CUARTA PLÁTICA EN OMMEN
Cada uno de nosotros tiene cierto problema peculiar que le pertenece. A algunos les preocupa la muerte y el miedo a la muerte, así como lo que va a ocurrir en el más allá; algunos se sienten tan solos y aislados en sus ocupaciones, que buscan una forma de superar esta vacuidad; algunos están agobiados por el dolor; algunos soportan la rtina y el aburrimiento del trabajo, y otros el problema del amor con sus complejidades. ¿Cómo pueden ser resueltos todos estos problemas o el problema particular de cada uno? ¿Hay sólo un problema o son muchos problemas separados? ¿Debe cada uno de ellos ser resuelto separadamente, desconectado de los demás, o tenemos que rastrear cada problema y así llegar al problema único? ¿Hay, entonces, un solo problema y, rastreando cada dificultad, llegaremos al problema único mediante el cual, si lo comprendemos, podremos resolver todos los otros?
Existe tan sólo un problema fundamental, el cual se expresa de muchas maneras diferentes. Cada uno de nosotros es consciente de una dificultad en particular y desea intentar resolverla por separado. En la resolución de nuestra dificultad peculiar, podemos, a la larga, dar con el problema central, pero durante el proceso de llegar allí la mente se ha fatigado y ha adquirido conocimientos, fórmulas, patrones, que son todos obstáculos en su comprensión del único problema central. Algunos de nosotros tratamos de rastrear cada problema hasta su origen y, en el proceso del examen y el análisis, estamos aprendiendo, acumulando el así llamado conocimiento. Este conocimiento, gradualmente se convierte en fórmulas, patrones. La experiencia nos ha provisto de recuerdos y valores que nos guían y disciplinan y que, inevitablemente, nos condicionan.
Ahora bien, estos patrones y recuerdos autoprotectores, este conocimiento almacenado, estas fórmulas, nos impiden captar y resolver el problema fundamental. Si nos enfrentamos a una experiencia vital y tratamos de comprenderla con recuerdos y valores muertos, tan sólo la corrompemos, absorbiéndola dentro de la acumulación muerta del pasado.
Para resolver este problema del vivir, deben ustedes tener una mente fresca, nueva. Debe ocurrir un nuevo nacimiento. La vida, al amor, la realidad son siempre nuevos, y se requieren una mente y un corazón nuevos para comprenderlos. El amor es siempre nuevo, pero esta frescura de lo nuevo es malograda por el intelecto mecánico con sus complejidades, ansiedades, celos y demás.
¿Nos renovamos nosotros, hay un nacimiento nuevo cada día? ¿O estamos tan sólo desarrollando la capacidad de resistencia por medio de la voluntad, del hábito, de los valores? Es lo que hacemos, fortalecer meramente la voluntad de resistencia en formas diferentes y sutiles. Por eso la experiencia, en vez de liberarnos, de darnos libertad para renacer, para renovarnos, nos condiciona más, nos ata más a las acumulaciones muertas del pasado, al conocimiento acumulado, el cual es, en realidad, ignorancia y miedo. Esto corrompe y destruye la fuerza liberadora de la experiencia.
Este es el problema fundamental: cómo renacer o renovarnos. Ahora bien, ¿puede uno renovarse mediante fórmulas, creencias? ¿No es absurda, acaso, la idea misma de que uno puede renovarse por medio de patrones, ideales, normas? ¿Puede la disciplina, forzada o autoimpuesta, originar un renacimiento de la mente? Esto también es una imposibilidad, ¿no es así? ¿Puede uno renovarse por medio de eslogan, palabras repetitivas, instituciones, o rindiendo culto a alguien? Quizá momentáneamente, mientras ustedes me escuchan, perciben la imposibilidad de renovarse por medio de un método, de una persona y cosas así.
¿Qué es, entonces, lo que habrá de renovarnos? ¿Perciben La necesidad vital de renovarse, de renacer? Para comprender la vida con todos sus complejos problemas, y para comprender la realidad, lo desconocido, tiene que haber muerte y renacimiento constantes. De lo contrario, afrontamos los problemas nuevos, con acumulaciones muertas, las cuales sólo atan, causando confusión y sufrimiento.
Nos enfrentamos, pues, con estos recuerdos acumulados, con estas fórmulas y creencias, con estos valores que actúan constantemente como un escudo, como una resistencia. Ahora bien, si tratamos de eliminar estas resistencias, estas salvaguardas, recurriendo a la mera voluntad y a la disciplina, la mente no se renueva. Sin embargo, tenemos el poder, tenemos la única fuerza que puede liberar y renovar, y esa fuerza es el amor — el amor, no el del ideal, no el de La fórmula, sino el amor de ser humano a ser humano — , Pero hemos impedido este amor mediante la moral de la voluntad, porque exista el deseo de satisfacción y el miedo que lo acompaña. De este modo, el amor se vuelve destructivo, ata en vez de liberar, de renovar.
Vemos este proceso de esclavitud y dolor operando en nuestra vida cotidiana. Únicamente en la vida cotidiana, con sus relaciones y sus conflictos, sus temores y sus ambiciones, comenzamos a percibir la fuerza renovadora del amor. Este amor no es sentimentalismo. El sentimentalismo, después de todo, es tan sólo la incapacidad de sentir profundamente, integralmente y, en consecuencia, de cambiar fundamentalmente.
Pregunta: Me gustaría saber por qué a veces soy demasiado perezoso para llegar a ese estado de frescura y renovación.
KRISHNAMURTI: Puede que sea usted perezoso debido a la falta de una dieta apropiada, pero el hecho de poseer un cuerpo sano, ¿asegura un renacimiento de la mente? Uno puede ser tranquilo, aparentemente perezoso y, no obstante, ser extraordinariamente activo, vital.
Comentario: Para alcanzar la renovación debemos esforzarnos.
KRISHNAMURTI: Usted no puede renovarse cargando el peso muerto del pasado y, al percibir esto, piensa que debe hacer un esfuerzo para librarse de él. Estando atrapado en la confusión siente que, para desenredarse de ella, debe disciplinarse, esforzarse a fin de superarla o, de lo contrario, la confusión habrá de incrementarse y continuar. Es esto lo que usted quiere decir, ¿no? O bien hace un esfuerzo para mantenerse en silencio y observar con el fin de vencer esta confusión y este conflicto, o hace un esfuerzo paca entender sus causas de modo tal que pueda superarlas; o está intelectualmente interesado tan sólo en observar... pero no necesitamos ocuparnos de los así llamados intelectuales. O acepta usted el caos, la Lucha, o trata de vencer el sufrimiento; ambas cosas involucran esfuerzo. Si examina el motivo para estos esfuerzos, percibirá que existe el deseo de no sufrir, el deseo de escapar, de estar satisfecho, de protegerse a sí mismo, etc. El esfuerzo se ejerce para superar, para comprender, para transformar aquello que somos, en lo que quisiéramos ser o en lo que pensamos que debemos ser. Todos estos esfuerzos, ¿no producen, en realidad, una serie de hábitos nuevos en lugar de los viejos?
Los viejos hábitos. Los viejos valores no nos han proporcionado el ideal, la satisfacción, y entonces hacemos un esfuerzo para establecer ideales nuevos, una serie nueva de hábitos, valores y satisfacciones. Un esfuerzo así se considera meritorio y noble. Hacemos un esfuerzo con el fin de ser o de no ser alguna cosa, conforme a una fórmula, a un patrón preconcebido. Por lo tanto, no puede haber renacimiento, sino tan sólo una continuación del viejo deseo dentro de una forma nueva, la cual pronto genera confusión y dolor. Otra vez existe el ejercicio de la voluntad para superar este conflicto y este dolor; de nuevo quedamos atrapados en el círculo vicioso del esfuerzo, ya sea el esfuerzo para encontrar la causa del sufrimiento o el esfuerzo para superarla.
Hacemos un esfuerzo para vencer el miedo descubriendo sus causas. ¿Por qué quiere uno descubrir la causa? ¿No es, acaso, porque no quiere sufrir, porque tiene miedo de sufrir? Así, pues, uno espera que, al doblegarse el miedo ante el miedo, todo el miedo será vencido. Esto es imposible.
Ahora bien, ¿hace usted un esfuerzo para descubrir la causa de la alegría? Si lo hace, la alegría deja de existir y sólo existen los recuerdos de ésta y los hábitos.
Pregunta: Entonces, si uno analiza el miedo, éste también debería desaparecer, del mismo modo que desaparece la alegría cuando la examinamos. ¿Por qué no ocurre así ?
KRISHNAMURTI: La alegría es espontánea, no se la busca ni se la invita, y cuando la mente la analiza para cultivarla o recobrarla, eso ya no es más alegría. Mientras que el miedo no es espontáneo, excepto en incidentes súbitos e imprevistos, sino que la mente lo cultiva con suma diligencia en su deseo de satisfacción, de certidumbre. Por lo tanto, si usted hace un esfuerzo para librarse del miedo mediante el descubrimiento de sus causas y demás, lo único que hace es disimular el miedo, porque el esfuerzo pertenece a la voluntad, la cual es resistencia engendrada por el miedo mismo.
Si uno integralmente, con la totalidad de su ser, comprende este proceso, entonces, en medio de esta llama del sufrimiento — cuando no hay deseo alguno de escapar de él, de vencerlo — , desde esta confusión misma, brotando desde el propio suelo del miedo, surge espontáneamente una nueva comprensión.
10 de agosto de 1938