. De modo que el propio "yo" que quiere llegar a lo desconocido es ya conocido. De ahí se deduce claramente que esa entidad no puede acceder nunca a lo desconocido. Aquel supuesto personaje que quiere librarse de los pensamientos no es sino un cúmulo de pensamientos, un objeto pensado. ¿Podemos ver esto? Sin embargo, la lluvia de lo desconocido va impregnando al sujeto que siente un anhelo sincero por descubrirlo.
Intentamos que la mente contacte con zonas que normalmente no se tocan. Ahí estamos abriendo la puerta a lo desconocido, ésa es la entrada. Habitualmente se transitan las zonas manidas ―calcular, prever, acumular informaciones y repetirlas, intercambiar opiniones―, pero no suele llegarse a ese territorio en el que se deshace todo el mundo conocido. ¡Cuidado! Es ahí donde se desdibuja el mundo. ¿Hemos observado ya suficientemente lo que es el mundo que conocemos? Si no lo hemos observado todavía en profundidad, no hay nada que hacer. Nos quedan muchas experiencias por pasar, muchos desengaños pendientes. Hemos de darnos cuenta, observar bien, hasta que llegue un momento en el que digamos: ya está bien, esto no es la Realidad. No basta con leerlo en un libro y pensar que esta teoría de que el mundo es irreal parece interesante. Eso no sirve, por la sencilla razón de que quien está afirmando que el mundo es ilusorio y que hay una realidad superior es igualmente irreal. Ahí está el punto clave.
Entonces, ¿qué hacer? Surge la actitud de inquietud de la mente pensante. La respuesta verdadera es que no se puede hacer nada desde el mismo lugar en que me encuentro al dudar. Para llegar a aquello desconocido, hay que estar ya en esa frecuencia, no se puede hacer nada pensando. Y ¿quién está ya en aquel ámbito? No lo que yo creo ser. Por lo tanto, expresándolo en otro lenguaje, ¿cómo podré llegar a lo sagrado? Nunca lo haré sintiéndome separado de la divinidad, creyéndome una parte insignificante de la creación, una criatura entre miles y millones, innumerables entidades. Así nunca será posible unirse a lo divino. La misma ofuscación de mi percepción limitada me impedirá descubrirlo. Cuando me doy cuenta de lo que es Real, cuando constato por Conciencia directa, cuando contemplo y veo directamente lo que es Dios, es cuando ya lo soy. Cuando descubro lo infinito, lo insondable, es cuando ya soy Eso.
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