Roma, Italia 20, Octuhre,1973
Es la cosa viviente más antigua que existe sobre la tierra.
Es gigantesco en proporciones, en su altura y en la vastedad del tronco.
Entre las otras sequoias, que también son muy viejas, ésta las supera a todas; otros árboles han sido afectados por el fuego, pero éste no tiene huella alguna en él.
Ha vivido a través de todas las terribles cosas de la historia, ha pasado por todas las guerras de mundo, por toda la perversidad y el dolor del hombre y por el fuego y el relámpago, por todas las tormentas del tiempo; ha pasado a través de todo eso sin contaminarse, majestuoso y completamente sólo, con inmensa dignidad.
Han habido incendios, pero las cortezas de estas sequoias fueron capaces de resistirlos y de sobrevivir.
Los bulliciosos turistas no habían arribado todavía, y uno podía estar a solas con este silencioso gigante que, cuando uno se sentaba debajo de él, lo veía elevarse hasta los cielos, inmenso e intemporal.
Sus años mismos le otorgaban la dignidad del silencio y el retraimiento propio de una edad muy avanzada.
Estaba tan silencioso como lo estaba la mente de uno, tan quieto como el propio corazón, viviendo sin la carga del tiempo.
Uno percibía la compasión que el tiempo jamás había tocado y la inocencia que nunca había conocido el mal ni el dolor.
Uno se sentaba ahí; y el tiempo que pasaba junto a uno nunca habría de regresar.
Había inmortalidad, porque la muerte jamás había existido.
Nada existía excepto este árbol inmenso; las nubes y la tierra.
Uno llegaba hasta ese árbol y se sentaba debajo con él, y cada día y por muchos días fue una bendición de la cual uno era consciente sólo cuando se alejaba de allí.
No podía uno volver para pedir más; nunca existía el más, y el más estaba muy lejos, abajo en el valle.
Debido a que no era un santuario hecho por la mano del homhre, había una insondable santidad que ya nunca más lo dejaría a uno, porque esa santidad no era de «uno».
En la madrugada, cuando el sol no había alcanzado aún las copas de los árboles, el venado y el oso estaban ahí; observamos a ambos con asombro y con ojos muy abiertos; la tierra nos era común y el miedo estaba ausente.
Los grajos azules y las ardillas rojas llegarían pronto; la ardilla era dócil y amigable.
Uno guardaba nueces en el bolsillo y ella las tomaba de la mano; cuando la ardilla había tenido ya bastante, los dos grajos bajaban saltando de las ramas y los regaños terminaban.
Y comenzaba el día.
En el mundo del placer, la sensualidad se ha vuelto muy importante.
El goce es el que ordena, y pronto el hábito del placer toma el mando; aunque ello pueda dañar todo el organismo, el placer domina.
El placer de los sentidos , el placer del astuto y sutil pensamiento, el de las palabras y el de las imágenes mentales y manuales, que es la cultura de esta educación, el placer de la violencia y el placer del sexo.
El hombre es moldeado para las pautas del placer, y toda existencia, religiosa o de otra clase, es la persecución del placer.
Las desenfrenadas exageraciones del placer son el resultado de la conformidad moral e intelectual.
Cuando la mente no es libre y no está atenta, la sensualidad se vuelve un factor de corrupción, que es lo que está ocumendo en el mundo moderno.
Dominan el placer del dinero y el del sexo.
Cuando el hombre se ha vuelto un ser de segunda mano, su libertad consiste en expresar su sensualidad.
El amor es entonces placer y deseo.
El entretenimiento organizado, religioso o comercial, contribuye a la inmoralidad social y personal; uno deja de ser responsable.
Responder de manera total a cualquier reto, es ser responsable, es estar totalmente comprometido.
Esto no puede ser cuando la esencia misma del pensamiento es fragmentaria y la. persecución del placer en todas sus formas, obvias y sutiles, es el principal movimiento de la existencia.
El placer no es felicidad; la felicidad y el placer son cosas por completo diferentes; una llega sin que se la invite, y la otra se cultiva y alimenta; una adviene cuando el «yo» está ausente, y la otra se halla ligada al tiempo; cuando está una, no está la otra.
El placer, el miedo y la violência marchan juntos; son compañeros inséparables.
Aprender de la observación es actuar, el hacer es el ver.
En el atardecer, cuando la oscuridad se aproximaba, los grajos y las ardillas se habían retirado a dormir.
La estrella vespertina acababa de hacerse visible y los ruidos del día y de la memoria habían cesado.
Estas sequoias gigantes estaban inmóviles.
Continuarán más allá del tiempo.
Sólo el hombre muere, y el dolor de ello.
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