8 de Octubre, 1973
En esa quieta mañana, los monos estaban por todas partes: en la galería, en el techo y en la copa del mango -toda una tropa de monos; eran de la variedad parduzco castaño y cara rojiza-.
Los más pequeños se perseguían unos a otros entre los árboles, no demasiado lejos de sus madres, y el gran macho estaba sentado solo, con un ojo puesto sobre toda la tropa; debían ser unos veinte.
Eran bastante destructivos y, a medida que el sol se elevaba, iban desapareciendo lentamente en la espesa selva, lejos de la morada del hombre; el macho era el primero en irse y los otros lo seguían tranquilamente.
Después regresaban los papagayos y los cuervos con su habitual gritería que anunciaba su presencia.
Había un cuervo que llamaba -o lo que fuere que hacía- con una voz muy áspera, siempre a la misma hora, y mantenía sin cesar ese grito estridente hasta que lo ahuyentaban de ahí.
Día tras día habría de repetir esta representación; su graznido penetraba profundamente en la habitación y, de algún modo, todos los otros ruidos parecían cesar.
Estos cuervos impiden las disputas violentas entre ellos mismos; son rápidos, muy vigilantes y eficientes en la propia supervivencia.
Parece que a los monos no les gustaban ellos.
Prometia ser un día hermoso...
Era un hombre delgado, nervudo, con una cabeza bien formada y ojos que habían conocido la risa.
Estábamos sentados en un banco desde el cual se dominaba el río, a la sombra de un tamarindo que albergaba a muchos papagayos y a un par de pequeñas lechuzas blancas que se calentaban al sol de la madrugada.
É1 dijo: «He gastado muchos años en la meditación, , controlando mis pensamientos, ayunando y comiendo una vez al día.
Acostumbraba dedicarme al trabajo social pero lo abandoné hace mucho tiempo cuando descubrí que esa labor no resolvía el profundo problema del hombre.
Hay muchos otros que prosiguen con tal trabajo, pero eso ya no me incumbe.
Lo que se ha vuelto importante para mi es comprender el pleno significado y profundidad de la meditación.
Todas las escuelas de meditación abogan por alguna forma de control; yo he practicado diferentes sistemas, pero de algún modo parece que eso no se termina nunca.
El control implica división: el controlador y la cosa que debe ser controlada.
Esta división, como toda división, origina conflicto y distorsión en la acción y la conducta.
Esta fragmentación es el trabajo del pensamiento: un fragmento -llámelo el controlador, o el nombre que quiera darle, trata de controlar las otras partes.
Esta division es artificial y dañina.
El controlador es, efectivamente, lo controlado.
El pensamiento es fragmentario por su propia naturaleza, y eso causa confusion y sufrimiento.
El pensamiento ha dividido al mundo en nacionalidades, en ideologias y en sectas religiosas -las grandes sectas y las pequeñas-.
El pensamiento es la respuesta de los recuerdos, la experiencia y el conocimiento almacenado en el cerebro; éste puede funcionar eficientemente, cuerdamente, solo cuando tiene seguridad y orden.
Para sobrevivir fisicamente debe protegerse de todos los peligros; la necesidad de supervivencia externa es fácil de entender, pero la supervivencia psicológica es otra cuestión -la supervivencia de la imagen que ha engendrado cl pensamiento-.
Éste ha dividido la existencia como lo externo y lo interno, y de esta separación surgen el conflicto y el control.
Para la supervivencia de lo interno, se vuelven esenciales la creencia, la ideología, los dioses, las nacionalidades, las conclusiones, y esto también origina guerras incalculables, violencia y dolor.
El deseo de lo intemo por sobrevivir, con sus multiples imágenes, es una enfermedad, es falta de armonía; el pensamiento es la falta de armonía.
Todas sus imágenes, sus ideologías, sus verdades son autocontradictorias y destructivas.
El pensamiento ha originado, aparte de sus logros tecnológicos, caos externo e interno, y placeres que muy pronto se convierten en agonías.
Leer todo esto en los hechos de su propia vida cotidiana, escuchar y ver el movimiento del pensar, es la transformación que la meditación trae consigo.
Esta transformación no es el «yo» volviéndose un «yo» más grande, sino que es la transformación del contenido de la conciencia; la conciencia es su contenido.
La conciencia del mundo es su conciencia; usted es el mundo, y el mundo es usted.
La meditación es la transformación completa del pensamiento y sus actividades.
La armonía no es el fruto del pensamiento; adviene con la percepción de lo total.
La brisa matinal había cesado y no se agitaba una sola hoja; el río se había vuelto completamente silencioso y, a través de su ancha corriente, llegaban los ruidos de la otra orilla.
Hasta los papagayos estaban silenciosos.
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