CAPÍTULO 14
El Peso del Ayer - La Mente Serena - La Comunicación - La Realización - La Verdad y la Realidad
Generalmente disfrutamos de muy poca soledad interna en nuestras vidas. Aun cuando nos encontramos solos, estamos presionados por tantas influencias, tantos conocimientos, recuerdos de tantas experiencias, tanta ansiedad, desdicha y conflicto, que nuestras mentes se vuelven más y más torpes, más y más insensibles y actúan sólo a través de una monótona rutina. ¿Estamos solos alguna vez? ¿O estamos cargando con todos los fardos del ayer? Se cuenta una fina anécdota de dos monjes que caminaban de un pueblo a otro y encuentran a una joven llorando a orillas de un río. Uno de los monjes se acerca a ella y le dice: “Hermana, ¿Por qué estás llorando?” Ella contesta: “¿Ve usted esa casa al otro lado del río? Vine esta mañana temprano, y no tuve dificultad en cruzarlo, pero ahora el río ha crecido y no puedo regresar. No hay ningún bote”. “¡Oh!”, -dice el monje- “eso no es ningún problema”. La levanta en brazos y cruza el río, dejándola en la orilla opuesta. Y los dos monjes siguen su camino. Después de un par de horas, dice el otro monje: “Hermano, hemos hecho voto de nunca aproximarnos a una mujer; has cometido un terrible pecado. ¿No sentiste placer, una gran sensación, al tocar a esa mujer?” Y el otro monje replico: “Yo la dejé atrás hace dos horas. Tú, la sigues cargando, ¿no es así?”
Esto es lo que hacemos. Siempre llevamos nuestra carga; nunca morimos para ella, nunca la dejamos atrás. Sólo disfrutamos de soledad interna cuando damos completa atención a cada problema y lo resolvemos inmediatamente sin arrastrarlo hasta el próximo día, hasta el próximo minuto. Entonces, aunque vivamos en una casa llena de gente o viajemos en autobús, tendremos soledad interna. Y esta soledad interna revela una mente fresca, una mente inocente. Tener espacio y soledad interior es muy importante porque implica libertad de ser, de moverse, de ejercer actividad, de volar. Después de todo, la bondad sólo puede florecer en espacio, así como la virtud sólo puede florecer en libertad. Puede que haya libertad política, pero no libertad interna; entonces no habrá espacio. Ninguna virtud, ninguna cualidad que valga la pena puede manifestarse o crecer sin este vasto espacio dentro de nosotros mismos. Y el espacio y el silencio son necesarios porque la mente cuando está sola sin ser influenciada, adiestrada, sostenida por una infinita variedad de experiencias, puede encontrarse con algo totalmente nuevo.
Uno puede ver de manera directa que sólo es posible la claridad cuando la mente está silenciosa. Todo propósito de la meditación en el Oriente es producir tal estado interior -es decir, controlar el pensamiento, que es lo mismo que repetir constantemente una oración para aquietar la mente, esperando en ese estado mental comprender nuestros problemas-. Pero a menos que uno eche primero los cimientos librándose del temor, del dolor, de la ansiedad, de todas las artimañas empleadas por uno y contra uno mismo, no sé cómo pueda la mente aquietarse en realidad. Esta es una de las cosas más difíciles de comunicar. La comunicación entre nosotros implica, ¿no es así?, que no sólo debe usted comprender las palabras que estoy usando, sino que ha de haber la misma intensidad en usted y yo, al mismo tiempo, ni un momento antes ni un momento después, y que seamos capaces de encontrarnos uno con otro en el mismo nivel. Y tal comunicación es imposible cuando usted está interpretando lo que lee de acuerdo con su propio conocimiento, su placer u opiniones, o cuando está haciendo un tremendo esfuerzo por comprender. Me parece que uno de los mayores escollos en la vida es esta constante lucha por lograr, por alcanzar algo, por adquirir. Se nos ha adiestrado así desde la niñez; las mismas células cerebrales crean y exigen este patrón de logro, con objeto de obtener seguridad física, pero la seguridad psicológica no está dentro de su patrón. Tenemos urgencia de seguridad en todas nuestras relaciones, actitudes y actividades, pero como hemos visto, no existe realmente esa cosa que llamamos seguridad. Descubrir por uno mismo que no hay forma alguna de seguridad en ninguna relación -darse cuenta de que psicológicamente no hay nada permanente- nos permite acercarnos a la vida de manera totalmente distinta. Es esencial, por supuesto, tener seguridad exterior -techo, ropa y sustento- pero esa seguridad exterior se destruye con una urgencia de seguridad psicológica. El espacio y el silencio son necesarios para ir más allá de las limitaciones de la conciencia, pero, ¿cómo puede una mente aquietarse si está incesantemente activa con sus propios intereses? Uno puede disciplinarla, controlarla, moldearla, pero tal tortura no la aquieta; simplemente la entorpece. Es obvio que la mera persecución del ideal hacia el logro de silenciar la mente no tiene valor alguno, porque mientras más la presionamos, más estrecha e inactiva se vuelve. El control en cualquier forma, como la represión, sólo produce conflicto. Por lo tanto, no son medios de silenciar la mente el control y la disciplina exterior; pero tampoco tiene valor alguno una vida indisciplinada. En la mayoría de nosotros, la vida está exteriormente disciplinada por las exigencias de la sociedad, de la familia, por nuestro propio sufrimiento, por nuestra propia experiencia, por nuestra conformidad a cierta ideología o patrones establecidos, pero esa forma de disciplina es la cosa más destructiva. La disciplina debe surgir sin control, sin represión, sin ninguna forma de temor. ¿Cómo se logra esta disciplina? No viene la disciplina primero y después la libertad; la libertad está en el comienzo mismo, no al final. El comprender esta libertad, que implica no estar sujeto a la conformidad de la disciplina, es por sí la disciplina. El mismo acto de aprender es disciplina (después de todo, la raíz de la palabra disciplina significa aprender), el mismo acto de aprender se vuelve claridad. Para comprender toda la naturaleza y estructura del control, la represión y la indulgencia, se requiere atención. Usted no tiene que imponerse una disciplina para estudiarla; el mismo acto de estudiar produce su propia disciplina, en la cual no hay represión. Con objeto de negar la autoridad (estamos hablando de la autoridad psicológica, no de la ley), para negar la autoridad de todas las organizaciones religiosas, tradiciones y experiencias, uno tiene que ver por qué normalmente obedece, y examinar esto de verdad. Y para hacerlo se debe estar libre de condenación, justificación, opinión o aceptación. Pero no podemos aceptar la autoridad y a la vez estudiarla -esto es imposible. Para estudiar toda la estructura psicológica de la autoridad, dentro de nosotros mismos, debe haber libertad. Y cuando la estamos estudiando, estamos negando toda la estructura; y cuando de hecho la negamos, esta misma negación es la luz de la mente que está libre de toda autoridad. Negar todas las cosas que se han considerado valiosas, tal como la disciplina externa, el liderazgo, el idealismo, es estudiarlas. Entonces este mismo acto de estudiar es no sólo disciplina, sino también su negación, y tal negación es un acto positivo. Estamos, pues, negando todas esas cosas que se consideran importantes con objeto de lograr la quietud de la mente.
Así, vemos que no es el control lo que conduce a la quietud. Ni está quieta la mente cuando tiene un objeto que la observe en tal forma que se siente perdida en dicho objeto. Esto es como darle a un niño un juguete interesante; se aquieta; pero quítele el juguete y volverá a sus travesuras. Todos tenemos nuestros juguetes que nos absorben y creemos que estamos muy tranquilos. Pero si un hombre está dedicado a cualquier clase de actividad, científica, literaria o de otro tipo, el juguete simplemente lo absorbe; él no está en realidad sereno. El único silencio que conocemos es aquel que se produce cuando el ruido ha cesado, cuando los pensamientos se detienen, pero esto no es silencio. El silencio es algo enteramente distinto, como la belleza, como el amor. Y este silencio no es producto de una mente sosegada, no es producto de las células cerebrales que han entendido toda la estructura y dicen: “Por el amor de Dios, esténse quietas”. En este caso las células producen el silencio y eso no es silencio. Tampoco lo es el resultado de la atención en que el observador es lo observado; entonces no hay fricción, pero eso no es silencio. Usted espera que yo le describa ese silencio para poder compararlo, interpretarlo, llevarselo y enterrarlo. Pero no puede describirse. Lo que puede ser descrito es lo conocido. Y sólo es posible librarse de lo conocido cuando uno muere a lo conocido todos los días, muere a los insultos, a las adulaciones, a todas las imágenes que ha creado, a todas las experiencias; morir cada día para que las células mismas del cerebro se rejuvenezcan y sean lozanas, inocentes. Pero esa inocencia, esa frescura, esa cualidad de ternura y suavidad, no produce amor; esa no es la cualidad de la belleza o del silencio. Ese silencio, que no es el silencio de la cesación del ruido, es sólo un pequeño comienzo. Es como entrar por un estrecho agujero y salir a un enorme, extenso y vasto océano, o un estado inconmensurable sin tiempo. Pero usted no puede comprender esto verbalmente, a menos que haya comprendido toda la estructura de la conciencia y el significado del placer, del dolor y la desesperación, y que las mismas células cerebrales se hayan aquietado. Entonces, tal vez usted llegue a dar con ese misterio que nadie puede revelarle y nada puede destruir. Una mente viva es una mente quieta, una mente viva es una mente sin centro y, por lo tanto, sin espacio ni tiempo. Una mente así es ilimitada. Y esa es la única verdad, la única realidad.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Nota: solo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.