CAPÍTULO XXI
EL PODER Y LA COMPRENSIÓN
Vemos que es necesario un cambio radical en la sociedad, en nosotros mismos, en nuestras relaciones individuales y de grupos. ¿Cómo se lo habrá de producir? Si el cambio es mediante la adaptación a un modelo proyectado por la mente, mediante un plan razonable, bien estudiado, entonces sigue estando dentro del ámbito de la mente; por lo tanto, sea lo que fuere que la mente proyecte, ello se convierte en el fin, en la visión por la cual estamos dispuestos a sacrificarnos a nosotros mismos y a los demás. Si sostenéis eso, de ahí se desprende que nosotros, como seres humanos, somos mera creación de la mente, lo cual implica conformismo, compulsión, brutalidad, dictaduras, campos de concentración -todo ese tipo de cosas. Cuando rendimos culto a la mente, todo ello va implícito, ¿no es así? Si eso lo comprendo, si veo la inutilidad de la disciplina, de la dominación, si veo que las diversas formas de represión sólo refuerzan el “yo” y el “mío’ ¿qué debo hacer entonces?
Para considerar este problema plenamente debemos examinar la cuestión de lo que es la conciencia. Me pregunto si habéis pensado en él por vosotros mismos o sólo habéis citado lo que las autoridades han dicho acerca de la conciencia. No sé cómo habéis comprendido por experiencia propia, por vuestro propio estudio de vosotros mismos, que es lo que la conciencia implica, no sólo la conciencia de la actividad y empeños cotidianos, sino la conciencia oculta, más profunda, más rica y mucho más difícil de alcanzar. Si es que hemos de discutir esta cuestión de un cambio fundamental en nosotros mismos y por consiguiente en el mundo, y con este cambio hemos de despertar cierta visión, un entusiasmo, fervor, una fe, esperanza, una certeza que nos dé el ímpetu necesario para la acción, ¿no resulta necesario, si hemos de comprender eso, examinar esta cuestión de la conciencia? Podemos ver qué entendemos por conciencia en el nivel superficial de la mente. Es evidente que ella es el proceso de pensar, el pensamiento. El pensamiento es el resultado de la memoria, de la verbalización, es el nombrar, registrar y almacenar ciertas experiencias para poder comunicarse; y en este nivel también hay diversas inhibiciones, dominio, sanciones, disciplinas. Todo esto nos resulta bastante conocido. Y, cuando ahondamos un poco más, están todas las acumulaciones de la raza, los móviles ocultos, las ambiciones colectivas y personales, los prejuicios, que son el resultado de la percepción, contacto y deseo. Esta conciencia total, la oculta a la vez que la perceptible, está centralizada en torno de la idea del “yo”, del “mí mismo”. Cuando discutimos cómo producir un cambio, generalmente nos referimos a un cambio en el nivel superficial, ¿no es así? Por medio de determinaciones, conclusiones, creencias, controles, inhibiciones, luchamos por alcanzar un fin superficial que deseamos, que anhelamos, y esperamos llegar a eso con la ayuda de lo inconsciente, de las capas más profundas de la mente; por lo tanto, creemos necesario poner al descubierto las profundidades de uno mismo.
Pero hay un eterno conflicto entre los niveles superficiales y los niveles llamados más profundos; todos los psicólogos, todos los que han buscado el conocimiento propio, se dan plena cuenta de eso.
¿Traerá un cambio este conflicto interior? ¿Y no es esa la cuestión más fundamental e importante de nuestra vida diaria: cómo producir un cambio radical en nosotros mismos? ¿Lo traerá la mera alteración en el nivel superficial? El comprender las diferentes capas de la conciencia, del “yo”, el sacar a luz el pasado, las diversas experiencias personales desde la infancia hasta ahora, examinando en mí mismo las experiencias colectivas de mi padre, mi madre, mis antepasados, mi raza, el condicionamiento de la sociedad determinada en que vivo, ¿traerá el análisis de todo eso un cambio que no sea mera adaptación?
En mi sentir, y seguramente también en el vuestro, un cambio fundamental en la propia vida es esencial; un cambio que no sea una mera reacción ni el resultado de la presión y compulsión de las exigencias ambientales. ¿Y cómo se habrá de producir semejante cambio? Mi conciencia es la suma total de la experiencia humana, más mi contacto particular con el presente; ¿y es que eso puede producir un cambio? El estudio de mi propia conciencia, de mis actividades, la comprensión de mis pensamientos y sentimientos, y el aquietar la mente a fin de observar sin condenación, ¿ese proceso traerá un cambio? ¿Puede haber cambio mediante la creencia, la identificación con una imagen proyectada que se llama el ideal? ¿Todo esto no implica cierto conflicto entre lo que soy y lo que yo debiera ser? ¿Y acaso el conflicto traerá un cambio fundamental? Estoy en una constante batalla dentro de mí mismo y con la sociedad, ¿no es cierto? Hay un conflicto incesante entre lo que soy y lo que deseo ser; ¿y este conflicto, esta lucha, traerá acaso un cambio? Veo que un cambio es esencial; ¿y acaso puedo lograrlo examinando todo el proceso de mi conciencia, luchando, disciplinándome, practicando diversas formas de represión? Tal proceso, en mi sentir, no puede producir un cambio radical. De esto hay que estar completamente seguro. Y si ese proceso no puede traer una transformación fundamental, una profunda revolución interior, ¿qué la traerá entonces?
¿Cómo habréis de lograr la verdadera revolución? ¿Cuál es el poder, la energía creadora que produce esa revolución y cómo se le ha de liberar? Habéis probado las disciplinas habéis probado el seguir ideales y diversas teorías especulativas: que sois Dios, y que si podéis realizar esa divinidad o tener la experiencia del “atman”, de lo supremo o de lo que os plazca, entonces esa comprensión misma traerá un cambio fundamental. ¿Será ello así? Primero postuláis que hay una realidad de la que formáis parte, y en torno de ella elaboráis diversas teorías, especulaciones, creencias, doctrinas, suposiciones, de acuerdo con las cuales vivís; y pensando y actuando conforme a esa norma, esperáis producir un cambio fundamental. ¿Lo conseguiréis?
Vosotros dais por sentado, supongamos, como lo hace la mayoría de la gente llamada religiosa, que en lo hondo de vosotros, fundamentalmente, está la esencia de la realidad; y que si cultivando la virtud, por medio de diversas formas de disciplina, de dominio, de represión, de negación, de sacrificio, podéis poneros en contacto con esa realidad, la necesaria transformación se producirá entonces. ¿No sigue formando parte del pensamiento esa suposición? ¿No proviene ella de una mente condicionada, de una mente que ha sido educada para pensar de determinada manera, según ciertas normas? Habiendo creado la imagen, la idea, la teoría, la creencia, la esperanza, esperáis entonces de vuestra creación que produzca este cambio radical.
Debe uno ver primero, pues, las actividades en extremo sutiles del “yo”, de la mente. Es preciso darse cuenta de las ideas, creencias, especulaciones, y dejarlas todas de lado; porque en realidad ellas son engaños, ¿no es cierto? Puede que otros hayan tenido la vivencia de la realidad; pero si vosotros no la habéis vivenciado, ¿de qué sirve especular acerca de ella o imaginar que en esencia sois algo real, inmortal, divino? Eso sigue estando en el ámbito del pensamiento, y cualquier cosa que dimane del pensamiento es condicionada, pertenece al tiempo, a la memoria; por lo tanto, no es real. Si uno comprende eso de veras, no de un modo especulativo, imaginativo ni disparatado, sino que capta efectivamente la verdad de que cualquier actividad de la mente en su búsqueda especulativa, en su filosófico andar a tientas, cualquier conjetura, cualquier esperanza o vuelo de la imaginación, sólo es autoengaño, ¿cuál es entonces el poder, la energía creadora que produce esta transformación fundamental”
Al llegar a este punto, hemos quizá usado la mente consciente; hemos seguido el argumento, lo hemos impugnado o aceptado, lo hemos visto clara u oscuramente. Pero el ir más lejos y “vivenciar” más profundamente requiere una mente que esté quieta y alerta para descubrir, ¿no es así? Ya no sigue ideas; porque, si seguís una idea, ahí está el pensador siguiendo lo que se dice, de suerte que inmediatamente creáis una dualidad. Si queréis penetrar más a fondo en este asunto del cambio fundamental, ¿no es necesario que la mente activa esté quieta? Lo cierto es que sólo cuando la mente está quieta puede comprender la enorme dificultad, las complejas implicaciones del pensador y del pensamiento como dos procesos separados: el experimentador y lo experimentado, el observador y lo observado. La revolución -la revolución psicológica, creadora, en que no hay “yo”- sólo llega cuando el pensador y el pensamiento son uno solo; cuando no hay dualidad en que el pensador domina el pensamiento. Y yo insinúo que únicamente esta vivencia libera la energía creadora que a su vez trae una revolución fundamental: la desintegración del “yo” psicológico.
Conocemos la senda del poder: poder por dominación poder por disciplina, poder por compulsión. Por medio del poder político, esperamos cambiar fundamentalmente; pero tal poder sólo engendra más tinieblas, más desintegración, mayores males, el fortalecimiento del “yo”. Nos son conocidas las diversas formas de adquisición, tanto individualmente como en grupos; pero nunca hemos ensayado la senda del amor, y ni siquiera sabemos qué significa. El amor no es posible mientras exista el pensador, el centro del “yo”. Comprendiendo todo esto, ¿qué habrá uno de hacer?
Lo único, por cierto, que puede traer un cambio fundamental, una liberación psicológica creadora, es la diaria vigilancia, el darse cuenta de instante en instante de nuestros móviles, los conscientes a la vez que los inconscientes. Cuando comprendemos que las disciplinas, las creencias, los ideales, sólo fortalecen el “yo” y por lo tanto son enteramente inútiles, cuando eso lo captamos día a día y vemos la verdad al respecto, ¿no llegamos al punto central en que el pensador constantemente se separa de su pensamiento, de sus observaciones, de sus experiencias? Mientras exista el pensador aparte de su pensamiento, que él trata de dominar, no puede haber transformación fundamental. Mientras el “yo” sea el observador, el que acopia experiencia y se fortalece a sí mismo por la experiencia, no puede haber cambio radical, liberación creadora. Esa liberación creadora sólo llega cuando el pensador es el pensamiento, pero el intervalo no puede salvarse mediante ningún esfuerzo. Cuando la mente comprende que cualquier especulación, cualquier verbalización, cualquier forma de pensamiento sólo da vigor al “yo”, cuando ve que mientras el pensador exista aparte del pensamiento tiene que haber limitación, tiene que producirse el conflicto de la dualidad, cuando la mente se da cuenta de eso, entonces está alerta y capta sin cesar cómo ella se separa de la experiencia, afirmándose, buscando poder. En esa comprensión, si la mente se dedica a ella cada vez más profunda y extensivamente sin buscar un fin, una meta, se llega a un estado en que el pensador y el pensamiento son uno solo. En ese estado no hay esfuerzo, no hay devenir, no hay deseo de cambiar; en ese estado no hay “yo”, pues ocurre una transformación que no es de la mente.
Sólo cuando la mente está vacía existe una posibilidad de creación; pero no me refiero a ese vacío superficial que la mayoría de nosotros tenemos. La mayoría somos superficialmente vacíos, corno lo muestra el deseo de distracción. Queremos divertirnos, para lo cual recurrimos a los libros, a la radio, acudimos presurosos a las conferencias, a las autoridades; la mente está llenándose a sí misma sin cesar. No me refiero a esta última vacuidad, que es falta de reflexión. Yo hablo, por el contrario, del vacío que se produce a través de una extraordinaria reflexión cuando la mente capta su propio poder de crear ilusión, y va más allá.
El vacío creador no es posible mientras exista el pensador, que está a la espera, en acecho, observando, a fin de acopiar experiencias, de fortalecerse a sí mismo. ¿Y puede la mente estar libre de todos los símbolos, de todas las palabras con sus sensaciones, para que no haya experimentador que acumule? ¿Será posible que la mente deje de lado completamente todos los razonamientos, las experiencias, las imposiciones, las autoridades, para hallarse en un estado de vacuidad? No podréis contestar esta pregunta, naturalmente; es una pregunta imposible de contestar para vosotros, porque no lo sabéis, nunca lo habéis intentado. Pero, si se me permite sugerirlo, escuchad la pregunta, dejad que os la hagan, que se siembre la semilla; y ella dará frutos si realmente la escucháis, si no le resistís.
Sólo lo nuevo puede transformar, no lo viejo. Si seguís la norma de lo viejo, cualquier cambio es una continuidad modificada de lo viejo; nada nuevo, nada creador hay en ello. Lo creador sólo puede advenir cuando la mente misma es nueva; y la mente puede renovarse tan sólo cuando es capaz de ver todas las actividades de ella misma, no sólo en el nivel superficial sino en lo profundo. Cuando la mente ve sus propias actividades, cuando se da cuenta de sus propios deseos, reclamos, impulsos, empeños, la creación de sus propias autoridades, de sus propios temores; cuando ella capta en sí misma la resistencia creada por la disciplina, por el control, y la esperanza que proyecta creencias, ideales; cuando la mente ve más allá de todo este proceso, cuando se da cuenta de él, ¿puede ella dejar de lado todas estas cosas y ser nueva, estar creadoramente vacía? Sólo descubriréis si lo puede o no, experimentando sin tener una opinión al respecto, sin querer “vivenciar” ese estado creador. Si queréis, lo experimentaréis; pero lo que experimentaréis no será el vacío creador sino tan sólo una proyección del deseo. Si deseáis experimentar lo nuevo, lo creador, no hacéis más que entregaros a una ilusión. Pero si empezáis a observar, a percibir vuestras propias actividades día a día, de instante en instante, captando el proceso integro de vosotros mismos, como en un espejo, entonces, según ahondáis más y más, llegaréis a la cuestión fundamental de este vacío en el cual tan sólo puede estar lo nuevo.
La verdad, Dios o lo que fuere, no es algo que haya de experimentarse; pues el experimentador es resultado del tiempo, de la memoria, del pasado; y mientras haya experimentador no puede haber realidad. Sólo hay realidad cuando la mente se halla completamente libre del analizador, del experimentador y lo experimentado. Entonces encontraréis la respuesta, entonces veréis que el cambio llega sin que lo pidáis, que el estado de vacío creador no es cosa que haya de cultivarse: está aquí, llega oscuramente, sin invitación. Y sólo en ese estado hay una posibilidad, de renovación de novedad, de revolución.
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