ELLIBRO DE LA VIDA - J.K. - 21 DE FEBRERO -

 Actuar sin la idea es el camino del amor 

El pensamiento debe estar siempre limitado por el pensador, quien se halla condicionado; se halla condicionado siempre, jamás es libre. Cuando surge el pensamiento, de inmediato sigue la idea. La idea, a fin de poder actuar, está forzada a crear más confusión. Sabiendo todo esto, ¿es posible actuar sin la idea? Sí, ése es el camino del amor. El amor no es una idea, no es una sensación, no es un recuerdo; el amor no es un sentimiento de postergación, un recurso autoprotector. Sólo podemos conocer el camino del amor cuando comprendemos todo el proceso de la idea. ¿Es posible, entonces, abandonar todos los otros caminos y conocer el camino del amor, que es la única salvación? Ningún otro camino, político o religioso, resolverá el problema. Esto no es una teoría que usted deba considerar y adoptar en su vida; tiene que ser algo real. ... Cuando uno ama, ¿existe la idea? No acepte esto; simplemente mírelo, examínelo, investíguelo a fondo. Hemos probado todos los otros caminos, y en ellos no hay respuesta para nuestra desdicha. Los políticos pueden prometer esa respuesta; las así llamadas organizaciones religiosas pueden prometer la felicidad futura; pero esa felicidad no la tenemos ahora, y el futuro tiene relativamente poca importancia cuando estoy hambriento. Hemos ensayado todos los otros caminos; pero el camino del amor sólo podemos conocerlo si conocemos el camino de la idea y abandonamos la idea, lo cual implica actuar. 

21 DE FEBRERO OCK - Vol. VI

EL LIBRO DE LA VIDA

EL LIBRO DE LA VIDA - J.K. - 20 DE FEBRERO -

Una acción sin ideación alguna 

La idea es el resultado del proceso del pensamiento, el proceso del pensamiento es la respuesta de la memoria, y la memoria está siempre condicionada. La memoria, que se halla permanentemente en el pasado, es reavivada en el presente por medio de un reto. La memoria no tiene vida en sí misma cobra vida en el presente cuando debe enfrentarse a un reto. Y toda la memoria, latente o activa, está condicionada, ¿no es así? En consecuencia, tiene que haber un enfoque por completo diferente. Usted tiene que descubrir por sí mismo, internamente, si está actuando basado en una idea, y si puede haber una acción sin ideación alguna. 

20 DE FEBRERO LPU

EL LIBRO DE LA VIDA 

EL LIBRO DE LA VIDA - J.K. - 19 DE FEBRERO -

 La ideología obstaculiza la acción 

El mundo está siempre próximo a una catástrofe. Pero ahora parece estar más próximo. Al ver esta catástrofe que se acerca, la mayoría de nosotros busca refugiarse en una idea. Pensamos que esta catástrofe, esta crisis, puede ser resuelta por una ideología. La ideología es siempre un impedimento para la relación directa, lo cual obstaculiza la acción. Queremos paz sólo como una idea, no como un hecho. Deseamos la paz en el nivel verbal, o sea, solamente en el nivel del pensar, aunque lo llamemos orgullosamente el nivel intelectual. Pero la palabra paz no es la paz. Sólo podrá haber paz cuando cese la contusión que generan unos y otros. Estamos apegados al mundo de las ideas y no a la paz. Vamos en busca de nuevos modelos sociales y políticos y no en busca de la paz. Nos ocupamos de conciliar los efectos y no de desechar la causa de la guerra. Esta búsqueda traerá sólo respuestas condicionadas por el pasado. Estas respuestas condicionadas son lo que llamamos conocimiento, experiencia; y los nuevos hechos cambiantes son traducidos, interpretados de acuerdo con este conocimiento. De modo que hay conflicto entre lo que es y la experiencia que ha sido. El pasado, que es conocimiento, debe estar siempre en conflicto con el hecho, el cual se halla siempre en el presente. Así pues, esta búsqueda no resolverá el problema sino que perpetuará las condiciones que han creado el problema. 

19 DE FEBRERO OCK Vol. VI

EL LIBRO DE LA VIDA

LA EDUCACIÓN Y EL SENTIDO DE LA VIDA - J.K. - LA VERDADERA CLASE DE EDUCACIÓN -

La Verdadera Clase de Educación 


El hombre ignorante no es el iletrado, sino el que no se conoce a sí mismo; y el hombre instruido es ignorante cuando pone toda su confianza en los libros, en el conocimiento y en la autoridad externa para derivar de ellos la comprensión. La comprensión sólo viene mediante el propio conocimiento, que es darnos cuenta de nuestro proceso psicológico total. La educación, pues, en su verdadero sentido, es la comprensión de uno mismo, porque dentro de cada uno de nosotros es donde se concentra la totalidad de la existencia. 


Lo que ahora llamamos educación es la acumulación de datos y conocimientos por medio de los libros, cosa factible a cualquiera que puede leer. Una educación así, ofrece una forma sutil de escaparnos de nosotros mismos y, como toda huida, inevitablemente aumenta nuestra desdicha. El conflicto y la confusión resultan de nuestra relación errónea con todo lo que nos rodea –gente, cosas, ideas-, y hasta que no entendamos bien esa relación y la alteremos, la mera instrucción, la adquisición de datos y habilidades, nos conducirán inevitablemente al caos envolvente y la destrucción. 


Según está ahora organizada la sociedad, enviamos a nuestros hijos a la escuela para aprender alguna técnica con la cual puedan finalmente ganarse la vida. Queremos hacer de nuestros hijos, ante todo, especialistas, esperando así darles estabilidad económica segura. Pero, ¿acaso puede la técnica capacitarnos para conocernos a nosotros mismos? Si bien es necesario a todas luces saber leer y escribir y aprender ingeniería o cualquiera otra profesión, ¿nos dará la técnica capacidad para comprender la vida? Indudablemente, la técnica es secundaria, y si la técnica es lo único que buscamos, es obvio que estamos negando la parte más importante de la vida.


La vida es dolor, gozo, belleza, fealdad, amor; y cuando la comprendemos en su totalidad, en todos sus niveles, esa comprensión crea su propia técnica. Pero lo contrario es falso; la técnica jamás puede producir la comprensión creadora. La educación actual es un completo fracaso porque le da demasiada importancia a la técnica. Al subrayar la técnica, destruimos al hombre. Cultivar la capacidad y la eficiencia sin la comprensión de la vida, sin tener una percepción completa de cómo funcionan el pensamiento y el deseo, sólo logrará aumentar nuestra crueldad, que es lo que engendra las guerras y pone en peligro nuestra seguridad física. El desarrollo exclusivo de la técnica ha producido científicos, matemáticos, constructores de puentes, conquistadores del espacio; pero, ¿comprenden ellos acaso el proceso total de la vida? ¿Puede algún especialista sentir la vida como un todo? Sí, sólo cuando deje de ser especialista.


El progreso tecnológico resuelve ciertas clases de problemas en un nivel determinado, pero también introduce problemas más amplios y profundos. Vivir en un solo nivel, sin tener en cuenta el proceso total de vida, es atraer la miseria y la destrucción. La mayor necesidad, el problema más urgente de cada individuo, es tener una comprensión integral de la vida, que lo ponga en condiciones de resolver satisfactoriamente sus crecientes complejidades. El conocimiento técnico, aunque necesario, no resolverá en modo alguno nuestras tensiones y conflictos psicológicos internos: y es por haber adquirido conocimientos técnicos sin comprender el proceso total de la vida, que la tecnología se ha convertido en un instrumento para nuestra propia destrucción. El hombre que sabe desintegrar el átomo, pero no tiene amor en su corazón, se convierte en un monstruo.


Elijamos una vocación de acuerdo con nuestras capacidades; pero el hecho de seguir una vocación ¿nos librará de conflictos y confusiones? Al parecer necesitamos de preparación técnica; pero una vez graduados de ingenieros, médicos, o contables, entonces ¿qué? ¿Es la práctica de una profesión la plenitud de la vida? Aparentemente así es para muchos de nosotros. Nuestras profesiones pueden mantenernos ocupados la mayor parte de nuestra existencia, pero las mismas cosas que producimos y que nos fascinan, causan nuestra destrucción y nuestra miseria. Nuestras actitudes y nuestros valores hacen de las cosas y de las ocupaciones instrumentos de envidia, amargura y odio. Sin la comprensión de nosotros mismos, la mera ocupación nos lleva a la frustración con sus inevitables evasiones a través de toda clase de actividades perjudiciales. La técnica sin la verdadera comprensión conduce a la enemistad y a la crueldad, las cuales tratamos de enmascarar con frases agradables al oído. ¿De qué vale recalcar la técnica y convertirse en seres eficientes si el resultado es la mutua destrucción? Nuestro progreso técnico es fantástico, pero sólo ha logrado aumentar nuestro poder para destruirnos los unos a los otros y hay hambre y miseria en todas las regiones de la Tierra. No somos felices ni tenemos paz.


Cuando la función de ejercer una profesión es de máxima importancia, la vida se hace aburrida y oscura, convirtiéndose en una rutina mecánica, de la cual huimos por medio de toda clase de distracciones. La acumulación de hechos y el desarrollo de la capacidad intelectual, a lo cual llamamos educación nos ha privado de la plenitud de la vida y de la acción integradas. Es porque no entendemos el proceso total de la vida que nos aferramos tanto a la capacidad y la eficiencia, que de esta manera asumen avasalladora importancia. Pero el todo no puede comprenderse si sólo estudiamos una parte. El todo sólo puede comprenderse mediante la acción y la vivencia.


Otro factor que nos induce a cultivar la técnica es que ella nos da un sentido de seguridad, no sólo económica, sino también psicológica. Es tranquilizador saber que somos capaces y eficientes. Saber que podemos tocar el piano o construir una casa nos da una sensación de vitalidad, de agresiva independencia; pero destacar la capacidad por el deseo de seguridad psicológica es negar la plenitud de la vida. Jamás puede preverse el contenido de la vida; debe vivirse renovadamente a cada instante; pero le tememos a lo desconocido y por esto establecemos para nuestro beneficio zonas de seguridad psicológica en forma de sistemas, técnicas y creencias. Mientras busquemos la seguridad interna, el proceso total de la vida no puede comprenderse. La verdadera educación, al mismo tiempo que estimula el aprendizaje de una técnica, debe realizar algo de mayor importancia; debe ayudar al hombre a experimentar, a sentir el proceso integral de la vida. Es esta vivencia la que colocará la capacidad y la técnica en su verdadero lugar. Si alguien tiene algo que decir, el acto de decirlo crea su propio estilo, pero aprender un estilo sin la vivencia interna sólo conduce a la superficialidad.


 En todas partes del mundo los ingenieros diseñan febrilmente nuevas máquinas que no necesitan ser manipuladas por el hombre. En una vida gobernada casi completamente por la máquina, ¿en qué se ha de convertir el ser humano? Tendremos Cada vez más tiempo ocioso sin saber emplearlo con cordura, y procuraremos escapar de la ociosidad adquiriendo más conocimientos, buscando diversiones enervantes o forjando nuevos ideales. Creo que se han escrito muchos volúmenes sobre los ideales educativos; sin embargo, estamos en mayor confusión que nunca. No existe método alguno por medio del cual se pueda educar a un niño para que sea libre e íntegro. Mientras nos preocupamos por los principios, los ideales y los métodos, no ayudamos al individuo a liberarse de sus actividades egocéntricas con todos sus temores y conflictos.


Los ideales y los planes para una perfecta utopía, jamás nos traerán el cambio radical del corazón que es esencial, si hemos de poner fin a la guerra y a la destrucción universal. Los ideales no pueden cambiar nuestros valores actuales: Sólo pueden cambiarse mediante una educación genuina, que ha de fomentar la comprensión de lo que “es “. Cuando trabajamos unidos por la realización de un ideal, para el futuro, formamos a los individuos de acuerdo con nuestra concepción de ese futuro; no nos preocupamos en absoluto por los seres humanos, sino por la idea que tenemos de lo que los individuos deben ser. Lo que debe ser resulta mucho más importante para nosotros que lo que es o sea, el individuo con sus complejidades. Si comenzamos por comprender al individuo directamente, en vez de verlo a través nuestra visión de lo que debe ser, entonces sí nos interesamos en ver lo que es. Entones ya no deseamos transformar al individuo en otra cosa, sino ayudarlo a comprenderse a sí mismo; y en esto no hay provecho ni motivo personal. Si nos mantenemos totalmente atentos a lo que es, lo comprenderemos y nos veremos libre de ello pero para estar atentos a lo que somos, tenemos que dejar de luchar por algo que no somos.


Los ideales no tienen lugar en la educación porque impiden la comprensión del presente. No hay duda de que podemos prestar atención a lo que es, sólo cuando dejamos de huir hacia el futuro. Mirar al futuro, luchar por un ideal, indica pereza mental y deseo de evitar el presente. ¿No es la búsqueda de una utopía teórica concebida previamente, la negación de la libertad e integridad del individuo? Cuando uno sigue un ideal, una norma, cuando uno tiene ya una fórmula de lo que debe ser, ¿no está viviendo una vida muy superficial y automática? Lo que necesitamos no son ideales ni individuos con mentes mecanizadas, sino seres humanos integrales que sean inteligentes y libres. Forjarse el modelo de lo que debe ser una sociedad perfecta es motivo de luchas, y derramamientos de sangre por lo que debe ser, mientras ignoramos lo que “es”. Si los seres humanos fuesen entes mecánicos o máquinas automáticas, se podría predecir su futuro y se podría además trazar planes para una Utopía perfecta. Entonces podríamos hacer meticulosamente el plan de una sociedad futura, y trabajar para lograr su realización. Pero los seres humanos no son máquinas destinadas a trabajar según un modelo determinado.


Entre el tiempo presente y el futuro existe un inmenso intervalo, en el cual actúan sobre cada uno de nosotros innumerables influencias; y si sacrificamos el presente por el futuro, seguimos 12 trayectorias erróneas hacia un probable fin correcto. Pero los medios determinan el fin; y además, ¿Quiénes somos nosotros para decidir lo que el hombre debe ser? ¿Con qué derecho pretendemos moldearle de acuerdo con un determinado patrón derivado de algún libro, o forjado por nuestras propias ambiciones, esperanzas y temores? La verdadera educación no tiene nada que ver con ninguna ideología, por mucho que ésta prometa una utopía futura; ni está fundada en ningún sistema, por bien pensado que sea; ni tampoco constituye un medio de condicionar al individuo de una manera especial. La educación, en el verdadero sentido, capacita al individuo para ser maduro y libre; para florecer abundantemente en amor y bondad. En esto es que debiéramos estar interesados y no en moldear al niño de acuerdo con una norma idealista.


Cualquier método que clasifique a los niños de acuerdo con su temperamento y aptitud, no hace más que acentuar sus diferencias; crea antagonismos, estimula las divisiones sociales y no ayuda a desarrollar seres humanos íntegros. Es evidente, pues, que ningún método ni ningún sistema pueden asegurar una verdadera educación, y la estricta adhesión a un método particular demuestra indolencia por parte del educador. Mientras la educación se base en principios preparados de antemano, podrá tal vez producir hombres y mujeres eficientes, pero no seres humanos creadores. Sólo el amor puede crear la comprensión de los demás. Donde hay amor hay comunión instantánea con los otros, en el mismo nivel y al mismo tiempo. Por ser nosotros mismos tan secos, tan vacíos, tan faltos de amor, hemos permitido que los gobiernos y los sistemas se encarguen de la educación de nuestros hijos y de la dirección de nuestras vidas; mas los gobiernos quieren técnicos eficientes, y no seres humanos, porque los seres humanos son peligrosos para los gobiernos, así como también para las religiones organizadas. Por esto es que los gobiernos y las organizaciones religiosas buscan el dominio sobre la educación. La vida no puede adecuarse a un sistema, no puede estar sujeta a una norma, por noble que ésta se conciba; y una mente que se ha formado sólo de hechos y conocimientos es incapaz de enfrentarse a la vida en toda su diversidad, su sutileza, su profundidad y sus grandes alturas. Cuando educamos a nuestros hijos de acuerdo con un sistema de pensamiento o una disciplina particular, cuando les enseñamos a pensar dentro de determinados surcos y divisiones, les impedimos que lleguen a ser hombres y mujeres íntegros, y por consecuencia resultan  incapaces de pensar inteligentemente, o sea de hacerle frente a la vida en su totalidad.


La suprema función de la educación es producir un individuo integro que sea capaz de habérselas con la vida como un todo. Tanto el idealista, como el especialista, no se preocupan por el todo, sino por una parte. No puede haber integración mientras uno persigue un modelo ideal de acción; y la mayoría de los maestros que son idealistas han desechado el amor, porque tienen la mente seca y el corazón duro. Para estudiar a un niño, uno tiene que estar alerta, vigilante, sensible, receptivo; y esto requiere mucha mayor inteligencia y afecto que para animarlo a seguir un ideal. Otra función de la educación es crear nuevos valores. Implantar únicamente en la mente del niño valores ya existentes para moldearlo conforma a ciertos ideales, es condicionarlo sin despertar su inteligencia. La educación está íntimamente relacionada con la presente crisis del mundo, y el educador que ve las causas de este caos universal, debería preguntarse cómo ha de despertar la inteligencia en el estudiante, para así ayudar a la futura generación a no traer ulteriores conflictos y desastres. El educador debe poner todo su pensamiento, todo su cuidado y afecto en la creación de un verdadero ambiente y en el desarrollo de la comprensión, de tal modo que cuando el niño haya crecido y madurado sea capaz de enfrentarse inteligentemente con los problemas humanos que se le presenten. Pero para poder hacer esto, el educador debe comprenderse a sí mismo, en vez de confiar en ideologías, sistemas y creencias.


No pensemos en términos de principios e ideas; por lo contrario, demos atención a las cosas tal como son; porque es la consideración de lo que es lo que despierta la inteligencia, y la inteligencia del educador es mucho más importante que su conocimiento de un nuevo método de educación. Cuando seguimos un método, aunque éste haya sido elaborado por una persona reflexiva e inteligente, el método se convierte en algo muy importante; y los niños sólo resultan importantes en la medida en que encajen dentro del método. Medimos y clasificamos al niño, y después procedemos a educarlo con arreglo a algún plan. Este procedimiento puede ser conveniente para el maestro, pero ni la práctica de un sistema, ni la tiranía de la opinión y del proceso de aprendizaje, pueden producir un ser humano íntegro. La verdadera educación consiste en comprender al niño tal como es, sin imponerle un ideal de lo que opinamos que debiera ser. Encuadrarle en el marco de un ideal es incitarlo a ajustarse a ese ideal, lo que engendra en él temores y le produce un conflicto constante entre lo que es y lo que debiera ser; y todos los conflictos internos tienen sus manifestaciones externas en la sociedad. Los ideales son un obstáculo real para nuestra comprensión del niño y para que el niño se comprenda a sí mismo.


Un padre de familia que quiere realmente comprender a su hijo no lo mira a través del velo de un ideal. Si ama a su hijo, lo observa directamente, estudia sus tendencias, sus caprichos, sus peculiaridades. Es sólo cuando no sentimos amor por el niño que le imponemos un ideal, porque entonces son nuestras ambiciones las que tratan de realizarse en él, queriendo que llegue a ser esto o aquello. Si amamos al niño, entonces hay una posibilidad de ayudarle a que se comprenda a sí mismo tal como es. Si un niño miente, por ejemplo, ¿de qué sirve ponerle delante el ideal de la verdad? Primero hay que averiguar por qué miente. Para ayudarlo necesitamos tiempo para estudiarlo y observarlo, lo cual requiere paciencia, amor y cuidado; por otra parte, cuando no sentimos amor ni tenemos comprensión, obligamos al niño a seguir un molde que llamamos un ideal. Los ideales son un escape conveniente, y el maestro que los sigue es incapaz de comprender a sus alumnos y de trabajar con ellos inteligentemente. Para ese maestro el ideal futuro, lo que el niño debe ser, es mucho más importante que lo que el niño es en el presente. La persecución de un ideal excluye el amor, y sin amor no se puede resolver ningún problema humano.


Si el maestro es un verdadero maestro, no dependerá de un método, sino que estudiará a cada alumno individualmente. En nuestras relaciones con los niños y los jóvenes, debemos pensar que no estamos bregando con artefactos mecánicos, que se pueden reparar con facilidad, sino seres vivientes, que son impresionables, volubles, miedosos, sensibles, afectuosos; y que para convivir con ellos tenemos que estar dotados de gran comprensión, tenemos que poseer la fuerza de la paciencia y del amor. Si nos faltan estas cualidades, buscamos remedios fáciles y rápidos con la esperanza de obtener resultados maravillosos y automáticos. Si no estamos alertas, si nuestras actitudes y acciones son mecánicas, nos asustaremos ante cualquier exigencia perturbadora que no podamos vencer por reacciones automáticas; y ésta es una de nuestras mayores dificultades en la educación. El niño es el resultado del pasado y del presente y está ya condicionado por estas circunstancias. Si le transmitimos nuestro pasado, perpetuaremos su condicionamiento y el nuestro. Hay una transformación radical sólo cuando comprendemos nuestro condicionamiento y nos libertamos de él. Discutir lo que debe ser la verdadera educación, mientras nosotros mismos estamos condicionados, es completamente fútil.


Mientras los niños son tiernos, debemos, por supuesto, protegerlos de todo daño físico, e impedir que se sientan físicamente inseguros. Pero desgraciadamente no nos detenemos ahí; queremos dar forma a su manera de pensar y sentir; queremos amoldarlos a nuestros anhelos e intenciones. Procuramos plasmarlo en nuestros hijos para perpetuar en ellos nuestro ser. Construimos muros a su alrededor, los condicionamos con nuestras creencias ideológicas, con nuestros temores y esperanzas, y entonces nos lamentamos y oramos cuando los matan o los mutilan en las guerras, o cuando sufren de alguna otra manera con las experiencias de la vida. Tales experiencias no proporcionan libertad; por el contrario, fortifican la voluntad del “yo”. El “yo” está compuesto de una serie de reacciones defensivas y expansivas, y su realización se manifiesta siempre en sus propias proyecciones y en las identificaciones que lo satisfacen. Mientras traduzcamos la vivencia en términos del “yo” del “mi”, y de “lo mío”; mientras el “yo”, el “ego”, se mantenga por medio de sus reacciones, la experiencia no podrá liberarse del conflicto de la confusión y del dolor. La libertad sólo existe cuando comprendemos las actuaciones del “yo”, del que vive la experiencia. Solo cuando el “yo” con sus acumuladas reacciones, no es el que vive la experiencia, esa vivencia adquiere una significación completamente diferente y se convierte en creación. Si ayudáramos al niño a liberarse de las actuaciones del ego, que causan tanto sufrimiento, entonces cada uno de nosotros se dispondría a alterar profundamente su actitud y su relación  con el niño. Los padres y los educadores, mediante su propio pensamiento y conducta, pueden ayudar al niño a liberarse y a florecer en amor y bondad.


La educación actual no estimula en modo alguno la comprensión de las tendencias heredadas y de las influencias ambientales, que condicionan la mente y el corazón y mantienen el temor; y por lo tanto no nos ayuda a romper con los condicionamientos y a crear seres humanos íntegros. Cualquier forma de educación que se ocupe sólo de una parte, y no de la totalidad del hombre, inevitablemente ha de aumentar los conflictos y los sufrimientos. Es sólo en la libertad individual que el amor y la bondad pueden florecer; y sólo la verdadera clase de educación puede ofrecer esa libertad. Ni la conformidad con la sociedad del presente, ni la promesa de una utopía futura, podrán dar jamás al individuo la intuición, sin la cual está creando problemas constantemente. El verdadero educador, viendo la naturaleza interna de la libertad, ayuda a cada alumno individualmente a observar y a comprender los valores e imposiciones que son proyección de sí mismo; lo ayuda a estar alerta a las influencias condicionadas que lo rodean, y a sus propios  deseos, factores ambos que limitan su mente y engendran temor; lo ayuda según va haciéndose hombre, a observarse y comprenderse en relación con todas las cosas, porque es el ansia de la realización del yo, lo que trae conflictos y tristezas interminables. Indudablemente que es posible ayudar al individuo a percibir los valores perdurables de la vida, sin condicionamiento. Algunos dirán que este desarrollo total del individuo ha de conducir al caos; pero, ¿será así? Ya existe la confusión en el mundo, y esta confusión ha surgido por no haber educado al individuo a comprenderse a sí mismo. Al mismo tiempo que se le ha dado un poco de libertad superficial, también se le ha enseñado a amoldarse, a aceptar los valores existentes.


Contra esta regimentación muchos se rebelan; pero desgraciadamente su rebelión es una simple reacción egoísta, que obscurece aún más nuestra experiencia. El verdadero educador, alerta a la tendencia de la mente hacia la reacción, ayuda al alumno a alterar los valores del presente, no como reacción contra ellos, sino a través de su comprensión del proceso total de la vida. La plena cooperación entre los hombres, no es posible sin la integración que la verdadera educación puede ayudar a despertar en el individuo. ¿Por qué estamos tan seguros de que ni ésta, ni la próxima generación, aún mediante la verdadera clase de educación, podrán lograr ninguna alteración fundamental en las relaciones humanas? Nunca lo hemos intentado, y como la mayor parte de nosotros aparentemente le tenemos miedo a la verdadera educación, no nos sentimos inclinados a hacer la prueba. Sin investigar realmente esta cuestión en su totalidad, afirmamos que la naturaleza humana no puede cambiarse, aceptamos las cosas como están y estimulamos al niño a que se ajuste a la sociedad actual; lo condicionamos a nuestros modos actuales de vida y esperamos que suceda lo mejor. ¿Pero puede considerarse educación esa conformidad con los valores del presente, que nos conducen a la guerra y al hambre?


No nos engañemos creyendo que este condicionamiento ha de lograr la inteligencia y la felicidad. Si permanecemos temerosos, faltos de afecto, apáticos sin esperanza, ello significa que realmente no sentimos interés en estimular al individuo a florecer abundantemente en amor y bondad, y, por el contrario, preferimos que siga cargando con la miseria, con las cuales nos hemos agobiado y de las cuales él también forma parte. Condicionar al alumno para que acepte el ambiente actual es evidentemente una estupidez. A menos que voluntariamente efectuemos un cambio radical en la educación, somos directamente responsables de la perpetuación del caos y de la miseria; y cuando finalmente sobrevenga alguna revolución monstruosa y brutal, esto sólo ofrecerá a otro grupo de personas la oportunidad de cometer crueldades y explotaciones. Cada grupo que sube al poder desarrolla sus propios métodos de opresión; ya sea la persuasión psicológica o la fuerza bruta. Por razones políticas e industriales, la disciplina se ha convertido en un factor importante en la presente estructura social, y es por nuestro deseo de tener seguridad psicológica que aceptamos y practicamos varias formas de disciplina. La disciplina garantiza un resultado, y para nosotros el fin es más importante que loe medios; mas esos medios determinan el fin.


  Uno de los peligros de la disciplina es que el sistema adquiere más importancia que los seres humanos que están dentro del sistema. La disciplina se convierte entonces en un sustituto del amor; y es a causa de la vaciedad de nuestros corazones que nos adherimos a la disciplina. La libertad no puede surgir jamás a través de la disciplina ni de la resistencia; la libertad no es una meta ni un fin que ha de lograrse. La libertad se encuentra en el principio, no en el fin; ni tampoco ha de encontrase en un ideal remoto. La libertad no significa la oportunidad de lograr la satisfacción propia o el ignorar la consideración a los demás. El maestro que es sincero protegerá a los discípulos y les ayudará por todos los medios posibles a crecer hacia la verdadera clase de libertad; pero le será imposible hacer esto si él mismo está aferrado a una ideología, si es en alguna forma dogmático o egoísta. La sensibilidad no puede jamás despertarse por la fuerza. Podemos obligar a un niño a estarse quieto exteriormente, pero no nos enfrentamos cara a cara con aquello que lo hace ser obstinado, cínico, etc. La fuerza provoca el antagonismo y el temor. El premio o el castigo en cualquier forma sólo embotan la mente y la someten; y si esto es lo que deseamos, entonces la educación por la fuerza es un medio excelente de proceder.


Pero tal educación no puede ayudarnos a comprender al niño, ni puede crear un adecuado ambiente social en el que dejen de existir el separatismo y el odio. En el amor al niño se encuentra implícita la verdadera educación. Pero la mayor parte de nosotros no amamos a nuestros hijos; sentimos ambición por ellos, lo que significa que sentimos ambición por nosotros mismos. Desgraciadamente estamos tan atareados con las ocupaciones de la mente, que tenemos poco tiempo para sentir los impulsos del corazón. Después de todo, la disciplina implica resistencia; y ¿se conseguirá alguna vez el amor mediante la resistencia? La disciplina sólo puede edificar muros a nuestro alrededor; es siempre exclusiva, y siempre provocadora de conflictos. La disciplina no conduce a la comprensión, porque a la comprensión se llega mediante la observación, mediante el estudio, sin perjuicios de ninguna especie. La disciplina es una manera muy fácil de dominar a un niño, pero no le ayuda a comprender los problemas que envuelve la vida. Alguna forma de compulsión, como la disciplina de premios y castigos, puede ser necesaria para mantener el orden y la aparente quietud de un gran número de alumnos hacinados en un salón de clases; pero con un buen educador y un número reducido de alumnos, ¿sería acaso necesaria alguna represión que eufemísticamente llamáramos disciplina?. Si las clases son pequeñas y el maestro puede dar toda su atención a cada alumno, observándolo y ayudándolo, entonces la compulsión o la fuerza en cualquier forma es evidentemente innecesaria. Si en un grupo de esta clase algún alumno persiste en desordenar, o en ser injustificadamente molesto, el educador debe inquirir o investigar la causa de su conducta incorrecta, que puede ser una mala dieta, falta de descanso, disgustos familiares o algún temor oculto.


En la verdadera educación esta implícito el cultivo de la libertad y la inteligencia, lo cual no es posible cuando hay alguna forma de compulsión, con sus temores consiguientes. Al fin y al cabo la misión del maestro es ayudar al alumno entender las complejidades de la totalidad de su ser. Exigirle que reprima una parte de su naturaleza en beneficio de otra parte, es crear en él conflictos interminables que dan por resultado antagonismos sociales. Es la inteligencia y no la disciplina la que produce el orden. La conformidad y la obediencia no caben en la verdadera educación. La cooperación entre el maestro y el alumno es imposible si no hay afecto y respeto mutuos. Cuando se les exige a los niños que respeten a los mayores, tal acción generalmente se convierte en hábito, en mera actuación externa y el temor asume la apariencia de veneración. Sin respeto y consideración no es posible que haya relación vital, especialmente cuando el maestro es un simple instrumento de sus conocimientos. Si el maestro exige respeto de parte de sus alumnos, y él a su vez los respeta muy poco, evidentemente esto ocasionará indiferencia y falta de respeto por parte de ellos. Sin respeto a la vida humana, el conocimiento sólo conduce a la destrucción y la miseria. El cultivo del respeto que se debe a los demás es parte esencial de la verdadera educación; pero si el educador no posee esa cualidad, no puede ayudar a sus alumnos a vivir una vida íntegra.


La inteligencia es el discernimiento de lo esencial, y para discernir lo esencial hay que estar libre de los impedimentos que la mente proyecta en busca de su propia seguridad y comodidad. El temor es inevitable mientras la mente busca seguridad; y cuando los seres humanos están regimentados en alguna forma, se destruyen la inteligencia y la actitud alerta. El fin de la educación es cultivar las verdaderas relaciones que deben existir no sólo entre los individuos, sino también entre éstos y la sociedad; y es por eso esencial que la educación, ante todo, ayude al individuo a comprender sus propios procesos psicológicos. La inteligencia consiste en comprender a sí mismo y en proyectarse más allá de y sobre sí mismo; pero no puede haber inteligencia mientras haya temor. El temor pervierte la inteligencia y es una de las causas de la acción egoísta. La disciplina puede suprimir el temor, pero no lo destruye; y el conocimiento superficial que recibimos hoy día es la educación, oculta aún más ese temor. Cuando somos niños, el temor se nos inculca a la mayoría de nosotros en la escuela y en el hogar. Ni los padres ni los maestros tienen la paciencia ni el tiempo ni la sabiduría para disipar los temores instintivos propios de la niñez, los cuales, según vamos creciendo, dominan nuestras actitudes y nuestros juicios y nos crean muchos problemas. La verdadera educación debe tener en consideración este problema del temor, porque el temor deforma nuestra visión total de la vida. No tener miedo es el principio de la sabiduría, y sólo la verdadera educación puede lograr la liberación del temor, en la cual existe únicamente la profunda inteligencia creadora.


El premio o el castigo por una acción, lo único que hace es fortalecer el egoísmo. Actuar por respeto o consideración a otra persona, en el nombre de Dios o de la patria, conduce al temor; y el temor no puede ser la base de la acción buena. Si quisiéramos ayudar al niño a ser considerado para con los demás, no deberíamos usar el amor como soborno, sino que debiéramos tomar el tiempo que fuese necesario y tener la paciencia de explicar las formas de la consideración. No existe el respeto a otra persona cuando por ello hay una recompensa; porque el soborno o el castigo resultan más significativos que el sentimiento de respeto. Si no le tenemos respeto al niño, y sólo le ofrecemos una recompensa o le amenazamos con un castigo, estimulamos la codicia y el temor. Puesto que nosotros mismos hemos sido educados a actuar con miras egoístas, no vemos cómo pueda haber acción libre del deseo de ganancia. La verdadera educación habrá de estimular el pensar en los demás, y la actitud de consideración hacia ellos sin atractivo ni amenaza de ninguna clase. Si no esperamos por más  tiempo resultados inmediatos, comenzaremos a ver la importancia de que el educador y el niño estén libres del temor al castigo, de la esperanza de la recompensa, así como de cualquiera otra forma de compulsión; pero la compulsión continuará mientras la autoridad forme parte de las relaciones humanas. Someterse a la autoridad tiene muchas ventajas si se piensa en términos de ganancias y motivos personales; pero una educación basada en la prosperidad y el beneficio personales sólo puede edificar una estructura social caracterizada por la competencia, el antagonismo y la crueldad. Esta es la clase de sociedad en que hemos sido educados, y son evidentes nuestra animosidad y confusión.


Se nos ha enseñado a doblegarnos ante la autoridad de un maestro, de un libro, de un partido, porque es provechoso hacerlo así. Los especialistas en todos los compartimentos de la vida, desde el sacerdote hasta el burócrata, ejercen su autoridad y nos dominan; pero ningún maestro ni ningún gobierno que usen la fuerza, podrán jamás crear el espíritu de cooperación en la vida de relación, que es esencial para el bienestar de la sociedad. Si hemos de tener verdaderas relaciones humanas los unos con los otros, no debe haber compulsión, ni siquiera persuasión. ¿Cómo puede haber afecto y cooperación genuinos entre los que están en el poder y los que están sometidos a ese poder? Mediante la consideración desapasionada de esta cuestión de la autoridad y sus muchas implicaciones, a través de la observación de que el mismo deseo de poder es en sí destructivo, surge enseguida una comprensión espontánea de todo el proceso de la autoridad. Desde el momento en que desechamos la autoridad, estamos en consorcio con los demás, y sólo entonces es que hay cooperación y afecto. El problema vital de la educación es el educador. Aún un pequeño grupo de alumnos se convierte en instrumento de importancia personal del educador, si éste utiliza la autoridad como medio para su propia liberación, si la enseñanza es para él una expansiva realización de sí mismo. Pero la mera aceptación intelectual o verbal de los efectos nocivos de la autoridad, es estúpida y vana.


 Debemos tener un profundo conocimiento de los ocultos móviles de la autoridad y del dominio. Si vemos que la inteligencia nunca puede despertarse por la fuerza, el darnos cuenta de ese hecho disipará nuestros temores, y entonces comenzaremos a cultivar un nuevo ambiente, que transcenderá en gran manera el actual orden social y será opuesto a él. 21 Para comprender el significado el significado de la vida con sus conflictos y dolores, tenemos que pensar con independencia de toda autoridad, inclusive la autoridad de la religión organizada; pero si en nuestro deseo de ayudar al niño, colocamos ante él ejemplos autoritarios, estaremos estimulando el temor la imitación y varias formas de superstición.Los que tienen inclinaciones religiosas tratan de imponer al niño las creencias, esperanzas y temores que ellos a su vez han adquirido de sus padres; y los que son antirreligiosos sienten igualmente el mismo deseo de ejercer su influencia sobre el niño, para que acepte el modo particular de pensar que ellos tienen. Todos nosotros queremos que nuestros hijos acepten nuestra forma de culto, o que sigan de corazón nuestra ideología preferida. Es tan fácil enredarse en imágenes y fórmulas, ya sean inventadas por nosotros mismos o por otras personas, que se hace necesario estar a la expectativa y en actitud alerta para evitarlo. Lo que llamamos religión es simplemente una creencia organizada, con sus dogmas, ritos, misterios y supersticiones. Cada religión tiene su propio libro sagrado, su mediador, sus sacerdotes y sus fórmulas para amenazar y retener a la gente. La mayor parte de nosotros hemos sido condicionados a todo esto, que se considera educación religiosa; pero este condicionamiento coloca al hombre frente al hombre, crea antagonismo, no sólo entre los creyentes, sino también contra los que tiene otras creencias. Aunque todas las religiones afirman que adoran a Dios y dicen que debemos amarnos los unos a los otros, inculcan el con sus doctrinas de premios y castigos, y con sus dogmas de competencia perpetúan la suspicacia y el antagonismo.


Los dogmas, los misterios y los ritos no conducen a la vida espiritual. La educación religiosa, en su verdadero sentido, ha de estimular al niño a comprender su propia relación con las personas, las cosas y la naturaleza. No hay existencia sin relación; y sin el conocimiento de sí mismo toda relación con uno o con muchos, trae conflictos y dolores. Por supuesto que explicar esto cabalmente a un niño es imposible; pero si el educador y los padres captan a plenitud el significado de la convivencia, entones por su actitud, su conducta y su lenguaje, seguramente podrán trasmitir al niño la significación de la vida espiritual, sin necesidad de usar muchas palabras ni muchas explicaciones. Lo que llamamos educación religiosa desalienta la interrogación y la duda, sin embargo, sólo cuando investigamos la significación de los valores que la sociedad y la religión han colocado ante nosotros, es cuando comenzamos a averiguar lo que es la verdad. Es función del educador examinar profundamente sus propios pensamientos y sentimientos, y desechar los valores que le han proporcionado seguridad y satisfacción, pues sólo entonces puede ayudar a sus alumnos a estar alertas ante sí mismos y a comprender sus propias urgencias y sus propios temores.


La mejor época para crecer en rectitud y claridad es la niñez; y aquellos de nosotros que somos mayores podemos, si tenemos comprensión, ayudar a los jóvenes a liberarse de los obstáculos que la sociedad les ha impuesto, así como también de los que ellos mismos están imponiéndose. Si lamente y el corazón del niños no están moldeados por previos conceptos y prejuicios religiosos, entonces tendrá libertad para descubrir mediante el conocimiento de sí propio, lo que está más allá y por encima de su yo. La verdadera religión no es un conjunto de creencias y ritos, esperanzas y temores; y si podemos permitir al niño que crezca sin estas influencias perjudiciales, entonces quizá, según vaya adquiriendo madurez, comenzará a inquirir con respecto a la naturaleza de la realidad, de Dios. Es por eso que para educar a un niño es necesario tener profundo conocimiento y comprensión. La mayor parte de los que tienen inclinaciones religiosas, que hablan de Dios y de la inmortalidad, fundamentalmente no creen en la libertad individual ni en la integración. Sin embargo, la verdadera religión es el cultivo de la libertad en la búsqueda de la verdad. No puede haber componenda con la libertad. La libertad parcial del individuo no es libertad. Cualquier condicionamiento, ya sea político o religioso, no es libertad, y por lo tanto no podrá jamás traer paz.


La religión no es una forma de condicionamiento. Es un estado de tranquilidad en el cual está la realidad, Dios; pero ese estado creativo puede llegar a ser sólo con el conocimiento propio y la libertad. La libertad trae la virtud, y sin virtud no puede haber tranquilidad. La mente tranquila no es una mente condicionada; no ha sido disciplinada o adiestrada para estar quieta. La quietud lega solamente cuando la mente comprende sus modos de proceder, que son los del “yo”, del ego. La religión organizada es el pensamiento congelado del hombre, del cual edifica templos e iglesias; se ha convertido en solaz para los temerosos, y en opio para los afligidos. Pero Dios o la verdad, están mucho más allá del pensamiento y de las demandas emocionales. Los padres de familia y los maestros que reconocen sus procesos psicológicos que infunden miedo y tristeza, deben poder ayudar a los jóvenes a observar y entender sus propios conflictos y aflicciones. Si nosotros, como mayores, podemos ayudar a los niños, según van creciendo, a pensar con claridad y desapasionamiento, a amar, no a albergar animosidades, ¿qué más hay que hacer?


 La verdadera educación religiosa es la que ayuda al niño a comprender inteligentemente, a discernir por sí mismo lo temporal y lo real, y a enfrentarse desinteresadamente a la vida. ¿No sería, por lo tanto, más significativo empezar cada día en el hogar y el la escuela con algún pensamiento serio, o con un ejercicio de lectura que tenga profundidad y significación, más bien que mascullando palabras o frases frecuentemente repetidas? Las generaciones pasadas, con sus ambiciones, tradiciones e ideales, han traído al mundo miseria y destrucción. Tal vez las generaciones venideras, con la verdadera clase de educación, puedan poner fin a este caos y establecer un orden social más feliz. Si los jóvenes tienen el espíritu de investigación y buscan constantemente la verdad de todas las cosas, ya sean políticas o religiosas, personales o ambientales, entonces la juventud tendrá una gran significación y hay esperanza de un mundo mejor. La mayor parte de los niños son curiosos, quieren saber; pero su ansiedad de inquirir queda embotada por nuestras aseveraciones pontificales, nuestra impaciencia suprema y nuestra actitud de indiferencia que aparca bruscamente a un lado su curiosidad. Nosotros no estimulamos a los niños para que pregunten, porque estamos recelosos de lo que puedan preguntarnos; y no alentamos su descontento, porque nosotros mismos ya hemos dejado de cuestionar.


La mayoría de los padres y los maestros te temen al descontento porque perturba todas las formas de seguridad; y por eso estimulan a los jóvenes a reprimirlo por medio de empleos permanentes, de herencias, alianzas matrimoniales y el consuelo de los dogmas religiosos. Las personas mayores, conociendo demasiado bien las muchas maneras de entorpecer la mente y el corazón, proceden a embotar al niño tanto como ellos lo están, imponiéndole las autoridades, las tradiciones y las creencias que ellas mismas han aceptado. Sólo estimulando al niño a que cuestione el libro, cualquiera que sea, a que investigue la validez de los valores sociales existentes, de las tradiciones, de las formas de gobierno, de las creencias religiosas, etc., pueden los educadores y los padres de familia tener la esperanza de despertar y mantener la comprensión crítica y la profunda intuición del niño.


Los jóvenes, si el que están realmente vivos, se sienten llenos de esperanzas e inquietudes; debe ser así, de lo contrario ya están viejos y muertos, y los viejos son los que una vez estuvieron descontentos, pero que han tenido éxito en apagar esa llama y han encontrado seguridad y consuelo de varias maneras. Anhelan tener permanencia para ellos y sus familiares, y ansían ardorosamente la certeza de sus ideas, la seguridad en sus relaciones y en sus pertenencias; de modo que tan pronto se sienten descontentos, se abstraen en sus responsabilidades, en sus ocupaciones, o en cualquier otra cosa, a fin de eludir ese sentimiento perturbador de descontento. Cuando somos jóvenes estamos en la época de sentir el descontento, no sólo con nosotros mismos, sino también con todo lo que nos rodea. Debemos aprender a pensar con claridad y sin perjuicios, para no sentirnos interiormente esclavizados y temeroso. La independencia no es para esa sección coloreada del mapa que llamamos nuestro país, sino para nosotros como individuos; y aunque exteriormente seamos dependientes unos de otros, esta mutua dependencia no se hace cruel ni opresiva, si internamente, estamos libres del anhelo de poderío, posición y autoridad. Debemos entender el descontento, del cual la mayoría de nosotros siente temor. El descontento puede traer lo que parece ser desorden; pero si conduce, como debiera, al conocimiento propio, a la propia abnegación, entonces creará un nuevo orden social y una paz duradera. Con la propia abnegación surge un gozo inconmensurable.


El descontento es el medio que conduce a la libertad; pero para inquirir sin prejuicios, no debe haber ninguna exacerbación emocional, que a menudo se presenta en forma de reuniones políticas, gritos de combate, búsqueda de un “gurú” o maestro espiritual u orgías religiosas de todas clases. Este exceso emocional embota la mente y el corazón, incapacitándolos para intuir y por lo tanto haciéndolos fácilmente moldeables por las circunstancias y el miedo. Es el deseo vehemente de investigar, y no la fácil imitación de la multitud, lo que ha de producir una nueva comprensión de las modalidades de vida. Los jóvenes se dejan persuadir muy fácilmente por el sacerdote o por el político, por el rico o por el pobre, a pensar de una manera determinada; pero la verdadera clase de educación debe ayudarles a vigilar estas influencias para no repetir como loros los estribillos partidistas, ni caer en astutas trampas de ambición, ya sea la propia o la ajena. No deben permitir los jóvenes que la autoridad les sofoque el corazón la mente. Seguir a otro, por grande que sea, o adherirse a una ideología lisonjera, no ha de contribuir a la paz mundial.


Cuando salimos de la escuela o de la universidad, muchos de nosotros echamos a un lado los libros y nos parece que ya hemos terminado con todo lo que sea aprendizaje; y hay otros que sienten el estímulo de continuar pensando con más amplitud, que se mantienen leyendo y captando lo que otras personas han dicho, y se convierten en adictos al conocimiento. Mientras exista el culto por el conocimiento o por la técnica como medio para llegar al triunfo y al poder, tiene que haber rivalidad despiadada, antagonismo y lucha incesante por el pan. Mientras el éxito sea nuestra meta, no podemos liberarnos del temor, porque, el deseo de triunfar, inevitablemente engendra el temor al fracaso. Por eso a los jóvenes no se les debe inculcar el culto al éxito. La mayor parte de la gente busca el triunfo en una u otra forma, ya sea en una cancha de tenis, en el mundo de los negocios, o en la política. Todos queremos estar en primer puesto, y ese deseo crea constante conflicto en nosotros mismos y con nuestros vecinos; nos lleva a la rivalidad, la envidia, la animosidad y finalmente a la guerra. De la misma manera que los mayores, la juventud busca éxito y seguridad; aunque al principio esté descontenta, pronto se torna respetable y no se atreve ir en contra de la sociedad. Los muros de sus propios deseos empiezan a encerrarlos, se alinean con los demás, y finalmente asumen las riendas de la autoridad. Su descontento, que es la propia llama de la investigación, de la búsqueda, de la comprensión, se apaga y muere; y en su lugar aparece el deseo de encontrar un puesto mejor, un matrimonio ventajoso o una carrera de porvenir, todo lo cual es la manifestación del ansia de mayor seguridad.


No hay diferencia esencial entre el viejo y el joven, pues ambos son esclavos de sus propios deseos y placeres. La madurez no es cuestión de edad; viene con la comprensión. El espíritu ardiente de investigación se encuentra tal vez más fácilmente en los jóvenes, porque los viejos han sido ya vapuleados por la vida, gastados por los conflictos, y sólo les espera la muerte en una u otra forma. Esto no significa que no sean capaces de hacer investigaciones, con un propósito, sino que estas cosas les ocasionan más dificultad. Muchos adultos son inmaduros, más bien infantiles, y ésta es una de las causas que contribuyen a la confusión y a la miseria del mundo. Son los viejos los responsables de la crisis moral y económica prevaleciente; y una de las más desgraciadas flaquezas, es que esperamos que alguien actúe por nosotros y cambie el rumbo de nuestras vidas. Esperamos que otros sean los que se rebelen y construyen de nuevo, mientras nosotros permanecemos inactivos hasta estar seguros de los resultados. La mayor parte de nosotros perseguimos la seguridad y el éxito; y una mente que busca la seguridad, que ansía el triunfo, no es inteligente y es por lo tanto incapaz de la acción integrada. Sólo puede haber acción integral si una comprende su propio condicionamiento, sus prejuicios raciales, nacionales, políticos y religiosos; es decir, si uno se da cuenta de que las modalidades del “yo” tienden siempre a la separatividad. La vida es un pozo de aguas profundas. Podemos llegar hasta él con baldes pequeños y sacar sólo poco agua, o podemos venir con grandes cubos y sacar mucho agua para alimentarnos y fortalecernos. Cuando se es joven se está en la época de investigar, de experimentar con todo. La escuela debe ayudar a los jóvenes a descubrir su vocación y sus responsabilidades, y no meramente atiborrar sus mentes con datos y conocimiento técnico; debe ser la tierra en la cual puedan crecer sin miedo, feliz e íntegramente. Educar a un niño es ayudarlo a comprender la libertad y la integración. Para tener libertad tiene que haber orden, que sólo la virtud puede dar; y la integración sólo se produce en medio de una gran sencillez. Partiendo de innumerables complejidades debemos llegar a la sencillez. Debemos ser sencillos en nuestra vida interna y en nuestras necesidades externas.


La educación de hoy se ocupa tan sólo de la eficiencia externa; desatiende totalmente o pervierte deliberadamente la naturaleza interna del hombre; desarrolla sólo una parte de él y abandona el resto para que se desenvuelva lentamente lo mejor que pueda. Nuestra confusión, nuestro antagonismo y nuestros temores internos, siempre dominan la estructura externa de la sociedad, no importa lo hábilmente construida que esté. Cuando no hay verdadera educación nos destruimos mutuamente, y es imposible la seguridad física de cada uno. Educar bien al alumno es ayudarlo a entender el proceso total de su ser; porque sólo cuando hay integración de la mente y el corazón en cada acción cotidiana, es que puede haber inteligencia y transformación interna. Al ofrecer información y entrenamiento técnico la educación, sobre todo, estimular una visión integral de la vida; debe ayudar al alumno a reconocer y a destruir en sí mismo, todas las distinciones y todos los perjuicios sociales y disuadirlo de la persecución codiciosa del poder y de la autoridad. Debe estimularle a la verdadera observación de sí mismo y a vivir la vida en su totalidad, lo cual no es dar significación sólo a una parte, al “mí”, y a “lo mío”, sino ayudar a la mente a ir por encima y más allá de sí mismo para descubrir lo real. Se llega a la libertad únicamente mediante el conocimiento de sí mismo en los menesteres cotidianos; es decir, en las relaciones con la gente, con las cosas, con las ideas y con la naturaleza. Si el educador ayuda al estudiante a integrarse, no puede acentuar de un modo fanático o irrazonable, ningún aspecto particular de la vida. Es la comprensión del proceso total de la existencia lo que produce la integración. Cuando hay autoconocimiento cesa el poder de crear ilusiones; y sólo entonces es posible que la realidad o Dios sea.





LA EDUCACIÓN Y EL SENTIDO DE LA VIDA - J.K. - INTRODUCCIÓN

La Educación y el Significado de la Vida 

Cuando se viaje alrededor del mundo, se observa hasta qué grado extraordinario la naturaleza humana es la misma, ya sea en India o en América, en Europa o Australia. Puede corroborarse este hecho especialmente en los colegios y universidades. Estamos produciendo, como por molde, un tipo de ser humano cuyo principal interés en la vida es encontrar seguridad, llegar a ser un personaje importante, o meramente divertirse con la mínima reflexión posible.

La educación convencional hace sumamente difícil el pensamiento independiente. La conformidad conduce a la mediocridad. Ser diferente del grupo o resistir el ambiente no es fácil, y a menudo es peligroso, mientras rindamos culto al éxito. La urgencia de alcanzar éxito en la vida, que es la recompensa que esperamos por nuestro trabajo, ya sea en lo material o en la llamada esfera espiritual, la búsqueda de seguridad interna o externa, el deseo de conformidad, todo este proceso ahoga el descontento, pone fin a la espontaneidad y engendra el temor, y el temor obstruye la inteligente comprensión de la vida. A medida que se envejece, la mente se embota y se insensibiliza el corazón.

En la búsqueda de bienestar y comodidad generalmente nos refugiamos en un rincón de la vida donde encontramos un mínimo de conflictos, y entonces tenemos miedo de salir de ese refugio. Este temor a la vida, este temor a la lucha y a las nuevas experiencias, mata en nosotros el espíritu de aventura. Toda la educación que hemos recibido nos hacer temer el ser diferentes a los demás o el pensar de distinta manera a la norma establecida por la sociedad, que aparentemente respeta la autoridad y la tradición.

Afortunadamente hay unos pocos que son sinceros; que están deseosos de examinar los problemas humanos sin prejuicios de ninguna clase; pero en la gran mayoría de nosotros no existe el espíritu de la conformidad ni el de la rebeldía. Cuando sin la actitud de comprensión cedemos a las circunstancias del ambiente, el espíritu de rebeldía que pudiéramos haber tenido desaparece y nuestras responsabilidades pronto le ponen fin.

La rebeldía es de dos clases: la violenta, que es una mera reacción, sin entendimiento, contra el orden establecido; y la rebeldía profundamente psicológica de la inteligencia. Hay muchos que se rebelan contra la ortodoxia establecida sólo para caer en otras ortodoxias, en otras ilusiones y en ocultas indulgencias para sí mismos. Lo que generalmente sucede es que nos separamos de un grupo o de un círculo de ideales y nos identificamos con otros grupos u otros ideales creando así una nueva norma de pensamiento contra la cual tendremos que rebelarnos más adelante. La reacción sólo produce oposición y la reforma necesita reformas ulteriores.

Pero hay una rebeldía inteligente que no es reacción y que viene del conocimiento propio, como consecuencia de la comprensión de nuestros pensamientos y sentimientos. Es sólo cuando nos enfrentamos con la experiencia tal como se presenta sin evitar perturbaciones, que mantenemos alerta nuestra inteligencia; y la inteligencia sumamente alerta es intuición, que es la única verdadera guía de la vida.

Ahora bien, ¿qué significa la vida? ¿Para que vivimos y luchamos? Si nos educamos simplemente para lograr honores, o alcanzar una buena posición, o ser más eficientes, poder dominar a los demás, entonces nuestras vidas estarán vacías y carecerán de profundidad. Si sólo nos educamos para ser científicos, eruditos aferrados a los libros, o especialistas apasionados por el conocimiento, entonces estaremos contribuyendo a la destrucción y a la miseria del mundo.

 Aunque existe una más alta y más noble significación de la vida, ¿qué valor tiene la educación si no la descubrimos jamás? Podemos ser muy instruidos, pero si no tenemos una honda integración de pensamiento y sentimiento, nuestras vidas resultan incompletas, contradictorias y atormentadas por innumerables temores; y mientras la educación no cultive una visión integral de la vida, tiene muy poca significación.

En nuestra civilización actual hemos dividido la vida en tantos departamentos que la educación tiene muy poco significado, excepto cuando aprendemos una profesión o una técnica determinada. En vez de despertar la inteligencia integral del individuo, la educación lo estimula para que se ajuste a un molde, y por lo tanto, le impide la comprensión de sí mismo como un proceso total. Intentar resolver los muchos problemas de la vida en sus respectivos niveles, separados como están en varias categorías, indica una completa falta de comprensión.

El individuo se compone de diferentes entidades, pero el acentuar esas diferencias y el estimular el desarrollo de un tipo definido, lleva a muchas complejidades y contradicciones. La educación debe efectuar la integración de estas entidades separadas, porque sin integración la vida se convierte en una serie de conflictos y sufrimientos. ¿De qué vale que nos hagamos abogados, si perpetuamos los pleitos? ¿De que vale el conocimiento, si continuamos en la confusión? ¿De que valen las habilidades técnicas e industriales si las usamos para destruirnos? ¿Cuál es el valor de la existencia si nos ha de llevar a la violencia y a la completa desdicha? Aunque tengamos dinero o podamos ganarlo, aunque disfrutemos de nuestros placeres y tengamos nuestras organizaciones religiosas estamos en conflicto con nosotros mismos.

Debemos establecer la diferencia entre lo personal y lo individual. Lo personal es accidental; y entiendo por accidental las circunstancias de nacimiento, el ambiente en que nos hemos criado, con su nacionalismo, sus supersticiones, sus diferencias de clase y sus prejuicios. Lo personal o accidental es sólo momentáneo, aunque ese momento dure toda la vida. Y como los actuales sistemas educativos están basados en lo personal, accidental o momentáneo, tienen como resultado la perversión del pensamiento y la inculcación de temores para la propia defensa.

Todos nosotros hemos sido adiestrados por la educación y el ambiente para buscar el medro personal y la seguridad, y para luchar en beneficio propio. Aunque lo disimulemos con eufemismos, hemos sido educados para las varias profesiones dentro de un sistema basado en la explotación y el miedo adquisitivo. Tal adiestramiento tiene inevitablemente que traer confusión y miseria para nosotros y para el mundo, porque crea en cada individuo barreras psicológicas que lo separan y lo mantiene aislado de los demás.

La educación no es meramente asunto de adiestrar la mente. La instrucción contribuye a la eficiencia, pero no produce integración. Una mente educada de esta manera es la continuación del pasado, y no está en condiciones de descubrir lo nuevo. Es por eso que para averiguar en qué consiste la verdadera educación, tenemos que examinar la total significación de la vida.

 Para la mayor parte de nosotros el significado de la vida como un todo no es de primordial importancia, y nuestra educación subraya los valores secundarios haciéndonos simples conocedores de alguna rama del saber. Aunque el saber y la eficiencia son necesarios, el recalcarlos demasiado sólo nos leva al conflicto y a la confusión.

Hay una eficacia inspirada por el amor, que va mucho más lejos y es mucho más grande que la eficacia inspirada por la ambición; y sin amor, que es lo que nos da una comprensión integral de la vida, la eficacia sólo engendra crueldad. ¿No es esto lo que está sucediendo actualmente en todas partes del mundo? Nuestra educación actual está acoplada a la industrialización y a la guerra, siendo su fin principal desarrollar la eficiencia, y nosotros nos encontramos atrapados en esta maquinaria de competencia despiadada y mutua destrucción. Si la educación nos ha de llevar a la guerra, si nos enseña a destruir o ser destruidos, ¿no ha fracasado totalmente?

Para lograr la verdadera educación, debemos evidentemente comprender el significado de la vida integral, y para ello tenemos que adquirir la capacidad de pensar con rectitud y fidelidad, más bien que seguir una línea de pensamiento. Un pensador consecuente es una persona irreflexiva, porque se ajusta a una norma. Repite frases y piensa rutinariamente a lo largo de un surco. No podemos comprender la existencia de un modo abstracto o teórico. Comprender la vida es comprendernos a nosotros mismos y estos es conjuntamente el principio y el fin de la educación.

 La educación no es la simple adquisición de conocimientos, ni coleccionar y correlacionar datos, sino ver la significación de la vida como un todo. Pero el todo no se puede entender desde un solo punto de vista, que es lo que intentan hacer los gobiernos, las religiones organizadas y los partidos autoritarios.

La función de la educación es crear seres humanos integrados, y por lo tanto, inteligentes. Podemos adquirir títulos y ser eficientes en el aspecto mecánico sin ser inteligentes. La inteligencia no es mera información; no se deriva de los libros ni consiste en la capacidad de reaccionar hábilmente en defensa propia o de hacer afirmaciones agresivas. Uno que no haya estudiado puede ser más inteligente que un erudito. Medimos la inteligencia en términos de títulos y exámenes y hemos desarrollado mentes astutas que esquivan los vitales problemas humanos. Inteligencia es la capacidad para percibir lo esencial, lo que “es” y educación es el proceso de despertar esta capacidad en nosotros mismos y en los demás.

La educación debe ayudarnos a descubrir valores permanentes para que no nos conformemos meramente con fórmulas y lemas. La educación nos debe ayudar a demoler las barreras sociales y nacionales en lugar de reforzarlas, porque éstas crean antagonismos entre los hombres. Desgraciadamente el actual sistema de educación nos torna en seres serviles, mecánicos y profundamente irreflexivos. Aunque nos despierta el intelecto, interiormente nos deja incompletos, ridículos, incapaces de crear.

Sin una comprensión integral de la vida, nuestros problemas individuales y colectivos crecen y se agudizan en todos sentidos. El objetivo de la educación no es sólo producir simples eruditos, técnicos y buscadores de empleos, sino hombres y mujeres integradas, libres de temor, porque sólo entre tales seres humanos puede haber paz duradera.

Es en la comprensión de nosotros mismos que el temor se desvanece. Si el individuo ha de luchar con la vida de momento a momento; si ha de hacer frente a sus complejidades, a sus miserias y repentinas exigencias, tiene que ser infinitamente flexible, y por lo tanto, estar libre de teorías y normas determinadas de pensamiento.

La educación no debe estimular al individuo a que se ajuste a la sociedad, ni a que se manifieste en armonía negativa con ella, sino que debe ayudarlo a descubrir los verdaderos valores que surgen como resultado de la investigación desapasionada y de la comprensión de sí mismo. Cuando no hay conocimiento propio, la auto expresión se convierte en autoafirmación, con todos sus conflictos ambiciosos y agresivos. La educación debe despertar en el individuo la capacidad para comprenderse a sí mismo, y no simplemente entregarse a la complacencia de la auto expresión.

¿De que sirve el instruirse si en le proceso de vivir nos estamos destruyendo? Ante la serie de guerras devastadoras que hemos sufrido una tras otra, tenemos que llegar a la conclusión obvia de que hay algo radicalmente erróneo en la educación de nuestros niños. Creo que la mayor parte de nosotros nos damos cuenta de ello, pero no sabemos como afrontar el problema. Los sistemas educativos o políticos no cambian misteriosamente; se transforman cuando nosotros cambiamos fundamentalmente. El individuo es de primordial importancia, no el sistema; y mientras el individuo no comprenda el proceso total de su propia existencia, no hay sistema, sea de derecha o de izquierda, que pueda traer orden y paz al mundo.


EI LIBRO DR LA VIDA - J.K. - 18 DE FEBRERO

 Las ideas, ¿limitan la acción? 

¿Pueden alguna vez las ideas dar origen a la acción, o las ideas tan sólo moldean el pensamiento y, por ende, limitan la acción? Cuando la acción es impuesta por una idea, la acción jamás puede liberar al hombre. Es extraordinariamente importante para nosotros comprender este punto. Si una idea formula la acción, entonces la acción jamás puede traer consigo la solución de nuestras desdichas, ya que, antes de que esa acción pueda ponerse en movimiento, primero tenemos que descubrir cómo surge la idea. 

18 DE FEBRERO LDU

EL LIBRO DE LA VIDA

EL LIBRO DE LA VIDA -J.K. - 17 DE FEBRERO -

 Acción sin el proceso del pensamiento 

¿Qué entendemos por idea? Ciertamente, la idea es el proceso del pensamiento. ¿No es así? Es un proceso de la mente, del pensar; y el pensar es siempre una reacción, ya sea de lo consciente o de lo inconsciente. El pensar es un proceso de verbalización, la cual es un resultado de la memoria; el pensar es un proceso del tiempo. De este modo, que, cuando la acción está basada en el proceso del pensar, tal acción debe estar, inevitablemente, condicionada, aislada: la idea debe oponerse a la idea, la idea debe ser dominada por la idea. Hay un intervalo, entonces, entre la acción y la idea, estamos tratando de descubrir si es posible una acción sin la idea. Vemos cómo la idea separa a las personas. Como ya lo he explicado, el conocimiento y la creencia son, esencialmente, cualidades separativas. Las creencias jamás unen a la gente, siempre la separan; cuando la acción se basa en una creencia o en una idea o en un ideal, tal acción debe, por fuerza, estar aislada, fragmentada. ¿Es posible actuar sin el proceso del pensamiento, siendo el pensamiento un proceso del tiempo, un proceso de cálculo, de autoprotección, de creencia, rechazo, condena, justificación? Por cierto, a usted debe habérsele ocurrido, igual que a mí, preguntarse si la acción es de algún modo posible sin la idea. 

17 DE FEBRERO OCK - Vol. VI

EL LIBRO DE LA VIDA

LA MUTACIÓN PSICOLÓGICA - J.K. - CAPÍTULO 10 -

 Capítulo Décimo 

Esta mañana quisiera hablar –no simplemente explicar de modo verbal, sino también comprender en lo profundo- sobre el significado de la religión. Mas antes de que podamos llegar a comprender bien esta cuestión tendremos que ver muy claro qué es la mente religiosa y cual es el estado de una mente que de veras inquiere sobre todo el asunto de la religión. 

Me parece muy importante comprender la diferencia entre aislamiento y soledad. La mayor parte de nuestra actividad diaria se centra entorno a nosotros mismos; se basa en nuestro particular punto de vista, en nuestras particulares experiencias e idiosincrasias. Pensamos en términos de nuestra familia, nuestro empleo, lo que deseamos alcanzar, y también en términos de nuestros temores, esperanzas y desesperanzas. Es evidente que todo esto es egocéntrico y produce un estado de aislamiento, como podemos ver en nuestra vida diaria.

Tenemos nuestros propios deseos secretos, ocultos empeños y ambiciones, y nunca estamos hondamente relacionados con nadie, ni con nuestras esposas, maridos, hijos; este aislamiento es igualmente resultado de escapar de nuestro tedio cotidiano, de las frustraciones y trivialidades de nuestra vida diaria; es causado también por nuestros escapes, en diversas formas, de la extraordinaria sensación de aislamiento que nos invade cuando súbitamente nos sentimos sin relación con nada, cuando todo está lejos y no hay comunión, no hay relación con nadie. Creo que la mayoría de nosotros –si es que percibimos siquiera el proceso de nuestro propio ser- hemos experimentado de manera muy profunda este aislamiento.

Debido a este sentimiento de soledad, a esta sensación de aislamiento, tratamos de identificarnos con algo más grande que la mente: puede ser con el estado, o con un ideal, o con un concepto de lo que es Dios. A esta identificación con algo grande o inmortal, algo que está fuera del campo de nuestro pensamiento, se le llama generalmente religión, y conduce a la creencia, al dogma, al ritual, a los empeños separatistas de grupos en pugna, creyendo cada uno de ellos en diferentes aspectos de la misma cosa; de modo que lo que llamamos religión produce aún mayor aislamiento. 

Ve uno entonces cómo está la tierra dividida en naciones que compiten teniendo cada una su propio gobierno soberano y sus barreras económicas. Aunque todos somos seres humanos, hemos alzado murallas entre nosotros y nuestro prójimo por el nacionalismo, la raza, la casta y la clase, lo cual también engendra aislamiento, sentimiento de soledad. 

Ahora bien, una mente que esté presa del sentimiento de soledad, de ese estado de aislamiento, no es posible que pueda comprender nunca lo que es la religión; puede creer, puede tener ciertas teorías, conceptos, fórmulas. Puede tratar de identificarse con aquello que llama Dios, pero me parece que la religión no tiene nada que ver con ninguna creencia, con ningún sacerdote, con ninguna iglesia ni con ningún libro sagrado. El estado de la mente religiosa sólo puede comprenderse cuando empezamos a comprender lo que es la belleza; y sólo puede abordarse la comprensión de la belleza por medio de la soledad total. La mente sólo puede saber lo que es la belleza cuando esté sola por completo, y no en ningún otro estado.

Es evidente que la soledad no es aislamiento, ni es la peculiaridad de ser único. Ser único es simplemente ser excepcional de algún modo, mientras que estar sólo por completo requiere extraordinaria sensibilidad, inteligencia, comprensión. Estar sólo por completo implica que la mente esté libre de toda clase de influencia y, por tanto, no está contaminada por la sociedad; y tiene que estar sola para comprender lo que es la religión, descubrir por sí misma si existe algo que sea inmortal, que esté más allá del tiempo.

Tal como es ahora, la mente es el resultado de muchos miles de años de influencia: biológica, sociológica, del ambiente, del clima de la alimentación, etc. También esto es bastante evidente. Estáis influidos por los alimentos que ingerís, por los diarios que leéis, por la esposa o el marido, por el prójimo, por el político, la radio, la televisión y mil cosas más. Constantemente estáis siendo influidos por lo que se derrama en la mente consciente, así como en la inconsciente, desde muchas direcciones distintas. Y ¿no es posible darse cuenta de estas muchas influencias, de tal modo que no quede uno preso de ninguna de ellas, y quede del todo libre de su contaminación? De lo contrario, la mente llega a ser sólo un instrumento de su ambiente. Puede crear una imagen de lo que cree que es Dios, o la verdad eterna, y creer en ella, pero todavía estará configurada por las exigencias del medio ambiente, las tensiones, supersticiones, presiones; y su creencia no tiene nada que ver con el estado de una mente religiosa. 

Como Cristianos, se os educó en una iglesia edificada por el hombre a lo largo de un periodo de dos mil años, con sus sacerdotes, dogmas, rituales; en la niñez se os bautizó, y al crecer se os dijo lo que habíais de creer; pasasteis por todo ese proceso de condicionamiento, de lavado de cerebro. Es evidente que la presión de esta religión propagandística es muy fuerte, particularmente porque está bien organizada y puede ejercer influencia psicológica por la “educación”, por la adoración de imágenes, por el miedo; y puede condicionar la mente de mil maneras más. En Oriente la gente está también fuertemente condicionada por sus creencias, dogmas, y supersticiones y por una tradición que viene de diez mil años atrás o más.

Ahora bien, si la mente no tiene libertad, no puede descubrir lo que es verdadero, y tener libertad es estar libres de influencias. Tenéis que estar libres de las influencias de vuestra nacionalidad y de las de vuestra iglesia, con sus creencias y dogmas; y también tenéis que estar libres de codicia, envidia, miedo, pena, ambición, competencia, ansiedad. Si la mente no está libre de todas estas cosas, las diversas presiones de fuera y de dentro crearan un estado neurótico contradictorio, y una mente así no puede en modo alguno descubrir lo que es la verdad o si existe algo que trascienda el tiempo. 

Ve uno así lo muy necesario que es el que la mente se libre de toda influencia. Y ¿es posible tal cosa? Si no lo es, entonces no se puede descubrir lo que es eterno, lo innombrable, lo supremo. Para descubrir por nosotros mismos si es posible o no, tenemos que darnos cuenta de estas muchas influencias, no sólo aquí bajo esta lona, sino también en la propia vida diaria; tenemos que observar cómo contaminan, moldean, condicionan la mente. Es evidente que no puede uno percibir todo el tiempo las muchas influencias distintas que continuamente se derraman dentro de la mente. Mas lo que si puede uno ver es la importancia –y creo que éste es el punto crucial de la cuestión- de estar libres de toda influencia; una vez que uno ha comprendido la necesidad de esto, entonces lo inconsciente percibe la influencia, aun cuando muchas veces no la perciba la mente conciente.

 ¿Me explico con claridad? 

Lo que trato de indicar es esto: existen influencias extraordinariamente sutiles, que os están moldeando la mente, y una mente moldeada por influencias, que siempre están dentro del campo del tiempo, no puede en modo alguno descubrir lo eterno si existe algo que se llame eterno. La cuestión es entonces: si no es posible que la mente consciente se dé cuenta de todas las muchas influencias, ¿qué va a hacer? Si os planteáis esta pregunta, muy seria y formalmente, de modo que reclame toda vuestra atención, hallaréis que vuestra parte inconsciente, que no está del todo ocupada cuando están funcionando las capas superficiales de la mente, se encarga del asunto y observa todas las influencias que penetran.

Creo que es muy importante comprender esto, porque si os limitáis a resistir o defenderos de la influencia, esa resistencia que es una reacción, crea otro nuevo condicionamiento de la mente. La comprensión de proceso total de la influencia tiene que ser sin esfuerzo, ha de tener la calidad de la percepción inmediata. Es decir, si realmente veis por vosotros mismos la enorme importancia de no recibir influencias, entonces cierta parte de vuestra mente se encarga del asunto cada vez que estéis ocupados conscientemente en otras cosas, y esa parte de la mente está muy alerta, es muy activa, observadora. Lo importante es, pues, ver inmediatamente la enorme importancia de que ninguna circunstancia ni persona alguna influyan en nosotros. Ésa es la verdadera cuestión, y no la de cómo resistir las influencias, ni que hacer con las que haya. Una vez que hayáis captado este hecho central, hallaréis entonces que hay una parte de la mente que está siempre alerta y vigilante, siempre lista para limpiarse de toda influencia, por sutil que sea. De esta liberación de toda influencia viene la soledad, que es enteramente distinta del aislamiento. Y tiene que haber soledad, porque la belleza está fuera del campo del tiempo, y la mente que esté por completo sola es la única que puede saber lo que es la belleza.

Para la mayoría de nosotros, la belleza es cuestión de proporción, de forma, contorno, color. Vemos un edificio, un árbol, una montaña, un río, y decimos que son bellos; pero todavía existe el que está afuera, el experimentador que está mirando estas cosas y, por tanto, lo que llamamos belleza sigue estando dentro del campo del tiempo. Mas yo creo que la belleza está más allá del campo del tiempo, y que para conocer la belleza tiene que desaparecer el experimentador; éste último no es más que una acumulación de experiencias, desde las cuales juzga, valora, piensa. Cuando la mente mira un cuadro o escucha música o ve el rápido fluir de un río, generalmente lo hace partiendo de ese pasado de experiencia acumulada; está mirando desde el pasado, desde el campo del tiempo y para mí eso no es conocer la belleza, que es descubrir lo eterno, no es posible más que cuando la mente está sola por completo, y eso no tiene nada que ver con lo que dicen los sacerdotes, las religiones organizadas. La mente ha de estar del todo libre de influencias, de contaminación de la sociedad, de la estructura psicológica de la codicia, la envidia, la ansiedad, el miedo; tiene que estar libre por completo de todo eso. De esa libertad viene la soledad, y es únicamente en el estado de soledad en el que puede la mente conocer aquello que está más allá del campo del tiempo.

 No puede separarse la belleza de lo que es eterno. Podéis pintar, escribir, observar la naturaleza, más si existe la actividad del “yo” en cualquier forma –cualquier movimiento egocéntrico del pensamiento-, entonces lo que percibís deja de ser belleza, porque aún está dentro del campo del tiempo; y si no comprendéis la belleza no es posible que descubráis lo que es eterno, porque las dos cosas van juntas. Para descubrir lo que es eterno, lo inmortal, debéis tener la mente liberada del tiempo, el cual es la tradición, el conocimiento y la experiencia acumulada de lo pasado. No es cuestión de que es lo que creéis o no creéis; esto es inmaduro, completamente pueril, y no tiene que ver nada en absoluto con el asunto. Pero la mente que va en serio, que en realidad quiere descubrir, abandonará del todo la actividad egocéntrica del aislamiento, y gracias a ello llegará a un estado en que se encuentra sola por completo; únicamente en ese estado de soledad completa es en el que se puede dar la comprensión de la belleza, de aquello que es eterno.

Las palabras son peligrosas porque son símbolos, y estos no son lo real; trasmiten un significado, un concepto, pero la palabra no es la cosa. De modo que, cuando hablo de lo eterno, tenéis que ver si mis palabras influyen en vosotros, o si os aferráis a una creencia, lo cual sería demasiado infantil. 

Ahora bien, para descubrir si existe eso de lo eterno, tiene uno que comprender lo que es el tiempo. El tiempo es la cosa más extraordinaria, y no estoy hablando del tiempo cronológico, el del reloj, que es tan evidente como necesario. Hablo del tiempo como continuidad psicológica. ¿Es posible vivir sin esa continuidad? Lo que produce la continuidad es, sin duda alguna, el pensamiento. Si uno piensa constantemente en algo, hay continuidad. Si uno mira el retrato de la esposa todos los días, le da continuidad. Y ¿es posible vivir en este mundo sin producir continuidad en las acciones, de modo que llegue uno con frescura a cada acción? Es decir, ¿puedo yo morir para cada acción a lo largo del día, de modo que la mente nunca acumule y, por tanto, no sea contaminada por el pasado, sino que siempre esté nueva, fresca, inocente? Yo digo que tal cosa es posible, que uno puede vivir de esta manera, pero eso no significa que sea una realidad para vosotros. Tenéis que descubrirlo por vosotros mismos.

Empieza uno, pues, a ver que la mente tiene que estar sola por completo, mas no aislada. En este estado de completa soledad se produce una sensación de extraordinaria belleza, de algo no creado por la mente. No tiene nada que ver con ordenar unas cuantas notas musicales o utilizar unas cuantas pinturas para crear un cuadro. Como está sola, la mente está envuelta en belleza y, por tanto, es totalmente sensible; y al ser totalmente sensible es inteligente. Su inteligencia no es la de la astucia o el conocimiento, ni es la capacidad para hacer algo. La mente es inteligente en el sentido de no estar dominada, influida, y de no tener miedo. Mas, para hallarse en ese estado, la mente debe ser capaz de renovarse cada día, lo cual es morir a diario para el pasado, para todo lo que se ha conocido. 

Ahora bien, como dije, la palabra, el símbolo no es lo real, la palabra “árbol” no es el árbol, por lo cual tiene uno que estar muy alerta para no caer preso en las palabras. Cuando la mente está libre de la palabra del símbolo, se vuelve asombrosamente sensible y entonces se encuentra en un estado de descubrimiento.

Después de todo, el hombre ha estado buscando esto durante largo tiempo, desde la remota antigüedad, hasta hoy mismo. Quiere hallar algo que no esté hecho por el hombre. Aunque la religión organizada no tiene sentido para ningún hombre inteligente, las religiones organizadas siempre han dicho, sin embargo que hay algo que está más allá; y el hombre siempre ha buscado es algo, porque está perpetuamente en el dolor, en la desdicha, en la confusión, en la desesperanza. Como siempre se encuentra en estado de transición, quiere hallar algo permanente, algo que perdure, que persista, que tenga continuidad; por tanto, su búsqueda siempre ha estado dentro del campo del tiempo. Como puede uno observar, empero, no hay nada permanente. Nuestras relaciones, nuestro empleo, nada es permanente. Por el enorme miedo que nos da esta impermanencia, siempre estamos buscando algo duradero, lo que llamamos lo inmortal, lo eterno, o como queráis. Pero esta búsqueda de lo permanente, de lo inmortal, de lo eterno, no es más que una reacción, y por ello carece de validez. Sólo cuando la mente está libre de este deseo de sentirse segura es cuando puede empezar a descubrir si existe lo eterno, algo que está más allá del espacio, más allá del tiempo, más allá del pensador y de lo que éste piensa o busca. Para observar y comprender todo esto, hace falta atención total y la disciplina flexible que viene de esa atención. En una atención así no hay distracción, no hay tirantez, ni movimiento en ninguna dirección determinada, porque todo movimiento, todo motivo, es el resultado de la influencia del pasado o del presente. En ese estado de atención sin esfuerzo surge una extraordinaria sensación de libertad, y sólo entonces, estando totalmente vacía, callada, quieta, es capaz la mente de descubrir lo eterno. 

Tal vez queráis hacer preguntas sobre lo que se ha estado diciendo esta mañana. 

Pregunta: ¿Cómo va uno a liberarse del deseo de sentirse seguro? 

Krishnamurti: La palabra “como” implica un método, ¿no? Si sois constructor y os pregunto como se construye una casa, podéis decirme lo que hay que hacer, porque hay un método, un sistema, una manera de hacerlo; pero el hecho de seguir un método o un sistema ya acondicionado la mente, por tanto, ved simplemente la dificultad en el uso de esa palabra: “cómo”. 

Luego tenemos también que comprender el deseo. ¿Qué es el deseo? Traté de esto el otro día, y espero que los que estuvieron aquí ese día captaran de veras el significado de lo que se dijo y no se aburran con lo que esté diciendo ahora, porque, como sabéis, puede uno realmente escuchar todas esas charlas mil veces y ver cada vez algo nuevo. 

¿Qué es el deseo? Como dije el otro día, primero está el acto de ver o percepción; luego, el contacto o tacto; después sensación y, finalmente, surge eso que llamamos deseo. Así sucede, sin duda alguna. Os ruego que me escuchéis atentamente. Tomemos el acto de ver, por ejemplo, un precioso automóvil. De ese acto mismo de ver, aún sin tocar el vehículo viene la sensación que crea el deseo de conducir, de poseer el auto. No nos ocupamos de cómo resistir o liberarnos del deseo, porque el hombre que ha resistido y cree estar libre del deseo está en realidad paralizado, muerto. Lo importante es comprender todo el proceso del deseo, que es conocer tanto su importancia como su falta de importancia. Tiene uno que descubrir no como terminar el deseo, sino que es lo que produce su continuidad.

 ¿Qué es, pues, lo que produce la continuidad del deseo? Es el pensamiento, ¿no? Primero se ve el automóvil, luego viene la sensación, a la que sigue el deseo. Y si no interviene el pensamiento para trasmitir continuidad al deseo, diciendo: “Tengo que tener ese auto; ¿cómo lo conseguiré?”, entonces el deseo termina. ¿Comprendéis esto? No pido que haya liberación del deseo, al contrario, tenéis que comprender toda su estructura; y entonces hallaréis que ya no hay continuidad del deseo, sino algo totalmente distinto.

Lo importante no es, pues, el deseo, sino el hecho de que le trasmitimos continuidad. Por ejemplo, trasmitimos continuidad a la sexualidad por medio de pensamientos, imágenes, ilustraciones, sensaciones o recuerdos; mantenemos el recuerdo pensando en todo eso y así, la importancia del sexo y de los sentidos permanece, continúa. No es que los sentidos no sean importantes: lo son, pero nosotros introducimos una continuidad en el placer de los sentidos que llega a ser abrumadoramente importante en nuestra vida. Lo importante no es, pues, estar libres del deseo, sino comprender su estructura, y como el pensamiento le proporciona la continuidad. Y eso es todo. Entonces la mente es libre, y no tenéis que tratar de libraros del deseo. Desde el momento en que busquéis esa liberación del deseo, ya estáis presos en el conflicto. Cada vez que veis un automóvil, una mujer, una casa, o cualquier cosa que os atraiga, interviene el pensamiento y continúa el deseo, y entonces todo ello se convierte en un interminable problema. 

Lo importante es vivir una vida sin esfuerzo, sin un solo problema; y podéis vivir sin un problema si comprendéis la naturaleza del esfuerzo y veis muy claramente toda la estructura del deseo. La mayoría de nosotros tenemos mil problemas y para liberarnos de ellos tenemos que ser capaces de acabar con cada uno de modo inmediato, según surgen.

Creo que ya hemos tratado esto lo suficiente y no vamos a continuar con el tema. Pero es absolutamente necesario que la mente no tenga ningún problema y de este modo viva una vida sin esfuerzo. Ciertamente sólo a una mente así la podemos calificar de religiosa, ya que ha comprendido el dolor y su terminación; carece de miedo y, por tanto, es luz para sí misma. 

2 de agosto de 1964.

Saanen

EL LIBRO DE LA VIDA - J.K. - 16 DE FEBRERO -

 Acción sin idea 

Sólo cuando la mente está libre de la idea puede haber una experiencia directa. Las ideas no son la verdad; y la verdad es algo que debe ser experimentado directamente, de instante en instante. No se trata de una experiencia que deseamos, la cual sería entonces mera sensación. Sólo cuando uno puede ir más allá de las ideas -que es el «yo», que es la mente, que tiene una continuidad parcial o completa-, sólo cuando uno puede trascender todo eso y el pensamiento está absolutamente silencioso, hay un estado en que se experimenta de manera directa. En ese estado sabrá uno qué es la verdad. 

16 DE FEBRERO LPU

EL LIBRO DE LA VIDA

LA MUTACIÓN PSICOLÓGICA - J.K. - CAPÍTULO 9

 Capítulo Noveno  Esta mañana quisiera hablar sobre algo que puede ser un poco ajeno a la mayoría de las personas. Me parece que una de las cosas más importantes de la vida es aclarar la mente, vaciarla de toda experiencia y pensamiento, para que quede nueva, fresca, inocente; porque es sólo la mente inocente, en su libertad, la que puede descubrir lo que es verdadero. Esta inocencia no es un estado de permanencia, no es que la mente haya logrado un resultado y se quede ahí. Es el estado de una mente que, como es libre por completo, puede renovarse de momento a momento, sin esfuerzo. Y esta inocencia, esta libertad para descubrir, es de una gran importancia, porque la mayoría de nosotros vivimos muy superficialmente; vivimos en el conocimiento y la información, y creemos que estas cosas son suficientes, pero sin meditación nuestra vida es muy superficial. Al decir “meditación” no me refiero a contemplación o plegaria. Para hallarse en un estado de meditación, o más bien llegar a él natural y fácilmente, sin esfuerzo, tiene uno que empezar a comprender la mente superficial, cotidiana, la mente que se satisface tan fácilmente con la información. Habiendo acumulado conocimientos o adquirido una capacidad técnica que nos permita especializarnos en una dirección determinada y vivir en este mundo más bien superficialmente, la mayoría de nosotros nos contentamos con vivir en ese nivel sin comprender ningún problema psicológico que pueda surgir. Me parece, pues, muy importante observar cuán superficial es ahora la mente, e inquirir si es posible que vaya más allá de sí misma.

 Cuanto más conocimiento y preparación tiene uno, tanto mayor es su capacidad en la vida diaria, y es evidente que debe un tener ese conocimiento, ese adiestramiento, esa capacidad, porque no podemos renunciar a la maquinaria y a la ciencia y retroceder a las costumbres de la antigüedad. Eso sería como hacen las llamadas personas religiosas, que tratan de volver a una tradición o revivir antiguos conceptos y fórmulas filosóficas, destruyéndose por ello a sí mismas y el mundo en que viven. La ciencia, las matemáticas y la técnica de que ahora dispone el hombre son absolutamente necesarias. Sin embargo, vivir en este mundo de tecnología, información y conocimientos que se desarrollan tan rápidamente, tiende a hacer la mente muy superficial, y la mayoría de nosotros nos contentamos con seguir en esa superficialidad, porque el conocimiento y la técnica nos dan más dinero, más comodidad, más de la llamada libertad, cosas todas que son altamente respetadas por una sociedad degradada, en desintegración. Así, la mente que quiere ir más allá de sí misma, tiene que comprender las limitaciones de la técnica, del conocimiento y la información, y estar libre de tales limitaciones.

Como puede uno observar, todas nuestras actividades, emociones, reacciones nervosas, son muy superficiales, están en lo exterior. Viviendo en la superficie, como lo hace la mayoría de nosotros, tratamos de buscar las honduras, tratamos de profundizar cada vez más, bajo la superficie, porque pronto se cansa uno de esta manera superficial de vivir. 

Cuanto más inteligentes, intelectuales, apasionados seamos, tanto más viva será nuestra percepción de lo superficial de nuestra existencia, que se vuelve bastante cansada, aburrida y de escasa importancia.

 Así es que la mente superficial trata de descubrir el propósito de la vida, o bien busca una fórmula que le dé un propósito a la vida. Pugna por vivir con arreglo a un concepto que ha ideado o a una creencia que ha aceptado, y por ello su acción sigue siendo superficial. 

Hay que ver muy claramente este hecho. Lo que vamos a hacer esta mañana es quitar capa tras capa de superficialidad para poder llegar al origen, a la verdadera profundidad de las cosas. 

La superficialidad se perpetúa por la experiencia, y por ello es muy importante comprender todo el significado de la experiencia. 

Ante todo, ve uno cómo la especialización técnica de cualquier clase tiende a hacer la mente estrecha, mezquina, limitada, cualidades que son la esencia misma de lo burgués. 

Luego la mente, como es superficial, busca eso que llama lo importante de la vida, y por ello proyecta un modelo que es complaciente, beneficioso, placentero y que se ajusta a ese patrón. Este proceso le da un determinado propósito, un impulso, una sensación de triunfo.

También tenemos que comprender plenamente eso que se llama experiencia. Como vivimos una vida muy superficial, siempre estamos buscando experiencias cada vez más amplias y más profundas. Por eso acude la gente a las iglesias, toma mezcalina, ensaya el LSD-25, el ácido lisérgico y otras varias drogas, para conseguir una nueva sacudida, un nuevo estímulo, una nueva sensación. La mente busca también experiencias a través del arte, de la música y de las más recientes formas de expresión. 

Ahora bien, una mente que quiera encontrarse a gran profundidad –encontrarse, no provocar ese estado- tiene que comprender todas estas cosas. Comprender no es meramente abarcar intelectualmente la comunicación verbal, sino más bien ver de modo inmediato la verdad de las cosas; y esta comprensión inmediata es compasión. Ninguna abundancia de argumentos, de investigar la verdad de las opiniones, puede producir comprensión. Lo que se necesita es sensibilidad, percepción, exploración cuidadosa que paso a paso confiera a la mente la capacidad para aprehender con celeridad.

 ¿Cuál es, pues la naturaleza de la experiencia? Todos queremos nuevas experiencias, ¿no es así? Estamos cansados de lo viejo, de las cosas que nos han traído dolor, que nos han causado pena, de la rutina de la oficina, de los ritos de la iglesia, del culto al Estado. Está uno harto de todo eso, cansado, agotado. Quiere uno, pues, más experiencias en diferentes direcciones y a distintos niveles, Más sólo la mente que no busca ni acumula experiencia, sólo una mente así, es la que puede hallarse en un estado de completa profundidad. 

La experiencia es el producto de un estímulo y una respuesta. La reacción de la mente a un estímulo puede ser adecuada o inadecuada, según su pasado, su condicionamiento. Es decir, respondemos a cada estímulo con arreglo a nuestro pasado, a nuestro condicionamiento particular. Esa respuesta al estímulo es la experiencia; y toda experiencia deja un residuo al cual llamamos conocimiento. Para decirlo de otro modo, al pasar por diversas experiencias, la mente actúa como un tamiz, en el cual cada experiencia deja cierto sedimento. Ese sedimento es la memoria y con ese recuerdo se hace frente a la siguiente experiencia. 

De modo que cada experiencia – por muy amplia y profunda, por vital que sea – deja un nuevo depósito de sedimento o recuerdo, y por ello refuerza el condicionamiento de la mente. 

Os ruego que no toméis esto como una opinión, ni tampoco se trata de que creáis lo que se está diciendo. Si os observáis veréis que esto es lo que en realidad sucede. El que habla describe la acumulación mental de la experiencia, y ese proceso lo observáis en vosotros mismos. No hay pues nada que creer, ni os estoy hipnotizando con mis palabras.

Así, toda la experiencia, sea la que fuere, deja un sedimento, que se convierte en el pasado como recuerdo, y en ese sedimento vivimos. Es el “yo”, es la estructura misma de la actividad egocéntrica. Viendo la naturaleza limitada de esta actividad egocéntrica, buscamos cada vez más y mayores experiencias, o insistimos en averiguar cómo superar estas limitaciones para dar con algo más grande. Más toda esa búsqueda sigue siendo la actividad de la acumulación, y no sirve más que para aumentar lo que ya había, el sedimento de la experiencia, ya sea la de un minuto, la de un día o la de millones de años.

Pues bien, tenéis que ver claramente este hecho, tenéis que daros cuenta de él, como os dais cuenta de tener hambre. Cuando sentís hambre, nadie tiene que decíroslo. Es vuestra propia experiencia. Del mismo modo, habéis de ver muy claramente por vosotros mismos que toda experiencia –ya sea de afecto, de simpatía, de orgullo, de celos, de inspiración, de miedo o de lo que queráis- deja un residuo en la mente; y que la constante repetición y superposición de tal residuo o sedimento es todo el proceso del pensar, de nuestro ser. Cualquier actividad que surja de este proceso, a cualquier nivel que sea, tiene que ser superficial, inevitablemente; y una mente que quiera investigar sobre la posibilidad de descubrir un estado original o un mundo no contaminado por el pasado ha de comprender este proceso de experiencia.

Surge, pues, la cuestión de si es posible vernos libres de toda autoridad egocéntrica, sin esfuerzo, sin tratar de disolverla y de convertirla por ello en un problema. 

Espero que esté presentando claramente la cuestión. De lo contrario, carecerá de toda claridad lo que voy a decir ahora. 

Ahora bien, la palabra “meditación” significa en general reflexionar, investigar o ponderar algo; o puede significar un estado de mente contemplativo, sin el proceso del pensamiento. 

Es una palabra que tiene muy poco sentido en esta parte del mundo, pero en Oriente tiene una gran importancia. 

Se ha escrito mucho sobre el asunto y hay muchas escuelas que propugnan diversos métodos o sistemas de meditación. Para mí, la meditación no es ninguna de esas cosas. 

Meditación es el vaciamiento total de la mente, y no puede uno vaciarla de manera forzada, según un método, una escuela o sistema. Además, debe uno ver la completa falacia de los sistemas. 

Practicar un sistema de meditación es ir en pos de la experiencia, es un intento de lograr una experiencia más elevada o la experiencia máxima y definitiva. 

Cuando uno comprende la naturaleza de la experiencia, rechaza todo eso, lo da por terminado para siempre, porque la mente propia ya no sigue a nadie, no persigue la experiencia, no tiene deseo de visiones. Toda búsqueda de visiones, toda intensificación artificial de la sensibilidad –por medio de drogas, disciplina, rituales, culto, plegaria- es actividad egocéntrica.

Nuestra pregunta es, pues: una mente que se haya superficializado por la tradición, por el tiempo, por la mente, por la experiencia, ¿cómo podrá una mente así liberarse sin esfuerzo de su superficialidad? ¿Cómo puede estar tan por completo despierta que ya no tenga sentido alguno la búsqueda de experiencia? ¿Comprendéis? Lo que está lleno de luz no pide más luz: es la luz misma; y toda influencia, toda experiencia que penetre en esa luz, se quema, desaparece en ese mismo momento, de modo que la mente queda siempre clara, inmaculada, inocente. 

Sólo la mente clara, inocente, es la que puede ver lo que está más allá de la medida del tiempo. Y ¿cómo va a producirse ese estado mental?

 ¿He planteado con claridad la pregunta? 

No es mi Pregunta: es, o debe ser, la de todos, de modo que yo os la estoy formulando. 

Si yo os impusiera esta pregunta, la convertiríais en un problema, diríais: “¿Cómo voy a hacerlo?” 

Esa pregunta ha de nacer de vuestra percepción, porque habéis vivido, habéis observado y visto lo que es el mundo, y os habéis observado a vosotros mismos en vuestras acciones; habéis leído y acumulado información, habéis progresado en conocimiento, habéis visto personas muy listas de mente, como las máquinas computadoras; profesores que pueden soltar una retahíla de conocimientos, y os habéis encontrado con teólogos de ideas fijas, alrededor de las cuales han edificado maravillosas teorías. Habiendo percibido todo esto, debéis haberos formulado inevitablemente la Pregunta: “¿Cómo va la mente, que es esclava del tiempo, producto del pasado, cómo va una mente así a prescindir por completo, fácilmente y sin esfuerzo, del pasado? ¿Cómo se va a librar del tiempo sin ninguna directiva o motivo, de modo que se encuentre en la fuente original de la vida?”.

Ahora bien, cuando os hacéis esa pregunta, u os la hace otro, ¿cuál es vuestra respuesta? Por favor, no me respondáis, sino escuchad simplemente. Es una pregunta inmensa, no es una simple cuestión retórica que podáis contestar rápidamente o desecharla; es una pregunta de enorme importancia para una mente que haya visto claramente las tonterías de la religión organizada y haya dejado de hacer caso a sacerdotes, gurus, templos, iglesias, rituales, inciensos, que no haga ningún caso a nada de eso. 

Y, si habéis llegado a este punto, entonces tenéis que haberos preguntado: ¿cómo va la mente a ir más allá de si misma? 

¿Qué hacéis cuando os veis enfrentados directamente con un inmenso problema, cuando os sucede algo tremendo e inmediato? 

La experiencia es tan vital, tan exigente, que os absorbe por completo, ¿no? 

La mente se sobrecoge ante ese enorme acontecimiento, de modo que se queda quieta. Ésa es una forma de silencio. 

Vuestra mente responde como un niño al que se ha dado un juguete muy interesante. Este juguete lo absorbe, le hace concentrarse de modo que, de momento, deja de ser travieso, ya no alborota ni hace nada de eso. 

Y lo mismo les ocurre a los adultos cuando se enfrentan con algún gran problema. Como la mente no comprende todo su significado, se entrega a esa experiencia y se embota, sufre una conmoción, se queda paralizada, de modo que queda fugazmente silenciosa. Esto es algo que hemos experimentado la mayoría de nosotros. 

Luego existe un silencio de la mente que viene cuando se mira el problema con completa concentración. En ese estado no hay distracción, porque por el momento la mente no tiene otro pensamiento, otro interés, no mira a ninguna parte, pues sólo le interesa esa única cosa; se intensifica la concentración y se excluye todo lo demás. En ese esfuerzo hay vitalidad, una demanda, una urgencia que también produce un cierto silencio.

Cuando la mente está absorta en un juguete, en un problema cualquiera, lo único que está haciendo es escapar. Cuando se apoderan de la mente imágenes, símbolos, palabras tales como “Dios”, “Salvador”, etc., todo esto es una profunda evasión, una huída de lo real, y en esa fuga hay un cierto silencio. Cuando la mente se sacrifica o se olvida de si misma mediante la completa identificación con algo, puede estar perfectamente quieta, pero se encuentra entonces en un estado neurótico. 

La demanda de identificarse con un propósito, con una idea, con un símbolo, con un país, con una raza: todo eso es neurótico, como lo son todas las personas supuestamente religiosas. Se han identificado con el salvador, con el Maestro, con esto o con aquello, lo cual les da una enorme sensación de alivio y les trae cierta perspectiva beatífica de la vida, cosa que es una actitud enteramente neurótica.

Existe luego la mente que ha aprendido a concentrarse, que se ha enseñado a no desviar nunca la mirada de la idea, de la imagen, del símbolo que ha proyectado frente a sí misma. 

Y ¿que ocurre en ese estado de concentración? 

Toda concentración es esfuerzo y todo esfuerzo es resistencia. 

Es como construir una muralla defensiva en torno vuestro, con un agujerito por el cual miráis sólo una idea o un pensamiento, de modo que nunca podáis ser sacudidos, nunca os volváis inseguros. 

No estáis nunca abiertos, sino que siempre vivís en vuestra concha de concentración, tras los muros de vuestra inspirada persecución de algo, y de esto sacáis una enorme sensación de vitalidad, un impulso que os permite hacer cosas extraordinarias: ayudar a personas que están en los barrios pobres, a las que viven en los desiertos, hacer toda clase de buenas obras; pero es aún la actividad egocéntrica de una mente que se concentra en una sola cosa, excluyendo toda otra. 

Y eso da también a la mente una cierta paz, un cierto silencio.

Bueno, pues existe un silencio que no tiene nada que ver con ninguno de estos estados neuróticos, y ahí es donde reside nuestra dificultad; porque desgraciadamente, y digo eso con mucha cortesía, la mayoría de nosotros somos neuróticos. Así, pues, para comprender lo que es el silencio tiene uno primero que estar libre de toda neurosis. En el silencio de que estoy hablando no hay autocompasión, no se percibe un resultado, no se proyecta una imagen; no hay visiones, ni pugna uno por concentrarse. Ese silencio viene sin llamarlo, cuando habéis comprendido la absorción de la mente en una idea y las diversas formas de concentración que practica; y cuando habéis comprendido también el proceso del pensar. Partiendo del hecho de observar, de vigilar la actividad egocéntrica de la mente, viene un sentido de disciplina extraordinariamente flexible. Y esa es la disciplina que habéis de tener. No la disciplina defensiva, reaccionaria; no tiene nada que ver con sentarse con las piernas cruzadas en un rincón, ni todas esas cosas tan pueriles. Y en ello no hay imitación no hay conformidad, no hay esfuerzo para lograr un resultado. El observar todos los movimientos del pensamiento y del deseo, el hambre de nuevas experiencias, el proceso de identificarse con algo: meramente el observar y comprender todo eso produce de modo natural una facilidad de disciplina en libertad. Con esta disciplina de comprensión viene un peculiar darse cuenta de inmediato, una percepción directa, un estado de completa atención. En esta atención hay virtud, y esa es la única virtud. La moral social, el carácter que se desarrolla por la resistencia de acuerdo con la respetabilidad y la ética de la sociedad: esto no es virtud en absoluto. Virtud es la comprensión de toda esta estructura social que el hombre ha construido en torno de si mismo; y también la comprensión del llamado autosacrificio de la mente mediante la identificación y el control. La atención nace de esa comprensión, y sólo en la atención hay virtud.

 Debéis tener una mente virtuosa, pero no es virtud la que se limita a ajustarse a los patrones sociales y religiosos de una determinada sociedad, ya sea capitalista o comunista. Tiene que haber virtud, porque sin ella no hay libertad. Más, como la humildad, la virtud no puede cultivarse. No podéis cultivar la virtud, lo mismo que no podéis cultivar el amor. Pero cuando hay atención completa hay también virtud y amor. De la atención completa viene el silencio total, no sólo al nivel de la mente consciente, sino también del inconsciente. Tanto lo consciente como lo inconsciente son, en realidad, muy triviales, y la percepción de su trivialidad libera la mente del pasado, lo mismo que del presente. Al prestar toda la atención a lo presente, viene un silencio en el cual la mente ya no está experimentando. Toda experimentación ha terminado, porque ya no hay nada que experimentar. Como está del todo despierta la mente es luz para sí misma. En este silencio hay paz. No es la paz de los políticos ni la que hay entre dos guerras. Es una paz que no nace de la reacción. Y cuando la mente está así, en quietud completa, puede seguir adelante. El movimiento de la quietud es enteramente distinto del movimiento de la actividad egocéntrica. Este movimiento de la quietud es creación. Cuando la mente es capaz de moverse en quietud, conoce la muerte y el amor, y puede entonces vivir en este mundo y sin embargo estar libre de él.

¿Queréis hacer alguna pregunta?

Pregunta: Anhelo el silencio, pero veo que mis intentos para alcanzarlo son cada vez más lastimosos a medida que pasa el tiempo.

Krishnamurti: Ante todo, no podéis anhelar este silencio; no sabéis nada sobre él. Aun cuando lo supierais, no sería así, porque lo que conoceríais no sería lo que es. Tiene uno pues que andar con mucho cuidado para no decir nunca “yo lo sé.”

Señor, mirad, lo que conocéis lo reconocéis. Os reconozco porque os encontré ayer. Como entonces oí lo que decíais y vi vuestro modo de ser, digo que os conozco. Lo que conozco ya es del pasado, y desde ese pasado puedo reconoceros. Mas este silencio no puede reconocerse; en él no hay proceso alguno de reconocimiento. Esto es lo primero que hay que comprender. Para reconocer algo tenéis que haberlo experimentado ya, haberlo conocido, o tenéis que haber leído sobre ello, o alguien tiene que haberlo descrito; mas lo que se reconoce, lo que se conoce, lo que se describe, no es este silencio porque nuestra vida es tan superficial, tan vacía, tan monótona, tan estúpida, que queremos escapar de toda su fealdad. Mas no podemos escapar de algo tan deplorable. No podemos huir. Lo que tenemos que hacer es comprenderlo, y para comprender algo es preciso que no lo rechacéis, que no escapéis. Debéis tener un gran amor, un verdadero afecto por aquello que queréis comprender. Si queréis comprender a un niño, no podéis obligarlo o forzarlo, ni compararlo con su hermano mayor; tenéis que mirarlo, observarlo muy cuidadosamente, con ternura, con afecto, con todo lo que tengáis. Del mismo modo debemos comprender eso tan mezquino que llamamos nuestra vida, con todos sus celos, conflictos, desdichas, afanes y sufrimientos. De esa comprensión viene una cierta paz, que no podéis buscar a ciegas.

Tal vez ya os es conocida aquella bonita historia del discípulo que fue a ver a su maestro. Éste se encontraba sentado en un hermoso jardín, bien regado, y el discípulo vino a sentarse cerca de él, no enfrente, porque sentarse directamente ante el Maestro no es muy respetuoso. Así, sentado un poco a un lado, cruza las piernas y cierra los ojos. Entonces el Maestro Pregunta: “Amigo mío, ¿qué estás haciendo? “ Al abrir los ojos el discípulo dice: “Maestro trato de llegar a la conciencia del Buda”, y cierra los ojos de nuevo. Poco después el Maestro coge dos piedras y empieza frotarlas una contra otra, haciendo mucho ruido; así, el discípulo desciende de su gran elevación y dice: Maestro, ¿qué estáis haciendo?” El Maestro replica: “Estoy frotando estas dos piedras para convertir una de ellas en espejo.” Y dice el discípulo: “Pero, Maestro, seguramente que nunca lo conseguiréis, aunque las estéis frotando durante un millón de años.” Entonces sonríe el Maestro y responde: “De la misma manera, amigo mío, puedes estar sentado así durante un millón de años, y nunca llegarás a lo que estás tratando de alcanzar,” y eso es lo que todos estamos haciendo. Todos adoptamos posturas; todos queremos algo, andamos a tientas en busca de algo, cosa que requiere esfuerzo, pugna, disciplina. Pero me temo que ninguna de estas cosas abra la puerta; lo que sí la abrirá es comprender sin esfuerzo; simplemente mirar, observar con afecto, con amor, mas no podéis tener amor si no sois humildes; y la humildad sólo es posible cuando no queréis ninguna cosa, ni de los dioses ni de ningún ser humano. 

30 de julio de 1964

Saanen