OBRA COMPLETA - TOMO 3 - J.K. - CONTINUACIÓN -

 Eddington , Pennsylvania, 1936


PRIMERA PLÁTICA EN EDDINGTON


Es importante que se pregunten por qué vienen a estas reuniones y qué es lo que buscan. A menos que lo sepan por sí mismos, estarán propensos a confundirse grandemente tratando de resolver los numerosos problemas y cuestiones que todos debemos afrontar.

Para comprender el motivo y objeto de su búsqueda — si es que buscan algo — , deben saber si consideran la vida desde el punto de vista mecanicista o si la consideran conforme a la creencia en el otro mundo, es decir, desde el punto de vista que llaman religioso. Muchos les dirán que ellos trabajan por un mundo en el que puedan llegar a su fin la explotación del hombre por el hombre, con sus crueldades, sus guerras y desdichas espantosas. Si bien todos concordarán en este objetivo final, algunos aceptarán el enfoque mecanicista y otros el punto de vista religioso respecto de la vida.

El enfoque mecanicista de la vida sostiene que, como el hombre es tan sólo el producto del medio en que vive y de diversas reacciones perceptibles únicamente para los sentidos, el medio y Las reacciones deben ser controlados por un sistema racional que permita al hombre funcionar sólo dentro de esta estructura. Por favor, comprendan el pleno significado de este enfoque mecanicista de la vida. Este no concibe ninguna entidad suprema trascendental, nada que tenga una continuidad; este enfoque de la vida no admite supervivencia de ninguna clase después de la muerte: la vida no es sino un breve intervalo que conduce a la aniquilación. Como el hombre es tan sólo el resultado de reacciones ambientales y se interesa fundamentalmente en su propia seguridad egoísta, ha contribuido a crear un sistema de explotación, crueldad y guerra. En consecuencia, sus actividades deben ser moldeadas y guiadas Codificando y controlando el medio en que vive.

El enfoque mecanicista de la vida priva al hombre de la autentica experiencia de la realidad. Esta no es alguna experiencia fantástica, imaginativa, que adviene cuando la mente se halla libre de todos los estorbos del miedo, del dogma, de le creencia y de esas enfermedades que resultan de las restricciones y limitaciones que aceptamos en nuestra búsqueda de protección propia, seguridad y consuelo.

Luego están los que aceptan la opinión de que el hombre es esencialmente divino, de que su destino es controlado, guiado por cierta inteligencia suprema. Ellos afirman que buscan a Dios, la perfección, la liberación, la felicidad, un estado del ser en el que haya llegado a su fin todo conflicto subjetivo. Su creencia en una entidad suprema que guía el destino del hombre, está basada en la fe. Dirán que esta entidad trascendental o inteligencia suprema ha creado el mundo y que el "yo", el ego, el individuo es algo permanente en sí mismo y que posee una cualidad eterna.

Si reflexionan con espíritu crítico sobre esto, percibirán que tal concepto basado en la fe, ha alejado de este mundo al hombre y lo ha introducido en un mundo de conjeturas, esperanzas e idealismo, ayudándolo así a escapar del conflicto y la confusión. Esta actitud ultramundana basada en la fe y, por ende, en el temor, ha desarrollado creencias, dogmas, ceremonias, y ha fomentado una moral dirigida a la seguridad individual; su resultado es un sistema de evasiones respecto de este mundo de conflicto y dolor. Ha generado, pues, una división entre lo real y lo ideal, entre el aquí de este mundo y el más allá, entre la Tierra y el cielo, entre lo interno y lo externo, a causa de este concepto, se ha desarrollado una moralidad basada en el temor, en el afán adquisitivo, en la seguridad y el bienestar individual aquí y en el otro mundo, así como una serie de valores inmorales, hipócritas y enfermizos que están totalmente en desacuerdo con la vida. Esta concepción de la existencia, junto con sus escapes — todo ello basado en la fe — también priva al hombre de la verdadera experiencia de la realidad.

Así, pues, o bien el hombre está atado a la fe con sus temores, sus creencias organizadas y sus disciplinas, o, rechazando la fe, acepta el enfoque mecanicista de la vida, con sus doctrinas, sus creencias racionalizadas y su ajuste a un patrón de pensamiento y de conducta.

La mayoría de las personas pertenece a uno de estos dos grupos, a uno de estos opuestos. Los opuestos jamás pueden ser verdaderos; y si ninguno de ellos es verdadero, ¿cómo va uno a comprender la vida, sus valores, su moralidad y el significado profundo que uno percibe en ella?

Hay un modo diferente de considerar la vida, no desde el punto de vista de los opuestos, de la fe y de la ciencia — del miedo y de lo mecánico — ; consiste en comprender la vida, no como manifestada en el universo, sino como un proceso que tiene su foco en cada individuo. Es decir, cada uno debe discernir en sí mismo el proceso del devenir y el proceso por el que, al parecer, tiene lugar la terminación, el proceso del nacer y del morir. Sólo este proceso es totalmente perceptible, como conciencia, para el individuo. Por favor, vean claramente este punto. El proceso que opera en el universo o en otro individuo, no puede ser discernida excepto como teniendo su foco en el individuo que es uno mismo.

La propensión a aceptar el concepto mecanicista de la vida, o de abrazarse a la seguridad y al consuelo que ofrece la fe, no nos conducen al verdadero discernimiento de lo que es. La realidad puede ser comprendida tan sólo a través del proceso del "yo" como conciencia, proceso del que surge la individualidad. O sea, uno tiene que comprender el proceso de su propio devenir, el cual incluye a la inteligencia, y eso implica un discernimiento agudo, un estado constante de percepción alerta. En el hecho de comprendernos integralmente a nosotros mismos, radica la posibilidad de poseer verdaderos valores vitales, de establecer una genuina relación con otros individuos, con la sociedad.

Pertenecer a uno de estos dos gmpos opuestos de pensamiento que he mencionado, sólo nos conducirá finalmente a mayor confusión e infelicidad. Todos los opuestos impiden el discernimiento. Para discernir lo que es, uno debe comprenderse a sí mismo, y para ello tiene que abrirse paso por todos esos impedimentos y limitaciones que producen el enfoque mecanicista de la vida y la fe; sólo entonces es posible discernir sensatamente, sin violencia alguna, el proceso del "yo" como conciencia, proceso del que emana la individualidad.

Todas las cosas surgen a la existencia gracias al proceso de la energía, la cual es única para cada individuo. Ustedes y yo somos los resultados de esa energía que, en el curso de su desarrollo, crea esos prejuicios, tendencias y anhelos que hacen algo único de cada individuo. Ahora bien, este proceso que no tiene comienzo, en su movimiento, en su acción, se convierte en conciencia mediante la sensación, la percepción y el discernimiento. Esta conciencia es perceptible a los sentidos como individualidad. Su acción nace de la ignorancia, que es fricción. Esta energía, única para cada individuo, no es algo que deba ser glorificado.

Tenemos que darnos cuenta de este proceso por el que la ignorancia se perpetúa como conciencia perceptible a los sentidos en la forma de individualidad, de modo tal que ello se vuelva un hecho para nosotros y deje de ser una teoría. Sólo entonces habrá un cambio fundamental de valores; este cambio es lo único que producirá una relación verdadera del individuo con su medio, con la sociedad. Si somos capaces de discernir este proceso de la ignorancia, el cual no tiene comienzo, y de comprender también que puede ponérsela fin mediante la cesación de su propia actividad volitiva, percibiremos que somos enteramente los dueños de nuestro destino, confiados por completo en nosotros mismos y sin depender de las circunstancias o de la fe para nuestra conducta y nuestra relación.

Para dar origen a este cambio profundo de valores y establecer la relación correcta del individuo con la sociedad, el individuo — que es uno mismo — debe liberarse conscientemente del enfoque mecanicista de la vida con sus numerosas implicaciones y sus estructuras de ajuste superficial. Uno también debe liberarse de los impedimentos que genera la fe con sus temores, creencias y doctrinas.

A veces pensamos que la vida es mecánica, y otras veces, cuando hay dolor y confusión, nos volvemos hacia la fe esperando guía y ayuda de un ser supremo. Vacilamos entre los opuestos, mientras que sólo comprendiendo la ilusión de los opuestos podremos liberarnos de sus limitaciones y estorbos. A menudo imaginamos que nos hemos librado de ellos, pero sólo podremos estar radicalmente libres cuando comprendamos en plenitud el proceso por el que se forman estas limitaciones y les pongamos fin. No es posible comprender lo real, lo que es, mientras se perpetúe este proceso sin comienzo de la ignorancia. Cuando llega a su fin este proceso, el cual se sustenta a sí mismo mediante sus propias actividades volitivas del anhelo, se manifiesta aquello que puede ser llamada realidad, verdad, bienaventuranza.

Para comprender la vida y poseer valores genuinos, hemos de percibir cuan prisioneros somos de los opuestos y, antes de rechazarlos, debemos discernir su significado profundo. Y, en el proceso mismo de liberarnos de ellos, nace la comprensión respecto de la ignorancia sin comienzo, la cual crea valores falsos y, de ese modo, establece una falsa relación entre el individuo y el medio que lo rodea, generando con ello miedo, confusión y dolor.

A fin de comprender la confusión y el dolor, uno mismo, el individuo, mediante la intensidad de su pensar y una percepción alerta de carácter integral, debe discernir el proceso de su propio devenir. Esto no significa que uno haya de retirarse del mundo; por el contrario, implica comprender los numerosos valores del mundo y liberarse de ellos. Nosotros mismos hemos creado estos valores, y sólo mediante el discernimiento y un constante estado de alerta, podemos poner fin a este proceso de la ignorancia.

Pregunta: ¿No es posible que la percepción alerta, que nos exige ocuparnos constantemente de nuestros propios pensamientos y sentimientos, produzca una actitud indiferente hacia los demás? ¿Le enseñará a uno simpatía, que es la sensibilidad al sufrimiento ajeno?

KRISHNAMURTI: La percepción alerta no consiste en ocuparse de los propios pensamientos y sentimientos. Tal ocupación, que es introspección, objetiva la acción y calcula los resultados de cada acto. En eso no puede haber simpatía ni plenitud del ser. Cada cual está tan ocupado consigo mismo, con sus propias necesidades psicológicas, con su propia seguridad, que es incapaz de experimentar simpatía.

Y bien, la percepción alerta no es esto. Es discernir, sin juzgar, el proceso que da origen a las limitaciones y a los muros autoprotectores tras de los cuales la mente encuentra amparo y consuelo. Tomemos, por ejemplo, la cuestión de la fe, la fe con su temor y su esperanza. La fe nos. brinda consuelo, una confortación en la desgracia o el dolor. Sobre la fe hemos edificado un sistema de compulsión, de disciplina, un conjunto de valores falsos. Detrás de este muro protector de la fe encontramos refugio, y ese muro ha impedido el amor, la simpatía y la bondad, porque nos hemos estado ocupando de nosotros mismos, de nuestra propia salvación, de nuestro propio bienestar aquí y en el más allá.

Si uno comienza a darse cuenta, a discernir cómo, debido al temor, ha creado este proceso, cómo, cada vez que hay una reacción, está protegiéndose detrás de estos ideales, conceptos y valores, entonces entenderá que la percepción alerta no consiste en ocuparse de los propios pensamientos y sentimientos, sino en comprender a fondo la insensatez que implica crear estos valores tras de los cuales la mente se refugia.

Muy pocos de nosotros somos conscientes de que seguimos un patrón, un ideal que nos guía a lo largo de toda la vida. Aceptamos y seguimos un ideal porque pensamos que nos ayudará a abrirnos paso por la confusión de la existencia. De eso nos ocupamos, en vez de comprender todo el proceso de la vida misma. Por lo tanto, no tenemos conciencia de este constante ajuste a un ideal y jamás nos preguntamos por qué existe; pero si lo examináramos con espíritu crítico, veríamos que un ideal no es sino un modo de eludir la realidad, y que amoldándonos a un ideal nos limitamos cada vez más, estamos cada vez más confusos, más agobiados por el dolor, La verdadera simpatía, el verdadero afecto están en el hecho de comprender lo real con su sufrimiento, su afán adquisitivo, sus crueldades, y en eliminar todo eso. Esta percepción alerta no implica ocuparse de los propios pensamientos y sentimientos, sino que es discernimiento constante y sin opciones, de lo verdadero. Toda opción se basa en la tendencia, el anhelo y la ignorancia, lo cual impide el verdadero discernimiento. Si hay opción, no puede haber percepción alerta.

Pregunta: Observando con inteligencia las vidas de otras personas, es posible extraer a menudo valiosas conclusiones para uno mismo. ¿Qué valor piensa usted que tiene tal experiencia indirecta?

KRISHNAMURTI: Fundamentalmente, la experiencia indirecta no puede tener un valor integral. Sólo existe ese proceso de perpetuación de la ignorancia, proceso que tiene su foco en cada uno de nosotros, y sólo mediante la comprensión de este proceso podemos entender la vida, no siguiendo caminos laterales, que son las experiencias de otras personas. Por ese desvío, o sea, siguiendo a otro o aceptando La experiencia de otro, no puede haber verdadera realización.

Pregunta: Suponiendo que, por regla general, actuamos en respuesta a algún prejuicio mental o a ciertas tensiones emocionales, ¿existe alguna técnica por la cual podamos tomar conciencia de tales prejuicios o tensiones en el momento mismo de la acción, antes de que la acción se haya cumplido realmente ?

KRISHNAMURTI: En otras palabras, usted busca un método, un sistema que lo capacite para mantenerse despierto en el instante de la acción. El sistema y la acción no pueden existir juntos, se aniquilan entre sí. Usted me pregunta: ¿Puedo tomar un sedante y, a pesar de ello, estar despierto en el momento de la acción?". ¿Cómo puede un sistema o cualquier otra cosa mantenerlo despierto? Sólo puede hacerlo la propia intensidad de su interés, la necesidad misma do mantenerse despierto. Por favor, vea el significado de esta pregunta. Si usted se da cuenta de que su mente contiene prejuicios, entonces no necesita ninguna disciplina ni sistema ni norma de conducta. Su propio discernimiento de mi prejuicio consume ese prejuicio, y usted puede actuar sensata y claramente. Pero, debido a que no percibe un prejuicio, el cual ocasiona sufrimiento, espera desembarazarse del dolor siguiendo un sistema, pero eso no es sino el desarrollo de otro prejuicio; y a este nuevo prejuicio lo denomina "proceso de mantenerse despierto, de tornarse consciente". La búsqueda de un sistema no hace más que indicar una mente perezosa, y el seguir tal sistema nos incita a actuar automáticamente, destruye la inteligencia. Los así llamados instructores religiosos les han dado sistemas. Ustedes piensan que siguiendo un sistema nuevo, adiestrarán la mente para que pueda discernir y aceptar nuevos valores. Cuando consiguen esto, lo que en realidad han hecho es amortiguar la mente, adormecerla, y esto lo confunden con la felicidad, con la paz.

Ustedes escuchan todas estas cosas y, no obstante, sigue habiendo una brecha entre la vida cotidiana y la búsqueda de lo real. La brecha existe por el hecho de que el cambio implica no sólo molestia física, sino incertidumbre mental, y a nosotros no nos gusta sentirnos inseguros. Debido a que esta incertidumbre ocasiona perturbación, posponemos el cambio y, de este modo, exageramos la brecha existente. En consecuencia, seguimos creando conflicto e infelicidad de los que tratamos de escapar. Aceptamos, entonces, o bien el concepto mecanicista de la vida, o el de la fe, y así escapamos de la realidad. La brecha, el vacío entre nosotros y lo real podrá llenarse sólo cuando veamos la necesidad absoluta de que lleguen a su fin todos los escapes y, de aquí, la necesidad de una acción integral, de la cual habrá de nacer la verdadera relación humana con los individuos, con la sociedad.

12 de junio de 1936

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SEGUNDA PLÁTICA EN NUEVA YORK


En medio de un gran desorden y de mucha tensión, estamos atrapados en la lucha por el éxito y la seguridad, y así hemos perdido el sentimiento profundo por la vida, la verdadera sensibilidad que es la esencia de la comprensión. Admitimos intelectualmente que hay explotación, crueldad, pero por alguna razón no existe ese entendimiento que lleva a una acción y un cambio drásticos. La acción verdadera y vital puede surgir sólo de una captación comprensiva e inteligente de la vida.

Existen todas las formas concebibles de explotación en nuestras actividades sociales, religiosas y creativas. Vermos cómo el hombre vive del hombre, haciendo que otros trabajen para él en su propio provecho y conforme a su conveniencia personal, comprando y vendiendo para su propia ganancia, buscando y estableciendo despiadadamente su propia seguridad egoísta. Hay distinciones de clase, con sus odios y antagonismos. También hay distinciones en el trabajo: una categoría es considerada superior y otra inferior, un tipo de trabajador es despreciado y otro elogiado. Este es un sistema de competencia y cruel eliminación de aquéllos que son, quizá, menos astutos, menos agresivos, y que no han tenido oportunidades afortunadas en la vida.

 Tenemos orgullo racial y prejuicios nacionales que frecuentemente nos llevan a la guerra, con todos sus horrores y crueldades. Ni siquiera los animales escapan de estas cmeldades del hombre.

Luego tenemos la explotación ejercida por las religiones, con su cruel competencia entre los credos, con sus iglesias, sus dioses y templos. Cada sistema de creencia y de fe sostiene su propio derecho divino, su propia certeza de que conduce al hombre hacía lo supremo, y el individuo pierde así esa genuina experiencia religiosa no afectada por las creencias y los dogmas de las religiones organizadas. Hay, en nombre de la realidad, una superstición sistematizada que, con sus afirmaciones y doctrinas, inculca y mantiene el temor de la gente. Por eso hay tanta confusión de creencias, ideales y doctrinas.

Y, en el campo del trabajo creativo, hay un abismo inmenso entre la expresión creativa y el arte de vivir. En ese trabajo creativo hay ambición personal, engreimiento y competencia que producen una reacción superficial, la que a menudo se confunda con la expresión y realización creadora.

En esta civilización, debido a un sistema que cada individuo ha contribuido a crear y de cuyas crueldades son pocos los que escapan, estamos forzados, nos guste o no, a vivir sin una realización profunda. En todos los órdenes de la vida hay confusión, infelicidad, y cada uno de nosotros, como ente social y religioso, está atrapado en esta maquinaria de explotación y cmeldad. Algunos están conscientes de este proceso con el dolor que lo acompaña y, aunque reconocen su peligrosidad, continúan en los viejos hábitos de pensamiento y acción diciéndose que están forzados a vivir en este mundo. Otros, ni siquiera tienen conciencia de este desdichado sistema.

Cuando ustedes comiencen a examinarlas diversas ideas que se exponen para la solución de la desgracia humana, percibirán qua éstas se dividen en dos gmpos: unas, sostienen que debe haber una completa reorganización social del hombre, de modo tal que puedan terminarse la explotación, el afán adquisitivo y las guerras; las otras, afirman y ponen de relieve las actividades volitivas del hombre.

Es erróneo poner el acento en uno u otro grupo de ideas. La reorganización social es, obviamente, necesaria. Pero si examinan con espíritu crítico esta idea de organizar al hombre y a sus expresiones, y si no se dejan arrebatar por las garantías superficiales en cuanto a resultados inmediatos de seguridad y bienestar que tal idea ofrece, percibirán que ella contiene muchos y muy graves peligros. La mera creación de un sistema nuevo puede llegar a ser otra vez una cárcel que aprisione al hombre, sólo que mediante dogmas, ideas y credos diferentes. Están los que afirman que el pan es lo primero y que las otras cosas vitales para el hombre vendrán después en su momento apropiado. O sea, sostienen que debe haber un control del medio en que vivimos y que, gracias a esto, el hombre alcanzará su verdadera realización, Este énfasis puesto exclusivamente en la subsistencia material, frustra su propio propósito, puesto que no sólo de pan vive el hombre.

¿Qué acentuaremos, entonces, lo interno o lo externo? ¿Debemos comenzar con lo externo, controlando, dirigiendo y dominando? ¿O haremos hincapié en el proceso interno del hombre? Acentuar lo uno o lo otro destruye el propio fin que se propone. Dividir al ser humano en lo interno y lo externo, es impedir la verdadera comprensión del ser humano. Para comprender el problema de las distinciones de clase, de las guerras, de la explotación, de las crueldades y los odios, del afán adquisitivo, debemos discernir al hombre como una totalidad, y desde ese punto de vista considerar sus actividades y deseos, así como su realización.

Considerar al hombre como el mero resultado del medio y de la herencia, hacer hincapié sólo en la subsistencia y descartar el proceso interno, o interesarse enteramente en lo interno y descartar lo externo, es totalmente erróneo y debe, por fuerza, generar confusión e infelicidad. Tenemos que comprender al hombre como un todo integral, no como una entidad con funciones separativas — trabajador, ciudadano, ente espiritual — , sino como un ser completo en el que todo es interdependiente e interactivo. Debemos tener la lucidez de percepción necesaria para saber que la ignorancia de nuestro propio ser es la condición previa p ara todo dolor y conflicto. Mientras no nos comprendamos a nosotros mismos — lo oculto y lo consciente — , cualquier cosa que hagamos, en cualquier campo de actividad, generará, inevitablemente, sufrimiento.

Esta comprensión de nosotros mismos, o sea, de este proceso de formación del "yo", con su ignorancia, sus tendencias y anhelos, tiene que volverse real y no permanecer siendo teórico. Puede volverse real, real para ustedes, sólo si disciernen y comprenden mediante la experimentación, que es posible poner fin al proceso de la ignorancia. Con la terminación de la ignorancia — la ignorancia es siempre la falta de comprensión acerca de uno misino y del proceso del "yo" — , existen la realidad y la bienaventuranza de la iluminación.

Hay dos clases de experiencia: la del deseo y la de la realidad. Pero para que pueda experimentarse lo real, deben cesar las experiencias del deseo. La experiencia del deseo es la mera continuación de la separativa conciencia propia, y esto impide la comprensión de lo real. Aunque podamos pensar que estamos experimentando lo real, de hecho experimentamos nuestros propios deseos, y estos deseos se vuelven tan reales, concretes y definidos, que los tomamos por la realidad. La experiencia del deseo continúa creando división y conflicto.

¿Cuáles son los resultados de las experiencias del deseo? Son los ropajes y las máscaras que hemos desarrollado mediante nuestras propias actividades volitivas basadas en el temor y en la búsqueda de seguridad: la seguridad en este mundo, con su espíritu adquisitivo, o la seguridad en el más allá, con sus esperanzas y anhelos; la seguridad de la opinión, de las creencias, de los ideales. Estas máscaras y estos ropajes, producto de la actividad volitiva del anhelo, prolongan el proceso sin comienzo del "yo", de esa conciencia que llamamos individualidad. En tanto existan estas máscaras, no podrá haber comprensión de lo real.

Ustedes preguntarán: "¿Cómo puedo vivir, existir, sin experimentar ningún deseo, ningún anhelo?". Formulan esa pregunta porque para ustedes esto es tan sólo un concepto teórico, porque no lo han experimentado, no han puesto a prueba por sí mismos su validez, su carácter factual. Si experimentan, percibirán que pueden vivir sin anhelos, de una manera íntegra, completa, y así comprender la realidad, la belleza y plenitud de la vida. Sólo ustedes mismos pueden descubrir — nadie más puede hacerlo por ustedes — si es posible vivir, trabajar y crear estando libres de anhelos y deseos.

Mientras continúe el proceso por el cual el "yo" se rehace a sí mismo mediante las experiencias del deseo, tendrá que haber confusión, dolor y roces de los que la mente trata de escapar buscando la inmortalidad y otra forma de seguridad y consuelo, engendrando así el proceso de explotación. Con la cesación de todas las experiencias del deseo que sustentan la individualidad separativa, adviene lo innominado, la realidad inconmensurable, la bienaventuranza. Para poder experimentar la realidad, uno debe librarse de todas las máscaras que ha desarrollado en la lucha por adquirir, lucha nacida del anhelo.

Estas máscaras no esconden la realidad. Somos propensos a imaginar que, desembarazándonos de estas máscaras, encontraremos la realidad, o que poniendo al descubierto las numerosas capas del deseo, descubriremos lo oculto. Damos así por sentado que, tras de esta ignorancia, o en las profundidades de la conciencia, o más allá de esta fricción de la voluntad o del anhelo, se encuentra la realidad. Esta conciencia compuesta de muchas máscaras, de muchas capas, no oculta dentro de sí a la realidad. Pero, a medida que vamos comprendiendo el proceso de desarrollo de estas máscaras, de estas capas de la conciencia, y la conciencia se va liberando de su expansión volitiva, la realidad se manifiesta. Es totalmente erróneo nuestro concepto de que el hombre, aunque limitado, es divino, de que la belleza se halla oculta por la fealdad, la sabiduría sepultada bajo la ignorancia, o que la inteligencia suprema se esconde en medio de la oscuridad. Al discernir cómo, a causa de esta ignorancia sin comienzo y de sus actividades ha surgido el proceso del "yo", y al poner fin a ese proceso, adviene la iluminación. Esta iluminación es una experiencia de lo inconmensurable y no puede ser descrita; es.

¿Cómo hemos de discernir esta ignorancia sin comienzo con todas sus actividades volitivas? ¿Cómo hemos de ponerle fin? ¿Cómo hemos de volvernos profundamente atentos, integralmente perceptivos con respecto al proceso de la conciencia con sus múltiples capas de tendencias, anhelos, odios y deseos? ¿Puede, acaso, alguna disciplina o algún sistema ayudarnos a reconocer y eliminar este proceso de la ignorancia y el dolor?

Experimentando, percibiremos que ningún sistema, ninguna guía, ninguna disciplina pueden jamás ayudar a discernir este proceso ni a terminar con la ignorancia. Se necesita una mente apasionada y flexible, capaz de un discernimiento directo en el que no haya opción alguna. Pero, como nuestra mente está llena de prejuicios y se halla dividida, es incapaz de tener un verdadero discernimiento. Dado que alimentamos prejuicios, debemos darnos cuenta de ese hecho antes de que podamos comenzar a distinguir qué es real y qué es ilusorio. Para ello, tiene que haber percepción alerta. Uno debe volverse consciente del movimiento de su pensar y de sus propias actividades, Hágan lo que hicieren, háganlo con la plenitud de la mente, y así percibirán que en este proceso de despertar se revelan muchos pensamientos y anhelos ocultos. Cuando la mente ya no está más atada por la opción, existe la experiencia de la realidad, porque la opción se basa en el deseo, y donde hay deseo no puede haber discernimiento. Gracias al recto esfuerzo del interés despierto, el proceso sin comienzo de la ignorancia y de las actividades espontáneas por las que se nutre, llega a su fin. La mente, al liberarse mediante el recto esfuerzo, de los temores, las tendencias y los anhelos que ella misma ha creado, es capaz de discernir lo real, lo inconmensurable.

Pregunta: He perdido todo el entusiasmo y el gusto por la vida que tuve alguna vez. Poseo lo suficiente para mis necesidades materiales; no obstante, la vida es hoy para mí una cáscara vacía y sin sentido, una existencia que se arrastra sin cesar. ¿ Podría usted exponer algunos pensamientos que quizá me ayudaran a abrirme paso por este vacío aparentemente sin esperanza?

KRISHNAMURTI: Uno pierde el entusiasmo o el gusto por la vida cuando no hay plenitud de realización. Mientras uno es tan sólo el esclavo de un sistema, o se ha adiestrado meramente para encajar en un determinado molde social o para ajustarse irreflexivamente a una norma establecida de conducta, no puede haber verdadera realización. Responder simplemente a una reacción y pensar que eso es la expresión plena de nuestro ser, genera inevitablemente frustración; y donde hay fmstración tiene que haber vacuidad y sufrimiento.

Si uno es profundamente consciente de esa frustración, entonces hay alguna esperanza, porque la frustración origina tanta desdicha y descontento, que uno está obligado a despojarse de las numerosas tendencias que ha desarrollado a causa del anhelo y a liberarse de las ilusiones e imposiciones de la opinión. Esto exige recto esfuerzo, porque es necesario abandonar el viejo y establecido hábito de pensamiento y acción. Donde hay frustración, es inevitable que haya vacuidad — un vacío doloroso — y sufrimiento. Pero realizarse plenamente es arduo, requiere comprensión y una mente-corazón alerta.

Pregunta: El deseo de seguridad, ¿no es más bien un instinto natural, como el de la autoprotección en presencia del peligro ? ¿Cómo podemos, entonces, prescindir de ese instinto y por qué deberíamos intentar algo semejante ?

KRISHNAMURTI: La persecución de la seguridad indica que hay frustración y que nos roe constantemente el temor. La inteligencia, que no se interesa en el concepto de seguridad, dispone el bienestar de lo total y no tan sólo de lo particular. Ahora bien, cada cual está buscando individualmente su propia seguridad y, de ese modo, genera infelicidad y confusión. Cada cual se interesa en sí mismo, busca su propia seguridad individual aquí y en el más allá, y así entra siempre en conflicto con otro que también persigue su propio objetivo. En consecuencia, hay fricción, antagonismo, odio y lucha constantes. Sólo la inteligencia puede ordenar humanamente las necesidades vitales para todos. Éstos son los hechos, y para experimentarlos deben ustedes discernir el verdadero significado de la seguridad. Si la consideran profundamente, percibirán que esta idea de buscar seguridad carece de un valor perdurable aquí o en el más allá. Esto ha sido demostrado una y otra vez durante los cataclismos. Pero, a pesar de eso, cada cual persigue su propia seguridad y así continúa viviendo en estado de constante temor y confusión. Donde no hay búsqueda de seguridad, sólo puede existir la dicha de lo real.

Pregunta: Se dice que el ejemplo vale más que el precepto. ¿No es, entonces, considerable el valor que para otro puede tener un ejemplo personal como el suyo?

KRISHNAMURTI: ¿Cuál es el motivo que hay detrás de esta pregunta? ¿No es, acaso, que el interlocutor desea seguir un ejemplo, pensando que éste puede conducirlo a la realización? El seguir a otro jamás da por resultado la realización. Una violeta nunca podrá convertirse en una rosa, pero la violeta puede ser una flor perfecta en sí misma. Estando inseguro, uno busca la certidumbre imitando a otra. Esto genera temor, del cual surge la ilusión del amparo y consuelo que algún otro puede darnos y las muchas ideas falsas acerca de la disciplina, la meditación y el sometimiento a un ideal. Todo esto no hace sino indicar la falta de comprensión respecto de uno mismo, la perpetuación de la ignorancia. Constituya la raíz del dolor y, en lugar de discernir su causa, uno piensa que puede comprenderse a sí mismo por medio de otro. Este acudir al ejemplo ajeno sólo conduce a la ilusión y al sufrimiento.

Mientras no haya comprensión de uno mismo, no puede haber realización. Ésta no es un proceso de racionalización, no es el mero acopio de informaciones, ni puede lograrse por intermedio de otra persona, por grande que sea. La realización es el goce de la comprensión profunda respecto de nuestra propia existencia y de nuestras acciones.

Pregunta: Si la reencarnacion es un hecho en la naturaleza, y también lo es la idea de que el ego reencarna hasta que alcanza la perfección, entonces el logro de la perfecdón o de la verdad, ¿no involucra al tiempo?

KRISHNAMURTI: Preguntamos con frecuencia si la reencarnación es una realidad, porque en el presente no podemos encontrar la inteligente felicidad y realización del individuo. Si vivimos en medio del conflicto y la desdicha y no tenemos oportunidad y esperanza en esta vida, anhelamos una vida futura o una realización libre de lucha y dolor. A este estado futuro de bienaventuranza gustamos llamarlo perfección.

Para comprender esta cuestión debemos descubrir qué es el ego. El ego no es algo real en sí mismo que, como el gusano que va de hoja en hoja, pasa de una existencia a otra reuniendo experiencia y aprendiendo sabiduría hasta que alcanza lo supremo que, según imaginamos, es la perfección. Ese concepto es erróneo, es tan sólo una opinión y no una realidad. El verdadero proceso del "yo", del ego, puede discernirse percibiendo cómo, debido a la ignorancia, a las tendencias y a los anhelos, el "yo" se forma y vuelve a formarse restableciendo a cada instante su continuidad. La voluntad originada en el deseo se perpetúa mediante sus propias actividades volitivas. A causa de la acción de la ignorancia y del proceso por el que ésta se nutre a sí misma, la limitación, como conciencia, crea su propia limitación futura y su dolor. En este círculo vicioso está atrapada toda existencia.

¿Puede alguna vez llegar a ser perfecta esta limitación, esta fricción, esta resistencia contra el movimiento de la vida, resistencia que conocernos como el ego? ¿Puede el deseo volverse perfecto? Es indudable que el egoísmo no puede convertirse en algo más noble, más puro; siempre permanece siendo lo que es. Esta idea de que, con el transcurso del tiempo, el ego se volverá perfecto, es absolutamente falsa y errónea.

El tiempo es el resultado de esas actividades volitivas del anhelo que atañe a vida y le dan un sentido de continuidad. Pero la vida se halla, de hecho, en un estado de nacimiento constante, un estado que jamás ha sido y jamás volverá a ser, un estado que siempre se renueva, que se halla en perpetuo movimiento.

Lo que tiene vital importancia para cada uno de nosotros es descubrir si, a causa de la ignorancia con sus actividades volitivas, el proceso del "yo" se perpetúa o no. Si este proceso que se nutre a sí mismo continúa, no puede tener existencia aquello que es real, verdadero. Sólo si llega a su fin la voluntad del anhelo con sus experiencias originadas en el deseo, se manifiesta la realidad. Este proceso sin comienzo, el proceso del "yo" con sus actividades espontáneas, no puede ser demostrado. Uno tiene que discernirlo. No es una cuestión de fe sino de comprensión profunda, de percepción integral, de recto esfuerzo, el acto de discernir cómo el anhelo crea su propia limitación y cómo cualquier acción que nazca del anhelo debe, por fuerza, engendrar mayor fricción, resistencia y dolor.

Pregunta: ¿Qué le parece a usted la técnica psicoanalítica creada para tratar las fijaciones, las inhibiciones y los complejos, y cómo abordaría usted tales casos?

KRISHNAMURTI: ¿Puede algún otro librarlo a uno de sus limitaciones, o ése es tan sólo un proceso de sustitución? La persecución que la gente hace del psicoanalista, se ha convertido en el pasatiempo favorito de las personas acomodadas. (Risas). No se rían, por favor. Puede que ustedes no vayan al psicoanalista, pero pasan par el mismo proceso de una manera diferente cuando acuden a una organización religiosa, a un líder o a alguna disciplina, para librarse de fijaciones, inhibiciones y complejos. Estos métodos pueden tener éxito en lograr efectos superficiales, pero deben desarrollar inevitablemente nuevas resistencias contra el movimiento de la vida. Ninguna persona, ninguna técnica puede liberarnos verdaderamente de tales limitaciones. Para experimentar esa libertad, debemos comprender profundamente la vida y discernir por nosotros mismos el proceso por el que se crean y se mantienen la ignorancia y la ilusión. Esto requiere percepción alerta y penetrante, no la mera aceptación de una técnica. Pero, como somos indolentes, dependemos de otro para nuestra comprensión y, debido a eso, aumentamos la confusión y el dolor. La comprensión de este proceso de la ignorancia y de sus actividades que se sustentan a sí mismas, de esta conciencia que tiene su foco en el individuo y que sólo es perceptible para él, es lo único que puede traer al hombre una felicidad profunda y duradera.

4 de junio de 1936