17, ABRIL 1975.
El espaçio es orden.
El espacio es tiempo, longitud, anchura y volumen.
Esta mañana el mar y los cielos son inmensos; el horizonte, donde aquellas colinas cubiertas de flores amarillas se encuentran con el mar distante, es el orden cósmico de la tierra y el cielo.
Ese ciprés alto, oscuro, solo, posee el orden de la belleza, y la casa en la distancia, sobre aquel cerro boscoso, sigue el movimiento de las montañas que se elevan por sobre las colinas que yacen debajo; el campo verde con una vaca solitaria está más allã dei tiempo.
Y el hombre que sube por la colina está retenido dentro del estrecho espacio de sus problemas.
Existe un espacio de la nada, cuyo volumen no está limitado por el tiempo, por la medida del pensamiento.
La mente no puede penetrar en este espacio; ella sólo puede observar.
En esta observación no hay un experimentador.
Este observador no tiene historia, ni asociaciones, ni mitos; por lo tanto, el observador es «lo què es».
El conocimiento es extensivo, pero carece de espacio, porque su mismo peso y volumen pervierte y sofoca ese espacio.
No existe el conocimiento del «yo» -más alto o más bajo-; sólo existe una estructura verbal del yo, un esqueleto cubierto completamente por el pensamiento.
El pensamiento no puede penetrar en su propia estructura; tampoco puede negar lo que él mismo ha producido, y cuando lo niega es porque busca un beneficio ulterior.
Cuando el tiempo del yo está ausente, existe ese espacio que no tiene medida.
Esta medida es el movimiento de recompensa y castigo, ganancia o pérdida, la actividad de la comparación y la conformidad, de la respetabilidad y su rechazo.
Este movimiento es tiempo, es el futuro con su esperanza y el apego que es el pasado.
Esta red completa es la estructura misma del yo, y su unión con el ser supremo o el principio fundamental, sigue estando dentro de su propio campo.
Todo esto es la actividad dei pensamiento.
El pensamiento, haga lo que haga, no puede de ningún modo penetrar en ese espacio donde el tiempo no existe.
El método mismo, el plan de estudio, la práctica que el pensamiento ha inventado, no son las llaves que habrán de abrir la puerta, puesto que no hay puerta ni llave.
El pensamiento sólo puede darse cuenta de su propia inacabable actividad, de su propia capacidad de corromper, de sus propios engaños e ilusiones. Él es el observador y lo observado.
Sus dioses son sus propias proyecciones y, cuando los adora, se está adorando a sí mismo.
Lo que está más allá del pensamiento, más allá de lo conocido, nò puede ser imaginado ni puede hacerse de ello un mito o un secreto para pocos. Está ahx para que uno lo vea.
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