4, Abril, 1975
Quiso la ocasión que uno viviera por algunos meses en una pequeña casa ruinosa, en lo alto de las montañas y muy lejos de otras casas.
Había muchísimos árboles y, al llegar la primavera, el aire se impregnaba de perfume.
La soledad era de las montañas y la belleza de la tierra roja.
Los altísimos picos estaban cubiertos de nieve y algunos de los árboles se hallaban florecidos.
Uno vivía solo en medio de este esplendor.
El bosque estaba cerca, con sus ciervos, algún oso ocasional y esos grandes monos de caras negras y largas colas y, por supuesto, también había serpientes.
En la profunda soledad, y de un modo extraño, uno estaba relacionado con todos ellos, y no podia dañar cosa alguna, ni aun esa blanca margarita en el sendero.
En esa relación, el espacio entre uno mismo y ellos no existía; no era algo inventado, no era una convicción intelectual o emocional la que producía esto; era simplemente así.
Un grupo de grandes monos vendría a visitarnos, especialmente en los atardeceres; unos pocos permanecían en tierra, pero en su gran mayoría se sentaba tranquilamente en los árboles yvigilaban.
Sorprendentemente, se mantenían silenciosos; en ocasiones se rascaban una o dos veces y nos quedábamos así, contemplándonos mutuamente.
Acudirían ahora en cada atardecer, sin acercarse demasiado y sin alejarse tampoco muy alto entre los árboles, y así podíamos estar en silencio, observándonos.
Habíamos llegado a ser bastante buenos amigos, pero ellos no deseaban invadir nuestra soledad.
Cierta tarde, paseando por el bosque, uno dio de pronto con ellos en un espacio abierto.
Debían de ser más de treinta, jóvenes y viejos, sentados entre los árboles alrededor del espacio abierto, absolutamente quietos y silenciosos.
Uno podia haberlos tocado; no había temor en ellos y, sentados en el suelo, nos estuvimos observando atentamente hasta que el sol se oculto detrás de las cumbres.
Si uno pierde contacto con la naturaleza, pierde contacto con la humanidad.
Si no hay relación con la naturaleza, nos convertimos en asesinos; entonces matamos a los cachorros de foca, a las ballenas, a los delfines y al hombre -sea por provecho, por deporte, por comida o en aras del conocimiento-.
Entonces la naturaleza se asusta de nosotros y repliega su belleza.
Podremos hacer largas caminatas por los bosques o los campos en lugares encantadores, pero si somos unos asesinos habremos perdido la amistad de la naturaleza.
Y es probable que tampoco estemos relacionados con nada, ni con nuestra propia esposa o marido; nos hallamos demasiado ocupados -ganando o perdiendo- con nuestros propios pensamientos privados, con nuestros placeres y pesares.
Vivimos en nuestro oscuro aislamiento particular, y el escape de ello es más oscuridad.
El interés está puesto en una corta, insensata supervivencia, plácida o violenta.
Y miles mueren de hambre o son; sangrientamente asesinados a causa de nuestra irresponsabilidad.
Dejamos el arreglo dei mundo a los corruptos y mentirosos políticos, a los intelectuales, a los expertos.
Debido a que carecemos de integridad, construimos una sociedad que es inmoral, deshonesta, una sociedad que se basa en el más absoluto egoísmo.
Y entonces escapamos de todo esto, siendo como somos los únicos responsables; escapamos a las playas, a los bosques o empuñamos una escopeta por «deporte».
Podemos conocer todo esto, pero el conocimiento no produce transformación alguna en nosotros.
Cuando tengamos este sentimiento de lo total, estaremos relacionados con el universo.
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