SÉPTIMA PLÁTICA EN EL ROBLEDAL
Uno debe haberse preguntado a menudo si hay algo dentro de nosotros que continúa, un principio viviente que tiene permanencia, una cualidad que perdura, una realidad que persiste a través de toda esta transitoriedad. En mi plática de esta mañana trataré de explicar qué hay detrás de este deseo de continuación, y consideraré si existe realmente algo que tenga permanencia. Sugeriría que tengan la bondad de escuchar esto con pensamiento crítico y con discernimiento.
La vida se encuentra a cada instante en un estado de nacer, surgir, manifestarse. En este surgir, en este nacer, en este ser ella misma no hay continuidad, nada que pueda ser identificada como permanente. La vida se halla en constante movimiento y acción; cada instante de esta acción jamás ha sido antes y jamás volverá a ser. Pero cada instante nuevo constituye una continuidad de movimiento.
Ahora bien, la conciencia forma, mediante la acción de la ignorancia, su propia continuidad como un individuo y se aferra, con ansia desesperada, a esta identificación. ¿Qué es ese "algo" al que cada uno se aferra esperando que ello pueda ser inmortal o que pueda esconder en sí lo permanente o que más allá se encuentre lo eterno?
Deseamos hacer permanentes las limitaciones acumuladas, o pensamos que a través de estas capas de recuerdos existe algo que es perdurable. O bien imaginamos que, más allá de estas limitaciones de la individualidad, tiene que existir lo eterno.
Pregunto nuevamente: ¿Pueden hacerse perdurar estos recuerdos de ignorancia, deseos y tendencias acumuladas, recuerdos de los que surgen la fricción y el dolor? Esa es la pregunta. No podemos aceptar profundamente que, atravesando la individualidad, existe algo que es eterno, o que más allá de esta limitación hay algo permanente, porque este concepto sólo puede basarse en una creencia, en la fe, o en algo que llamamos intuición y que casi siempre es la satisfacción de un desea. A causa de nuestras inclinaciones, esperanzas y anhelos de autoperpetuación, aceptamos teorías, dogmas, creencias que nos aseguren la continuidad personal. Sin embargo, la honda incertidumbre continúa y tratamos de escapar de ella buscando la certidumbre, amontonando creencia sobre creencia, yendo de un sistema a otro, siguiendo a un instructor tras otro, con lo cual tan sólo aumentamos la confusión y el conflicto.
Ahora bien, yo no deseo dar origen a nuevas creencias o nuevos sistemas; deseo ayudarlos a que disciernan por sí mismos si hay una continuidad y a que comprendan su significado.
Este "algo" al que cada uno se aferra es la conciencia de la individualidad. Esta conciencia se compone de muchas capas de recuerdos que se manifiestan o permanecen estando presentes donde hay ignorancia, anhelo, deseo.
El anhelo, el deseo, la tendencia en cualquiera de sus formas, tiene que crear conflicto con aquello que lo provoca, es decir, el objeto del deseo. Este conflicto entre el anhelo y el objeto anhelado aparece como individualidad en la conciencia. Por lo tanto, en realidad es esta fricción la que busca perpetuarse. Lo que deseamos intensamente que continúe es nada más que esta fricción, esta tensión entre las diversas formas del anhelo y sus agentes provocadores. Esta fricción, esta tensión, es esa conciencia que alimenta a la individualidad.
El movimiento de la vida pleno; de continuidad. Está surgiendo, naciendo a cada instante; por consiguiente, se halla en un estado de acción y flujo perpetuo. Cuando uno anhela la propia inmortalidad, debe discernir cuál es el significado profundo de este anhelo y qué es lo que uno desea que continúe. La continuidad es el proceso por el cual la conciencia se mantiene a sí misma, proceso que, a causa de la ignorancia, da origen a la individualidad, la cual es el resultado del deseo, del anhelo; de aquí surgen la fricción y el conflicto en las relaciones, en la moralidad y en la acción.
El proceso del "yo" que busca perpetuarse es tan sólo anhelo acumulado. Esta acumulación y sus recuerdos componen la individualidad, a la cual nos aferramos anhelando inmortalizarla. Las numerosas capas de recuerdos acumulados, tendencias y deseos componen el proceso del "yo"; y nosotros queremos saber si ese "yo" puede vivir para siempre, si puede volverse inmortal. ¿Pueden estos recuerdos autoprotectores llegar a ser o convertirse en permanentes? ¿O lo permanente existe atravesándolos como una cuerda sólida? ¿O, más allá de este proceso de fricción, de limitación, está lo eternol? Deseamos hacer permanentes las limitaciones acumuladas, o pensamos que a través de estas capas de recuerdos existe algo que es perdurable. O bien imaginamos que, más allá de estas limitaciones de la individualidad, tiene que existir lo eterno.
Pregunto nuevamente: ¿Pueden hacerse perdurar estos recuerdos de ignorancia, deseos y tendencias acumuladas, recuerdos de los que surgen la fricción y el dolor? Esa es la pregunta. No podemos aceptar profundamente que, atravesando la individualidad, existe algo que es eterno, o que más allá de esta limitación hay algo permanente, porque este concepto sólo puede basarse en una creencia, en la fe, o en algo que llamamos intuición y que casi siempre es la satisfacción de un desea. A causa de nuestras inclinaciones, esperanzas y anhelos de autoperpetuación, aceptamos teorías, dogmas, creencias que nos aseguren la continuidad personal. Sin embargo, la honda incertidumbre continúa y tratamos de escapar de ella buscando la certidumbre, amontonando creencia sobre creencia, yendo de un sistema a otro, siguiendo a un instructor tras otro, con lo cual tan sólo aumentamos la confusión y el conflicto.
Ahora bien, yo no deseo dar origen a nuevas creencias o nuevos sistemas; deseo ayudarlos a que disciernan por sí mismos si hay una continuidad y a que comprendan su significado.
Por consiguiente, la pregunta importante es: "¿Puede convertirse en permanente el proceso del "yo"? ¿Puede llegar a ser permanente la conciencia de las inclinaciones, de los deseos y recuerdos acumulados que dan origen a la individualidad? En otras palabras, ¿pueden estas limitaciones convertirse en lo eterno? La vida, la energía se halla en estado perpetuo de acción, de movimiento en el cual no puede haber continuidad individual. Pero, como individuos, anhelamos perpetuarnos; y cuando uno discierna profundamente qué es la individualidad, percibirá que no es sino el resultado de la ignorancia que se mantiene a sí misma por medio de las numerosas capas de recuerdos, tendencias y deseos. Estas limitaciones deben causar, inevitablemente, dolor y confusión.
¿Pueden estas limitaciones, a las que llamamos individualidad, hacerse permanentes? Esto es lo que, de hecho, casi todos buscan cuando desean la inmortalidad, la realidad, cuando anhelan a Dios. Se interesan hondamente en la perpetuación de su propia individualidad. ¿Puede llegar a ser eterna la limitación? La respuesta es obvia. Si uno discierne a fondo la obvia transitoriedad de la limitación, entonces existe una posibilidad de realizar lo permanente, y sólo en esto hay relación y moralidad verdaderas.
Ahora bien, si uno puede discernir a fondo el surgimiento del proceso del "yo" y percibir intensamente la formación de las limitaciones y su transitoriedad, entonces esa misma percepción alerta las disuelve; y en eso está lo permanente. La cualidad de esta permanencia no puede ser descrita ni puede uno descubrirla. Se revela a sí misma con el discernimiento del proceso transitorio del "yo". La realidad de lo permanente sólo puede ocurrir, acaecer, y no es para ser cultivada. Nosotros, o bien buscamos lo permanente, algo que sea perdurable, que esté más allá de uno mismo, o tratamos de convertirnos en lo permanente. Ambos conceptos son erróneos. Si uno busca lo eterno más allá de sí mismo, entonces está obligado a crear ilusiones y a quedar preso en ellas, lo cual sólo le ofrece medios para escapar de la realidad actual, y en éstos no puede haber comprensión de lo que es. El individuo debe conocerse a sí mismo, y entonces será capaz de discernir si existe o no la permanencia. Nuestra búsqueda de lo eterno debe conducirnos por fuerza a La ilusión; pero si, mediante el esfuerzo persistente y la experimentación, podemos comprendernos profundamente a nosotras mismos y discernir lo que somos, sólo entonces puede manifestarse lo permanente, no la permanencia de algo exterior a nosotros, sino esa realidad que surge a la existencia cuando el transitorio proceso del "yo" ha dejado de perpetuarse a sí mismo.
Para muchos, lo que digo permanecerá como una teoría, será vago e indefinida; pero si ustedes pueden discernir su validez o aceptarlo como una hipótesis, no como una ley o un dogma, entonces podrán comprender su activa importancia en la vida cotidiana. Nuestra moralidad, nuestra conducta, nuestros conceptos y anhelos se basan fundamentalmente en el deseo de la propia perpetuación. El "yo" no es sino el producto de recuerdos acumulados, los que causan fricción entre uno mismo y el movimiento de la vida, entre los valores definidos y los indefinidos. Esta fricción misma es el proceso del "yo", y éste no puede convertirse en lo eterno. Si podemos captar esto fundamentalmente, plenamente, entonces toda nuestra actitud y nuestro esfuerzo tendrán una significación y un propósito diferentes.
Existen dos clases de voluntad: la voluntad nacida del deseo, del anhelo, y la voluntad del discernimiento, de la comprensión. La voluntad que es el resultado del deseo se basa en el esfuerzo consciente de adquisición, ya sea la adquisición del deseo o la adquisición de] no deseo. Este consciente o inconsciente esfuerzo del desear, del anhelar, origina todo el proceso del "yo", y de este proceso surgen la fricción, el dolor y la consideración del más allá. También surge el conflicto entre los opuestos y, por lo tanto, la constante batalla entre lo esencial y lo no esencial, entre la opción y la no opción. Y de este proceso provienen los múltiples muros autoprotectores de la limitación que impiden la verdadera comprensión de los valores infinitos. Ahora bien, si estamos conscientes de este proceso, conscientes de que hemos desarrollado una voluntad a causa del deseo de adquirir, de poseer, y de que esa voluntad está creando un conflicto, un sufrimiento y un dolor continuos, entonces tiene lugar, sin esfuerzo consciente alguno, la comprensión de la realidad que puede ser llamada lo permanente.
Discernir que el deseo está presente donde hay ignorancia y que, de este modo, genera sufrimiento, y aun así no permitir que la mente se ejercite para no desear, es una tarea sumamente ardua y difícil. Podemos discernir que el poseer, el adquirir, crea sufrimiento y perpetúa la ignorancia, que el movimiento del anhelo impide la claridad del discernimiento. Si uno reflexiona al respecto, percibirá que es así. Cuando no hay deseo ni no deseo, entonces se comprende qué es lo permanente. Es un estado extremadamente sutil y difícil de captar; requiere un esfuerzo apropiado y persistente para no quedar presos entre los opuestos, renunciando y aceptando. Sí somos capaces de discernir que los opuestos son erróneos, que tienen que resultar en conflicto, entonces ese mismo discernimiento, esa misma percepción alerta, trae consigo la iluminación. Hablar de esto es muy difícil, puesto que cualquier símbolo que podamos usar despierta en la mente un concepto que contiene en sí el opuesto. Pero si podemos discernir plenamente que, a causa de nuestra propia ignorancia, creamos dolor, entonces no pondremos en marcha el proceso de los opuestos.
Discernir requiere recto esfuerzo, y sólo en este recto esfuerzo está la comprensión de lo permanente.
Pregunta: Todas las personas inteligentes están contra la guerra, pero ¿ está usted contra la guerra defensiva, como cuando una nación es atacada ?
KRISHNAMURTI: El considerar la guerra como ofensiva y defensiva, sólo nos llevará a más confusión y desdicha. Lo que debemos cuestionar es la matanza, ya sea en la guerra o por medio de la explotación. ¿Qué es, al fin y al cabo, una guerra defensiva? ¿Por qué debe una nación atacar a otra? Probablemente, la nación atacada ha provocado el ataque a causa de la explotación económica y la codicia. Si abordamos la cuestión de la guerra como defensiva u ofensiva, jamás llegaremos a una solución verdadera y satisfactoria. Sólo estaremos tratando con los prejuicios adquisitivos. Existe algo como el morir voluntariamente por una causa; pero que un gmpo de personas deba mandar a otros seres humanos a que los adiestren para matar o para que los maten, es sumamente bárbaro e inhumano. Usted jamás formulará esta pregunta acerca de la guerra — que involucra la regimentación del odio, la mecanización del hombre mediante la disciplina militar — , no preguntará si es correcto matar en defensa o en agresión, si puede discernir por sí mismo la verdadera naturaleza del hombre.
Desde mi punto de vista, matar es fundamentalmente malo, como es malo explotar a otro. Casi todos ustedes se horrorizan ante la idea de matar pero, cuando hay una provocación, se levantan en armas. Esta provocación tiene lugar por medio de la propaganda, de la apelación a sus falsas emociones de nacionalismos, familia, honor y prestigio, que son palabras carentes de todo significado profundo. No son sino absurdos a los que se han acostumbrado y mediante los cuales explotan y son explotados. Si de veras reflexionan a fondo sobre esto, ayudarán a acabar con todas las causas que generan odio, explotación y finalmente conducen a la guerra, ya sea ofensiva o defensiva.
Ustedes no parecen sentir la necesidad de una respuesta vital a todo esto. Algunos, educados en la religión, probablemente repiten a menudo la frase de que "uno debe amar a su prójimo". Pero tienen contra otros, prejuicios tan arraigados de nacionalismo y de distinciones de raza, que han perdido toda respuesta humana y afectuosa. Uno está muy orgulloso de ser norteamericana o de pertenecer a alguna raza en particular; las diferencias de clase y de raza son tan falsa y despiadadamente estimuladas en todos nosotros, que uno desprecia a los extranjeros, judíos, negros o asiáticos. Hasta que estemos libres de estos prejuicios absurdos e infantiles, existirán las diversas clases de guerras. Si ustedes, los que escuchan con discernimiento estas pláticas, sienten y actúan con comprensión y, por lo tanto, se liberan de esas ideas limitadoras, peligrosas y dañinas, entonces hay una posibilidad de que tengamos un mundo pacífico y feliz. Esto no es un mero sentimiento; pero como el problema de la explotación y délas matanzas nos concierne a cada uno de nosotros, ustedes deben hacer esfuerzos energéticos por liberar a sus mentes de estas ideas autoimpuestas de seguridad y perpetuación individual, que crean tanta confusión y desdicha en el mundo.
Pregunta: ¿No debemos tener alguna idea de lo que es la acción pura ? El mero tornarnos conscientes, aun profundamente conscientes, parece ser un estado negativo de conciencia. La conciencia positiva, ¿ no es esencial para la acción pura ?
KRISHNAMURTI: Usted quiere que yo le describa lo que es la acción pura; a una descripción así llamaría enseñanza positiva. La acción pura debe ser discernida individualmente por cada uno, y no puede haber sustitución de lo falso por lo verdadero. El discernimiento de lo que es falso da lugar a la acción verdadera. La mera sustitución o el tener un concepto de la acción pura, debe conducir inevitablemente a la imitación, a la frustración y a las numerosas prácticas que destmyen la verdadera inteligencia. Pero si usted discierne sus propias limitaciones, entonces de esa comprensión surgirá la acción positiva.
Si experimentan con esto, verán que no es una actitud negativa hacia la vida; por el contrario, la única manera positiva de vivir consiste en discernir el proceso de la ignorancia, la cual está siempre presente donde hay anhelo y origina dolor y confusión. La mente busca una definición con la cual poder fabricarse un molde a fin de escapar de esas reacciones que causan fricción y angustia. En esto no hay comprensión; lo he dicho muy a menudo. Internamente, el proceso del "yo" con sus exigencias, anhelos, vanidades y crueldades, persiste y continúa. En la comprensión de este proceso — no porque pueda traerle una recompensa o la felicidad, sino por la comprensión misma — radica la acción clara y verdadera.
Pregunta: Usted ha dicho que las así llamadas organizaciones espirituales son obstáculos para nuestro logro de la espiritualidad, Pero, después de todo, ¿acaso todos los obstáculos que impiden el logro de una vida espiritual no se encuentran dentro de uno mismo y no en las circunstancias externas ?
KRISHNAMURTI: La mayoría de nosotros recurre a las organizaciones espirituales porque prometen recompensas; y como casi todos buscamos seguridad y consuelo espiritual, emocional o mental, sucumbimos a sus promesas, nos convertimos en instrumentos de explotación y somos explotados. Exige un gran discernimiento y recto esfuerzo descubrir por nosotros mismos si estamos presos en la prisión que nos hemos creado y librarnos de sus sutiles influencias. Estas organizaciones surgen y existen debido a que anhelamos nuestro propio, egoísta bienestar y consuelo espiritual, así como nuestra propia continuidad. No hay nada espiritual en relación con estas organizaciones, ni pueden ellas liberar al hombre de su propia ignorancia, de su propia confusión y su dolor.
Pregunta: Si no hemos de tener ideales, si debemos estar libres de nuestro deseo de mejorarnos, de servir a Dios y a nuestros semejantes menos afortunados, ¿cuál es, entonces, si propósito del vivir? ¿Por qué no simplemente morir y terminar con ello?
KRISHNAMURTI: Lo que he dicho con respecto a los ideales es que ellos se vuelven un recurso conveniente para escapar del conflicto de la vida y, por eso, impiden la comprensión de uno mismo. Jamás he dicho que uno no debe ayudar a sus semejantes menos afortunados.
Ahora bien, los ideales actúan tan sólo como patrones de medida: y puesto que la vida desafía toda medición, la mente debe liberarse de los ideales a fin de que pueda comprender el movimiento de la vida. Los ideales son impedimentos, obstáculos. En vez de limitarse a aceptar lo que digo y, en consecuencia, decirse que no debe tener ideales, discierna por sí mismo si éstos no oscurecen su comprensión. Cuando la mente se libera de preconceptos, explicaciones y definiciones, entonces es capaz de enfrentar la causa de su propio sufrimiento, su propia ignorancia y su propia existencia limitada. Por lo tanto, la mente debe interesarse en el sufrimiento mismo y no en lo que pueda obtener de la vida. La mera persecución de ideales, el anhelo de felicidad, la búsqueda de la verdad, de Dios, indica que uno escapa del movimiento de la vida. No se preocupe acerca de cuál es el objeto del vivir; discierna más bien la causa del sufrimiento, tome conciencia de ella. En la disolución de esa causa está la comprensión de lo que es.
Pregunta: ¿Tendría la bondad de explicar qué entiende por su declaración de que aun el llevar cuentas puede ser creativo? La mayoría de nosotros piensa que sólo el trabajo constructivo tiene esa cualidad.
KRISHNAMURTI: ¿No es cuestión de cómo considera uno el trabajo, ya sea que se trate de contabilidad, de labrar la tierra, escribir libros o pintar cuadros? Para un hombre perezoso y falto de interés, todo trabajo se vuelve no creativo. ¿Por qué preguntar qué trabajo es o no es creativo, o si el pintar un cuadro es más creativo que escribir a máquina? Realizarse en plenitud es ser inteligente; y para despertar la inteligencia se requiere que haya recto esfuerzo. Esta tenacidad no puede ser artificial; el vivir no debe ser dividido en trabajo y realización interna. El trabajo y la vida interna deben estar unidos. El júbilo mismo del recto esfuerzo abre la puerta a la inteligencia. El discernimiento del proceso del "yo" es el principio de la realización creativa.
17 de mayo de 1936