CAPÍTULO XV
La Experiencia - La Satisfacción - La Dualidad - La Meditación -
Todos deseamos experiencia de cualquier tipo: la experiencia mística, la religiosa, la sexual, la experiencia de tener mucho dinero, poder, posición, dominio. Cuando envejecemos, puede ser que hayamos terminado con las urgencias de los apetitos físicos, pero entonces exigimos experiencias de mayor alcance, más profundas y significativas. Y ensayamos varios métodos para obtenerlas -ensanchar nuestra conciencia, por ejemplo, que es más bien un arte, o tomar varias clases de drogas-. Este viejo truco ha existido desde tiempo inmemorial: masticar cierta clase de hojas, o experimentar con los últimos adelantos de la química para producir una alteración temporal en la estructura de las células cerebrales, una mayor capacidad sensitiva, y una más elevada percepción que nos revelen una semblanza de realidad. Pero este deseo urgente de más y más experiencias muestra la pobreza interior del hombre. Pensamos que así podremos escapar de nosotros mismos, pero estas experiencias están condicionadas por lo que somos. Si la mente es mezquina, celosa, codiciosa, aunque tome la droga más reciente, sólo verá su propia y limitada creación, las pequeñas proyecciones que emanan de su mismo trasfondo condicionado. La mayoría de nosotros ansiamos experiencias que nos satisfagan completamente, experiencias perdurables que no puedan ser destruidas por el pensamiento, de modo que tras estos reclamos de experiencia está el deseo de satisfacción, y este mismo deseo dicta la experiencia; por lo tanto, no sólo tenemos que comprender todo este asunto de la satisfacción, sino también la cosa que experimentamos. Se siente gran placer cuando se está bien satisfecho, y mientras más perdurable, extensa y profunda es la experiencia, más agradable es. Así, pues, el placer dicta la forma de experiencia que requerimos, y es el placer la medida con que la valoramos. Lo que tiene medida está dentro de los límites del pensamiento y se presta para crear ilusión. Usted puede tener maravillosas experiencias y, sin embargo, estar por completo engañado. Inevitablemente sus visiones se acomodarán a su condicionamiento; verá al Cristo o al Buda o aquel en quien cree, y mientras más vigorosa sea su capacidad para creer, más potentes serán sus visiones, las proyecciones de sus propios deseos y urgencias.
Por esta razón, si al buscar algo tan fundamental como la verdad, el placer es la medida, usted ya tiene proyectado lo que esa experiencia ha de ser, pero, desde luego, ya no será válida. ¿Qué es para nosotros la experiencia? ¿Hay algo nuevo u original en ella? La experiencia es un manojo de memoria que responde a un reto. La experiencia sólo puede reaccionar de acuerdo con su trasfondo, y mientras más hábil sea usted para interpretar la experiencia, más extensas serán las respuestas. Por lo tanto, usted tiene que cuestionar su propia experiencia además de la del otro. Si no reconoce una experiencia, no es experiencia en absoluto. Y para reconocerla tiene que haber pasado por ella; de no ser así usted no la reconocería. Usted identifica una experiencia como buena, mala, hermosa, sagrada, etc., de acuerdo con su condicionamiento, de modo que el reconocerla así es inevitablemente un acto del pasado. Cuando deseamos una experiencia de la realidad como nos sucede a todos -¿No es cierto?- para pasar por ella, debemos conocerla, y tan pronto la reconocemos, es que ya la habíamos proyectado y, por lo tanto, no es real, ya que está dentro del campo del pensamiento y del tiempo. Si el pensamiento puede pensar acerca de la realidad, esa no puede ser realidad. No podemos reconocer una nueva experiencia. Es imposible. Sólo reconocemos lo que ya hemos conocido; entonces cuando afirmamos haber tenido una nueva experiencia, no es nueva en absoluto. El buscar una experiencia ulterior por la expansión de la conciencia, como se hace a través de las drogas psicodélicas, es un hecho que se halla dentro del campo de la conciencia y, por supuesto, muy limitado. Así, pues, hemos descubierto una verdad fundamental, o sea, que la mente está buscando y anhelando una experiencia más extensa y profunda, es una mente superficial y torpe, porque vive siempre de sus recuerdos.
Ahora bien, si no tuviéramos ninguna experiencia, ¿qué nos ocurriría? Dependemos de experiencias, de retos, para mantenernos despiertos. Si no hubiera conflictos dentro de nosotros, ni cambios, ni perturbaciones, estaríamos profundamente dormidos. Por esta razón los retos son necesarios para la mayoría de nosotros, pensamos que sin ellos la mente se volvería estúpida y pesada y, por lo tanto, dependemos de un reto, de una experiencia más excitante, más intensa, para que la mente llegue a ser más perspicaz. Pero de hecho, depender de estímulos y experiencias con el fin de mantenernos despiertos, sólo sirve para entorpecer aun más la mente; en realidad, no nos mantienen despiertos. Así, yo me pregunto: ¿me será posible permanecer despierto totalmente -no de manera superficial en unos cuantos aspectos de mi ser- sino totalmente despierto, sin ningún reto o experiencia? Esto implica una gran capacidad sensitiva, tanto física como psicológica; significa que debo estar libre a toda urgencia porque tan pronto anhelo algo, tendré la experiencia de ello. Y para estar libre de toda urgencia y satisfacción, necesito investigar dentro de mí mismo y comprender por completo la naturaleza de la urgencia. El deseo urgente nace de la dualidad: “Soy infeliz y debo ser feliz”. Precisamente en esta ansia de felicidad, hay infelicidad. Cuando uno hace un esfuerzo por ser bueno, en esa misma bondad está su opuesto, la maldad. Toda aseveración contiene su opuesto, y el esfuerzo por vencer, fortalece aquello contra lo cual se lucha. Cuando usted anhela una experiencia de la verdad o de la realidad, ese anhelo nace de su descontento con lo que es, y así crea su opuesto. Y en lo opuesto está lo que ha sido. Por lo tanto uno debe librarse de esta urgencia incesante; de otra manera no habrá salido del círculo de la dualidad. Es necesario, pues, conocerse uno mismo de manera tan completa que la mente ya no busque más.
Una mente así no reclama experiencia alguna, no le interesa el reto, ni aun conocerlo; no dice: “Estoy dormida o despierta”. Es plenamente lo que es. Sólo la mente superficial estrecha y frustrada, la mente condicionada, está siempre buscando algo más. ¿Será posible, entonces, vivir en este mundo sin el más, sin esta interminable comparación? ¿Seguro qué sí? Pero hay que descubrirlo por uno mismo. La investigación de todo este problema constituye la meditación. Esta palabra se ha usado, tanto en Oriente como en el Occidente, en la forma más desafortunada. Hay distintas escuelas de meditación, diferentes métodos y sistemas. Hay sistemas que explican: “Observe el movimiento de su dedo gordo, obsérvelo, obsérvelo, obsérvelo”. Hay otros sistemas que recomiendan sentarse en cierta postura, respirando con regularidad, o manteniéndose alerta como ejercicio. Todo esto es completamente mecánico. Otro método la da cierta palabra y le dice que si la pronuncia repetidamente tendrá una experiencia extraordinaria y trascendental. Esto carece de sentido. Es una forma de autohipnosis. Repitiendo Amén, u Om, Coca Cola indefinidamente es obvio que tendrá usted una determinada experiencia, porque la repetición aquieta la mente. Es un fenómeno bien conocido y que se ha practicado por miles de años en la India; se llama Mantra-Yoga. Con la repetición usted puede inducir a la mente para que sea suave y amable, pero seguirá siendo una mente mezquina, falsa y pequeña. Igualmente podría usted recoger una vara en el jardín, colocarla sobre la chimenea y poner ante ella una flor todos los días. Al mes, usted estaría adorándola y llegaría a ser un pecado no ponerle una flor al frente. La meditación no consiste en seguir sistema alguno, en imitar y repetir constantemente. La meditación no es concentración. Uno de los gambitos favoritos de algunos maestros en meditación es insistir en que sus discípulos aprendan a concentrarse, es decir, fijar la mente en un pensamiento, rechazando los demás. Pero ésta es la práctica más estúpida y desagradable que cualquier escolar puede seguir sólo por que se le impone. Eso significa que usted está librando continuamente una batalla: insistiendo por un lado en que debe concentrarse, y por otro su mente está divagando en todo género de cosas. Al contrario, usted debe estar atento a cualquier movimiento de la mente por donde quiera que vague. Cuando su mente se distrae es porque está interesada en otra cosa.
La meditación requiere una mente asombrosamente alerta. Meditar es comprender la totalidad de la vida, en que ha cesado toda forma de fragmentación. La meditación no es el control del pensamiento, porque si éste se controla, engendra conflicto en la mente. Pero cuando usted comprende la estructura y origen del pensamiento, de lo cual ya hemos hablado, entonces el pensamiento no interferirá. Esa misma comprensión de la estructura del pensamiento es su propia disciplina, que es meditación. La meditación consiste en darse cuenta de cada pensamiento y de cada sentimiento, sin decir nunca que está bien o mal, sino sólo observarlo y moverse con él. En esa observación usted comienza a comprender todo el movimiento del pensar y del sentir. Y de ese estado de ser consciente emana el silencio. El silencio que es resultado del pensamiento es estancamiento, es muerte. Pero el silencio que surge cuando el pensamiento ha comprendido su propio origen y su verdadera naturaleza y el hecho de nunca haber sido libre sino siempre viejo, este silencio es meditación en que el meditador está ausente por completo, porque la mente se ha vaciado a sí misma del pasado. Si usted ha leído este libro toda una hora atentamente, eso es meditación. Si sólo se ha quedado con unas cuantas palabras y ha reunido algunas ideas para pensar en ellas más tarde, entonces eso ya no es meditación. La meditación es un estado de la mente que mira todas las cosas con atención completa, totalmente, no sólo en partes. Y nadie puede enseñarle cómo estar atento. Si lo aprende de algún sistema, usted estará atento al sistema, pero eso no es atención. La meditación es una de las artes más admirables de la vida, quizás la más grande, y no es posible aprenderla de nadie; en eso consiste su belleza. No tiene técnica y, por lo tanto, tampoco autoridad. Cuando usted aprende a conocerse, se observa, observa su forma de caminar, de comer, de hablar, la murmuración, el odio, los celos; si se da cuenta de todo esto que ocurre dentro de usted mismo, sin elección alguna, está llevando a cabo parte de la meditación.
La meditación requiere una mente asombrosamente alerta. Meditar es comprender la totalidad de la vida, en que ha cesado toda forma de fragmentación. La meditación no es el control del pensamiento, porque si éste se controla, engendra conflicto en la mente. Pero cuando usted comprende la estructura y origen del pensamiento, de lo cual ya hemos hablado, entonces el pensamiento no interferirá. Esa misma comprensión de la estructura del pensamiento es su propia disciplina, que es meditación. La meditación consiste en darse cuenta de cada pensamiento y de cada sentimiento, sin decir nunca que está bien o mal, sino sólo observarlo y moverse con él. En esa observación usted comienza a comprender todo el movimiento del pensar y del sentir. Y de ese estado de ser consciente emana el silencio. El silencio que es resultado del pensamiento es estancamiento, es muerte. Pero el silencio que surge cuando el pensamiento ha comprendido su propio origen y su verdadera naturaleza y el hecho de nunca haber sido libre sino siempre viejo, este silencio es meditación en que el meditador está ausente por completo, porque la mente se ha vaciado a sí misma del pasado. Si usted ha leído este libro toda una hora atentamente, eso es meditación. Si sólo se ha quedado con unas cuantas palabras y ha reunido algunas ideas para pensar en ellas más tarde, entonces eso ya no es meditación. La meditación es un estado de la mente que mira todas las cosas con atención completa, totalmente, no sólo en partes. Y nadie puede enseñarle cómo estar atento. Si lo aprende de algún sistema, usted estará atento al sistema, pero eso no es atención. La meditación es una de las artes más admirables de la vida, quizás la más grande, y no es posible aprenderla de nadie; en eso consiste su belleza. No tiene técnica y, por lo tanto, tampoco autoridad. Cuando usted aprende a conocerse, se observa, observa su forma de caminar, de comer, de hablar, la murmuración, el odio, los celos; si se da cuenta de todo esto que ocurre dentro de usted mismo, sin elección alguna, está llevando a cabo parte de la meditación. Así, pues, la meditación puede realizarse mientras viaja en autobús, o cuando camina por los bosques llenos de luces y sombras, o escucha el canto de los pájaros, o mira el rostro de su esposa o hijo. Cuando se comprende la meditación, hay amor, y el amor no es producto de sistemas, de hábitos, de método alguno. El amor no puede ser cultivado por el pensamiento. El amor puede tal vez nacer del pleno silencio, un silencio en que el meditador está ausente por completo. Y la mente sólo puede estar silenciosa cuando comprende su propio movimiento como pensamiento y emoción. Para comprender este movimiento no se le debe condenar mientras se observa. Observar de esta manera es disciplina, y esa clase de disciplina es libre, fluida, no es la disciplina de la conformidad.
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