EL PODER Y LA COMPRENSIÓN
Vemos que es necesario un cambio radical en la sociedad, en nosotros mismos,
en nuestras relaciones individuales y de grupos. ¿Cómo se lo habrá de producir? Si
el cambio es mediante la adaptación a un modelo proyectado por la mente,
mediante un plan razonable, bien estudiado, entonces sigue estando dentro del
ámbito de la mente; por lo tanto, sea lo que fuere que la mente proyecte, ello se
convierte en el fin, en la visión por la cual estamos dispuestos a sacrificarnos a
nosotros mismos y a los demás. Si sostenéis eso, de ahí se desprende que nosotros,
como seres humanos, somos mera creación de la mente, lo cual implica
conformismo, compulsión, brutalidad, dictaduras, campos de concentración -todo
ese tipo de cosas. Cuando rendimos culto a la mente, todo ello va implícito, ¿no es
así? Si eso lo comprendo, si veo la inutilidad de la disciplina, de la dominación, si
veo que las diversas formas de represión sólo refuerzan el “yo” y el “mío’ ¿qué
debo hacer entonces?
Para considerar este problema plenamente debemos examinar la cuestión de
lo que es la conciencia. Me pregunto si habéis pensado en él por vosotros mismos o
sólo habéis citado lo que las autoridades han dicho acerca de la conciencia. No sé
cómo habéis comprendido por experiencia propia, por vuestro propio estudio de
vosotros mismos, que es lo que la conciencia implica, no sólo la conciencia de la
actividad y empeños cotidianos, sino la conciencia oculta, más profunda, más rica y
mucho más difícil de alcanzar. Si es que hemos de discutir esta cuestión de un
cambio fundamental en nosotros mismos y por consiguiente en el mundo, y con
este cambio hemos de despertar cierta visión, un entusiasmo, fervor, una fe,
esperanza, una certeza que nos dé el ímpetu necesario para la acción, ¿no resulta
necesario, si hemos de comprender eso, examinar esta cuestión de la conciencia?
Podemos ver qué entendemos por conciencia en el nivel superficial de la
mente. Es evidente que ella es el proceso de pensar, el pensamiento. El
pensamiento es el resultado de la memoria, de la verbalización, es el nombrar,
registrar y almacenar ciertas experiencias para poder comunicarse; y en este nivel
también hay diversas inhibiciones, dominio, sanciones, disciplinas. Todo esto nos
resulta bastante conocido. Y, cuando ahondamos un poco más, están todas las
acumulaciones de la raza, los móviles ocultos, las ambiciones colectivas y
personales, los prejuicios, que son el resultado de la percepción, contacto y deseo.
Esta conciencia total, la oculta a la vez que la perceptible, está centralizada en
torno de la idea del “yo”, del “mí mismo”.
Cuando discutimos cómo producir un cambio, generalmente nos referimos a
un cambio en el nivel superficial, ¿no es así? Por medio de determinaciones, conclusiones, creencias, controles, inhibiciones, luchamos por alcanzar un fin
superficial que deseamos, que anhelamos, y esperamos llegar a eso con la ayuda de
lo inconsciente, de las capas más profundas de la mente; por lo tanto, creemos
necesario poner al descubierto las profundidades de uno mismo. Pero hay un
eterno conflicto entre los niveles superficiales y los niveles llamados más
profundos; todos los psicólogos, todos los que han buscado el conocimiento propio,
se dan plena cuenta de eso.
¿Traerá un cambio este conflicto interior? ¿Y no es esa la cuestión más
fundamental e importante de nuestra vida diaria: cómo producir un cambio radical
en nosotros mismos? ¿Lo traerá la mera alteración en el nivel superficial? El
comprender las diferentes capas de la conciencia, del “yo”, el sacar a luz el pasado,
las diversas experiencias personales desde la infancia hasta ahora, examinando en
mí mismo las experiencias colectivas de mi padre, mi madre, mis antepasados, mi
raza, el condicionamiento de la sociedad determinada en que vivo, ¿traerá el
análisis de todo eso un cambio que no sea mera adaptación?
En mi sentir, y seguramente también en el vuestro, un cambio fundamental en
la propia vida es esencial; un cambio que no sea una mera reacción ni el resultado
de la presión y compulsión de las exigencias ambientales. ¿Y cómo se habrá de
producir semejante cambio? Mi conciencia es la suma total de la experiencia
humana, más mi contacto particular con el presente; ¿y es que eso puede producir
un cambio? El estudio de mi propia conciencia, de mis actividades, la comprensión
de mis pensamientos y sentimientos, y el aquietar la mente a fin de observar sin
condenación, ¿ese proceso traerá un cambio? ¿Puede haber cambio mediante la
creencia, la identificación con una imagen proyectada que se llama el ideal? ¿Todo
esto no implica cierto conflicto entre lo que soy y lo que yo debiera ser? ¿Y acaso el
conflicto traerá un cambio fundamental? Estoy en una constante batalla dentro de
mí mismo y con la sociedad, ¿no es cierto? Hay un conflicto incesante entre lo que
soy y lo que deseo ser; ¿y este conflicto, esta lucha, traerá acaso un cambio? Veo
que un cambio es esencial; ¿y acaso puedo lograrlo examinando todo el proceso de
mi conciencia, luchando, disciplinándome, practicando diversas formas de
represión? Tal proceso, en mi sentir, no puede producir un cambio radical. De esto
hay que estar completamente seguro. Y si ese proceso no puede traer una
transformación fundamental, una profunda revolución interior, ¿qué la traerá
entonces?
¿Cómo habréis de lograr la verdadera revolución? ¿Cuál es el poder, la energía
creadora que produce esa revolución y cómo se le ha de liberar? Habéis probado
las disciplinas habéis probado el seguir ideales y diversas teorías especulativas:
que sois Dios, y que si podéis realizar esa divinidad o tener la experiencia del
“atman”, de lo supremo o de lo que os plazca, entonces esa comprensión misma
traerá un cambio fundamental. ¿Será ello así? Primero postuláis que hay una
realidad de la que formáis parte, y en torno de ella elaboráis diversas teorías,
especulaciones, creencias, doctrinas, suposiciones, de acuerdo con las cuales vivís;
y pensando y actuando conforme a esa norma, esperáis producir un cambio
fundamental. ¿Lo conseguiréis?
Vosotros dais por sentado, supongamos, como lo hace la mayoría de la gente
llamada religiosa, que en lo hondo de vosotros, fundamentalmente, está la esencia
de la realidad; y que si cultivando la virtud, por medio de diversas formas de
disciplina, de dominio, de represión, de negación, de sacrificio, podéis poneros en
contacto con esa realidad, la necesaria transformación se producirá entonces. ¿No
sigue formando parte del pensamiento esa suposición? ¿No proviene ella de una
mente condicionada, de una mente que ha sido educada para pensar de
determinada manera, según ciertas normas? Habiendo creado la imagen, la idea, la
teoría, la creencia, la esperanza, esperáis entonces de vuestra creación que
produzca este cambio radical.
Debe uno ver primero, pues, las actividades en extremo sutiles del “yo”, de la
mente. Es preciso darse cuenta de las ideas, creencias, especulaciones, y dejarlas
todas de lado; porque en realidad ellas son engaños, ¿no es cierto? Puede que otros
hayan tenido la vivencia de la realidad; pero si vosotros no la habéis vivenciado,
¿de qué sirve especular acerca de ella o imaginar que en esencia sois algo real,
inmortal, divino? Eso sigue estando en el ámbito del pensamiento, y cualquier cosa
que dimane del pensamiento es condicionada, pertenece al tiempo, a la memoria;
por lo tanto, no es real. Si uno comprende eso de veras, no de un modo
especulativo, imaginativo ni disparatado, sino que capta efectivamente la verdad
de que cualquier actividad de la mente en su búsqueda especulativa, en su
filosófico andar a tientas, cualquier conjetura, cualquier esperanza o vuelo de la
imaginación, sólo es autoengaño, ¿cuál es entonces el poder, la energía creadora
que produce esta transformación fundamental?
Al llegar a este punto, hemos quizá usado la mente consciente; hemos seguido
el argumento, lo hemos impugnado o aceptado, lo hemos visto clara u
oscuramente. Pero el ir más lejos y “vivenciar” más profundamente requiere una
mente que esté quieta y alerta para descubrir, ¿no es así? Ya no sigue ideas;
porque, si seguís una idea, ahí está el pensador siguiendo lo que se dice, de suerte
que inmediatamente creáis una dualidad. Si queréis penetrar más a fondo en este
asunto del cambio fundamental, ¿no es necesario que la mente activa esté quieta?
Lo cierto es que sólo cuando la mente está quieta puede comprender la enorme
dificultad, las complejas implicaciones del pensador y del pensamiento como dos
procesos separados: el experimentador y lo experimentado, el observador y lo
observado. La revolución -la revolución psicológica, creadora, en que no hay “yo”-
sólo llega cuando el pensador y el pensamiento son uno solo; cuando no hay
dualidad en que el pensador domina el pensamiento. Y yo insinúo que únicamente
esta vivencia libera la energía creadora que a su vez trae una revolución
fundamental: la desintegración del “yo” psicológico.
Conocemos la senda del poder: poder por dominación poder por disciplina,
poder por compulsión. Por medio del poder político, esperamos cambiar
fundamentalmente; pero tal poder sólo engendra más tinieblas, más
desintegración, mayores males, el fortalecimiento del “yo”. Nos son conocidas las
diversas formas de adquisición, tanto individualmente como en grupos; pero
nunca hemos ensayado la senda del amor, y ni siquiera sabemos qué significa. El
amor no es posible mientras exista el pensador, el centro del “yo”. Comprendiendo
todo esto, ¿qué habrá uno de hacer?
Lo único, por cierto, que puede traer un cambio fundamental, una liberación
psicológica creadora, es la diaria vigilancia, el darse cuenta de instante en instante
de nuestros móviles, los conscientes a la vez que los inconscientes. Cuando
comprendemos que las disciplinas, las creencias, los ideales, sólo fortalecen el “yo”
y por lo tanto son enteramente inútiles, cuando eso lo captamos día a día y vemos
la verdad al respecto, ¿no llegamos al punto central en que el pensador
constantemente se separa de su pensamiento, de sus observaciones, de sus
experiencias? Mientras exista el pensador aparte de su pensamiento, que él trata
de dominar, no puede haber transformación fundamental. Mientras el “yo” sea el
observador, el que acopia experiencia y se fortalece a sí mismo por la experiencia,
no puede haber cambio radical, liberación creadora. Esa liberación creadora sólo
llega cuando el pensador es el pensamiento, pero el intervalo no puede salvarse
mediante ningún esfuerzo. Cuando la mente comprende que cualquier
especulación, cualquier verbalización, cualquier forma de pensamiento sólo da
vigor al “yo”, cuando ve que mientras el pensador exista aparte del pensamiento
tiene que haber limitación, tiene que producirse el conflicto de la dualidad, cuando
la mente se da cuenta de eso, entonces está alerta y capta sin cesar cómo ella se
separa de la experiencia, afirmándose, buscando poder. En esa comprensión, si la
mente se dedica a ella cada vez más profunda y extensivamente sin buscar un fin,
una meta, se llega a un estado en que el pensador y el pensamiento son uno solo.
En ese estado no hay esfuerzo, no hay devenir, no hay deseo de cambiar; en ese
estado no hay “yo”, pues ocurre una transformación que no es de la mente.
Sólo cuando la mente está vacía existe una posibilidad de creación; pero no me
refiero a ese vacío superficial que la mayoría de nosotros tenemos. La mayoría
somos superficialmente vacíos, corno lo muestra el deseo de distracción.
Queremos divertirnos, para lo cual recurrimos a los libros, a la radio, acudimos
presurosos a las conferencias, a las autoridades; la mente está llenándose a sí
misma sin cesar. No me refiero a esta última vacuidad, que es falta de reflexión. Yo
hablo, por el contrario, del vacío que se produce a través de una extraordinaria
reflexión cuando la mente capta su propio poder de crear ilusión, y va más allá.
El vacío creador no es posible mientras exista el pensador, que está a la espera,
en acecho, observando, a fin de acopiar experiencias, de fortalecerse a sí mismo. ¿Y
puede la mente estar libre de todos los símbolos, de todas las palabras con sus
sensaciones, para que no haya experimentador que acumule? ¿Será posible que la mente deje de lado completamente todos los razonamientos, las experiencias, las
imposiciones, las autoridades, para hallarse en un estado de vacuidad? No podréis
contestar esta pregunta, naturalmente; es una pregunta imposible de contestar
para vosotros, porque no lo sabéis, nunca lo habéis intentado. Pero, si se me
permite sugerirlo, escuchad la pregunta, dejad que os la hagan, que se siembre la
semilla; y ella dará frutos si realmente la escucháis, si no le resistís.
Sólo lo nuevo puede transformar, no lo viejo. Si seguís la norma de lo viejo,
cualquier cambio es una continuidad modificada de lo viejo; nada nuevo, nada
creador hay en ello. Lo creador sólo puede advenir cuando la mente misma es
nueva; y la mente puede renovarse tan sólo cuando es capaz de ver todas las
actividades de ella misma, no sólo en el nivel superficial sino en lo profundo.
Cuando la mente ve sus propias actividades, cuando se da cuenta de sus propios
deseos, reclamos, impulsos, empeños, la creación de sus propias autoridades, de
sus propios temores; cuando ella capta en sí misma la resistencia creada por la
disciplina, por el control, y la esperanza que proyecta creencias, ideales; cuando la
mente ve más allá de todo este proceso, cuando se da cuenta de él, ¿puede ella
dejar de lado todas estas cosas y ser nueva, estar creadoramente vacía? Sólo
descubriréis si lo puede o no, experimentando sin tener una opinión al respecto,
sin querer “vivenciar” ese estado creador. Si queréis, lo experimentaréis; pero lo
que experimentaréis no será el vacío creador sino tan sólo una proyección del
deseo. Si deseáis experimentar lo nuevo, lo creador, no hacéis más que entregaros
a una ilusión. Pero si empezáis a observar, a percibir vuestras propias actividades día a día, de instante en instante, captando el proceso integro de vosotros mismos,
como en un espejo, entonces, según ahondáis más y más, llegaréis a la cuestión
fundamental de este vacío en el cual tan sólo puede estar lo nuevo.
La verdad, Dios o lo que fuere, no es algo que haya de experimentarse; pues el
experimentador es resultado del tiempo, de la memoria, del pasado; y mientras
haya experimentador no puede haber realidad. Sólo hay realidad cuando la mente
se halla completamente libre del analizador, del experimentador y lo
experimentado. Entonces encontraréis la respuesta, entonces veréis que el cambio
llega sin que lo pidáis, que el estado de vacío creador no es cosa que haya de
cultivarse: está aquí, llega oscuramente, sin invitación. Y sólo en ese estado hay una
posibilidad, de renovación de novedad, de revolución.
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