Ciudad de Nueva York , Nueva York, 1936
PRIMERA PLÁTICA EN NUEVA YORK
En el mundo actual, están los que sostienen que el individuo es nada más que una entidad social, que es tan sólo el producto del medio conflictivo en que vive. Otros afirman que el hombre es divino, y esta idea expresada e interpretada en diversas formas, podemos encontrarla en las religiones.
Son muchas y aparentemente lógicas las implicaciones contenidas en la idea de que el hombre es una entidad social, entonces apoyará la regimentación del pensamiento y de su expresión en todas las esferas de la vida. Si sostiene que el hombre es un mero resultado del medio, entonces es natural que el sistema adquiera suprema importancia y que en él se ponga todo el acento, por lo cual adquieren un gran valor los moldes a los cuales el hombre debe ajustarse. Entonces tienen ustedes la disciplina, la coacción y, finalmente, la autoridad social que se autotitula gobierno, o la autoridad de los gmpos, o la de los conceptos ideales. La moral social es, entonces, mero asunto de conveniencia; y nuestra existencia, sólo cuestión de un breve intervalo, es seguida por la aniquilación.
No necesito examinar las múltiples implicaciones contenidas en la idea de que el hombrees tan sólo una entidad social. Si les interesa, pueden ver por sí mismos le que eso significa, y si aceptan la idea de que la individualidad no es sino el producto del medio, entonces la moral social y los conceptos religiosos deben experimentar necesariamente un cambio completo.
Si, no obstante, aceptan la idea religiosa de que existe un poder divino, invisible, que controla nuestro destino y así nos fuerza a la obediencia, a la veneración y al culto, entonces también deben reconocer las inferencias de este concepto. A la aceptación profunda de tal poder divino, debe seguir una completa reorganización social y moral. Esta aceptación se basa en la fe, la cual da, por fuerza, nacimiento al temor, aun cuando uno pueda disimular este temor afirmando que es amor. Ustedes aceptan esta idea religiosa porque contiene la promesa de una inmortalidad personal. Su moralidad se basa sutilmente en la propia perpetuación, en la recompensa y el castigo. En este concepto está también la idea del logro, de la búsqueda egoísta y del éxito. Y, si aceptan eso, entonces deben buscar guías, Maestros, senderos, disciplinas, y perpetuar las muchas formas sutiles de autoridad.
Existen estas dos categorías de pensamiento, las que deben estar inevitablemente en agudo conflicto. Cada uno de nosotros tiene que descubrir por sí mismo si una de estas dos concepciones del hombre, aparentemente contradictorias, es verdadera: si el individuo es tan sólo el resultado de las influencias ambientales y de la herencia — las cuales desarrollan ciertas peculiaridades y características — o si hay algún poder oculto que guía, controla, fuerza el destino y la realización del hombre. O bien aceptamos ambas concepciones aunque se opongan diametralmente la una a la otra, o escogemos entre ellas; es decir, escogemos entre la regimentación del pensamiento individual con sus expresiones, y la concepción religiosa de que cierta inteligencia invisible está creando, guiando y moldeando el futuro y la felicidad del hombre, idea ésta basada en la fe, en el anhelo de perpetuación propia, la cual impide el verdadero discernimiento. Ahora bien, si somos indiferentes a esta idea, esa indiferencia misma no indica sino irreflexión y. por lo tanto, un prejuicio que nuevamente obsta a la comprensión verdadera.
La elección se basa en el agrado y el desagrado, en el prejuicio y las tendencias; por lo tanto, pierde toda validez. En vez de pertenecer a uno de estos dos grupos o de verse forzado a elegir, yo sostengo que hay una forma diferente de abordar la comprensión de la individualidad, la comprensión del hombre. Esta se encuentra en el discernimiento directo, en la prueba que ofrece la acción cuando no viola la sensatez y la inteligencia.
¿Qué harán ustedes para descubrir, como individuos, si el hombre es divino en su limitación o si es un simple juguete de las circunstancias sociales? Este problema pierde su mera significación intelectual y se vuelve tremendamente vital cuando lo ponen a prueba en la acción. Entonces, ¿cómo hemos de actuar? ¿Cómo hemos de vivir?
Si uno acepta la idea de que es tan sólo un ente social, la acción se vuelve aparentemente simple; entonces, mediante la educación, mediante compulsiones sutiles y la instalación de ciertas ideas, uno se adiestra para amoldarse a determinadas normas de conducta, de relación. Por otra parte, si uno aceptara de verdad la concepción religiosa de cierto peder invisible que controla y guía nuestra vida, entonces su acción tendría un significado totalmente distinto del que tiene ahora. De ese modo, uno tendría una relación diferente — la cual es moralidad — con otros individuos, con la sociedad en general; y ella implicaría la cesación de las guerras, de las distinciones de clase, de la explotación.
Pero como esta relación verdadera no existe en el mundo, es obvio que estamos totalmente inseguros acerca del verdadero significado de la individualidad y de la acción. Porque, si aceptáramos realmente la idea religiosa de que somos guiados por cierta entidad suprema, entonces, quizá, nuestra acción moral y social sería cuerda, equilibrada e inteligente; pero visto que no lo es, resulta obvio que no aceptamos esa idea, aunque aparentemos aceptarla. Por esto existen las numerosas iglesias con sus diversas formas de explotación. Si uno sostiene que no es sino un ente social, entonces igual tiene que haber un cambio completo en su actitud y en su acción. Y este cambio no ocurre. Toda ello indica que nos encontramos en un estado de apatía y sólo perseguimos nuestras propias idiosincrasias.
A fin de comprender el proceso de la individualidad, de descubrir qué es lo permanente y lo verdadero, es esencial hallarse en un estado de completa y vital incertidumbre. Uno tiene que averiguar por sí mismo si se halla en este estado de completa incertidumbre, o sea, sin aceptar que el individuo es un ente social con todo lo que eso implica, y sin aceptar que el individuo es algo supremo, guiado divinamente, también con todo lo que esa idea sugiere. Sólo entonces hay una posibilidad de verdadero discernimiento y comprensión.
Si uno se halla en este estado, como debe ocurrir con la mayor parte de las personas reflexivas, sin seguir ningún dogma ni ideal, ninguna creencia, entonces percibirá que, para comprender lo que es, es preciso comprender lo que uno mismo es. No podemos comprender ningún otro proceso excepto el que tiene su foco, como conciencia, en el individuo; el mundo como sociedad es una serie de procesos que se encuentran en estado de perpetuo nacimiento, de devenir. Si podemos comprender el proceso de la conciencia, de la individualidad, entonces hay una posibilidad de comprender el mundo y sus acontecimientos. La realidad sólo podrá discernirse conociendo y comprendiendo el proceso transitorio del "yo". Si puedo comprenderme a mí mismo, lo que soy, cómo he surgido a la existencia, comprender si el "yo" posee en sí mismo una identidad y cuál es la naturaleza de su ser, entonces existe una posibilidad de comprender lo real, lo verdadero.
Explicaré este proceso del "yo", de la individualidad. Hay una energía que es única para cada individuo, la cual no tiene comienzo. Esta energía — por favor, no la atribuyan a ninguna divinidad ni le otorguen ninguna cualidad especial — , en su proceso de desarrollo espontáneo crea su propia sustancia o material, el cual está constituido por la sensación, el discernimiento y la conciencia. Este es el carácter abstracto de la conciencia. El concreto es la acción. Por supuesto, no existe tal división absoluta. La acción procede de la ignorancia, la cual existe donde hay prejuicios, tendencias, anhelos que, inevitablemente, se derivan en dolor. Por eso la existencia llega a ser un conflicto y una fricción constantes. Es decir, la conciencia es tanto discernimiento como acción.
La fricción, el proceso del "yo" surge a causa de la constante acción recíproca entre tales anhelos, prejuicios, tendencias y limitaciones.
Si la examinan a fondo, percibirán que esa individualidad es tan sólo una serie de limitaciones, de acciones acumulativas, de obstáculos que confieren a la conciencia la identidad llamada el "yo". El "yo" no es más que una colección de recuerdos, de tendencias que nacen del anhelo, y la acción es ese roce que se produce entre el anhelo y el objeto anhelado. Si la acción es el resultado de un prejuicio, de un temor, de alguna creencia, dicha acción produce mayores limitaciones. Si uno ha sido educado en una determinada creencia religiosa o si ha desarrollado una tendencia particular, ello tiene que crear una resistencia contra el movimiento de la vida. Estas resistencias, estos muros autoprotectores y egoístas de la seguridad, dan origen al proceso del "yo", el cual se sostiene merced a sus propias actividades.
Para comprendemos a nosotros mismos, debemos volvernos conscientes de este proceso por el que se forma el "yo". Discerniremos, entonces, que este proceso no tiene comienzo pero que, por medio de la constante percepción alerta y el recto esfuerzo, puede hacerse que llegue a su fin. El arte de vivir consiste en terminar con este proceso del "yo". Es un arte que requiere gran discernimiento y recto esfuerzo. No podemos comprender ningún otro proceso que no sea ese proceso de la conciencia, del cual depende la individualidad. Mediante el recto esfuerzo se discierne cómo surge a la existencia el proceso del "yo", y también mediante el recto esfuerzo se puede terminar con ese proceso. Entonces, gracias a ello, adviene la dicha de la realidad, la belleza de la vida corno movimiento eterno.
Esto pueden probarlo por sí mismos, no requiere ninguna fe ni depende de sistema alguno de pensamiento o de creencia. Exige tan sólo percepción integrada y recto esfuerzo, que disolverán las ilusiones y limitaciones autocreadas y, de ese modo, darán origen a la gloria de la realidad.
Pregunta: Un deseo genuino de esparcir la felicidad a mi alrededor y de ayudar a hacer de este mundo un lugar más noble en el que todos puedan vivir, es lo que me guía en la vida y dicta mis acciones. Esta actitud me hace utilizar la riqueza y el prestigio que poseo, no como un medio de gratificación propia, sino tan sólo como un deber sagrado, lo cual me proporciona un impulso en la vida. ¿Qué hay de malo, fundamentalmente, en una actitud así ? ¿Acaso soy culpable de explotar a mis amigos y semejantes ?
KRISHNAMURTL Que usted explote o no, depende de lo que entienda por ayudar y por esparcir la felicidad. Puede ayudar a otro y así esclavizarlo, o puede ayudar a otro a comprenderse a sí mismo y., de ese modo, a realizarse profundamente. Puede esparcir la felicidad fomentando la ilusión, brindando bienestar y seguridad superficiales que parezcan ser algo duradero. O puede ayudar a otro a discernir las muchas ilusiones que lo aprisionan; si es capaz de hacer esto, entonces no está explotando. Pero, a fin de no explotar, debe liberarse fundamentalmente de esas ilusiones y esos consuelos en que usted u otro se hallan atrapados. Debe discernir sus propias limitaciones antes de que pueda ayudar verdaderamente a otro. En todo el mundo hay muchas personas que desean intensamente ayudar a los demás pero, por lo general, esta ayuda consiste en convertirlas a su propia creencia o religión, o a su sistema particular. Eso no es sino sustituir una clase de prisión por otra. Este canje no genera comprensión sino tan sólo mayores confusiones. En la profunda comprensión de uno mismo reside la felicidad que cada ser humano busca a tientas y se esfuerza por lograr.
Pregunta: ¿No cree usted que es necesario pasar por la experiencia de la explotación a fin de aprender a no explotar, de la adquisición a fin de no ser adquisitivo, y así sucesivamente ?
KRISHNAMURTI: ¡Es una idea muy cómoda la de que uno primero debe poseer y después aprender a no adquirir! La adquisición es una forma de placer y, durante este proceso, o sea, mientras estamos adquiriendo, acumulando, llega el sufrimiento; para evitarlo, comenzamos a decirnos; "No debo adquirir". El no ser adquisitivo se convierte en una nueva virtud, en un nuevo placer. Pero si examinamos el deseo que nos impulsa a no adquirir, veremos que se basa en un deseo más intenso de protegernos contra el dolor. Lo que realmente buscamos, pues, es placer, tanto en eL deseo de adquirir como en el de no adquirir. Fundamentalmente ambas cosas son lo mismo, ya que ambas emanan del deseo de no vemos envueltos en el dolor. El desarrollo de una cualidad determinada crea tan sólo un muro de autoprotección contra el movimiento de la vida. En esta resistencia, dentro de estos muros autoprotectores que nos aprisionan, se encuentran el dolor y la confusión.
Ahora bien, hay una manera diferente de considerar este problema de los opuestos. Consiste en discernir directamente, en percibir integralmente que todas las tendencias y virtudes contienen en sí sus propios opuestos, y que desarrollar un opuesto es escapar de la realidad.
Sería correcto decir que uno debe odiar a fin de amar? Esto, en realidad, jamás ocurre. Cuando ustedes aman, a causa de que en ese amor hay afán posesivo, surgen la fmstración, los celas y el temor. Este proceso provoca el odio. Entonces comienza el conflicto de los opuestos. Si el afán adquisitivo es en sí mismo malo y desagradable, ¿por qué, entonces, desarrollar su opuesto? Desarrollan su opuesto porque no disciernen que es malo y desagradable, sino que desean evitar el dolor que contiene. Todos los opuestos tienen que engendrar conflicto porque carecen esencialmente de inteligencia. Un hombre que tiene miedo, desarrolla valor. Este proceso de desarrollar valor es, en realidad, un modo de eludir el miedo; pero, si uno discierne la causa del miedo, eL miedo cesará naturalmente. ¿Por qué somos incapaces de tener un discernimiento directo? Porque si hay percepción directa tiene que haber acción, y a fin de evitar la acción desarrollamos lo opuesto y, de ese modo, establecemos toda serie de escapes sutiles.
Pregunta: En nuestro carácter de entes sociales tenemos diversas responsabilidades, ya sea como trabaja dores, votantes, jefes ejecutivos, etc. Actualmente, el fundamento de la mayoría de estas actividades es la división de clases, la cual ha fomentado una conciencia de clase. Si intentamos derribar estas barreras responsables de tanto caos social y económico, nos convertimos de inmediato en antisociales. ¿Qué contribución tiene usted que ofrecer para la solución de este problema que hoy afecta a todo el mundo?
KRISHNAMURTI: ¿Piensa usted realmente que es antisocial romper con este sistema de explotación, de conciencia de clase, de competencia? No lo es, por cierto. Uno tiene miedo de producir caos — ¡como si no hubiera confusión ahora! — al romper con este sistema de división y explotación; pero si se discierne que la explotación es intrínsecamente censurable, con ello se despierta la verdadera inteligencia, y sólo ésta puede crear orden y bienestar para el ser humano. Ahora bien, el sistema existente se basa en la seguridad individual, la seguridad y el consuelo implícitos en el bienestar económico y en la idea de inmortalidad. Por cierto, lo antisocial es esta existencia adquisitiva y no el romper con un concepto de la vida y un sistema que son esencialmente falsos y estúpidos. Este sistema está creando enorme caos, confusión y guerras. Somos, pues, antisociales a causa de nuestras búsquedas adquisitivas, ya se trate de la búsqueda adquisitiva de Dios, o de la búsqueda de la riqueza. Puesto que nos hallamos atrapados en este proceso de adquisición — no importa si de virtud o de poder en la sociedad — , aprisionados en esta maquinaria que hemos creado, debemos zafarnos inteligentemente de ella. Un acto semejante de inteligencia no es antisocial, es un acto de cordura y equilibrio.
Pregunta: ¿No necesita usted de la opinión pública? ¿Acaso la psicología de masas no es importante para los dirigentes de hombres?
KRISHNAMURTI: Por lo general, la opinión pública se forma con los prejuicios de los líderes, y no es inteligente, por cierto, permitir que a uno lo moldee esa opinión pública. No es espiritual, si le gusta usar esa palabra. Tome, por ejemplo, la guerra. Una cosa es morir voluntariamente por una causa, y otra muy distinta es que un grupo de personas o un conjunto de dirigentes lo manden a uno a matar o a hacerse matar. La psicología de las masas se desarrolla y se utiliza deliberadamente para propósitos diversos. En eso no hay inteligencia.
Pregunta: Todo lo que deduzco de sus escritos y declaraciones es una insistencia en el desposeimiento propio, en la necesidad de eliminar todo consuelo y solaz emocional. Como esto no me hace más feliz de hecho, menos feliz que antes, para mi su enseñanza contiene una característica destructiva. ¿Cuál as su aspecto constructivo, si es que tiene alguno?
KRISHNAMURTI: ¿Qué entiende usted por ayuda constructiva? ¿Que le digan lo que debe hacer? ¿Que le den un sistema? ¿Tener a alguien que lo dirija y lo guíe? ¿Que le digan cómo meditar o qué clase de disciplina seguir? ¿Es esto realmente constructivo, o es destmctivo de la inteligencia?
¿Cuál es el motivo que inspiró esta pregunta? Si la examina, verá que está basada en el temor: temor de no realizar lo que llaman felicidad, verdad; temor y desconfianza con respecto al propio esfuerzo, temor a la incertidumbre. Lo que usted llamaría enseñanza positiva, es algo que destruye la inteligencia y hace que uno actúe irreflexiva y automáticamente. Usted quiere que le digan qué es lo que debe pensar y cómo debe actuar; pero llama destructiva a una enseñanza que insiste en que, a causa de nuestra propia acción ignorante — siendo la ignorancia, falta de comprensión acerca de uno mismo — , incrementamos y perpetuamos la limitación y el dolor. Si comprende verdaderamente lo que digo, discernirá que esta enseñanza no es negativa. Verá que, por el contrario, origina una confianza tremenda en nosotros mismos y, de ese modo, nos da la fuerza de la percepción directa.
Pregunta: ¿Qué relación hay entre los recuerdos y el vivir?
KRISHNAMURTI: Los recuerdos actúan como una resistencia contra el movimiento de la vida. No son sino las numerosas capas de respuestas autodefensivas contra la vida misma. Por eso, la acción o la experiencia, en vez de liberar, crea más limitación y dolor. Estos recuerdos, con sus tendencias y anhelos, forman la conciencia, en la cuaL se basa la individualidad. De esto surgen la división, el conflicto y el dolor.
El caos, el conflicto y la desdicha actuales, podrán ser comprendidos y resueltos sólo cuando cada individuo discierna el proceso de la ignorancia que él mismo engendra mediante sus propias acciones. Para dar origen al orden y al bienestar del hombre, cada uno de nosotros, mediante su propio y recto esfuerzo, tiene que discernir este proceso y ponerle fin. Esto requiere una mente alerta y la acción apropiada, no el seguir un sistema particular de pensamiento, no el disciplinar la mente y el corazón a fin de alcanzar esa realidad que no puede ser descrita ni concebida. Sólo cuando se disuelve la causa del dolor, existe la bienaventuranza de la realidad.
10 de junio de 1936