CAPÍTULO XVI
La Revolución Total - La Mente Religiosa - La Energía - La Pasión
A través de todo este libro nos ha movido el interés de producir en nosotros mismos y, por lo tanto, en nuestras vidas, una total revolución que nada tiene que ver con la estructura de la sociedad tal como es. La sociedad se ha convertido en una cosa horripilante con sus continuas guerras de agresión, ya sean éstas defensivas u ofensivas. Lo que necesitamos es algo totalmente nuevo -una revolución, una mutación en la misma psiquis-. No es posible que el viejo cerebro pueda resolver los problemas humanos de relación. El viejo cerebro es asiático, europeo, americano o africano; por ese motivo nos estamos preguntando: ¿Seremos capaces de producir una mutación en las células mismas de ese cerebro? Preguntémonos de nuevo, ahora que hemos llegado a comprendernos mejor: “¿Será posible para un ser humano, que vive una vida rutinaria en este mundo brutal, violento y despiadado -un mundo que se vuelve más y más eficiente y, por lo tanto, más y más cruel- será posible para él, producir una revolución no sólo en sus relaciones exteriores, sino también en el campo total de sus pensamientos, sentimientos, acciones y reacciones?”
Diariamente vemos o leemos acerca de las cosas aterradoras que ocurren en el mundo como resultado de la violencia en el hombre. Usted quizá diga: “Yo nada puedo hacer”, o bien, “¿cómo puedo influir en el mundo?” Yo pienso que sí puede influir tremendamente, si en su interior no es violento, si cada día lleva usted en efecto una vida pacífica -una vida sin competencia, sin ambición o envidia- una vida que no esté creando enemistad. Los pequeños fuegos pueden volverse una hoguera. Nosotros hemos reducido la tierra a su presente estado de caos por nuestra actividad egocéntrica, por nuestros prejuicios, nuestros odios, nuestro nacionalismo, y cuando decimos que nada podemos hacer, estamos aceptando el desorden en nosotros mismos como inevitable. Hemos dividido el mundo en fragmentos, y si nosotros mismos estamos divididos, fragmentados, también lo estarán nuestras relaciones con el mundo. Pero si al hacer algo, actuamos totalmente, entonces nuestras relaciones con el mundo sufrirán una revolución tremenda.
Después de todo, cualquier movimiento que valga la pena, cualquier acción que tenga profundo significado, debe empezar en cada uno de nosotros. Yo debo cambiar primero, debo ver cual es la naturaleza y la estructura de mi relación con el mundo -y precisamente en el mismo ver está el actuar-; por lo tanto, yo, como ser humano que vivo en el mundo, produzco una cualidad diferente, que es, me parece a mí, la cualidad de la mente religiosa. La mente religiosa es por completo distinta a la mente que cree en la religión. Usted no puede ser religioso, y ser a la vez hindú, un musulmán, un cristiano, un budista. Una mente religiosa no busca nada, no puede experimentar con la realidad. La Verdad no es algo que a usted le dictan su placer o su dolor o su condicionamiento como hindú o como cualquiera otra religión a que pertenezca. La mente religiosa es un estado en que no hay temor, y, por lo tanto, ninguna creencia; sólo hay lo que es, lo que realmente es. En la mente religiosa existe ese estado de silencio -que ya hemos examinado antes- y que no es producto del pensamiento, sino resultado de estar conscientemente alerta (awareness). Cuando el meditador está totalmente ausente, ese estado de ser consciente es meditación. En ese silencio hay un estado de energía sin conflicto. La energía es acción y movimiento. Toda acción es movimiento, y toda acción es energía. Toda la vida es energía. Si a esa energía se le permite fluir sin contradicción, sin fricción, sin ningún conflicto, entonces será inmensa, inagotable. Sin fricción no hay fronteras para la energía. Es la fricción la que la limita. ¿Por qué entonces, viendo esto, el ser humano produce fricción dentro de esta energía? ¿Por qué crea fricción en este movimiento al que llamamos vida? ¿Es la energía pura, la energía sin limitaciones, simplemente una idea para él? ¿No tiene realidad?
Necesitamos energía no sólo para producir una revolución total en nosotros mismos, sino también para investigar, para observar, para actuar. Y mientras haya fricción de algún tipo en cualquiera de nuestras relaciones, ya sea entre esposa y esposo, entre hombre y hombre, entre una comunidad y otra, uno y otro país, o una y otra ideología -si hay fricción interna, o conflicto externo en alguna forma, por sutil que pueda ser- habrá desperdicio de energía. Siempre que hay un intervalo de tiempo entre el observador y lo observado, se crea fricción y, por lo tanto, se malgasta energía. Esa energía se eleva a su punto más alto, cuando el observador es lo observado, en que no hay intervalo de tiempo en absoluto. Siendo así, habrá energía sin motivación, y ésta descubrirá su propio canal de acción, porque entonces el Yo no existe. Necesitamos una tremenda cantidad de energía para comprender la confusión en que vivimos, y el sentir “tengo que comprender”, produce la vitalidad para investigar. Pero la búsqueda, la investigación implica tiempo, y como hemos visto, el descondicionamiento gradual de la mente no es el camino. El tiempo no es el medio. Ya seamos viejos o jóvenes, es ahora cuando el proceso total de la vida puede llevarse a una dimensión diferente. Buscar lo opuesto de lo que somos tampoco es el medio, ni lo es la disciplina artificial impuesta por un sistema, un maestro, un filósofo, o un sacerdote -todo esto es muy infantil. Cuando nos damos cuenta de esto, nos preguntamos: ¿Será posible abrirse paso inmediatamente a través de este pesado condicionamiento de siglos, sin entrar en otro condicionamientoser libres para que la mente pueda ser del todo nueva, sensible, viva, alerta, intensa, capaz? Este es nuestro problema. No hay otro porque cuando la mente llega a ser nueva puede afrontar cualquier problema. Esa es la única pregunta que tenemos que formularnos. Pero no preguntamos. Deseamos información. Una de las cosas más curiosas en la estructura de nuestra psiquis es que todos queremos que se nos de información porque somos el resultado de diez mil años de propaganda. Queremos que otra persona confirme y corrobore lo que pensamos; sin embargo, la pregunta sólo es auténtica cuando uno se la hace a sí mismo. Lo que yo digo tiene muy poco valor; usted lo olvidará una vez cierre este libro, o recordará y repetirá ciertas frases, o comparará con lo que ha leído en otros libros, pero no se enfrentará a su propia vida. Y esto es lo único que importa -su vida, usted mismo, su pequeñez, su superficialidad, su brutalidad, su violencia, su codicia, su ambición, su agonía diaria y su dolor interminable- esto es lo que tiene que comprender, y nadie sobre la tierra o del cielo va librarlo de ello sino usted mismo. Al ver todo lo que ocurre en su vida diaria, en sus actividades cotidianas, cuando toma una pluma para escribir, cuando habla, cuando sale a dar un paseo, cuando camina solo por los bosques -¿puede usted en un instante, con una mirada, conocerse sencillamente tal como es?- Cuando usted se conoce tal como es, entonces comprende la total estructura de los empeños del hombre, sus decepciones, sus hipocresías, su búsqueda. Para conseguirlo tiene que ser tremendamente honrado con usted mismo, a través de todo su ser. Cuando actúa conforme a sus principios, ya no es honrado, porque esta actuando según lo que piensa que debe ser, y ya no es usted mismo. El tener ideales, creencias o principios es algo brutal, porque no se puede ver uno a sí mismo directamente. Entonces, ¿puede usted mantenerse en actitud completamente negativa, completamente serena, sin pensar ni temer, mientras está, sin embargo, extraordinariamente, apasionadamente vivo?
Ese estado mental en que uno es ya incapaz de esforzarse por nada, es la verdadera mente religiosa, y en tal estado usted puede encontrarse con esta cosa llamada verdad, o realidad, bienaventuranza, Dios, belleza o amor. Esta cosa no puede ser invitada. Por favor, comprenda este sencillo hecho. No puede ser invitada, no puede ser perseguida, porque la mente es demasiado tonta, demasiado pequeña; sus emociones son demasiado falsas, su modo de vivir demasiado confuso, para recibir eso tan enorme, esa cosa tan inmensa en su pequeña casa, su pequeño rincón de vida, que ha sido tan hollado y menospreciado. Usted no puede invitarla. Podría hacerlo si la conociera, y usted no la conoce. Cualquiera que diga, sea quien sea: “Yo la conozco”, en realidad, no la conoce. Una vez que usted dice que la ha encontrado, no la ha encontrado. Si afirma que la ha conocido por experiencia, no puede haberla conocido. Todos esos son medios de explotar a otra persona -su amigo o su enemigo-. Uno se pregunta entonces si será posible encontrarse con eso sin invitarlo, sin esperarlo, sin buscarlo o explotarlo, que llegue simplemente como una fresca brisa que entra cuando usted deja la ventana abierta. Usted no puede invitar al aire, pero tiene que dejar la ventana abierta. No quiere decir que se quede en estado de expectación; esta es otra forma de engaño. Tampoco quiere decir que se abra usted mismo para recibir; esta es otra clase de pensamiento. ¿Se ha preguntado alguna vez por qué carecen de esta cosa los seres humanos? Ellos engendran hijos, tienen sexo, ternura, la capacidad de compartir algo en compañía, en amistad, en hermandad, pero esta cosa: ¿por qué no la han hallado? ¿Ha tenido usted alguna vez la oportunidad de vagar ociosamente mientras caminaba solo por una calle sucia o sentado en un autobús, o en la playa en un día de fiesta, o andando por un bosque entre pájaros, árboles, arroyos y animales salvajes? ¿Se le ha ocurrido preguntarse alguna vez por qué el hombre, que ha vivido por millones y millones de años, no ha conseguido esta cosa, esta extraordinaria flor que nunca se marchita? ¿Por qué usted que como ser humano es tan capaz, tan ingenioso, tan astuto, tan hábil en la competencia, que posee tan maravillosa tecnología; que se eleva a los cielos y baja a las profundidades de la tierra y del mar, e inventa cerebros electrónicos extraordinarios -¿por qué no ha conseguido esta única cosa que importa?- No sé si usted alguna vez se ha enfrentado seriamente a este problema: ¿por qué su corazón está vació?
¿Cuál sería su respuesta si se formulara esta pregunta a usted mismo -su respuesta directa, sin equívocos o ingeniosidad alguna-? Su contestación estaría de acuerdo con la intensidad y la urgencia de la pregunta. Pero en usted no hay intensidad ni urgencia porque carece de energía, la energía que es pasión -y no podrá encontrar ninguna verdad sin pasión- pasión apoyada por exaltado entusiasmo; pasión tras la cual no se oculta el deseo. La pasión es más bien algo aterrador, porque si usted tiene pasión no sabe a dónde le llevará. Así, tal vez sea el temor el motivo por el cual no ha conseguido la energía de esa pasión, que es necesaria para descubrir por usted mismo por qué carece de esta cualidad del amor, por qué no arde esta llama en su corazón. Si ha examinado con cuidado su mente y corazón, hallará la respuesta. Si es apasionado en su intento de descubrir por qué no lo ha conseguido, sabrá que está ahí. Sólo a través de la completa negación, que es la más alta forma de pasión, surge esa cosa que es amor. Como sucede con la humildad, no se puede cultivar el amor. La humildad nace de una carencia total de presunción. En ese caso nunca se sabe lo que es ser humilde. El hombre que sabe lo que es tener humildad es un hombre vano. En la misma forma, cuando usted pone su mente, su corazón, sus nervios, sus ojos, todo su ser para encontrar el camino de la vida, para ver lo que es realmente, y logra transcenderlo, y niega completa y totalmente la vida que vive ahora, de esa misma negación de lo feo, de lo brutal, surge lo otro. Pero usted nunca lo sabrá. Un hombre que reconoce que está en silencio, o que ama, no sabe lo que es el amor o lo que es el silencio.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Nota: solo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.