MALIBÚ*
1,Abril,1975
Aún tan temprano én la mañana, el sol ardía y quemaba.
No corría una brisa y todas las hojas permanecían inmóviles.
En el antiguo templo hacía fresco y el ambiente era agradable; los pies desnudos percibían las sólidas placas de piedra, sus configuraciones y asperezas.
Muchos miles de personas deben haber caminado sobre ellas por un millar de años.
Había oscuridad ahí luego de la luz intensa del sol; en los corredores parecía haber poca gente esa mañana, y el estrecho pasadizo estaba más oscuro todavia.
Este pasadizo conducía a un amplio corredor que llevaba hasta un santuario interior.
Se sentia un fuerte aroma a flores y a incienso de muchos siglos.
Un centenar de brahamines, recientemente bañados, vestidos con limpios taparrabos blancos, estaban cantando.
El sánscrito es un idioma poderoso; resuena con profundidad.
Los viejos muros vibraban, casi estremeciéndose con el sonido de las cien voces.
La dignidad del sonido era increíble, y lo sagrado dei momento estaba más allá de las palabras.
No eran las palabras las que despertaban esta inmensidad, sino la profundidad dei sonido de muchos miles de años contenido entre estos muros, y el espacio inmensurable que había más allá de ellos.
No era el significado de aquellas
* Los siguientes cinco registros en eí libro de notas fueron escritos dieciocho meses más tarde en Malibú. Califórnia.
palabras, ni la claridad con que las pronunciaba, ni la sombría belleza dei templo, sino la cualidad del sonido la que rompia los muros y las limitaciones de la mente humana.
El canto de un pájaro, la flauta distante, la brisa entre las hojas, todas estas cosas derrumban los muros que los seres humanos han creado para si mismos.
En las grandes catedrales y bellas mezquitas, los cánticos y las recitaciones de sus libros sagrados, es el sonido el que abre el corazón a las lágrimas y a la belleza.
Sin espacio no hay belleza; sin espado solo tenemos muros y medidas; sin espacio no hay profundidad; sin espacio solamente hay pobreza interna y externa.
¡Tenemos tan poco espacio en nuestra mente!
Ésta se encuentra atestada, repleta de palabras, recuerdos, conocimientos, experiencias y problemas.
Todo ello dificilmente deja espacio alguno, tan sólo el interminable parloteo dei pensamiento.
Y así es como nuestros museos están llenos y todos los estantes se hallan abarrotados de libros.
Entonces llenamos los lugares de entretenimiento, religioso o de cualquier otra clase.
O erigimos un muro alrededor de nosotros mismos -un estrecho espacio de dano y dolor-.
Sin espacio, interno o externo, nos volvemos desagradables y violentos.
Todo necesita espacio para vivir, para jugar y cantar.
Lo sagrado no puede amar sin espacio.
No tenemos espacio cuando nos aferramos a las cosas, cuando hay pesadumbre, cuando nos convertimos en el centro dei universo.
El espacio que ocupamos es el espacio que el pensamiento ha edificado alrededor de nosotros, y eso es desdicha y confusión.
El espacio que el pensamiento mide es la división entre el «yo» y el «tú», entre «nosotros» y «ellos».
Esta división es dolor que no tiène fin.
Ahí está ese árbol solitário en un amplio, verde campo abierto.
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