Eddington , Pennsylvania, 1940
NOTAS DE LAS DISCUSIONES DE SAROBIA, EDDINGTON, PA
Las opiniones, ideologías y teorías están dividiendo al mundo; ningún acuerdo es posible en tanto nos aferremos a ellas en cualquier forma que sea, porque engendran irreflexión y obstinación. El acuerdo es posible sólo cuando nuestro pensamiento se ha desenredado de ellas y experimentamos por nosotros mismo. No podemos entendernos si nuestro pensar está corrompido; la experiencia genuina, directa, no puede crear disputas. Para ser capaces de vivir una experiencia original debemos desprendernos de las numerosas esclavitudes, de las influencias limitadoras que actúan sobre nuestros pensamientos y sentimientos, e intentaremos hacerlo durante esta reunión. Esto es esencial y sólo es posible si cada uno de nosotros percibe y comprende las partes componentes que van a crear nuestro trasfondo, el "yo".
Tenemos que conocer el material antes de que podamos transformarlo. El material es el estado intelectual y emocional de nuestro ser, así como el estado religioso, artístico, científico y físico, Cualquier forma de limitación debe ser un obstáculo para la integridad. Para este intento, es indispensable la inteligencia amplia y profunda. Es inteligencia el descubrimiento, por cada una, de lo que tiene importancia fundamental, tal como lo es la capacidad de ir tras ello.
Si uno sigue el sendero del conocimiento — "¿Qué debo conocer?" — , tiene que someterse a la autoridad, lo cual debe engendrar temor y diversas formas de idolatría; entonces los Maestros, guías, intermediarios, sacerdotes, en sus diferentes formas, se vuelven necesarios. Este sendero es el del intelecto, y cualquier acción que provenga de la mera persecución del conocimiento, debe ser imitativa y no liberadora. Para esas personas, la acción ha de amoldarse a un patrón preconcebido de conocimiento, el cual impide la experiencia directa. Pero si nos planteamos esta pregunta: "¿Qué puedo hacer?", entonces la experiencia directa es conocimiento y este conocimiento no es un proceso limitador. Con la acción llega ese conocimiento que no es imitativo y, en consecuencia, es liberador. Perseguir el "¿qué puedo conocer?" destruye la confianza en uno mismo, pero la persecución del "¿qué puedo hacer"? genera confianza en uno mismo, la cual es esencial para el entendimiento de la realidad: "¿Qué puedo hacer en relación con la vida, las cosas, la gente y las ideas?".
La codicia en sus múltiples formas pone al hombre contra el hombre, generando desunión y disputas. El equilibrio, la coordinación, son indispensables para la integridad; el mero control o la negación de los objetos del anhelo, no liberan al pensamiento con respecto a la codicia y la envidia. Sólo mediante la comprensión del proceso del anhelo, al darnos cuenta de él, hay posibilidad de que el pensamiento se libere del anhelo. La percepción alerta no es el mero análisis ni el autoexamen. La meditación es concentración del interés, es percepción alerta en la que llega a su fin el conflicto de los opuestos.
La codicia engendra envidia y odio. La imitación es el resultado de la envidia. Nuestra estructura social se basa en la envidia y la imitación. Una de las causas principales de división en la sociedad son la envidia y el anhelo de éxito; cada cual imita, entonces, al que está por encima de él. Muchos de nosotros deseamos pertenecer a los elegidos sociales. Este proceso imitativo mantiene la división social, la mantiene de generación en generación.
Esta misma actitud y acción existen en el así llamado reino espiritual. Allí también pensamos en términos de progresivos logros jerárquicos. Tal actitud nace de la codicia y la envidia, que producen imitación y fomentan el miedo; la idea de que algún día uno llegará a ser un Maestro o un ser superior, es similar a la idea de que algún día llegará a ser caballera o duque. Para un hombre serio, inteligente, es una idea repulsiva, nada ennoblecedora.
Hay expansión, crecimiento, en la codicia y la envidia, pero no en la libertad respecto de ellas. Puede haber crecimiento o evolución de lo externo, de la periferia, pero no de lo verdadero. La libertad respecto de la codicia y la envidia no es progresiva; uno está libre o no está libre de ellas. Esta libertad no es el resultado de la evolución, del crecimiento. Si comprendemos la necesidad como completamente disociada de la codicia, del anhelo y la envidia, entonces cesan los conflictos personales y el pensamiento está libra del espíritu mundano.
¿Qué puedo hacer respecto de mis necesidades? Hallaremos la respuesta cuando nos preguntemos: "¿Coma ha de liberarse el pensamiento, de la codicia, del centro mismo y no meramente de lo externo?". En primer lugar, debemos estar conscientes o alerta al hecho de que somos codiciosos o envidiosos o imitativos: luego, darnos cuenta también de las reacciones opuestas a eso, O sea, darnos cuenta de la muy fuerte voluntad de los deseos expansivos, voluntad cultivada en el curso de las generaciones y que tiene un ímpetu muy poderoso; y también darnos cuenta de la voluntad de refrenar, de negar, que también ha sido cultivada por medio de preceptos morales y religiosos. Nuestra mente es el campo de batalla de estas dos fuerzas opuestas: el deseo y el no deseo. Esperamos que persiguiendo y cultivando un opuesto, trascenderemos todos los opuestos; aquello que alcanzamos mediante el cultivo de los opuestos sigue estando dentro de lo opuesto, aunque podamos pensar que el estado que hemos alcanzado ha trascendido los opuestos.
Existe la dualidad: bien y mal, envidia y no envidia. Siendo envidiosos, el hecho de cultivar el opuesto de la envidia no es liberarnos de la envidia, ni el pensamiento trasciende uno de los opuestos mediante el cultivo del otro opuesto. El pensamiento sólo puede liberarse de los opuestos, de la dualidad, cuando no está atrapado en ellos y es capaz de comprender lo que es, sin la reacción del opuesto. Es decir, siendo envidiosos, el pensamiento no se libera de la envidia mediante el cultivo del opuesto, pero si no reaccionamos en oposición a la envidia, sino que somos capaces de comprender su proceso mismo, entonces hay una libertad duradera respecto de la envidia. Tal libertad está en el centro mismo y no proviene meramente de lo externo. Esta experiencia es auténticamente religiosa, mientras que todas las experiencias de los opuestos son irreligiosas.
Todo cambio comparativo es un cambio en la resistencia; todo pensar y actuar comparativos no liberan al pensamiento de sus influencias limitadoras. La libertad respecto de la codicia, de la envidia y la imitación, no radica en el mero cambio de lo externo, sino en comprender y trascender la voluntad de los deseos expansivos, la cual trae consigo una transformación perdurable en el centro mismo. La relación con los demás se divide — si bien no existe realmente tal división — como superficial y profunda, como un contacto superficial, y el contacto del interés y el afecto.
El amor está cercado por el miedo, el afán posesivo, los celos, y por tendencias peculiares heredadas y adquiridas. Tenemos que darnos cuenta de estas barreras, y podemos hacerlo más intensa y significativamente en la relación, ya sea ésta superficial o profunda. En la relación, por lo general el "yo" forma el centro y desde éste irradia la acción, No puede haber compasión si el pensamiento está corrompido por La parcialidad, el odio, los prejuicios de clase, de religión, raza y demás.
Toda relación, si se Lo permitimos, se convierte en un proceso de autorrevelación; pero muy pocos de nosotros estamos dispuestos a descubrir lo que somos, y esto implica dolor. En toda relación están el "yo" y el "otro"; el "otro" puede ser uno solo o pueden ser muchos, la sociedad, el mundo.
¿Es posible la individualidad en el sentido más amplio y profundo, si uno pertenece a la sociedad? ¿Qué es la sociedad? Son los más, aglutinados a causa de la necesidad, la conveniencia, el afecto, la codicia, la envidia, el miedo, las normas, los valores, la imitación, es decir, unidos esencialmente por obra del anhelo; son los más con sus organizaciones e instituciones peculiares, sus religiones y moralidades. Si uno ha nacido hindú, está educado en cierto medio social y religioso con sus dogmas y prejuicios especiales. En tanto uno permanezca condicionado como hindú, se ha identificado conscientemente con una raza en particular, una clase, un conjunto de ideas; por lo tanto, no es en verdad un individuo. Aunque dentro de su limitado condicionamiento llamado hinduismo, uno pueda luchar para realizarse, para crear, aunque pueda tener un propósito funcional que le da un sentido de independencia, de utilidad, de importancia, sin embargo, dentro del círculo de su influencia condicionada, no puede haber verdadera individualidad.
El mundo está separado en estas diferentes formas de grupos restrictivos: hindú, inglés, alemán, chino, etc., cada uno combatiendo y matando o reprimiendo al otro. Ser un verdadero individuo en el más alto sentido, es posible sólo si uno no se identifica con ningún condicionamiento en especial, El conflicto de la sociedad es entre aquéllos que se están liberando de la masa, de una determinada identificación, y aquéllos que siguen formando parte de un grupo particular. Los que se liberan de ciertas influencias y limitaciones, pronto son endiosados o puestos en prisión o no se hace caso de ellos.
La relación es un proceso de revelación propia y de liberación. Estando dentro del círculo de la limitación, es inútil inquirir acerca del alma, la realidad, Dios, la inmortalidad, porque entonces estas palabras, imágenes e ideas pertenecen al mundo del odio, la codicia, el miedo, el anhelo. Cuando uno se ha liberado de la sociedad, del grupo, de la raza, de la familia, de todo condicionamiento separativo, y se ha convertido en un ser indiviso, integral, los problemas que hoy atormentan a los ciudadanos de diversos Estados en particular habrán perdido por completo su importancia. En tanto el hombre pertenezca a grupos, clases, credos, no puede haber amor, tiene que haber antagonismo, guerra.
El pensamiento individual está influido, limitado por la sociedad, por tendencias heredadas y adquiridas. Estas tendencias se revelan en la relación., tanto superficial como íntima. Tornándose consciente de ellas y no por medio del mero autoanálisis, el pensamiento se libera sin caer en otras formas de estrechez y mezquindad. Esto requiere el interés de la percepción alerta y un claro discernimiento. Este discernimiento no es comparativo ni es el resultado de la opción. El intelecto, instrumento del anhelo, es de sí estrecho, está condicionado y, por lo tanto, lo que él escoge debe también ser, por fuerza, limitado.
Nosotros necesitamos cosas para nuestra existencia física; esta necesidad es natural y no dañina, pero cuando las cosas se vuelven necesidades psicológicas, entonces comienzan la codicia, la envidia, la imitación, de las que resultan el conflicto y otros deseos artificiales. Si "necesitamos" a la gente, dependemos de ella. Esta dependencia se revela en el afán posesivo, el miedo, la dominación. Cuando usamos a las personas como usamos, consciente o inconscientemente, las cosas inanimadas, con el fin de satisfacer nuestro anhelo de bienestar y seguridad, deja de existir la verdadera relación humana. Entonces, la relación superficial o profunda, ya no es un proceso liberador o de autorrevelación.
El amor es la única respuesta perdurable a nuestros problemas humanos. No dividan artificialmente el amor como el amor de Dios y el amor del hombre. Sólo hay amor, pero el amor está cercado por múltiples barreras. La compasión, la indulgencia, la generosidad y la bondad no pueden existir si no hay amor. Sin amor, todas las virtudes se vuelven cmeles y destmctivas. El odio, la envidia y la mala voluntad impiden la integridad del pensamiento-emoción, y sólo en esta integridad son posibles la compasión, la indulgencia.
La relación actúa, si se lo permitimos, como un espejo que refleja todos los estados de nuestro ser; pero no se lo permitimos cuando queremos encubrir nuestra realidad; la revelación es dolorosa. En la relación, si estamos atentos, se revelan tanto nuestros estados conscientes como los inconscientes. Esta autorrevelación cesa cuando usamos a las personas como necesidades nuestras, cuando dependemos de ellas, cuando las poseernos. La relación es usada, principalmente, para disimular nuestra propia pobreza interna; tratamos de enriquecer esta pobreza psicológica apegándonos el uno al otro, adulándonos, limitando el amor a los sentimientos del uno por el otro, etc. Hay conflicto en la relación, pero en vez de comprender su causa y así trascenderla, tratamos de escapar de ese conflicto y buscamos satisfacción en otra parte.
Usamos nuestra relación con las personas, can la sociedad, como usamos las cosas: para encubrir nuestra superficialidad. ¿Cómo puede uno superar esta superficialidad? Todo superar, jamás es un trascender, un ir más allá de aquello que uno supera; porque lo que se ve superado, sólo adopta otra forma. La pobreza del ser se revela cuando tratamos de superarla encubriéndola con posesiones, con la adoración del éxito e incluso con virtudes. Las cosas, la propiedad, llegan a tener gran importancia. Entonces la clase y la posición social, el país, el orgullo de raza, asumen muchísima importancia y tienen que ser mantenidos a toda costa; en ese caso, el nombre, la familia y su continuación s e vuelven vitales.
O puede que tratemos de encubrir esta vacuidad con ideas, creencias, doctrinas, fantasías; entonces la opinión, la bondad y experiencia de otros adquieren un significado poderoso. Las ceremonias, los sacerdotes, los Maestros, los salvadores se vuelven esenciales y destruyen la confianza en nosotros mismos, por lo cual rendimos culto a la autoridad.
De este modo, el miedo a lo que uno es, genera ilusión y la pobreza del ser continúa. Pero si nos tornamos intensamente alerta a estas indicaciones acerca de nosotros mismos, tanto a las conscientes como a las inconscientes, entonces, mediante el tenaz discernimiento se genera un estado distinto que no tiene relación alguna con la pobreza del ser. Superar meramente la superficialidad es continuar siendo superficial.
El autoanálisis y la percepción alerta son dos cosas diferentes: el uno es malsano, pero en la percepción alerta hay júbilo. El autoanálisis tiene lugar después de que la acción ha pasado; desde ese análisis, la mente crea un patrón al cual es forzada a amoldarse una acción futura. Por eso se genera rigidez del pensamiento y de la acción. El autoanálisis es muerte, y la percepción alerta es vida. El autoanálisis sólo lleva a la formación de una norma y a la imitación, y así no es posible liberarse de la esclavitud, de la frustración. La percepción alerta existe en el instante de la acción; si uno está atento, entonces comprende de manera global, como una totalidad, la causa y el efecto de la acción, el proceso imitativo del temor, sus reacciones y demás. Esta percepción alerta libera al pensamiento de aquellas causas e influencias que lo limitan y retienen; lo libera sin crear futuras esclavitudes. De esta manera, el pensamiento se vuelve profundamente flexible. El autoanálisis o la introspección tienen lugar antes o después de la acción, preparándola así para el futuro y limitándola. La percepción alerta, en cambio, es un proceso constante de liberación.
Debemos abordar la vida no desde el planteo: "¿Qué puedo conocer?" sino desde el "¿Qué puedo hacer?". El sendero del "¿Qué puedo conocer?" desemboca en el culto de la autoridad, en el miedo y la ilusión; pero, al comprender el "¿Qué puedo hacer?", hay confianza en sí mismo, lo único que genera sabiduría.
¿De qué fuente proviene nuestro proceso del pensamiento? ¿Porqué pienso que estoy separado da los demás? ¿Estoy realmente separado? Antes de que podamos trascender lo que somos, debemos primero comprendernos a nosotros mismos. Entonces, ¿qué soy yo? ¿Puedo saber esto por mí mismo o debe confiar en otros para este conocimiento? Confiar en otros es complacerse en la opinión; la aceptación de las opiniones, de las informaciones, se basa en el agrado y el desagrado y conduce a la ilusión. ¿Estoy realmente separado? ¿O sólo existe una variación, una modificación de un anhelo o de un temor central que se expresan de diferentes maneras? La expresión del mismo anhelo fundamental, de la ignorancia, del odio, del miedo, del afecto en diferentes formas, ¿nos hace de verdad distintos, nos convierte en auténticos individuos? En tanto estemos expresando la ignorancia, por diferentes que sean tales expresiones, somos esencialmente los mismos. Entonces, ¿por qué nos separamos en naciones, clases, familias, y por qué nos interesamos en nuestra alma, en nuestra inmortalidad, en nuestra unidad? En tanto nos aferremos al carácter separado de las expresiones de la ignorancia, del miedo, no podrá existir la perdurable unidad del hombre.
El estado de separación es una ilusión y una vanidad. Pensar en mí mismo como un ente separado con una conciencia diferente es identificarme con la ignorancia fundamental; apegarme a mi logro, a mi trabajo o a mi alma es continuar en la ilusión. ¿Qué somos? Somos el resultado de nuestros padres, quienes estuvieron, como sus padres, influidos y limitados por los factores ambientales, sociales y psicológicos basados en la ignorancia, el miedo y el anhelo. Nuestros padres nos transmitieron esos valores. Somos la consecuencia del pasado; las creencias de nuestros antecesores, sus ideas y esperanzas, combinadas con la acción y reacción actual, constituyen nuestros pensamientos. Alimentamos la ilusión y tratamos de encontrar en ella unidad, esperanza, amor. La ilusión jamás puede dar origen a la unidad humana ni puede despertar ese amor que es lo único capaz de traer la paz. El amor no puede ser transmitido, pero podemos experimentar su inmensidad si somos capaces de liberarnos de nuestros prejuicios y temores, de nuestra codicia y nuestro anhelo.
Estamos ocupados con las cosas, con las personas y con nuestra continuidad personal, la continuidad en diferentes formas: continuidad por medio de cosas, de propiedades, de la familia, la raza, la nacionalidad; continuidad a través de ideales, creencias, dogmas. El anhelo de inmortalidad personal engendra miedo, ilusión y culto de la autoridad. Cuando cesa el anhelo de inmortalidad personal en todas sus formas, existe un estado real de inmortalidad.
¿Qué es nuestra mente? ¿Qué es nuestro proceso del pensamiento? ¿Cuáles son los contenidos de nuestra conciencia y cómo se han originado? Percepción, contacto, sensación y reflejo llevan al proceso de agrado y desagrado, apego y desapego, yo y no yo. La mente es el resultado del anhelo, y el intelecto — el poder de discernir, de optar — está influido y restringido por el pasado en combinación con las acciones y reacciones del presente. De ese modo, el instrumento mismo por el que discernimos es astutamente corrompido. El pensamiento debe liberarse del pasado, de las acumulaciones de los instintos autodefensivos; el intelecto debe rectificar su propia e insensata deshonestidad.
¿Cuál es el origen de nuestro pensar? Visión, contacto, sensación, reflejo. Agrado y desagrado, placer y dolor, los numerosos pares de opuestos son el resultado del reflejo; el deseo de continuación de una cosa y el rechazo ce otra forman parte del reflejo que sigue a la sensación. La sensación, el anhelo, dominan la mayor parte de nuestro pensar. Nuestro pensamiento se halla influido y limitado por las generaciones pasadas de personas que, en sus sufrimientos, en sus alegrías, en sus escapes, en su miedo a la muerte, en su anhelo de continuidad, crearon ideas, imágenes, símbolos que les dieran esperanza, seguridad. Estas cosas nos las han transmitido a nosotros. Cuando usamos la palabra alma, es la palabra de aquellas personas para comunicar ese intenso anhelo de continuidad, de algo permanente, durable más allá de la transitoriedad de lo físico, de lo material. Debido a que también nosotros ansiamos certidumbre, seguridad, continuidad, nos apegamos a esa palabra y a todo lo que representa. Así, nuestra conciencia — tanto la consciente come la subconsciente — es el depósito de las ideas, los valores, las imágenes, los símbolos de la raza, de las generaciones pasadas. Nuestro pensamiento y nuestra acción de cada día se hallan controlados por el pasado, por los motivos encubiertos, los recuerdos y anhelos secretos. En todo esto no hay libertad sino tan sólo una imitación continuada que tiene su origen en el temor.
Dentro de la conciencia hay dos fuerzas opuestas que operan generando dualidad: deseo y no deseo, dolor y placer, deseos dominantes y deseos refrenados. Instintos, motivos, valores, prejuicios y pasiones controlan y dirigen la conciencia.
¿Existe en la conciencia alguna parte que no esté contaminada por el pasado? ¿Hay algo original, incorrupto, en nuestra conciencia? A fin de comprender aquello que es incorruptible, que se halla libre de trabas, ¿no debemos, acaso, liberar al pensamiento, liberarlo del pasado, de los instintos, de los símbolos y las imágenes?
Lo conocido no puede comprender lo desconocido; la muerte no puede comprender la vida. La luz y la oscuridad no pueden existir juntas. Dios, la realidad, no es algo que pueda ser realizado a través de lo conocido.
Lo que somos es producto del pasado en combinación con las acciones y reacciones del presente, conforme a las distintas formas de influencia, todo lo cual limita al pensamiento; y, por medio de esta limitación, tratamos de comprender aquello que está más allá de toda transitoriedad. ¿Puede el pensamiento liberarse de lo personal, del "yo"? ¿Puede renovarse, ser original, capaz ce experimentar directamente? Si puede hacerlo, entonces existe la realización de lo eterno.
¿Cuál es el contenido de la conciencia? Es tanto las tendencias conscientes como las subconscientes, los valores, los recuerdos, los temores y demás. El pasado — las causas ocultas — controla el presente. ¿No existe en nosotros, a pesar de esta conciencia limitada, una fuerza, algo que es incondicionado? Presumir que existe, es parte de la influencia de nuestro pasado; hemos sido educados, a lo largo de muchas generaciones, para pensar y creer que existe, para abrigar la esperanza de que existe. Esta tradición, esta memoria, forma parte de nuestra herencia racial, de nuestra ignorancia; pero el mero negarlo, tampoco es descubrir por nosotros mismos si existe. Afirmar o negar, creer o no creer que existe en nosotros una esencia incontaminada, espiritual, incondicionada, es ponerle una barrera a nuestro descubrimiento de lo verdadero.
Hay sufrimiento y conflicto entre el desear y el no desear, entre la voluntad de expandir los deseos y la voluntad de reprimirlos. Todos estamos conscientes de este conflicto.
Cuando no comprendemos la composición de nuestro trasfondo, o sea, la causa de nuestras tendencias y limitaciones, la experiencia sólo las fortalece más aún; pero al recibirlas inteligentemente en nuestros pensamientos y actos cotidianos, la experiencia actúa como una fuerza liberadora.
Ni la postergación de nuestros problemas humanos ni el tratar de buscarles una solución inmediata, pueden liberar de su esclavitud al pensamiento. La postergación implica negligencia, y esta pereza produce teorías, creencias consoladoras y más complicación y sufrimiento; y si el pensar se interesa en el ahora inmediato, con la idea de que no vivimos más de una vez, entonces hay intranquilidad, prisa y una superficialidad destructiva para la comprensión. Pero, sin imaginar un futuro y sin aferramos al pasado, podemos comprender la plenitud de cada instante que pasa. Entonces, "lo que es" es inmortal.
Maestros, gurúes, instructores, no pueden ayudar a que el pensamiento se libere de la esclavitud y el sufrimiento que él mismo se ha impuesto; ni las ceremonias ni los sacerdotes ni las organizaciones pueden liberar al pensamiento de sus apegos, temores y anhelos; pueden forzarlo dentro de un nuevo molde y darle una nueva forma, pero el pensamiento podrá liberarse sólo confiando en sí mismo y mediante su propia y crítica percepción alerta.
La percepción extrasensorial, la clarividencia, los poderes ocultos, no pueden liberar al pensamiento de su confusión y su desdicha; la percepción sensible de los pensamientos y motivos que originan nuestro hablar y actuar, es el comienzo de la comprensión y del amor perdurables. El mero autocontrol, la disciplina, el autocastigo o la renunciación, no pueden liberar al pensamiento; la claridad y la fuerza provienen de una constante percepción alerta y flexibilidad. Sólo dándonos cuenta de la causa de la ignorancia, comprendiendo el proceso del anhelo con sus valores duales y opuestos, podemos liberarnos del sufrimiento. Esta penetrante y lúcida percepción debe comenzar en nuestra vida de relación con las cosas, las personas y las ideas, con nuestros propios pensamientos ocultos y nuestra acción cotidiana.
La manera como pensamos hace que nuestra vida sea, o bien completa, o contradictoria y desequilibrada. Al tornarnos conscientes del anhelo con su complejo proceso, surge una comprensión que trae consigo desapego y serenidad. El desapego o la serenidad no son un fin en sí mismos. En ese mundo de frenético comprar y vender, cuya economía se basa en el anhelo posesivo, a menos que el pensamiento sea persistentemente alerta, la codicia y la envidia generan los confusos y conflictivos problemas de posesión, apego y competencia. Nuestros pensamientos y motivos íntimos pueden traer a nuestra relación, ya sea armonía o perturbación y dolor. Depende de cada uno lo que hacemos de nuestra relación con otro ser humano o con la sociedad. Nunca puede haber, de hecho, autoaislamiento, por mucho que uno pueda anhelarlo; la relación existe continuamente: ser es estar relacionado.
El inquieto y oscilante pensamiento es difícil de estabilizar; el mero control no resulta en comprensión. Sólo el interés crea un ajuste y un control naturales y espontáneos. Si el pensamiento toma conciencia de sí mismo, percibirá que se mueve de un interés superficial a otro, y el mero apartarse de uno y tratar de concentrarse en el otro, no nos conduce a la comprensión y al amor. El pensamiento debe darse cuenta de las causas de sus múltiples intereses y, al comprenderlas, surge un interés natural y concentrado en aquello que es supremamente inteligente y verdadero.
El pensamiento se mueve de certidumbre en certidumbre, de lo conocido a lo conocido, de una sustitución a otra y, por eso, jamás está quieto, siempre está persiguiendo algo, siempre está vacilando. Este parloteo de la mente destruye la comprensión creadora y el amor, que no son algo que podamos anhelar. Adviene cuando el pensamiento comprende su propio proceso, el proceso de sus anhelos, temores, sustituciones, justificaciones e ilusiones. A través de la constante, lúcida percepción alerta, el pensamiento se torna naturalmente creativo y silencioso. En ese silencio hay una inconmensurable bienaventuranza.
Todos tenemos nuestros propios e innumerables problemas peculiares; el anhela de resolverlos no hace sino impedir que los comprendamos. Debemos tener esa rara y desinteresada percepción alerta, lo único capaz de originar comprensión. Cuando la muerte nos causa un gran dolor, en nuestro afán de superar ese dolor aceptamos teorías, creencias, con la esperanza de encontrar un consuelo, el cual no hace sino convertirse en una esclavitud. Este consuelo, aunque satisfactorio durante un período pasajero, no libera del dolor al pensamiento; el dolor sólo queda disimulado y su causa continúa. De igual manera, cuando nos sentimos frustrados, en vez de anhelar la realización debemos comprender qué es eso que se siente frustrado. Llabrá frustración en tanto haya anhelo; en lugar de comprender qué implica profundamente el anhelo, luchamos ansiosamente por realizarnos en lo personal, y así es como continúa el dolor de la frustración.
Estas discusiones no están dirigidas al entretenimiento intelectual. Hemos discutido juntos a fin de esclarecer nuestro pensamiento de modo tal que seamos capaces de dedicarnos más intensa y desinteresadamente a los problemas de nuestra vida cotidiana. Sólo por medio de la dedicación desinteresada, de la tenaz y penetrante percepción alerta, y no siguiendo esta o aquella creencia o ideología, este o aquel libro o grupo, podremos liberarnos de esas esclavitudes e influencias que nos hemos impuesto a nosotros mismos.
Siendo incompletos, anhelamos un estado de integridad, lo cual no es sino una sustitución, pero si comprendemos las causas de la insuficiencia que nos hace sentirnos incompletos, entonces, gracias a esa comprensión, adviene una libertad que es el éxtasis de aquello que no puede ser descrito ni comparado. Debemos empezar abajo para subir a lo alto, debemos empezar cerca para llegar lejos.
Todos nosotros tenemos que vivir en este mundo, no podemos huir de él. Debemos comprenderlo y no escapar de él hacia consuelos ilusorios, teorías esperanzadoras y ensueños fascinantes. Somos el mundo y debemos comprenderlo con inteligencia y creatividad. Hemos creado este mundo de odio devastador, este mundo despedazado por creencias e ideologías, por religiones y cultos, por los líderes y sus seguidores, por las barreras económicas y las nacionalidades. Hemos creado este mundo por obra de nuestro anhelo y nuestro miedo individual, de nuestra ambición e ignorancia. Nosotros mismos debemos cambiar radicalmente, liberarnos de estas esclavitudes, de modo tal que podamos contribuir a crear un mundo verdaderamente cuerdo y feliz.
Vivamos, entonces, dichosamente, sin apego ni envidia; amemos sin afán posesivo y no tengamos mala voluntad hacia nadie; no nos separemos en grupos estrechos y conflictivos. De este modo, gracias a nuestra propia, tenaz y constante percepción alerta, nuestro pensamiento se transformará desde lo limitado a lo completo.
9 a 21 de setiembre de 1940