LA MUTACIÓN PSICOLÓGICA - J.K. - CAPÍTULO 10 -

 Capítulo Décimo 

Esta mañana quisiera hablar –no simplemente explicar de modo verbal, sino también comprender en lo profundo- sobre el significado de la religión. Mas antes de que podamos llegar a comprender bien esta cuestión tendremos que ver muy claro qué es la mente religiosa y cual es el estado de una mente que de veras inquiere sobre todo el asunto de la religión. 

Me parece muy importante comprender la diferencia entre aislamiento y soledad. La mayor parte de nuestra actividad diaria se centra entorno a nosotros mismos; se basa en nuestro particular punto de vista, en nuestras particulares experiencias e idiosincrasias. Pensamos en términos de nuestra familia, nuestro empleo, lo que deseamos alcanzar, y también en términos de nuestros temores, esperanzas y desesperanzas. Es evidente que todo esto es egocéntrico y produce un estado de aislamiento, como podemos ver en nuestra vida diaria.

Tenemos nuestros propios deseos secretos, ocultos empeños y ambiciones, y nunca estamos hondamente relacionados con nadie, ni con nuestras esposas, maridos, hijos; este aislamiento es igualmente resultado de escapar de nuestro tedio cotidiano, de las frustraciones y trivialidades de nuestra vida diaria; es causado también por nuestros escapes, en diversas formas, de la extraordinaria sensación de aislamiento que nos invade cuando súbitamente nos sentimos sin relación con nada, cuando todo está lejos y no hay comunión, no hay relación con nadie. Creo que la mayoría de nosotros –si es que percibimos siquiera el proceso de nuestro propio ser- hemos experimentado de manera muy profunda este aislamiento.

Debido a este sentimiento de soledad, a esta sensación de aislamiento, tratamos de identificarnos con algo más grande que la mente: puede ser con el estado, o con un ideal, o con un concepto de lo que es Dios. A esta identificación con algo grande o inmortal, algo que está fuera del campo de nuestro pensamiento, se le llama generalmente religión, y conduce a la creencia, al dogma, al ritual, a los empeños separatistas de grupos en pugna, creyendo cada uno de ellos en diferentes aspectos de la misma cosa; de modo que lo que llamamos religión produce aún mayor aislamiento. 

Ve uno entonces cómo está la tierra dividida en naciones que compiten teniendo cada una su propio gobierno soberano y sus barreras económicas. Aunque todos somos seres humanos, hemos alzado murallas entre nosotros y nuestro prójimo por el nacionalismo, la raza, la casta y la clase, lo cual también engendra aislamiento, sentimiento de soledad. 

Ahora bien, una mente que esté presa del sentimiento de soledad, de ese estado de aislamiento, no es posible que pueda comprender nunca lo que es la religión; puede creer, puede tener ciertas teorías, conceptos, fórmulas. Puede tratar de identificarse con aquello que llama Dios, pero me parece que la religión no tiene nada que ver con ninguna creencia, con ningún sacerdote, con ninguna iglesia ni con ningún libro sagrado. El estado de la mente religiosa sólo puede comprenderse cuando empezamos a comprender lo que es la belleza; y sólo puede abordarse la comprensión de la belleza por medio de la soledad total. La mente sólo puede saber lo que es la belleza cuando esté sola por completo, y no en ningún otro estado.

Es evidente que la soledad no es aislamiento, ni es la peculiaridad de ser único. Ser único es simplemente ser excepcional de algún modo, mientras que estar sólo por completo requiere extraordinaria sensibilidad, inteligencia, comprensión. Estar sólo por completo implica que la mente esté libre de toda clase de influencia y, por tanto, no está contaminada por la sociedad; y tiene que estar sola para comprender lo que es la religión, descubrir por sí misma si existe algo que sea inmortal, que esté más allá del tiempo.

Tal como es ahora, la mente es el resultado de muchos miles de años de influencia: biológica, sociológica, del ambiente, del clima de la alimentación, etc. También esto es bastante evidente. Estáis influidos por los alimentos que ingerís, por los diarios que leéis, por la esposa o el marido, por el prójimo, por el político, la radio, la televisión y mil cosas más. Constantemente estáis siendo influidos por lo que se derrama en la mente consciente, así como en la inconsciente, desde muchas direcciones distintas. Y ¿no es posible darse cuenta de estas muchas influencias, de tal modo que no quede uno preso de ninguna de ellas, y quede del todo libre de su contaminación? De lo contrario, la mente llega a ser sólo un instrumento de su ambiente. Puede crear una imagen de lo que cree que es Dios, o la verdad eterna, y creer en ella, pero todavía estará configurada por las exigencias del medio ambiente, las tensiones, supersticiones, presiones; y su creencia no tiene nada que ver con el estado de una mente religiosa. 

Como Cristianos, se os educó en una iglesia edificada por el hombre a lo largo de un periodo de dos mil años, con sus sacerdotes, dogmas, rituales; en la niñez se os bautizó, y al crecer se os dijo lo que habíais de creer; pasasteis por todo ese proceso de condicionamiento, de lavado de cerebro. Es evidente que la presión de esta religión propagandística es muy fuerte, particularmente porque está bien organizada y puede ejercer influencia psicológica por la “educación”, por la adoración de imágenes, por el miedo; y puede condicionar la mente de mil maneras más. En Oriente la gente está también fuertemente condicionada por sus creencias, dogmas, y supersticiones y por una tradición que viene de diez mil años atrás o más.

Ahora bien, si la mente no tiene libertad, no puede descubrir lo que es verdadero, y tener libertad es estar libres de influencias. Tenéis que estar libres de las influencias de vuestra nacionalidad y de las de vuestra iglesia, con sus creencias y dogmas; y también tenéis que estar libres de codicia, envidia, miedo, pena, ambición, competencia, ansiedad. Si la mente no está libre de todas estas cosas, las diversas presiones de fuera y de dentro crearan un estado neurótico contradictorio, y una mente así no puede en modo alguno descubrir lo que es la verdad o si existe algo que trascienda el tiempo. 

Ve uno así lo muy necesario que es el que la mente se libre de toda influencia. Y ¿es posible tal cosa? Si no lo es, entonces no se puede descubrir lo que es eterno, lo innombrable, lo supremo. Para descubrir por nosotros mismos si es posible o no, tenemos que darnos cuenta de estas muchas influencias, no sólo aquí bajo esta lona, sino también en la propia vida diaria; tenemos que observar cómo contaminan, moldean, condicionan la mente. Es evidente que no puede uno percibir todo el tiempo las muchas influencias distintas que continuamente se derraman dentro de la mente. Mas lo que si puede uno ver es la importancia –y creo que éste es el punto crucial de la cuestión- de estar libres de toda influencia; una vez que uno ha comprendido la necesidad de esto, entonces lo inconsciente percibe la influencia, aun cuando muchas veces no la perciba la mente conciente.

 ¿Me explico con claridad? 

Lo que trato de indicar es esto: existen influencias extraordinariamente sutiles, que os están moldeando la mente, y una mente moldeada por influencias, que siempre están dentro del campo del tiempo, no puede en modo alguno descubrir lo eterno si existe algo que se llame eterno. La cuestión es entonces: si no es posible que la mente consciente se dé cuenta de todas las muchas influencias, ¿qué va a hacer? Si os planteáis esta pregunta, muy seria y formalmente, de modo que reclame toda vuestra atención, hallaréis que vuestra parte inconsciente, que no está del todo ocupada cuando están funcionando las capas superficiales de la mente, se encarga del asunto y observa todas las influencias que penetran.

Creo que es muy importante comprender esto, porque si os limitáis a resistir o defenderos de la influencia, esa resistencia que es una reacción, crea otro nuevo condicionamiento de la mente. La comprensión de proceso total de la influencia tiene que ser sin esfuerzo, ha de tener la calidad de la percepción inmediata. Es decir, si realmente veis por vosotros mismos la enorme importancia de no recibir influencias, entonces cierta parte de vuestra mente se encarga del asunto cada vez que estéis ocupados conscientemente en otras cosas, y esa parte de la mente está muy alerta, es muy activa, observadora. Lo importante es, pues, ver inmediatamente la enorme importancia de que ninguna circunstancia ni persona alguna influyan en nosotros. Ésa es la verdadera cuestión, y no la de cómo resistir las influencias, ni que hacer con las que haya. Una vez que hayáis captado este hecho central, hallaréis entonces que hay una parte de la mente que está siempre alerta y vigilante, siempre lista para limpiarse de toda influencia, por sutil que sea. De esta liberación de toda influencia viene la soledad, que es enteramente distinta del aislamiento. Y tiene que haber soledad, porque la belleza está fuera del campo del tiempo, y la mente que esté por completo sola es la única que puede saber lo que es la belleza.

Para la mayoría de nosotros, la belleza es cuestión de proporción, de forma, contorno, color. Vemos un edificio, un árbol, una montaña, un río, y decimos que son bellos; pero todavía existe el que está afuera, el experimentador que está mirando estas cosas y, por tanto, lo que llamamos belleza sigue estando dentro del campo del tiempo. Mas yo creo que la belleza está más allá del campo del tiempo, y que para conocer la belleza tiene que desaparecer el experimentador; éste último no es más que una acumulación de experiencias, desde las cuales juzga, valora, piensa. Cuando la mente mira un cuadro o escucha música o ve el rápido fluir de un río, generalmente lo hace partiendo de ese pasado de experiencia acumulada; está mirando desde el pasado, desde el campo del tiempo y para mí eso no es conocer la belleza, que es descubrir lo eterno, no es posible más que cuando la mente está sola por completo, y eso no tiene nada que ver con lo que dicen los sacerdotes, las religiones organizadas. La mente ha de estar del todo libre de influencias, de contaminación de la sociedad, de la estructura psicológica de la codicia, la envidia, la ansiedad, el miedo; tiene que estar libre por completo de todo eso. De esa libertad viene la soledad, y es únicamente en el estado de soledad en el que puede la mente conocer aquello que está más allá del campo del tiempo.

 No puede separarse la belleza de lo que es eterno. Podéis pintar, escribir, observar la naturaleza, más si existe la actividad del “yo” en cualquier forma –cualquier movimiento egocéntrico del pensamiento-, entonces lo que percibís deja de ser belleza, porque aún está dentro del campo del tiempo; y si no comprendéis la belleza no es posible que descubráis lo que es eterno, porque las dos cosas van juntas. Para descubrir lo que es eterno, lo inmortal, debéis tener la mente liberada del tiempo, el cual es la tradición, el conocimiento y la experiencia acumulada de lo pasado. No es cuestión de que es lo que creéis o no creéis; esto es inmaduro, completamente pueril, y no tiene que ver nada en absoluto con el asunto. Pero la mente que va en serio, que en realidad quiere descubrir, abandonará del todo la actividad egocéntrica del aislamiento, y gracias a ello llegará a un estado en que se encuentra sola por completo; únicamente en ese estado de soledad completa es en el que se puede dar la comprensión de la belleza, de aquello que es eterno.

Las palabras son peligrosas porque son símbolos, y estos no son lo real; trasmiten un significado, un concepto, pero la palabra no es la cosa. De modo que, cuando hablo de lo eterno, tenéis que ver si mis palabras influyen en vosotros, o si os aferráis a una creencia, lo cual sería demasiado infantil. 

Ahora bien, para descubrir si existe eso de lo eterno, tiene uno que comprender lo que es el tiempo. El tiempo es la cosa más extraordinaria, y no estoy hablando del tiempo cronológico, el del reloj, que es tan evidente como necesario. Hablo del tiempo como continuidad psicológica. ¿Es posible vivir sin esa continuidad? Lo que produce la continuidad es, sin duda alguna, el pensamiento. Si uno piensa constantemente en algo, hay continuidad. Si uno mira el retrato de la esposa todos los días, le da continuidad. Y ¿es posible vivir en este mundo sin producir continuidad en las acciones, de modo que llegue uno con frescura a cada acción? Es decir, ¿puedo yo morir para cada acción a lo largo del día, de modo que la mente nunca acumule y, por tanto, no sea contaminada por el pasado, sino que siempre esté nueva, fresca, inocente? Yo digo que tal cosa es posible, que uno puede vivir de esta manera, pero eso no significa que sea una realidad para vosotros. Tenéis que descubrirlo por vosotros mismos.

Empieza uno, pues, a ver que la mente tiene que estar sola por completo, mas no aislada. En este estado de completa soledad se produce una sensación de extraordinaria belleza, de algo no creado por la mente. No tiene nada que ver con ordenar unas cuantas notas musicales o utilizar unas cuantas pinturas para crear un cuadro. Como está sola, la mente está envuelta en belleza y, por tanto, es totalmente sensible; y al ser totalmente sensible es inteligente. Su inteligencia no es la de la astucia o el conocimiento, ni es la capacidad para hacer algo. La mente es inteligente en el sentido de no estar dominada, influida, y de no tener miedo. Mas, para hallarse en ese estado, la mente debe ser capaz de renovarse cada día, lo cual es morir a diario para el pasado, para todo lo que se ha conocido. 

Ahora bien, como dije, la palabra, el símbolo no es lo real, la palabra “árbol” no es el árbol, por lo cual tiene uno que estar muy alerta para no caer preso en las palabras. Cuando la mente está libre de la palabra del símbolo, se vuelve asombrosamente sensible y entonces se encuentra en un estado de descubrimiento.

Después de todo, el hombre ha estado buscando esto durante largo tiempo, desde la remota antigüedad, hasta hoy mismo. Quiere hallar algo que no esté hecho por el hombre. Aunque la religión organizada no tiene sentido para ningún hombre inteligente, las religiones organizadas siempre han dicho, sin embargo que hay algo que está más allá; y el hombre siempre ha buscado es algo, porque está perpetuamente en el dolor, en la desdicha, en la confusión, en la desesperanza. Como siempre se encuentra en estado de transición, quiere hallar algo permanente, algo que perdure, que persista, que tenga continuidad; por tanto, su búsqueda siempre ha estado dentro del campo del tiempo. Como puede uno observar, empero, no hay nada permanente. Nuestras relaciones, nuestro empleo, nada es permanente. Por el enorme miedo que nos da esta impermanencia, siempre estamos buscando algo duradero, lo que llamamos lo inmortal, lo eterno, o como queráis. Pero esta búsqueda de lo permanente, de lo inmortal, de lo eterno, no es más que una reacción, y por ello carece de validez. Sólo cuando la mente está libre de este deseo de sentirse segura es cuando puede empezar a descubrir si existe lo eterno, algo que está más allá del espacio, más allá del tiempo, más allá del pensador y de lo que éste piensa o busca. Para observar y comprender todo esto, hace falta atención total y la disciplina flexible que viene de esa atención. En una atención así no hay distracción, no hay tirantez, ni movimiento en ninguna dirección determinada, porque todo movimiento, todo motivo, es el resultado de la influencia del pasado o del presente. En ese estado de atención sin esfuerzo surge una extraordinaria sensación de libertad, y sólo entonces, estando totalmente vacía, callada, quieta, es capaz la mente de descubrir lo eterno. 

Tal vez queráis hacer preguntas sobre lo que se ha estado diciendo esta mañana. 

Pregunta: ¿Cómo va uno a liberarse del deseo de sentirse seguro? 

Krishnamurti: La palabra “como” implica un método, ¿no? Si sois constructor y os pregunto como se construye una casa, podéis decirme lo que hay que hacer, porque hay un método, un sistema, una manera de hacerlo; pero el hecho de seguir un método o un sistema ya acondicionado la mente, por tanto, ved simplemente la dificultad en el uso de esa palabra: “cómo”. 

Luego tenemos también que comprender el deseo. ¿Qué es el deseo? Traté de esto el otro día, y espero que los que estuvieron aquí ese día captaran de veras el significado de lo que se dijo y no se aburran con lo que esté diciendo ahora, porque, como sabéis, puede uno realmente escuchar todas esas charlas mil veces y ver cada vez algo nuevo. 

¿Qué es el deseo? Como dije el otro día, primero está el acto de ver o percepción; luego, el contacto o tacto; después sensación y, finalmente, surge eso que llamamos deseo. Así sucede, sin duda alguna. Os ruego que me escuchéis atentamente. Tomemos el acto de ver, por ejemplo, un precioso automóvil. De ese acto mismo de ver, aún sin tocar el vehículo viene la sensación que crea el deseo de conducir, de poseer el auto. No nos ocupamos de cómo resistir o liberarnos del deseo, porque el hombre que ha resistido y cree estar libre del deseo está en realidad paralizado, muerto. Lo importante es comprender todo el proceso del deseo, que es conocer tanto su importancia como su falta de importancia. Tiene uno que descubrir no como terminar el deseo, sino que es lo que produce su continuidad.

 ¿Qué es, pues, lo que produce la continuidad del deseo? Es el pensamiento, ¿no? Primero se ve el automóvil, luego viene la sensación, a la que sigue el deseo. Y si no interviene el pensamiento para trasmitir continuidad al deseo, diciendo: “Tengo que tener ese auto; ¿cómo lo conseguiré?”, entonces el deseo termina. ¿Comprendéis esto? No pido que haya liberación del deseo, al contrario, tenéis que comprender toda su estructura; y entonces hallaréis que ya no hay continuidad del deseo, sino algo totalmente distinto.

Lo importante no es, pues, el deseo, sino el hecho de que le trasmitimos continuidad. Por ejemplo, trasmitimos continuidad a la sexualidad por medio de pensamientos, imágenes, ilustraciones, sensaciones o recuerdos; mantenemos el recuerdo pensando en todo eso y así, la importancia del sexo y de los sentidos permanece, continúa. No es que los sentidos no sean importantes: lo son, pero nosotros introducimos una continuidad en el placer de los sentidos que llega a ser abrumadoramente importante en nuestra vida. Lo importante no es, pues, estar libres del deseo, sino comprender su estructura, y como el pensamiento le proporciona la continuidad. Y eso es todo. Entonces la mente es libre, y no tenéis que tratar de libraros del deseo. Desde el momento en que busquéis esa liberación del deseo, ya estáis presos en el conflicto. Cada vez que veis un automóvil, una mujer, una casa, o cualquier cosa que os atraiga, interviene el pensamiento y continúa el deseo, y entonces todo ello se convierte en un interminable problema. 

Lo importante es vivir una vida sin esfuerzo, sin un solo problema; y podéis vivir sin un problema si comprendéis la naturaleza del esfuerzo y veis muy claramente toda la estructura del deseo. La mayoría de nosotros tenemos mil problemas y para liberarnos de ellos tenemos que ser capaces de acabar con cada uno de modo inmediato, según surgen.

Creo que ya hemos tratado esto lo suficiente y no vamos a continuar con el tema. Pero es absolutamente necesario que la mente no tenga ningún problema y de este modo viva una vida sin esfuerzo. Ciertamente sólo a una mente así la podemos calificar de religiosa, ya que ha comprendido el dolor y su terminación; carece de miedo y, por tanto, es luz para sí misma. 

2 de agosto de 1964.

Saanen

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