OBRA COMPLETA - TOMO 3 - J.K. - CONTINUACIÓN -

 SEXTA PLÁTICA EN OMMEN

He estado tratando de explicar el mecanismo formador de hábitos que es el miedo, el cual destruye la posibilidad de renovación, de renacimiento; y únicamente en este renacimiento puede existir la realidad. El deseo de satisfacción engendra miedo y hábitos. Como lo he explicado, el deseo y la emoción profunda son dos procesos bien diferentes; el deseo pertenece por completo a la mente, mientras que la emoción profunda es la expresión integral de la totalidad del ser. El deseo — el proceso de la mente — va siempre acompañado por el miedo, y la emoción profunda está libre de miedo. El deseo debe producir miedo siempre, es inevitable, y la emoción profunda no experimenta miedo jamás, porque pertenece a la totalidad de nuestro ser. La emoción no puede conquistar el deseo, porque la emoción es un estado exento de miedo, estado que puede experimentarse tan sólo cuando cesa el deseo con su miedo y su voluntad de satisfacción. La emoción no puede vencer el miedo, porque tanto el miedo como el deseo pertenecen a la mente. Las emociones profundas son de un carácter, de una calidad y una dimensión por completo diferentes.

Ahora bien, lo que casi todos tratamos de hacer es superar el miedo, o bien mediante el deseo o mediante lo que llamamos "emoción", lo cual es, en realidad, otra forma de deseo. Ustedes no pueden vencer el miedo por medio del amor. No es posible vencer el miedo por medio de otra fuerza que llamamos "emoción", "amor", porque el deseo de vencer el miedo nace del deseo mismo, de la mente misma, y no pertenece al amor. Es decir, el miedo es el resultado del deseo, de la satisfacción, y el deseo de vencer el miedo pertenece a la naturaleza misma de la satisfacción. No es posible vencer el miedo por medio del amor, como lo comprueba por sí misma la mayaría de la gente. La mente, que pertenece al deseo, no puede destruir una parte de sí misma. Y esto es lo que ustedes tratan de hacer cuando hablan de "librarse" del miedo. Cuando preguntan: "¿Cómo puedo librarme del miedo, qué debo hacer con las distintas formas del miedo?", están queriendo meramente saber cómo vencer un conjunto de deseos por medio de otro. Lo cual sólo perpetúa el miedo. Porque todo deseo engendra miedo y, al tratar de conquistar un deseo por medio de otro, sólo estamos cediendo ante el miedo. El deseo sólo puede reformarse a sí mismo, volver a moldearse dentro de un patrón diferente, pero seguirá siendo deseo y continuará dando origen al miedo.

Sabemos que nuestros actuales hábitos de pensamiento y moralidad se basan en la seguridad y el provecho individuales, y que de este modo hemos creado una sociedad que se sostiene por obra de nuestro propio deseo. Al darse cuenta de esto, hay quienes tratan de crear nuevos hábitos, nuevas virtudes, en la esperanza de dar origen a una nueva sociedad no basada en el provecho personal y demás. Pero el deseo sigue persistiendo en diferentes formas, y hasta que comprendamos todo el proceso del deseo mismo, significará muy poco la mera transformación de las condiciones externas.

Cambiar la forma vieja del deseo sustituyéndola por una nueva es tan sólo reformar la mente, ya que ésta seguirá perteneciendo al deseo y, por lo tanto, será siempre una fuente de temor. Debemos, pues, comprender el proceso de la mente misma. La mente, tal como la conocemos, ¿no es, acaso un instrumento desarrollado con fines de supervivencia, de satisfacción, de autodefensa, de resistencia y, por consiguiente, un instrumento del miedo? Dejemos de lado la consideración de que la mente es el instrumento de Dios, la suprema guía moral y cosas así, porque tales suposiciones son tan sólo tradicionales o son meras esperanzas. La mente es, en esencia, un instrumento del miedo.

Del deseo surgen el razonamiento, la conclusión, la acción, cuyos valores y moralidades se basan en la voluntad de sobrevivir, de lograr satisfacción. De este modo, la mente, el pensamiento, se fragmenta en muchas partes, como lo consciente y lo inconsciente, lo superior y lo inferior, le real y lo falso, el bien y el mal, etc. O sea, lamente, buscando satisfacción, se ha dividido a sí misma en muchas partes, cada una de ellas en conflicto con la otra, pero la búsqueda central y esencial de cada parte y del conjunto, es la de la autosatisfacción en diferentes formas. Por lo tanto, la mente misma está engendrando siempre su propio miedo.

Existen diversas formas de miedo: miedo a nuestro propio futuro, miedo a la muerte, a la vida, a la responsabilidad, y así sucesivamente, de esa manera, la mente está procurando siempre asegurarse mediante creencias, esperanzas, ilusiones, conocimientos, ideales, normas. Hay una lucha constante entre lo conocido y lo desconocido. Lo conocido es el pasado, son las acumulaciones, los hábitos; y lo desconocido es lo incierto, lo inconquistable, lo espontáneo, le creativo.

El pasado trata siempre de sobreponerse al futuro; el hábito procede a convertirl o desconocido en lo habitual para que el miedo pueda llegar a su fin. En consecuencia, existe el constante conflicto del deseo, y el miedo está siempre presente. El proceso consiste en absorber lo desconocido, en lograr seguridad, satisfacción, y cuando esto no es posible, la mente recurre a explicaciones, teorías y creencias satisfactorias. De este modo, convierte a la muerte, lo desconocido, en lo conocido; la verdad, lo inconquistable, es convertido en lo alcanzable.

La mente es, pues, un campo de batalla de sus propios deseos, temores, valores; cualquier esfuerzo que haga para destmir el miedo — o sea, para destruirse a sí misma — es absolutamente inútil. Esa parte que desea liberarse del miedo está siempre buscando satisfacción; y aquello de lo cual ansia liberarse, ha sido en el pasado un medio de satisfacción. Por consiguiente, la satisfacción trata de liberarse de lo que fue satisfactorio; el miedo trata de sobreponerse a aquello que ha sido el instrumento del miedo. El deseo, al generar miedo en su búsqueda de satisfacción, trata de conquistar ese miedo, pero el deseo mismo es la causa del miedo. El mero deseo no puede destruirse a sí mismo, ni el miedo puede vencerse a sí mismo, y todo esfuerzo de la mente por liberarse del miedo y del deseo, nace del deseo. En consecuencia, la mente se halla atrapada en su propio círculo vicioso del esfuerzo.

Debemos comprender a fondo la naturaleza interna de la mente misma, v esta comprensión no es cosa de un día; requiere una inmensa percepción alerta de todo nuestro ser. La mente, como he dicho, es un campo de batalla de múltiples deseos, valores, esperanzas, y cualquier esfuerzo que haga para liberarse de todo eso, sólo puede acentuar el conflicto. La lucha existe en tanto continúa el deseo en cualquiera de sus formas; cuando un deseo discrimina contra otro deseo, una serie de valores contra otra, un ideal contra otro ideal, es inevitable que este conflicto continúe. El poder discriminatorio del deseo, de la opción, debe cesar, y esto es posible sólo cuando uno comprende, cuando percibe internamente el ciego esfuerzo del intelecto. La observación profunda de este proceso, observación exenta de anhelos, juzgamientos, prejuicios y. por lo tanto, libre de todo deseo, es el principio de esa percepción alerta que es lo único capaz de liberar a la mente de los temores, hábitos e ilusiones que ella misma engendra y que la destruyen.

Pero la dificultad, para la mayoría de nosotros, es abrirnos paso por esas formas de emoción que son, en realidad, incentivos del deseo, del miedo, porque tales emociones son destructivas del amor. Impiden la percepción integral de la vida.

Pregunta: El deseo y el interés, tal como los conocemos ahora, ¿son la misma cosa?

KRISHNAMURTI: Si el interés es simplemente el resultado del deseo, de buscar provecho, satisfacción, éxito, entonces el interés es lo mismo que el deseo y, por lo tanto, destruye la vida creativa.

Pregunta: ¿Cómo puedo lograr la cualidad de la carencia de deseos, sin tener el deseo de lograrla ?

KRISHNAMURTI: Es exactamente acerca de esto que he estado hablando esta mañana. ¿Por qué quiere usted lograr la carencia de deseos? ¿Acaso no es porque, por experiencia, ha descubierto que el deseo es penoso, que engendra miedo, conflicto o un éxito que resulta cruel? Por eso ansia hallarse en estado carente de deseos, el cual puede lograrse, pero es un estado de muerte, ya que es la mera consecuencia del miedo. Usted quiere estar completamente libre de miedo; por lo tanto, convierte la carencia de deseos en el ideal, la norma a la que debe aspirar. Pero el motivo que hay detrás de ese ideal es aún el deseo y, por consiguiente, su esencia sigue siendo el miedo.

Pregunta: La mente, ¿no es la vida misma? Porque uno no puede dividir la vida como mente y emoción.

KRISHNAMURTI: Como lo he explicado, la mente ha llegado a ser tan sólo un instrumento de autoprotección en diversas formas, y se ha dividido a sí misma en emoción y pensamiento; no es que la vida la haya dividido ni que las emociones se hayan separado de la mente, sino que la mente a causa de sus propios deseos, se ha fragmentado en partes diferentes.

Pregunta: ¿Es posible estar sin deseos cuando uno tiene un cuerpo?

KRISHNAMURTI: ¿Qué dice usted, señor? Este es un problema que usted tiene que afrontar, que todos tenemos que afrontar. La mente come; dije, está siempre buscando satisfacción en diferentes formas. La necesidad se ha convertido así en un medio de gratificación. Esto se expresa de muchas maneras: codicia, poder, posición y así sucesivamente. ¿No puede uno existir en este mundo, sin tener deseos? Esto lo descubrirá en su vida cotidiana. No separe las necesidades y el deseo, lo cual sería una manera falsa de abordar la comprensión del deseo. Cuando las necesidades son exaltadas como un medio de destacar la importancia propia, el deseo pone en marcha el complejo proceso de; la ignorancia. Si acentuamos meramente las necesidades y las convertimos en un principio, estamos de nuevo abordando la cuestión del deseo desde un punto de vista absolutamente falto de inteligencia; pero, si comenzamos a considerar el proceso del deseo mismo, el cual engendra miedo e ignorancia, entonces las necesidades tendrán un valor significativo.

Pregunta: Por favor, dénos sus puntos de vista o lo que quiera decirnos sobre el terna de cómo educar a los niños.

Comentario: El niño no es el problema: el problema somos nosotros.

KRISHNAMURTI: ¿Está usted diciendo que primero debemos resolver nuestros propios problemas y entonces seremos capaces de habérnoslas, con el niño? ¿No es éste un concepto muy unilateral? La educación del niño, ¿no es acaso, un problema sumamente complejo? Ustedes quieran ayudar al niño a desarrollarse hasta su plena e integral capacidad, pero como no hay maestros y escuelas adecuados para cumplir con este propósito, la educación llega a ser un problema. Ustedes, como padres, puede que tengan ciertas ideas definidas para ayudar al niño a ser inteligentemente crítico y ser espontáneamente él mismo en todo momento, pero en la escuela, por desgracia, el nacionalismo, los odios raciales, el liderazgo, la tradición, el ejemplo y demás, son inculcados en el niño contrarrestando, de ese modo, todo lo que ustedes puedan estar haciendo en el hogar. De manera que, o bien tienen ustedes que fundar una escuela propia donde no se inculquen en el niño los prejuicios raciales v nacionales, los ejemplos, las supersticiones religiosas, las creencias — lo cual quiere decir que se necesita como maestros a seres humanos inteligentes muy raros de encontrar — , o deben enviar a sus hijos a las escuelas que ya existen confiando en la mejor y contrarrestando en el hogar todas las cosas perniciosas y estúpidas que ellos aprenden en la escuela, ayudándolos así a ser inteligentes y críticos. Pero, por lo general, ustedes no tienen tiempo para esto, o poseen demasiado dinero, así que emplean a niñeras para que cuiden a sus hijos.

Este es un problema complejo que cada padre debe abordar de acuerdo con su capacidad pero, desafortunadamente, ésta se halla paralizada por sus propios temores, sus propias supersticiones y creencias.

Comentario: Al menos, podemos dar al niño un ambiente apropiado en el hogar.

KRISHNAMURTI: Aun eso es insuficiente, ¿verdad? Porque las presiones de la opinión ajena son muy grandes. Un niño se siente fuera de lugar si no se pone encima cierto tipo de uniforme o si no porta un fusil de madera cuando la mayoría de los niños lo está haciendo. Existe la exigencia de la así llamada nación, cuyo gobierno, con su poder colosal, obliga al individuo a ajustarse a cierto patrón de conducta, a portar armas, a matar, a morir. Después está la otra institución, la religión organizada, la cual, por medio de la creencia, dogma y demás, trata igualmente de destruir al individuo. De este modo, el individuo se ve continuamente frustrado en su posibilidad de realización.

Este es un problema que abarca toda nuestra vida, y no es para resolverse mediante meras explicaciones y afirmaciones.

14 de agosto 1938






OBRA COMPLETA - TOMO 3 -J.K. - CONTINUACIÓN -

 QUINTA PLÁTICA EN OMMEN

He tratado de explicar que la renovación, el renacimiento, debe ser algo espontáneo y no el resultado del esfuerzo.

Antes de averiguar si el esfuerzo es moral o inmoral, importante o sin importancia, primero debemos considerar el deseo. Al comprender el deseo, cada uno descubrirá por sí mismo si el esfuerzo es moral o inmoral con respecto a la renovación, al renacimiento de la mente. Si uno no tuviera deseos, no habría esfuerzo. Debemos, pues, conocer el proceso del esfuerzo, la fuerza motora que está detrás, la cual es siempre el deseo; sea cual fuere el nombre que una quiera darle: virtud, el bien, el Dios interno, el yo superior y demás, sigue siendo, no obstante, el deseo.

Ahora bien, el deseo es siempre por algo; es siempre dependiente y, en consecuencia, origina miedo. Al ser dependiente, siempre hay incertidumbre, la cual, a su vez, engendra miedo. El deseo no puede existir por sí mismo, esta siempre en relación con algo. Ustedes pueden observar esto en sus reacciones psicológicas cotidianas: el deseo siempre depende de algo y se relaciona con algo. Sólo el amor no depende de nada.

Está el deseo de ser alguna cosa, de realizarse, de triunfar, de no sufrir, de hallar la felicidad, de amar v ser amados, de dar con la verdad, con la realidad, con Dios. Existe el deseo positivo de ser esto o aquello. Si estamos apegados, hay angustia, sufrimiento, y de ello aprendemos — lo que llamamos "aprender" — que el apego ocasiona dolor. Por lo tanto, deseamos no estar apegados y cultivamos esa cualidad negativa: el desapego. El deseo nos incita a ser esto y a no ser aquello.

Estamos familiarizados con el deseo positivo y el deseo negativo, el ser y el no ser, el realizarnos y el no realizarnos. Ahora bien, el deseo no es emoción: el deseo es el resultado de una mente que siempre está buscando satisfacción y cuyos valores se basan en la satisfacción. Estar satisfecho es el motivo que hay detrás de todo deseo. La mente busca siempre la satisfacción a cualquier costo, y si ésta se ve bloqueada en una dirección, busca lograr su propósito en otra. Todo esfuerzo, todo poder direccional de la mente es para que ésta pueda satisfacerse. Por eso la satisfacción se vuelve un hábito mental mecánico. En momentos de gran emoción, de amor profundo, la mente no depende del deseo ni busca satisfacción.

Para sentirse satisfecha, la mente desarrolla su propia técnica de resistencia y no resistencia, o sea, la voluntad. Y cuando descubre que en el proceso de satisfacción hay sufrimiento, comienza a desarrollar la ausencia de deseos, el desapego. Así, la voluntad tanto positiva como negativa, está siempre esforzándose, buscando satisfacción. La voluntad tiene su origen en este deseo de satisfacción y se sostiene por su propio y constante esfuerzo. Y donde hay voluntad, ésta es seguida inevitablemente por el miedo: miedo de no satisfacerse, de no lograr, de no llegar a ser lo que se desea. La voluntad y el miedo van siempre juntos. Y para superar este miedo, nuevamente recurrimos al esfuerzo. Y la mente queda atrapada en este círculo vicioso de la incertidumbre. La voluntad y el miedo van siempre asidos de la mano, y la voluntad mantiene su continuidad de satisfacción en satisfacción y por obra de la memoria, la cual da continuidad a la conciencia mediante el "yo".

La voluntad y el esfuerzo son, entonces, tan sólo el mecanismo que la mente utiliza para satisfacerse. De modo que el deseo pertenece por completo a la mente. La mente es la esencia misma del deseo. El hábito se establece por la constante búsqueda de satisfacciones, y la sensación que la mente estimula no es, desde luego, la emoción.

Todo esfuerzo que emana, pues, del deseo de lograr satisfacción — o de no lograrla — debe, por fuerza, ser siempre mecánico y formador de hábitos; en consecuencia, no puede dar origen al renunciamiento, a la renovación. Aun cuando la mente investigue la causa del sufrimiento, lo hace principalmente porque desea escapar, eliminar lo que no es satisfactorio y obtener aquello que lo es.

Ahora bien, todo este proceso en que la mente se halla atrapada, es el camino de la ignorancia. La voluntad que se sostiene a sí misma mediante el esfuerzo de lograr satisfacción, gratificación, mediante distintos medios y arbitrios, esta voluntad debe cesar por su propia cuenta, porque cualquier esfuerzo para poner fin a la satisfacción, sólo es otro modo de satisfacerse.

Así, pues, este proceso de satisfacción, de la complacencia, continúa sin cesar, y todo esfuerzo sólo puede fortalecerlo. Percibiendo que cualquier esfuerzo es deseo de satisfacción y que, por lo tanto, pertenece al medio mismo en que vivimos, ¿cómo hemos de poner fin a este proceso? Aun este deseo de ponerle fin, nace de la voluntad de satisfacción. Este problema mismo de cómo liberarnos del deseo es impulsado por el propio deseo.

Si ustedes perciben integralmente todo este proceso como ignorancia, no preguntarán por un método para librarse del deseo, del miedo. No buscarán ningún método, por prometedor y lleno de esperanzas que sea. No hay método ni sistema ni sendero que conduzca hacia la verdad. Cuando comprenden el pleno significado interno de todos los métodos, esa comprensión misma está empezando a disolver espontáneamente el deseo, el miedo, todo aquello que en nosotros busca satisfacción.

Sólo en la emoción profunda no hay anhelo de satisfacción. El amor no depende de la satisfacción y el hábito. Pero la voluntad del deseo busca siempre hacer del amor un hábito mecánico, o trata de controlarlo mediante leyes morales, mediante la compulsión y todo eso. En consecuencia, la mente con su voluntad de satisfacción sostiene una constante batalla para controlar y dominar el amor; y la batalla es casi siempre ganada por la mente, porque el amor no tiene conflicto alguno en sí mismo y, por lo tanto, no lo tiene con nada. Sólo cuando el deseo, con su voluntad nacida del miedo, cesa espontáneamente — no por obra de la compulsión ni por la promesa de recompensa — , hay una renovación, un renacimiento completo de nuestro ser.

Pregunta: ¿Puedo confiar o tener fe en este amor o también él es una fortna de autoprotección ?

KRISHNAMURTI: ¿No es la fe otro refugio en el que la mente encuentra satisfacción y amparo? Usted puede tener fe en el amor, otro puede tenerla en Dios, y así sucesivamente. Una fe semejante es siempre un anclaje para la mente. Cualquier refugio, cualquier apego, sea cual fuere su nombre, tiene que ser de autoprotección, de satisfacción y, por ende, el resultado del miedo.

Uno percibe a su alrededor una crueldad espantosa, caos absoluto y barbarie. Y se refugia en un ideal, en una creencia o en alguna forma de consuelo. De este modo, escapa hacia una ilusión; pero el conflicto entre lo real y lo ilusorio debe continuar hasta que, o bien lo irreal conquista lo real, o lo real se abre paso por todas las salvaguardas y todos los escapes y comienza a revelar su profundo significado.

Pregunta: Al insistir meramente en la realización individual, ¿no está usted dejando de lado la cuestión social ? ¿Cómo puede el individuo, que está en relación con la sociedad, ser el único factor importante ? ¿Por qué acentúa usted lo individual '?

KRISHNAMURTI: Sin el individuo no puede existir la sociedad; esta entidad social no es independiente del individuo. La sociedad es la relación de un individuo con otro. La sociedad es personal, pero se ha vuelto un mecanismo independiente con vida propia, que tan sólo usa al individuo. La sociedad ha llegado a ser nada más que una institución que controla y domina al individuo por medio de la opinión, de leyes morales, intereses creados y demás. Como las instituciones nunca son importantes sino que sólo lo es el individuo, debemos considerar su realización plena, la cual no puede originarse en el mero cambio del medio, por drástico que sea el cambio. La mera alteración de lo superficial no producirá la profunda realización humana, sino tan sólo reacciones mecánicas. Esta división del individuo y el medio es mecánica y falsa; cuando cada uno comprenda fundamentalmente que esto es así, el individuo actuará, entonces, integralmente, no como un ente separado ni como tan sólo el producto mecánico de la sociedad, sino como un ser humano integrado.

Pregunta: Esto tomará seguramente muchos siglos, ¿no es así ? Entonces, ¿no debemos crear ahora mismo nuevas leyes sociales y nuevas condiciones de vida?

KRISHNAMURTI: ¿Cómo vamos a producir este cambio que todos deseamos? O bien por medio de la fuerza, o despertando cada individuo a la necesidad de un cambio fundamental; o bien por la coacción, por la revolución social y la dominación, o por el despertar del individuo a la realidad.

Si queremos producir un mundo meramente mecánico de sistemas morales, leyes, imposiciones, entonces puede ser suficiente la violencia, el empleo de toda clase de fuerza; pero si queremos paz y hermandad, una relación basada en el amor, entonces la violencia en cualquiera de sus formas no puede ser el camino. A través de la violencia no pueden ustedes llegar a la paz, al amor, sino sólo a más violencia. La violencia es compleja y sutil, y hasta que el individuo se libere del dominio, tanto obvio como oculto, que ejerce sobre él, no podrá haber paz ni hermandad duradera.

Pregunta: Entonces, ¿debernos dejar que la gente cruel siga siendo cruel?

KRISHNAMURTI: Para salvar a la humanidad, ¿deben ustedes destruir primero al ser humano? ¿Es eso lo que me está preguntando? A causa de que tienen ustedes ciertas ideologías, ciertas creencias, ¿debe el individuo ser sacrificado a ellas? No, amigos míos, ustedes no desean ayudar al mundo, sólo quieren imponer a otros cierta ideología, cierta fe, cierta creencia. Quieren que prevalezca la tiranía de las ideas, no el amor.

Cada uno persigue su propio problema particular o su propio ideal del hombre o su propia concepción del Estado o su creencia en Dios, etc. Pero si me están escuchando y captan esencialmente lo que digo, se interesarán, entonces, en el problema fundamental — el del deseo con sus temores y sus esfuerzos — que impide la realización plena, el renacimiento individual del ser humano.

12 de agosto de 1938