DIARIO 2 - J.K. - 22 DE SEPTIEMBRE DE 1973

 22, Septiembre, 1973 

Una mujer estaba cantando en la casa vecina; tenía una voz maravillosa y los pocos que la escuchaban se hallaban fascinados. 

El sol se ponía entre los mangos y las palmeras, intenso en verdes y dorados. 

Ella cantaba ciertos cantos devocionales y la voz se volvia cada vez más exquisita y dulce. 

Escuchar es un arte. 

Cuando escuchamos alguna música clásica occidental o a esta mujer sentada en el piso, puede ocurrir que nos sintamos románticos o que haya recuerdos de cosas pasadas o que el pensamiento con sus asociaciones cambie nuestra disposición de ánimo o que haya insinuaciones del futuro. 

O puede ser que uno escuche sin ningún movimiento del pensar, desde la quietud completa, desde el silencio total. 

Escuchar al propio pensamiento, o al mirlo posado en una rama, o escuchar lo que se está diciendo sin que haya una sola respuesta del pensamiento, da origen a una signifícación por completo diferente de la que produce el movimiento del pensar. 

Este es el arte de escuchar, de escuchar con atención total; entonces no existe un centro que esté escuchando. 

El silencio de las montañas tiene una profundidad que nó tienen los valles. 

Cada uno posee su propio silencio; el silencio que hay entre las nubes y que existe entre los árboles, tienen una diferencia inmensa. 

El silencio entre dos pensamientos es intemporal; el silencio del placer y el del miedo son tangibles. 

El silencio artificial que puede fabricar el pensamiento, es muerte; el silencio entre ruidos es ausencia de ruido pero no es el silencio, tal como la ausencia de guerra no es la paz. 

El sombrio silencio de una catedral, del templo, es un silencio de siglos y belleza especialmente construido por el hombre. 

Está el silencio del pasado y el del futuro, el silencio del museo y el del cementerio. 

Pero todo esto no es el silencio. 

El hombre había permanecido sentado, inmóvil, a la orilla del hermoso río; estuvo ahí por más de una hora. 

Vendría al mismo lugar todas las mañanas, recién bañado, y cantaria en sánscrito por algún tiempo, y al cabo de un rato quedaria perdido en sus pensamientos sin que pareciera importarle el sol, al menos no el sol de la mañana. 

Un dia vino y empezó a hablar acerca de la meditación. 

No pertenecía a ninguna escuela de meditación; las consideraba inservibles, sin ninguna significación real. 

El hombre estaba solo, era célibe y hacía mucho tiempo que había desechado las costumbres del mundo. 

Había controlado sus deseos y moldeado sus pensamientos; vivia una vida solitaria. 

No era áspero ni presumido ni indiferente. 

Estas cosas estaban olvidadas desde hacía ya algunos años. 

La meditación y la realidad constituían su vida. 

Mientras él hablaba y buscaba a tientas las palabras correctas, el sol se iba poniendo y un profundo silencio descendia sobre nosotros. 

El hombre cesó de hablar. 

Después de un rato, cuando las estrellas se encontraban muy cerca de la tierra, dijo: «Éste es el silencio que yo he estado buscando en todas partes, en los libros, entre los maestros y dentro de mi mismo.>>

He encontrado muchas cosas, pero no esto. 

Vino sin que lo buscara, sin que lo invitara.

 ¿He desperdiciado mi vida en cosas que carecen de importância? 

Usted no se imagina por las que he pasado, los ayunos, los sacrifícios y las prácticas. 

Llegué a ver la futilidad de eso hace mucho tiempo, pero jamás di con este silencio.

 ¿Qué debo hacer para permanecer en él, para conservarlo, para retenerlo en mi corazón? 

Supongo que usted dirá, “no haga nada ya que uno no puede invitarlo” . 

Pero, ¿he de seguir vagando por este país, con esta repetición, con este control? 

Sentado aqui soy consciente de este silencio sagrado; a través de él contemplo las estrellas, aquellos árboles, el rio. 

Aunque veo y siento todo esto, no estoy realmente ahí. 

Como dijo usted el otro día, el observador es lo observado. 

Ahora veo lo que eso significa. 

La bendición que buscaba no es para que uno la encuentre mediante búsqueda alguna. 

Ya es tiempo de que me vaya. El rio se tomo oscuro y las estrellas se reflejaban en sus aguas cerca de las márgenes. Poco a poco los ruidos del día iban llegando a su fin y comenzaban los suaves sonidos de la noche. 

Uno observaba las estrellas y la tierra en sombras, y el mundo estaba muy lejos. 

La belleza, que es amor, parecia descender sobre la tierra y todas sus cosas.

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