13, Octubre, 1973
Volábamos suavemente a treinta y siete mil pies de altura, y el avión estaba repleto.
Habíamos pasado el mar y nos aproximábamos a tierra; ambos, el mar y la tierra, estaban muy debajo de nosotros, los pasajeros nunca parecían dejar de charlar o de beber o de hojear las páginas de una revista; después proyectaron una película.
Constituían un grupo muy ruidoso que debía ser alimentado y entretenido; dormían, roncaban y estaban tomados de las manos.
Masas de nubes que se extendían de horizonte a horizonte, pronto cubrieron por completo la tierra, el espacio, la profundidad y también el ruido de la charla.
Entre la tierra y el avión se veían interminables nubes blancas y arriba estaba el delicado cielo azul.
En el asiento junto a la ventanilla uno se hallaba intensamente despierto observando la forma cambiante de las nubes y la blanca luz que se reflejaba sobre ellas.
¿ Tiene la conciencia alguna profundidad, o solamente una agitación superficial?
El pensamiento puede imaginar su profundidad, puede afirmar que la conciencia es profunda o puede considerar sólo las ondas de la superficie.
El pensamiento mismo, ¿tiene alguna profundidad?
La conciencia está hecha de su contenido; su contenido es su total limitación.
El pensamiento es la actividad de lo externo; en ciertos idiomas, «pensamiento» quiere decir «lo de afuera».
La importancia que se le asigna a las capas ocultas de la conciencia sigue estando en la superficie, no tiene profundidad alguna.
El pensamiento puede darse a si mismo un centro -como el «ego», el «yo»- y ese centro no tiene en absoluto ninguna profundidad; las palabras, por aguda y sutilmente que hayan sido elaboradas, no son profundas.
El «yo» es una fabricación del pensamiento -en palabra y en identificación-.
El «yo» que busca profundidad en la acción, en la existencia, no tiene significado alguno; todos sus intentos de establecer una profundidad en la relación, terminan en las multiplicaciones de sus propias imágenes; el «yo» considera que las sombras de esas imágenes son profundas.
Las actividades del pensamiento carecen de profundidad; sus placeres, sus temores, su dolor están en la superficie.
La misma palabra «superficie» indica que hay algo debajo, o un gran volumen de agua o muy poca profundidad.
Mente superficial y mente profunda, son palabras del pensamiento, y el pensamiento en si mismo es superficial.
El volumen que existe detrás del pensamiento es la experiencia, el conocimiento, la memoria, las cosas que se han ido, las que sólo son para recordarse, las cosas sobre las que se puede o no se puede actuar.
Muy por debajo de nosotros, lejos sobre la tierra, corría un río, enroscândose en amplias curvas entre granjas esparcidas aquí y allá, y en los sinuosos caminos habia hormigas que reptaban.
Las montañas estaban cubiertas de nieve, y los valles lucían verdes y llenos de sombras profundas.
El sol se hallaba directamente frente a nosotros y descendía penetrando en el mar a medida que el avión aterrizaba entre el humo y los ruidos de una ciudad en expansión.
¿Hay profundidad en la vida, en la existencia? ¿La hay en absoluto? ¿Es superficial toda relación?
¿Alguna vez puede el pensamiento descubrir esto?
El pensamiento es el único instrumento que el hombre ha cultivado y agudizado, y cuando este instrumento es negado como medio para comprender la profundidad de la vida, entonces la mente busca otros medios.
El llevar una vida superficial, pronto se vuelve fatigoso, aburrido, falto de significación, y de esto emerge la constante persecución del placer; los temores, el conflicto y la violencia.
Ver los fragmentos que el pensamiento ha creado y sus actividades, ver eso como una totalidad, es el cese del pensamiento.
La percepción de lo total es posible solamente cuando el observador, que es uno de los fragmentos del pensamiento, no se halla activo.
Entonces la acción es relación y jamás conduce hacia el conflicto y el dolor.
Sólo el silencio tiene profundidad, como el amor.
El silencio no es el movimiento del pensar, ni lo es el amor.
Sólo entonces las palabras, las profundas y las superficiales, pierden su significado.
No hay medida para el amor, ni la hay para el silencio.
Lo que es mensurable, es pensamiento y tiempo -el pensamiento es tiempo-.
La medida es necesaria, pero cuando el pensamiento la lleva a la acción y a las relaciones, comienzan entonces el mal y el desorden.
El orden no es mensurable, sólo lo es el desorden.
El mar y la casa estaban tranquilos, y tras de ellos los Cerros, con las flores silvestres de la primavera, permanecían silenciosos.
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