Ommen, Holanda , 1937
PRIMERA PLÁTICA EN OMMEN
En medio de las circunstancias cambiantes de la vida, ¿existe algo permanente? ¿Hay alguna relación entre nosotros y el constante cambio que nos rodea? Si aceptáramos que todo cambia, incluso nosotros, jamás existiría la idea de la permanencia. Si nos viéramos a nosotros mismos en un estado de continuo movimiento, no habría conflicto entre las circunstancias cambiantes de la vida y eso que ahora consideramos permanente.
Hay en nosotros una esperanza, o una certidumbre profunda y duradera, de que existe algo permanente en medio del cambio continuo; y esto da origen al conflicto. Vemos que nos rodea, vemos que todo decae, se marchita. Vemos cataclismos, guerras, hambre, muerte, inseguridad, desilusión. Alrededor de nosotros todo va cambiando constantemente, deviene y se deteriora. Todas las cosas se desgastan por el uso. Nada de los que nos rodea es permanente. En nuestras instituciones, en nuestra moral, en nuestras teorías de gobierno, de relaciones económicas y sociales... en todas las cosas hay flujo, cambio continuo.
No obstante, en medio de esta transitoriedad sentimos que hay permanencia; estando insatisfechos de La transitoriedad, hemos creado un estado de permanencia y, de tal modo, hemos dado origen al conflicto entre lo que suponemos permanente y aquello que es cambiante, transitorio. Pero si nos diéramos cuenta de que todo, incluso nosotros, el "yo", es transitorio, y de que las cosas que nos rodean en la vida también carecen de permanencia, entonces es seguro que no existiría este doloroso conflicto.
¿Qué es eso que exige permanencia, seguridad, que anhela continuar? Sobre esta exigencia se basa nuestra relación social y moral.
Si de verdad creyéramos o sintiéramos profundamente por nosotros mismos que la vida cambia de manera incesante, jamás anhelaríamos la seguridad, la permanencia. Pero, a causa de nuestro hondo anhelo de permanencia, creamos un muro contra el movimiento de la vida, y tras de él nos encerramos.
Así, pues, el conflicto existe entre los valores cambiantes de la vida y el deseo que busca permanencia. Si percibiéramos y comprendiéramos a fondo nuestra propia transitoriedad y la de las cosas de este mundo, llegarían a su fin el amargo conflicto, las aflicciones y los temores. No existirían las ataduras que dan origen a la lucha social e individual.
¿Qué es, pues, esta cosa que se ha arrogado permanencia y que siempre busca mayor continuidad? No podremos examinar esto inteligentemente hasta que no analicemos y comprendamos la capacidad crítica en sí misma.
Nuestra capacidad crítica surge de prejuicios, creencias, teorías, esperanzas, etc., o de lo que llamamos experiencia. Nuestra experiencia está siempre teñida por el pasado. Si ustedes creen en Dios, quizá puedan tener lo que llaman una experiencia de la divinidad. Esta no es, por cierto, una experiencia genuina. Durante siglos se ha impreso en nuestras mentes la idea de que hay Dios, y conforme a ese condicionamiento tenemos una experiencia. Esta no es una experiencia auténtica, de primera mano.
Una mente condicionada que actúa de un modo condicionado no puede tener una experiencia completa. Es incapaz de experimentar plenamente la realidad o irrealidad de Dios. Del mismo modo, una mente ya predispuesta por un deseo consciente o inconsciente de permanencia, no puede comprender plenamente la realidad. Para una mente así, toda indagación es tan sólo un fortalecimiento mayor de ese prejuicio.
La búsqueda y el anhelo de inmortalidad responden al impulso de los recuerdos acumulados en la conciencia individual, del "yo", con sus temores y esperanzas, odios y amores. Este "yo" se fragmenta en muchas partes que entran en conflicto: lo superior y lo inferior, lo permanente y lo transitorio, etc. En su deseo de perpetuación, el "yo" busca y usa medios y arbitrios para atrincherarse.
Quizás algunos de ustedes se digan: "Seguramente, con la desaparición de estos anhelos deberá manifestarse la realidad". El deseo mismo de saber si hay algo más allá de esta conciencia conflictiva, indica que la mente busca una garantía, una certidumbre, una recompensa por sus esfuerzos.
Vemos cómo se crea La resistencia de unos contra otros, y que esa resistencia, a causa de los recuerdos acumulativos, de las experiencias, se fortalece cada vez más, se vuelve más y más consciente de sí misma.
Así que existe nuestra resistencia personal y la resistencia de nuestro prójimo, de nuestra sociedad. El ajuste entre dos o más resistencias es llamado relación, y sobre esa relación se construye la moralidad.
Donde hay amor, no existe esta conciencia de la relación, la cual sólo puede existir en un estado de resistencia y es meramente un ajuste de conflictos antagónicos.
El conflicto no lo es tan sólo entre diversas resistencias, sino también dentro de éstas, dentro de la cualidad permanente y la cualidad transitoria de la resistencia misma.
¿Hay algo permanente dentro de esta resistencia? Vemos que la resistencia puede autoperpetuarse mediante la codicia, la ignorancia, el anhelo consciente o inconsciente de experiencia. Pero es indudable que esta continuación no es lo eterno; es tan sólo la perpetuación del conflicto.
Lo que llamamos permanente en la resistencia es sólo una parte de la resistencia misma y, por lo tanto, parte del conflicto. Así que no es en sí lo eterno, lo permanente.
Donde hay insuficiencia, frustración, está el anhelo de continuidad que da origen a la resistencia, y ésta se adjudica a sí misma la cualidad de lo permanente.
La cosa a la que la mente se aferra como lo permanente es, en su esencia, lo transitorio. Es el resultado de la ignorancia, del miedo y el anhelo.
Si comprendemos esto, vemos que el problema no es el de una resistencia en conflicto con otra, sino el de descubrir cómo surge esta resistencia y cómo puede ser disuelta. Cuando nos enfrentamos de modo profundo a este problema, hay un nuevo despertar, un estado al que podemos llamar amor.
I de agosto de 1937