CAPÍTULO XIII
¿Qué es el pensar? - Las Ideas y la Acción - El Reto - La Materia - El Origen del Pensamiento
Entremos ahora en la investigación de lo que es el pensar, el significado de ese pensamiento que debe emplearse con cuidado, con lógica y cordura (en nuestro trabajo diario), y aquel que no tiene importancia alguna. A menos que conozcamos bien ambas clases, no podremos comprender algo mucho más profundo, que el pensamiento no puede tocar. Tratemos, pues, de comprender toda esta compleja estructura de lo que es el pensar, qué es la memoria, cómo se origina el pensamiento y cómo condiciona todas nuestras acciones. Al comprender todo esto tal vez lleguemos a encontrarnos con algo que el pensamiento nunca ha descubierto, y a lo cual no puede abrirle la puerta. ¿Por qué ha llegado a ser el pensamiento tan importante en nuestras vidas -el pensamiento que es sólo ideas, que es la respuesta a los recuerdos acumulados en las células del cerebro-? Tal vez muchos de ustedes ni siquiera se han formulado tal pregunta, o si lo han hecho puede que hayan dicho: “Es de muy poca importancia: lo importante es la emoción”. Pero yo no veo cómo pueden separarse los dos. Si el pensamiento no da continuidad al sentimiento, éste muere con gran rapidez. Entonces, ¿Por qué en nuestras vidas diarias, nuestras vidas rutinarias, aburridas y atemorizadas, ha asumido el pensamiento importancia tan desmedida? Pregúnteselo usted mismo, como yo me lo estoy preguntando: ¿por qué es uno esclavo del pensamiento, del sagaz e ingenioso pensamiento, que puede organizar, poner en marcha muchas cosas, que ha inventado tanto, engendrado tantas guerras, creando tanto temor, tanta ansiedad, que está siempre fabricando imágenes y persiguiendo su propio rabo; el pensamiento que ha disfrutado el placer del ayer, dándole continuidad en el presente y también en el futuro; el pensamiento que siempre esta activo, charlando, moviéndose, construyendo, añadiendo, quitando, suponiendo?
Las ideas se han vuelto mucho más importantes para nosotros que la acción; las ideas tan ingeniosamente expresadas en los libros por los intelectuales de todos los campos. Mientras más artificiosas y sutiles son esas ideas, más le rendimos culto, así como a los libros que las contienen. Nosotros somos esos libros, somos esas ideas porque hemos sido sumamente condicionados por ellos. Siempre estamos discutiendo ideas e ideales y ofreciendo opiniones dialécticamente. Toda religión tiene su dogma, su fórmula, su propio andamiaje para llegar a los dioses. Y cuando inquirimos acerca del origen del pensamiento, estamos cuestionando la importancia de toda esta estructura de ideas. Hemos separado las ideas de la acción, porque las ideas son siempre del pasado, y la acción es siempre del presente. Es decir, el vivir es de manera invariable el presente. Tenemos miedo a vivir, y por eso el pasado, como ideas, se ha vuelto tan importante para nosotros. Es en realidad muy interesante observar la operación de nuestro propio pensar, simplemente observar cómo se piensa, de dónde nace esa reacción a la que llamamos pensar. Es evidente que viene de la memoria. ¿Hay en efecto un origen del pensamiento? Si lo hay, ¿podemos descubrir ese origen, es decir, el de la memoria, porque si no tuviéramos memoria no tendríamos pensamiento? Hemos visto cómo el pensamiento alimenta y da continuidad a un placer que tuvimos ayer, y cómo lo contrario del placer, que es el dolor y temor, también se nutre del pensamiento. De modo que el experimentador, que es el pensador, ES el placer y el dolor y asimismo la entidad que nutre al placer y al dolor. El pensador separa el placer del dolor. No ve que con la misma búsqueda del placer está atrayendo al dolor y al temor. En las relaciones humanas el pensamiento está siempre exigiendo placer, que encubre con diferentes palabras tales como lealtad, ayuda, donación, sostenimiento, servicio. Yo me pregunto por qué queremos servir. La estación de gasolina ofrece buen servicio. ¿Qué significan las palabras ayudar, dar, servir? ¿Qué hay en todo esto? ¿Acaso una flor llena de belleza, luz y encanto dice: “Estoy dando, ayudando, sirviendo”? ¡Ella ES! Y porque no está tratando de hacer nada, su belleza cubre la tierra.
El pensamiento es tan astuto, tan ingenioso, que distorsiona todo para su propia conveniencia. La urgencia de placer lo lleva a su propia esclavitud. El pensamiento engendra dualidad en todas nuestras relaciones. En nosotros está la violencia que nos da placer, pero hay también deseo de paz, de ser amable y gentil. Esto es lo que sucede siempre en nuestras vidas. El pensamiento no sólo engendra esta dualidad en nosotros, esta contradicción, sino que también acumula los innumerables recuerdos placenteros y dolorosos que hemos tenido, y nace de nuevo en virtud de estos recuerdos. Así, pues, el pensamiento es el pasado, el pensamiento es siempre viejo, como ya lo he dicho antes. Como nos enfrentamos a todo reto en términos del pasado -siendo el reto siempre lo nuevo- nuestro encuentro con el reto siempre es totalmente inadecuado; de aquí la contradicción, el conflicto, la desdicha y el dolor, que es nuestra herencia. Nuestro pequeño cerebro está en conflicto con todo lo que hace. Ya sea que aspire, imite, se reprima, se adapte, se ensalce, tome drogas para expansionarse -haga lo que haga- se encuentra en estado de conflicto y producirá conflicto. Aquellos que piensan mucho son muy materialistas, porque el pensamiento es materia. El pensamiento es materia tanto como el piso, la pared, el teléfono. La energía que funciona dentro de un patrón se vuelve materia. Hay energía y hay materia; eso es lo que constituye toda vida. Podemos pensar que el pensamiento no es materia, pero sí lo es. Como idea es materia. Donde hay energía, ésta se vuelve materia. La materia y la energía están relacionadas entre sí. La una no puede existir sin la otra, y mientras más armonía hay entre las dos, más equilibrio y más actividad hay en las células del cerebro. El pensamiento ha establecido este patrón de placer, dolor, temor y dentro de él ha estado actuando durante miles de años. No puede romper el patrón porque él lo ha creado.
El pensamiento no puede ver un hecho nuevo. Puede comprenderlo más tarde, verbalmente, pero la comprensión de un hecho nuevo no es realidad para él. Jamás puede resolver el pensamiento un problema psicológico. Por listo, astuto, erudito que sea, no importa la estructura que haya creado por medio de la ciencia o por un cerebro electrónico, o a través de la compulsión o la necesidad, el pensamiento nunca es nuevo, y, por lo tanto, jamás podrá dar respuesta a una pregunta que sea realmente importante, El viejo cerebro no puede resolver el enorme problema del vivir. El pensamiento es tramposo porque puede inventar cualquier cosa, y ver cosas que no son. Puede hacer funcionar los trucos más extraordinarios y, por lo tanto, no es confiable. Pero si usted comprende toda la estructura de cómo usted piensa, por qué piensa, las palabras que usa, la manera en que se conduce en la vida diaria, la forma de hablar y de tratar a la gente, sus hábitos de caminar, de comer; si usted se da cuenta de todas estas cosas, su mente no lo engañará; entonces no hay engaño posible. La mente, entonces, no es algo que exige, que subyuga; se vuelve extraordinariamente serena, flexible, sensible, solitaria, y en ese estado no habrá decepción alguna. ¿Ha notado usted alguna vez que cuando se halla en estado de completa atención cesa el observador, el pensador, el centro, el “yo”? En ese estado de atención, el pensamiento empieza a desvanecerse. Si se quiere ver una cosa con mucha claridad, la mente debe estar muy serena, sin prejuicios, sin el charloteo, el diálogo, las imágenes y las representaciones -todo esto hay que desecharlo para mirar-. Y es únicamente en el silencio que puede usted observar el origen del pensamiento no cuando está buscando, haciendo preguntas, deseando una respuesta. Así, pues, solamente cuando usted esté en completa quietud, en todo su ser, y después que se haya hecho la pregunta: “¿Cuál es el origen del pensar?”, sólo entonces comenzará usted a ver desde ese silencio, cómo se va formando el pensamiento. Si uno se da cuenta de cómo el pensamiento se origina, no necesitamos controlar el pensamiento. Gastamos mucho tiempo y perdemos mucha energía no sólo en la escuela, sino a lo largo de toda la vida, tratando de controlar nuestros pensamientos: “Este es un buen pensamiento, debo pensar más en él; éste es un mal pensamiento, debo suprimirlo”. En todo momento hay una lucha entre un pensamiento y otro, y entre un deseo y otro, un goce dominando todos los demás. Pero si somos conscientes del origen del pensamiento, no habrá contradicción en él.
Ahora bien, cuando usted oye una afirmación como “El pensamiento es siempre lo viejo”, o “El tiempo es dolor”, el pensamiento empieza a traducirlo e interpretarlo. Pero ambos procesos, traducir o interpretar, se basan en el conocimiento y la experiencia del ayer, de modo que usted traducirá todo invariablemente de acuerdo con su condicionamiento. Pero si mira esas afirmaciones y no las interpreta, sino que sólo les da su completa atención (no su concentración), descubrirá que no existe el observador ni lo observado, el pensador ni el pensamiento. No diga: “¿Quién empezó primero?” Este es un argumento sagaz que no lleva a ninguna parte. Puede observar en usted mismo que en tanto no hay pensamiento -lo cual significa que la mente se halla en blanco o en estado de amnesia- mientras no hay pensamiento derivado de la memoria, de la experiencia o del conocimiento (todo lo cual pertenece al pasado) no hay pensador en absoluto. Esto no es un asunto filosófico o místico. Estamos bregando con hechos reales y usted verá, si ha llegado hasta aquí en este viaje, que responderá a cada reto, no con el viejo cerebro, sino en forma totalmente nueva.
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